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29/10/2018 Antonio García de León

Antonio García de León


Los prodigios del tiempo

No sirve de nada decir que el pasado aclara el presente o que el presente aclara el pasado. Una imagen
contraria y quizá mejor es aquella en que el Antes encuentra al Ahora, en un relámpago fugaz y para
formar una constelación. Dicho de otra manera, esta imagen es la dialéctica en detención. Pues mientras
que la relación entre pasado y presente es puramente temporal, la relación del Antes con el Ahora es
dialéctica: no es de naturaleza temporal, sino figurativa... No es algo que se desarrolla, sino una imagen
de brusca discontinuidad. Apenas las imágenes dialécticas son imágenes auténticas, y el lugar donde las
encontramos es el lenguaje.

Walter Benjamin, "Teoría del progreso"*

El río de las vivencias más que pasar ante el sujeto se despeña dentro de él, en su fondo invisible, en la
memoria profunda que determina la mirada hacia "atrás" en el tiempo. Pero en la situación opuesta a lo
efímero, cuando el presente se dilata y ensanchándose parece absorber pasado y futuro, es cuandonos
percatamos de la

corriente temporal, de ese transcurso silencioso aunque en perpetuo movimiento. El tiempo histórico se
articula así en fragmentos que semejan relámpagos de recuerdo, mostrados sucesivamente por la trama del
lenguaje...

El tiempo histórico no existe de manera independiente de los acontecimientos, no existe al margen de los
sucesos, no tiene sentido ni realidad fuera del torrente de la historia. Estos acontecimientos que conforman la
historia están, a su vez, marcados por la ruptura, de allí que el tiempo histórico, en su dimensión pasada y
futura, sea más visible en los momentos de ruptura y de crisis que en los tiempos de relativa calma. En otras
palabras, el tiempo, fuera de la interacción social real, no actúa por sí mismo: porque ni el punto del espacio
ni el momento mismo disponen de realidad física per se, si no es en el acontecimiento propiamente dicho. El
tiempo no existe fuera de los hechos ni de sus interrelaciones, y como factor real del movimiento histórico,
tiene sentido, precisamente, en el seno de esta amalgama de sucesos y de su estrecha combinación con el
espacio. La mayor o menor profundidad de los acontecimientos confiere también a la historia ritmos
diversos, densidades múltiples que suelen aparecer de manera simultánea, confiriéndole una mayor o menor
apariencia de velocidad o lentitud, según los procesos sociales que se despliegan en su curso. Por eso, para
Benjamin la verdadera imagen del pasado transcurre veloz, y "así se deja fijar como imagen, que
relampaguea irreversiblemente desde el momento en que es reconocida". La historia, como lo afirma en la
tesis XIV de sus Tesis de filosofía de la historia, "es objeto de una construcción cuyo lugar no es el tiempo
homogéneo y vacío, sino un tiempo saturado de ahoras" ("Tesis de filosofía de la historia", en Walter
Benjamin, Ensayos escogidos, en lo sucesivo WB).

Podemos decir también, atendiendo a estas imágenes sucesivas, que los acontecimientos que se despliegan
en el presente causan perturbaciones a través del espacio-tiempo en la medida en que modifican
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constantemente nuestra visión del pasado: esto es el punto central de lo que aquí intentaremos decir, de lo
que nos interroga y nos obliga a nuevas preguntas.

El pasado ocurre así como un paisaje de fondo que se transforma y se distorsiona en función de la velocidad
con la que nos alejamos de él, modificándose también a partir de los acontecimientos que se suceden en el
presente y que de inmediato se incorporan a este inmenso paisaje de un horizonte ya vivido, contemplado en
perspectiva y en diferentes grados de amplitud y de complejidad, un pasado que a menudo parece más bien
acercarse en determinados trechos del camino, en algunos tramos del devenir que se desenvuelve a nuestras
espaldas. Los historiadores son los que se asoman a contemplar este paisaje en permanente cambio desde el
vagón de cola de esta sucesión de acontecimientos, los que intentan reconstruir su naturaleza cambiante sin
perder la perspectiva de la dimensión temporal sobre la que están moviéndose. Aunque en un sentido
estricto, los historiadores no son simples espectadores del pasado, puesto que cuando ofrecen una
explicación en términos de propósitos o razones, participan y vuelven a pensar ese pasado...

