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EL DOMIGO ROJO

Maximo Gorki

Edición: Zero, Bilbao 1974.


Lengua: Castellano.
Digitalización: Koba.
Distribución: http://bolchetvo.blogspot.com/
EL DOMIGO ROJO

La muchedumbre semejaba un oleaje del océano. Caminaba inquieta por la estrecha calle, ora
Avanzaba con lentitud, como si los primeros fragores dividiéndose en grupos separados, bien reuniéndose
de la tormenta no la hubiesen despertado todavía. de nuevo en una masa densa, que disputaba,
Las caras opacas de las turbas sórdidas parecían murmuraba, se agitaba, chocaba con las paredes de
ondas coronadas de espuma. Los ojos tenían brillo de las casas, ocupando todo el centro de la calle, y
excitación. Se miraban los individuos unos a otros, formando una masa oscura y fluida. Se advertía
pasmados de la resolución que habían tomado, y claramente que estaba dominada por una vaga
como si a sí mismos no se creyesen. Las palabras fermentación de dudas, que esperaba impaciente algo
revoloteaban sobre la masa tétrica como pajarillos de que no podía prescindir y que pudiera iluminar el
grises. Hablaban en voz queda y grave, como si cada camino hacia el fin, por la fe en el éxito, y que
cual quisiera disculpar ante los demás su conducta. aquella fe organizaba a todos sus grupos en un
- Padecemos con exceso... Esto va resultando cuerpo fuerte y flexible.
insoportable... Por eso venimos... El día era abigarrado como la multitud. El sol, en
- Si no hubiera motivo serio, el pueblo hubiera medio de unas nubes grises, aparecía de cuando en
continuado tranquilo en su casa... cuando para iluminar los rostros con su resplandor
- Es imposible que el zar no se haga cargo de frío, y desaparecía a su vez, cubriéndolos de nuevo
nuestra situación... Nos comprenderá... con la sombra unicolora de la incertidumbre. La
Las conversaciones giraban principalmente sobre mayoría de la gente se figuraba que se dirigía hacia la
él. Todos abrigaban la convicción de que era bueno, fuerza poderosa, que lo podía hacer todo, para
de que poseía un corazón magnánimo, y de que dulcificar la vida del pueblo. Muchos no creían que
atendería a su humilde y clamorosa súplica. aquella fuerza quisiera hacerlo. Procuraban ocultar su
Pero en las palabras que describían su imagen no incredulidad, pero era difícil. Se veía que la multitud
había vida ni colores. Se notaba a las claras que hacía estaba turbada y dominada por una vaga inquietud, y
mucho tiempo, acaso nunca, que no se había pensado que percibía agudamente los rumores más leves.
en él seriamente. No se lo figuraban como un ser Todos caminaban escuchando atentamente y
vivo y real, no se sabía lo que era, y apenas se buscando, obstinados, algo con los ojos.
comprendía su función y lo que podía hacer. Mas, Los que creían en la fuerza interna, pero no en la
como le necesitaban, todo el mundo trataba de exterior a ellos, despertaban en la muchedumbre el
comprenderle, y, como se desconocía al que existía espanto y la irritación. En todos los discursos se
en realidad, empezó a forjarse, inconscientemente, en transparentaba claramente el deseo de hallar un poder
la fantasía, una imagen grandiosa. titánico y una mano firme, capaz de descartar de un
Las esperanzas eran grandes, y exigían, para su solo golpe todas las injusticias de la vida. A medida
realización, algo también grandioso. que avanzaba, la multitud aumentaba rápidamente, y
A veces salía de la multitud una voz atrevida: este crecimiento externo provocaba la sensación de
- Camaradas, no os dejéis engañar por ilusiones... un crecimiento interno y despertaba en el pueblo
Y, como el deseo de serlo era en aquel momento esclavo la conciencia de su derecho a elegir a las
necesario, oíanse en la muchedumbre gritos autoridades que se preocuparan de sus necesidades.
temerosos e irritados contra aquella voz alarmante. - No somos unas simples bestias...
- ¡Queremos obrar claramente! - El nos comprenderá. Sólo eso pedimos...
- ¡Cállate, imbécil!... - ¡Debe comprendernos!...
- El mismo padre Gapón... - No somos rebeldes...
- Ya sabe lo que ha de hacer... - Camaradas, la libertad no se pide, se toma...
La multitud aún no había adquirido fisonomía - ¡Ay, Dios mío!...
determinada. Presentaba sólo una silueta imprecisa, y - Con tal que nos dejen verle...
resultaba algo ancho, blando, vago. - ¡Dadle un puntapié! ¡Que se vaya al diablo y que
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nos deje en paz!... - ¡Vamos a ver a nuestro padre!


- El padre Gapón sabe mejor que nadie lo que - ¡Sí, sí, vamos!
debemos hacer... - ¡Creemos en él!
Cuando los hombres necesitan una fe, esta fe - ¡No tolerará que se nos haga sufrir!
surge, y lo que desean ardientemente, sobreviene... - ¡El color rojo es el de nuestra sangre,
Un hombre de estatura elevada, envuelto en un camaradas! -gritó obstinadamente una voz aislada,
gabán negro usado, subió sobre una piedra y, que se elevaba sobre la multitud.
quitándose el sombrero de su cabeza calva, empezó a - La única fuerza que puede dar al pueblo la
hablar muy alto, con voz solemne. Sus ojos brillaban libertad es su propia fuerza y ninguna otra...
y le temblaba la voz. La multitud, embriagada por su propio ímpetu y
Habló de él. contenta con su decisión, gruñó:
Por el tono y por las palabras que empleaba se - ¡Abajo! ¡Abajo! ¡Basta ya de discursos!
notó, desde el primer momento, que aquello era algo - El nos comprenderá.
artificial. Le faltaba esa fe en uno mismo que puede - ¿Qué dices, viejecito?
comunicarse a los demás y que es capaz de hacer - Si nos dejan verle...
milagros. Hacía el efecto de un hombre que hablaba - ¡No escuchéis a los provocadores de tumultos!
de mala gana y que trataba de despertar y de evocar ¡Que el diablo les lleve!...
en su imaginación una imagen casi muerta, - El padre Gapón lleva en sus manos la cruz,
impersonal, gastada por el tiempo. En toda su vida mientras que ellos nos embrutecen con sus
había pensado en aquel hombre misterioso. Pero en banderas...
aquel momento le era necesario, y quiso atribuirle - ¡Es todavía demasiado joven para mandarnos!
todas sus ardorosas esperanzas ingentes que poco a - Queremos obrar con tranquilidad...
poco reanimaban el cadáver. La multitud le - ¡Que se vaya con sus banderas!
escuchaba atenta, porque veía en sus palabras Caminaban de prisa y sin vacilaciones. A cada
reflejados sus deseos. paso se comprendía cada vez más que la embriaguez
Aunque la idea de aquella fuerza misteriosa no y el deseo de engañarse les hervía a todos en su
correspondiese a la imagen que se había formado la cuerpo. La imagen creada despertaba
multitud, todo el mundo sabía, sin embargo, que tal perseverantemente en su memoria las viejas sombras
fuerza existía. de los héroes buenos, los ecos débiles de los cuentos
Era preciso a toda costa y con la mayor rapidez oídos en la infancia, y todo se consolidaba gracias a
posible encontrarla, y el orador la encarnó en el ser aquel deseo ardiente de creer.
conocido de todos por los retratos y por los cuentos Alguien gritó:
que le pintaban como un ser bueno y humanitario. - ¡El nos ama a todos!...
Según sus palabras, elevadas y comprensibles, podía La multitud sentía una afección profunda por el
uno figurarse un ser bueno, justo y poderoso, que no ser que acababa de crear en su imaginación.
pensaba más que en su pueblo. Muchos estaban deslumbrados por la imagen del
La fe venía, penetrando en todos los corazones, reanimado semidiós.
excitándolos, desvaneciendo las turbaciones de la Cuando la multitud salió a la calle para entrar en
conciencia apenas despierta, ahogando el dulce el río y vio delante de sí una larga fila de soldados
cuchicheo de las dudas. Las gentes corrían a que le cerraba el paso del puente, no se detuvo ante
entregarse a los sentimientos tanto tiempo esperados aquel muro gris.
y se estrechaban en una masa compacta de los Las siluetas de los soldados, que se destacaban
cuerpos. Y el hecho mismo de que los brazos y las distintamente sobre el fondo azul del ancho río, no
piernas y los hombros se tocasen y tropezaran, tenían nada de amenazador. Saltaban para calentarse
caldeaba los corazones con una nueva fe recién los pies helados y movían los brazos, atropellándose
nacida y con una esperanza de éxito. unos a otros. Allá abajo, al otro lado del río, les
Los rostros se animaban, brillaban los ojos más esperaba él.
intensamente, el paso se hacía más rápido, la Poderoso, bueno, fuerte y cordial, ciertamente no
aceleración de todos los movimientos del cuerpo podía ordenar a los soldados que impidiesen al
aumentaba aún la excitación interna. La multitud pueblo, que le amaba y que quería hablarle en tono
crecía sin cesar. de amistad, que fuera a verle.
Hacía más calor y las voces temblaban con más No obstante, en muchos rostros, especialmente de
fuerza. las personas que ocupaban las primeras filas, se
- ¡Banderas rojas, no!-gritó el hombre, calvo. pintaba claramente una expresión de duda y de
Iba en primera fila, gesticulando delante de la vacilación. Acortaron el paso. Miraron unos hacia
muchedumbre, con el sombrero en la mano, y su atrás, se separaron un poco otros, pero todos querían
cráneo pelado lucía de lejos, atrayendo las miradas aparentar que esperaban encontrar a los soldados y
de todo el mundo. que su presencia no les sorprendía. Algunos
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contemplaban el ángel de oro que brillaba, muy alto, pasar...


