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14/10/2018 Cerebro de mujer | Edición impresa | EL PAÍS

Cerebro de mujer
¿Hay diferencias relevantes entre el cerebro de hombres y de
mujeres? Y si las hay, ¿son las responsables de la menor promoción
de las mujeres en el ámbito laboral o científico? El libro de una
prestigiosa neuropsiquiatra norteamericana reabre el debate

Monica Salomone

28 ENE 2007

¿Hablar de diferencias entre los cerebros masculino y femenino?


"¡Huy! Es un jardín muy complicado, te las dan de todas partes",
advirtió un científico consultado para este texto. Así que mejor
empezar con un chiste. Un señor con una esposa muy habladora lee
en el periódico un estudio científico que asegura que las mujeres
usan cada día unas 20.000 palabras, mientras que a ellos les bastan
7.000; el hombre enseña la noticia, feliz de poder demostrar que
ella es un loro. "¿Lo ves?"."¿Y no será porque tenemos que repetir
mucho lo que decimos?", dice ella. "¿Cómo?", responde él.

Las discusiones sobre los cerebros de ellos y ellas son tan viejas
como el propio objeto del debate. Y es probable que un ingrediente
clave haya sido la ciencia; no sólo para tratar de averiguar la verdad,
sino como herramienta moldeada -a propósito o por error- para

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apuntalar posturas. La cita que sigue es de un trabajo de Gustave Le


Bon publicado en 1879 en una prestigiosa revista antropológica
francesa: "En las razas más inteligentes, como entre los parisienses,
existe un gran número de mujeres cuyos cerebros son de un tamaño
más próximo al de los gorilas que al de los cerebros más
desarrollados de los varones. Esta inferioridad es tan obvia que
nadie puede discutirla ( ). Todos los psicólogos que han estudiado
la inteligencia de las mujeres ( ) reconocen que ellas representan
las formas más inferiores de la evolución humana ( )".

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La más reciente reedición del debate tuvo lugar en 2006 en Estados


Unidos. Y probablemente está a punto de llegar a España con la
publicación del libro El cerebro femenino. En Estados Unidos, esta
obra de la neuropsiquiatra Louann Brizendine ha alimentado los
últimos coletazos de una polémica iniciada meses atrás. Llegó en
terreno abonado; su autora ha pasado por las más prestigiosas
universidades, y está escrito para el público general para explicar "la
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nueva ciencia del cerebro que ha transformado el concepto sobre


las diferencias básicas neurológicas entre hombres y mujeres",
según Brizendine.

¿Prenderá la mecha en España? Bastaría con que algún académico


de prestigio recogiera el testigo de Larry Summers, hoy ex rector de
la Universidad de Harvard. Fueron las declaraciones de este
economista en enero de 2005 las que iniciaron la tormenta.
Summers sugirió que la causa de que haya muchos más hombres
que mujeres en puestos científicos de primera fila se debía más a
una menor aptitud innata femenina que a la discriminación. "Al
parecer, en una gran variedad de características humanas -altura,
peso, tendencia a la criminalidad, coeficiente intelectual global,
aptitudes matemáticas, aptitudes científicas- hay indicios
relativamente claros ( ) de que hay diferencias en la desviación
estándar y la variabilidad entre la población masculina y femenina.
Y esto es cierto para cualidades que es improbable que estén
determinadas por la cultura". Según Summers, habría más hombres
que mujeres excepcionalmente brillantes.

La discusión se ha estructurado en dos macrotemas. Uno: ¿hay


diferencias en el cerebro de hombres y mujeres? Y dos: ¿tienen
estas diferencias la culpa, al menos en parte, de que pocas mujeres
ocupen puestos altos en la ciencia? Hay muchas subpreguntas. De
haber diferencias, ¿son innatas?, ¿son ellos mejores en matemáticas
y ellas en lengua?, ¿prefieren ellos los camiones y ellas las
muñecas?, ¿se dejan ellas llevar más por las emociones y ellos por
la razón?

En algunas respuestas hay consenso.

Hoy nadie niega las diferencias. Un cambio importante respecto a


décadas atrás, cuando el paradigma era el cerebro unisex. Son,
además, diferencias que se traducen en comportamiento. En un
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trabajo de 2002, Melissa Hines mide las preferencias de machos y


hembras por los juguetes masculinos (balón y coche), los femeninos
(muñeca y sartén) y los neutros (perro de peluche y libro de
colores). Ellos pasan casi el doble de tiempo que ellas con el coche y
la pelota, y viceversa (apenas hay diferencias en los juguetes
neutros). ¿Será por la socialización? Imposible: quienes juegan son
monos.