Un acontecimiento presente, de suficiente magnitud, puede modificar nuestra visión de los sucesos del
pasado, de allí que haya que estar constantemente revisándolo en función del presente, y que esta
interpretación en permanente revisión sea, a fin de cuentas, la tarea primordial de la historia. En este sentido,
la historia se ocupa del presente y proyecta al futuro su constante y renovada visión del pasado. Pero
también, y en eso habría que insistir, la misma mirada reiterada y renovada sobre el pasado tiende a
modificarlo. La interpretación del pasado, su observación –puesta bajo la prueba de los hechos del presente–,
tiende entonces a curvar y a contraer en algunas de sus partes a ese mismo tiempo transcurrido anterior: de
allí que muchas veces la historia parece alcanzarse permanentemente a sí misma –"repitiéndose"–, y que los
diferentes hechos del pasado adquieran sabores y coloraturas diversas según la naturaleza del momento
desde donde los observamos.

Asimismo, los acontecimientos sólo adquieren significado histórico gracias a su relación con hechos
posteriores a los que el historiador concede importancia en función de sus intereses presentes. Inmersos de
alguna manera en ese paisaje contemplado y repensado a la vez, los relatores recrean en la historia sus
propias preocupaciones y experiencias anteriores, como observadores involucrados en los hechos que son
capaces de narrar y reconstruir. En Historia y narración Danto dice que la historia "es una disciplina
subjetiva en el doble sentido de ser el marco en cuyo seno podemos autorrepresentarnos y, al mismo tiempo,
marco en el cual el historiador no es espectador sino partícipe". Y puesto que el objeto de la historia, como
imagen construida a fin de cuentas de manera teórica, es lo acaecido (lo desprendido como tal tanto de lo
presente como de lo futuro), la intervención del paso del tiempo es aquí fundamental. Así, el contenido de un
suceso sólo puede ser considerado como "histórico" si es colocado en un complejo contexto de hechos
interrelacionados temporalmente, pues si aparece aislado o es intencionalmente aislado, pierde su
historicidad. El hecho sólo es histórico allí donde el "estado de las cosas" se corta, donde se temporaliza el
contenido sobre la base de una comprensión que se pretende atemporal. "El tiempo físico", decía Benjamin
(citado por Stéphane Mosès en L’ange de l’histoire), "el que percibimos espontáneamente como continuo e
irreversible, no posee en sí mismo carácter histórico: para que el tiempo aparezca como histórico hace falta,
al contrario, que su desarrollo sea interrumpido". En principio, esto sólo puede acontecer allí donde el
comprender abarca la globalidad de los contenidos, porque lo particular sólo se torna comprensible en el
contexto del todo absoluto. Dice Wallerstein en El sistema mundial moderno que la realidad social puesta
sobre la dimensión del tiempo no es tan sencilla como a veces aparenta, pues "...existe en el presente y
desaparece al ir convirtiéndose en pasado, y por esto, sólo se puede narrar verdaderamente el pasado como es
y no como era..."

Un ejemplo de todo esto en los sucesos de nuestro presente es la irradiación que el estallido de Chiapas, de
enero de 1994, causó sobre la trama construida de la historia mexicana anterior, poniendo al descubierto
nuevas facetas de la interpretación de la historia pasada, del país, de la región, del régimen imperante, de la
naturaleza del estado de cosas. El fenómeno "Chiapas" nos demuestra que lo característico de la situación de
partida de un proceso de transición es el predominio de lo que hay de contradictorio sobre lo que hay de
armónico, del pasado sobre el presente en la relación que junta a la sustancia con la forma de una realidad
histórica como ésta. La sustancia "ha crecido", "se ha tensado", "se ha reacomodado" en un acontecimiento
que ha provocado, en la forma establecida, la insuficiencia o caducidad de algunos de sus rasgos y la

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aparición de ciertos elementos nuevos, desconocidos en ella como sostiene Bolívar Echeverría en su ensayo
"La transición histórica" publicado por Carlos Barros y Carlos Aguirre Rojas en Historia a debate.