en el cielo, sobre la sombría fortaleza. Sonreían los El ruido se hacía cada vez mayor. Se oían gritos
menos. amenazadores y exclamaciones irónicas. El buen
Una voz apiadada clamó: sentido chocó con lo absurdo del obstáculo y no supo
- ¡Pobres soldaditos, tienen frío! qué decir. Los movimientos de las gentes se hicieron
- Lo creo, lo creo... más nerviosos y más agitados. Del río se levantaba
- No tienen, que hacer nada, pero deben un frío agudo. Las bayonetas brillaban en el aire.
permanecer de pie. La multitud seguía avanzando, empujada por los
- ¡Están ahí para asegurar el orden!... que iban al final. Sonaban protestas. Los que
- Dulcemente, camaradas. Permaneced tranquilos. llevaban los pañuelos blancos se pararon y en
- ¡Adelante! seguida desaparecieron en la multitud, y los que iban
- ¡Vivan los soldados! -gritó uno. en las primeras filas, hombres, mujeres, muchachos,
El oficial, con el capuchón amarillo sobre los agitaban sus pañuelos.
hombros, desenvainó el sable y gritó a su vez algo a - ¿Por qué disparar? ¡Qué contrasentido!... -dijo
la multitud, agitando en el aire su espada curvada. firmemente un buen hombre de barba gris-. Si no nos
Los soldados se quedaron inmóviles, brazo con dejan pasar por el puente, pasaremos por el hielo del
brazo. río.
- ¿Qué les pasa? -preguntó, mirándoles, una mujer De pronto, un ruido seco y monótono estremeció
gruesa. el aire, como si cayeran de lo alto pequeños objetos
Nadie le respondió, pero todo el mundo empezó a duros, zahiriendo a la multitud una docena de látigos
sentir un súbito malestar. invisibles. Durante un segundo se paralizaron las
- ¡Atrás! -gritó el oficial. voces, como heladas. La multitud siguió avanzando.
Algunos hombres miraron hacia atrás. La multitud - Los fusiles están cargados sólo con pólvora, no
compacta aumentaba por momentos. Y era su con balas -dijo una voz débil e insegura, como si no
aspecto, con las gentes que sin cesar afluían de las afirmara, antes bien, pidiese el parecer de los demás.
calles inmediatas, como el de un río caudaloso que Pero en torno se oían los gemidos. En tierra, a los
agitara de continuo sus ondas sombrías. pies de la multitud, yacían varios cuerpos. Una
La muchedumbre, cediendo a los empellones, iba mujer, exhalando dolorosos quejidos, se llevó la
haciendo sitio a las nuevas personas que venían a mano al pecho, y con paso rápido avanzó hacia las
engrosarla y llenaba la plaza que había delante del bayonetas tendidas hacia ella. Las gentes la seguían,
puente. corriendo, rodeándola y adelantándola.
Algunos hombres agitaron blancos pañuelos y se Luego se oyó otra vez el ruido de la descarga, más
adelantaron hacia el oficial, gritando: resonante aún e irregular que el de la primera. Los
- ¡Queremos hablar a nuestro zar! que se hallaban junto al vallado oyeron crujir las
- ¡Muy humildemente! tablas, como si unos dientes invisibles las mordieran.
- ¿Qué dice usted? Una bala, después de haber taladrado la madera del
- ¡Atrás, o mando disparar! seto, lanzó contra los rostros de las gentes toda una
Cuando estas palabras llegaron a la multitud se lluvia de cascos.
elevó en el aire un eco sordo de sorpresa. Caían los individuos dos a dos, tres a tres,
La idea de que no se permitiría al pueblo hablar revolcándose en la tierra; se llevaban las manos,
con él no era completamente inesperada, pues se dando alaridos de dolor, a los vientres heridos; luego
hablaba ya de ello. Pero la idea de que podía levantábanse, corrían, cojeando, sin darse cuenta a
dispararse contra el pueblo, que deseaba hablarle dónde, por la nieve, teñida en todas partes de
humildemente, creyendo en su fuerza y en su bondad, manchas rojas, que se hacían cada vez más grandes,
estaba en completo desacuerdo con la imagen y que desprendía una especie de vapor que atraía la
formada a última hora. Se le creía una fuerza superior vista y fascinaba.
a todas, que no temía a nadie, que no necesitaba La multitud retrocedió, se detuvo un instante
rechazar a su pueblo con fusilamientos. La amenaza como petrificada y de pronto estalló en aullidos
de disparar era incomprensible, hasta ofensiva. salvajes, producto de mil voces, que se elevaron en el
Un hombre alto y delgado, de rostro hambriento y aire como una nube interrumpida, temblorosa,
negros ojos, gritó al oficial: preñada de gritos de dolor agudo, de venganza, de
- ¿Disparar? ¡No te atreverías!... horror, de cólera, de incomprensión penosa y de
Y, volviéndose a la multitud, siguió en voz alta, voces de auxilio.
lleno de cólera: Con la cabeza baja se adelantaron las gentes por
- ¡Ved, ved cómo tenía razón! Ya os dije que no grupos para recoger a los heridos. Los heridos
nos permitirían... gritaban también y amenazaban con los puños. Todos
- ¡Eso hay que verlo!... los rostros habían adquirido, de repente, una nueva
- Cuando sepan de qué se trata, nos dejarán expresión, e iluminaba todos los ojos un resplandor
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siniestro. No era el pánico, ese estado de horror desgracia, qué desgracia!