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Ahora bien, admitir que hay diferencias no significa que éstas


afecten a todas las aptitudes humanas, que sean enormes ni que
puedan aplicarse a alguien en concreto. Hasta los pro-Summers
admiten que son muy pequeñas, en áreas específicas y siempre
estadísticas; es decir, que no permiten sacar conclusiones sobre
Juan o María. A pesar de Summers -que no es neurocientífico-, hoy
está claro que no hay diferencias en la inteligencia general.

En cambio, sobre las demás cuestiones sí hay científicos dispuestos


a discutir. ¿Por qué no se hacen estudios imparciales que zanjen
esto de una vez? Uno de los motivos es que, como explica Alberto
Ferrús, codirector del Instituto Cajal de neurociencias, del CSIC, "no
es algo en que se puede investigar fácilmente, por motivos obvios".

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La investigación ha avanzado mucho, pero sigue siendo imposible


administrar hormonas -es un decir- a una persona para ver cómo le
cambia el cerebro.

Tampoco es fácil estudiar su producto, esto es, la psicología y el


comportamiento. Hines afirma en su libro Brain gender: "Medir las
diferencias entre sexos en características psicológicas es más difícil
que medir diferencias de altura entre sexos ( ). Muchas
características psicológicas no pueden ser vistas directamente.
Además, todos usamos la misma regla para medir la altura, pero a
veces no hay acuerdo general sobre los instrumentos ( ) para medir
diferencias psicológicas o de comportamiento entre sexos".

Para rizar el rizo, entran en juego los estereotipos: en esta área "los
individuos tienen sus propias opiniones acerca de las diferencias
entre sexos", prosigue Hines. Casi nadie opina vehementemente
sobre el papel de una proteína, pero casi nadie deja de opinar -
vehementemente- sobre los roles de hombres y mujeres. Otro error
frecuente es la tendencia a publicar estudios que revelan
diferencias, pero no los que muestran semejanzas.

Pero volvamos al huracán Summers.

Tras sus declaraciones se formaron bandos, con fichajes estrella.


Steven Pinker, psicólogo de la Universidad de Harvard, defendió en
un debate con su colega Elisabeth Spelke la misma tesis de su
entonces rector: "Creo que [las diferencias entre sexos] son
relevantes para el desequilibrio entre géneros en los departamentos
de élite de ciencia dura. Hay diferencias sólidas en las medias de
cada sexo en lo que se refiere a prioridades en la vida, en mostrar
interés por las personas en vez de por las cosas, en la búsqueda del
riesgo. Y [hay evidencias] de que estas diferencias no se deben del
todo a la socialización". Spelke replicó: "Las principales fuerzas [tras
el desequilibrio entre sexos en la ciencia] son factores sociales. No
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digo que hombres y mujeres seamos iguales en todo, ni siquiera que


tenemos idénticos perfiles cognitivos. Digo que si sumas aquello en
lo que mujeres y hombres somos buenos, no hay ventaja a favor de
ellos".

Afirma Spelke que no es posible hoy saber si las diferencias innatas


desempeñan un papel: los efectos sociales tapan cualquier otro
factor. Y explica un experimento. Se envía a un grupo de profesores
dos currículos de candidatos a plazas vacantes. Uno es brillante; el
otro, también, pero no tanto. Para la mitad de los evaluadores,
ambos aspirantes son chicas; para la otra mitad, chicos. ¿Qué pasa?
Al primer individuo le cogen enseguida, da igual si es Pepe o Marisa.
Pero ¿y el segundo currículo? El 70% de quienes evaluaban al chico
le contrataban; el porcentaje bajaba al 45% cuando el nombre era de
chica. Con currículos idénticos, Pepe hubiera entrado; Marisa, no.

Es un tipo de discriminación que conoce bien Ben A. Barres,


neurobiólogo en Stanford y autor de una durísima crítica a
Summers, Pinker y otros de su bando en la revista Nature. Antes de
cambiar su género, hace 10 años, Ben Barres era Barbara. "Poco
después de cambiar de sexo, a un miembro de la Facultad se le oyó
decir: 'Ben Barres ha dado un seminario estupendo; claro, su trabajo
es mejor que el de su hermana". Y eso que Barres asegura ser muy
consciente de las diferencias entre sexos: cuando empezó a tomar
testosterona, sus habilidades espaciales mejoraron y dejó de poder
llorar fácilmente. Él también cita trabajos que muestran que "las
mujeres que optan a proyectos de investigación necesitan ser 2,5
veces más productivas que los hombres para ser consideradas igual
de competentes".

A Barres y Spelke no les faltan pruebas. La bióloga Nancy Hopkins,


del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), descubrió que en
su propio centro había discriminación de género en cuanto a la
asignación de espacio para investigar -el MIT reconoció el problema
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oficialmente-. En un trabajo con 220 mujeres publicado en Science


se demuestra que los resultados de ellas en matemáticas empeoran
si se les recuerda la idea "las mujeres son peores en matemáticas".
Los autores dijeron a los medios: "A menudo se ven artículos con
simplificaciones burdas, especialmente sobre explicaciones
genéticas ( ). Estos artículos tienen el potencial de minar la
motivación de las personas. Si creo que mis genes determinan mi
peso, ¿me esforzaré por mantener mi dieta y hacer ejercicio?".