Se trata, pues, de un pasado modificado por el presente que demuestra la relatividad del tiempo histórico y su
reflejo en cascadas de sucesos que dan a este fragmento de hechos su particularidad y su prodigio. Pero
también el presente cambiante modifica su configuración y proyecta la sombra de esta historia reinterpretada
sobre la pantalla del futuro, perfilándose como proyecto de cambio. Así, los hechos de nuevo narrados se
tropezarán con nosotros en lo sucesivo, en lo que viene de esta red de flechas del tiempo y "horizontes de
sucesos" (para usar un término de la física astronómica): acontecimientos que configuran eso que llamamos
historia y que en su interior contienen, a su vez, otros universos y realidades pasadas, que tal vez algún día, a
la luz de otros sucesos de ruptura, se proyecten sobre el futuro. Es indudable así, en la historia presente de
México, que una avalancha de hechos se ha desprendido de alguna parte de nuestro trayecto y de nuestra
memoria más profunda desde enero de 1994, acelerando de manera irreversible varios cambios en todo el
país; en este caso, Chiapas (tiempo-espacio singular) es una muestra del grado en que se habían deteriorado
los cimientos del sistema y su capacidad de legitimación.

Mucho de lo paradójico de todo esto es que en la última década de reacomodo de estos procesos, la
marginalidad de Chiapas acabó siendo centralidad política y social, vórtice de una historia más amplia –algo
así como agravios regionales transmutados en un estado de ánimo nacional orientado al cambio–, que
concluye y empieza allí como la marca de un corto siglo XX mexicano: ese que se inició en 1910 y que
concluyó el último día de 1993, precedido de los estertores de 1985 y 1988. La crisis que hoy se despliega es
en mucho una sucesión revitalizada de las mentalidades y los espíritus regionales, enmarcada en sucesivas
síntesis y cortes en la vida económica que parecen recorrer los caminos ya trillados por los efectos de las dos
"modernizaciones" anteriores, la de los Borbones y la del Porfiriato: y si no, ¿quién hubiera imaginado que a
fines del siglo XX se repitiera una geografía regional del conflicto rural que en mucho recuerda a las grandes
rebeliones del siglo XIX?, ¿quién hubiera pensado en el renacer de la lucha maderista por el sufragio
efectivo?...

Si seguimos a Michelle Vovelle en Idéologies et mentalités podemos decir que en esta hora "la historia de las
mentalidades se entrecruza con la de las resistencias", y que los momentos de profunda crisis –como el que
hoy vivimos–, son como privilegiadas ventanas hacia un pasado que creíamos definitivamente sepultado. Esa
historia es asimismo el lugar privilegiado de las evoluciones lentas y las inercias, de lo que se ha dado en
llamar, desde el advenimiento de ese domador del tiempo que fue Fernand Braudel, "cárceles de larga
duración". Evoluciones lentas que no eliminan la sorpresiva aparición del instante único, de la ruptura que
desencadena todo lo que esas prisiones sociales y mentales guardan en su oscuro interior.

Por todo ello, esas rutinas del tiempo largo tienen que ser también revisadas en función del instante estallado,
del acontecimiento singular que, como lo ocurrido en 1994, puede modificar en la discontinuidad todo el
panorama y acelerar los procesos desencadenando un torrente de acontecimientos, una onda de choque que
se propaga en el espacio-tiempo con resultados a menudo imprevistos. En la pertinaz ofensiva de la longue
durée contra el acontecimiento (del que se había abusado en la antigua historia "historizante"), se volvió
muchas veces a negar los poderes creadores del instante, de la mutación brusca y en caliente de los hechos
"superficiales", la emergencia de esa espuma de la historia de la que también están compuestos los lentos
oleajes. Así, el acontecimiento que devolvió para nosotros la vitalidad de una sucesión de hechos que se
había esclerotizado junto con el antiguo régimen mexicano, apareció repentina e inesperadamente, desde
abajo y con la rapidez del relámpago: mezclando el pasado, el futuro a veces, y siempre cautivo de un
presente intensamente vivido. Instante preciso en que el tiempo no transcurre sino que se dilata. "La
eternidad", decía San Agustín, "no es una infinidad de tiempo, sino solamente un instante..."

Para materializar esas imágenes y conferirles su carácter variado y en movimiento, la reconstrucción


histórica intentará entonces apuntar al objeto desde todos los ángulos posibles, los de fuentes y miradas
múltiples, los de los grandes rasgos y detalles que al aplicarse en un solo punto reproducen, como en un
holograma de apariencia tridimensional –etérea y concreta a la vez–, las diferentes aristas vivas del
pasado/presente: sólo así, y parafraseando a ese Benjamin tocado por el ala del Ángel de la Historia, "el
Antes se encontrará de nuevo con el Ahora, y del relámpago podrá surgir una nueva constelación"...

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La conciencia de hacer saltar el continuum de la historia es propia de las clases


revolucionarias en el instante de su acción.

