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“El problema del siglo XX es un problema de color” (Burghardt, 1900). Fue una profecía
extraordinaria. La historia del siglo actual lleva al mismo tiempo el sello del impacto de
Occidente sobre Asia y África, y de la insurrección de Asia y África contra Occidente. Ese
impacto fue ante todo el resultado de la ciencia y de la industria occidentales. La
insurrección fue una reacción contra el Imperialismo, que alcanzó su apogeo en el
último cuarto del siglo XIX. Al alborear el siglo XX, alcanzaba su cenit el poder europeo
en Asia y en África; parecía que ninguna nación podría resistir la superioridad de las
armas y del comercio de Europa. 70 años después sólo quedaban las huellas del
dominio europeo.
Entre 1945 y 1960, no menos de 40 países se sublevaron contra el colonialismo y
conquistaron su independencia. Este fue el síntoma del advenimiento de una nueva era.
Es cierto que la emancipación de Asia y África y la crisis europea marcharon al mismo
paso. Entre otros factores que facilitaron los movimientos de independencia de Asia y
África debemos incluir el debilitamiento de las potencias europeas.
Desde el tiempo de la 1ra GM, los movimientos nacionalistas incipientes del mundo no
europeo se aprovecharon en grande las rivalidades de las potencias coloniales. El
hundimiento instantáneo de los imperios europeos a partir de 1947 se debió en gran
parte a las presiones exteriores y al impacto de la politica mundial. En Asia, ni los
ingleses, franceses, ni los holandeses, volvieron a recuperarse de los golpes que les
asestó el Japón entre 1941 y 1945; mientras que en África y en el Medio Oriente se
vieron frenados y forzados a retirarse por la presión que ejerció sobre ellos EEUU
directamente y a través de las Naciones Unidas. Ya de por sí EEUU tenía una fuerte
tradición anti-colonial y además no quería cruzarse de brazos mientras el colonialismo
occidental lanzaba a los pueblos de Asia y África en brazos de la URSS.
El nacionalismo surgió en Asia un siglo más tarde que en Europa, y en el África negra 50
años después que en Asia. Dos acontecimientos externos ocurridos en los primeros
años del siglo XX estimularon su alzamiento.
1) La victoria que obtuvo Japón sobre Rusia en la guerra de 1904/05: una victoria que
saludaron los pueblos independientes de todo el mundo como una prueba de que las
armas occidentales no eran invencibles. El triunfo de Japón, 10 años más tarde, sobre
Alemania en SHANTUNG es otro ejemplo. De la misma manera se celebraron como
triunfales las campañas de KEMAL ATATURK contra Francia en 1920 y contra Grecia en
1922.
2) El segundo acontecimiento fue la Revolución Rusa de 1905- una revolución que
apenas tuvo resonancia en Europa, pero que considerada como una lucha de liberación
contra el despotismo, electrizó el corazón de toda Asia.
La ola de inquietud se extendió hasta VIETNAM, desencadenó la revolución Persa de
1906, la revolución turca de 1908 y la revolución china de 1911. Dio nuevo impulso al
movimiento del Congreso Indio en 1907. El resultado fue que en casi todos los países de
Asia y del mundo arábigo, aunque todavía no en el África tropical, existían ya en 1914
grupos radicales o revolucionarios dispuestos a aprovecharse de los conflictos en los
que se habían enredado las potencias europeas.
Después que estalló la guerra, las mismas potencias europeas alentaron los
movimientos nacionalistas de las colonias para crear dificultades a sus enemigos. Por
ejemplo, la famosa declaración que hizo el gobierno británico en 1917 prometiendo a la
India “la concesión gradual de un gobierno autónomo” fue una consecuencia directa de
la revolución rusa que amenazaba abrir las compuertas al avance turco y alemán sobre
la India en un tiempo en que los bolcheviques incitaban a los pueblos asiáticos a que
arrojasen de sus tierras a los ladrones y negreros.
Al terminarse la 1ra GM se había abierto en el fortín del imperialismo europeo en Asia y
África grietas de proporciones alarmantes.
La GM contribuyó también a sembrar las ideas occidentales. Los 14 puntos de Wilson, la
declaración de Lloyd George en 1918 de que el principio de autodeterminación era
aplicable a las colonias igual que a los territorios ocupados de Europa, las denuncias
que hizo Lenin contra el Imperialismo y el ejemplo de los revolucionarios rusos
declarando que los pueblos sometidos al imperio zarista podían emanciparse
libremente, todo ello hizo que fermentase el mundo.
Las tropas coloniales traídas a Europa desde Indochina por los franceses y desde la India
por los ingleses volvieron a su tierra con nuevas ideas de democracia, autogobierno e
independencia nacional y con la firme resolución de no aceptar por más tiempo el
antiguo estado de inferioridad; entre ellos se encontraba el futuro jefe de la China
Comunista CHU EN-LAI.