general que se apodera, de pronto, de los hombres - ¡Gapón es un traidor!-voceaba con todas sus
externa e internamente, barre los cuerpos en un fuerzas un joven, casi un chico, agarrándose a un
montón compacto, como el viento las hojas, los mechero de gas.
envuelve en una malla invisible y los arrastra no se - ¿Veis, camaradas, cómo os acoge el zar?
sabe dónde, entre el torbellino salvaje del deseo de - Esperad, es un error... ¡Es imposible,
ocultarse a sí mismos. No. Era el terror, pero el terror comprended que es imposible!... Si tú eres un
frío y ardiente al mismo tiempo, como el hierro hombre, lo comprenderás.
helado, que paralizaba el corazón, encogía el cuerpo, - Yo soy un hombre, pero vosotros no sois más
hacía mirar con ojos muy abiertos la sangre que borregos, un rebaño de borregos, y así se os trata.
absorbida por la nieve, las caras ensangrentadas, las - Atención... Abrid paso...
manos, los vestidos, los cadáveres, que conservaban - ¡Paso al herido!...
una tranquilidad trágica en medio de los vivos. La Dos hombres y una mujer conducían a un hombre
multitud era presa de una cólera agria, dolorosa e flaco y de elevada estatura. Estaba cubierto de nieve.
impotentes. No sabía qué hacer. Se veían en todas De las mangas del abrigo goteaba la sangre. Su rostro
partes miradas extrañamente inmóviles, cejas se había puesto azul. Con sus labios sombríos
severamente pronunciadas, puños crispados con murmuraba penosamente:
fuerza, gestos convulsivos, y se oían palabras duras y - Ya os había dicho... que no nos dejarían pasar...
ásperas. Los corazones, sobre todo, estaban Lo ocultan... Se burlan del pueblo...
invadidos por una fría oleada de sorpresa - ¡Cuidado! ¡La caballería viene sobre nosotros!
mortificante y cruel. Unos minutos antes, todos - ¡Huyamos!
aquellos hombres marchaban alegremente, viendo El muro de los soldados vaciló un poco y se abrió
con claridad su fin, y ante ellos se elevaba como las dos hojas de un portal. Por el hueco
majestuosamente una imagen poética, que admiraban pasaron, brincando y relinchando, los caballos de los
y que amaban. Y, ebrios de aquel amor, caminaban escuadrones. Se oyó la voz del oficial. Relucieron los
animados de grandes esperanzas. Pero dos salvas de sables, hendiendo el aire, sobre la cabeza de la
fusil -sangre, cadáveres, gritos de dolor-acabaron con multitud y brillaron como cintas de plata.
todo. Las gentes se hallaron, de súbito, ante el vacío La multitud no se movía. Esperaba emocionada,
gris sin fondo, aisladas e impotentes, con los creyendo que no se atreverían a hacerla sufrir más.
corazones desgarrados, sintiendo dolorosamente lo Se hizo el silencio.
que acababan de perder y experimentando la - A-de-lante -gritó de pronto, con todas sus
necesidad apremiante de llenar con algo el terrible fuerzas, el oficial.
vacío del alma y de expulsar del corazón aquel frío Y fue como si el huracán azotara a la multitud en
insoportable. pleno rostro. La tierra parecía estremecerse bajo los
Naturalmente, les costaba mucho separarse de la pies. Todos se echaron a correr locamente,
imagen del zar que se habían forjado, aquella imagen empujándose unos a otros, tirándose, abandonando a
que, hacía poco, les parecía tan cercana, tan los heridos, saltando sobre los cadáveres.
indispensable, tan luminosa. Los caballos los perseguían, galopando
Permanecieron allí, en el mismo lugar, como pesadamente, impelidos por los gritos y por los
sujetos por algo invisible, contra lo que nada podían. alaridos de los soldados. Saltaban sobre los caídos,
Unos, silenciosos, con aire pensativo, transportaban a sobre los heridos, sobre los muertos. Los sables
los heridos, recogían los cadáveres. Otros, sin relucían en el aire que se estremecía con gritos de
comprender nada, les miraban pasmados, como terror y de dolor. De cuando en cuando oíase el
sonámbulos, en una pasividad extraña. Algunos silbido del acero y el crujir de los huesos humanos
lanzaban a los soldados reproches y quejas, agitaban partidos por los sables. Y los lamentos de las
las manos, se quitaban las gorras, saludaban, sin víctimas se unían en un terrible gemido prolongado.
saber a quién ni por qué, y amenazaban con la - ¡A-a-a-a-h!...
venganza terrible de algo misterioso. Los soldados agitaban sus sables, dejándolos caer
Los soldados, con sus rostros rígidos de piel más sobre las cabezas de las gentes. Después de cada
tensa que de costumbre, permanecían inmóviles, con golpe, sus cuerpos se inclinaban ligeramente a un
el fusil a los pies. Parecía que todos eran de ojos lado. Sus caras se ponían rojas, como hinchadas,
azules y que tenían los labios apretados por el frío. agitando las cabezas y mostrando los dientes de una
En la multitud, alguien clamó con voz fuerte e manera horrible.
histérica: La multitud era rechazada a las calles vecinas.
- ¡Es un error! ¡Sí, hermanos, es un error! Se han Cuando cesó el galope de los caballos y hubo
engañado, nos han tomado por otros... No tengáis acabado la persecución, las gentes se detuvieron,
miedo, todo se explicará... ¡Hay que explicárselo!... sofocadas, mirándose unas a otras con dolorosa
Adelante, hermanos... ¡Ay, Dios mío! ¡Qué sorpresa. Muchos rostros dibujaban la sonrisa
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confusa de quien se cree culpable. Alguien gritó, rizados, y una mujer con el traje hecho jirones, de
riendo: inanimado rostro, le sostenían del brazo.
- ¡Ay, Dios mío, cómo he corrido! - Oye, Mikhailo... -balbucía el herido-. ¿Qué te
- Buena falta hacía, que si no te hubieran parece esto? ¿Es que tienen derecho a disparar contra
machacado -le respondieron. el pueblo?... Eso no puede ser...
Y, de pronto, se elevaron de todas partes - ¡Y, sin embargo, lo hacen! -le gritó alguien de la
explosiones de asombro, de terror, de cólera. multitud.
- Pero ¿qué significa esto, hermanos míos? ¿Qué - Sí, se dispara..., se asesina... -dijo tristemente la
se hace con nosotros? mujer.
- ¡Asesinarnos, sencillamente, cristianos! - ¡Eso es que los soldados han recibido órdenes de
- Pero ¿por qué? arriba, que, si no, no se habrían atrevido! -replicó el
- Sí, ¿qué crimen hemos cometido? herido débilmente.
- ¡Este es el Gobierno! - ¡Yo así lo creo!-exclamó el joven-. ¿Creías tú
- ¡Es un verdadero asesinato! acaso que el zar iba a permitir que lo molestaras, que
- Nos hieren, nos matan... iba a hablar contigo y a escucharte, que iba a
Las gentes sentían necesidad de expresar, ofrecerte un vaso de vino?
formulando en palabras la indignación que les - Pero entendámonos...
consumía. Nadie sabía qué convenía hacer. No se iba El herido se detuvo y, con la espalda apoyada en
nadie. Se apretaban unos contra otros. Todos trataban la pared, se puso a hablar más alto:
de encontrar una salida cualquiera a aquel laberinto - Vamos a ver, mis hermanos en Cristo... ¿Por qué
inexplicable de nuevos sentimientos y de nuevos nos matan? ¿En virtud de qué ley? ¿Quién lo ha
pensamientos. Con una inquieta curiosidad se ordenado?
miraban unos a otros en los ojos, y, más asombrados Las gentes pasaban delante de él con la cabeza
que espantados, esperaban algo, escuchaban, miraban baja.
en torno. En otro lugar, junto al vallado, se reunieron varias
Estaban como estupefactos, aplastados por la docenas de hombres. En el centro del grupo, una voz
sorpresa, que dominaba a las demás emociones, turbada sonaba, ansiosa y colérica:
impidiéndolas formarse, en el curso de aquellos - Gapón estuvo ayer a ver al ministro. Sabía todo,
minutos inútilmente crueles, horribles, preñados de la sabía que nos iban a asesinar. ¡Gapón, por
sangre de los inocentes. consiguiente, es un traidor! Nos ha conducido a la
Una voz joven, llena de energía, gritó muerte...
imperiosamente: - Pero ¿qué provecho puede rendirle esto?
- ¡Pronto, señores! ¡Vamos a recoger a los - ¿Lo sé yo acaso? ¿Por qué disparan contra el
heridos! pueblo? ¿Quién lo sabe? ¿Quién podría
Todos se agitaron, poniéndose en marcha en respondernos?
dirección al río. A su encuentro y andando con La emoción aumentaba en todas partes y se hacía
dificultad sobre la nieve venían los heridos y los cada vez más intensa. Surgían ante todos multitud de
mutilados, cubiertos todos de nieve y sangre, a los problemas, vagos aún, poco precisos, pero cuya
que se acogía y llevaba a un carruaje -no sin expulsar gravedad todos sentían, así como su profundidad, su
a los que estaban dentro-, que les conducía a alguna importancia y la necesidad urgente de encontrarles
parte. respuesta a toda costa. Y el fuego de aquella emoción
Las gentes estaban tristes, taciturnas, parecía consumir y deshacer completamente la fe en
preocupadas. Examinaban con la vista a los heridos, aquel socorro externo, que por ellos, algunas horas
como si quisieran pesarles o medirles. Parecían antes, había sido considerado como algo bienhechor
buscar una respuesta a la cuestión turbadora y terrible y todopoderoso.
que se elevaba ante ellos como una sombra negra, Por el centro de la calle marchaba una mujer
vaga, de forma imprecisa, que envolvía, destruyendo, gruesa, mal vestida, con expresión de madre y
la imagen de aquel ser a quien la multitud había grandes ojos tristes. Lloraba y, sosteniendo con su
tenido recientemente aún por una fuente de bondad y mano derecha su mano izquierda ensangrentada,
de misericordia. Pero muy pocos se atrevían a decía:
confesar en voz alta que aquella imagen había sido - Ved..., ved cómo acaban de mutilarme... ¿Cómo
deshecha. Era triste y doloroso confesarlo, porque, al vaya trabajar ahora? ¿Cómo daré de comer a mis
hacerlo, se perdía la única esperanza. hijos?... ¿Y a quién puedo quejarme?... Mis queridos
Un hombre calvo, envuelto en un abrigo viejo, hermanos, ¿en dónde están los defensores del pueblo,
avanzaba lentamente al encuentro de la multitud. si el mismo zar se pone frente a él?... ¿A quién
Tenía la cabeza ensangrentada, se le doblaban las vamos a ir con nuestras penas?...
piernas y caminaba con gran esfuerzo. Otro hombre Sus preguntas, formuladas con claridad y en voz
joven, ancho de hombros, sin gorra, de cabellos alta, parecieron despertar a las gentes, llenándolas de
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nuevas turbaciones y de inquietudes nuevas. Todos la dominar su cólera, gritaba con voz ahogada:
escuchaban atentamente y con aire taciturno. - ¿Os habéis reído del pueblo?... ¿Para qué?
- Entonces -seguía-, ¿el pueblo está solo, sin Y otra voz, temblorosa de indignación, añadía:
defensa? Entonces, ¿no existen leyes para él, ni - ¡Asesinos malditos! ¿Qué habéis hecho?
socorros, ni fuerza alguna que auxilie? ¿Cómo vamos Y de paso que sentían una piedad sincera por los
a vivir ahora? ¿En quién podemos confiar? muertos, se daban cuenta de que había muerto otra
A su alrededor, la gente permanecía en silencio. cosa también, su antiguo prejuicio de esclavos, y ya
De vez en cuando se oía un suspiro. Algunos, en voz no se atrevían a pronunciar el nombre de aquel ser
baja, proferían juramentos de maldición. cuya imagen habían destruido las balas de sus
Desde lejos llegaron más voces. soldados, nombre que sólo despertaba en sus
- ¡Sí, ved cómo se nos ha ayudado! ¡A mi hijo le corazones el desprecio y la cólera.
acaban de romper una pierna! O tal vez no se atrevían a pronunciarlo por temor
- ¡La pobre mujer ha muerto! La han matado. a que en el lugar de la imagen desvanecida
- ¡Petruja ha muerto también! apareciese otra...
Aquellos gritos eran múltiples, llenaban la calle, La casa del zar estaba acordonada por un cinturón
herían como látigos los oídos y despertaban un deseo de soldados. Debajo de las ventanas del palacio se
de venganza, una cólera sorda, la necesidad veía la caballería. Se percibía el olor del heno, del
apremiante de defenderse contra los asesinos. Los estiércol, del sudor de los caballos, y se oía el ruido
rostros pálidos parecían animados por una decisión de los sables, de las espuelas, de las voces de mando.
firme. Rodeaba a los soldados por todas partes una masa
- ¡Camaradas! Sigamos adelante... Acaso compacta, compuesta de docenas de millares de
logremos obtener algo... Vayamos en pequeños hombres indignados y coléricos. Hablaban en voz
grupos... tranquila, pero grave, empleando palabras nuevas, en
- Nos asesinarán a todos... las que se adivinaban nuevas esperanzas, vagas para
- Hablemos a los soldados... Quizá exista alguna ellos mismos.
ley que permita fusilar a las gentes... ¿Lo sabemos Una compañía de soldados guardaba desde la
acaso?... pared del palacio hasta la verja del jardín, curando a
- No, no sabemos nada, ni lo que nos beneficia ni la multitud el paso a la plaza del palacio. Al lado de
lo que va contra nosotros... ella se extendía la multitud infinitamente grande,
La mentalidad de la multitud cambiaba lenta pero muda, negra.
irresistiblemente, y se iba haciendo temerosa. - ¡Marchaos, señores!-decía a media voz el
Los jóvenes se adelantaban en grupos pequeños. suboficial, tratando en vano de ocultar sus ojos
Todos caminaban hacia el río. inquietos.
Seguían transportando a los heridos y a los Se paseaba por delante de la compañía,
muertos. Olía a sangre cálida. Sonaban lamentos y rechazando ligeramente con sus manos y sus
gritos. hombros a la multitud y evitando mirar los rostros
- A Jacobo Zimis una bala le ha atravesado la humanos.
frente. - ¿Por qué no nos dejáis pasar? -le preguntaron.
- ¡Gracias a nuestro padrécito el zar! - ¿Adónde?
- Sí, ¡nos ha acogido bien! - A ver al zar.
Se oyeron algunos juramentos. Un cuarto de hora El suboficial se detuvo un instante, y con voz
antes la multitud hubiese linchado a quien se hubiese abatida, casi dolorosa, exclamó:
atrevido a insultar al zar. - ¿No les digo a ustedes que no está?
Una muchachita corría entre la multitud, gritando: - ¿El zar?
- ¿No han visto ustedes a mamá? ¡Es tan - ¡Claro! Estamos cansados de repetíroslo.
grande!... ¡Marchaos!
Las gentes la miraban en silencio, y, como si - Entonces, ¿ya no hay zar? -preguntó una voz
tuviesen miedo de aquella pequeñita, se apartaban a irónica.
su paso. El suboficial se detuvo de nuevo y levantó la
Poco después sonó la voz de la mujer del brazo mano con gesto amenazador.
mutilado: - Ten cuidado con lo que dices..., que puedes
- ¡Aquí estoy! ¡Aquí estoy!... pagarlo caro.
La calle se iba quedando desierta. Los jóvenes se Y añadió con otro tono:
adelantaban precipitadamente. Los viejos caminaban - El zar no está en San Petersburgo.
lentamente, melancólicos y pensativos, de dos en dos Varias voces le respondieron:
o de tres en tres, mirando a hurtadillas a los jóvenes. - ¡Ni en ningún sitio!
Todos adivinaban los pensamientos ajenos. Hablaban - ¡Ha terminado el zar!
poco. Sólo de vez en cuando alguno, no pudiendo - ¡Vosotros mismos le habéis fusilado!
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- ¡Sí, a él le habéis fusilado, y no al pueblo! zar? Di, ¿es un crimen?