Tesis XV

Estas fluctuaciones en el desenvolvimiento del tiempo his-tórico no son solamente subjetivas o individuales,
no son únicamente producto de la mirada del historiador, sino procesos vividos de manera colectiva y
desarrollados, sobre todo en la historia de los últimos siglos. Esas aceleraciones no dependen de la psicología
o el temperamento de cada quien, sino que se les puede claramente "objetivar". Pues así como se puede
contar en jornadas o en horas, así se pueden medir los sucesos en meses o en años. La naturaleza compartida
del tiempo histórico se sirve para su reconstrucción de un tiempo social discontinuo y pleno, de puntos de
referencia en el tiempo que son comunes a los miembros de una misma sociedad, de un sinfín de referencias
afines que permiten la periodización y que la van afinando casi de manera "natural". Pero no todas las
sociedades han tenido siempre un mismo tiempo, dado que hoy vivimos también un tiempo globalizado por
la dinámica misma del capitalismo, por la vocación planetaria de su mercado que ha desplazado al tiempo
cíclico de las sociedades antiguas: un tiempo que no ha escapado a esta dinámica, y que a su turno quedó
también convertido en una mercancía más.

Hoy podemos decir que la victoria de la burguesía es la victoria del tiempo profundamente histórico, que el
triunfo del tiempo irreversible es también su metamorfosis en tiempo de las cosas, porque el arma de su
victoria ha sido precisamente la producción en serie de objetos, según las leyes de la mercancía y conforme a
los tiempos acotados, cronométricos, de la producción en serie. El principal producto que el desarrollo
económico ha hecho pasar de la rareza lujosa al consumo corriente es la historia, pero solamente como que
historia del movimiento abstracto de las cosas que domina todo uso cualitativo de la vida: "con el desarrollo
del capitalismo, el tiempo irreversible se ha unificado mundialmente", como señala Guy Debord en La
société du spectacle.

En estas diferentes fluctuaciones, hechas de rupturas y continuidades, la reconstrucción histórica requiere


también de un "alejamiento" de los mismos sucesos vividos. Es por eso que los revolucionarios, o los
involucrados en los sucesos que se precipitan en cascada, no pueden juzgar si su revolución constituye un
progreso, más que en la medida en que sean también historiadores, es decir, en la medida en que comprendan
el modo de vida, el "estado de cosas", que por otro lado rechazan, llevando a cabo un movimiento de relativo
alejamiento con relación a su tiempo vivido. Y es esta comparación entre el pasado y el presente lo que
supone que el tiempo de la historia sea objetivado a través del discurso histórico. Son aquí los mismos
procesos estudiados los que por su desarrollo imponen al tiempo una topología determinada, una estratigrafía
dinámica. Cada tema, cada conjunto de fuentes marcará así una construcción particular, una singularidad.
Cada fenómeno tendrá también su propia periodización... En ese sentido el tiempo histórico es también un
tiempo construido y maleable.

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Pero en este tiempo construido, la perspectiva del historiador no corresponde ni sabría corresponder a la de
un espec-tador realmente existente dentro del curso de los sucesos historiados. Su perspectiva se parece más
bien a la posición de un observador que se sirve de instrumentos para proveerse, por intermedio de imágenes,
de objetos muy alejados, tan pequeños que no emiten más que destellos casi invisibles, y que le dan sentido
al tiempo anterior insertándose en el tiempo actual. Krzysztof Pomian anota en L’ordre du temps que
"muchos acontecimientos, en su sentido tradicional, quedan afuera de una perspectiva como esa, como las
flores que se abren al pie de un observatorio, totalmente invisibles para el telescopio que les da su sombra".
Esos destellos que por su lejanía aparecen desfigurados constituyen un ruido de fondo que tiene que ser
permanentemente reconstruido, evocado sólo en los rasgos principales que de manera azarosa llegaron hasta
nosotros, que escaparon a la acción destructora de la desmemoria, del descuido y del propio tiempo
transcurrido. Así, diría Benjamin en su ensayo "Sobre el lenguaje en general y el lenguaje de los hombres"
que "la historia utiliza la masa de datos para con ellos contradecir la existencia de un tiempo lineal,
homogéneo y vacío... y aprovecha esa oportunidad para extraer una época determinada del curso homogéneo
de la historia, para singularizarla...", de allí que no haya algo peor que la historia construida a partir del
paradigma del progreso, de un curso prefijado, de la mitología del encadenamiento causal que conduce a un
fin predeterminado. En su "Apéndice A" a las "Tesis", Benjamin extiende el poder crítico del Jetztzeit (el
"tiempo de ahora", la "ahoridad") a la causalidad historicista y marca el origen de este tiempo, como tiempo
profanado, en la más pura tradición del judaísmo mesiánico:

El historicismo se contenta con establecer un nexo causal entre varios momentos de la historia.
Pero ningún hecho es histórico por ser causa. Se transforma en hecho histórico póstumamente,
gracias a los acontecimientos que pueden estar de él separados por milenios. El historiador
consciente de eso renuncia a desgranar entre los dedos los acontecimientos, como las cuentas de
un rosario. Capta la configuración sólo en cuanto la suya propia entró en contacto con una época
anterior, perfectamente determinada. Con eso, funda un concepto de presente como
tiempo/actual, que es como un ahora (Jetztzeit), en el que están dispersas astillas del tiempo
mesiánico.

O como diría en su tesis VI: "Articular históricamente el pasado no significa conocerlo, como
verdaderamente ha sido. Significa apropiarse de una reminiscencia, adueñarse de un recuerdo tal y como
éste relampaguea en un instante de peligro".

Y es así que la visita al pasado es hacia un país lejano –muchas veces en coyunturas de peligro–, y en ello
radica la impotencia del historiador que se obliga a penetrarlo. Su tragedia es mayor por la limitación física
de acceder directamente a ese pasado. Su visión está principalmente enfocada a ese pasado incorpóreo, y
hacia el futuro sólo en la medida en que se convierte en pasado. Porque todas nuestras evidencias proceden
del presente y del pasado no podemos ahora reunir datos acerca del futuro, y la historia no es sino una tarea
de recolección de vestigios, de "astillas", de pequeños y grandes detalles: una acumulación de ruinas a la que
intentamos conferir una nueva vida. La naturaleza del tiempo histórico es así engañosa y paradójica, como
un juego de espejos móviles en una casa de espejos... La imagen histórica que realmente tenemos a partir de
la investigación y de una construcción basada en la fantasía consta de imágenes discontinuas, coaguladas en
torno a un concepto central, limitadas por el azar de las fuentes que sobrevivieron al paso del tiempo. Georg
Simmel, en El individuo y la libertad, señala que alrededor de cada punto de cristalización semejante
reunimos un número dado de procesos únicos diferenciables, pero cuya totalidad separa por completo "un
acontecimiento" de los acontecimientos vecinos. Desde esta perspectiva, la historia tendría un sentido
cabalístico, como las Sagradas Escrituras del sabio de la Torá, semejantes a una gran casa con muchos
aposentos, todos cerrados con llaves diversas, que en el intertexto de los sucesos se hallan cambiadas... como
lo sugiere Paul Veyne en Foucault revoluciona la historia.

En la construcción de la trama histórica interviene entonces el "trabajo sobre el tiempo", que no es solamente
una puesta en orden cronológico, o una simple estructuración en periodos, sino principalmente una
jerarquización de los fenómenos en función del ritmo según el cual cambian y se modifican. El tiempo de la
historia no es así una línea recta, ni una línea rota en periodos, ni siquiera un mapa: las líneas que lo
entrecruzan componen más bien un relieve. Hay en este relieve la apariencia de espesor y profundidad,
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apariencia principalmente causada por la complejidad del proceso histórico. Pero la razón de ese relieve se
remite a escalas precisas, por lo cual no se puede mezclarlas sin perder la dimensión del análisis. Esas
escalas tienen, como en la construcción de los mapas, límites prefijados. Según la escala en que nos
movamos, hay siempre curvas o detalles del plano que no serán detectados.

Al "trabajo sobre el tiempo" se une la reflexión sobre éste y sobre su propia fecundidad. La historia invita así
a una meditación sobre la fecundidad propia del tiempo, sobre lo que éste hace y deshace. El tiempo se
convierte así en el principal actor de la historia, en el precipitador de lo impredecible. "El fruto nutricio de lo
históricamente comprendido", anota Benjamin en la tesis XVII, "tiene en su interior el tiempo, como semilla
preciosa pero carente de sabor".

II

La buena nueva que el historiador del pasado trae anhelante surge de una boca que
quizá ya en el momento en que se abre habla en el vacío...

