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El

compositor
más odiado
de la historia
• Ningún autor ha sido más
vilipendiado que Arnold
Schoenberg. Una monografía
recoge los escándalos y la
hostilidad provocados por el vienés

P. UNAMUNO
Actualizado: 22/08/2014 03:59 horas
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La tradición dicta que los autores


de obras revolucionarias suscitan
primero la oposición y luego
el reconocimiento público y el silencio de los disidentes. El caso de Schoenberg es único
porque, después de un inicial reconocimiento de su talento, provocó hasta el fin de sus días una
hostilidad e incluso un odio que no admite comparación en la historia de la música.
Charles Rosen, pianista profesional, profesor y ensayista, describe esa lucha titánica y
agotadora del vienés, contra todos y hasta el final, en el libro que edita Acantilado con el
sucinto título de 'Schoenberg'. Se trata de "una de las monografías más brillantes que jamás se
han escrito sobre un compositor", en palabras de Robert Craft, estrecho colaborador de
Stravinski, pero resulta difícil de comprender para los iniciados cuando Rosen se adentra en
razonamientos que exigen conocimientos musicales.

Más inteligible es el arranque de este liviano volumen de apenas 120 páginas, en el que el
ensayista neoyorquino dibuja el ambiente de preguerra de la primera década del siglo XX, el
aburguesamiento de la escena musical europea -y particularmente de la vienesa- y el
agotamiento de una estética de cinco siglos como detonantes de la revolución iniciada por
Schoenberg y sus dos mejores discípulos, Alban Berg y Anton Webern.
Mientras los pintores expresionistas se rebelaban contra la exigencia de imitar "las formas
exteriores de la naturaleza", Schoenberg proponía la "emancipación de la disonancia", lo que
significaba que no sólo cualquier combinación de notas era aceptable sino que "dejaba de
existir la obligación de resolver un acorde disonante en una consonancia", escribe Rosen.
El escándalo Schoenberg posterior al éxito de los Gurrelieder de 1909 radicaba en que hacía
saltar por los aires siglos de concepción de la música como lenguaje que tiende "hacia la
descarga de tensión -hacia el reposo absoluto-", lo que hacía de su estilo el vehículo ideal para
expresar lo angustioso y lo macabro, las notas que definían el clima de la época.
Lo más curioso del asunto es que el compositor, al mismo tiempo que renunciaba a la tonalidad
como propugnaban Debussy o Scriabin, estaba buscando, conscientemente o no, un nuevo
sistema que pusiera orden en el desconcierto, que hiciera posible un nuevo clasicismo. A
riesgo de simplificar en exceso, cabe ver en la invención del serialismo en 1921 tanto una
respuesta a esa necesidad como -de acuerdo con Rosen- un intento de asegurar "la supremacía
alemana durante los siglos venideros" ante la creciente influencia de la música rusa y francesa.

Arnold Schoenberg, Otto Klemperer, Anton von Webern y Erwin Stein en el estreno de 'Serenade Op. 24'.
Abajo, Gershwin pintando el retrato de Schoenberg. IMAGNO / GETTY IMAGES

Todo muy prusiano, por cierto, o más bien típico "de la arrogante patriotería prusiana de los
habitantes no prusianos de los estados alemanes fronterizos", añade Rosen, y realmente curioso
cuando quien lo formula es un austríaco judío que acabará exiliándose en EEUU...
"Nunca entendí qué les había hecho yo para que fueran tan maliciosos, tan iracundos, tan
maledicentes, tan agresivos...", se lamentaba Schoenberg, que por mucha confianza en sí
mismo que tuviera se sentía en la necesidad de explicar, al iniciar su recorrido sin retorno hacia
la atonalidad, que se sentía arrastrado por la Historia en esa dirección: "Estoy obedeciendo
una compulsión interior que es más poderosa que cualquier educación".
El vienés llevaba encima mucho castigo. Ya su 'Noche transfigurada' de 1899, escrita con 26
años, había merecido el comentario de que sonaba "como si alguien hubiera borroneado la
partitura del Tristán [de Wagner] cuando la tinta estaba aún fresca". El concierto del 31 de
marzo de 1913 en Viena, que incluía su Sinfonía de Cámara nº 1 y los Altenberglieder de
Berg, desató un motín que hizo necesaria la presencia policial y en comparación con el cual el
de 'La consagración de la primavera' de Stravinski pareció luego una apagada protesta de
octogenarias.
Richard Strauss, que le había apoyado mucho en sus inicios, escribía ese mismo año a Alma
Mahler que "sólo un psiquiatra puede ayudar ahora al pobre Schoenberg... Le vendría mejor
dedicarse a palear nieve que a garabatear papel de música".
Como para hacer honor a su título de compositor más odiado de la historia, la Fundación
Guggenheim le negó con la mayor hostilidad en 1945 una beca que completara la pensión que,
a sus 70 años, le correspondía por su trabajo en la Universidad de California: 38 dólares al
mes. Aquel dictamen le obligó a subsistir dando clases privadas y no poder terminar ninguna de
sus obras pendientes.
Músico y pintor
Durante muchos años, Schoenberg se consideró a sí mismo tanto pintor como
compositor. Sus cuadros fueron expuestos en la exposición de 1912 de 'El jinete
azul', el gran documento del expresionismo alemán. Aunque Kandinski los
apreciaba mucho, él se tenía por un aficionado en la materia. La espontaneidad
inmediata de sus pinturas contrasta, de hecho, con la rigidez técnica de su obra
musical, aunque revela idéntica actitud 'revolucionaria' que, en el terreno pictórico,
era un desarrollo lógico e inevitable del trabajo de Van Gogh, Cézanne y Gaughin,
y del reciente descubrimiento de El Greco y el arte africano.
Retrato de Arnold Schoenberg en 1925

Tomado de: http://www.elmundo.es/cultura/2014/08/22/53f5e581268e3e1b4f8b458c.html el 21


de febrero de 2017

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