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Viña del Mar, mayo de 2008, año II nº 1

ÍNDICE

Editorial.........................................................................................................................................3

Historiografía e Ideología
Una Pincelada a la Problemática
Por Carlos Salinas...........................................................................................................................5

América Latina, Estados Unidos y el fin de la II Guerra Mundial.


Un acercamiento hacia las relaciones interamericanas
en la idea de la defensa del Hemisferio Occidental
Por Manuel San Martín.................................................................................................................12

Documento nº1
La CUT frente a la situación
política del país.............................................................................................................................21

El problema indígena:
Breves consideraciones sobre su conciencia y memoria
Por Juan Carlos Bravo .................................................................................................................31

Mariátegui e Iglesias
Por Jaime Massardo......................................................................................................................39

Documento nº2
Caricatura......................................................................................................................................47
EDITORIAL

“Las ideas de la clase dominante


son las ideas dominantes en cada época;
o, dicho en dos términos,
la clase que ejerce el poder material dominante
en la sociedad es, al mismo tiempo
su poder espiritual dominante.”
(Carlos Marx. La ideología alemana. FCE, 1985)

Desde hoy, y particularmente desde el primer ejemplar de revista VOCES -Revista VOCES
es el órgano de difusión académico perteneciente al Centro de Estudiantes de la carrera de Peda-
gogía en Historia y Ciencias Sociales de la Universidad de Valparaíso-; se reanuda la continua,
ardua e insoslayable lucha que los estudiantes de nuestra facultad han decidido emprender por
apropiarnos de nuestra realidad. Ella, se nos presenta multiforme, polifónica, revestida de los más
variados y complejos trazos que la moldean y modelan, siempre, en una continua construcción
histórica. Muy por el contrario, las posturas, tan profusamente diseminadas en nuestra sociedad,
nos la retratan como una realidad monolítica, naturalizada, única y verdadera, tan acorde con las
lógicas culturales contemporáneas, y tan sospechosamente útil para la hegemonía de las clases do-
minantes. Es de esta forma que VOCES se perfila claramente como una apuesta de alteridad ante
la homogeneidad anquilosada del conocimiento verdadero e inmutable, y pretende desde nuestra
disciplina, comenzar a remover el pesado manto de distorsión de nuestra sociedad. Para esta tan
difícil tarea, nos hemos apertrechado previamente de las ricas y fecundas armas de nuestra disci-
plina, la historia, la que materializada en la historiografía nos permitirá reestablecer las certezas
en un futuro mejor.
Cabe recordar que la presente revista se siente completamente heredera de la anterior experien-
cia denominada tan sólo como Revista de Historia y Ciencias Sociales editada durante el transcur-
so del año 2007 la que tiene a su haber 3 ejemplares.
Así, es como para esta primera edición de VOCES contamos con la colaboración de los estu-
diantes de nuestra carrera: Carlos Salinas, con su artículo Historiografía e Ideología. Una pince-
lada a la problemática; Manuel San Martín y su trabajo América Latina, Estados Unidos y el fin
de la II Guerra Mundial. Un acercamiento hacia las relaciones interamericanas en la idea de la
defensa del Hemisferio Occidental; y Juan Carlos Bravo con El problema indígena: Breves con-
sideraciones sobre su conciencia y memoria. También, hemos estimado pertinente la reedición
del documento La CUT frente a la situación política del país, acompañado de la caricatura del
diario La Nación del 1 de Mayo de 1997; esto, en conmemoración del día de los trabajadores. Por
último, incorporamos como nueva sección a VOCES, un espacio de colaboración de los académi-
cos; en esta ocasión contamos con el artículo del profesor Jaime Massardo, titulado, Mariátegui

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e Iglesias.
Con la clara convicción de que VOCES se ha constituido para la difusión de los trabajos de
nuestros compañeros, es que las páginas quedan desde hoy abiertas para quienes deseen escribir
en ellas, recordando siempre, que la nuestra es una apuesta consciente y pública de reconstitución
de un proyecto social, esperanzados que de una vez por todas los dueños del poder material y
espiritual seamos nosotros.

Comité Editorial1*

1* COMITÉ EDITORIAL: Bárbara Azcárraga, Israel Fortune, Carolina Gajardo, Marco González, Jorge Val-
deras. DIAGRAMADOR: Israel Fortune.

