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Composición

Según la lectura que tiene Deleuze (1968, 2006) de Spinoza, al momento en que llega la muerte, se
debe estar seguro de que esta concierne solo a una pequeña parte de uno, lo que es equivalente a
decir que solo concierna a la parte extensiva (orgánica) y no a la parte intensiva (no-orgánica).
Para lograrlo es necesario cultivar, en vida, el “arte de las composiciones” afectivas a través de la
experimentación de la potencia de actuar.

Por otro lado, a partir del arte de las composiciones, y siguiendo con la influencia de Spinoza
respecto al tema de la muerte, se pueden pensar dos tipos de suicidio. Uno en que el individuo es
dominado por pasiones tristes, vale decir, dominado por la ilusión de una incapacidad para poder
seguir viviendo bien o, dicho de manera psicoanalítica, viéndose superado por una pulsión de
muerte. Pero hay otra forma de suicidio en que son causas externas las que llevan a una
imposibilidad real para el individuo para crear nuevas relaciones de composición. De alguna
manera el suicidio del propio Deleuze puede ser pensado como esta segunda forma, en la medida
que la enfermedad pulmonar y el tanque de oxígeno serían como cuerpos externos que actúan
descomponiendo su propio cuerpo, volviéndolo incapaz de preservarse. Así, la muerte de Deleuze
no habría sido un hecho, sino que más bien un acontecimiento compuesto de singularidades. Y,
como dicen Deleuze y Guattari (1991), un concepto haya su consistencia en una composición de
singularidades heterogéneas y simultáneas. Así, por ejemplo, el concepto de un pájaro no está
dado por su género o su especie, sino que por la composición en sus posturas, sus colores y sus
canciones.

Parafraseando a Deleuze (1993), podemos decir que el arte “es un asunto de devenir, siempre
inacabado, siempre llevándose a cabo, y que desborda toda materia vivible o vivida. Es un proceso,
es decir, un pasaje de Vida que atraviesa lo vivible y lo vivido” (p. 11). Y devenir no es alcanzar una
forma (como en la identificación, la imitación, la Mimesis) sino que encontrar una “zona de
proximidad, de indiscernibilidad, o indiferenciación en que un hombre ya no puede ser distinguido
de una mujer, un animal o una molécula: no imprecisos ni generales, sino que imprevistos, no-
preexistentes” (p. 11).

Así, la composición artística es experimentación. “Se trata de producir un sistema de signos que
restituya por su agenciamiento interno el paisaje de una experiencia, es necesario que los relieves,
las líneas de fuerza de ese paisaje induzcan una sintaxis profunda, un modo de composición”
(Merleau-Ponty, 1968, p. 40).

Y en esto de lo que se trata es de efectos locales, de ciertos detalles que, sin embargo, tienen por
función esencial llevarnos al conjunto.

“Composición, composición, es la única definición del arte. La composición es estética, y lo que no


está compuesto no es una obra de arte. Sin embargo, no confundiremos la composición técnica,
trabajo del material que a menudo hace intervenir la ciencia (matemáticas, física, química,
anatomía) y la composición estética, que es el trabajo de la sensación. Solo este último merece
plenamente el nombre de composición, y una obra de arte nunca es hecha por técnica o por la
técnica” (Deleuze & Guattari, 1991, p. 181).

Velocidad

¿En qué consiste un huracán? Es un conjunto de flujos materiales conducidos por diferencias de
intensidad en temperatura y presión pero indeterminados en cuanto a su forma (en sí mismos no
son ni suaves ni turbulentos, ni grandes ni pequeños) y en cuanto a su función (no forman ni
destruyen eventos meteorológicos). Se puede decir que estos flujos son “elementos diferenciales”
que se determinan recíprocamente, en la medida que cambios en uno de los elementos gatilla
cambios en el otro (diferencias de temperatura o de presión que generarán cambios en las
corrientes de aire y agua de uno de los flujos, gatillando así cambios en las corrientes de aire y
agua de los demás): corrientes ascendentes están relacionadas con corrientes descendentes a
pesar de que la relación específica (tal como la velocidad de los flujos) es indeterminada a priori.

Un huracán es un cuerpo sin órganos. Y el cuerpo sin órganos es caos, es velocidad infinita. Todas
las producciones de lo real nacen de allí y todas están destinadas a regresar. La noción de cuerpo
sin órganos (CsO) implica una teoría del ser en tanto que compuesto por una infinidad de
velocidades y ralentizaciones de la materia en distintos estratos de los que está hecho el mundo:
estratos físicoquímicos, estratos biológicos, estratos históricos, etc.

No somos más que un conjunto de relaciones de velocidad y de lentitud entre moléculas


pensantes, somos un conjunto de relaciones de velocidad y de lentitud entre moléculas corpóreas
(Deleuze, 2006).

Pero todo esto no tiene un sentido meramente ontológico, sino que también ético: “La ética es la
velocidad que nos conduce lo más rápidamente posible a la ontología, es decir, a la vida en el ser”
(Deleuze, 2006, p. 64).

Ahora bien, no cualquier velocidad tiene la autenticidad de una ética del CsO. A veces hay
velocidades excesivas, que nos hacen dudar de la autenticidad del modo de llevar el cuerpo. Una
velocidad excesiva impide sostener un ritmo.

Ritmo

« Si […] sé nadar, eso no quiere decir forzosamente que tenga un conocimiento matemático o
físico o científico del movimiento de la ola. Quiere decir que tengo un saber hacer, un sorprendente
saber hacer. Es decir, una especie de sentido del ritmo. La rítmica. […] Es igual a nivel de los amores
[…] sí, las olas o los amores son lo mismo” (Deleuze, 2006, p. 427)

Tomar una ola, ese desliz con el rompimiento, no se sustenta tanto en un posicionamiento en
relación a un cierto espacio-tiempo del cual se puedan predecir los elementos, sino más bien en
un movimiento a tomar en el ritmo de conjunto de todos esos elementos que son efectivamente
móviles. Así, el asunto del ritmo es tomarlo. La ola despliega el ritmo al que hay que tomarla, pero
lo interesante es que esto involucra la inserción de un cierto gesto de desequilibrio que haya su
equilibrio solo en el movimiento que lo subtiende. Es el doble movimiento de un encuentro, de un
deslizamiento, de una suerte de viaje en que el ritmo suena para quien lo toma como la
efectuación de un acuerdo, de una buena relación.

Al mismo tiempo, hay en ello algo del estar al acecho.

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