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Robert Faurisson

Sobre la dificultad y el
deber de ser veraz
Martin Gray es el autor de un best-seller titulado Au nom de tous les miens (Robert Laffont,1971).
El libre se presenta coma un relato autobiogr‡fico "recogido por Max Gallo" en el que Martin
Gray contaba su vida en el ghetto de Varsovia y como edific— una fortuna operando en el mercado
negro. Explica largamente y con detalles su internamiento en el campo de Treblinka: describe en
particular las c‡maras de gas y su funcionamiento.
DespuŽs de la guerra, superviviente de la masacre, edific— en los USA una nueva fortuna
vendiendo antigŸedades falsas. Se cas—, se instal— en Francia y fue padre de cuatro hijos.
El 3 de Octubre de 1970 su mujer Dina y sus cuatro hijos murieron en un incendio forestal.
Algunos a–os m‡s tarde, a la edad de 55 a–os se cas— con una joven de 17 a–os. Segœn todas las
informaciones disponibles tiene una lujosa propiedad que los telespectadores franceses han tenido
la ocasi—n de ver, el 13 de agosto de 1975, en una emisi—n de "Antenne 2" realizada por Mr.
Jeannesson y precisamente consagrado a Martin Gray.

Estrangulados por nuestras manos


Durante esta emisi—n Martin Gray, mostrando sus manos, dec’a que hab’a ayudado a parir a su
mujer, para sentir en sus manos la vida c‡lida y palpitante de los reciŽn nacidos. En efecto, en
Treblinka -- dec’a Žl -- los alemanes gaseaban hasta los ni–os pero, a veces, en el momento de
vaciar las c‡maras de gas "entre los cuerpos calientes encontramos ni–os aun vivos. Solamente
viv’an esos ni–os apretados contra el cuerpo de la madre. Y -- a–ad’a, tanto en la televisi—n como
en su libro -- "los hemos estrangulado con nuestras propias manos antes de lanzarlos a la fosa"
(Ver edici—n del libro en p‡ginas 186, 211 y 228).

Treblinka y sus c‡maras de gas


Au nom de tous les miens fue traducido al inglŽs con el t’tulo For Those I loved y este fue para
Martin Gray el principio de algunos disgustos.
Se puso en duda la veracidad de su relato. Se comenz— por suponer que hab’a fabricado unas
falsas memorias igual que hab’a fabricado falsas antigŸedades, en ambos casos sin ayuda exterior
y, por supuesto, por dinero.
Es necesario recordar aqu’ que, desde el punto de vista de la verdad hist—rica oficial -- la que fue
establecida en el primer juicio de Nuremberg -- no hab’a existido en Treblinka c‡maras de gas
sino c‡maras de vapor, en nœmero de trece ("steam Chambers") con escalfadores ("boilers")
situados en una c‡mara ("boiler room") pr—xima a un pozo ("well"), conductos de vapor ("pipes")
y con un suelo de tierra cocida, muy resbaladizo cuando estaba mojado. Estas trece c‡maras
estaban repartidas en dos edificios. Todas estas precisiones est‡n contenidas en los documentos de
Nuremberg PS-3311, tomo XXXII, pag 154-158: sexto cargo contra Hans Frank, gobernador de
Polonia.
El James Bond jud’o
El 21 de junio de 1974, el se–or Adam Rutlowski, encargado de investigaciones en el Centre de
Documentation Juive Contemporaine de Par’s me dijo: "Martin Gray es un James Bond jud’o.
Vino a verme ense–‡ndome fotos de su familia, llorando. Tuve piedad par Žl y le di documentos.
Pero ha escrito con Max Gallo, que es un buen historiador, una novela. Yo, por mi parte, no le
quise desmentir cuando un periodista alem‡n quiso una entrevista porque hab’a encontrado cosas
que no cuadraban. ComprŽndame, si el libro no hubiera sido una novela yo habr’a dicho algo.
Steiner ha inventado, pero luego ha atacado a los jud’os y ahora se ha casado con la hija de un
oficial alem‡n".
Adam Rutkowski alud’a al best-seller de Jean-Fran•ois Steiner titulado Treblinka (Fayard, 1966).
Este falsificador hab’a abusado de un gran nœmero de lectores, entre ellos de Simone de Beauvoir
y el profesor Pierre Vidal Naquet, quien le ha consagrado un art’culo en Le Monde de 2 Mayo
1966 y que , en 1981, ha reconocido "haber ca’do en la trampa tendida por Treblinka de Steiner
(Les Juifs, la MŽmoire et le prŽsent, en La Petite Collection Maspero, p. 212, nota 3).
El 8 de Octubre de 1975 el se–or George Wellers, del Centre de Documentation Juive
Contemporaine me confirmaba que Martin Gray jam‡s hab’a podido estar en Treblinka.

La explotaci—n de la credulidad
El golpe de gracia a la leyenda de Martin Gray, testigo de las c‡maras de gas y estrangulador
forzado de ni–os, le fue dado par un periodista brit‡nico de origen hœngaro: Gitta Sereny
Honeyman, autor, por su parte, de Into that Darkness (en traducci—n francesa: Au fond des
tŽn•bres, Deno‘l, 1975).
El 2 de noviembre de 1979, en un largo art’culo del New Statesman titulado "Nazis: las gentes que
blanquean a Hitler", se empleaba a fondo contra los autores revisionistas que negaban la existencia
de las c‡maras de gas. Pero reconoc’a que, sobre el tema de los campos de concentraci—n y
c‡maras de gas, exist’a una explotaci—n de la credulidad general. Hablando del libro de Jean
Michel sobre KZ de Dora escrib’a:
"El problema con libros como este es que son escritos por negros profesionales, procedimiento
especialmente apreciado par los franceses que no tienen ningœn deseo ni capacidad de depender de
la realidad. Son menos las exageraciones que el falso Žnfasis los que los descalifican. Peor aœn son
las falsificaciones parciales o completas como Treblinka de J-F Steiner o Au nom de tous les miens
de Martin Gray. En apariencia el libro de Steiner parece incluso justo: es un hombre de talento y
de convicci—n y es dif’cil ver c—mo se ha podido equivocar en Žste.
Pero lo que a fin de cuentas podr’a ser un putpurri de verdades y mentiras insulta a la vez a los
muertos y a los vivos. Fue necesario retirar de la venta la edici—n francesa original y volver a
publicar el libro cambiando los nombres. El libro de Gray, par su parte, era la obra del negro
("ghostwriter") Max Gallo que hab’a producido tambiŽn Papillon. DespuŽs de una investigaci—n
que he llevado a cabo por cuenta del Sunday Times a prop—sito del libro de Gray, Max Gallo
declar— fr’amente que hizo falta un largo cap’tulo sobre Treblinka parque hac’a falta "algo fuerte"
para atraer a los lecturas. Cuando le dije a Gray , "el autor" , que manifiestamente jam‡s hab’a
estado en Treblinka y que no hab’a podido escapar de all’, finalmente me dijo desesperado "ÀY
que m‡s da?. Lo importante era que Treblinka hab’a existido y era necesario escribir para mostrar
que ciertos jud’os hab’an sido heroicos".
El periodista afirmaba, en su art’culo del New Statesman:
"Es cierto que algunos jud’os han sido hŽroes. Pero las contraverdades tienen siempre importancia
y no s—lo porque es inœtil mentir cuando se dispone de tantas verdades terribles. Cada
falsificaci—n, cada error, es una ventaja para los neonazis".

