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4.

La prueba de la existencia de Dios

La prueba agustiniana se desarrolla a través de un doble movimiento hacia arriba


(ascensión) y hacia adentro (interiorización), procediendo de lo inferior a lo superior y
de lo exterior a la interior[16]. Recorreremos un camino que va del mundo al alma
humana y del alma a Dios. El punto de partida es el establecimiento de los tres grados
de ser (existir, vivir, conocer), cuyo conocimiento es evidente y está más allá de todo
engaño. Hablamos de grados porque estos modos de ser se nos presentan ordenados
jerárquicamente: el superior (conocer) supone e integra a los inferiores (vivir y existir),
de la misma manera que el medio (vivir) supone e integra al inferior (existir). Dentro
del conocimiento también se pueden distinguir tres grados: los sentidos externos (que
nos aportan los datos de los sentidos), el sentido interno (que recibe los datos de los
sentidos y los compara entre sí) y la razón (que proporciona los principios lógicos).
También en el conocimiento hay un orden jerárquico: la razón es el grado superior en
la medida en que controla y regula a los demás, ya que “nadie duda que el que juzga es
mejor que aquel del cual juzga”[17]. Análogamente, el sentido interno es superior a los
sentidos externos. En la razón hallamos la verdad, que no puede ser sino común y la
misma para todos, no depende de los sentidos externos, de los individuos o de las
perspectivas personales. La verdad que hallamos en la razón es siempre la misma, es
decir, es inmutable, no cambia. “En consecuencia –razona san Agustín-, no podrás
negar que existe la verdad inmutable, que contiene en sí todo lo que es
inmutablemente verdadero, a la cual no puedes llamar tuya ni mía ni de nadie, sino
que misteriosamente, como una luz secreta y pública a la vez, está presente y a la
disposición, en común, de todos los que son capaces de ver las verdades inmutables.
Ahora bien, lo que pertenece en común a todos los seres racionales e inteligentes,
nadie dirá que es propiedad de ninguno de ellos”[18]. El conocimiento es el grado
superior de ser y la razón es el grado superior de conocimiento. La verdad está en la
razón pero no pertenece a la razón, trasciende a la razón, porque “a nuestra misma
razón la juzgamos según ella [la verdad] y a la verdad en cambio no la podemos en
modo alguno juzgar. Decimos, por ejemplo: entiende menos de lo que debe o
entiende todo lo que debía. (...) Así pues, si no es inferior ni igual, no queda sino que
sea superior”[19]. Por lo tanto, concluye san Agustín, la verdad es superior a la razón.

¿Cómo se explica el conocimiento? ¿Cómo es posible que mi alma tenga


conocimientos verdaderos? Si bien todos los conocimien-tos se derivan de las
sensaciones, ninguna sensación es necesaria, y sólo lo necesario es verdadero.
Tampoco yo puedo ser la fuente de tales conocimientos necesarios, porque también
soy contingente y cambiante. La verdad se impone a mi razón, pero la trasciende, está
por encima de ella[20]. La presencia de Dios es atestiguada por todos los juicios
verdaderos de nuestro pensamiento, pero es al mismo tiempo tras-cendente a todos
ellos, así como Dios está presente en todas los seres por Él creados, pero no puede ser
reducido a ninguno de ellos (ni a todos ellos). La naturaleza de Dios escapa al
pensa-miento, pero el pensamiento tiene su fundamento último en Dios.

Ciertamente que basta probar que existe algo superior a la razón, para probar que Dios
existe. Sin embargo, si pudiéramos demostrar que las propiedades de ese algo lo
determinan no sólo como superior a la razón sino como ser supremo, como ser eterno
e inmutable, entonces ¿podríamos dudar en llamarlo Dios?[21] Ya hemos mostrado
que la verdad posee dos propiedades (inmutabilidad y eternidad) que son, por
definición, privativas del ser supremo. Las verdades eternas e inmutables de nuestra
razón no pueden explicarse desde el punto de vista de la razón, lo cual nos obliga a
afirmar la existencia de una Verdad inmutable y eterna, que es Dios. Por lo tanto, la
Verdad en la que se sostienen las verdades que son contenidos de nuestra razón y sin
la cual no se explicarían, es Dios. “No hay, pues, ya lugar a dudas: esa realidad
inmutable, superior a la razón, es Dios, Sabiduría, Vida y Ser supremos”[22]. En otros
términos: la existencia de las verdades del conocimiento racional sólo pueden
explicarse si participan de la existencia del Ser Supremo, de la Verdad Absoluta.
“Donde encontré la verdad -dice san Agustín- allí encontré a mi Dios, que es la misma
Verdad”[23]. Sólo Dios es la razón suficiente de las verdades del conocimiento
humano. “Tú estás dentro de mí, más dentro que mi misma intimidad y más por
encima de mí que lo más elevado de mí”[24].

La vía agustiniana para probar la existencia de Dios pasa necesariamente por el interior
del hombre: encuentra a Dios en lo más interior, en lo superior. Las verdades no
pueden provenir del exterior; ya están en el interior, aunque el alma no las haya
creado sino que las ha encontrado o hallado[25]. Las verdades no pueden provenir de
lo inferior, sino de lo superior. De esta manera, san Agustín retoma y reinterpreta el
pensamiento de Platón. La realidad puramente inteligible, que trasciende mi razón,
que es necesaria, inmutable y eterna, es lo que llamamos Dios. Dios es (siguiendo la
metáfora platónica de la alegoría del sol) “el sol inteligible, a cuya luz la razón ve la
verdad; el Maestro interior, que responde desde dentro a la razón que le
interroga”[26].

Dios no puede ser abarcado por el pensamiento, es incognoscible, es inefable. En estas


afirmaciones de san Agustín está presente la tradición hebrea, que concibe a Dios
como «Altísimo», como innombrable, y Agustín mismo nos recuerda la tradición
veterotestamentaria del Exodo: 3, 14. Allí Moisés pregunta a Dios qué les responderá a
los israelitas cuando le pregunten por su nombre, y Dios le respondió: “Ego sum qui
sum” [Yo soy el que soy]. “Es el ser mismo [ipsum esse], la realidad plena y total
[essentia], hasta el punto de que, estrictamente hablando, esa denominación de
essentia sólo le conviene a Él”[27]. De esta manera, san Agustín logra una síntesis de la
tradición hebrea presente en la Biblia y de la tradición griega platónica, a tal punto que
los significados diversos se ven fundidos: trascen-dencia e inmutabilidad.

[16] Cf. Gilson, E.: 1965, p. 122.

[17] San Agustín: De libero arbitrio, II, 5, 12.

[18] San Agustín: De libero arbitrio, II, 12, 33.

[19] San Agustín: De libero arbitrio, II, 12, 34.

[20] Cf. Gilson, E.: 1965, p. 122.


[21] Cf. san Agustín: De libero arbitrio, II, 6, 14.

[22] San Agustín: De vera religione, 31, 57.

[23] San Agustín: Confesiones, X, 24.

[24] San Agustín: Confesiones, III, 6.

[25] Que son halladas o encontradas se dice en latín inventor, término que también
tiene el significado de inventar. Algunos filósofos postmodernos, como Deleuze, han
afirmado que los filósfos inventan conceptos, retomando el significado inverso al de
san Agustín.

[26] Gilson, E.: 1965, p. 122.

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