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Autolesiones.

El número de adolescentes que se realizan a sí mismos cortes o quemaduras deliberadamente está

creciendo.

Los últimos datos estiman que uno de cada seis adolescentes realiza esta práctica.

David Klonsky ha encontrado que los adolescentes se autolesionan y usan este comportamiento para lidiar

con sentimientos de depresión o ansiedad.

Utilizan cuchillas de afeitar, cúter, Tijeras, agujas o instrumentos punzo cortantes

Se cree que el dolor era un alivio para su angustia emocional.

"Comprobé que esto me distraía del trauma emocional. No era una suicida, pero estaba deprimida".

"Primero me las arreglé para esconderlo con camisas de manga larga pero me volví completamente

introvertida. Cortarme era lo único que hacía con ganas",

"Pero mi madre empezó a darse cuenta de trapos y pañuelos y sábanas ensangrentadas.

La excusa de tener una hemorragia nasal sólo dura un tiempo.

Comportamiento vinculado a la depresión

Históricamente las autolesiones se han considerado un comportamiento extraño asociado con el suicidio y

varias enfermedades mentales. Sin embargo, las investigaciones sobre el tema, halló que a menudo estaba

vinculado con la depresión, pero no con el suicidio.

"La gente está comprendiendo que en realidad esto es muy diferente del suicidio. Es un mecanismo para

lidiar" con distintas emociones.

Existe la presencia de una acumulación abrumadora de emociones negativas como frustración,

ansiedad o soledad y luego las autolesiones le dan un sentimiento de alivio de la presión emocional",

Las investigaciones se han encontrado que después de la autolesión se sienten tranquilas, relajadas, pero al

día siguiente se sienten enfadadas o avergonzadas.


Recibe mucha influencia del grupo social. Grupo de Pares y/o del contexto cultural.

Realizar heridas al propio cuerpo es una actividad que se realiza en soledad y suele mantenerse en secreto.

"Las autolesiones están en muchas letras musicales, y muchos actores y músicos están abiertos a contar sus

historias de autolesión".

Klonsky señaló que esta conducta se está convirtiendo en un problema importante en las escuelas.

"Comprender por qué las personas se autolesionan es un primer paso hacia la prevención y la intervención".
Avances en la comprensión y tratamiento de la autolesión en la adolescencia

Publicado en la revista nº027

Autor: Doctors, Shelley

Traducción: Nick Cross y Rosa Velasco

Como psicóloga psicoanalista especializada en el tratamiento de adolescentes,


llevo 25 años trabajando con pacientes que se auto-cortan. He investigado sobre
este síntoma y he publicado dos trabajos sobre la autolesión (Doctors, 1981,
1999). Sin embargo, no creo haberlo “descifrado” del todo. Mi objetivo en este
capítulo es ensanchar las fronteras de nuestra comprensión un poco más
enfocándolo desde los avances recientes de la teoría del desarrollo y de la
investigación neurobiológica.

Lo curioso de este síntoma de “actuación” es el abismo que separa la aparente


simplicidad de la conducta observada y la complejidad de sus orígenes y
funciones. Los síntomas psicológicos siempre están sobredeterminados, siempre
tienen una multi-funcionalidad (Waelder, 1936) y por lo tanto siempre son asuntos
complejos. No obstante, en la auto-lesión (como, de hecho, en los trastornos
alimentarios), hay una diferencia notable entre la forma violenta de la conducta y la
intención, motivación, y/u objetivo de la persona que lo hace. Esta discrepancia
hace difícil la comprensión clínica y a menudo dificulta un tratamiento apropiado.
Aunque parece que la violencia sea inherente al síntoma y lleva a los
observadores a suponer que el cortarse representa un intento de morir o dañarse,
yo creo que el síntoma refleja una estrategia para afrontar una experiencia
intensa, abrumadora. Haré hincapié en los avances de la teoría y de la
investigación que ayudan a saber como surge esta estrategia y como se mantiene
y/o se transforma.

La Violencia Emocional

Para entender la experiencia emocional subjetiva de una persona que se auto-


lesiona, es necesario considerar las experiencias previas de “violencia emocional”
que conducen a que las personas, en momentos de necesidad, se aparten de los
otros para buscar (desesperadamente) el consuelo en una acción dirigida hacia sí
mismo. “La violencia emocional” refiere un tipo de dolor que sufren aquellos que
han experimentado una disfunción significativa en la regulación diádica de la
ansiedad emocional. La violencia emocional la encontramos en un amplio abanico
de circunstancias personales, y la forma más extrema es tipificada en la situación
donde un padre o una madre abusa de un niño, física o sexualmente, y lo daña
aun más diciendo que el mismo niño había provocado esta conducta, o bien, que
el comportamiento del padre es un acto de amor. Un ejemplo más común es
cuando un niño necesitado de reconocimiento y modulación parental de su
ansiedad debe afrontar los déficits de sintonización emocional. Experiencias de
fondo de violencia emocional crean la expectativa de que el dolor emocional debe
ser gestionado sin recurrir a otros, siendo uno de los factores de riesgo que
contribuyen al establecimiento de una vulnerabilidad a la auto-lesión, síntoma que
considero un esfuerzo de auto-gestión.

Avances Teóricos

Cuando empecé a estudiar a las personas que se auto-lesionan (Doctors 1981),


intentaba entender la “agresión al self …y …la capacidad para contrarrestarla” a
través de la perspectiva de las teorías del desarrollo existentes. Por lo tanto, hablé
de la necesidad de “marcar límites corporales en desintegración”, de “extremos de
tendencias ambivalentes: un acercamiento extremo y retraimiento agresivo del
objeto”, y de “convertir lo pasivo en activo”.

Mientras sigo considerando (Doctors, 1999) que la vulnerabilidad dolorosa está en


el centro del síntoma, me he alejado de las teorías del desarrollo que ven la
necesidad de distinguir el self del otro, y ya no considero análogos la piel, límites
corporales y límites del yo. Ahora entiendo la vulnerabilidad del paciente dentro del
contexto de la familia de origen y de las circunstancias actuales (el entorno
intersubjetivo formativo y el ambiente intersubjetivo actual). En mi opinión, la teoría
de apego (Ainsworth, 1963, 1967, 1968; Bowlby, 1958, 1959, 1960, 1969) y las
recientes investigaciones en primera infancia (p.ej., Beebe & Lachmann, 1998;
Sander, 1977, 1985), proporcionan una comprensión más auténtica y más útil del
desarrollo. La investigación ha confirmado lo que los teóricos de la
intersubjetividad propusieron (Stolorow, Atwood & Brandchaft 1987). El desarrollo
de la persona siempre está intrínsicamente relacionado con los contextos
específicos en donde ocurre. Es útil entender las experiencias de vulnerabilidad
dolorosa y las estrategias desarrolladas para afrontarlas como secuelas de
sistemas relacionales disfuncionales. Los padres inseguros o desorganizados (en
referencia a la teoría del apego) utilizan modos de procesamiento de afectos que a
menudo agudizan la ansiedad emocional de sus hijos; no se puede entender la
vulnerabilidad del niño que crece en este entorno sin hacer referencia al sistema
relacional en el que se desarrolló, como veremos en las viñetas que siguen a
continuación.