En éstas estábamos cuando apareció el libro de Brizendine. La


autora, directora de una clínica especializada en hormonas
femeninas, defiende una tesis central: ellas están especialmente
preparadas para la comunicación, la empatía, la percepción de las
emociones; ellos, en cambio, lo están para la acción -las emociones
"disparan en ellos menos sensaciones viscerales y más pensamiento
racional", escribe-. Sobre Summers afirma que "tenía y no tenía
razón. Sabemos hoy que cuando los chicos y las chicas llegan a la
adolescencia no hay diferencia en sus aptitudes matemáticas y
científicas. En este punto [Summers] se equivocaba. Pero en cuanto
el estrógeno inunda el cerebro femenino, las mujeres empiezan a
concentrarse en sus emociones y en la comunicación: hablar y
citarse con sus amigas ( )". Ellos, en la adolescencia "se vuelven
menos comunicativos y se obsesionan por lograr hazañas".

La obra ha sido superventas en Estados Unidos, pero varios


científicos han puesto serias pegas. La autora ha tenido que admitir
que algunos datos de la primera edición de El cerebro femenino no
son correctos. En concreto, los relativos al lenguaje. Según
Brizendine, ellas usan al día unas 20.000 palabras (y hablan el
doble de rápido), y ellos, 7.000. Mark Liberman, especialista en
fonética en la Universidad de Pensilvania, buscó las fuentes de tal
afirmación "y simplemente no las encontré". Sí halló, en cambio,
varios trabajos que muestran que no hay diferencia alguna en
aptitud lingüística. Brizendine aceptó la crítica y eliminó las cifras
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de ediciones posteriores. No obstante, Liberman -autor de un blog


donde aparece el chiste del principio- teme que acabe siendo otro
caso de desequilibrio informativo que ayuda a fortalecer un tópico:
decenas de titulares han recogido el 20.000 vs 7.000 de Brizendine,
pero no su rectificación.

Para acabar, un vistazo a qué pasa en España con las mujeres y la


ciencia. Aquí las diferencias también se notan. Como explica Flora
de Pablo, profesora de Investigación del CSIC y presidenta de la
Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas (AMIT), el
avance de las españolas en la universidad en las dos últimas
décadas ha sido espectacular: hay mayoría de chicas matriculadas
(el 74% en ciencias de la salud, el 64% en humanidades, el 59% en
ciencias experimentales, el 27% en ingenierías) y licenciadas (59%),
pero sólo hay un 13,7% de catedráticas. "Esto es incomprensible sin
apelar a la perversión de los mecanismos de promoción
universitaria", dice De Pablo, partidaria de medidas de
discriminación positiva. De Pablo ha demostrado en un estudio
sobre el Programa Ramón y Cajal para contratar investigadores que
"en bastantes áreas, para una mujer fue más de dos veces más difícil
conseguir un contrato".

Otras prestigiosas científicas, como Margarita Salas (profesora de


Investigación del CSIC) o Fátima Bosch (catedrática de Bioquímica y
Biología Molecular en la Universidad Autónoma de Barcelona), han
denunciado la situación. Salas no es partidaria de la discriminación
positiva, pero sí de aumentar la representación de mujeres en
comités de selección. A Pilar Carbonero (catedrática de Bioquímica
y Biología Molecular en la Universidad Politécnica de Madrid) le
gustaría "que se acabara con la discriminación negativa que ha
existido contra las mujeres". Belén Gavela (catedrática de Física
Teórica en la Universidad Autónoma de Madrid) sí pide
discriminación positiva. Está segura de que existen sutiles
mecanismos de discriminación, como desanimar a las niñas a
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estudiar ciencias. Ella lo notó "desde pequeña, y luego he oído


comentarios, no necesariamente malintencionados, cuestionando si
era compatible la ciencia con la feminidad o con tener hijos. Esto
pesa mucho, sobre todo cuando se es muy joven. Te preguntas: ¿seré
normal? Te mina la confianza".

'EL CEREBRO FEMENINO', DE LOUANN BRIZENDINE, EDITADO


EN ESPAÑA POR RBA, SALE A LA VENTA EL PRÓXIMO 9 DE
FEBRERO.

* ESTE ARTÍCULO APARECIÓ EN LA EDICIÓN IMPRESA DEL


DOMINGO, 28 DE ENERO DE 2007

ARCHIVADO EN:

Investigación médica - Neurología - Psiquiatría - Estados Unidos - Mujeres


- Especialidades médicas - Biología - Investigación científica - Ciencias naturales

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