Tesis V

Si alguna vez se comparó al acontecimiento con el átomo, por indivisible, su destino final como objeto de
estudio ha venido a ser el mismo de la antigua unidad mínima de la física clásica: el acontecimiento también
tiene universos interiores y carece de fronteras fijas. Es más, en la medida en que nos acercamos a él,
perdemos la noción de lo que lo separa de su "campo", de la trama que a la distancia lo mostraba como único
e indivisible. En la medida en que ejercitamos sobre esa unidad el conocimiento, el suceso se deshace en
puras discontinuidades, de las cuales cada una en particular es pensada de nuevo como duración continua, o
como conteniendo otros acontecimientos en su interior. El ejemplo más reciente de esto en la historiografía
mexicana es el acercamiento cada vez mayor a un acontecimiento fundador y originalmente "único", la
revolución de 1910-1920, que al ser observada más de cerca y con mayor detalle, ha estallado en miles de
acontecimientos y en un conjunto discontinuo de revueltas locales y sucesos que contradicen las tendencias
originalmente consideradas como características del acontecimiento mayor. El átomo era divisible y contenía
en su interior otros universos. Esto puede ir tan lejos hasta que ya no sea posible la reinclusión de los átomos
de acontecer conocidos separadamente en el transcurso global por el que se tornaron históricos, o que tengan
un quantum de sentido tan excesivamente pequeño como para que se elabore por medio de su contenido
aquella ligazón conceptual con los otros... habiendo pues una especie de umbral del desmenuzamiento que
obliga a la constante revisión histórica.

Todo esto demuestra además que el acontecimiento no es una entidad fija que pueda ser reconstruida "tal y
como sucedió", sino una encrucijada de itinerarios posibles sujeta a las leyes del azar y en la frontera entre
una esfera de visibilidad y un dominio de lo invisible. Es también una serie de cadenas organizadas a muy
diferentes escalas, por eso cada itinerario escogido nos conduce por acontecimientos vecinos a similar
escala. Saber escoger o distinguir las escalas es, pues, un conocimiento adquirido por la experiencia de quien
se acerca al pasado. El campo limita al suceso y la trama completa semeja a los grabados de Escher –como
aquel de los peces y pájaros entrelazados–, en donde depende de la mirada y el momento distinguir en ella lo
"positivo" o lo "negativo", en una interacción en donde el campo se convierte en suceso y viceversa. "Los
acontecimientos", nos recuerda Veyne, "no son cosas ni objetos consistentes, ni sustancias, sino fragmentos
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libremente desgajados de la realidad, un conglomerado de procesos, en el cual cosas, hombres y sustancias


en interacción se comportan como sujetos activos y pasivos [...] Ahora bien, los acontecimientos no son
totalidades sino nudos de relaciones..."

La historia, como narración significativa, muestra senderos por donde la reconstrucción semeja la labor del
detective que se sumerge en los personajes investigados, hasta establecer con ellos relaciones de
complicidad. La reconstrucción de los acontecimientos del pasado, apoyándonos en un corpus finito de
evidencias documentales, se acomoda así a cada tema, cuyo contexto significativo le da la coherencia
necesaria como para ser considerado "un tema digno de atención". Pues "la primera obligación del
historiador", nos dice Veyne, "no consiste en ocuparse de un tema, sino en crearlo". Sólo una acumulación
suficiente produce, en el momento que esto ocurre, la noción de que ya es posible conformar un tema: se
trata, en suma, de un salto cualitativo que produce en su momento la sensación de que una masa documental
dada adquiere coherencia, más por su carácter que por su volumen. Esta creación premeditada se condensa
también cuando el tema adquiere la suficiente variación interna como para ser abordado desde diferentes
ángulos...