- Al pueblo no se le puede matar. Es demasiado - ¡Yo no sé nada! -respondió el soldado,
fuerte y todopoderoso. escupiendo en el suelo.
- Sí, habéis matado al zar... ¿Os dais cuenta? El soldado que estaba al lado suyo añadió:
- ¡Marchaos, señores! ¡Basta ya de hablar! - Nos está prohibido hablar con vosotros.
- ¡No! ¡Yo quiero hablar! Otro soldado preguntó al obrero que tenía delante
En otro sitio, un viejo de perilla puntiaguda decía de sí:
a los soldados, con bondad amonestadora: - ¿Eres de la región de Riazan?
- Sois hombres como nosotros, hijos míos. Hoy - No, soy de la de Pakoff. ¿Por qué?
vestís uniformes, pero mañana llevaréis un traje - Porque yo soy oriundo de Riazan.
como el nuestro, y para no perecer de hambre, E iluminó su rostro una franca sonrisa.
buscaréis trabajo. Entonces os veréis en nuestra La multitud se agitaba ante el muro gris y
misma situación, y contra vosotros se lanzará a otros uniforme de los soldados y chocaba contra él, como
soldados para que os fusilen. Y os fusilarán las ondas de un río contra las piedras de la orilla. La
únicamente porque no querréis sufrir hambre. gente retrocedía un poco y, en seguida, avanzaba de
¿Creéis que será justo? nuevo. La mayoría no comprendían siquiera por qué
Los soldados tiritaban de frío. Sin cesar mudaban estaban allí, qué querían, qué esperaban. La multitud
de postura, golpeaban la tierra con los pies, se subían no tenía intenciones determinadas ni un fin
el cuello del capote hasta los oídos y cogían el fusil claramente concebido. Era presa de un amargo
tan pronto con una mano como con la otra. A las sentimiento de indignación y de cólera, que la retenía
palabras que se les dirigían, contestaban con miradas allí, en la calle, que la ataba, que la unificaba. Pero
turbias y mordiéndose los labios, azulados por el frío. no había nadie contra quien vengarse, dando rienda
Sus rostros, azulados también, revelaban tristeza y libre a sus sentimientos. Los soldados no despertaban
esfuerzo por comprender lo que se les hablaba. Sus la ira ni irritaban. Eran simplemente estúpidos, poco
ojos pestañeaban, como si no pudieran ver. Algunos inteligentes, desgraciados, y, de añadidura, el frío les
se sentían furiosos contra aquella multitud, por cuya helaba, haciéndoles castañetear los dientes.
causa se veían forzados a permanecer allí, expuestos - ¡Estamos aquí desde las cuatro de la mañana! -
al frío. Sus labios se contraían, sus ojos parecían decían-. ¡Es horrible!
asaetear a la multitud, y se advertía que dominaban - ¡Qué vida de perros!
su cólera con dificultad. En general, aquella línea - Vosotros haríais mejor yéndoos. Así nosotros
opaca y monótona de soldados daba una impresión podríamos volver a nuestros cuarteles y entrar un
de aburrimiento fatigoso. poco en calor. ..
La multitud continuaba frente a ellos. Impelida - ¿Qué hora es?
desde detrás, impelía a su vez, de cuando en cuando, Eran las dos aproximadamente.
a los soldados. El suboficial se dirigió de nuevo a la multitud:
- No empujéis -clamaba con voz débil el viejecito - Hacéis muy mal quedándoos aquí. Nada podéis
bonachón. esperar.
Algunos individuos de la multitud cogían a los Sus palabras serenas, su rostro grave y el tono
soldados por las manos y les hablaban serio y firme de su voz enfriaba un poco a las gentes.
animadamente. Los soldados les escuchaban con En todo lo que decía se adivinaba un sentimiento
expresión tímida e infeliz, guiñando los ojos con particular, más profundo que sus palabras.
impotencia y marcando muecas de malestar. - Aquí estáis de más. No hacéis más que molestar
- ¡No toques el fusil! -advirtió uno de ellos a un a los soldados.
obrero joven cubierto con un gorro. - ¿Vais a disparar contra nosotros? -le preguntó un
El obrero golpeaba con el dedo el pecho del joven que llevaba al cuello un grueso tapabocas.
soldado y le decía: El suboficial, tranquilamente, respondió después
- Tú eres un soldado y no un verdugo. Te han de un corto silencio:
llamado a filas para defender a Rusia contra los - ¡Si se nos manda, dispararemos!
enemigos exteriores y no para fusilar al pueblo. ¿No Aquello provocó una explosión de gritos llenos de
lo comprendes así? El pueblo es Rusia. Al disparar reproches.
contra el pueblo, es a Rusia a quien asesináis. - ¿Por qué, decidlo, por qué tiráis? -preguntó, más
- ¡Nosotros no disparamos! -replicó el soldado. alto que todos, el hombre rojo de elevada estatura.
- Mira -continuó el obrero-. ¡Esta multitud es - ¿No comprendéis que es la orden? -replicó el
Rusia, es el pueblo, y quiere ver a su zar! suboficial, acariciándose la mejilla.
Alguien le interrumpió, gritando: Los soldados escuchaban el rumor de la multitud
- Pero ¡no puede verle! y entornaban tristemente los ojos. Uno dijo en voz
El obrero insistía: baja:
- ¿Es un crimen que el pueblo pretenda hablar al - Tomaría ahora con gusto algo caliente.
8 Maximo Gorki

