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Fundamentos ontológicos de la educación:

Propuesta integral de la ciencia como virtud y perfeccionamiento humano

DR. FRANCISCO J. ROMERO CARRASQUILLO


Departamento de Humanidades
Universidad Panamericana, Campus Guadalajara

Presentado en el I Congreso Nacional de Filosofía de la Educación, Universidad Autónoma de


Guadalajara (Zapopan, Jalisco, México), abril 2013.

INTRODUCCIÓN

En nuestra sociedad altamente técnica y pragmática es muy difícil impartir un curso

introductorio de filosofía o de cualquier otra materia humanística sin que al menos un alumno

haga la pregunta: ‘¿De qué me sirve estudiar esto?’ La pregunta incluso se hace muchas veces

con afán de crítica al ejercicio mismo de filosofar o de estudiar las humanidades, implicando que

sean una pérdida de tiempo, dinero, o ambas. Muchos profesores de filosofía buscan responder a

esta pregunta citando ejemplos de cómo la filosofía es de algún modo práctica, útil, o aún

lucrativa. Aunque es indudable que muchas veces la filosofía influye profundamente en la vida

práctica de la sociedad e incluso encuentra aplicaciones de corte esencialmente práctico,

responder de esta manera es problemático en cuanto a que avala un presupuesto erróneo que está

implícito en la pregunta: dicho presupuesto es que lo que no es útil no es digno de nuestro

tiempo.

Pero si aceptamos esta idea de que sólo lo útil, lo que es un medio para otra cosa, sea

digno de hacerse, entonces con topamos con el curioso problema teleológico discutido por

Aristóteles en el comienzo del primer libro de su Ética a Nicómaco. El medio es buscado en

cuanto a que nos lleva al fin. El fin es lo que realmente se busca, es la razón de ser (o causa

final) del medio; el medio sólo tiene razón de ser en cuanto a que es la manera de conseguir el

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fin. Por lo tanto, postular que sólo lo útil vale la pena sería decir que sólo queremos medios y no

fines, y por lo tanto, estaríamos buscando medios sin razón (o causa final) última. En las

palabras del estagirita, “no todas las cosas por razón de otras se desean, porque de esta manera

no tendría fin nuestro deseo, y así sería vano y miserable”. 1 Tomás de Aquino comenta,

utilizando un reductio ad absurdum:

O encontramos un fin que no es deseado por otro [fin ulterior], o no lo

encontramos.... Si no lo encontramos, entonces cada fin sería deseado por otro fin.

En este caso procederíamos hacia el infinito. Pero en cuestión de fines es

imposible proceder hacia el infinito. Por lo tanto, existe un fin que no es deseado

por otro [fin ulterior]. 2

De hecho, proponer que sólo lo útil es deseable es una contradicción, pues lo útil es deseable

sólo en relación al fin, y si el fin mismo (que no es útil), no es deseable, entonces el medio

tampoco lo es.

¿Qué quiere decir esto en términos de la utilidad de estudiar materias humanísticas, y la

filosofía en particular? Quiere decir que es una necedad criticar la filosofía por no ser útil. Sería

como criticar un hermoso atardecer, o un pie de queso, o una sinfonía de Mozart, por no ser

útiles, es decir, por ser fines, y no medios.

Mi propuesta en esta ponencia es precisamente esta: la filosofía, las humanidades, e

incluso cualquier ciencia o campo de conocimiento que estudiemos, no son medios, sino fines, y

su valor recae mucho más en el hecho de que son esencialmente fines que en su utilidad, que no

es sino per accidens. El resto de mi trabajo consiste en fundamentar ontológicamente esta

propuesta, y lo haré a través de una síntesis del pensamiento de Tomás de Aquino respecto a la

1
Aristóteles, Ética Nicomaquea 1.2.
2
Tomás de Aquino, Comentario a la Ética de Aristóteles, Libro I, Lección I.
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división de las ciencias. Dicha división nos revelará un punto de suma importancia: las ciencias

o campos de conocimiento son esencialmente virtudes intelectuales que perfeccionan al hombre

en su naturaleza racional, que le es característica.

La ponencia se dividirá en cuatro partes. Primero expondré de manera resumida la

doctrina tomista sobre la naturaleza humana, sus facultades y la adquisición de virtudes

humanas. Segundo, discutiré el concepto aristotélico-tomista de ciencia. Luego pasaré a

estudiar la división de las ciencias según el Aquinate. Finalmente procederé a argumentar que en

este esquema las ciencias son virtudes y por tanto implican un perfeccionamiento de la

racionalidad del hombre. Concluyo reflexionando sobre la utilidad de las ciencias (y artes,

incluidas las ‘humanidades’), y qué significa el que sean fines en sí mismos y no meros medios

para obtener utilidad.

1. LA NATURALEZA HUMANA Y LAS VIRTUDES HUMANAS

Aristóteles argumenta que todo ser viviente debe ser un compuesto de cuerpo y alma. 3

Por su parte, Tomás de Aquino retoma este tema en sus escritos y añade profundidad a la

discusión. Tomás nota que si la materia fuera suficiente para que algo esté vivo, entonces todo

lo que tiene materia estaría vivo. Pero no es el caso que todo lo que tiene materia está vivo. Por

tanto, la materia no es suficiente para la vida. La diferencia entre un cuerpo vivo y el cadáver

que deja luego de morir no se puede explicar de manera puramente material; muchas veces la

materia queda igual, pero inerte. Por lo tanto, se requiere algo más, algún primer principio

inmaterial de vida, que le de vida a la materia, y que sea lo que esencialmente se pierde en el

momento de la muerte. Ese primer principio de vida, que Aristóteles llamó psyché, en latín se le

3
Cfr. De anima, Libro 1.
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da el nombre de anima (y de ahí el vocablo castellano alma). Ahora bien, este principio de vida,

según Tomás lo entiende, tiene poco que ver con el concepto de ‘alma’ según la conciben los

dualistas o la imaginación popular: no es una substancia hecha de materia tenue que flota o que

transmigra de un cuerpo a otro, sino que es la forma sustancial del cuerpo, entendiendo ‘forma’

en el sentido aristotélico, aquello que activamente estructura la materia, convirtiéndola en algo

determinado, así dándole su esencia.