La teoría del desarrollo ha avanzado significativamente por la brillante integración


de la infant research (investigación empírica en primera infancia) y la experiencia
clínica de Beatrice Beebe y Frank Lachmann (2001). Su teoría de la co-
construcción evolutiva y recíproca de los procesos internos y relacionales nos
permite entender porque algunos individuos dependen de un tipo de “auto-gestión
excesiva” observada en los que se auto-cortan. Además, comprender la relación
que existe entre procesos internos y relacionales forma parte de una teoría de
cura psicoterapéutica ya que los procesos diádicos caracterizados por la
interacción terapeuta/paciente más adelante pueden (re-)organizar procesos tanto
internos como relacionales (Beebe & Lachmann, 1998, p. 456). Como la
regulación de procesos internos (auto-regulación) es tan fundamental en la
comprensión de la conducta de la auto-lesión, más adelante volveré al innovador
trabajo de Beebe y Lachman sobre la auto-regulación y la regulación interactiva.

Considerar el mundo interno como una estructura fundamentalmente coordinada


por procesos relacionales facilita el reconocimiento de los patrones interactivos
implicados en la regulación de estados internos. Si la disfunción en la regulación
diádica de la angustia proviene de una figura parental rechazante o intrusiva, el
individuo que crece en tal entorno tendrá que hacer frente a la falta de un otro
fiable. Ahora pienso que la auto-lesión es un modo de regular un estado del self en
una persona que ha aprendido a no esperar una facilitación considerada de los
demás. Ya anticipaba esta noción de la importancia de las expectativas
aprendidas cuando escribí: “el cortarse a menudo es una “imagen” concretizada y
un intento de contrarrestar una experiencia actual o inminente de pérdida del self
(Doctors, 1979, 1981) y la amenaza concomitante de aniquilación personal
(Orange, Atwood & Stolorow, 1997) experienciada cuando el entorno brinda un
apoyo insuficiente o cuando se le siente agresivo”. La experiencia interactiva
desencadena cambios en las estrategias de auto-regulación.

Además del enfoque de los procesos de desarrollo, mencionaré los avances en la


comprensión de las conexiones cerebro-conducta, ya que iluminan la persistencia
del síntoma y nos permiten mejorar nuestros esfuerzos terapéuticos. Empezaré
por definir el problema, haciendo un comentario sobre la epidemiología, describiré
un ejemplo típico de auto-lesión y luego a través de unas breves viñetas clínicas
ilustraré mis ideas principales.

Definición

Prefiero la expresión “cortes superficiales” (Pao, 1969) porque distingue al


individuo que realiza incisiones superficiales, delicadas y cuidadosamente
diseñadas del que hace únicas incisiones, bastas y profundas, cercanas a puntos
vitales. Los que se cortan de forma delicada (o más comúnmente, los que se auto-
lesionan) se inflingen heridas que son poco profundas o superficiales y no
profundas y severas. Tienden a hacerse varios cortes poco profundos o arañazos
y a menudo lo repiten una y otra vez. Y lo más importante es que las heridas
reflejan el mantenimiento de un grado de control más que dar cuenta de un
abandono exhaustivo (Doctors, 1981).

Prefiero no utilizar el término “conducta para-suicida” ni “auto-mutilación” para


describir esta conducta, aunque en la mayoría de los artículos relevantes la
encontramos bajo estas categorías. La auto-lesión (cortarse de forma delicada)[1]
está dentro de la esfera de dañarse el cuerpo de forma deliberada pero sin intento
de suicidio, a pesar de la presencia de una ideación casi-suicida. Sin embargo, en
ocasiones esta auto-lesión (cortarse de forma delicada) puede ser mortal (sin la
intención de serlo), y además puede evolucionar a formas de auto-lesión más
severas y por lo tanto incrementar la posibilidad de muerte, yo creo que una
terminología que tiene connotaciones peyorativas solo sirve para complicar la
búsqueda de una comprensión de la esencia psicológica de esta conducta.

¿Y la violencia?

Los que observan esta conducta sienten intuitivamente que cortarse la propia piel
es una reacción violenta a una ansiedad emocional. ¿Por qué alguien se cortaría
al sentirse mal? ¿Cómo se puede entender esta agresión dirigida hacia sí mismo?

La reacción de quien se corta pertenece en gran parte a una experiencia de


inminente catástrofe psicológica que, hablando subjetivamente, es “sentida” como
amenazante. Una necesidad urgente de gestionar una experiencia
desorganizadora de vulnerabilidad está en el centro del episodio de auto-lesión.
Desesperadas circunstancias psicológicas exigen medidas extremas. Lo que es
más difícil de entender del síntoma es lo siguiente: la conducta considerada
problemática por los observadores (padres, profesores, amigos, y terapeutas), es
vivida por el adolescente como una manera de solucionar problemas. La conducta
que un observador identifica como violenta la experimenta el adolescente como un
modo de tratar o anticipar un estado insoportable del self. Un estado de intensidad
emocional que se intensifica rápidamente anuncia una experiencia de pérdida del
self. La amenaza de pérdida del self es una señal de emergencia para quien se
corta. Aquellos que denominan a esta conducta “auto-destructiva” enfocan
concretamente las heridas hechas (y la impulsividad y/o compulsividad del acto de
auto-lesión), mientras que estos adolescentes, que sienten los cortes como
restaurativos del self , enfocan el impacto de la conducta sobre el sentido de self.
Los que se auto-cortan sienten alivio al poder contrarrestar la vivencia de
“agresión” sobre su sentimiento de sí.
No obstante, esta forma violenta de “auto-cuidado” no es casual. Los que se
cortan conocen de forma íntima la experiencia de violencia emocional, a veces
también exacerbada por violencia física. Los individuos que son particularmente
vulnerables a la auto-lesión, personas con historias traumáticas (Herman, 1992),
vejaciones sexuales (Davies & Frawley 1994), lesiones físicas y enfermedades
(Kafka 1969; Rosenthal et. al., 1972 ), trastornos de la alimentación, y aquellos
con trastorno límite de la personalidad (Kernberg 1975; Fowler 1998), tienen todos
en común un núcleo vivencial. Para ellos, las heridas psíquicas constituyen
instancias de violencia emocional y vulnerabilidad insoportable que deben
gestionar solos.