El esp’ritu critico y la mixtificaci—n


En su prefacio al libro de Martin Gray, Max Gallo escrib’a:
"Uno y otro estamos inquietos. Martin Gray porque la vida lo ha constre–ido a la prudencia; le era
dif’cil hablarme, por pudor, porque no sab’a si con palabras era posible dar la imagen de lo que
hab’a sido su lucha, su desgracia y las razones para sobrevivir aun".
Mas all‡ Max Gallo afirmaba:
"Le he cuestionado, le he registrado, le he observado; he verificado y he escuchado la voz, he
medido en su carne la barbarie de nuestro salvaje siglo, que ha inventado Treblinka".
Para terminar, Max Gallo habla de la "emoci—n" y de la "lecci—n" que ha supuesto para Žl
encontrar en Martin Gray "a un hombre verdadero". Haciendo esto testimoniaba menos
perspicacia que un periodista de Le Monde que firmaba con las siglas M.E. y que, tras ver la
emisi—n de TV en la que apareci— Martin Gray mostrando sus manos y exclamando: "Y decir que
con estas manos he estrangulado a bebes para que no fueran enterrados vivos!", hab’a escrito sin
dudarlo un art’culo titulado "Comedias macabras" donde dec’a: "Adi—s al esp’ritu cr’tico..." (Cf Le
Monde, 15 agosto 1975, pag 14).

Intoxicaci—n o desinformaci—n
Ser’a injusto agraviar a los telespectadores franceses en su credulidad as’ coma en su
complacencia gracias a un antinazismo de sex-shop. La radio y la televisi—n francesa vierten sobre
el consumidor tantas mentiras y tantas inmundicias par cuenta de los nazis que Žstos ya no son
considerados seres humanos sino monstruos dignos de todo punto de ser perseguidos por la
justicia vengativa hasta el fin de los tiempos.
Los medios de comunicaci—n franceses toman modelo, en este punto, del escritor inglŽs Orwell
quien en 1984 hablaba de cuartos de hora de odio organizados. Pero aqu’ se trata de jornadas
enteras de ataque constante contra el nazismo por cuenta de un Bousquet, de un Leguay, de un
Papon, de un Barbie, de un Touvier. Basta con mirar el art’culo firmado par M.B.R. aparecido en
Le Monde del 5 mayo 1983, pag 14, donde, bajo el t’tulo "Avant-premi•re judiciaire de l'affaire
Papon", el redactor reœne con toda tranquilidad las frases injuriosas y llenas de odio de Gilles
Perrault.
As’ se da libre paso al concurso general de odio. Se mata (1), se mutila (2), se riega con vitriolo
(3) y la justicia francesa no tiene nada que decir. Los manuales de historia est‡n plagados de
mentiras y de silencios.
Los opœsculos de un Christian Bernadac dan el tono. Los "mayores historiadores" inventan f‡bulas
impunemente y este fen—meno se da hasta en Tesis de Doctorado defendidas 37 a–os despuŽs de la
guerra.
El ejemplo del profesor de Historia Marcel Ruby es esclarecedor: Este pol’tico, desdoblado en
historiador, ha sostenido, el 15 de enero de 1979, ante un tribunal compuesto por RenŽ Remond y
Garden, profesor de la Universidad de Lyon-2, una tesis titulada La RŽsistance ˆ Lyon (editada par
L Hermes, Lyon). En su segundo tomo, pag 982, el autor habla de la Depuraci—n. Y afirma: "solo
una mujer fue ejecutada: la criminal que hab’a vendido a la Gestapo 22 bebes jud’os. Los
alemanes la pagaban 500 francos por cada uno antes de matarlos inyect‡ndoles bencina". Este
hecho que causa estupefacci—n, digne desde todos los puntos de vista del mito de los ni–os belgas
con las manos cortadas por los "feroces" ulanos de la I Guerra Mundial, es fr’amente rese–ado
como una verdad evidente: ni una sola nota, ni una identificaci—n de fuentes, ni una referencia, ni
un solo nombre aportado y por ningœn lado se ve la sombre de una prueba o demostraci—n. ÀPara
quŽ se iban a molestar los aspirantes a doctor?, despuŽs de todo ÀquŽ miembro del jurado osar’a
pedirles que tama–as acusaciones fuesen acompa–adas de pruebas?. Incluso un historiador famoso
y reputado honesto como Remond ha o’do esta acusaci—n sin pedir ninguna verificaci—n.
***
Max Gallo no se ha limitado a recoger las "confesiones" de Martin Gray. No parece m‡s
cuidadoso de las cifras y de la realidad cuando habla sobre Auschwitz. L’rico de la supercher’a,
parece haber batido todos los rŽcords en la estimaci—n sobre el nœmero de los muertos: hasta los
polacos y los soviŽticos han sido batidos ampliamente... para Gallo hubo en Auschwitz... 5
millones de muertos (L'Express,16 de junio 1975, pag 70). Ahora bien, la cifra real oscila en torno
a los 50.000 muertos, en un periodo de 5 a–os (4) y para toda la extensi—n del inmenso territorio
ocupado por Auschwitz y sus cuarenta campos subordinados.
La cifra de 50.000 basta, Àno es as’?

