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a) Conceptos básicos
Por ello, de nadie se puede decir que conozca el pasado. Cuando de al-
guien se dice que sabe historia, se está diciendo en realidad que conoce he-
chos pasados, que identifica nombres propios individuales y colectivos, que es
capaz de ordenarlos en el tiempo y sobre todo que es capaz de presentarlos en
relatos –textos dotados de unidad interna porque dan cuenta de un suceso o
de un proceso, que se hallan organizados cronológicamente- mediante el uso
de conceptos y teorías, interpretaciones de sentidos y explicaciones de relacio-
nes causales. Los que saben mucha historia conocen bien los discursos sobre
el pasado: a esos discursos es a lo que llamamos la historia, por más que a
veces confundamos en nuestro lenguaje el pasado con los discursos que tratan
de retratarlo.
en que nos reconocemos, por qué una ley electoral es como es, por qué la ri-
queza está repartida como lo está, por qué una identidad o una conducta se-
xuales son vistas de una u otra forma… De ahí que la capacidad de hacer y
difundir historia no sea secundaria y el reconocimiento de alguien como histo-
riador, como constructor legítimo del pasado, tenga consecuencias.
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A ello habría que añadir que los historiadores tenían una visión acumulativa de
sus conocimientos y sostenían que la historiografía produce conocimientos
provisionales, que cambian en el tiempo (son en sí históricos).
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Los historiadores constructivistas, aceptan la existencia de todas estas
mediaciones (teóricas, históricas, lingüísticas) y afirman que los historiadores
construyen la historia –no la descubren ni la reconstruyen– y que no hay relatos
verdaderos del pasado.
3º. En tercer lugar, algunos relatos de ficción tratan no sólo de ser verosími-
les sino también de corresponder con la realidad pasada, citan hechos
comprobables y para ello el autor se documenta.
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Pero hay también algunas diferencias significativas:
3º. El historiador tiene un compromiso ético de no alterar los textos que ci-
ta, omitir información, distorsionar la información presentada… a sabien-
das. Busca la verdad por más que su búsqueda tenga un objetivo inal-
canzable. Sus armas retóricas no deben nunca utilizarse en contra de
ese compromiso personal.
sos). Además el conocimiento científico no avanza de forma lineal mediante la
verificación o la falsación de hipótesis –que no siempre es factible– y la ciencia
no precede a la tecnología sino que a menudo ocurre al revés e incluso puede
suceder que determinadas tecnologías funcionen a pesar de las previsiones de
la ciencia en un momento dado.
1ª. Una diferencia de objeto: La historia se interesa por las sociedades hu-
manas de todos los tiempos, que considera relevantes e interesantes en
sí mismas. Las ciencias sociales se interesan por las sociedades actua-
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les y sólo prestan atención a sociedades del pasado en la medida en
que éstas puedan ayudar a comprender aspectos del presente. Más
exactamente, las ciencias sociales han centrado su atención sobre las
sociedades modernas y sobre los procesos de cambio que nos han lle-
vado a ser como somos; y rara vez se adentran en el pasado más allá
de los inicios de la modernidad, si no es para buscar elementos de com-
paración o de contraste que resalten más claramente los rasgos caracte-
rísticos del mundo moderno.
1ª. Una diferencia de método: por lo general, las ciencias físicas y na-
turales se basan en la experimentación, mientras que ésta no
suele ser factible en las ciencias sociales o bien ocupa un lugar
muy marginal entre los métodos empleados (sólo la psicología
social puede recurrir de forma general a la experimentación).
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2ª. Una diferencia de objeto: el objeto de las ciencias sociales, o sea,
los seres humanos y los grupos sociales, son, a la vez que objeto,
sujeto y destinatario de sus trabajos y conclusiones. En conse-
cuencia, lo que los científicos sociales dicen acaba influyendo so-
bre la sociedad, provocando cambios en el propio objeto de estu-
dio; nada parecido ocurre con los objetos inertes que estudian las
ciencias físicas y naturales, que no pueden ser conscientes de los
avances de la ciencia ni reaccionar ante ellos.