Lo central en estos casos es cómo se entiende, vive y gestiona la vulnerabilidad


(Doctors, 1999). No hago distinciones entre la experiencia de vulnerabilidad
emocional extrema y la experiencia de vulnerabilidad física extrema, porque
aunque sea un artífice heurístico, sugiere distinciones en la experiencia que sólo
existen en estados patológicos. Una cuestión a considerar: ¿se puede imaginar
una experiencia emocionalmente violenta que no se viva físicamente? Cuando la
respuesta es afirmativa, hemos definido la disociación de la experiencia que es
patognomónica del trauma (Herman, 1992).

Al trabajar con un adolescente que se auto-corta, haya o no una historia clara de


trauma físico, uno se encuentra con la urgencia, la desesperación y el desespero
de tener que gestionar estados de vulnerabilidad muy amenazantes. No solo han
existido experiencias de fondo de violencia emocional en las cuales el individuo
“aprendió” a contar con técnicas de auto-gestión más que a esperar que los otros
le ayuden a gestionar sus sentimientos, sino, decisivamente, las organizaciones
del self que se forman en tales circunstancias son bastante frágiles. Los
observadores que usan la terminología de “sobre-reacción” para la auto-lesión no
conciben que el auto-cortarse sea una medida de emergencia. Además de
soportar las emociones “violentas” y sentirse “violentamente” rechazados y
malentendidos, los que se cortan tienen que gestionar un estado de la mente que
no pueden aguantar. Comprender estos estados y ayudar al adolescente a
gestionarlos de forma menos maladaptativa es central en la tarea terapéutica.
Estoy convencida de que es posible transformar la vulnerabilidad subyacente de
estos casos. El éxito de esta tarea terapéutica depende de la díada paciente-
terapeuta y de las circunstancias del tratamiento, consideraciones que quedan
fuera del ámbito de este capítulo. (Véase Doctors, 1999 para una discusión de las
dificultades en la interacción en el tratamiento de la auto-lesión).

Notas Epidemiológicas
“Existen muchos indicios que sugieren que la auto-lesión es un fenómeno
conocido por la comunidad psiquiátrica desde casi 90 años (Emerson, 1914), y
que probablemente es universal, existiendo casos tanto en Japón y Alemania
(Uemura 1975; Janus 1972) como en los Estados Unidos y Gran Bretaña. El
primer caso que definió el cortarse las muñecas como un fenómeno extendido
entre los adolescentes en hospitales psiquiátricos fue descrito por Offer y Barglow
en 1960. Encuestas repetidas en el hospital Monte Sinaí en Nueva York (Rinzler y
Shapiro, 1968) establecieron que entre un 5 y 20 por ciento de los pacientes
ingresados presentan el problema de “cortarse las muñecas”. Desde luego que
esta conducta no solo se observa en los ingresos hospitalarios, ni tampoco la
auto-lesión se limita a la zona de las muñecas. Se ha observado que los que se
auto-cortan[2] se hacen incisiones en la cara, pecho, mamas, estómago, brazos, y
piernas (Crabtree 1967; Emerson 1914; Kafka 1969; Pao 1969)." (Adaptado de
Doctors, 1981).

Las formas de conducta auto-lesiva vistas en otras poblaciones nos son de


interés. La auto-lesión, morderse, arañarse la piel, golpear la cabeza, y golpearse
con objetos son conductas que frecuentemente acompañan trastornos no
psiquiátricos. Se encuentran estas conductas en los trastornos de desarrollo
(retraso mental y autismo), trastornos neurológicos (el síndrome de Tourette,
neuroacantocitosis, y epilepsia del lóbulo frontal), y trastornos genéticos (el
síndrome Lesch-Nyhan, síndrome Prader-Willi, síndrome Smith-Magenis, y el
síndrome de X frágil). Aunque generalmente no atendemos a estos pacientes, los
que sí lo hacen (y que han de afrontar la tarea de manejar los efectos auto-
destructivos de estas conductas) han realizado investigaciones que son de nuestro
interés y de las que hablaré más adelante.

Desde hace muchos años se considera un fenómeno predominantemente


femenino (Graff and Mallin 1967; Phillips and Alkan 1961; Simpson 1975) y la
mayoría de estudios sugieren que hasta un 95% de las personas con estas
conductas son féminas. Mientras algunos autores cuestionan esta conclusión (Di
Clemente et. al., 1991; Briere & Gil 1998), yo sigo pensando que para los chicos y
hombres, auto-cortarse es un fenómeno secundario; los varones tienden a recurrir
a esta conducta en circunstancias especiales, cuando sus modos habituales de
regular la frustración y la tensión están bloqueados. Se suele observar esta
conducta en varones en centros de detención juvenil y cárceles, encuadres que
restringen los habituales modos masculinos de gestión de tensión, tales como el
alcohol y las peleas.

Existe una impresión generalizada de que la incidencia de la auto-lesión está


creciendo. Sin embargo, a pesar de un informe (Di Clemente et al, 1991) que
señala que el 61% de adolescentes ingresados en instituciones psiquiatritas
practican la auto-lesión, no hay que llegar a la conclusión anticipada de que la
auto-lesión se ha incrementado tres veces o más en los EEUU. Ahora es mucho
más difícil ingresar a un adolescente en una institución psiquiátrica que hace 25
años, y esta hospitalización prácticamente requiere la presencia de señales
alarmantes tales como la auto-lesión. Por tanto, los datos de los hospitales no
tienen el mismo significado que antes; y otros estudios a gran escala, simplemente
no existen.

