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Dictatus Papæ

1. Que la Iglesia Romana ha sido fundada solamente por Dios.


2. Que solamente el Pontífice Romano es llamado "universal" con pleno
derecho.
3. Que él solo puede deponer y restablecer a los obispos.
4. Que un legado suyo, aún de grado inferior, en un Concilio está por encima
de todos los obispos, y puede pronunciar contra estos la sentencia de
deposición.
5. Que el Papa puede deponer a los ausentes.
6. Que no debemos tener comunión o permanecer en la misma casa con
aquellos que han sido excomunicados por él.
7. Que sólo a él le es lícito promulgar nuevas leyes de acuerdo a las
necesidades de los tiempos, reunir nuevas congregaciones, convertir en abadía
una casa canonical y viceversa, dividir una diócesis rica o unir las pobres.
8. Que solamente él puede usar las insignias imperiales.
9. Que todos los príncipes deben besar los pies solamente al Papa.
10. Que su nombre debe ser recitado en la iglesia.
11. Que su título es único en el mundo.
12. Que le es lícito deponer al emperador.
13. Que le es lícito, según las necesidades, trasladar a los obispos de una sede
a otra.
14. Que tiene el poder de ordenar un clérigo de cualquier iglesia, para el lugar
que él quiera.
15. Que aquel que ha sido ordenado por él puede estar al frente de otra iglesia,
pero no sometido, y de ningún otro obispo puede obtener un grado superior.
16. Que ningún sínodo puede ser llamado general si no es guiado por él.
17. Que ningún artículo o libro puede ser llamado canónico sin su autorización.
18. Que nadie puede revocar su palabra, y que sólo él puede hacerlo.
19. Que nadie lo puede juzgar.
20. Que nadie ose condenar a quien apele a la Santa Sede.
21. Que las causas de mayor importancia, de cualquier iglesia, deben ser
sometidas a su juicio.
22. Que la Iglesia Romana no ha errado y no errará jamás, y esto, de acuerdo
al testimonio de las Sagradas Escrituras.
23. Que el Pontífice Romano, si ha sido ordenado luego de una elección
canónica, está indudablemente santificado por los méritos del bienaventurado
Pedro nos lo testimonia san Ennodio, obispo de Pavía, con el consentimiento
de muchos Santos Padres, como se encuentra escrito en los decretos del
bienaventurado papa Símaco.
24. Que bajo su orden y con su permiso es lícito a los súbditos hacer
acusaciones.
25. Que puede deponer y restablecer a los obispos aún fuera de una reunión
sinodal.
26. Que no debe ser considerado católico quien no está de acuerdo con la
Iglesia Romana.
27. Que el Pontífice puede absolver a los súbditos del [juramento de] fidelidad
respecto a los inicuos.
Primero deberá saberse que los herejes sostenían que hay dos Creadores; v. gr.: uno de cosas
invisibles, a quien ellos llamaron «el Dios benévolo», y otro de cosas visibles, a quien ellos
denominaron «el Dios malévolo.» El Nuevo Testamento lo atribuyeron al Dios benévolo; pero
el Antiguo Testamento al Dios malévolo, y lo rechazaron enteramente, salvo ciertas autoridades
que se insertaron en el nuevo testamento del antiguo; que, por reverencia al Nuevo Testamento,
ellos estimaron dignos de ser recibidas. Acusaron al autor del antiguo testamento de mentir,
porque el Creador dijo: «En el día que comiereis del árbol del conocimiento del bien y el mal,
moriréis»; cuando -según dicen ellos- después que comieron no murieron, cuando, de hecho,
después de comer el fruto prohibido fueron sujetos a la miseria de la muerte. También le acusan
de homicida, porque Él quemó a Sodoma y Gomorra, y destruyó el mundo con las aguas del
diluvio, al igual que ahogó a Faraón y a los egipcios en el mar. Afirmaron también que todos los
padres del Antiguo Testamento fueron condenados; que Juan el Bautista era uno de los
demonios más grandes. Además dijeron, en su doctrina secreta -in secreto suo-, que el Cristo
que nació en la Belén visible y terrestre, y crucificado en Jerusalén, era un hombre malo, y que
María Magdalena eran su concubina; y que ella era la mujer sorprendida en adulterio, de quien
leemos en el Evangelio. Porque el Cristo bueno, según decían ellos, nunca comió, ni bebió, ni
tomó sobre él carne verdadera, ni estuvo jamás en este mundo, salvo espiritualmente en el
cuerpo de Pablo...
Dijeron que casi toda la Iglesia de Roma es una guarida de ladrones; y que es la ramera de quien
leemos en el Apocalipsis. Anularon luego los sacramentos de la Iglesia, al punto de enseñar
públicamente que el agua del Bautismo santo es igual que el agua de río, y que la hostia del
cuerpo santísimo de Cristo no difiere del pan común; inculcando en los oídos de los simples esta
blasfemia, que el cuerpo de Cristo, aunque hubiese sido tan grande como los Alpes, habría sido
consumido y aniquilado hace tiempo ya por los que lo habían comido. La confirmación y la
confesión, ellos las consideraron como enteramente vanas y frívolas. Predicaron que el santo
matrimonio es postizo, y que ninguno podría ser salvo a través del mismo, si llegan a engendrar
niños. Negando también la resurrección de la carne, inventaron nociones nunca antes
escuchadas, diciendo que nuestras almas son aquellas de los espíritus angélicos que habiendo
sido echados del cielo por la apostasía del orgullo, dejaron sus cuerpos glorificados en el aire; y
que estas mismas almas, después de haber habitado sucesivamente en siete cuerpos terrenales,
de un tipo u otro, cumplen su penitencia a plenitud y regresan a los cuerpos que habían
desertado.
También debe saberse que algunos de entre los herejes se denominaron a sí mismos «perfectos»
u «hombres buenos»; y otros herejes se llamaron «creyentes». Los llamados «perfectos» usan
vestiduras negras, pretendiendo falsamente guardar la castidad, aborrecían el comer carne,
huevos y queso, y daban apariencia de no ser mentirosos, cuando ellos continuamente mentían,
principalmente respecto a Dios. También dijeron que por ningún motivo se debía jurar.
Aquellos de entre los herejes que se llamaban «creyentes», quienes vivían según la manera del
mundo, y que, aunque no lograron imitar la vida de los perfectos, no obstante esperaban ser
salvos en su fe; y, aunque difirieron en cuanto a su modo de vida, ellos eran uno con aquellos en
sus creencias y en su incredulidad. Los llamados «creyentes» de entre los herejes fueron dados a
la usura, la rapiña, el homicidio, la lujuria, el perjurio y todo vicio; y ellos, de hecho, pecaban
con más seguridad, y sin freno, porque creían que sin restitución, confesión y penitencia, podían
ser salvos, si tan solo, estando al borde de la muerte, decían un Padre Nuestro, y recibían la
imposición de manos de los maestros.
En cuanto a los herejes perfectos, sin embargo, tuvieron una magistratura a quienes llamaron
Diáconos y Obispos, sin la imposición de cuyas manos, al momento de su muerte, ninguno de
los creyentes creyó que podía ser salvo; pero si imponían las manos sobre algún hombre
agonizante, por malvado que fuera, con tan solo decir un Padre Nuestro, ellos lo consideraban
salvo, que sin ninguna otra satisfacción, y sin cualquier otra ayuda, él inmediatamente volaría al
cielo.
Anales de Raynaldus, trad. S. R. Maitland, Historia de los Albigenses y Valdenses, Londres,
1832, pp. 392-394.

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