[E]s evidente que ser principio vital, o ser viviente, no le corresponde al cuerpo

por ser cuerpo. De ser así, todo cuerpo sería viviente o principio vital. Así, pues, a

algún cuerpo le corresponde ser viviente o principio vital en cuanto que es tal

cuerpo [viz., en cuanto a que es un cuerpo que ya tiene forma]. Pero es tal cuerpo

en acto por la presencia de algún principio que constituye su acto. Por lo tanto, el

alma, primer principio vital, no es el cuerpo, sino, el acto del cuerpo. 4

Junto con la estructura que la materia recibe de la forma, Aristóteles incluye toda una

serie de capacidades o potencias que caracterizan dicha estructura. Por ejemplo, en el caso de un

árbol, la materia está estructurada o informada por el alma de tal manera que el árbol que resulta

tiene la capacidad de nutrirse, reproducirse, etc. Igualmente, en el caso de un gato, el alma

informa la materia de tal modo que el gato puede no sólo nutrirse y reproducirse, sino además de

conocer el mundo de manera sensible, tener pasiones o apetitos sensibles y moverse localmente.

En el caso del hombre, el alma como forma sustancial informa a nuestro cuerpo de tal modo que

tenemos las capacidades mencionadas arriba (nutrición, reproducción, sensación, apetitos

sensibles, movimiento local) pero además tenemos capacidades racionales, a saber, intelecto y

voluntad.

4
Suma Teológica Ia, q. 75, a. 1.
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De aquí se desprende que existe una jerarquía de potencias que resultan en tres grados de

vida: (a) la vida vegetal, que se caracteriza por las potencias de la nutrición y la reproducción, y

que se encuentran en todos los entes vivos; (b) la vida sensitiva, que se caracteriza por las

potencias de la sensación, los apetitos sensibles, y el movimiento local, y que se dan en todos los

animales (incluyendo el hombre); y finalmente (c) la vida racional, caracterizada por las

potencias racionales del intelecto y la voluntad, y que son exclusivas del hombre. En todo caso,

cada ser vivo, según la doctrina aristotélico-tomista, tiene un alma o forma sustancial que le da

vida a la materia, pero cada alma posee la vida de manera distinta, de tal modo que las plantas

sólo poseen vida vegetal, los animales tanto vida vegetal como sensitiva, y el hombre los tres

grados de vida.

Cabe mencionar que los apetitos sensibles son potencias cuyos actos llamamos pasiones.

Dentro de los apetitos sensibles encontramos dos tipos: los apetitos concupiscibles, y los apetitos

irascibles. Los apetitos concupiscibles producen seis pasiones: alegría o gozo, tristeza, tristeza,

deseo, aversión, amor y odio. Los apetitos irascibles producen cinco pasiones: esperanza,

desesperación, coraje, miedo e ira. Estas pasiones se distinguen claramente de los actos

racionales procedentes de la voluntad, según Tomás, en cuanto a que aquellos son corpóreos y

estos incorpóreos. Incluso, existen actos de la voluntad que comparten el mismo nombre pero no

la misma esencia con alguna pasión, por ejemplo, el amor sensible y el amor racional. Son

esencialmente distintos: el amor racional consiste en desearle el bien a otro, mientras que el amor

sensible consiste en desear disfrutar algún placer sensible.

Igual que dentro de las potencias sensibles existen diversos actos, también en el intelecto

existen diversos actos. La distinción que más nos concierne para efectos de este trabajo es la que

existe entre el llamado ‘intelecto especulativo’ y el ‘intelecto práctico’. No se trata de dos

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potencias o facultades distintas, sino de dos funciones distintas de la misma potencia intelectual

del hombre. El intelecto especulativo es aquella función del intelecto que versa sobre de la

verdad de las cosas en sí mismas. El intelecto práctico versa sobre la verdad sobre lo que se debe

hacer. Es lo que en la filosofía analítica contemporánea se conoce como la distinción entre el ser

y el deber ser. Por ejemplo, el intelecto especulativo puede conocer las características de una

puerta, el material de la cual está hecha, su tamaño, etc. Pero al intelecto práctico le toca conocer

el hecho de que la puerta se deber reparar, o pintar, o que debe mantenerse cerrada, etc. Esta

distinción entre las dos funciones del intelecto humano serán de gran importancia más abajo.

Ahora bien, una de las características especiales de las potencias racionales del hombre es

que pueden habituarse al repetir sus actos. Los hábitos son cualidades cuasi-permanentes de las

potencias racionales que le permiten a dichas potencias hacer sus actos más fácilmente. Por

ejemplo, se sabe bien que a quien practica un arte o deporte frecuentemente se le facilita mucho

más practicarlo bien que a quien no lo practica. Puede darse que un no-practicante algún día

produzca una buena obra de arte, o haga una buena jugada en un deporte, pero lo hará con

dificultad, y no podrá repetir ese acto consistentemente. El artista o deportista, sin embargo,

puede producir el buen resultado con facilidad, e incluso repetirlo consistentemente con

facilidad. Pues esto ocurre de igual modo con los hábitos más intelectuales o de la voluntad. Por

ejemplo, igualmente, quien constantemente hace cálculos matemáticos adquiere un hábito que le

facilita resolver problemas matemáticos con facilidad, lo que no sucede en el caso de quienes no

tienen dicho hábito. Quien constantemente elige ser sincero, decir la verdad, forma un hábito de

sinceridad, y cuando surge una situación donde es más conveniente (pero injusto) mentir, el buen

acto de decir la verdad se le hará más fácil que antes de adquirir el hábito, a pesar de las

circunstancias adversas. He dicho que los hábitos son cualidades cuasi-permanentes porque se

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adquieren a través de la repetición de actos, pero se pueden perder si no se practican o si el acto

contrario se repite.