Aunque no tenemos datos fiables, la mayoría de terapeutas con consultorios con


muchos pacientes, creemos que la auto-lesión se ha hecho mucho más común
entre los adolescentes. Igual que con los trastornos de la alimentación, la auto-
lesión ya no es un síntoma enteramente auto-inventado. A través de artículos de
revistas, programas de televisión y libros de divulgación, este síntoma ha llegado
al gran público. Seguro que la anorexia nervosa que sufrió Isak Dinesson fue
creada puramente de sus circunstancias psicológicas, sin embargo, hoy nuestros
jóvenes aprenden sobre estas cosas en todas partes, la escuela incluida. Que
quede claro que no soy crítica de iniciativas en la educación, ni tampoco trivializo
esta conducta diciendo que se hace por imitación, más bien sugiero que hay una
diferencia entre los individuos para los que un síntoma es una ingenua creación
propia y aquellos que observan el síntoma y encuentran que les “atrae”. Y en
última instancia, la publicidad influye sobre la incidencia.

Un Compuesto Fenomenológico

Como existe una gran concordancia entre los investigadores en cuanto a la


fenomenología del acto mismo, nos es posible ofrecer una descripción unitaria.
Los terapeutas creen que la conducta surge como una reacción a una separación
real o amenazada (Pao, 1969; Rosenthal et. al., 1972), una pérdida (Goldwyn,
Cahill, and Grunebaum 1967; Grunebaum and Klerman 1967), o desilusión
(Novotny 1972), sea en la realidad o en la fantasía. La experiencia consciente que
tiene el paciente es la de sentirse completamente solo y de empezar a sentirse
muy tenso (Pao, 1969), o enfadado (Nelson and Grunebaum, 1971). Después de
un período de tensión, el paciente decide aislarse. Hay una sorprendente
unanimidad en este descubrimiento: cortarse es casi siempre un acto solitario. Se
da un cambio para sentirse “anestesiado,” “irreal,” “vacío” (Rosenthal et al 1972), o
“muerto” (Asch, 1971). Un paciente decía: “Sientes mucho, pero luego no sientes
nada.” Los pacientes, casi uniformemente, no experimentan dolor cuando se
cortan (Graff and Mallin 1967; Grunebaum and Klerman 1967; Novotny 1972; Pao
1969; 1972; Simpson 1975). La experiencia de dolor es concomitante con sentirse
vivo y real de nuevo (Kafka, 1969). Por eso, los pacientes a veces informan de que
se cortan hasta que empiezan a sentir dolor o hasta ver sangre (Asch, 1971).
Mientras que algunos pacientes pueden sentir temporalmente repugnancia,
arrepentimiento o culpabilidad (Pao, 1969), esto da paso a la experiencia de
satisfacción y calma de que muchos pacientes informan (Friedman, Glasser,
Laufer, Laufer, and Wohl 1972; Graff and Mallin 1967; Grunebaum and Klerman
1967). (Doctors, 1981, p. 444.)

Avances en la Teoría y la Investigación I: Comprensiones de la Conducta


Auto-reguladora

¿Qué es la conducta auto-reguladora? Con la auto-regulación nos referimos a la


organización continuada que hace el individuo de sus estados internos. Cada
individuo actúa para proteger su integridad al mantener la excitación del
organismo dentro de unos límites tolerables desarrollados personalmente. Cada
uno de nosotros lo hacemos a nuestra manera. Algo de nuestra actividad de auto-
gestión es consciente y hay partes que quedan fuera de nuestra consciencia.
Gestionamos nuestro sueño, el hambre, la evacuación y nuestras necesidades
sexuales, pero también nos gestionamos momento a momento en formas mucho
más sutiles como a través del control de la atención, tocarse y hablarse a uno
mismo, y también a través todas las formas de organizar nuestro flujo cognitivo y
afectivo. Con la investigación empírica de la primera infancia incrementamos y
profundizamos nuestra comprensión de esta dimensión de desarrollo normal al
demostrar como cada individuo es influido por su propia conducta (auto-
regulación) y también por la de su “pareja” (regulación interactiva). “La regulación
interactiva discurre en las dos direcciones, así, cada uno experimenta tanto influir
la conducta del otro como estar influido por ella. La conducta es [por lo tanto] a la
vez comunicativa y auto-reguladora, así, todos los cambios del influir al otro y
estar influido por el otro van acompañados de cambios simultáneos en la conducta
y excitación auto-reguladoras." (Beebe & Lachmann, 1998, p. 509).

Hay varias maneras en que están vinculados el estado interno y los procesos
interactivos porque la auto- regulación y la regulación interactiva se dan al mismo
tiempo, cada uno influyendo al otro. Ahora se reconoce que aspectos de la
conducta (pensados antes como que solo reflejaban la dotación de un único
individuo) se refieren también a un sistema diádico particular. Por ejemplo, Sander
(1977, 1985) ha demostrado en cuanto a los propios estados internos del individuo
que cada sistema diádico construye una facilitación única de ellos, una restricción
al acceso de ellos, la consideración que tiene de ellos y también la capacidad de
usarlos. Un ejemplo de esto es el argumento de Fonagy (Fonagy et al, 1991) de
que la capacidad de auto-reflexión, desde el punto de vista del desarrollo, emerge
dentro de un proceso interactivo. La función de auto-reflexión se desarrolla cuando
uno puede encontrar una reflexión de sí mismo en la mente de otra persona auto-
reflexiva.

Comprender esta relación tan altamente coordinada entre la regulación interactiva


y la auto-regulación me ha permitido ver que los problemas que he observado en
las relaciones de objeto y el desarrollo del self de los que se auto-cortan (Doctors,
1981) están relacionados con vulnerabilidades en la auto-gestión.
Paradójicamente, aunque es más difícil para los que se cortan auto-regularse de
forma efectiva, dependen más de organizarse así mismos que otras personas
porque han "aprendido" a anticipar la ansiedad que deriva de la interacción, y
retraerse de ella. Las formas extremas de auto-gestión son compensaciones
adquiridas. Mientras estos individuos parecen retraerse de la interacción con los
otros y tienden a gestionarse solos, su auto-gestión lleva la impronta de su historia
relacional. Tanto si sirve para calmar y contener un estado psicológico
insoportable (asociado con experiencias de violencia emocional), o si sirve para
restaurar el sentimiento y rescatar al individuo de una experiencia de sentirse
muerto, vacío o despersonalizado, la auto-lesión funciona: cambia el estado de
self.

Avances en la Teoría y la Investigación II: Relaciones Cerebro-Conducta

Antes de pasar a los casos clínicos, quiero considerar la neuro-bioquímica de la


auto-lesión, ya que es útil que los terapeutas consideren la posibilidad de que esta
conducta se vuelva constante precisamente por la razón de que ofrece alivio. El
conocimiento científico de las relaciones entre cerebro y conducta proviene de los
estudios sobre el trauma y el estudio de conductas de auto-lesión[3] en individuos
con retraso mental y con trastornos neurológicos y genéticos.