Otro factor que atizó los sentimientos anti-europeos fue el ver que las potencias
coloniales no cumplían con las promesas que les hicieron durante la guerra. Al
divulgarse en el Próximo Oriente y en China los pactos secretos del tiempo de la
guerra-el acuerdo SYKES-PICOT entre Inglaterra y Francia para repartirse el Imperio
Otomano y el acuerdo de febrero de 1917 de entregar a Japón las antiguas posesiones
alemanas de China-desprestigiaron a las potencias occidentales y provocaron violentas
reacciones.
En China, el resultado inmediato fue el “Movimiento del 4 de Mayo” de 1919, que marcó
un viraje decisivo en la revolución china. No fueron menos las corrientes nacionalistas
en el mundo arábigo.
El año 1919 presenció también la convención del Primer Congreso Panafricano que se
reunió en París con el objeto de proclamar ante los Miembros de la Conferencia de la
Paz el derecho de los africanos a compartir el gobierno. No hace falta decir que los
resultados fueron nulos, pues la mayoría del África central y tropical solamente cayeron
en poder de Europa después de 1885. Sin embargo, este Congreso al cual después
siguieron otros, fue un indicio del despertar que estimulaba el fermento de la 1ra GM y
de la difusión que alcanzaban las ideas de autogobierno y autodeterminación.
Se siguió con viva atención el avance del Congreso indio, se adoptó rápidamente como
modelo la estrategia de la resistencia pasiva de Gandhi y se formaron organizaciones
semejantes en África. Los movimientos nacionalistas de Asia y África fueron
convirtiéndose gradualmente en un movimiento insurreccionista universal contra
Occidente y contra su dominio, que encontró su expresión en la Conferencia Afro-
asiática de BANDUNG en 1955. Esta conferencia simbolizaba la recién nacida solidaridad
de Asia y África contra Europa. Como dijo NEHRU, era el exponente del nuevo
dinamismo que se había estado incubando en ambos continentes hace ya tiempo.
Cuando al triunfo del nacionalismo indio en 1947 y al hundimiento de los imperios
europeos en Asia siguió la derrota de Inglaterra y Francia en su guerra contra Egipto en
1956 (por el Canal de Suez), rompió los diques del Sahara una nueva ola de
nacionalismo que inundó a África tropical. Después de la guerra de Suez de ese año, se
vio claramente que había pasado la edad Imperialista, las potencias europeas se dieron
prisa a deshacerse de unas colonias que se habían convertido más en una carga.
No cabe duda de que la presión externa y la nueva posición mundial de las potencias
europeas influyeron en este gran cambio. Hubo otros factores que influyeron y que
resultaban de la intervención politica de las potencias. El primero fue que los asiáticos y
africanos habían asimilado las ideas, técnicas e instituciones occidentales y estaban en
disposición de poder volverlas contra las ff ocupantes. El segundo fue la vitalidad y la
capacidad de auto-renovación de unas sociedades a las que los europeos habían
desestimado con demasiada facilidad. Estos factores, unidos a la formación de una elite
que supo explotarlos, terminó con el régimen europeo.
Los nuevos movimientos nacionalistas tenían un signo distinto: miraban al futuro más
que al pasado, y sus objetivos fueron gastar al enemigo con una labor de zapa interior
en vez de arrojarlo mediante una insurrección armada. Sin embargo, esa politica era
solamente viable donde lo permitían las condiciones sociales. Es llamativo que los
primeros movimientos nacionalistas ocurrieran en países que poseían una fuerte y larga
herencia de civilización. Eran también países en los que la intervención occidental había
sacudido y debilitado el orden antiguo. Tal fue el caso de la India. Y lo mismo también
de Turquía, China y Egipto: todos ellos se habían visto forzados desde hacía tiempo a
abrir sus puertas al comercio europeo, y como consecuencia del impacto del K
occidental ya habían estado fermentando durante una generación las inquietudes
sociales.
Tal vez la regla general es que no se produjo al inicio una reacción organizada. Por eso
aquellos movimientos se llamaron “PROTONACIONALISTAS” más bien que
nacionalistas. Revelaron el despertar de reacciones positivas ante el impacto de los
bárbaros de Occidente, pero iban mezcladas con reacciones todavía más primitivas y
que aún no se vieron controladas ni organizadas en un movimiento eficiente.
Esto ocurrió en la Revolución de ARABI BAJÁ en Egipto en 1881, que fue la primera
reacción frente a la nueva situación.
Dos décadas después, China ofrecía una situación muy parecida. Aquí, la dinastía
manchú, que ya estaba en franca decadencia en tiempo de la Rebelión Taiping, de hacía
medio siglo, intentó explotar los sentimientos anti-extranjeros para ganar el apoyo del
pueblo. Los que se agruparon en torno a KANG YU-WEI (etapa protonacionalista) leales
a la Dinastía, combatieron por mantener los valores esenciales del sistema de Confucio
poniéndolo al día y reinterpretando los textos confucianos a la luz de las condiciones
modernas. Otros querían asimilar las técnicas occidentales, siguiendo el ejemplo del
gran virrey CHANG CHIHTUNG, sin perturbar las creencias y los valores tradicionales,
mientras que los seguidores de LIANG CHI-CHAO, convencidos de la bancarrota de la
tradición china, sólo veían la salvación en un rompimiento radical con el confucionismo.
