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—Eso es lo que esperas, ¿verdad? ¿Por eso estás leyendo la Biblia?

¿Vuelves a Dios porque no pudiste desentrañar los misterios del universo?

—Dios es el secreto oculto del universo —expresó, pensativo, con el rostro muy sereno, casi
juvenil. Tenía los ojos clavados en el vaso, admirando quizá la forma en que concentraba la luz
sobre el cristal. No sé. Tuve que esperar unos instantes para que continuara. —Creo que la
respuesta podría estar en el Génesis —dijo por fin—. Sinceramente lo creo.

—Me dejas azorado, David. Hablas de piezas que faltan y mencionas el Génesis, que no es
más que un puñado de fragmentos.

—Sí, pero fragmentos reveladores que quedaron para nosotros, Lestat. Dios creó al hombre a
su imagen y semejanza, y sospecho que ésa es la clave. Nadie sabe con certeza lo que eso
significa. Los hebreos no creían que Dios fuera un hombre.

—¿Por qué supones que puede ser la clave?

—Dios es una fuerza creativa, Lestat, y nosotros también. A Adán le ordenó: "Creced y
multiplicaos". Eso fue lo que hicieron las primeras células orgánicas: crecieron y se
multiplicaron. No cambiaron meramente de forma sino que se reprodujeron. Dios es una fuerza
creativa. Él hizo todo el universo partiendo de sí mismo mediante la división celular. Por eso los
demonios están tan llenos de envidia... me refiero a los ángeles malos: porque no son fuerzas
creativas; no tienen cuerpo ni células; son espíritus. Y presumo que lo que sintieron no fue
envidia sino más bien una forma de desconfianza, porque vieron que Dios estaba cometiendo
un error al construir otro motor de creatividad —Adán— tan parecido a Él. Quiero decir que los
ángeles probablemente pensaron que ya bastante malo era el universo físico, con todas las
células que se reproducían, como para que encima tuvieran que aceptar a seres que hablaban
y pensaban, que además podían crecer y multiplicarse. Sin duda el experimento los indignó, y
ése fue su pecado.

—Entonces lo que dices es que Dios no es puro espíritu.

—En efecto. Dios tiene cuerpo; siempre lo tuvo. El secreto de las células que se dividen y
producen vida reside en el mismo Dios. Y todas las células vivas llevan dentro de sí una
minúscula parte del espíritu divino, Lestat: ésa es la pieza que falta, la que produce vida en
primer lugar, la que separa a la vida de la no vida. Lo mismo ocurre con tu génesis de vampiro.
Dices que el espíritu de Amel —un ente perverso— imbuyó los cuerpos de todos los
vampiros... Bueno, de la misma manera los hombres comparten el espíritu de Dios.

—Santo cielo. Creo que te estás volviendo loco, David. Los vampiros somos una mutación.
—Ah, sí, pero existen en nuestro universo y su mutación refleja la mutación que somos
nosotros. Además, hay otros que sustentan la misma teoría. Dios es el fuego y nosotros
minúsculas llamitas; y cuando morimos, las llamitas regresan al fuego de Dios. ¡Pero lo
importante es comprender que Dios mismo es cuerpo y alma! Absolutamente.
La civilización occidental se ha asentado sobre un trastrocamiento.
Pero creo, con toda honestidad, que en nuestras acciones diarias conocemos y honramos la
verdad. Sólo al hablar de religión afirmamos que Dios es espíritu puro, que siempre lo fue y
siempre lo será, y que la carne es pecado. La verdad está en el Génesis. Y te digo lo que fue el
big bang, Lestat: fue el momento en que las células de Dios comenzaron a dividirse.

—Es una bella teoría, David. ¿Se sorprendió Dios?

—No, pero los ángeles sí. Lo digo en serio. Y ahora te digo la parte supersticiosa: la creencia
religiosa de que Dios es perfecto. Obviamente, no lo es.

—Qué alivio. Así se explican muchas cosas.

—Te estás riendo de mí y no te culpo. Pero es así como dices: eso lo explica todo. Dios
cometió muchos, muchísimos errores. ¡Y, por cierto, Él mismo lo sabe! Yo sospecho que los
ángeles trataron de advertírselo. El diablo se convirtió en diablo porque trató de poner sobre
aviso a Dios. Dios es amor, sí, pero no estoy seguro de que sea sumamente talentoso.