- ¿Querrías tal vez mi sangre? -preguntó una voz invitándoles a alejarse por miedo al oficial y
de odio. componiendo una expresión severa. Deteniéndose en
- ¡No soy una bestia salvaje! -replicó severamente un extremo, el oficial gritó:
el soldado. - ¡Haya orden!
Los soldados estaban fríos y exánimes como sus Los soldados se agitaron un momento y no
fusiles. Algunos individuos de la multitud se daban volvieron a moverse más.
perfecta cuenta de ello. - ¡Os vuelvo a repetir que circuléis! -dijo el
Muchos ojos contemplaban la larga fila de los oficial, y, sin precipitarse, desenvainó el sable.
soldados con una fría curiosidad silenciosa, con Era imposible circular. La multitud inundaba la
desprecio y con disgusto. Pero la mayoría trataba de plazoleta y por las calles inmediatas seguía llegando
comunicarles el fuego de su propia excitación, de gente.
conmover sus corazones oprimidos, de poner luz en Se lanzaban miradas de odio al oficial, oía befas e
su cabeza ensombrada por la estupidez. La mayoría insultos, pero permanecía tranquilo. Contempló a su
sentía la necesidad de hacer algo y de dar libre curso, compañía. Las cejas le temblaban un poco.
de una u otra manera, a sus emociones y a sus La multitud, agitada, parecía molesta por aquella
pensamientos. Luchaban obstinadamente contra tranquilidad, inadecuada en aquéllos momentos, y en
aquella muralla viva, fría y gris, mientras los la que adivinaba un desprecio a las gentes del pueblo.
soldados manifestaban un único deseo: el de dar a - ¡Este no tendrá que violentarse!... ¡Lo veréis!
sus cuerpos un poco de calor. - Es un verdadero asesino...
Los discursos se iban haciendo cada vez más - Está dispuesto a fusilar sin aguardar la orden.
apasionantes, y las palabras, cada vez más ardientes. - ¡Miradle, se diría que es feliz por tener el sable
- ¡Soldados! -decía un hombre fuerte, de ojos en la mano!
azules y de larga barba-. ¿Qué sois vosotros? Sois los - ¿Verdad que está usted dispuesto a disparar?
hijos del pueblo ruso. El pueblo está empobrecido, El arrebato impetuoso crecía y nacía un
abandonado, sin defensa, ni trabajo, ni pan. Hoy sentimiento de bravura desenfrenada. Los gritos se
venía a implorar socorro al zar. Pero el zar os ordena hacían más intensos, y más hirientes las burlas.
que disparéis contra él y que le asesinéis. ¡Soldados! El suboficial miró a su jefe, estremeciéndose, y,
El pueblo, es decir, vuestros padres y vuestros pálido, desenvainó a su vez el sable.
hermanos, se preocupan no sólo de sí mismos, sino De pronto, los toques agudos y lúgubres de una
de vosotros también. Y se os arroja contra él, contra corneta rasgaron los aires. La multitud miró al que la
el pueblo, y se os convierte en parricidas y en tocaba y que soplaba con todas sus fuerzas, girándole
fratricidas. ¡Pensadlo bien! ¿No comprendéis que los ojos. La corneta temblaba entre sus manos,
vais contra vosotros mismos? dejándose oír por mucho tiempo. La gente ahogaba
Aquella voz tranquila y convincente, aquel rostro sus sonidos metálicos con silbidos agudos, con
simpático por las hebras de plata de su barba, todo el maldiciones, con alaridos, con clamores de reproche,
aspecto, en suma, de aquel hombre, con sus palabras con lamentos de impotencia dolorosa, con gritos de
justas y sencillas, turbaba visiblemente a los desesperación y de bravura, nacidos ante el
soldados. Bajando los ojos ante su mirada, sentimiento de la posibilidad de una muerte
escuchábanle con atención. Algunos, a veces, inmediata e imposible de evitar. Parecía
sacudiendo la cabeza, suspiraban. Otros fruncían el sobrehumano salvarse de ella. Algunas personas se
ceño, mirando a su alrededor. dejaron caer en la tierra, apretándose contra el suelo,
Uno exclamó dulcemente: y otras se tapaban la cara con las manos. El hombre
- ¡Vete!... ¡El oficial va a oírte! de la barba larga se ajustó el abrigo a los hombros,
Un oficial alto, rubio, de grandes bigotes, pasó a manteniéndose en pie delante de todos y mirando a
lo largo de la fila, con un guante en la mano derecha los soldados con sus ojos azules. Y les hablaba,
y balbuciendo con los dientes apretados: diciéndoles algo incomprensible, que se perdía en el
- Circulad... Dispersaos... ¿Cómo? ¡Te callarás, si caos de los gritos.
no quieres recibir una buena lección! Los soldados levantaron los fusiles, apuntaron a la
Era de cara gruesa, roja, de ojos claros, redondos multitud, inmóviles, en una posición rígida, con las
y sin brillo. Andaba despacio, pisando fuertemente. bayonetas armadas.
Desde que llegó, el tiempo pasaba más de prisa, La hilera que formaban las bayonetas estaba
como si cada segundo se apresurara a desaparecer, suspendida en el aire de un modo irregular e
por temor de llenarse de algo innoble e hiriente. Se indeciso, unas demasiado altas, demasiado bajas
diría, por lo recta que se había puesto la fila de otras. Sólo algunas apuntaban rectamente a los
soldados, que los alineaba con una regla invisible. pechos, y todas parecían blandas y temblaban, como
Los soldados adoptaban una actitud marcial, plegándose.
levantaban los pechos y miraban la punta de los pies. Una voz exclamó llena de horror y de
Algunos dirigían a las gentes miradas expresivas, repugnancia:
El domingo rojo 9