Detrás de estos y otros grupos intelectuales se alineaba una masa doliente de
campesinos y también una clase de oficiales jóvenes y ambiciosos descontentos de la
ineficacia militar y general del gobierno.
Era una sociedad que padecía los dolores de su propio alumbramiento, pero los grupos
disidentes carecían de dirección y unidad, de coherencia y objetivos bien definidos. La
desafortunada reforma de los 100 días de 1898 demostró su inutilidad de intentar la
renovación dentro del sistema tradicional; así como el resultado del levantamiento de
los boxers en 1900 puso de manifiesto las desastrosas consecuencias de atizar el
descontento popular contra los extranjeros.
Hasta la misma caída de la Dinastía manchú en 1911 parecía confirmar la ineptitud de
China para adaptarse al mundo moderno, pues entre los escombros del viejo imperio se
conservaban intactas las fuerzas conservadoras, y lejos de iniciar un cambio renovador
con la proclamación de la República, cayó China entre los generales que la desgarraban
con sus luchas intestinas. El destronamiento del último emperador manchú (HSUAN-
TUNG) solamente significó en la práctica la destrucción de la antigua concepción
confucionista de un imperio unitario bajo la autoridad de un monarca. Al no producir
ningun cambio en la estructura social, tampoco despertó las fuerzas constructivas.
Queda el hecho de que había nacido un movimiento revolucionario, y éste tenía los
síntomas de la modernidad. Sus resultados inmediatos fueron con frecuencia negativos
y parecían confirmar la creencia occidental de que los nativos eran incapaces de dar el
paso decisivo para adaptarse a las condiciones modernas. Lo irónico de esta situación,
es que las mismas potencias europeas, al meterse en Asia y en Africa, hubieron de
fomentar y reforzar los elementos que luego sirvieron para la revolución. Al poner a los
indígenas en contacto con una economía competitiva y con formas extrañas de
gobierno, minaron las bases que sostenían la estabilidad de las sociedades africanas y
asiáticas; y en cuanto los mismos nativos intervinieron activamente abrieron una era de
rápidos cambios sociales que a la larga habría de volverse contra el dominio de sus
colonizadores.
Aunque presentaban muchas variantes locales, los expedientes a que solían recurrir las
potencias coloniales para salvaguardar la supremacía se ajustaban a unos cuantos
moldes sencillos. El primero era la política del gobierno indirecto; consistía éste en
apoyar a los príncipes y jefes que estaban dispuestos por su propio interés a colaborar
con las potencias ocupantes. Este sistema lo usaron los ingleses en el África occidental,
los franceses en Indochina y los holandeses en Indonesia. Fue este un elemento de la
política occidental desde que las potencias europeas apoyaron la dinastía Manchú en
China en su lucha contra los rebeldes Taiping a mediados del siglo XIX; e implicaba
generalmente el mantenimiento de las sociedades tradicionales como un baluarte
contra la occidentalización. Los franceses emplearon una politica que era casi el polo
opuesto en el norte de África, donde parecía que el peligro podía venir de las tribus
conservadoras y de las fuerzas religiosas, y donde parecía buena táctica educar al estilo
occidental una elite que según se esperaba, se pondría del lado de las potencias
coloniales y en contra de nacionalismos reaccionarios.
Finalmente existía la política de condescendencia que consistía en conceder
gradualmente a los nativos cierto gobierno autónomo con la esperanza de evitar que
les pidieran la plena independencia-tal fue el caso de la ley de gobierno de la India en
1919- y hasta con la idea de parecer satisfacer las exigencias nacionalistas otorgando
una medio independencia-pero reservándose ciertos derechos esenciales-, que es la
solución que adoptaron los ingleses en Egipto y en Irak en 1922.
Si bien esto dio un resultado momentáneo, también se veía claro desde un principio
que no ofrecía una solución definitiva.
Al intervenir en Asia y África las potencias europeas, se vieron envueltas en una
dialéctica de fabricación casera; cada paso que daban para gobernar y desarrollar los
territorios que se habían anexionado, hacía más difícil el mantenimiento de su posición.
Tal vez en ningún sitio se dio este fenómeno de manera tan impresionante como en la
historia de la India inglesa después de 1876. Aquí está muy clara la ineficacia de los que
parecían entonces cambios de política audaces y radicales.
Tanto en Asia como en África, la intervención europea tuvo 3 consecuencias inevitables:
1) Actuó como un disolvente del orden social tradicional
2) Produjo cambios económicos sustanciales
3) Condujo a la formación de unas elites cultas al estilo occidental que tomaron la
iniciativa de aprovechar el resentimiento existente contra los extranjeros y
transformarlos en movimientos nacionalistas organizados a escala masiva.