NOTAS
1- Asesinato de Fran•ois Duprat.
2- Linchamiento de Marc Fredicksen.
3- "Vitriolage" de Michael Caignet.
4 - El Servicio internacional de Bœsquedas, de Arolsen, dependiente de la Cruz Roja Internacional
las estima en 60.000 (comunicaci—n de M. Coquatrix). El servicio de Arolsen toma siempre la
precauci—n de afirmar que las cifras pueden ser revisadas y admiten impl’citamente los
gaseamientos aunque tampoco aporta ni hechos ni cifras.

Publicado en Revisi—n, Alicante, No 2, abril 1985, p‡g. 92-95.


Fuente: Sur la difficultŽ et le devoir d'•tre vrai... RŽflexions ˆ propos de Max Gallo, Martin Gray
et de quelques autres, 24 mars 1983, in Ecrits rŽvisionnistes, vol. I, p. 375-380. [Ce texte, non
signŽ, amputŽ de son dernier paragraphe, figure dans la brochure intitulŽe L'Affaire Papie-Barbon
et l'arr•t du 26 avril 1983. Contribution ˆ la jurisprudence fran•aise au concept de gŽnocide,
signŽe "Le Citoyen", coll. Les Petits SupplŽments, ŽditŽs par La Vieille Taupe, Par’s, en aožt
1983.]

La direcci—n electr—nica de este documento es:


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ROBERT FAURISSON
Introducci—n (fragmento, pp. XLIV a LV)
LAS ORGANIZACIONES JUDêAS
IMPONEN LA FE EN EL
"HOLOCAUSTO"
Como se ver‡, mi libro toca poco la "cuesti—n jud’a".
Si durante tantos a–os, he seguido investigando en la historia encarnizadamente y sin preocuparme
mucho de la "cuesti—n jud’a" como tal, es que, en mi opini—n, esta no ten’a m‡s que una
importancia secundaria, y me pod’a desviar de lo esencial: yo buscaba, antes que nada, determinar
la parte que le correspond’a a la verdad y al mito en la historia llamada del "Holocausto" o de la
Shoah; mucho m‡s me interesaba restablecer la materialidad de los hechos que no buscar las
responsabilidades.
Sin embargo, muy a pesar m’o, dos hechos me obligar’an a salir de mi reserva: la actitud de
numerosos jud’os hacia mis labores y su insistencia amenazante sobre eso que apasiona a tantos
entre ellos : "la cuesti—n jud’a".
A principios de los a–os sesenta, cuando abordŽ lo que Olga Wormser-Migot iba a llamar, en su
tesis de 1968, "el problema de las c‡maras de gas", de antemano supe las consecuencias que pod’a
entra–ar semejante empresa. El ejemplo de P. Rassinier me advert’a que pod’a temer graves
repercusiones. Pero decid’ seguir adelante, ce–irme a una investigaci—n de car‡cter puramente
hist—rico y publicar el resultado. Eleg’a adem‡s dejarle al adversario eventual la responsabilidad
de salir del terreno de la controversia universitaria para emplear los recursos de la coerci—n y tal
vez la violencia f’sica.
Esto fue precisamente lo que ocurri—. Utilizando una comparaci—n, podr’a decir que de alguna
manera la fr‡gil puerta del despacho en que redactaba mis escritos revisionistas cedi—, un d’a,
sœbitamente, bajo la presi—n de una muchedumbre vociferante de protestararios. No me qued— m‡s
remedio que constatar que la totalidad o cuasi totalidad de los encandilados eran hijos e hijas de
Israel. "Los jud’os" acababan de irrumpir en mi vida. Los descubr’a de pronto no tales como los
hab’a conocido hasta entonces, es decir como individuos distintos unos de otros, sino como
elementos imposibles de desprender unos de otros, un grupo unido por el odio, y por usar el
tŽrmino que prefieren, la "c—lera". FrenŽticos, echando espuma por la boca, en tono que
combinaba el gemido y la amenaza, me ven’an a gritar que mis trabajos los erizaban, que mis
conclusiones eran falsas y que ten’a que rendir pleites’a a su propia concepci—n de la historia de la
segunda guerra mundial. Esta interpretaci—n kosher coloca a "los jud’os" en el centro de esa guerra
en tanto que v’ctimas inconfundibles de un conflicto que no dej— de causar unos cuarenta millones
de muertos. Segœn ellos, su masacre era algo œnico en la historia del mundo. Se me avisaba de que
a no ser que me sometiera me arruinar’an la carrera universitaria. Y de que me llevar’an a los
tribunales. DespuŽs, por la v’a medi‡tica el gran Sanedr’n, formado por los sacerdotes, notables y
doctores de la ley jud’a, lanz— contra mi persona una virulenta campa–a de llamados al odio y a la
violencia. No harŽ aqu’ el recuento de la sarta interminable de afrentas, agresiones f’sicas y
procesos judiciales que me toc— padecer.
Los responsables de estas asociaciones me tratan a menudo de "nazi", cosa que no soy. M‡s bien,
soy, en mi relaci—n con ellas, un "palestino", tratado como tal e inclinado a creer que los dirigentes
jud’os en la di‡spora tratan a los que les caen mal como lo hacen a ojos del mundo entero en
Palestina. Si se quiere mis escritos son las piedras de mi Intifada. Y francamente no descubro
diferencia esencial entre la conducta de los responsables sionistas en Tel Aviv o JerusalŽn y la de
los responsables jud’os de Par’s o Nueva York : la misma dureza, el mismo esp’ritu de conquista y
de dominaci—n, los mismos privilegios, sobre un fondo incesante de chantaje, de presiones
acompa–adas con quejas y gemidos. Esto en cuanto a la dimensi—n espacial. ÀAcaso sucede algo
distinto en el tiempo ? El pueblo jud’o acaso fue tan desdichado en los siglos pasados como lo
pretende ? À Sufri— tantas guerras y guerras civiles como los dem‡s pueblos? À Tantas miserias y
congojas padeci—? Y À no tuvo verdaderamente ninguna responsabilidad en las reacciones de
hostilidad de las que tanto se queja ? Sobre ese punto, escribe Bernard Lazare :
"Si esta hostilidad, esta repugnancia incluso, no se hubieran ejercido en contra de los jud’os m‡s
que en un pa’s y en una Žpoca determinada, ser’a f‡cil distinguir las causas estrictas de estos brotes
de ira; pero por el contrario, esta raza ha tenido que enfrentarse al odio de todos los pueblos entre
los cuales se acomod—. Es preciso suponer, ya que los enemigos de los jud’os pertenec’an a las
razas m‡s diversas, y viv’an en regiones muy alejadas unas de otras, se reg’an por leyes diferentes,
se gobernaban segœn principios opuestos, no ten’an ni las mismas costumbres, estaban animados
por mentalidades dis’miles que no les permit’a juzgar igualmente sobre cualquier cosa, es preciso
pues que las causas generales del antisemitismo radiquen desde siempre en Israel mismo y no
entre los que los combatieron." (1)
Con esto no se trata de afirmar que los perseguidores de los israelitas ten’an el derecho de su parte,
ni de negar que se cometieron todos los excesos que entra–an los odios vivos, pero s’ de postular
que los jud’os han causado, parcialmente al menos, sus males.
Bernard Lazare que no siente enemistad alguna por sus correligionarios, --todo lo contrario-- tiene
la franqueza de recordar en varias oportunidades cu‡nto han sabido a lo largo de su historia, desde
la AntigŸedad, adquirir privilegios : "[Muchos] entre la gente pobre eran atra’dos por los
privilegios concedidos a los jud’os." (2)
En mi cualidad de antiguo latinista, reo perseguido ante los tribunales por organizaciones jud’as,
profesor de universidad impedido de dar sus clases por causa de manifestaciones de
organizaciones jud’as y, por fin, autor prohibido por causa de las decisiones del gran rabinato
avaladas por la Repœblica francesa, a veces me da por confrontar mis experiencias con las de
ilustres predecesores. Es as’ como recuerdo al arist—crata romano Lucio Flaco. En el a–o 59 antes
de nuestra era, le toc— a Cicer—n defenderlo en particular contra sus acusadores jud’os: la
descripci—n que hace el ilustre orador de la influencia, del poder y de los procedimientos de los
jud’os de Roma en el tribunal me dan a pensar que, si volviera a este mundo, en el siglo XX para
defender a un revisionista, pr‡cticamente no tendr’a que cambiar una palabra sobre este punto en
su defensa del Pro Flaco.
Como he impartido clases en la Sorbona, tambiŽn me acuerdo de mi predecesor Henri Labroue,
autor de un libro sobre Voltaire antijud’o. A finales del a–o 1942, en plena ocupaci—n alemana, en
una Žpoca en la que nos quieren hacer creer que los jud’os y sus defensores se hac’an lo m‡s
discretos posibles, tuvo que renunciar a impartir sus clases sobre historia del juda’smo. Citemos a
AndrŽ Kaspi : "Una c‡tedra de historia del juda’smo fue creada en la Sorbona para el a–o escolar
de 1942-43 y confiada a Henri Labroue. Las primeras lecciones dieron lugar a manifestaciones
hostiles e incidentes que acarrearon la supresi—n del curso." (3)
Pero hoy en d’a sin falta ser’an llevados a los tribunales, por demanda de asociaciones jud’as,
decenas de grandes nombres de la literatura mundial entre los cuales Shakespeare, Voltaire, V’ctor
Hugo, as’ como Emilio Zola (el defensor de Dreyfus tambiŽn escribi— la novela El dinero). Entre
los grandes nombres de la pol’tica, incluso Jaur•s estar’a entre los acusados.
Semejantes reflexiones podr’an valerme el ep’teto de antisemita o antijud’o. Recuso estos
calificativos que considero insultos f‡ciles. No le deseo ningœn da–o a ningœn jud’o. En cambio,
encuentro detestable la manera de actuar de la mayor’a de las asociaciones, organizaciones y
grupos de presi—n que pretenden representar los intereses jud’os o la "memoria jud’a".
A los responsables de estas asociaciones, organizaciones o grupos no les cabe en la mente que uno
pueda actuar por simple honestidad intelectual. Si, en lo que a m’ respeta, he dedicado buena parte
de mi vida al revisionismo, primero , en el terreno de los estudios literarios, luego en el de la
investigaci—n hist—rica, no es a ra’z de odiosos c‡lculos o por servir en un complot antijud’o, sino
por un movimiento tan natural como el que hace que el ave cante, que crezca la hoja, y que, en las
tinieblas, el hombre aspire a la luz.