En la filosofía aristotélico-tomista (igual que en toda filosofía clásica) estos buenos

hábitos reciben el nombre de virtudes, y los malos hábitos que les son contrarios se llaman

vicios. Las virtudes perfeccionan las potencias racionales en las que residen (algunas

perfeccionan el intelecto, y otras la voluntad), pues hacen que dichas potencias actúen bien, o

según la recta razón, con facilidad. Igualmente, los vicios son nocivos para las potencias en las

que residen, pues logran que dichas potencias actúen con facilidad en contra de la recta razón.

Por tanto, la vida moral se puede considerar como el proceso a través del cual repetimos actos

buenos para así adquirir virtudes y perfeccionar nuestras potencias racionales (y a través del cual

evitamos repetir actos malos para no adquirir vicios).

En la terminología escolástica de Tomás, se distingue el sujeto y el objeto de una virtud.

El sujeto es la potencia o capacidad en la que se encuentra una dada virtud. Por ejemplo, la

virtud de la templanza reside en la voluntad, pues dicha virtud nos inclina a elegir el bien a pesar

de tener una inclinación sensible que se opone al bien. Por eso se dice que el sujeto de la

templanza es la voluntad. Sin embargo, el objeto de una virtud es aquello sobre lo que la virtud

versa. Por ejemplo, el objeto de la templanza es el apetito concupiscible, pues la templanza nos

inclina a seguir o no seguir nuestro apetito concupiscible dependiendo si se alinean a la recta

razón.

Las virtudes se dividen y sub-dividen de la siguiente manera. La virtud en general se

divide en intelectual o moral: las virtudes intelectuales son aquellas cuyo sujeto es el intelecto, y

las virtudes morales son aquellas cuyo sujeto es la voluntad. Hay tres virtudes morales

principales: la justicia, la fortaleza y la templanza, que se distinguen de acuerdo a su objeto: la

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justicia nos inclina a darle a los demás lo que les debemos, y lo que le debemos a otros es el

objeto de la justicia; la fortaleza nos inclina a moderar nuestro apetito irascible, y dicho apetito

es el objeto de la fortaleza; y la templanza nos inclina a moderar nuestro apetito concupiscible,

mismo que viene siendo su objeto. Igualmente las virtudes intelectuales se subdividen en dos

géneros, que se distinguen de acuerdo a su objeto: las virtudes intelectuales especulativas y las

virtudes intelectuales prácticas. Como veremos más abajo, hay géneros de tres virtudes

intelectuales especulativas: el entendimiento, la ciencia y la sabiduría, y son dos las virtudes

intelectuales prácticas: la prudencia y el arte. Las especulativas todas versan sobre algún objeto

especulativo (la verdad en sí misma, lo que es), y las prácticas sobre un objeto práctico (la

verdad factible, lo que debe ser).

Hasta ahora he mencionado sólo las llamadas virtudes ‘humanas’, aquellas cualidades

que modifican y perfeccionan el obrar de las potencias humanas de modo humano, y que se

adquieren a través del ejercicio y repetición de actos buenos. Pero en la teología cristiana de

Tomás de Aquino existen otras virtudes que, aunque no forman parte de nuestro tema, sí sirven

de contraste y nos ayudan a entender qué es una virtud humana. Hablo de las virtudes

teologales, la fe, la esperanza y la caridad, que son llamadas ‘teologales’ porque según Tomás y

la tradición teológica católica son divinas, y no humanas: es decir, son capacidades que no les

son propias al hombre, sino que transcienden sus capacidades naturales, y que por lo tanto no

pueden ser adquiridas a través de la repetición de actos por nuestras propias fuerzas humanas,

sino que son infundidas por Dios mismo en el alma, principalmente a través de los sacramentos.

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Esto nos deja ver que el mapa de virtudes que expuse más arriba se trata de cualidades naturales

que el hombre adquiere a través de sus propias fuerzas. 5

Ya que hemos visto cómo la naturaleza del hombre es capaz de adquirir virtudes a través

de la repetición de actos, cuáles son estas virtudes, y cómo se subdividen, ahora podemos pasar a

considerar la ciencia en sí misma según la doctrina aristotélico-tomista, para luego poder

presentar el mismo concepto de ciencia como una virtud que podemos adquirir a través de la

educación, de modo que la educación es en todo caso una formación o perfeccionamiento de la

naturaleza del hombre.

2. EL CONCEPTO ARISTOTÉLICO-TOMISTA DE CIENCIA

Primero cabe notar que en los escritos de Tomás de Aquino no existe el vocablo

‘humanidades’, y enfáticamente no hay una distinción entre ‘humanidades’ y ciencias. (El

término ‘humanidades’, de hecho, tiene un origen posterior a Tomás, y se remonta al curso de

estudios humanísticos (litterae humaniores) la Universidad de Oxford, donde se utilizó

principalmente en contraste con las ‘divinidades’.) En Tomás vemos, pues, es que no hay una

separación entre las ciencias y los estudios filosóficos, sino que la filosofía misma consiste en

varias ‘ciencias’, concebidas, por supuesto, dentro de un esquema aristotélico. La ciencia física,

por ejemplo, cuyo paradigma es la Física de Aristóteles, es tanto ciencia como filosofía, o

‘filosofía natural’ (philosophia naturalis). Asimismo, la metafísica, la ética y la política son

igualmente ciencias, y su cientificidad no se ve disminuida por tratarse de temas filosóficos, o en

nuestro lenguaje, de temas ‘humanísticos’.

