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La amistad

Al cabo de más de dos décadas se volvió a encontrar con el joven con quien había
compartido veinte, cuarenta, sesenta kilómetros de un viaje en tren a través del desierto que
había hecho cuando era joven. Casi había olvidado el viaje mismo, impreso en la memoria
como una lacónica frase de enciclopedia: cuando tenía dieciséis años, viajó en tren hasta...
El hombre se levantó de una mesa próxima y le dió la mano. Él le habló, se sentó a su mesa,
y el joven que había conocido en aquel viaje se proyecto sobre el hombre presente.

Pasaron más décadas. Entre los hombres que subían en el ascensor, uno dió un paso entre
los otros, se le acercó y le alargó la mano con el rostro fulgurante. Llegaron a la tercera
planta: el otro le siguió fuera del asensor. Le recordó quien era: aquella vez que se
encontraron en un casorio, y que él se había sentado en su mesa para recordar como se
habían conocido de jóvenes en un tren. Después se despidieron hasta la próxima.

Y a la siguiente vez que se encontraron ya fué en una plaza llena de viejos añoradizos, y el
hombre se le acercó al banco como queriendole señalar con el bastón, y esta vez lo conoció
en seguida, sí, esta vez sí, parecía imposible, otra vez se habían vuelto a encontrar al cabo
de dos décadas, y esta vez recordaron juntos la última vez que la casualidad les había
reunido en el ascensor de un hospital; uno subía para ver morir a su madre y el otro subía a
ver un médico conocido suyo.

El momento de separarse coincidió con el de la salida de los niños de la escuela, y los dos
hombres se abrazaron entre los juegos y las mochilas. Los dos encontraron bonita la idea
que ya no se volverían a ver nunca más, porque entonces ninguno de los dos recordaba, ya,
como se habían conocido, y así, sin final ni principio, la amistad se cerraba sobre ella misma.

Toni Sala. Entomología. Edicions 62

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