RESISTENCIA NATURAL DE LA CIENCIA HISTîRICA A ESTE


CREDO
Como algunos otros revisionistas, yo hubiera podido hacer efectiva mi rendici—n, hacer acto de
arrepentimiento, retractarme; otra escapatoria hubiera podido ser armar complejas y retorcidas
estratagemas. Pero decid’, desde los a–os setenta, resistir dando la cara y a plena luz, y me
compromet’ conmigo mismo a no entrar en el juego del adversario. Resolv’ no cambiar nada en mi
propia conducta y dejar a los histŽricos azuzarse cada d’a m‡s. Entre los jud’os, s—lo atender’a a
aquellos, de especial valor, que se atrever’an a salir en defensa m’a por lo menos durante una
temporada. (4)
Las organizaciones jud’as en su conjunto tratan de antisemitas a todo el que no adopta su propia
concepci—n de la historia de la segunda guerra mundial. Se les puede comprender ya que el llegar
a decir, como estoy haciŽndolo aqu’, que ellas est‡n entre los principales responsables de la
difusi—n de un mito gigantesco, tiene las apariencias de una opini—n derivada del antisemitismo.
Pero en realidad no hago m‡s que sacar las conclusiones evidentes de una encuesta hist—rica que
debe ser, segœn toda verosimilitud, de lo m‡s seria ya que ningœn tribunal ha podido detectar --ni
siquiera con las pesquisas afiebradas de la acusaci—n-- la menor huella de ligereza, de negligencia,
de ignorancia deliberada o de mentira.
Adem‡s no encuentro motivo para demostrar el menor respeto a grupos de personas que no
manifestaron el m‡s m’nimo respeto por mis investigaciones, mis publicaciones, mi vida personal,
familiar o profesional. Ni ataco ni critico a estos grupos por sus convicciones religiosas o su afecto
por el Estado de Israel. Todos los grupos humanos se alimentan con fantasmagor’as. Cada cual es
libre, por consiguiente, de brindarse a s’ mismo una representaci—n m‡s o menos real o m‡s o
menos imaginaria, de su historia. Pero esta representaci—n es lo que no se debe imponer a los
dem‡s. Y las organizaciones jud’as nos imponen la suya, lo cual es en s’ inaceptable y lo es tanto
m‡s por cuanto esta representaci—n es obviamente err—nea. Y no conozco en Francia otro grupo
que haya logrado convertir un art’culo de fe de su religi—n (la de la Shoah) en art’culo de la ley
republicana; ni otro grupo que se valga del privilegio exorbitante de poseer milicias armadas con
el consentimiento del ministerio del Interior; ni otro grupo por fin, que pueda decretar que los
universitarios que les caen mal ya no tendr‡n derecho a ense–ar su materia en Francia o en el
extranjero (vŽase, entre otros, el caso Bernard Notin).