5
No es mi intención aquí negar el rol de la gracia en la adquisición de virtudes humanas.
Sólo quiero notar que las virtudes humanas son adquiridas de manera natural (aunque con
cooperación divina) y no infundidas por Dios de manera sobrenatural.
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¿Qué es, pues, una ciencia? En su sentido nominal, el término ‘ciencia’ (en latín scientia)

etimológicamente significa simplemente ‘conocimiento’. Es un sustantivo abstracto que se

deriva del verbo scio, scire, conocer o saber. Por tanto, una ciencia es, etimológicamente, un

saber, un conocer. Pero este sentido nominal fue transformándose entre los filósofos y

pensadores previos a Tomás, especialmente en manos de Aristóteles: “Creemos que sabemos

(scimus) cada cosa sin más—no del modo sofístico, accidental—cuando creemos conocer la

causa por la que es la cosa, que es la cause de aquella cosa y que no cabe que sea de otra

manera.” 6 De esta manera, en los escritos del Aquinate el término ‘ciencia’ tiene este sentido

técnico, como un tipo particular de conocimiento, un conocimiento por excelencia: el

conocimiento de las cosas a través de sus causas (cognitio per causas). Es decir, para que un

conocimiento sea ‘científico’ según Tomás, debe incluir conocimiento de la razón de ser de la

cosa conocida, y no solo del mero hecho. Por ejemplo, un niño sabe que las hojas de un árbol

son verdes, pero no sabe por qué son verdes, y por lo tanto no se puede decir que el niño tiene

ciencia sobre el color de la hoja. Un biólogo, en cambio, no sólo sabe que la hoja es verde, sino

tiene conocimiento de su causa, de su razón de ser, y es por eso que decimos que el conocimiento

del biólogo es científico, y que la biología es ciencia.

Además, entre las mismas razones científicas, algunas son más científicas que otras.

Están las razones propter quid (‘el por qué’) y las razones quia (‘el hecho de que’). 7 Una razón

quia (podríamos llamarle la prueba del hecho) meramente demuestra o explica el hecho de que

algo es como es, pero no explica por qué es así. El ejemplo que da Aristóteles es que sabemos

que un cuerpo celeste es una estrella (y no un planeta) porque vemos que titila (o parpadea).

6
Analíticos Posteriores, Libro 1, Cap. 2 (71b9-12).
7
Cfr. Ibid., Cap. 13 (78a22-79a16); Véase además Tomás de Aquino, Comentario a los
Analíticos Posteriores de Aristóteles, Libro 1, Lecciones 23-25.
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Conocemos el hecho de que es estrella porque tenemos una razón quia: titila. Nótese que esta

explicación no revela la razón última de por qué la estrella titila, sino que simplemente utiliza el

titilar de la estrella como un indicio o signo de que el cuerpo celeste que vemos es una estrella.

Sin embargo, una razón propter quid (podríamos llamarle la prueba del por qué) demuestra o

explica no sólo el hecho de que algo es como es, sino también por qué es así. Volviendo al

ejemplo aristotélico, sabemos que las estrellas titilan porque están lejos, y que los planetas no

titilan porque están más cerca (la atmósfera de la tierra tiende a distorsionar más la luz de objetos

distantes que de objetos cercanos a la tierra). Esta explicación no es meramente una razón del

hecho, sino que explica el por qué o la razón de ser íntima del fenómeno de titilar. La razón

propter quid, por tanto, es más científica que la razón quia, pues es más perfectamente un

conocimiento de las cosas a través de sus causas (cognitio per causas). De este modo las

ciencias que buscan el propter quid, son más científicas que aquellas que sólo buscan el quia.

En una misma ciencia y en el establecimiento de los medios son ésas las

diferencias entre el quia y el propter quid; de otro modo también difiere el

propter quid del quia en que cada uno se considera a través de una ciencia

distinta. Tales son todas aquellas cuestiones que se relacionan entre sí de tal

modo que una está [subordinada] bajo la otra, v. g., las cuestiones ópticas respecto

a la geometría, las mecánicas respecto a la estereometría, las armónicas respecto a

la aritmética y los datos de la observación (phainómena) respecto a la

astronomía.... En efecto, aquí el conocer el quia es propio de los físicos; en

cambio, el conocer el propter quid es propio de los matemáticos, pues éstos tienen

las demostraciones de las causas, y muchas veces no conocen el quia, al igual que

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los que consideran lo universal muchas veces no conocen algunas de las cosas

singulares por falta de observación.

Ahora bien, como es evidente, las disciplinas filosóficas como la metafísica, buscan el

por qué de las cosas (su propter quid), y de hecho lo hacen de manera aún más explícita que

otras ciencias que hoy consideramos no tan filosóficas. Esta búsqueda del propter quid significa

que las disciplinas filosóficas, principalmente la metafísica, al menos dentro de este esquema

aristotélico-tomista, meritan el título de ciencias, y aún más que otras ciencias que buscan

meramente el quia. Tomás, pues, no tuvo razón de hacer una separación entre la filosofía (o las

‘humanidades’) y la ciencia. No sólo no tuvo los motivos ‘tecnicistas’ y pragmatistas que

tenemos hoy para hacerlo, sino que tal separación no cabe dentro de su filosofía de la ciencia.

Además, para Tomás no sólo es cierto que la filosofía es ciencia, sino también la ciencia

es filosófica. La filosofía no es una disciplina distinta o independiente de las ciencias no-

filosóficas. En Tomás, lo único que hay es las diferentes ciencias (física, matemática, metafísica,

etc.) y cada una tiene su carácter filosófico o sapiencial. Pues como bien sabemos, la palabra

‘filosofía’ es etimológicamente el amor a la sabiduría, y no significa otra cosa que la búsqueda

sapiencial del hombre. Algunas ciencias, pues, son más filosóficas que otras, pues se aproximan

más a la sabiduría que buscamos. Como explica el Aquinate:

Según el Filósofo, en el comienzo de la Metafísica, incumbe al sabio considerar la

causa suprema por la cual juzga ciertísimamente de todo, y todo debe ordenarse

según ella. Ahora bien, la causa suprema se puede tomar en doble sentido:

absolutamente y en un determinado género. Por tanto, quien conoce la causa

suprema en un determinado género, y puede, gracias a ella, juzgar y ordenar

cuanto pertenece a ese género, se dice de él que es sabio en ese género; es el caso,

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por ejemplo, de la medicina o de la arquitectura, conforme a lo que escribe el

Apóstol: Como sabio arquitecto, puse los cimientos (1 Cor 3,10). Mas quien

conoce de manera absoluta la causa, que es Dios, se considera sabio en absoluto,

por cuanto puede juzgar y ordenar todo por las reglas divinas. 8

La metafísica, por ejemplo, es la filosofía primera por ser la más filosófica entre las ciencias,

pues considera la causa suprema en sentido absoluto y no en un determinado género, y por tanto

su objeto es más sapiencial que el de las demás ciencias. Las otras ciencias, como la física, la

matemática, la política, también meritan el nombre de filosofía, pues cada una busca la causa

suprema en su propio género (aunque no de manera absoluta como lo hace la metafísica). 9

Cabe mencionar un último punto en relación al concepto aristotélico-tomista de la ciencia

y cómo éste se contrasta con algunas concepciones modernas de ciencia. Este contraste es más

un asunto de énfasis que de realidades opuestas. Nosotros los modernos tendemos a concebir

tanto la ciencia en general como las diferentes ciencias particulares principalmente como cuerpos

de conocimiento o colecciones de información que se van transmitiendo de una persona a otra.

