Está en la página 1de 11

PANORAMA

INTERNACIONAL
El escándalo
Khashoggi:
bienvenidos a la
era de la
impunidad
El crimen del periodista es
una barbarie que se alimenta
de las mutuas necesidades
entre el reino y Washington
y los modos como se ven (y
se admiten) las cosas desde
la mayor potencia mundial.

El periodista y columnista de The Washington Post asesinado en el consulado saudita de Estambul . AFP

MARCELO CANTELMI

19/10/2018 - 20:21 Clarin.com Mundo


Arabia Saudita Donald Trump
Jamal Khashoggi
La verdad es una construcción
difícil, al revés de la mentira
que es ligera y no está atada a
recuerdos. A veces, ni a las
evidencias. Simplemente se la
formula y se reproduce con
mayor facilidad que lo que
sucede con la verdad. Esta
deformación ha regido la
manera de hacer política más
allá de este presente. Leo
Strauss, en el siglo pasado, ya
elogiaba el poder de la mentira
“para que la mayoría, que
necesita ser dirigida, siga el
camino correcto”. Pero es un
desvío que puede dispararse a
alturas desconocidas en una era
de celebrada impunidad y
extinción de límites como la
actual. Esa dimensión ha
tenido ejemplos recientes con
Beijing arrestando y esfumando
al director de Interpol a
despecho de su jerarquía. O el
Kremlin rociando un tóxico por
las calles de Londres para
intentar fulminar a uno de sus
ex agentes. El último capítulo
de esta saga anárquica ha sido
el asesinato del columnista de
The Washington Post, Jamal
Khashoggi, un periodista
saudita que fue secuestrado en
el consulado de su país en
Estambul y cuyo cuerpo habría
sido despedazado como brutal
castigo a su disidencia.

Mirá también
Arabia Saudita
confirmó la muerte
del periodista Jamal

Este crimen es arquetípico de


aquella observación respecto a
la verdad y a la mentira.
Donald Trump se movió
rápidamente para cubrir al
reino y borronear lo que la
realidad estaba exhibiendo ya
con trazos muy gruesos. Al
mandatario le bastó un dialogo
telefónico con el rey Salman bin
Abdulazis para poner en duda
cualquier sospecha sobre Riad
y especular sobre que habrían
sido asesinos solitarios, quién
sabe, los que cometieron este
crimen, vaya a saberse con cuál
motivo.
Mohammed bin Salman. el principe
heredero de la corona saudita y a quien
se señala en el crimen del periodista
REUTERS

Recién cuando la evidencia se


fue complicando, el jefe de la
Casa Blanca blanqueó su
interés por mantener los
vínculos con la corona, un
vigoroso cliente del armamento
norteamericano, con contratos
de futuro por más de 100 mil
millones de dólares. Arabia
Saudita es, además, un jugador
central en la estrategia de
EE.UU. junto a Israel, para
contener la expansión de Irán
en Oriente Medio, cuestión que
este escándalo ha herido a
niveles aún no adecuadamente
mensurados. Es ese frente el
que la Casa Blanca no cederá,
no importa lo que haya
ocurrido. Para ello, la retórica
de Trump define con claridad la
etapa. Los objetivos diluyen los
prejuicios del mismo modo que
no son valorables las
violaciones a los derechos
humanos del dictador
norcoreano para mantener un
diálogo cuyo resultado es, al
menos, polémico. O la notoria
admisión del mandatario sobre
que su colega Vladimir Putin
pudo haber ordenado matar
gente, pero no en Estados
Unidos, de modo que esos
reproches no deberían ser
relevantes.

La impunidad saudita para esta


barbarie se alimenta de
aquellas mutuas necesidades
entre el reino y Washington,
pero también de los modos
como se ven las cosas desde el
principal sillón de la mayor
potencia mundial. Trump, en
estas horas de pasmo por el
columnista asesinado, felicitó
con alegría carnavalesca a un
legislador de su partido que le
pegó a un periodista británico.
La constatación de que algo no
anda bien es tan clara que ha
abierto callos en la propia tropa
fundamentalista del presidente.
El senador Marco Rubio, un
hombre del Tea Party, la
tendencia ultra del Partido
Republicano, acaba de
lamentar que “no hay suficiente
dinero en el mundo para volver
a comprar nuestra credibilidad
en los derechos humanos o la
forma en que las naciones
deberían conducirse”. La frase
es ligeramente miope pero
subraya una realidad: “no
podremos decir nada sobre (el
hombre fuerte sirio Bashar al)
Assad o Putin si permitimos a
Arabia Saudita hacer esto y
reaccionamos con una
palmadita en la muñeca”. A esa
visión se sumó el
vicepresidente Mike Pence, que
caracterizó el asesinato como
un crimen “contra la libertad de
prensa que debe tener
consecuencias”. Es retórica,
pero evidencia también de la
ausencia de una línea
concertada en Washington.