Hubo, durante los años 90, muchos intentos de describir los procesos y sistemas
neurobioquímicos afectados por el trauma (Charney et. al 1993, Chu 1998,
Hartman & Burgess 1993, Le Doux 1996, Saporta & Case 1993, Van der Kolk
1996, 1997; Yehuda 1999). Estos investigadores alegan que durante el trauma,
altos niveles de excitación emocional interfieren con las funciones cerebrales
normales de procesamiento de experiencia. Según este punto de vista, datos
sensoriales se almacenan como huellas mnémicas cargadas afectivamente sin
asociaciones en el lenguaje. Los individuos afectados de esta forma están
entonces sujetos a una tensión crónica e intensa; sienten miedo o se sienten
abrumados por experiencias que no pueden formular ni comunicar en palabras, es
decir, una experiencia no organizada. Bessel Van der Kolk (1989) propuso la
hipótesis de que la auto-lesión "trata" tal angustia porque descarga opioides
endógenos. El incremento de opioides endógenos en el cerebro produce “calma” y
“lucidez”, una experiencia característica descrita por muchas personas después de
cortarse. Él sugirió que puede crearse un ciclo tipo adicción en que la disminución
natural de opioides endógenos durante un tiempo después de cortarse lleva a que
algunos de los que se auto-cortan busquen un estado de calma en cortarse de
nuevo en un intento, consciente o no, de conseguir la descarga de opioides. La
implicación es, evidentemente, que existen potentes mecanismos
neurobioquímicos que refuerzan la conducta de auto-lesión y contribuyen a su
constancia.

Un apoyo independiente para esta hipótesis procede de un corpus muy grande de


investigación en conductas de auto-lesión en poblaciones no-psiquiátricas (véase
Schroeder, Oster-Granite & Thompson, 2002, especialmente (Cap. 13 por
Sandman & Touchette) Sandman and Touchette (2002) han concluido que entre
individuos con retraso mental y afectados de anomalías neurológicas y genéticas,
(a) existen patrones de conducta que sugieren que causas (biológicas) internas
son las responsables de conductas de auto-lesión en la mayoría de individuos, (b)
el sistema de opioides endógenos está alterado en individuos que muestran
conductas de auto-lesión, y (c) intervenciones farmacológicas centradas en el
sistema de opioides endógenos, reducen y a veces eliminan, conductas de auto-
lesión en una proporción significativa de estos individuos” (pág. 192).

Los investigadores que estudian este problema también están investigando los
modelos y mecanismos relacionados con la auto-lesión y la experiencia de dolor
(Symons, 2002), porque la auto-lesión severa que se da con altos índices en la
población de personas con retraso mental, por ejemplo, solo se entiende
parcialmente y aun queda mucho para que esta situación mejore. Estudios
experimentales del dolor agudo se han extendido a otros pacientes psiquiátricos
con trastorno límite de la personalidad. Consecuente con los relatos personales,
los pacientes con trastorno límite de la personalidad que refieren no sentir dolor a
la auto-lesión responden a la inducción experimental de dolor agudo con analgesia
y con una subsiguiente mejora de su humor. Esto lleva a los investigadores a
especular que estos efectos son debidos a mecanismos cerebrales, los cuales se
creen reguladores tanto del dolor como del afecto (p.ej. el sistema de péptidos
opioides endógenos y los sistemas serotonérgicos (Symons, 2002; Russ et. al,
1992).

Aunque todavía no estamos en una posición para entender completamente las


conexiones entre conducta y cerebro que afectan al humor y a la experiencia de
angustia y su alivio de forma tan poderosa, ese trabajo tiene interés para aquellos
que trabajan con adolescentes que se auto-cortan. Sugiere que estimular la piel o
cortarla en diferentes sitios y de diferentes maneras debe producir unos efectos
calmantes inmediatos. Es una tentación adoptar esta perspectiva porque da
cuenta de la persistencia de conductas manifiestas de auto-lesión en una alta
variedad de individuos: personas con retraso mental sin lenguaje, personas
claramente traumatizadas sin lenguaje a causa de su angustia, y adolescentes (y
adultos) que sufren de varias formas de ansiedad psicológica. Además, sugiere
que tenemos que ir con cuidado en el tratamiento de este síntoma, ya que a no ser
que se perciba y se mejore la vulnerabilidad subyacente a la angustia, es muy
posible que se cronifique.
Ejemplos Clínicos

Los ejemplos clínicos no pueden “demostrar” una teoría clínica, solo ilustran cómo
se utiliza una teoría con los pacientes. Daré ejemplos de adolescentes vistas muy
temprano en su actividad lesiva de cortarse para mostrar como la comprensión de
la co-construcción de la auto-regulación y la regulación interactiva abre una
ventana a la experiencia subjetiva de los que se auto-cortan y como ayuda en su
tratamiento. La intervención precoz, potencialmente evita la evolución de los ciclos
adictivos que pueden hacer que la conducta sea tan refractaria al tratamiento.
Cuando intervenimos precozmente y podemos entender la relación entre patrones
interactivos y dificultades en la auto-regulación, a menudo podemos conseguir un
gran éxito en limitar la conducta y mejorar el problema regulatorio subyacente. He
escogido casos con manifestaciones similares para demostrar que conductas que
parecen semejantes pueden tener significaciones diferentes y responder a
intervenciones de distintas maneras. Comienzo con dos casos dando una
ilustración del impacto de un apego inseguro. La teoría del apego es un ejemplo
específico de la co-construcción de la auto-regulación y la regulación interactiva, y
nos abre una ventana para poder ver los patrones característicos que se
establecen desde el punto de vista del desarrollo. (Doctors, 2002) (Ejemplos
detallados de individuos que se cortan de manera más crónica pueden verse en
publicaciones anteriores [Doctors 1979, 1981, 1999]) .