Es decir, concebimos la ciencia de manera ‘objetiva’, a saber, como un objeto de conocimiento,

como lo que es conocido, la información misma. La visión aristotélico-tomista del concepto

‘ciencia’, sin embargo, tiende a tener un matiz más ‘subjetivo’, no en el sentido relativista, sino

en el sentido de que se concibe la ciencia como algo que está en el hombre. La ciencia

aristotélico-tomista no es tanto lo conocido, sino el conocimiento mismo. Lo que es conocido

por la ciencia está principalmente fuera del intelecto, mientras que el conocimiento, o la ciencia

8
Suma Teológica IIa-IIae, q. 45, a. 1.
9
De hecho, esta visión no es propia de Tomás, sino que era común desde la épocas
antigua hasta al menos Newton, el físico moderno por autonomasia, quien consideró a su obra
como una obra filosófica y a sí mismo como filósofo, tanto así que tituló su obra maestra “Los
principios matemáticos de la filosofía natural” (Philosophiae naturalis principia mathematica).
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misma, está dentro del mismo. Es por esto que la ciencia en sentido aristotélico-tomista no es la

pura información que se comparte entre los científicos, sino el hábito que tiene el científico de

pensar científicamente. Cuando Tomás habla de una ciencia, pues, debemos estar conscientes de

que nos está hablando principalmente de una realidad subjetiva, que pone énfasis en las

capacidades intelectuales del hombre, y no tanto en lo conocido. Este último punto será de suma

importancia para la tesis que luego se defenderá en este trabajo.

3. LAS ESPECIES DE CIENCIA

La ciencia en Tomás de Aquino se divide principalmente en dos géneros: ciencia

especulativa y ciencia práctica. Se distinguen principalmente por su fin. El fin de la ciencia

especulativa es el conocimiento mismo de la verdad que se considera en dicha ciencia, mientras

que el fin de la ciencia práctica es el bien obrar. Entre las ciencias especulativas Tomás,

siguiendo a Boecio (y más remotamente a Aristóteles), enumera tres: la física o ciencia natural,

la matemática, y la metafísica o filosofía primera. 10 Entre las ciencias prácticas (llamadas

conjuntamente por Aquino ‘la filosofía moral’) encontramos (a) la ética individual o monástica,

así llamada en cuanto a que versa sobre un solo hombre (monós, en griego), que considera el

obrar del hombre individual en su ordenación al fin último; (b) la economía (ciencia del hogar,

okeinos = casa; nomós = ley), que considera el obrar de la comunidad doméstica en su

ordenación al fin último, y (c) la política (ciencia de la polis), que considera el obrar de la

comunidad política en su ordenación al fin último:

[L]a filosofía moral se divide en tres partes. La que estudia los actos de un

hombre en orden a su fin, y se llama ‘monástica’. En segundo lugar, la que estudia

10
Cfr. Comentario al De trinitate de Boecio, q. 5, a. 1, corp.; Comentario a la Física de
Aristóteles, proemio; Comentario a la Política de Aristóteles, proemio.
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los actos de la multitud doméstica, y se llama económica. La tercera, estudia los

actos de la multitud civil, y se llama política. 11

Parecería que esta división tomista de las ciencias en dos géneros, cada uno de los cuales

se subdivide de manera tripartita, es extremadamente limitada para poder ser rescatada, dada la

multiplicación de ciencias y disciplinas, especialidades y subespecialidades en nuestros tiempos.

Por ejemplo, ¿qué diría Tomás sobre la bioquímica o sobre la neuropsicología? Las tendría que

catalogar como ciencias, pero ¿dónde las localizaría? Para responder esta pregunta, tenemos que

explicar un poco más qué Tomás entiende por ‘física’. Tomás divide las ciencias especulativas

en tres especies por que él considera que hay tres tipos de objetos que el intelecto puede

considerar y definir especulativamente, de acuerdo a su relación a la materia: primero, aquellos

objetos que no pueden existir sin materia ni se pueden definir sin ella (por ejemplo, un león

existe sólo en materia y se define sólo en relación a su carne y a sus huesos, puesto que si un león

está hecho de palo o de mármol, no es verdaderamente un león). Estos objetos que existen y se

definen con materia son los objetos físicos. Segundo, están aquellos objetos que no pueden

existir sin materia pero que sin embargo se pueden definir sin referencia a ella, y éstos son los

objetos matemáticos: como por ejemplo el círculo siempre existe en materia, pero el matemático

puede hablar de las propiedades de un círculo sin hacer ninguna referencia a la materia en la cual

el círculo se encuentra. Y finalmente están los objetos que ni existen (necesariamente) en la

materia ni se definen (necesariamente) con referencia a la materia: en este caso estamos hablando

de conceptos metafísicos, como el ente, la substancia, el intelecto, etc. Éstos no existen

necesariamente unidos a la materia, y por tanto se pueden definir sin relación a ella. El Aquinate

explica:

11
Comentario a la Ética de Aristóteles, Libro I, Lección 1.
15
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Hay algunas cosas que dependen de la materia y sin la materia no se pueden

definir. Hay otras que, aunque no puedan darse sin la materia sensible, ésta no

entra dentro de su definición. Estas difieren entre sí como lo curvo y lo chato.