Traté de contener la risa pero no lo logré del todo.

—David, si sigues con estos planteos, te partirá un rayo.

—Tonterías. Dios quiere que nosotros lo comprendamos.

—No. Eso no lo puedo aceptar.

—¿Quiere decir que aceptas todo lo demás? —dijo, con otra risita—. No, hablo muy en serio. La
religión es primitiva por las conclusiones ilógicas a que arriba. Imagínate a un Dios perfecto que
permite que surja un demonio. No; eso nunca tuvo sentido.
Toda la Biblia pretende transmitir el concepto de que Dios es perfecto. Eso representa una falta
de imaginación por parte de los antiguos eruditos. Y esa falla explica todas las utopías teológicas
sobre el bien y el mal con que venimos luchando desde hace siglos. Sin embargo, Dios es bueno,
maravillosamente bueno. Sí, Dios es amor, pero ninguna fuerza creativa es perfecta. Eso está
claro.
—¿Y el diablo? ¿Hay algún planteo nuevo sobre él?

Me observó un instante con un dejo de impaciencia.

—Eres tan cínico —susurró.

—No, no lo soy. De verdad quiero saber. Tengo un interés particular en el diablo, por supuesto.
Hablo de él con mucho más asiduidad que de Dios. No entiendo por qué los mortales lo aman
tanto; es decir, por qué les encanta la idea de que exista. Es así.

—Porque no creen en él. Porque la idea de un diablo totalmente maligno tiene menos sentido
aún que la de un Dios perfecto. No se puede creer que durante todo este tiempo el diablo no
haya aprendido nada, que todavía quiera seguir siendo diablo. Semejante idea es un agravio a
nuestro intelecto.

—Entonces, ¿cuál es la verdad que ves tras la mentira?

—Que él no es totalmente irredimible. Es tan sólo una parte del plan de Dios, un espíritu con
permiso para tentar y poner a prueba a los humanos. El diablo está en contra de los humanos,
del experimento en su totalidad. Precisamente ése fue el carácter de la Caída, como lo veo yo.
Nunca pensó que la idea fuera a dar resultado. ¡Pero la clave, Lestat, es comprender que Dios es
materia! Dios es un ser físico, es el amo de la división celular, y el diablo no quiere permitir una
desenfrenada división de las células.

Hizo otra de sus pausas enloquecedoras, volvió a abrir los ojos con expresión de asombro y
continuó:

—Tengo otra teoría respecto del demonio.

—Dime.

—Que existe más de uno. Y a ninguno le gusta mucho el trabajo. —

Eso lo dijo casi en un murmullo. Estaba abstraído, como si quisiera agregar algo más, pero no lo
hizo. Yo reaccioné con una risa franca.

—Eso sí lo entiendo —dije—. ¿A quién puede gustarle el trabajo de diablo? Y pensar que uno
nunca va a poder ganar, sobre todo teniendo en cuenta que el diablo empezó siendo un ángel; y
muy inteligente, según dicen.
—Exacto. —Me señaló con un dedo. —En cuanto a tu teoría sobre Rembrandt, te digo que, si el
diablo tuviera cerebro, debería haber advertido el genio de Rembrandt.

—Y la bondad de Fausto.

—Ah, sí; me viste leyendo el "Fausto" en Amsterdam, ¿no? Y en consecuencia te compraste un


ejemplar.

—¿Cómo lo sabes?

—Me lo contó al día siguiente el dueño de la librería. Dijo que, segundos después de marcharme
yo, entró un francés joven, rubio de aspecto extraño, compró el mismísimo libro y se quedó
media hora leyéndolo en la calle, sin moverse. Tenía la piel más blanca que jamás hubiese visto.
No podía ser otro que tú, por supuesto.

Sacudí la cabeza y sonreí.

—Suelo cometer esas torpezas. Me llama la atención que algún científico no me haya cazado aún
con una red.
—Esto no es chiste, amigo mío. Noches atrás fuiste muy negligente en Miami. Dejaste a dos
víctimas sin una gota de sangre.

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