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Encierran particular interés las páginas en que el escritor habla de las jornadas pasadas
en la cárcel y, después, del largo, y atormentado viaje al exilio, realizado por él y por su
mujer a pie, junto a un carro en el que iban sus hijitos. Son episodios narrados en una
forma inexorablemente concisa y dolorosa, como la del viaje a Siberia: «País salvaje y
habitantes enemigos. No osamos seguir detrás de los caballos, ni podemos alcanzarlos,
porque los dos nos hallamos hambrientos y extenuados. Mi pobre mujer va caminando,
pero, de repente, cae. El terreno es demasiado llano. La pobrecita exclama: — ¿Durará
todavía mucho este sufrimiento?—. Yo respondo: —Markovna, hasta la muerte—. Y
ella suspira y dice: — Está bien, Petrovich, sigamos adelante». Todas las cualidades del
escritor: firmeza, arrogancia, amor y fidelidad a la amistad, indignación y humildad, se
ponen de relieve en esta autobiografía, escrita sin intenciones literarias, pero, tal vez por
ello, de poderoso efecto. La Vida constituye una obra única de aquel tiempo y, en su
género, incluso de los siglos siguientes.
E. Lo Gatto