POR UN REVISIONISMO SIN COMPLEJO


Los revisionistas no conocen en realidad ni amo ni disc’pulo. Forman una tropa heterogŽnea. No
gustan de organizarse, lo que representa tantos inconvenientes como ventajas. El individualismo
les hace ineptos para la acci—n concertada; por otro lado los servicios de polic’a demuestran ser
incapaces de penetrar y vigilar un conjunto tan inconexo; no pueden reconstituir una red porque
precisamente no existe red revisionista alguna. Son individuos que se sienten libres de improvisar,
cada uno segœn sus aptitudes o sus gustos, una actividad revisionista que tomar‡ las formas m‡s
diversas. La calidad de los trabajos emprendidos padece de esta situaci—n, y hay que reconocer que
el resultado es desigual. Desde este punto de vista, se puede decir que queda mucho por hacer
todav’a. El simple aficionado se codea con el erudito, el hombre de acci—n, el rebuscador de
archivos. No he de dar nombres aqu’ para no catalogar a cada cual. (5)
En cuanto a la manera de librar el combate revisionista, por supuesto los revisionistas se dividen
entre partidarios y adversarios de una especie de realismo pol’tico. La mayor’a considera que,
frente a la potencia del tabœ, lo mejor es proceder de manera oblicua y no encarar brutalmente a
los secuaces de la ortodoxia. Para esos revisionistas, es torpe e imprudente, por ejemplo, ponerse a
decir que el "Holocausto" es un mito; ser’a mejor, segœn ellos, insinuar que el "Holocausto s’ se
dio, pero no hasta el grado que comœnmente se supone". Prendados de estrategia o de t‡cticas,
tales revisionistas procurar‡n cuidar las susceptibilidades jud’as y son los que van a sugerir,
err—neamente, que la parte legendaria del "Holocausto" se le debe achacar principalmente a los
comunistas o a los aliados pero no a los jud’os, mejor dicho, apenas a Žstos. Incluso se dan casos
de principiantes en el revisionismo que practican la enga–osa confusi—n de presentar a los jud’os
como v’ctimas de una especie de creencia universal err—nea, en la misma medida que los dem‡s.
Se habr’an encontrado obligados los jud’os, de alguna manera por una fuerza inmanente, a creer en
el genocidio y en las c‡maras de gas a la vez que la misma supuesta fuerza les llevaba a reclamar
m‡s y m‡s dinero por reparaci—n de sufrimientos ficticios. (6) P‡sese algœn jud’o errante al campo
revisionista, se le festejar‡ como al m‡s genuino genio del revisionismo. Si retoma a su cuenta,
con torpeza, los descubrimientos de sus predecesores no jud’os acerca de Auschwitz, se le
saludar‡ al reciŽn convertido como un faro del pensamiento cient’fico.
Acepto algunas formas de este realismo pol’tico pero con la condici—n de que no conlleve
arrogancia. No hay ninguna superioridad, intelectual o moral, en pensar que el fin justifica los
medios y consentir que a veces conviene tomarle prestadas al enemigo las armas del disimulo y la
mentira. Ahora bien, a m’ personalmente, me agrada m‡s un revisionismo sin complejos ni
muchos compromisos. Decl‡rese el color. M‡rchese derecho hacia el blanco. Solo, si es preciso.
Sin preocuparse del adversario. Adem‡s una largu’sima experiencia del combate revisionista me
hace pensar que la mejor estrategia y la mejor t‡ctica pueden consistir en una sucesi—n de ataques
frontales; el contrincante no se la esperaba; nunca se imagin— que se tendr’a la audacia de
desafiarlo as’; descubre que ya no da miedo; se desconcierta.