Por estas cuatro últimas razones, las ciencias sociales se enfrentan a serios
problemas para reunir la condición de objetividad, es decir, para lograr enun-
ciados comprobables sobre la realidad que les sirve de referencia. El elemento
diferencial que supone la dificultades para realizar experimentos, unido al he-
cho de que el objeto de estudio –los seres humanos– realiza un aprendizaje en
el curso del estudio mismo, multiplica las mediaciones del saber sociocientífico,
por más que tales mediaciones también existan en el ámbito de la ciencia físi-
co-natural e incluso en el de las ciencias formales. De ambas limitaciones se
deriva que prácticamente no existan en las ciencias sociales proposiciones con
rango de leyes científicas: coexisten paradigmas diversos, y no hay acuerdo de
mínimos sobre lo que se puede saber de la sociedad. Desde la afirmación de la
racionalidad, la objetividad y la sistematicidad, no hay forma de resolver el pro-
blema implícito en este pluralismo epistemológico, pero se puede evitar su di-
solución (que es lo que hace el relativismo extremo), al fijar el campo del deba-
te posible.
puede construir –los profesionales de la historiografía admiten de hecho que se
construya– desde la renuncia directa a la teorización de sus problemas y sus
métodos, empleando directamente el lenguaje común y el sentido común de su
entorno. La subjetividad real de la investigación y la de la propia literatura a que
da lugar, no es sin embargo incompatible con la voluntad de objetividad –la
búsqueda de concordancia comprobable, fáctica, entre el conocimiento y el
objeto de conocimiento– que era, junto con la delimitación temporal, el mínimo
común denominador de la historiografía hasta la aparición del relativismo pos-
modernista. Los historiadores pueden discutir, pese a sus discrepancias epis-
temológicas y de intereses, sobre la base del código común de la crítica de las
fuentes, además de hacerlo respecto a la sintaxis de sus proposiciones. Pero,
desde luego, la afirmación de que las referencias materiales y su tratamiento
metodológicamente correcto permiten acceder a la realidad que ya no es, cons-
tituye una débil base para socavar la profunda heterogeneidad de los productos
historiográficos, que ha contribuido a poner de manifiesto la crítica posmoder-
na.
Sin embargo, el tiempo no tiene el mismo sentido para todas las perso-
nas ni en todas las épocas. Normalmente confundimos el tiempo con la medida
del tiempo. Y tenemos asumida una concepción del tiempo que es propia de
la cultura y la época a la que pertenecemos.
tiempo nunca, avanza siempre. De ahí que el relato o la narración (forma
lingüística que expresa el curso de los acontecimientos en el tiempo) sea
el soporte fundamental de la explicación histórica; hasta el punto de que
en ocasiones los historiadores caigan en el abuso de pensar que han
explicado un proceso o un fenómeno simplemente con “contarlo”. Por-
que se da por sobreentendido que cada fenómeno histórico encuentra
su explicación en los anteriores, y al exponer el encadenamiento sucesi-
vo de una serie de acontecimientos se está dando la clave para com-
prender sus relaciones de causa y efecto.
Así pues, el tiempo histórico es muy distinto del tiempo físico o del
tiempo convencional que miden los calendarios. Es un tiempo ordenado ló-
gicamente en función de la intensidad de los procesos de cambio y de las
permanencias, acotado por “hitos” cronológicos o momentos significativos
que permiten distinguir periodos históricos de duración desigual, sobre la
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base de que cada periodo mantiene una cierta coherencia interna (hay un
grado importante de continuidad) y se distingue tanto del periodo anterior
como del siguiente por rupturas o cambios muy significativos, que hacen en-
trar a la sociedad en “otro tiempo” u “otra era”.