Amanda

La Sra. J. pidió consulta después de que las amigas de Amanda la llamaran por
teléfono para informarle de que Amanda se había auto-cortado varias veces.
Amanda comía y dormía irregularmente y no atendía a sus estudios. La madre, a
quien otro clínico había descrito como “áspera” y “controladora”, era consciente de
que la relación con su hija de 14 años había sido perturbada por la conducta
repulsiva del novio de la madre (que cohabitaba con ellas), y su propia inhabilidad
para proteger a su hija de forma efectiva o de comunicarse con ella abiertamente.
Me impresionó el contraste entre la destacada inteligencia de la madre, y el patrón
de comunicación perturbado que se me evidenciaba. Había una notable ausencia
de expresiones faciales, y sí las había, no cuadraban con sus palabras. Su
discurso no era colaborativo, me explicaba conductas bizarras sin pensar que yo
podría reaccionar ante lo que me decía. Cualquier intento mío de responder o
participar fue firmemente apartado.
El discurso de la madre llevaba la huella de sus trastornos interactivos y auto-
regulatorios. Parecía suprimir las emociones en ella misma y desconectar de su
entorno cuando el contenido estaba cargado de afecto. Tal evidencia de un apego
inseguro me hizo pensar en la interacción entre madre e hija y como ésta afectaba
la auto-regulación de la hija.

En nuestra primera sesión, Amanda se describía como una persona que a


menudo decía cosas “sacadas de la nada” que “sin sentido”. De hecho, su
discurso era bastante inconexo, pero a diferencia de la madre, ofrecía unas pistas
que me ayudaban a entenderla. Además, era más abierta que la madre y me
permitía conectar con ella, señal de buen pronóstico. Amanda hablaba de las
circunstancias en que su madre parecía “quedarse congelada” de forma dramática
e inexplicable como por ejemplo, cuando alguien derramaba algo en la mesa.
Aunque Amanda reía, le comenté que la intensidad de la reacción de su madre, la
mirada y el tono de voz daban miedo. Cuando acababa la sesión, soltó: “Ah, una
cosa más. Mi madre me tiene miedo, de verdad, créeme”. Pude responder: “Creo
que entiendo. A veces no solo da miedo estar cerca a ella, sino también tiene
miedo de ella misma y tú has estado allí cuando parece tenerte miedo a ti."

Creo que esto es un ejemplo de como un patrón de apego desorganizado afecta al


estilo interactivo y auto-regulatorio de la hija.

El discurso deficitario de la madre refleja su propia falta de experiencias de apego


y a la vez perturba su proceso interactivo con Amanda.

Amanda ha tenido que hacer frente a la experiencia subjetiva de una “pérdida”


repentina de “estar-en-relación”, de repente su madre (psicológicamente) está
ausente, y Amanda se encuentra sin nadie para gestionar sus reacciones
afectivas. Como resultado, al sentirse angustiada, no esperaba poder recurrir a
nadie que la ayudara a gestionar sus sentimientos.

El énfasis que yo ponía en la sintonización afectiva y la integración emocional en


el tratamiento de Amanda llevó a que se reorganizara en muchos campos.
Amanda demostró la alentadora capacidad de usar una nueva relación, la que nos
estimula para trabajar con adolescentes. Los trastornos del sueño y las
dificultades para estudiar se aliviaban, y la auto-lesión desapareció. Ya no tenía un
humor depresivo. En menos de seis meses, las comunicaciones de Amanda se
hicieron más fluidas y más auto-reflexivas. Las interacciones dentro de la familia
seguían perturbadas, sin embargo, Amanda las gestionaba mejor (aunque se
retraía). La madre quería sesiones madre-hija, y yo las recomendé, pero Amanda
se negó. Y a pesar de que la auto-lesión ya forma parte del pasado, el tratamiento
continua. Independientemente de que hablemos de sus amigas, de sus
profesores, o de algún chico “especial”, confio en que los procesos diádicos que
caracterizan nuestra interacción seguirán contribuyendo a la reorganización de su
auto-regulación y regulación interactiva.

Rebeca

La escuela de Rebeca sugirió consulta después de que otras chicas de su curso


informaran de que estaban preocupadas porque Rebeca se había auto-cortado,
consumía drogas y alcohol indiscriminadamente, y formaba parte de un grupo
conflictivo dentro de su colegio. Los conflictos con su madre demostraban otro
prototipo de apego. Se centraban en los incesantes intentos invasivos de la madre
para controlar a Rebeca, y el rechazo de las preferencias e intereses que tenía
Rebeca que no coincidieran con los suyos. Como para la madre conseguir logros
escolares era muy importante, le preocupaban las notas. Y como la madre no
había sido una persona muy “social” y nunca tuvo curiosidad ni experiencia con las
drogas, se despreocupada; solo pedía que Rebeca le contara cuando bebía
alcohol o consumía drogas. La madre relató que ella misma había compartido
todo, incluso su primera experiencia sexual, con su propia madre y además, el
hecho de que la preocupación sobre la reacción de su madre continuaba
dominando sus pensamientos cuando interactuaba con su familia de origen me
llevó a pensar que ella tenía problemas con su propio apego materno. En cuanto a
este caso, mi “hipótesis de apego” estuvo reforzada por muchos detalles omitidos
en este trabajo.

Rebeca hizo frente a las intrusiones maternas rechazandolas abruptamente. Sus


tentativas de escapar del control de su madre la habían dejado irreflexiva e
impulsiva. Tendía a ser despreocupada, a pasar alegremente de los problemas
surgidos de sus interacciones. Dicho de otra manera, Rebeca le daba poca
importancia a la manera de gestionarse tanto social como académicamente.

Rebeca tenía un apego inseguro con ambos padres, aunque podía conversar con
su padre con más facilidad. Los chicos inseguros llegan a la adolescencia con
necesidades especiales de sentirse valorados. Como ocurre a menudo, Rebeca
sentía su entorno social como una segunda oportunidad para ganar el
reconocimiento que anhelaba. Encontrándose más cómoda con los chicos que con
las otras chicas, y siendo una chica muy guapa, a los 13 años fue "descubierta"
por los chicos mayores y empezó a “tontear”, a beber alcohol y a consumir drogas.
Después de un breve coqueteo con un trastorno de la alimentación, empezaron
los episodios de auto-lesión en medio de un conflicto social en el instituto. Las
chicas mayores no aceptaban su presencia y Rebeca fue el blanco de horribles
chismorreos; su capacidad para comprender emocionalmente a otros y anticipar
sus reacciones a su propia conducta estaba tan pobremente desarrollada sus
propias meteduras de pata complicaban su sufrimiento.
Rebeca se sentía abrumada por su vida social. Hablar del problema en su
tratamiento individual fue muy informativo para nosotras dos, a medida que
llegamos a ver como a menudo Rebeca “olvidaba” considerar las consecuencias
de sus acciones y no podía ponerse en la piel de otro, como solían hacer las otras
chicas adolescentes. La transmisión entre modos de organización psicológica
entre generaciones se observa cuando los padres no logran reflexionar sobre las
mentes y los afectos de sus hijos y estos adolescentes carecen de las mismas
capacidades. Rebeca ni era auto-reflexiva ni empática con los demás. No era feliz
y estaba confusa, y me permitía saberlo.