UN CONFLICTO SIN FIN


Cien veces los revisionistas han propuesto a sus adversarios un debate pœblico sobre el genocidio,
las c‡maras de gas y los seis millones. Las organizaciones jud’as siempre se han retra’do ante esta
propuesta. Ya se ha comprobado que no la aceptar‡n. Por lo menos la iglesia cat—lica admite una
forma de di‡logo con los ateos, pero la sinagoga no olvidar‡ la ofensa que se le ha hecho (7) y no
se resolver‡ jam‡s a correr el riesgo de semejante di‡logo con los revisionistas. Adem‡s, hay
demasiados intereses pol’ticos, financieros y morales en juego para que, por su lado, los
responsables del Estado de Israel o de la Di‡spora acepten entablar semejante debate sobre la
versi—n kosher de la historia de la segunda guerra mundial.
Continuar‡ pues la prueba de fuerza. No le veo fin. El conflicto al que asistimos entre
"exterminacionismo" y "revisionismo" es decir entre una historia oficial, estancada, sagrada, por
un lado, y una historia cr’tica, cient’fica, profana, se inscribe en la lucha sin fin que se entabla en
las sociedades humanas desde milenios atr‡s, entre la fe y la raz—n o la creencia y la ciencia. La fe
en el "holocausto" o Shoah forma parte integral de una religi—n, la religi—n hebraica de la cual,
mir‡ndolo bien, las creencias del "Holocausto" no son m‡s que una emanaci—n. Nunca se ha visto
que una religi—n se derrumbe bajo los golpes de la raz—n. No ha de desaparecer de la noche a la
ma–ana la religi—n jud’a con uno de sus componentes m‡s activos. Segœn las interpretaciones
vigentes, se trata de una religi—n con mil quinientos a–os de edad, o tres mil, o cuatro mil a–os. No
hay porquŽ imaginar que los hombres del a–o 2000 tengan el privilegio de presenciar en directo el
naufragio de una religi—n tan antigua.
TambiŽn se oye decir a veces que el mito del "Holocausto" o de la Shoah podr’a borrarse un d’a
como se desplom— hace poco el comunismo estaliniano o como se hundir‡n un d’a el mito sionista
y el Estado de Israel. Esto es comparar lo que no es comparable. Comunismo y sionismo
descansan sobre bases fr‡giles: los dos presuponen en el ser humano altas aspiraciones que son
ampliamente ilusorias: el desinterŽs generalizado, la repartici—n igualitaria entre todos, el sentido
del sacrificio, el trabajo en provecho de todos; sus emblemas son, en un caso, la hoz, el martillo y
el koljoz, y en el otro la espada, el arado y el kibutz. La religi—n jud’a, bajo la indumentaria
estramb—tica de la masora o del pilpul, no se detiene en las nubes : apunta hacia abajo para
apuntalar el golpe exacto; apuesta a lo real; bajo el manto de las extravagancias talmœdicas y de
prestidigitaciones intelectuales o verbales, se nota que est‡ vinculada por encima de todo con el
dinero, el rey d—lar, el becerro de oro y las delicias de la sociedad de consumo. ÀQuiŽn puede creer
que estos valores perder‡n algo de su poder’o en un futuro pr—ximo? Y, adem‡s, c—mo la
desaparici—n del Estado de Israel podr’a acarrear nefastas consecuencias para el mito del
"Holocausto"? Al contrario, millones de jud’os, obligados a correr o a regresar a los pa’ses ricos
de Occidente, no dejar’an de clamar ante el "segundo holocausto" y ya estar’an nuevamente y con
mayor estruendo, acusando al mundo entero de esta nueva prueba impuesta al pueblo jud’o, al cual
convendr’a "indemnizar" una vez m‡s.
Por fin -- y esto harto se nota con los relatos del "holocausto" -- la religi—n jud’a est‡ anclada en lo
que tal vez sea lo m‡s profundo en el ser humano : el miedo. Ah’ radica su fuerza. Ah’ radica la
clave de su probable duraci—n a pesar de todos los contratiempos y golpes asestados a los mitos
por el revisionismo hist—rico. Mientras especulen con el miedo, los religiosos jud’os siempre
saldr‡n ganando.
Me suscribo a la constataci—n del soci—logo e historiador Serge Thion (8) : "el revisionismo
hist—rico, que ha ganado todas las batallas intelectuales desde hace veinticinco a–os, cada d’a va
perdiendo la batalla ideol—gica. El revisionismo choca con lo irracional, contra un pensamiento
cuasi religioso, la negativa a tomar en cuenta lo que proceda de un polo no jud’o; estamos en
presencia de una especie de teolog’a laica de la cual Elie Wiesel es el gran sacerdote internacional
consagrado por la atribuci—n del premio Nobel".

EL PORVENIR ENTRE REPRESIîN E INTERNET


Los reciŽn llegados al revisionismo no deber‡n hacerse ilusiones. Ardua de veras ser‡ la tarea.
ÀAcaso menos de lo que fue para Paul Rassinier y sus sucesores m‡s directos? À Acaso ser‡ menos
feroz la represi—n?
Personalmente lo dudo. Tal vez el cambio de los equilibrios pol’ticos en el mundo y las tŽcnicas
de comunicaci—n les den a las minor’as la oportunidad de hacerse o’r mejor que en un pasado
reciente. Gracias a Internet, para los revisionistas la censura tal vez sea m‡s f‡cil de burlar, y es de
suponer que las fuentes de informaci—n hist—rica se volver‡n m‡s asequibles.
Esto no quita que en este fin de siglo y de milenio el hombre est‡ llamado a vivir la extra–a
experiencia de un mundo en que libros, peri—dicos, radios y cadenas de televisi—n est‡n m‡s que
nunca controlados por el poder del dinero o por la polic’a del pensamiento mientras que,
paralelamente, se desarrollan, a gran velocidad, nuevos medios de comunicaci—n que escapan en
parte al control. Parecer’a un mundo de dos caras : una se estanca y envejece, la otra tiene la
desfachatez de la juventud y mira hacia el porvenir. Se observa el mismo contraste en la
investigaci—n hist—rica, la que vigila la polic’a del pensamiento en todo caso: por un lado los
historiadores oficiales, que multiplican las obras sobre el "Holocausto" o la Shoah, se encierran en
el terreno de la creencia religiosa o del raciocinio a puertas cerradas mientras que, por otra parte,
algunos cerebros independientes se esfuerzan por acatar solamente los preceptos de la raz—n y la
ciencia; gracias a estos œltimos, la libre investigaci—n hist—rica muestra una impresionante
vitalidad, especialmente en Internet.
Los partidarios de una historia oficial protegida y garantizada por la ley estar‡n condenados para
siempre a encontrar frente a ellos los contestatarios de una verdad de oficio. Los unos tienen el
producto de la edad, el poder y el dinero; los otros un porvenir verdadero.