Pues lo chato está en la materia sensible y es necesario que se le incluya en la

definición de una nariz chata; de la misma manera son todas las cosas naturales

como hombre, piedra; lo curvo, aunque sólo se pueda dar en las cosas sensibles,

sin embargo, la materia no se incluye en su definición y así son los números, las

magnitudes, las figuras. Hay otras que no dependen de la materia ni según su ser

ni según su razón, ya sea porque nunca se dan en la materia –como Dios y las

substancias separadas– o porque universalmente no están en la materia, como son

la substancia, la potencia y el acto y el mismo ente. Estas últimas pertenecen a la

metafísica; de aquellas cosas que dependen de la materia secundum esse pero no

secundum rationem, se ocupa la matemática; y de aquellas que dependen de la

materia secundum esse y secundum rationem trata la filosofía de la naturaleza que

se llama física. 12

Tomás, por lo tanto, define la física, o la filosofía natural, como la ciencia del ente móvil, que es

la manera escolástica de decir la ciencia de todo aquello que se define con referencia a la

materia. De aquí se sigue que el campo de investigación de la física aristotélico-tomista es

muchísimo más amplio que el de la física moderna. La física aristotélico-tomista incluiría no

sólo lo que estudia la física moderna, sino además todo el campo de la ciencia empírica,

incluyendo la química, la biología con sus sub-disciplinas (como la bioquímica) y aplicaciones

(como la geografía, la geología, la meteorología, etc.), y hasta la misma psicología. De hecho,

12
Comentario a la Física de Aristóteles, proemio.
16
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Tomás cataloga el De generatione de Aristóteles (que trata sobre la generación y la corrupción),

el De caelo (sobre la astronomía), la Meteorología, el De mineralibus (que trata sobre la

química) y las obras biológicas de Aristóteles como partes integrales de la misma filosofía

natural.

El libro de la Física, también se llama «Sobre lo físico» o de lo que se conoce

como natural... Siguen a este libro otros sobre la ciencia de la naturaleza, en los

cuales se tratan las especies de movimiento: en el libro Del Cielo se trata del

movimiento local que es la primera clase de movimiento; en el libro De la

Generación y la corrupción se trata del movimiento hacia la forma y de los

primeros móviles (los elementos) en cuanto a su transmutación, considerada en

común; las diferentes especies de transmutaciones se tratarán en el libro

Meteorológicos; del movimiento de los mixtos inanimados en el De los Minerales

y de los animados en el Del Alma y los otros libros que le siguen. 13

Es sorprendente que incluso el De anima, con su estudio del alma humana, cae bajo el campo de

la física: esto se da puesto que el alma humana, a pesar de ser racional, es sin embargo la forma

de un cuerpo físico, y por tanto no se puede definir sin referencia a un cuerpo físico, que es la

característica esencial del objeto de toda filosofía natural. 14

También recordemos que en Tomás no todo conocimiento es ciencia. Existen otras

disciplinas que Tomás categoriza como ‘artes’: un arte es un hábito intelectual práctico que

inclina a quien lo posee a producir algún bien con facilidad (y aquí el producir algo se entiende

en el sentido de un objeto o producto, y por tanto se distingue de meramente obrar bien, que es el

13
Cfr. Comentario a la Física de Aristóteles, Libro I, Lección 1.
14
Cfr. Comentario al De anima de Aristóteles, Libro I, Lección 2; Comentario a la
Física de Aristóteles, proemio.
17
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fin de las ciencias prácticas). Entre las artes, Tomás menciona varias, por ejemplo la lógica y la

medicina, aunque Tomás admite que éstas tienen aspectos científicos, pues la lógica es una

preparación indispensable para cualquier ciencia, y medicina parte de presupuestos científicos

para lograr su obra, pero estos presupuestos le son propios a la filosofía natural y a la

matemática. Igualmente nosotros podríamos ubicar aquí otras disciplinas modernas, como la

mercadotecnia, la ingeniería y la pedagogía, pues todas estas disciplinas, a pesar de partir de

presupuestos científicos, buscan producir un bien.

Así vemos, pues, que el esquema aristotélico-tomista de ciencias y artes no es tan

limitado como parecería serlo a primera instancia, y de hecho nos ofrece una buena base para

obtener una división actualizada del saber humano.

4. LA CIENCIA COMO ESPECIE DE VIRTUD

Si se me permite utilizar algunas nociones de la lógica, lo que hemos hecho hasta ahora

es en cierto sentido dividir el concepto de ciencia en sus distintas especies (o tipos de ciencia).

Ahora nos toca el proceso inverso: tomar el concepto de ciencia y compararlo con las otras

especies que comparten el mismo genero, para así al considerar qué tipo de cosa es la ciencia, a

qué genero pertenece, o bajo qué concepto se categoriza junto con cosas parecidas. Así

podremos obtener una visión de conjunto de la ciencia según la visión aristotélico-tomista.

Tomás categoriza la ciencia como uno de tres tipos de virtudes intelectuales

especulativas. Es aquí que comenzamos a ver la noción de ciencia como realidad subjetiva en el

hombre. Tomás considera las ciencias en general como virtudes, que son a su vez hábitos

operativos buenos, que a su vez se categorizan como cualidades del alma racional. Son, pues, las

ciencias realidades—accidentes—que adquiere el hombre en su alma y que lo perfeccionan.

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Cada virtud perfecciona al alma humana de manera diferente, y pues ahora nos toca estudiar

cómo las virtudes que llamamos ciencias perfeccionan al hombre.

Para lograr esto, cabe notar que los otros dos tipos o especies de virtud intelectual

especulativa son el entendimiento (intellectus) y la sabiduría (sapientia). Las tres virtudes

intelectuales especulativas perfeccionan al hombre de manera similar: el entendimiento inclina al

intelecto especulativo a conocer la verdad de las cosas en sus principios; la ciencia inclina al

mismo intelecto especulativo a conocer con facilidad la verdad que se deriva de esos mismos

principios; y finalmente la sabiduría, como se aludió más arriba, inclina al intelecto especulativo

a conocer las causas supremas, juzgar sobre ellas y ordenarlas universalmente.