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Historiografía1 e Ideología
Una Pincelada a la Problemática

Por Carlos Salinas Cisternas2*

De vez en cuando, en las discusiones teóricas historiográficas surge la problemática y los cues-
tionamientos acerca de la “naturaleza” de la disciplina, de si ésta puede ser considerada ciencia,
o si en su defecto simplemente responde a intereses extra científicos de nociva parcialidad. El
dilema no es superfluo, pues algunos incluso, se han atrevido a ir más lejos, y le han encontrado
espacio en el lúgubre mundo de las Ideologías.
La pregunta ante una aseveración como esta se nos hace un tanto obvia: en qué sentido alguien
puede afirmar que la historiografía es ideología; qué es o a qué hace referencia la noción de ideo-
logía en una expresión como esta. La conclusión espontánea a la que llegamos, es que al parecer,
no existe claridad respecto al concepto, o por lo menos, cierto consenso en torno a este.

Sin entrar a detallar el desarrollo histórico de la noción de Ideología –tarea mucho más amplia
y compleja de resolver en una “pincelada” del problema-, podemos afirmar que ésta tuvo su ori-
gen en el denominado materialismo francés de fines del siglo XVIII, y más específicamente en la
obra de Destutt de Tracy. El significado que adopta en la obra de de Tracy el concepto, hace refe-
rencia a “ciencia de las ideas”, o sea a la investigación del origen de las ideas, las que sometidas a
un proceso de descomposición, terminaban resultando no más que sensaciones: las ideas derivan
pues para el materialismo francés, de las sensaciones3 . Será con Napoleón que el concepto adopta
un giro hacia un sentido despectivo, pues para éste, Ideología no era más que una “teoría irreal”
o una “ilusión abstracta” propia de los “ideólogos” sostenida en la metafísica4. Finalmente y en
forma eclosiva, el término sufre el tratamiento de Marx y Engels, en el que se mantiene domi-
nante un sentido despectivo, pero con una crítica de fondo muchísimo más sólida que la realizada
por Napoleón. Nos atrevemos a sostener, que es con Marx y Engels, que el concepto adquiere
una fisonomía estructural, que servirá de guía a los futuros tratantes de este, en especial – y ob-
viamente-, al interior de la intelectualidad marxista, donde sufrirá una serie de mutaciones, tanto
en la forma como en el contenido. Será así, como cada uno de los distintos autores irá creando,
tomando, desechando, complementando, etc., aspectos de las corrientes o autores predecesores,
situación que redunda en una multiplicidad de sentidos que complejizan no sólo las propias for-
mas e implicancias de lo ideológico, sino además, la utilización discursiva del término.
1 Estamos utilizando el término adoptando la proposición del profesor Julio Aróstegui, que hace referencia a
la disciplina que estudia la Historia.
2* Alumno tesista de la carrera Pedagogía en Historia y Ciencias Sociales, Universidad de Valparaíso.
3 Véase, Antonio Gramsci. El Materialismo Histórico y la Filosofía de Benedetto Croce. Argentina, Ed. Lautaro, 1958.
4 Para una mayor y mejor descripción de los orígenes del término, véase, Raymond Williams. Marxismo y
Literatura. Barcelona, Ed. Península, 1997.

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Es así como por ejemplo en el propio Marx, la noción de ideología pasa por tres momentos
fundamentales: Enajenación (Manuscritos Económicos y Filosóficos de 1844); Ideología propia-
mente tal (Ideología Alemana); y finalmente, Fetichismo (El Capital), aunque tal vez esta última
escaparía a las dos nociones anteriores por su contenido e implicancias5.
Cada una de estas concepciones, extraerá lo ideológico desde campos teóricos diferenciados
por la continua ruptura epistemológica que va haciendo Marx en su propia obra6 , y que se erigen
por lo demás, como el soporte teórico práctico de los intelectuales marxistas de los años venideros
en su aproximación al fenómeno, el que logra una complejidad tal, que el punto de llegada, puede
hacerse desde la Crítica de la Economía Política (Primera Escuela de Frankfurt), que termina
estableciendo la reificación intrínseca de la sociedad burguesa, hasta, por ejemplo, un abordaje
desde la filosofía del Lenguaje, como el llevado a cabo por Voloshinov, que hace alusión a la lucha
por los sentidos de la realidad llevada a cabo en el orden de los discursos.