RECRUDECE LA REPRESIîN
Hay un punto sobre el cual el presente libro puede aportar tanta informaci—n a los revisionistas
como a los anti-revisionistas: es el de la represi—n que padecen los primeros por culpa de los
segundos.
Cada revisionista recibe sus buenas palizas y sabe lo que le est‡ costando expresarse sobre un
tema tabœ; pero no siempre tiene conciencia de lo que a la misma hora padecen sus semejantes en
otros pa’ses. En cuanto a los anti-revisionistas, suelen minimizar sistem‡ticamente la amplitud de
sus actos represivos; s—lo les duelen sus propios tormentos, comparables a los de Torquemada y de
los Grandes Inquisidores: necesitan golpear, golpear siempre; se les cansa el brazo, se acalambran,
sufren, gimen; encuentran que si a alguien hay que compadecer, es a los verdugos; se tapan ojos y
o’dos para evitar ver y o’r a todas sus v’ctimas. A veces incluso se sorprenden, tal vez de buena fe,
cuando se les presenta la lista de los revisionistas a los que lograron destruir en su vida personal,
familiar o profesional, arruinar con multas y encerrar en la c‡rcel, herir de gravedad, vitriolar,
matar, empujar al suicidio, mientras que a la inversa no se podr’a alegar un solo caso en que un
revisionista le haya tocado un solo pelo a uno de sus adversarios.
Hay que decir que la prensa procura disimular lo m‡s posible los efectos de esta represi—n
generalizada. En Francia, el diario Le Monde tiene la particularidad de silenciar ciertos horrores
que hubieran levantado desfiles de protesta y manifestaciones de todo tipo en el mundo entero si
jud’os anti-revisionistas al estilo de Vidal-Naquet hubieran sido las v’ctimas.
A lo sumo, lo mejor que se puede esperar de los ap—stoles de la Shoah ser‡ una advertencia contra
los excesos del anti-revisionismo que podr’an da–ar la imagen de los jud’os y la causa sagrada de
la Shoah.
En la oleada de las ultim’simas medidas de represi—n contra los revisionistas mencionaremos en
Francia la revocaci—n para la Educaci—n Nacional de Michel Adam, profesor de historia y
geograf’a en un colegio secundario en Breta–a; con cincuenta y siete a–os, y cinco hijos que criar,
se encuentra privado de cualquier recurso o indemnizaci—n. En cuanto a Vincent Reynouard,
profesor revocado tambiŽn, el tribunal de Saint-Nazaire le acaba de condenar el 10 de noviembre
de 1998 a tres meses de prisi—n m‡s diez mil francos de multa por la difusi—n del Informe Rudolf;
con veintinueve a–os, padre de tres hijos peque–os, se halla sin recursos as’ como su esposa. En
Francia igualmente, est‡ el caso del pastor protestante Roger Parmentier, excluido del Partido
Socialista por haber apoyado ante un tribunal a Roger Garaudy mientras Jean-Marie Le Pen est‡
siendo procesado, en Francia y en Alemania, por una declaraci—n anodina sobre "el detalle" de las
c‡maras de gas. (9)
En Barcelona, el 16 de noviembre, por demanda del Centro Simon Wiesenthal, SOS Racismo-
Espa–a, las dos comunidades israelitas de la ciudad y el movimiento jud’o liberal espa–ol, el
librero Pedro V‡rela ha sido condenado a cinco a–os de prisi—n por "negaci—n del Holocausto" e
"incitaci—n al odio racial" por escrito. TambiŽn se le ha condenado a una multa de treinta mil
francos y pesados gastos de justicia. Los 20.972 libros y cientos de cassettes que componen el
fondo de su librer’a ser‡n destruidos... por el fuego. Su librer’a hab’a sido objeto de atentados e
incendios; varias veces lo hab’an agredido a Žl y a la empleada. Y se dice que ahora el Centro
Sim—n Wiesenthal estar’a intentando obtener la anulaci—n del doctorado concedido a Pedro V‡rela
hace m‡s de diez a–os. (10)
En Alemania, se secuestran y se queman cada d’a m‡s escritos revisionistas. Gary Lauck
(ciudadano norteamericano extraditado por Dinamarca hacia Alemania), Gunther Deckert y Udo
Walendy siguen presos y se van a sentir dichosos si no se les prolonga la prisi—n bajo cualquier
pretexto [Lauck ha sido liberado en 1999, despuŽs de cumplir hasta el œltimo d’a de su condena.
N. del t.]. Erhard Kemper, de Munster, despuŽs de un a–o de prisi—n y amenazado con nuevas
penas largas que lo mantendr’a preso posiblemente hasta el fin de sus d’as, ha tenido que
refugiarse en la clandestinidad. Otros alemanes o austr’acos viven exiliados.
En Canad‡, el calvario de Ernst ZŸndel y sus amigos sigue, ante uno de esos tribunales ad hoc,
llamados "comisiones de derechos humanos", en que se ven pisoteados los derechos normales de
la defensa; por ejemplo, all’ est‡ prohibido demostrar que lo que uno ha escrito corresponde a una
verdad comprobable; a estas comisiones no les interesa la verdad; lo œnico que les interesa es
Ásaber si lo que est‡ escrito lastima a algunos! Otras comisiones especiales vinculadas con el
Intelligence Service de Canad‡ toman sus decisiones a puertas cerradas y sobre la base de
expedientes no comunicados a los interesados, en caso de que sean revisionistas. En 1999, Ottawa
adoptar‡ una ley anti-revisionista que autorizar‡ a la polic’a a secuestrar en domicilios privados
cualquier libro o material que pueda propagar el revisionismo, segœn la polic’a misma; esta misma
ley estipular‡ que los tribunales alinear‡n su pr‡ctica sobre la de las comisiones ad hoc y ya no le
permitir‡n al acusado defenderse invocando la verdad de lo que escribe. (11)
En el mundo entero las asociaciones jud’as multiplican iniciativas con vistas a la adopci—n de una
ley anti-revisionista espec’fica. Hace poco, en ocasi—n de una conferencia reunida en Sal—nica, la
Asociaci—n internacional de abogados y juristas jud’os ha reclamado la instauraci—n de semejante
ley en Grecia y ha dado a conocer que organizar’a conferencias idŽnticas en m‡s de veinte pa’ses
m‡s. (12)