[L]a virtud intelectual especulativa es aquella que perfecciona al entendimiento

especulativo para el conocimiento de la verdad, ya que ésta es su operación

buena. Ahora bien, la verdad es cognoscible de dos modos: uno, por sí misma;

otro, por medio de otra verdad. Pero la verdad que es cognoscible por sí misma

tiene condición de principio y es percibida inmediatamente por el entendimiento;

y de ahí que el hábito que perfecciona al entendimiento para el conocimiento de

estas verdades, se llame entendimiento, que es el hábito de los principios. En

cambio, la verdad que es conocida mediante otra verdad, no la percibe el

entendimiento inmediatamente, sino mediante la inquisición de la razón, y así está

en condición de término. Lo cual puede suceder de dos modos: uno, siendo

término último en un género determinado; otro, siendo término último respecto de

todo el conocimiento humano. [L]a sabiduría... considera las causas altísimas,

según se dice en el libro I Metaphys. Por eso le compete juzgar y ordenar todas las

cosas, puesto que el juicio perfecto y universal no puede darse sino por la

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resolución en las causas primeras. Pero respecto de lo que es último en este o en

aquel género de seres cognoscibles, es la ciencia la que perfecciona al intelecto.

De ahí que, según los diversos géneros de seres científicamente cognoscibles, se

den diversos hábitos de ciencia, mientras que la sabiduría es solamente una. 15

Lo dicho nos deja ver claramente varios puntos clave: en Tomás la ciencia, junto con el

entendimiento y la sabiduría, es (a) una virtud (b) que perfecciona (b) nuestro intelecto

especulativo. Primero, como se dijo, la ciencia es (a) virtud, y por tanto es un hábito operativo

bueno. Es decir, la virtud nos inclina a obrar bien, y por lo tanto la ciencia, junto con sus

especies (física, matemática, metafísica, ética, etc.), es uno de los hábitos que nos inclinan a

obrar bien. Cada ciencia, pues, nos inclina a obrar (intelectualmente) bien. El matemático, por

ejemplo, puede no saber el resultado de algún problema matemático, pero tiene ya el hábito

necesario—la ciencia matemática—para resolver dicho problema, lo que no se puede decir de

quien no ha estudiado la matemática. Igualmente, el biólogo, aún cuando no conoce algo

actualmente (por ejemplo, por qué la clorofila es verde), tiene el hábito necesario para adquirir

ese nuevo conocimiento: al biólogo por lo tanto se le facilita mucho más que a un no-biólogo o a

un no-científico tomar los pasos empírico-racionales necesarios para descubrir la razón de ser del

verde de la clorofila.

Segundo, como toda virtud, las ciencias (b) perfeccionan nuestra naturaleza humana.

Ciertamente Tomás no quiere decir que la ciencias sean virtudes morales. Las virtudes morales,

como la justicia, la fortaleza y la templanza, perfeccionan nuestra voluntad, y de ese modo nos

hacen mejores personas, en el sentido moral: nos hacen elegir el bien moral con facilidad.

15
Suma Teológica Ia-IIae, q. 57, a. 2.
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[P]ara que el hombre obre bien se requiere no sólo que esté bien dispuesta la

razón por el hábito de la virtud intelectual, sino que también esté bien dispuesta la

facultad apetitiva por el hábito de la virtud moral. Por consiguiente, así como se

distingue el apetito de la razón, así se distingue también la virtud moral de la

virtud intelectual. Por lo que, así como el apetito es principio del acto humano en

cuanto que participa de algún modo de la razón, así el hábito moral es virtud

humana en cuanto que se conforma con la razón.

Sin embargo, las virtudes intelectuales también nos hacen mejores personas, aunque en un

sentido distinto: nos convierten en mejores seres racionales, es decir, en intelectos mejor

capacitados a conocer la verdad con facilidad. La adquisición de la virtud intelectual es, pues, un

tipo de perfeccionamiento del hombre. 16

Tercero, lo que la ciencia perfecciona es (c) nuestro intelecto especulativo. En este

sentido la ciencia se distingue de la prudencia y del arte (o ‘ciencia factiva’), ambas virtudes

intelectuales prácticas. Éstas perfeccionan nuestro intelecto práctico, que es aquella función del

intelecto humano que se enfoca en lo que se puede hacer. Concretamente la prudencia es la recta

razón sobre aquellas cosas que se pueden realizar (recta ratio agibilium), mientras que el arte,

como se insinuó más arriba, es la recta razón sobre aquellas cosas que se pueden producir (recta

ratio factibilium):

[E]l arte es la recta razón de lo factible, mientras que la prudencia es la recta

razón de lo agible. Ahora bien, difieren el hacer y el obrar, porque, según se dice

en el libro IX Metaphys., la hechura es un acto que pasa a la materia exterior,

como edificar, cortar, y cosas parecidas, mientras que el obrar es un acto que

16
Cfr. Comentario a la Ética de Aristóteles, Libro 1, Lección 20.
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permanece en el mismo agente, como ver, querer, y cosas parecidas. Así, pues, la

prudencia está respecto de estos actos humanos, que son el uso de las potencias y

de los hábitos, en la relación en que está el arte respecto de las obras exteriores,

porque una y otra son la razón perfecta respecto de aquello a que se aplican. 17

En cambio, la ciencia, junto con el entendimiento y la sabiduría, perfecciona el intelecto

especulativo, aquella función del intelecto que se enfoca en conocer la realidad tal cual es, no

con vistas a mejorarla o modificarla, sino por el puro deseo de conocerla. Así pues, la ciencia

busca simplemente conocer la realidad (ya sea la realidad de las cosas o la realidad del obrar

humano, de acuerdo a que estemos hablando de ciencia especulativa o ciencia práctica), mientras

que el arte busca no sólo conocer la realidad sino modificarla.

