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Venancio el campesino que no quería luz en su casa

El caserío de San Francisco queda en la margen derecha de la quebrada

Ishpingo en el distrito de Aramango. Allí viven veinte familias que se dedican al cultivo

de frutas y a la ganadería.

En el año 2014, llegó un grupo de trabajadores de una empresa eléctrica para

realizar los estudios técnicos a fin de instalar energía eléctrica en las casas y en la vía

pública. Todos estaban felices al saber la noticia. Por fin tendrían luz eléctrica en sus

casas después de varios años de gestión.

A inicios del año 2015, las casas ya contaban con energía eléctrica. Cada martes

bajaban los pobladores al pueblo de Aramango para comprar focos, sóquetes, llaves,

alambres, interruptores y otros elementos porque tenían que instalar luz eléctrica en

sus viviendas. Durante el mes de enero, cada noche era un motivo de júbilo porque

en cada casa aparecían más luces y en febrero podría apreciarse al caserío lleno de

lucecitas hasta el amanecer.

Pero no solamente había luz en cada casa sino también en la vía pública. La

única carretera que cruzaba el caserío hasta la montaña también fue decorada con

algunos postes de cemento traídos desde Bagua para sostener las luminarias y toda

la noche la gente podía contar con luz eléctrica fuera de su casa. Desde antes, los

vecinos acostumbraban conversar hasta que les venga el sueño en la puerta de su

casa a la luz de la luna y las estrellas, pero ahora podían conversar bajo la luz del foco

de un poste que estaba junto a su casa.

Todo fue felicidad hasta el mes de marzo, hasta cuando llegó al caserío don

Venancio por motivo que a su hijito le tocaba estudiar en la escuela y tenía que dejar

de vivir en la montaña.

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Don Venancio encontró el caserío trasformado con la llegada de la energía

eléctrica. En la puerta de su casa había un muro con un medidor instalado. Solamente

le faltaba firmar un documento. Pero este hombre no se alegró, al contrario se enojó

porque tenía que comprar algunos implementos para instalar luz en su casa y tenía

que pagar una cita mensual por el consumo.

Su compadre Teodoro le animó y le convenció que ingrese a la lista de usuarios

y así fue que a don Venancio también le instalaron luz eléctrica. Él y su familia gozaban

de la misma alegría de sus vecinos. Gonchi, su hijo era el más feliz porque podían

hacer sus tareas en las noches antes de dormir. Doña Susana, mamá de Gonchi

también estaba muy contenta porque cada madrugada podía cocinar el desayuno con

ayuda de la luz eléctrica. Tanta fue la emoción de don Venancio que también se animó

comprar un televisor por cuotas en la tienda comercial del pueblo de Aramango.

Pasó el primer mes de aventuras en cada casa con la energía eléctrica. En el

último día llegaron al caserío los primeros recibos de pago mensual y Venancio obtuvo

su primer recibo por la suma de once soles (ocho por consumo doméstico y tres soles

por alumbrado de la vía pública). Don Venancio se enojó y casi rompe el recibo.

Venancio fue donde su compadre Teodoro y le mostró el recibo. Teodoro le dijo

que también había recibido por el mismo monto y que el siguiente martes bajarían al

pueblo de Aramango para pagar su primer mes de consumo. Ellos acostumbraban

bajar los días martes levando sus productos agrícolas para intercambiarlos con los

comerciantes en el mercado de Aramango.

Cuando llegaron a la oficina de la empresa eléctrica. Don Venancio se puso

enérgico y pidió que le corten el fluido eléctrico y que no quería saber nada con la luz

y que estaba mejor viviendo con sus velas y su lámpara petromax.

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Los señores de la empresa le explicaron las bondades de la energía eléctrica y

que ahora que su hijito está estudiando va necesitar hace sus tareas. Todo tipo de

convencimiento aplicaron los señores de la empresa, pero don Venancio dijo que no

y que no hasta que le hicieron firmar un documento de renuncia al servicio. Le quitaron

el fluido eléctrico de su casa, recogieron su medidor y también quitaron la luminaria

que estaba cerca a su casa.

Pasaron los días y todo parecía que iba bien hasta que empezaron los problemas

ór falta de energía eléctrica. Aparte que el televisor ni funcionaba, el niño Gonchi no

podía hacer bien sus tareas que la maestra de la escuela les dejaba para que

desarrollen junto a sus padres antes de dormir. Mientras que en las demás casas

había iluminación y alegría por el desarrollo de ejercicios, en la casa de don Venancio,

el pequeño Gonchi estaba fastidiado porque no avanzaba mucho debido a que

solamente usaban una vela.