- ¿Qué hacéis? ¡Asesinos! cerebros.


Las bayonetas se estremecieron en el aire y estalló El hombre de larga barba y de ojos azules se
una descarga. Las gentes retrocedieron un poco, levantó del suelo y, tembloroso, se puso a hablar con
rechazadas por el estrépito, por los balazos, por los voz sollozante:
muertos y por los heridos que caían a tierra. Algunos, - No me habéis matado... Porque os decía la
en silencio, saltaron la verja del jardín. verdad santa... No me habéis matado, no...
Se oyó otra descarga. Y después otra. La multitud avanzó de nuevo, lentamente, en
Un muchacho, alcanzado por una bala en el actitud severa, recogiendo los muertos y los heridos.
momento de saltar la verja, se inclinó de repente y Algunas personas se pusieron al lado del hombre
quedó suspendido, con las piernas al aire. Una mujer, de larga barba, que hablaba a los soldados, e
esbelta, de elevada estatura y de abundantes cabellos, interrumpiéndole, les gritaron también, llamándoles a
cayó, lanzando un grito, al lado del muchacho. la razón, dirigiéndoles reproches exentos de cólera,
- ¡Asesinos!-aulló alguien. pero llenos de dolor y de piedad. Había en sus voces
El espacio vacío aumentaba cada vez más, y el una fe ingenua en el triunfo de la verdad, un deseo de
silencio se hacía más profundo. Los que estaban en demostrar a los soldados la locura y estupidez de la
las últimas filas huían por las calles inmediatas o se crueldad, un ansia de hacerles comprender que
ocultaban en los patios. La multitud retrocedía acababan de incurrir en un terrible error. Se
penosamente, obedeciendo a un impulso invisible. esforzaban por despertar en ellos la conciencia de la
Entre ella y los soldados, en un espacio de varios vergüenza y del horror de su papel involuntario, pero
metros cuadrados, unos cuerpos yacían por tierra. repugnante.
Algunos de ellos se levantaban precipitadamente y El oficial sacó su revólver de la vaina, lo examinó
corrían hacia la multitud. Otros se levantaban con atentamente con la mirada y se dirigió hacia aquel
doloroso esfuerzo, dejando tras de sí manchas de grupo. Las gentes empezaron a retroceder ante él sin
sangre, y avanzaban vacilantes, a pasos lentos. precipitarse, como se hace ante una piedra que
Muchos cuerpos permanecían inmóviles, con los desciende lentamente de la montaña.
rostros mirando al cielo o contra la tierra, paralizados El hombre de la barba larga y los ojos azules no
por la muerte, y sus miembros estaban rígidos por la se movía de su sitio, acogiendo al oficial que se
tensión, como si hicieran esfuerzos por desprenderse aproximaba con palabras llenas de ardientes
de los brazos de la muerte. reproches. Y, señalando con un gesto fuerte la sangre
El aire se hallaba impregnado del olor de la que se veía alrededor, le dijo:
sangre, que recordaba la brisa tibia y salada del mar - ¿Cómo puede justificarse esto? ¡Reflexionad! Es
en los anocheceres de los días cálidos. Pero era un un crimen imperdonable.
aire malsano, que embriagaba, dando una sed El oficial se colocó ante él, frunció las cejas y
desagradable. Si se aspiraba mucho tiempo, inspiraba extendió la mano con el revólver. No se oyó el
malos pensamientos y pervertía la imaginación, disparo, y sólo se vio la humareda que envolvía la
como podrían acreditarlo los criminales y otros mano del asesino. El oficial disparó tres veces
asesinos de profesión. seguidas. Después de la tercera, se doblaron las
Gemía la multitud retrocediendo, y los piernas del hombre de ojos azules, que se inclinó
juramentos, las maldiciones, los gritos de dolor se hacia atrás, agitó su mano derecha y cayó.
mezclaban en un abigarrado torbellino. Los soldados Las gentes se abalanzaron de todas partes hacia el
conservaban una posición rígida, inmóviles como asesino, que empezó a retroceder, agitando su sable y
muertos. Sus rostros se habían vuelto grises y apuntando con su revólver a los que le perseguían.
apretaban los labios con fuerza. Parecía como si ellos Un chicuelo se tiró a sus pies y el oficial le atravesó
sintieran también la necesidad de gritar y de jurar, el vientre con su sable. Se puso a gritar,
pero no se atrevieran y se contuvieran. Miraban retrocediendo siempre. Alguien le dio con una gorra
fijamente ante sí con ojos muy abiertos. Y su mirada, en pleno rostro. Otros le arrojaban bolas de nieve
profunda y limpia como el aire húmedo de un día ensangrentada.
otoñal, carecía de brillo humano. Diríase que Un minuto después, el suboficial y varios
aquellos ojos -puntitos negros sobre las caras grises- soldados llegaron en socorro de su jefe. Apuntaron
no veían nada de lo que miraban, o más bien, que no las bayonetas contra las masas y la multitud se
querían ver, ante el temor secreto de que la dispersó. El vencedor la amenazaba con su sable, que
contemplación de la sangre derramada por ellos les bajó luego, atravesando una vez más el cuerpo del
hiciese sentir el deseo de seguir derramándola. niño, que seguía a sus pies, y que manchaba la nieve
Tenían frío. Los fusiles temblaban en sus manos y con su sangre.
las bayonetas se estremecían en el aire. Pero aquellos Los sonidos horribles de la corneta se oyeron de
escalofríos de su cuerpo resultaban impotentes para nuevo.
despertar sus corazones impasibles, corazones hacía La multitud, espantada por aquellos toques,
tiempo muertos por la violación de su voluntad, y sus abandonó rápida la plaza. La corneta seguía
10 Maximo Gorki