En vista de lo anterior es que creemos pertinente nuestra pregunta: qué sentido cobra Ideología
cuando se le homologa o relaciona con historiografía.
La confusión por un lado, al parecer, residiría en entender que el sólo hecho de que un deter-
minado autor milite, adscriba, simpatice, etc., a un determinado pensamiento político (o tal vez no
lo haga), restringe su obra a una mera explicación subjetiva y parcial de la realidad. Es decir, que
la aproximación hacia la realidad -pasada en este caso-, está de tal modo mediatizada, delimitada
por la concepción de mundo del autor, que el origen y el proceso mismo de investigación ya están
“contaminados”, contextualizados por una visión sesgada de ésta. En otras palabras, es imposible
realmente una objetividad en historiografía, pues siempre detrás de cada autor se ocultan motiva-
ciones políticas que encarrilan la investigación hacia cierto punto. En este sentido la historiografía
no sería ciencia, sino siempre “ideología” política.
Ahora bien, es cierto que no existe en historiografía la neutralidad, y más aún, sabemos que tras
de cada autor, de cada obra, subyacen “proyectos sociales”; ya nos lo demostró el profesor Josep
Fontana7 , sin embargo, esto no transforma ipso facto una obra determinada en un panfleto polí-
tico. Una crítica superficial como esta, adolece de un razonamiento explicativo, pues partiría de
aquello que precisamente debería explicar, es decir, cuáles son los elementos político-subjetivos
que hacen que cierta obra particular, tenga o no validez científica. O sea, el carácter que adopta
aquí Ideología, el trasfondo de la utilización conceptual, es vacuo, pues no explica nada, sólo pone
en evidencia una particularidad dada.

Desde este ángulo igualmente, algunos establecen que la historiografía no podría ser conside-
rada ciencia pues, en ella además de intereses políticos, se entremezclan intereses personales o
5 Para una clarificación del problema del fetichismo y de la Ideología en general, véase Zizek. Ideología un
Mapa de la Cuestión. Argentina, Fondo de Cultura Económica, 2003.
6 Según Althusser existe un momento en la obra de Marx en que este rompe definitivamente con el idealismo,
momento que el autor denomina ruptura epistemológica, y que le permite diferenciar entre, un “joven” Marx, de un
Marx maduro. No estamos totalmente de acuerdo con Althusser respecto a esto, sin embargo si concordamos en que
su investigación posee rupturas epistemológicas trascendentes. Louis Althusser. La Revolución Teórica de Marx.
México, Ed. Siglo veintiuno, 1965.
7 Para el Profesor Fontana, la historiografía posee siempre una función social, generalmente legitimadora del
orden establecido. Véase Josep Fontana. Historia, Análisis del Pasado y Proyecto Social. Barcelona, Editorial Crítica,
1999.

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grupales que obstaculizan la objetividad. Pues bien, ¿no existen por ejemplo intereses creados
en la investigación científica “dura” de la química?, ¿no pueden detrás de ella haber intenciones
empresariales o gremiales?. Es decir, los intereses o desintereses no son de exclusiva propiedad
de la historiografía o de las ciencias sociales, sino de todas las ciencias, en tanto sus resultados
quedan expuestos a presuntas utilizaciones, ya sea como motivadora de intereses propios, o como
por ejemplo, para la legitimación de ciertos estados de dominación -los que sin duda pueden
darse-, sin embargo, esta instrumentalización de la ciencia, es un momento distinto, incluso hasta
independiente de la investigación propiamente tal. En este sentido, entender que la historiografía
es ideológica, pues detrás de ella existen intereses creados -y entendiendo que la ciencia “dura”
tampoco puede deshacerse de este dilema-, es que creemos que esta posible noción de lo ideo-
lógico no posee consistencia instrumental, es decir, que clarifique o explique la realidad a la que
hace mención, porque de acuerdo a esto, no sólo la ciencia sino todo el quehacer humano podría
ser considerado de cierta forma ideología, situación que nuestro juicio asfixia y naturaliza el fe-
nómeno.

Existen igualmente posturas intelectuales que sitúan u homologan historiografía e ideología, a


partir de una crítica mayor a los saberes modernos.
Sin entrar a extendernos, el pensamiento postmoderno, postula en líneas muy generales que
todo acercamiento científico al objeto de estudio -independiente de la disciplina-, está mediatiza-
do por cierto cuerpo de categorías aceptadas culturalmente como ciertas, que impiden el conoci-
miento objetivo de lo real. Es decir, quien investiga está de tal modo estructurado socialmente,
que su investigación jamás podrá asir el objeto en su real dimensión, sino sólo en cuanto a cate-
gorías previamente establecidas.
En el caso de la historiografía, una de las tantas críticas se centró en el sustento del trabajo
investigativo: la fuente. Según algunos postmodernistas, las fuentes escritas (que son según estos
mismos autores las que ocupan mayor relevancia en el trabajo del historiador), jamás se presentan
a quien investiga como “puras”, pues como parte del aparato estatal (viene de aquí toda la crítica
del Archivo8 ), representa la voz unilateral del poder dominante, en desmedro de los sectores que
no tuvieron acceso al poder. