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El gran regalo del Mar Brava

Ricardo era un niño que soñaba con ser un gran constructor de grande. Aunque decía

que quería ser médico, su abuela María sabía que no era cierto, porque temía la sangre

y porque sabía que lo decía porque quería sacar adelante a sus madres: ella y su ma-

má.

Una tarde de setiembre, su abuelita le dijo para ir a recoger pescado al otro lado del

Mar Brava. Un mar del Callao que solo iban los valientes pescadores y algunos chata-

rreros empedernidos debido a su bravura y hostilidad.

De chapas y madera, construía un carrito; de palitos de helados y latas de leche, un

hermoso portalápices; de platos desechables, cañitas y retazos de telas, barcos vele-

ros, etc. Llenaba su cuarto de juguetes, así como los de su mamá y abuela con detalles

para ellas. Ricardo veía la manera que así ellas se ahorrarían en juguetes para él.

Ricardo tenía a un gran ejemplo en su vida: su abuelo papá Daniel, un buen viejito,

aunque algo cascarrabias por la edad y los achaques, pero que brillaba por sus trabajos

de madera. Tenía la costumbre de recoger muebles que las personas arrojaban a la

calle. Los reparaba y los convertía en hermosas piezas de arte de ebanistería. Un día

su abuelo le pide que le regale el mejor regalo. Ricardo desde ese día comenzó a traba-

jar en ello.

Él sabía que su abuelo le encantaba cuidar sus herramientas, ya que los veía limpiar-

los, sacarles filos, aceitarlos. Sin embargo, se daba cuenta de que eran muy viejos,

demasiado gastados.

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Ricardo corrió a ver sus soles ahorrados y se fue a la ferretería de la avenida Sáenz

Peña a comprar un torito, una herramienta para cepillar la madera. Era el más caro y,

según el ferretero. Ricardo gastó sus soles de 2 años.

—Mis herramientas son una herencia de mis maestros. Espero entiendas que el valor

de una herramienta no se mide con dinero. —Contestó el abuelito un poco molesto.

—Pero eran todos mis ahorros. —Dijo Ricardo con los ojos apunto de llorar.

—Lo siento, pero ya te dije. —Respondió apurado el abuelo y continuó su trabajo.

Ricardo se fue muy triste al cuarto que compartía con de su mamá, donde además de

dormir siempre iba cuando se ponía triste o bien a meditar sobre lo que quería hacer.

—¿Qué tiene?, ¿por qué es así si era todo mi dinero? —Se preguntó Ricardo algo en-

colerizado— Creo que el mejor regalo no tiene nada que ver con dinero, eso quiso de-

cir.

—Intentaré con una carta. —Dijo Ricardo cavilando sus ideas sobre qué podría escribir

en ella.

Ricardo al día siguiente pasó horas escribiendo sus sentimientos por su abuelo. Pero

sentía algo raro, sentía que todo lo que escribía ya se lo había dicho. Llegado la noche

acabó su texto hizo una gran carta de 5 hojas.

—Abuelo, tengo esta cartita para ti: el mejor regalo. —Emocionado y contento, Ricardo

esbozaba una gran sonrisa al decirlo.

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—Es hermoso, pero ya sabía que me quieres mucho hijo. —Dijo el abuelo sin sorpren-

derse en absoluto.

—¿No te gustó? —Muy entrado en dudas Ricardo preguntó— ¿Es el mejor regalo?

—No, no lo es. Lo siento.

Ricardo intentó por tercera vez, pero esta vez le consultó a su abuelita que todo lo que

había hecho sentía que no le gustaba.

—Le regalé un torito y nada abuelita. —Afirmó decepcionado mirando al suelo Ricardo.

—Sabes que él ama sus viejas herramientas, papito lindo. —Respondió con amor

—Le escribí una carta con lo mejor de mis sentimientos y nada abuelita. —Dijo Ricardo

con mucha tristeza.

—Siempre se lo dices hijito, no es novedad para él. —Contestó la abuelita poniendo la

mano en la cabeza de su nieto.

—Entonces abuelita, ¿qué hago? –Secándose una lágrima, el buen nietecito le pregun-

tó a su abuelita.

—No lo sé Ricardito, él es muy difícil de complacer. Pero intenta dar lo mejor de ti, no

pensado en si le gusta a él o no. —Dijo la abuelita.

—Mmm, no entiendo bien, pero no me rendiré. —Con esa terquedad que lo caracteri-

zaba, le contestó a la abuelita.

Lo que mejor me sale son los adornos para el jardín de la casa —se dijo a sí mismo—.

Cortaré estas botellas por la mitad y de la parte superior haré unos protectores para las
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pequeñas plantitas de ají mono que empiezan a salir, así ningún insecto comerá sus

hojas. Con los palitos de chupete y trozos de madera construyó una linda maseta para

las nuevas rosas pequeñas que su abuelita había comprado semanas atrás.

Al día siguiente, se levantó temprano y fue donde su abuelito y le llevó al jardín para

enseñarle lo que había realizado.

—Mira abuelito, ahora las plantas están más protegidas. —Como la risa de la luna, muy

alegre dijo Ricardo.

—Buen trabajo, Ricardito. —Esta vez el abuelito esbozando lucía un rostro complacido.

—Gracias, me gustó mucho hacer esto. —Alegre y muy tranquilo, Ricardito le contestó.

—¿Sabes cuál es el mejor regalo que me pudiste haber hecho? —Le preguntó tierna-

mente a Ricardito.

—¿Cual abuelo? —Con más dudas que nunca, Ricardo se hizo esa gran interrogante.

—Acompáñame a la plazuela. —Dijo el abuelo tomando de la mano a su nieto.

Ricardo y su abuelo se fueron a la plazuela Alipio Ponce. Al llegar, se sentaron en el

gras.

—Dime Ricardo, ¿qué es lo que tengo en la mano? —Misterioso el abuelo le preguntó a

su nieto.

—Eso es una semilla enorme. ¿Pero para qué lo has traído acá? —Dijo Ricardo sor-

prendido.

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—¿Sabes qué da esta semilla? —Mirando la semilla, Daniel comenzó a hacer un aguje-

ro en la tierra.

—No sé. —Preguntó Ricardo mientras le acercaba una lampita.

—Es un árbol. Vamos a plantarlo acá. —Cubriendo la gran semilla, el abuelito comenzó

a levantarse.

—¿Un árbol? ¿Por qué un árbol? —Preguntó Ricardo.

—Mira Ricardito, cuando trabajamos en algo que usamos la naturaleza nos da, hay que

siempre devolverle. —Regando la semilla, el abuelo le contestó.

—No entiendo. —Lamentándose no poder comprender, Ricardo comenzó a mirar la

semilla plantada.

—Yo trabajo la madera. La madera viene de los árboles que el hombre tala. Entonces

no es justo que solo los usemos y no sepamos devolver. —Con gran sabiduría, el abue-

lo respondió.

—Es verdad. —Asintió Ricardo.

—Lo que hiciste con los trabajos para las plantas del jardín fue el mejor regalo. No solo

porque hiciste lo que a ti te gusta, sino porque sin querer limpiaste el mar y usaste lo

que la gente ve solo como basura. Eso para mí es mi mejor regalo. —Mirando con amor

a su nieto, le respondió.

—Te amo abuelo. —Abrazando muy fuerte a su abuelito, Ricardo se sintió feliz.

Ricardo y su abuelo tomados de la mano se fueron a su casa.

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