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Ciertamente que basta probar que existe algo superior a la razón, para probar que Dios
existe. Sin embargo, si pudiéramos demostrar que las propiedades de ese algo lo
determinan no sólo como superior a la razón sino como ser supremo, como ser eterno
e inmutable, entonces ¿podríamos dudar en llamarlo Dios?[21] Ya hemos mostrado
que la verdad posee dos propiedades (inmutabilidad y eternidad) que son, por
definición, privativas del ser supremo. Las verdades eternas e inmutables de nuestra
razón no pueden explicarse desde el punto de vista de la razón, lo cual nos obliga a
afirmar la existencia de una Verdad inmutable y eterna, que es Dios. Por lo tanto, la
Verdad en la que se sostienen las verdades que son contenidos de nuestra razón y sin
la cual no se explicarían, es Dios. “No hay, pues, ya lugar a dudas: esa realidad
inmutable, superior a la razón, es Dios, Sabiduría, Vida y Ser supremos”[22]. En otros
términos: la existencia de las verdades del conocimiento racional sólo pueden
explicarse si participan de la existencia del Ser Supremo, de la Verdad Absoluta.
“Donde encontré la verdad -dice san Agustín- allí encontré a mi Dios, que es la misma
Verdad”[23]. Sólo Dios es la razón suficiente de las verdades del conocimiento
humano. “Tú estás dentro de mí, más dentro que mi misma intimidad y más por
encima de mí que lo más elevado de mí”[24].
La vía agustiniana para probar la existencia de Dios pasa necesariamente por el interior
del hombre: encuentra a Dios en lo más interior, en lo superior. Las verdades no
pueden provenir del exterior; ya están en el interior, aunque el alma no las haya
creado sino que las ha encontrado o hallado[25]. Las verdades no pueden provenir de
lo inferior, sino de lo superior. De esta manera, san Agustín retoma y reinterpreta el
pensamiento de Platón. La realidad puramente inteligible, que trasciende mi razón,
que es necesaria, inmutable y eterna, es lo que llamamos Dios. Dios es (siguiendo la
metáfora platónica de la alegoría del sol) “el sol inteligible, a cuya luz la razón ve la
verdad; el Maestro interior, que responde desde dentro a la razón que le
interroga”[26].
[25] Que son halladas o encontradas se dice en latín inventor, término que también
tiene el significado de inventar. Algunos filósofos postmodernos, como Deleuze, han
afirmado que los filósfos inventan conceptos, retomando el significado inverso al de
san Agustín.