Con el tratamiento se dieron momentos interesantes. Le dije que yo pensaba que


ella precisaba de todo su ingenio para hacer frente a sus apuros sociales de forma
efectiva, y le expliqué directamente como abstenerse del alcohol y la marihuana
podría ayudar. Estuvo de acuerdo, aliviada por poder hacer algo que la hiciera
sentir menos perdida.

El interés que tenía en mis observaciones sobre su familia llevaron a adicionales


sesiones de familia. La tarea en el trabajo de familia fue la de animar a la madre y
al padre a "dejar espacio" para el punto de vista de Rebeca, tanto en la manera en
que ellos la consideraban como en sus comunicaciones con ella. Yo intentaba
facilitar una interacción en la que Rebeca podía empezar a articular su punto de
vista, para consigo misma y también con ellos. Vimos en las sesiones familiares la
insoportable tensión que experimentaba Rebeca cuando sentía que no conseguía
que su madre le hiciera caso, por mucho que ella lo intentara. En el tratamiento
individual le dije a Rebeca que yo pensaba que la horrible tensión que ella había
descrito en relación a la frustración con su madre de alguna manera tenía que ver
con los estados en los que se cortaba, y ella respondió emocionada: “Totalmente.
Sentía que iba a reventar. Piénsatelo visualmente", dijo, "tuve que sacarlo. La
sangre hacía eso”. Su familia empezaba a “escucharla”, y a medida que ella
articulaba su punto de vista, era algo más consciente de sí misma y más hábil en
su auto-gestión. Sin decir nada a nadie, Rebeca dejó de tomar los antidepresivos
recetados por su terapeuta anterior. A pesar de esto, su estado de ánimo mejoró
de forma espectacular, lo mismo que ocurrió con sus estudios. Tomó medidas
para moderar su vida social. Poco a poco se retiró de la movida tan acelerada,
retomó amistades con chicas que había dejado, y estableció relaciones que la
ayudaban a desarrollar más sus capacidades socio-emocionales.

Melinda

Quiero hablar de otra chica de 14 años, por si diera la impresión de que todos los
problemas de auto-regulación provienen exclusivamente de las interacciones
familiares. Melinda solo se había cortado un par de veces, en estas ocasiones
haciéndose unos cortes muy pequeños y delimitados. Después de una llamada del
coordinador de colonias, quien creía que Melinda estaba abrumada por
circunstancias sociales a las que no podía hacer frente, sus padres pidieron hora.

La reticencia de Melinda parecía mayor de lo que se podía atribuir a la timidez. Se


apreciaron índices de un umbral de dolor inusualmente alto, y evidencia de una
inmadurez social moderada. Pedí tests psicológicos para evaluar mis sospechas
de que se dieran dificultades en la expresión oral y la posibilidad de un autismo
funcional o síndrome de Asperger. Los tests confirmaron dificultades de leves a
moderadas en la expresión oral. El informe también dio cuenta de los niveles de
frustración relacionados con la forma con que los padres se relacionaban
verbalmente con ella. Aunque yo era consciente de la tendencia de la madre a
compensar la baja producción verbal de Melinda al hablar por ella y hacerle
preguntas fáciles a las que se podía responder con un "sí" o “no”, yo no había
notado el sarcasmo del padre ni tampoco de cómo sus burlas influían en la
desgana de Melinda a hablar. No aparecieron señales de incapacidad, en los
tests, desde el punto de vista del desarrollo.

En la consulta, Melinda y yo hablamos de los cortes que se había hecho cuando


se sentía desbordada por la frustración. Me sentía libre para hacerselo saber con
cuidado, como a menudo hago, que tales conductas pueden volverse adictivas y
que podría ser prudente hacer planes para que eso no ocurriera. Después de
hablarlo, ella decidió que si se sentía frustrada y abrumada en casa, pondría
música y bailaría hasta calmarse, ya que bailar era su actividad preferida. Si se
sintiera mal y no pudiera bailar, propuso imaginarse bailando hasta que se sintiera
calmada por los sentimientos asociados con la imagen. Fíjense que utilizamos
movimiento e imágenes para compensar las carencias del diálogo interno. Como
en otros ejemplos el uso de técnicas cognitivas-conductuales de gestión en el
tratamiento, sirvió para elaborar un programa de prácticas, que seguiría. Unos
meses después llamó Melinda para preguntar si yo pensaba que un ejercicio de
gimnasia como dar saltos con palmadas le iría bien en el caso de sentirse
frustrada cuando estaba de colonias, en una habitación donde no había espacio
para bailar.

La particular incapacidad lingüística de Melinda le causaba problemas en su auto-


regulación (la disminuida capacidad para el “diálogo interno”) y contribuía a
dificultades en la regulación interactiva. En lugar de hacer un tratamiento con
Melinda, continuó el caso con sesiones de orientación para los padres. Melinda se
encuentra con un orientador escolar que le cae especialmente bien en un
encuadre que le permite ejercer la auto-expresión. Sus padres han recibido una
formación sobre los modos de fomentar intercambios verbales significativos con
ella. La consulta parece haber sido exitosa sin más episodios de lesiones en el
último año.
Conclusión

Comúnmente se cree que la auto-lesión es un “grito de ayuda” y/o que es una


manipulación. Estas formulaciones hacen hincapié en la función comunicativa de
la auto-lesión pero omiten el aspecto auto-regulatorio que considero clave. Y
efectivamente, he destacado que las dos cosas están vinculadas de manera
inextricable y que las dos dimensiones deben ser consideradas a la hora de
evaluar los que se auto-cortan.

Comprender y conectar con la experiencia subjetiva de los adolescentes que se


auto-cortan sigue siendo el centro de nuestros esfuerzos. Siempre se descubren
momentos en que un adolescente se siente abrumado y sin capacidad para
enfrentarse. En la terapia individual y/o terapia familiar se tratan estas vivencias de
sentirse solos tratando de gestionar una vulnerabilidad insoportable, y también son
transformadas en la díada paciente-terapeuta.