Por todo esto es evidente que la razón humana, frente a aquellas cosas que existen

por naturaleza, solamente es cognoscitiva; en cambio, frente a aquellas cosas que

son a causa del arte, no sólo es cognoscitiva sino también productora. Por esto, es

necesario que las ciencias humanas que se refieren a las cosas naturales sean

especulativas, en cambio las que se refieren a las cosas que el hombre produce,

sean prácticas, es decir, que proceden imitando a la naturaleza. 18

De aquí, sin embargo, surge una pregunta: si ya hay una división de virtudes intelectuales

en especulativas y prácticas, ¿cómo es posible que entre las especulativas encontremos ciencias

prácticas? ¿Esto quiere decir que las ciencias prácticas son a la vez especulativas (por ser

virtudes intelectuales especulativas) y prácticas (por ser ciencias prácticas)? La respuesta es que

sí son a la vez especulativas y prácticas, pero en diferentes sentidos. Las ciencias prácticas son

especulativas en cuanto a su sujeto, es decir, la facultad o potencia del alma en la cual residen:

17
Cfr. Suma Teológica Ia-IIae, q. 57, a. 4.
18
Comentario a la Política de Aristóteles, proemio.
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toda ciencia por ser virtud intelectual especulativa perfecciona (y por lo tanto tiene como sujeto)

el intelecto especulativo. Sin embargo, las ciencias prácticas son prácticas en cuanto a su objeto,

es decir, aquella realidad sobre la cual versan. Toda ciencia práctica, a diferencia de una ciencia

especulativa, trata no de la realidad de los entes en el mundo, sino del obrar humano: la ética

individual versa sobre el obrar humano individual, la economía sobre el obrar doméstico, y la

política sobre el obrar de la polis. En resumen, podemos decir que la ciencia práctica es

especulativa en su sujeto (el intelecto práctico) pero práctica en su objeto (obrar humano). O

según la famosa frase de Maritain, la ética es una ciencia “especulativamente práctica”. 19 No

hay, pues, contradicción.

En todo caso, tanto la ciencia como el arte son virtudes intelectuales, y por lo tanto, toda

disciplina es de algún modo un perfeccionamiento de la naturaleza racional del hombre. Así

pues, vistas las cosas de esta manera, la ciencia no es meramente un cuerpo inerte de información

que se pasa de un intelecto a otro a través de una institución educativa, sino una virtud, una

verdadera mejora de la persona educada.

Ahora bien, a pesar de que todas las ciencias y artes representan un perfeccionamiento

para el hombre, y por lo tanto son dignas de estudio, no todas las ciencias son igualmente nobles

o valiosas. La categorización de ciencias por su nobleza en Aristóteles es precisamente el

inverso de lo que nuestra sociedad contemporánea considera correcto: “y es preciso que la más

valiosa se ocupe del género más valioso. Así, pues, las especulativas son más nobles que las

otras ciencias, y ésta [viz., la metafísica], más que las especulativas”. 20

19
Cfr. Maritain, Distinguer pour unir, ou Les degrés du savoir (Paris 1932).
20
Metafísica, Libro 6, Cap. 1, (1026a2l-23).
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CONCLUSIÓN

En esta ponencia discutí primero la doctrina aristotélico-tomista sobre la naturaleza

humana y la adquisición de virtudes humanas. Segundo, expliqué el concepto aristotélico-

tomista de ciencia. Luego estudié la división de las ciencias según el Aquinate. Y finalmente

presenté un argumento textual para demostrar que en este esquema las ciencias son virtudes y

por tanto implican un perfeccionamiento de la racionalidad del hombre. Mi trabajo consistió

substancialmente en una fundamentación ontológica de esta propuesta, a través de una síntesis

del pensamiento de Tomás de Aquino respecto a la división de las ciencias. Dicha división nos

reveló el hecho de que las ciencias o campos de conocimiento son esencialmente virtudes

intelectuales que perfeccionan al hombre en su naturaleza racional, que le es característica. Este

estudio tiene como consecuencia el que cualquier ciencia y el arte no son meros medios, sino

fines, ambas son parte del perfeccionamiento de la naturaleza del hombre, y dicho

perfeccionamiento no es otra cosa que el fin mismo de la naturaleza humana. Por lo tanto, el

valor del estudio y de la educación recae mucho más en el hecho de que cada ciencia o arte

perfecciona al hombre intrínsecamente que en el hecho de que a veces se puede encontrar alguna

utilidad per accidens en alguna disciplina. Por eso, a mi manera de ver al menos, es incorrecto

explicar la dignidad de la filosofía o de las humanidades haciendo referencia a alguna utilidad

(real o supuesta) que puedan tener estas disciplinas. La pregunta “¿de qué me sirve estudiar

esto?”, entonces, se responde más cabalmente haciendo referencia al valor intrínseco de cada

ciencia o arte—no sólo del objeto de cada una, sino de su realidad subjetiva, como virtud

perfectiva del intelecto—y dejar claro así que la educación no se debe buscar principalmente

para fines utilitarios o de lucro, sino más que nada para formar a la persona, para perfeccionar la

naturaleza racional de cada alumno. Así dejamos a un lado la necedad de pensar que lo único

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valioso es lo que podemos utilizar como un medio: pues recordemos que “no todas las cosas por

razón de otras se desean, porque de esta manera no tendría fin nuestro deseo, y así sería vano y

miserable”. 21 De otro modo, los atardeceres y las sinfonías no tendrían ningún valor.

Apéndice: La división de los hábitos según Tomás de Aquino

1a. Hábitos Entitativos


1b. Hábitos Operativos
2a. Virtudes
3a. Virtues Humanas
4a. Virtudes Intelectuales
5a. Virtudes Intelectuales Especulativas
6a. Entendimiento
6b. Ciencia
7a. Ciencias Especulativas
8a. Física (o filosofía natural)
8b. Matemática
8c. Metafísica
7b. Ciencias Prácticas
8d. Ética
8e. Economía
8f. Política
6c. Sabiduría
5b. Virtudes Intelectuales Prácticas
6d. Arte
6e. Prudencia
4b. Virtudes Morales
5c. Justicia
5d. Fortaleza
5e. Templanza
3b. Virtudes Teologales
2b. Vicios

21
Aristóteles, Ética Nicomaquea 1.2.
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