estremeciendo el aire, subrayando el carácter trágico sólidamente establecido, fijo, dispuesto, se deshizo
del cuadro. de repente, se rompió, se descompuso. Todos, de un
El color vivo y rojo de la sangre irritaba la vista, modo más o menos claro, se sintieron de súbito
atraía las miradas, fascinaba, despertaba un deseo privados de algo, aislados, sin defensa ante la fuerza
horroroso de ver más, siempre más, en todas partes. cruel y cínica que se burlaba del derecho y de la ley.
Los soldados estaban excitados y alargaban los Aquella fuerza disponía de todas las existencias.
cuellos, como buscando con la vista más blancos Tenía derecho a sembrar la muerte, sin dar cuentas a
vivos para sus balas... nadie, y a destruir todas las vidas humanas que
El oficial, de pie ante ellos, agitaba furiosamente quisiera. Nadie podía impedírselo ni pedía el parecer
su sable; clamaba algo con voz aguda, convulsiva, de nadie. Era todopoderosa, y manifestaba
salvaje, plena de cólera. tranquilamente su terrible poder, obstruyendo las
La gente le gritaba de todos lados: calles de insensata manera con montones de
- ¡Verdugo! cadáveres e inundándolas de sangre. Su capricho loco
- ¡Canalla! y sanguinario estaba a la vista de todos e inspiraba
Las calles estaban llenas de gentes. una inquietud general y un miedo que paralizaba el
Había relativamente pocos obreros. La mayoría alma. Y, al mismo tiempo, despertaba a la razón,
eran pequeños comerciantes y empleados. Algunos obligándola a pensar y a buscar una defensa
habían visto la sangre y los cadáveres, y otros habían cualquiera contra ella y nuevos medios que sirvieran
sido ellos mismos maltratados por la policía. La para proteger la vida.
angustia les obligaba a salir de sus casas a la calle, y Un hombre grueso y fuerte atravesaba la calle con
sembraban el miedo y la inquietud en todas partes, la cabeza baja, agitando sus brazos ensangrentados.
aumentando más aún el carácter horrible de la Su abrigo estaba lleno de manchas de sangre.
jornada. - ¿Está usted herido -le preguntaron.
Los hombres, las mujeres, los niños, todos - No.
dirigían en derredor turbias miradas, escuchaban, - ¿Y esa sangre?
esperaban algo. Se referían los detalles de los - No es mía, señores... Es la sangre de los que, por
asesinatos cometidos y daban gritos de indignación, tener fe...
maldiciendo a los asesinos. Alrededor de los obreros No terminó la frase, siguiendo su camino.
heridos levemente se formaban grupos que les hacían Un destacamento de caballería, agitando sus
preguntas en voz baja, como si se comunicaran algo nagaikas, avanzaba veloz. La multitud huía en todas
muy íntimo y muy misterioso. direcciones, atropellándose, trepando sobre los
Nadie hubiera podido decir lo que se necesitaba y muros. Los soldados, borrachos, sonreían
lo que debía hacerse, y nadie quería irse. Se bestialmente, balanceándose sobre las sillas de los
comprendía que había ocurrido algo grave, y que caballos, golpeando a veces con sus nagaikas a las
aquellos asesinatos serían seguidos de algo más gentes que encontraban a su alcance. Parecía que lo
trágico y más profundo que los centenares de hacían de mala gana. Un herido cayó, pero se puso en
muertos y heridos. pie en seguida:
Hasta aquel día habían tenido ideas vagas, - ¿Porqué, imbécil, por qué nos asesináis?
formadas no se sabe cuándo ni por quién, en lo Un soldado cogió rápidamente su fusil y,
tocante a las autoridades, a la ley y a sus derechos. apuntándole, hizo un disparo. El hombre cayó de
Las gentes no se ocupaban de esto ni procuraban nuevo. El soldado se echó a reír.
formularse ideas fijas y determinadas con precisión. - Pero ¿ven ustedes lo que hacen estos canallas? -
Esto no les impedía tener cubierto el cerebro por una gritó temblando de cólera un señor enérgico y bien
densa corteza de prejuicios. Se habituaron a creer que vestido, volviendo a todas partes su rostro pálido y
existía en la vida una fuerza destinada a defenderles alterado-. ¿Cómo se puede vivir así? ¡Decídmelo, por
y capaz de hacerlo. La costumbre de confiar en la ley favor! ¿Entienden ustedes algo?.. ¡Mirad, Mirad!...
les daba una cierta seguridad, no admitía que otras El ruido de las voces excitadas llenaba el aire con
ideas entraran en sus cabezas y les defendía contra un sordo caos. En medio de las torturas del terror, de
los pensamientos turbadores. Vivían tranquilamente la alarma, de la desesperación, aparecía lentamente
con aquella fe en la fuerza de la ley. La vida, es algo que, tímido y vago, hacía renacer al
cierto, hacía vacilar con frecuencia aquella fe con sus pensamiento como un resplandor nuevo.
sensibles golpes. Pero seguían conservándola, porque Había también gentes tranquilas que preguntaban:
resultaba cómoda y porque hacía más fácil la - ¿Por qué ha reprendido al soldado?
existencia. - ¡Porque le ha pegado!
Y aquel día, de pronto, el cerebro de la multitud - Debía haberse apartado, simplemente.
quedó al descubierto. Como si la corteza que lo En el fondo de una puerta cochera, dos mujeres y
cubría cayera hecha pedazos, la angustia y el frío un estudiante hacían la cura a un obrero, herido en el
invadieron los corazones. Todo lo que parecía tan brazo. Sufría horriblemente, parecía taciturno y,
El domingo rojo 11