Nuestra idea del tiempo tiene que ver con la presencia continua del reloj y del
calendario en nuestra civilización. Pero estos dos objetos son fruto de un cierto
estado de la tecnología, de una cierta cultura e incluso con influencias religio-
sas (¿por qué dividir el día en dos bloques de 12 horas cada uno? ¿Y el año en
12 meses de tamaño desigual? ¿Y nuestra vida en años?).
enero, que es lo que se llama estilo de la Circuncisión o estilo moderno
y, al parecer, data de una antigua costumbre romana, nunca perdida
completamente en España durante la Edad Media. A veces se marcaba
expresamente mediante la fórmula anno Circumcisionis. Su implantación
definitiva data de comienzos del siglo XVI en Navarra, de comienzos del
XVII en Aragón, Valencia, Portugal y la Corona de Castilla, y de finales
del XVIII en Cataluña.
clo lunar, se añade un día al último mes en algunos años, llamados bi-
siestos. Por último, hay que tener en cuenta el detalle de que los días
musulmanes empiezan a contarse con la puesta del sol, con lo que co-
mienzan unas seis horas antes que los días del calendario cristiano de la
misma zona.
c) Periodizaciones de la historia
Por todo lo dicho hasta ahora, resulta fácil imaginar que a lo largo del tiempo ha
habido muchas periodizaciones de la historia, es decir, muchas formas de divi-
dir la historia de la humanidad en función de hitos o acontecimientos que resul-
taban relevantes para cada autor o para cada sociedad. Las más abundantes
han sido las periodizaciones de tipo político, vinculadas a los cambios del po-
der: considerar que cada reinado es un periodo histórico singular es algo co-
mún a muchas culturas; y tomar los cambios de dinastía o de régimen político
como hito fundamental para distinguir un periodo anterior y otro posterior, ha
sido también una costumbre muy extendida. En estas formas de compartimen-
tar el tiempo para establecer periodos cronológicos se hace evidente el papel
que muchas veces se ha atribuido a la historia como fuente de legitimación del
poder (imponiendo, por ejemplo, el ritmo de los cambios en el poder como es-
quema general del curso de la vida de toda la sociedad).
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Con la consolidación de la historia como disciplina académica, la organi-
zación del trabajo hizo que en Europa se implantase una división que ha aca-
bado por asumirse: el tiempo se divide en Historia y Prehistoria (con la apari-
ción de la escritura en torno al 3200 a.C. como hito que divide ambos perio-
dos). Y cada uno de estos grandes bloques, a su vez, se subdividió en varios
periodos:
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comunidades científicas; y ha arraigado en la creación de instituciones y hábi-
tos, de manera que resulta muy difícil cambiarla.
Por último, merece la pena pararse a considerar las distintas formas que adop-
ta el cambio histórico, unas más rápidas e intensas que otras. El cambio de un
periodo a otro, de una época a otra, viene marcado por fenómenos históricos
de muy distinto tipo, entre los que cabe destacar por su importancia aquellos a
los que aplicamos el concepto de Revolución.
3.- La historiografía ¿una disciplina occidental?
1º. Por un lado, que las concepciones de la historia propias de la cultura oc-
cidental se impusieron al resto del mundo, formando parte de un fenó-
meno más amplio de hegemonía occidental, en virtud del cual las demás
zonas del mundo se vieron forzada a adoptar formas de pensar y de en-
tender el mundo que les eran ajenas, y que procedían de Europa (los
principios políticos del constitucionalismo liberal y del Estado-nación, los
principios económicos del capitalismo, etc.)
2º. Por otro lado, la historia que se imponía desde Occidente al resto del
mundo estaba imbuida de la noción de superioridad de lo occidental, que
era la base de todo el sistema imperialista. De esta manera, el relato de
la historia de la humanidad pasó a ser un relato eurocéntrico, en el que
los hitos fundamentales, las periodizaciones y los fenómenos más des-
tacados eran los que habían afectado a Europa, incluso si se estudiaban
desde países remotos de Asia o África. La evolución histórica de los paí-
ses occidentales se entendía como la “evolución normal”, mientras que
los restantes países se consideraban “excepciones” o casos anómalos,
en un discurso histórico encaminado a justificar por qué tales países se
habían quedado más “atrasados” y habían sido objeto de dominación
por Occidente.