Y es que en la narración histórica vamos así apuntando desde diferentes ópticas a una serie de "problemas" o
temas menores que van adquiriendo vida sólo en la medida en que se combinan lo suficiente como para
conformar una imagen: pero ésta no es, ni puede ser –como lo pretendía Ranke–, una copia exacta del
acontecimiento pasado, sino sólo una evocación particular, lo más viva y cambiante posible, de aspectos del
pasado que las fuentes y nuestra mirada sobre ellas están modificando constantemente, y que lo seguirán
haciendo mientras haya historiadores con nuevas evidencias que pongan en entredicho nuestra
interpretación, mientras el tiempo mismo siga transcurriendo y acumulando nuevas tonalidades sobre el
relieve construido. A lo largo del proceso, del itinerario a través del acontecimiento, aspectos y "zonas
grises" del pasado van adquiriendo color poco a poco, van tomando cuerpo, modificando con su coloración
las periodizaciones originalmente planteadas. Aquí también nuevos temas paralelos se van conformando a la
manera de los fractales –es decir, a partir de procesos iterativos sobre un núcleo muy pequeño de
información–, llenándose de significados y de nuevos bordes complejos, lo cual obliga a plantearse textos
paralelos o nuevos temas de investigación derivados del tronco original, pero que en pequeño, como en los
bordes autosimilares de los fractales, los reproducen. "El borde amoroso" –tlazohtlatentli–, como llamaban
los antiguos nahuas a los bordes crecientes e inesperados de una mancha de aceite o a las "terminaciones
labiales" del crecimiento casi imperceptible de una flor o una planta: el imperio de lo impredecible o la feraz
frontera activa entre la estabilidad y el desorden incomprensible...

La misma organización "holográmica" de estas imágenes traídas desde el pasado –reconstruidas así al
mirarlas desde diversos ángulos– se halla, curiosamente, bien representada por algunos de los mismos
documentos rescatados cuando el corpus de información desencadena por sí mismo la pertinencia de un
tema... El objetivo, entonces, de la narración histórica es captar la esencia de cada tema en el material
mismo, las vinculaciones relevantes que hacen posible las historias regionales, el "éter particular" que les da
sentido y todo lo que de seguro va a estar presente en la cultura popular y en el "espíritu regional" o local del
presente, lo que va a ser reiterado en el acontecer cotidiano. Las sutilezas del tiempo contemporáneo, los
cuestionamientos en el terreno y las preguntas a las fuentes iluminarán entonces los posibles "macizos de
acontecimientos" del pasado, las referencias mayores que la indagación documental va conformando y
modificando lentamente conforme uno se acerca al nudo de sucedidos y al "cono de luz" que éste dispersa
sobre el futuro inmediato. La historia debe entonces dar vida a un pasado reinterpretado, a un tiempo no del
todo ido que es visitado en sus múltiples posibilidades: el pasado/presente es entendido entonces como
multiverso en donde el tiempo no es de ninguna manera absoluto y en donde el propio campo del
acontecimiento adquiere vida por sí mismo, u "otra vida", al ser "observado" desde el presente relativo, al ser
recreado.

"Lograr grandes construcciones a partir de elementos muy pequeños, confeccionados de manera precisa y
rigurosa", dice Benjamin (Erkeuntnistheorie...), "descubrir en el análisis de cada particularidad el cristal del
conjunto. Romper con el naturalismo vulgar y concebir la construcción de la historia como tal". Es decir,
recorrer a la inversa el itinerario de despliegue de una construcción fractal.

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III

Importa para el dialéctico tomar el tiempo de la historia en las velas. Pensar


significa para él disponer las velas. La manera en que son puestas es lo que
importa. Las palabras no son para él más que velas. La manera en que las dis-pone
es lo que, como en la navegación, hace de ellas un concepto.

"Breve historia de la fotografía"

Y si la historia es la construcción de imágenes a partir de una masa de datos, no cabe duda que las mejores
de ellas están en el propio lenguaje, en el discurso de la narración, en la forma como esta narración evoca al
pasado y lo retrotrae al presente, hecho que depende en gran medida de la disposición del texto: si además el
modelo funciona, el navío tendrá una ruta ("...una vez constituido el barco –nos recuerda Braudel en su
célebre artículo La larga duración– es ponerlo en el agua y comprobar si flota y, más tarde, hacerle bajar o
remontar a voluntad las aguas del tiempo: el naufragio es siempre el momento más significativo").

Así, sería interesante mencionar el diagnóstico melancólico hecho por Benjamin del fin del narrador
tradicional y de la ascensión abrupta del narrador moderno a lo largo de esa ruta por el tiempo, así como de
las transformaciones que desde fines del siglo XIX venían poniendo en crisis los estatutos del saber histórico
y de su narración. Su visión de los cambios en el relato se percibe como una cierta caracterización de la
modernidad, llevada a cabo por medio de una crítica cultural que coincidirá con la mirada renovadora de
varias corrientes sobre la práctica historiográfica, alrededor de la gran crisis de 1929, como los Annales o la
Escuela de Praga.