El niño le pedía a su papá que le dejara ir a la casa de vecino para hacer la tarea.

Al principio el padre no quería, pero después al ver la insistencia e interés del niño

Gonchito de cumplir con las tareas de su maestra le dejó ir.

Hasta que un mal día o mala noche pasó algo muy lamentable. Cuando Gonchito

estaba haciendo su tarea en casa de Saulito. Empezó a caer una fuerte lluvia. Los

cielos se estremecían. Había rayos por todos lados. El papá de Saulito le dijo a Gonchi

que mejor vaya a su casa porque su papá debe estar preocupado.

El niñito salió corriendo, sin darse cuenta que el agua había arrastrado algunas

piedras por la calle y como no había luz eléctrica en la luminaria que está junto a su

casa, tropezó golpeándose fuertemente la rodilla. Al escuchar su grito de dolor, salió

su padre a su puerta y abrazó a su hijo y al ver su estado le cargó y le puso sobre su

cama a tientas. El dolor era intenso.

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Al día siguiente muy temprano Venancio tuvo que bajar hacia Aramango

cargando a su hijo para que le curen en el centro de salud. En el camino iban

Pensando si ir o no ir a la empresa para que le restituyan la luz eléctrica. Estaba

avergonzado. Por su culpa se accidentó si hijo.

Luego de dejar a su hijo en el centro de salud, resignado y muy decidido, se fue

a la oficina de la empresa y expuso su caso pidiendo comprensión y arrepintiéndose

por la decisión anterior. Los señores de la empresa aceptaron su pedido de reconectar

la luminaria, pero le cobraron la reconexión, el derecho de inscripción y la mano de

obra.

Cuando regresó Venancio al caserío estaba poco feliz, aunque no tendría plata

en el bolsillo para salir a pasear el fin de semana porque lo había gastado en la

reconexión. El problema es que no tenía energía eléctrica dentro de su casa, así que

ideó un plan.

Al día siguiente por la tarde, cogió su alicate y peló uno de los cables que iba a

casa del vecino por cerca de su techo y empató a otro cable que estaba conectado

dentro de su casa y obtuvo energía eléctrica. Para que el vecino no se dé cuenta,

orientó a su esposa y a su hijito para usar la luz eléctrica solamente por momentos.

Había dejado dos ganchos de alambres pelados cerca de su cama para conectarlos

cada vez que quería tener energía en su casa. Cuando no había necesidad los

desconectaba.

Todo parecía que iba bien nuevamente en la familia, pero como la maldad no

dura mucho tiempo un día llegó la desgracia.

Un martes don Venancio fue a Aramango con sus productos, como de

costumbre, pero como había llovido bastante la quebrada Ishpingo cargó bastante y

tuvo que regresar al pueblo a pasar la noche.

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En casa solamente estaban el pequeño Gonchi con su mamá Susana. Ella no

sabía cómo conseguir energía para que Gonchi haga su tarea y tuvo que aceptar a

Gonchi cuando le dijo que él había visto a su papá como hacia el contacto con los

cables.

Gonchi alumbrado con vela por su mamá se acercó al rincón tras la cama de su

papá a conectar los alambres pelados que estaban en forma de gancho. Lo que él no

se había percatado era que no debía coger la parte pelada de los alambres sino la

parte cubierta de plástico. Entonces con el ánimo de tener luz para sus tareas juntó

los dos extremos y se produjo una chispa pasándole a su cuerpo una descarga

eléctrica que lo botó unos metros. La chispa se hizo grande y la caña brava seca de

la pared de la casa empezó a quemarse.

El fuego llamo la atención de los vecinos y en medio de gritos todos salieron de

sus casas con baldes de agua a apagar el fuego que avanzaba en la pared de la casa

de Venancio. Los vecinos apoyaron lo más que pudieron y atendieron al niñito Gonchi

que yacía malherido junto a la cama de su papá. Su nerviosa madre tuvo que confesar

a sus vecinos lo que había ocurrido. Ya más calmada le preparó un calmante a su hijo

y se durmieron pensando en lo que había pasado.

Temprano, madre e hijo bajaron al pueblo de Aramango para ver el golpe en su

cabeza y la quemadura en sus manos. A medio camino se encontraron con Venancio

a quien contaron lo ocurrido. Venancio les abrazó, se dio cuenta de su culpa y les

pidió perdón a sus seres queridos y pidió perdón a Dios por salvar la vida de su hijo.

Juntos fueron a Aramango para atender a Gonchito en el centro de salud y para

pedir a la empresa que les restituya el fluido eléctrico en su casa sin importar lo que

le iban a cobrar porque ahora sí quería tener una vida normal y legal.

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