El rey Salman bin Abdulaziz Al Saud, el


padre de Mohammed, quien habló con
Trump para negar conocer el episodio.
Reuter

Como siempre impunidad y


descuido van de la mano. Las
evidencias apenas encubiertas
por los homicidas enfocan a la
estrella de la corona saudita, el
príncipe Mohammed bin
Salman, en el manejo de los
hilos de esta pesadilla. Un alto
cargo del sistema de
inteligencia del reino, el ex
diplomático Maher Abdulaziz
Mutreb, descripto en la prensa
turca como altamente
vinculado con el noble
heredero, multiplica su rostro
en las cámaras que grabaron el
momento que desaparecía el
periodista. El costo político ha
sido ya el boicoteo del llamado
“Davos del desierto”, la reunión
anual que organiza Riad de
funcionarios y empresarios que
analiza inversiones y políticas
en la región y la marcha de la
economía mundial. El propio
titular de la cartera de
Economía de Trump se sumó a
los fugados de ese evento.

Khashoggi era un hombre de


las entrañas del régimen que
incluso mantuvo un vínculo con
Osama Bin Laden antes de que
este saudita millonario creara
Al Qaeda y se lanzara a una
ordalía terrorista. Khashoggi se
alejó de la corona por las
enormes purgas que el joven
príncipe Salman impuso a los
clanes del poder y que
involucraron a varios allegados
del periodista. Finalmente,
temeroso de recibir un castigo
similar, recaló en EE.UU.
donde criticaba a la corona
escribiendo para el diario que
con más energía ha investigado
a Trump.
Quizá debido a eso, o por los
efectos que supuso de su
benevolencia con el reino,
Trump aclaró en un tweet que
“no tengo intereses financieros
en Arabia Saudita (ni tampoco
en Rusia, por cierto)”. Esa
última puntualización la
desbarató hace tiempo el hijo
del mandatario, Donald Trump
Jr., Ceo de su imperio
inmobiliario, quien declaró,
antes de que su padre
ascendiera al Salón Oval, que
“vemos un montón de dinero
llegando desde Rusia”.

Mirá también
El mundo
económico le da la
espalda a Arabia

Respecto a Arabia Saudita las


cosas no parecen mejores. El
propio The Washington Post
recuerda que en su campaña de
2015, Trump aludió al conflicto
que buscó desmentir ahora.
“Arabia Saudita... yo he
conseguido mucho de ellos. Me
han comprado departamentos.
Han gastado 40, 50 millones de
dólares. ¿Se supone que me
disgustan? Me gustan
muchísimo”, había dicho. En la
década de los ‘90 Trump tenía
un yate que había sido
justamente de un primo de
Khashoggi. Lo vendió por 20
millones de dólares al príncipe
Alwaleed bin Talal. Ese
aristócrata le compró luego,
también, acciones del New
York Plaza. Al gobierno
saudita, entre tanto, le vendió
un piso de la torre Trump,
vecina a la ONU, en Nueva
York por 4,5 millones de
dólares.

Donald Trump recibe una condecoración


de manos del rey Abdulazis durante su
viaje el año pasado a Riad. AFP

Hay otras incomodidades en el


armario. El hotel que Trump
construyó en Washington, en el
vecindario de la Casa Blanca,
logró revertir en el primer
trimestre de este año 24 meses
de mala racha. Fue por la
estadía de un amplio séquito de
la monarquía saudita. También
el Trump International Hotel &
Tower de Chicago registró un
alza significativa de ingresos de
la mano de la clientela del
reino.

No son, sin embargo, esos


negocios, desmentidos de modo
ritual por el mandatario, los
que explican su
condescendencia con Riad. La
razón principal, como se ha
dicho, radica en el valor
estratégico de ese país, que el
gobierno norteamericano ha
exagerado a extremos que este
crimen expone de modo nítido.
El infierno de la guerra de
Yemen que el reino ha
convertido en su propia Siria;
la mediocre acción en la cual se
involucró el propio Trump para
aislar a Qatar debido a su
asociación comercial con Irán,
o el aluvión de terroristas
supuestamente islámicos como
el ISIS creados a la carta para
servir como milicias
mercenarias, nacen de esa
confusión interesada sobre el
manejo del poder.

Hans Morgenthau, el padre del


realismo diplomático
norteamericano, advertía que
una correcta apreciación del
interés nacional exige, entre
otras cosas, no olvidar los
valores, éticos, jurídicos y
políticos. No es una
formulación de corrección
política. Es una advertencia
sobre lo que vuelve cuando no
se actúa de ese modo. Ya lo
estamos viendo.w Copyright
Clarín, 2018

También podría gustarte