Por lo mismo, la tensión temporal del lenguaje narrativo no se puede reducir a la máxima rankeana de ser
apenas una traducción de "lo que realmente aconteció", sino que debe ser entendida según Benjamin como
una conversión, como una nueva forma de "presentación" (Darstellung ) que parece rescatar los conceptos de
"mónada" y de "alegoría", en una especie de bricolage en el trabajo narrativo del historiador, y que Walter
Benjamin define más claramente en El origen del drama barroco alemán: "La primera etapa de esta vía
consistirá en retomar en la historia el principio del montaje". Para ello, vuelve a colocar en escena la cuestión
del ensayo, y por lo tanto del referir/interpretar narrativo, de lo contingente o particular, creando un ambiente
para el desarrollo y la exposición de los hechos, desarrollando una "trama" sobre un marco dis- cursivo...

Así, podemos afirmar que para Benjamin la narrativa histórica debe expandirse según su noción de "imagen
dialéctica": algo que vaya más allá de la pura superficie del discurso y que capte y describa las
transformaciones que explican los hechos históricos más allá de su pura evocación. Para José Otávio
Guimaraes ("Tempo e linguagem na filosofia da história de Walter Benjamin", Textos de História), esta
expansión propone un discurso historiográfico muy peculiar, "un tipo de prosa porosa o narrativa que
imagina..." en el doble sentido de evocar y de "crear imágenes". En ese sentido, la historia es próxima al
lenguaje poético, y debe rescatar las antiguas dimensiones narrativas que la trascienden. "El ser imágenes",
anotaría aquí Octavio Paz en El arco y la lira, al referirse a la poesía, "y el extraño poder que tienen para
suscitar en el oyente o en el espectador constelaciones de imágenes, vuelve poemas todas las obras de arte".
Pues la palabra es un símbolo que emite símbolos, y la historia está construida de palabras...

Al producir imágenes en la historia, el autor de la imagen del Ángel de la Historia devuelve al tiempo su
estado original, haciéndolo escapar de las cárceles de su dimensión utilitaria, cronológica, lineal,
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29/10/2018 Antonio García de León

espacializada, absoluta y abstracta: redescubre en la pluralidad permanentemente viva del tiempo la fuerza
conformadora del lenguaje. Esta dimensión está construida de imágenes discontinuas, como los múltiples
ángeles instantáneos de la Cábala, cuya esencia es el instante consagrado, inicio y fin de toda eternidad:
"Apenas las imágenes dialécticas son imágenes auténticas, y el lugar en donde las encontramos es el
lenguaje..." En esta recreación, la historia, como el poema, es "vía de acceso al tiempo puro, inmersión en las
aguas originales de la existencia... tiempo, ritmo perpetuamente creador" (Octavio Paz). Las palabras son así
dispuestas para navegar por las aguas del devenir con el viento postrero que desde el pasado, cual si fueran
velas, las tensa, moviendo así el aparato evocador de la interpretación: su proyección sobre el presente y el
futuro...

IV

Nuevas preguntas se van acumulando y éstas provienen ahora del futuro, de ese futuro vedado (de ese futuro
utópico en el que "cada segundo era la pequeña puerta por donde podía entrar el Mesías", según la imagen
benjaminiana). De ese tiempo por venir que ya habita entre nosotros: pues el mundo que nos rodea posee ya
el sueño de un tiempo del cual debe ahora poseer la conciencia para poderlo vivir realmente. La vida tiende a
escaparse de su propio reposo, como el agua que se desborda para alcanzarse a sí misma. En este devenir de
acontecimientos en cascada, el sueño –o la utopía–, es una especie de pretemporalidad en la que el mismo
tiempo está anunciado. La historia es el sueño del historiador –el ensueño evocador– y, por lo mismo, el
recuerdo de un porvenir que vale la pena recrear y vivir...

O para decirlo mejor y en palabras de Benjamin:

En la imagen dialéctica el pasado de una época determinada es siempre el "pasado de siempre".


Toda vez que él no se presenta como tal más que a los ojos de una época determinada: aquella
en que la humanidad frotándose los ojos reconoce precisamente esta imagen de sueño como tal,
como lo que es. A partir de este momento, el historiador tiene por tarea aquella de la
interpretación de los sueños.

griego@servidor.unam.mx

Antonio Garcìa de Leòn, "Los prodigios del tiempo", Fractal n° 5, abril-junio, 1997,año 2,volumen II, pp. 119-138.

https://www.mxfractal.org/F5garcia.html 9/9

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