mirando en derredor, decía a los asistentes: - ¡Todavía más! ¡No tienen bastante!...
- Había intenciones criminales. Sólo los cobardes La multitud cobraba animación de nuevo.
y los espías dicen otra cosa. Se ha visto claramente... - ¿Dónde disparan?
Los ministros sabían perfectamente por qué íbamos; - Al otro lado del río.
conocían perfectamente nuestra petición... - ¿Lo oís?...
¡Cobardes! Tenían tiempo de habernos prevenido - ¡No es posible!...
para que no fuéramos... Podían habérnoslo - A fe mía que se han apoderado del arsenal...
confesado... No ha sido hoy la primera vez que nos - ¡No está mal, no está mal!...
hemos reunido... Todo el mundo, la policía como los - Pero ¿son muchos?
ministros, sabían que iríamos... ¡Bandidos! - No lo sé. Han cortado los hilos telegráficos,
- ¿Qué pedíais? -preguntó un señor viejo y levantando barricadas...
delgado, que parecía serio y meditabundo. - ¡Cómo! Pero esto es muy grave...
- Suplicábamos al zar que convocara a los - ¿Son muchos?
elegidos del pueblo para gobernar con ellos, y no con - Sí.
los chinovniks que arruinan a Rusia. Esta canalla está - ¡Si al menos la sangre inocente fuera vengada!...
reduciendo a la miseria a todo el mundo... y es hora - ¡Vamos allí!...
de acabar con ella... Sí, es hora... - ¡Iván Ivanich, pronto..., vamos!
- Es verdad... ¡Es indispensable! -observó el señor - A fe mía que esto es algo...
viejo. Delante de la multitud apareció un hombre, cuya
Terminaron la cura del obrero, bajando con voz resonó en el crepúsculo.
precaución la manga de su abrigo. - ¿Quién quiere batirse por la libertad, por el
- ¡Muchas gracias, señoras y señores! -exclamó pueblo, por los derechos del hombre a la vida y al
dulcemente-. Ya les decía yo a mis camaradas que no trabajo? ¿Quién desea morir luchando por el
valía la pena venir y que no daría esto ningún porvenir?
resultado... ¡Y, en efecto, pueden ver las pruebas! Unos se dirigieron hacia él, formando, en el
Metió con precaución su mano entre dos botones centro de la calle, un grupo bastante numeroso. Otros
de su abrigo y se fue sin prisa. trataban de irse rápidamente.
- ¿Veis cómo razonan estas gentes? Es algo... - Hay que reflexionar..., que comprender...
- Ciertamente... Pero, de todos modos, es - ¡Ved lo irritado que está el pueblo!
demasiado escandaloso asesinarlos... - ¡Le sobran razones!
- Por otra parte, ya no hay remedio. Hoy les ha - Y todavía Sé han de ver más horrores. ¡Dios
tocado a ellos la vez, y mañana quizá me toque a mí. mío, Dios mío!
.. ¿Y qué ocurrirá entonces, decid? - ¿Qué pasa?
- Tiene usted razón, señor. Desaparecían las gentes en la oscuridad de la
En otro lugar se disputaba ardientemente. noche, camino de sus casas, llevándose consigo la
-Acaso él no sabía nada... inquietud, el sentimiento horrible de su aislamiento,
- Entonces, ¿para qué sirve? la conciencia apenas despierta de su vida llena de
Los que querían suscitar la imagen del zar y dolores, ¡vida de esclavos, sin ningún sentido ni
salvar su prestigio estaban ahora en minoría. Apenas derecho!..., mas sintiendo, no obstante, a la vez, el
se les encontraba. Provocaban el odio con su intento deseo de adaptarse a cuanto fuera provechoso y
de hacer revivir al fantasma muerto... Se les atacaba cómodo.
como a enemigos, y ellos desaparecían Aquello era horrible. La oscuridad separaba a las
temerosamente. Las gentes trataban de libertarse por gentes, rompiendo el débil lazo del interés exterior.
completo de los residuos de su ingenua creencia. La Los que no sentían la fiebre interior de la revuelta
excitación crecía. El pensamiento trabajaba. marchaban con rapidez hacia su mísero hogar.
En la calle apareció una batería, que atropellaba a La noche se ennegreció más aún. Las linternas no
la multitud. Los soldados, a caballo, miraban delante se encendían.
de sí con ojos pensativos sobre las cabezas de las De repente oyóse una voz bronca que gritó:
gentes. La multitud se agitaba, dejando el paso - ¡Los cosacos!
franco, en un silencio lúgubre. Al extremo de la calle apareció un escuadrón. Los
Se oía el ruido de las pisadas de los caballos y el caballos trotaron unos momentos, como si vacilasen.
de las cajas. Los cañones, inclinando sus bocas, Pero en seguida se precipitaron sobre la multitud.
contemplaban la tierra atentamente, como si Los cosacos comenzaron a dar alaridos salvajes, en
quisieran olerla. El cortejo tenía el aspecto de un los que había algo inhumano, ciego, oscuro,
funeral. desesperado, triste. En la lobreguez de la noche,
El estrépito de una descarga de fusilería rasgó los jinetes y caballos parecían más pequeños. Los sables
aires. Las gentes se callaron para escuchar. Alguien brillaban con resplandor mortecino. Sonaban menos
dijo: gritos y más golpes.
12 Maximo Gorki

- ¡Hay que contestarles como sea, compañeros! ocupó por entero. Y alguien exclamó:
Sangre por sangre... ¡Dadles con más fuerza!... - El derecho de ser ciudadanos, desde hoy, lo
- ¡Huid, poneos a salvo!... hemos comprado al precio de nuestra sangre.
- ¡Armaos de piedras! Una voz dolorida y temblorosa le interrumpió:
- Pero ¿estáis locos? - ¡Nuestros gobernantes se han lucido, como hay
Entre brincos y relinchos, los caballos derribaban Dios que se han lucido!
aquellos cuerpos negros. Se oían los sablazos y las Otra voz, amenazadora y ruda, añadió:
voces de mando. - ¡Jamás olvidaremos este día!
- ¡Apunten! -ordenó el oficial. La multitud avanzaba con rapidez. Todos
La corneta tocaba nerviosamente. Los individuos hablaban a un tiempo, y las palabras se confundían
de la multitud escapaban, cayendo aquí y allá y en un vocerío fatídicamente lóbrego.
atropellándose unos a otros. La calle iba quedando A ratos, una voz, casi una interjección, ahogaba
solitaria. En su parte central se veía un montón de momentáneamente las demás.
armas negras. Más allá se distinguía el rápido galopar - ¡Cuánta gente han matado hoy, Dios mío!
de los caballos. - ¿Y por qué, por qué?
- ¿Te han herido, compañero? - ¡Oh, esta fecha nefasta no la olvidaremos nunca!
- Creo que me han cortado una oreja. Una exclamación nerviosa y solemne como una
- ¡Es imposible hacer nada sin armas! profecía resonó en los aires.
En la calle, desierta, continuaban escuchándose - ¡La olvidaréis muy pronto, porque tenéis alma
los ecos del estrépito de la fusilería. de esclavos! ¿Qué os importa la sangre ajena?
- ¡Los malditos no se cansan! - ¡Calla, compañero!
Sobrevino el silencio, sólo interrumpido por el La oscuridad se hizo más densa y el silencio más
ruido de unos pasos precipitados. ¡Parecía mentira profundo. Las turbas caminaban, volviéndose hacia
que en la calle aquella hubiera tan pocos aquella voz y gruñendo...
movimientos y tan pocos sonidos! Un murmullo Sobre el adoquinado de una calle se proyectaba,
sordo y húmedo se elevó por doquiera, como si el desde la ventana de una casa, el resplandor de una
océano hubiese invadido la capital. luz amarilla, que permitía distinguir las siluetas
Entre las tinieblas brotó un gemido suavísimo de sombrías de dos hombres. Uno, tirado en el suelo,
alguien, que paralizaba su respiración penosa. Una apoyaba la espalda contra la linterna, y el otro se
voz preguntó, inquieta: inclinaba sobre él, tratando de incorporarle, a lo que
- ¿Te han herido, compañero? parecía.
- ¡Calla, no me ocurre nada!-respondió otra voz Una voz vibrante y henchida de melancólico
ronca. acento repitió:
En la calle próxima, donde habían disparado los - ¡Esclavos!
cosacos, apareció una densa muchedumbre, que la

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