EL DEBER DE RESISTENCIA
Cualesquiera puedan ser las tempestades y vicisitudes presentes o venideras, el historiador
revisionista debe mantener el rumbo. Al culto de una memoria tribal fundada sobre el miedo, la
venganza y el lucro, le sobrepondr‡ la bœsqueda obstinada de la exactitud. De esta manera, sin
quererlo siquiera, le rendir‡ la debida justicia a todos los sufrimientos de todas las v’ctimas de la
segunda guerra mundial. Y desde ese punto de vista, Žl ser‡ quien evite cualquier discriminaci—n
por la raza, la religi—n, la comunidad. Por encima de todo, rechazar‡ la impostura suprema con la
que culmin— el conflicto : el proceso de Nuremberg, el de Tokio y mil otros juicios de la
postguerra en oportunidad de los cuales hoy en d’a aœn, sin tener que rendir la menor cuenta de sus
propios cr’menes, el vencedor se atribuye el derecho de perseguir y condenar al vencido.
En contra de la visi—n rom‡ntica de Chateaubriand, al historiador no le corresponde "la venganza
de los pueblos", ni mucho menos la venganza de un pueblo que se pretende elegido por Dios.
Sobre cualquier tema, el historiador en general y el historiador revisionista en particular no tienen
otra misi—n que la de comprobar si es exacto lo que se dice. Se trata de una misi—n elemental,
evidente pero -- por lo que ense–a la experiencia -- peligrosa.
NOTAS
(1)Bernard Lazare, El antisemitismo ... primera p‡gina del cap’tulo primero
(2)id., p. 27
(3)A. Kaspi, Los jud’os durante la Ocupaci—n, p. 109, n.27.
(4) A veces he o’do decir que puede costarle m‡s caro a un jud’o que a un no jud’o el profesar el
revisionismo. Los hechos desmienten este aserto. Ningœn jud’o ha sido condenado judicialmente
por revisionismo, ni siguiera Roger-Guy Dommergue (Polacco de Menasce) quien desde hace
a–os, multiplica los escritos m‡s vehementes sobre lo que llama las mentiras de sus "congŽneres".
Hasta ahora no se han atrevido a aplicarle la ley Pleven (1972) ni la ley Fabius-Gayssot (1990).
Conviene no obstante recordar el caso el joven revisionista americano David Cole que muestra
hasta quŽ grado de violencia algunas organizaciones jud’as pueden acudir a fin de callar a los
jud’os que han tomado partido por la causa revisionista.
(5) Un investigador independiente que no pretende ser revisionista puede indirectamente aportarle
mucho al revisionismo simplemente por la calidad de su trabajo. Solamente darŽ el nombre de
Jean Plantin, responsable de una publicaci—n cuyo t’tulo de por s’ indica el car‡cter erudito :
Akribeia -- que es como se llama esta publicaci—n bianual -- significa "exactitud", "cuidado
minucioso", que ha dado al francŽs la palabra "acribie" (cualidad del erudito que trabaja con un
cuidado extremo). AKRIBEIA, 45/3 route de Vourles, 69230 Saint Genis Laval. [En espa–ol:
"cribar : Limpiar una cosa no material de impurezas o cosas no estimables". Akribeia ha empezado
a publicar las investigaciones de Enrique Aynat].
(6)VŽase el pertinente an‡lisis de Guillermo Coletti "The Taming of Holocaust Revisionismo"
[Amaestrando el revisionismo del Holocausto].
(7)"El olvidar no es nuestra virtud principal" (dijo el presidente del Consistorio de Toulouse,
segœn Le Figaro, 9 de octubre de 12997, p.10).
(8) S. Thion es entre otras cosas autor de una obra revisionista que lleva por t’tulo luminoso Une
allumette sur la banquise [Una cerilla en el banco de hielo]. Aœn si su contenido puede ser
dinamita, un trabajo revisionista tal vez no aporte en definitiva m‡s calor ni claridad que una
cerilla "en la noche polar, sobre el banco de hielo de las ideas congeladas" (p. 90).
(9) [ En Francia el propio Robert Faurisson es el que suma m‡s condenas, en forma de multas
astron—micas. Adem‡s sufri— seis atentados; la revista Le choc du mois, que le hab’a entrevistado
en 1989 a ra’z de una golpiza que le inutiliz— una pierna, y en 1990 en torno a la votaci—n de la ley
Gayssot, tuvo que dejar de aparecer, a ra’z de la elevad’sima multa que le toc— tambiŽn. Le sigue a
Robert Faurisson en el rŽcord de la persecuci—n el editor de "La Vieille Taupe" Pierre Guillaume,
que adem‡s de las agresiones e innumerables multas ha cumplido dos meses de "trabajos de
utilidad pœblica" en el mismo palacio de justicia. Desde la salida del libro de Roger Garaudy,
abundantemente multado tambiŽn, dos libreros han entrado en el ciclo de atentados y procesos
(Librairie du Savoir, 5 rue Malebranche, 75005 Par’s, y Espace Ulysse, 341 rue Georges-Bonnac,
33000 Bordeaux).
(10) Ver "Un librero espa–ol condenado por "apolog’a del genocidio", Le Monde, 19 de
noviembre de 1998, p.3; Emmanuel Ratier, Faits et Documents, 1 de diciembre de 1998, p.12.
(11) Ver "Crackdown on hate materials planned", National Post, 25 de noviembre de 1998.
(12) Ver Athens News, 28 de junio de 1998, p.1.

Robert FAURISSON, "Introducci—n", en Ecrits rŽvisionnistes (Escritos revisionistas) 1974- 1998,


edici—n privada no comercializada, 4 tomos, 1995 p‡ginas, marzo de 1999 (fragmento, pp. XLIV a
LV).
Este texto ha sido presentado en Internet por la secretar’a internacional de la
La direcci—n electr—nica de este documento es:
<http://www.abbc.com/aaargh/espa/RFintro.html>

ÒEL VIEJO TOPOÓ: LA VERDAD QUE SIEMPRE


RENACE
ÀCu‡l es la realidad de los revisionistas ?. El "viejo topo", segœn Carlos Marx, es la verdad, que
siempre vuelve a asomar las narices despuŽs de largos recorridos bajo la tierra. Defendemos el
principio de que la verdad es siempre saludable, y elegimos tributarle nuestro respeto, por mucho
que duela. Si ayudamos a los pueblos a entender en quŽ maremagnum de mentiras se les tiene
ahogados, y si con el desvelamiento de la estafa del siglo XX les ayudamos a verse a s’ mismos y
a levantar la cabeza, Átanto mejor!
Por lo visto, en los œltimos treinta a–os, los supuestos atentados antisemitas cometidos por
supuestos ÔnazysÕ en que resultaron asesinados centenares o miles de inocentes son a menudo
manipulaciones m‡s o menos exitosas de los servicios secretos israel’es. Por ahora, ninguna culpa
tenemos nosotros, ni remotamente, en ninguna explosi—n de sinagoga, de embajada, de avi—n. S—lo
hacemos estallar de rabia a unos cuantos resentidos.
Este texto ha sido presentado en Internet por la secretar’a internacional de la Asociaci—n de
Antiguos Aficionados a los Relatos de Guerra y Holocausto en 1998, con fines puramente
educativos, para alentar la investigaci—n, sobre una base no comercial y para una utilizaci—n
razonable. La direcci—n de la secretar’a es
La direcci—n postal : PO Box 81475, Chicago, IL 60681-0475, EE.UU.
La direcci—n electr—nica de este documento es:
http://www.abbc.com/aaargh/espa/opiniones.html

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