En este trabajo se han presentado brevemente los casos de tres chicas de 14


años atendidas poco después de la aparición de la auto-lesión. He intentado
demostrar que dificultades en la auto-regulación y regulación interactiva están
implicadas en la dependencia del cortarse como técnica calmante. Mientras cada
una utilizaba el cortarse con propósitos auto-regulatorios al sentirse
emocionalmente desbordadas, la naturaleza del trastorno interactivo que
contribuía a las dificultades en la auto-regulación eran distintas para cada una de
ellas. Amanda sentía que su madre “desorganizada-disociada” la rechazaba
emocionalmente, mientras “preocupada" madre de Rebeca fue percibida por su
hija como invasiva emocionalmente y frustrante. Y aunque el trastorno moderado
en la expresión verbal de Melinda conllevaba retos especiales en la interacción
padres-hija, en los tres casos se observa una disfunción significativa en la
regulación diádica de la ansiedad emocional. Patrones de comunicación entre
padres e hijos están directamente relacionados con las dificultades en la auto-
regulación del hijo; la reorganización de estos patrones es una forma en que
problemas en la auto-regulación pueden mejorarse (lo hemos visto en el caso de
Rebeca). Y al revés, resolviendo dificultades en la auto-regulación, como ocurrió
con Amanda en un tratamiento individual, mejora la capacidad de la regulación
interactiva. He intentado demostrar que dificultades en la auto-regulación y en la
regulación interactiva tienen que ver con la dependencia a cortarse como una
técnica calmante.

Otros temas clínicos mencionados aquí, merecen una exploración más profunda:
(1) el uso de la terapia familiar y de la orientación paterna para mejorar las
capacidades funcionales del adolescente, (2) el hablar directamente con
adolescentes acerca de la experiencia de cortarse y como evitarlo, (3) la influencia
del consumo de drogas y alcohol en la incidencia de la auto-lesión, (4) la cuestión
de la elección de síntomas y la relación entre trastornos de la alimentación y la
auto-lesión. Me he centrado en el desarrollo y la transformación de las dificultades
en la auto-regulación emocional, he intentado hacer hincapié en la auto-lesión
como una solución a la disfunción en el área de auto-regulación y he mencionado
los procesos neurobiológicos que pueden contribuir a que la auto-lesión sea una
conducta “adictiva”.
Qué empuja a los adolescentes a lesionarse
 La incapacidad para manejar las emociones no deseadas provoca la automutilación

 La inteligencia emocional actúa como protector frente a estos comportamientos

Una buena parte de los que se autolesionan tiene síntomas depresivos. (Foto: Javier B. Salvadores)

Actualizado martes 19/05/2009 12:02 (CET)

PATRICIA MATEY

MADRID.- Se cortan, se queman, se golpean la cabeza, se dan puñetazos, se amputan las orejas, la lengua o,

incluso, los genitales. La autoagresión suele comenzar en la adolescencia y normalmente no busca encontrar

la muerte, aunque constituye un factor de riesgo de suicidio en el futuro. Ahora, un grupo de investigadores

belgas y británicos desvela cuáles son algunos de los factores que predisponen a este tipo de

comportamiento y qué tipo de personalidad protege de la automutilación.

Lo han conseguido tras llevar a cabo una investigación con 490 adolescente de entre 16 y 19 años,

estudiantes de varios colegios británicos. "Los trabajos teóricos y clínicos indican que, primeramente, la

autolesión constituye una estrategia para regular las emociones. También cumple con el papel de solicitar

ayuda a los demás", comenta Moïra Mikolajczak, del departamento de Psicología de la Universidad Católica

Louvain en Bélgica y autora principal del estudio.

Para esta especialista, los mecanismos "por los que se produce la automutilación todavía no están claros,

pero parece que funciona a través de tres trayectorias: la anulación de las emociones no deseadas [como

fórmula para distraerse de sentimientos intolerables]; su materialización [hacer que la emoción se convierta

en dolor tangible] y su transformación [la autolesión provoca la relajación de endorfinas, lo que ocasiona

cierta 'analgesia' que provoca una sensación de bienestar]", destaca la investigación, publicada en el último

'British Journal of Clinical Psychology'.

Partiendo, por tanto, de la base de que la autoagresión "a menudo funciona como como una

estrategia para regular las emociones, hemos realizado este ensayo bajo la hipótesis de que la
personalidad es un factor que puede predecir este tipo de comportamientos, lo que es particularmente

importante a la hora de pensar en prevención", destaca la doctora Mikolajczak.

Durante el estudio, los participantes realizaron varios cuestionarios. Uno sobre inteligencia emocional

(adaptabilidad, rasgos de empatía, de felicidad y optimismo, adaptabilidad, autoestima, entre otros), otro

sobre depresión, así como uno relacionado con la autoagresión.

Los datos constatan que hasta un 27% de los estudiantes incluidos en la investigación reconoció

haberse autolesionado deliberadamente, con cortes, quemaduras o tomando una sobredosis de drogas

recreacionales. Uno de los resultados sobre el que los autores hacen especial hincapié es en el hecho de que

hasta "un 65% de los que confesaron autoagredirse padecía síntomas de depresión", reza el documento.

"Automutilarse es más común de lo que siempre hemos pensado. Las estadísticas, según las distintas

investigaciones, hablan de una prevalencia de un 20% a un 40%. En nuestro trabajo la cifra está en un

27%, pero tal vez sea más preocupante aún el hecho de que un 21% de estos chicos y chicas que se

autoagreden afirme que lo hizo con la intención de morir", comentan los investigadores.

Programas 'coaching'

Hasta ahora, la autolesión no había constituido un factor de riesgo grave de suicidio, "pero los testimonios

recogidos en nuestro ensayo requieren de trabajos futuros con el fin de comprender mejor este fenómeno de

cara a su mejor tratamiento y prevención", insisten el equipo internacional de científicos.

Lo que sí queda patente en el estudio es que los menores con niveles más elevados de inteligencia

emocional son los que menos riesgos tienen de llevar cabo este tipo de comportamientos autodestructivos.

"Por el contrario los que más se automutilan son los que han obtenido puntuaciones más bajas en

las pruebas de inteligencia emocional, los que peor se adaptan a las situaciones, más se

autocritican y más culpables se sienten", declaran los autores.

La parte positiva de estos hallazgos queda reflejada en el hecho de que "si los resultados de nuestra

investigación se repiten en estudios futuros, sabemos que la incorporación de programas 'coaching' [aquéllos

que ayudan a las personas a encontrar lo mejor de sí mismas y buscar el camino entre lo que son y lo que

quieren ser] sería una buena estrategia para la prevención y tratamiento de la autolesión", concluyen los

científicos.

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