Esta lacra del eurocentrismo ha afectado a la historia hasta nuestros días (no
es difícil apreciarla si se repasa el índice de muchos libros que supuestamente
estudian la historia “universal”). Un ejemplo muy claro es la periodización domi-
nante en la disciplina histórica (esta que acabamos de presentar de Historia
antigua, medieval, moderna y contemporánea): los hitos que señalan el princi-
pio y el fin de cada una de estas eras históricas es relevante exclusivamente
para Europa (caída de Roma, caída de Constantinopla, revolución francesa),
mientras que no tienen ningún significado para la historia de China, la India,
Japón o la mayor parte de África). Un concepto como el de “Edad Media” no
encaja con la evolución histórica de estos países; ni tampoco el de “Edad Mo-
derna”, que supone que en torno al siglo XV o XVI debió de iniciarse una época
claramente distinta de modernización de las estructuras políticas, sociales,
económicas y culturales. Los hitos y los periodos que serían relevantes para la
historia de Asia y África son otros, que los historiadores occidentales ignoran y
que los historiadores asiáticos y africanos están empezando a recuperar en
tiempos recientes. Incluso las periodizaciones de la Prehistoria están pensadas
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para el mundo mediterráneo y europeo, y sirven mal para organizar el estudio
de la América precolombina, por ejemplo.
b) La historia postcolonial
Este estado de cosas que hemos descrito empezó a hacer crisis en la medida
en que empezó a resquebrajarse la dominación imperialista de Occidente sobre
el resto del mundo, con los procesos de descolonización. Un movimiento de
rebelión intelectual contra las categorías mentales occidentales que dominaban
la vida de los países de Asia, África y Oceanía acompañó a los movimientos
por la emancipación política de esos países.
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Sin embargo, muy pronto se vio que la conquista de la independencia
política tenía algo de ilusoria, puesto que, después de haber recuperado la so-
beranía y de haberse marchado las autoridades coloniales occidentales, los
nuevos países “independientes” seguían sometidos a formas más sutiles de
dominación. Algunas de ellas resultaron evidentes enseguida, como la depen-
dencia económica de las excolonias pobres frente a las antiguas metrópolis
ricas, dependencia económica que imponía también un sometimiento político
indirecto, en un fenómeno que se conoce como neocolonialismo. La depen-
dencia cultural se hizo también evidente, pues las nuevas naciones seguían
pensando su propia identidad y su lugar en el mundo a través de conceptos y
esquemas procedentes de la cultura occidental.
A. Por un lado, hay una historia poscolonial, que forma parte de un fenó-
meno intelectual más amplio, que se denomina pensamiento poscolonial
o simplemente poscolonialismo. La historia poscolonial procede de los
países no occidentales en los que se intenta escribir una historia propia,
con sus propios conceptos, modelos y periodizaciones, finalmente libe-
rada del peso de la experiencia europea como paradigma de evolución
“normal” con el que compararse. Hoy en día, esa revisión de la historia
apartándose de prejuicios imperialistas y eurocéntricos no es exclusiva
de los historiadores de Asia, África y Oceanía, sino que está también
presente en el trabajo de muchos historiadores europeos y americanos.1
En el siguiente tema del programa relacionaremos este tipo de historia
“poscolonial” con un movimiento surgido más directamente del ámbito de
los historiadores, como son los estudios subalternos.
B. Por otro lado, la historia mundial o World History, que pretende con-
templar la historia de la humanidad en su conjunto, atendiendo sobre to-
do a las interdependencias, las influencias mutuas y los fenómenos glo-
bales, en contra del viejo prejuicio de que la historia del mundo sea
equivalente a una suma de historias nacionales singulares, y de que una
región del mundo (Europa o bien Occidente en general) tenga más rele-
vancia que otras y deba centrarse en ella la atención para explicar las
grandes tendencias mundiales (de esta “historia mundial” se hablará
más en el tema 4 del programa).
1
El libro de Edward Said Orientalismo, publicado en 1970, y del que tenéis que leer un
fragmento para la siguiente clase práctica, es considerado por muchos como uno de
los mayores exponentes e iniciadores de este tipo de estudios poscoloniales. Y Said
sería un buen ejemplo de algo que hay que subrayar: que los estudios poscoloniales
se han desarrollado fundamentalmente en el ámbito de los estudios literarios y de la
filosofía, con una repercusión en la historia que todavía es minoritaria si se compara
con la pervivencia de la hegemonía de los prejuicios occidentalistas o eurocéntricos.
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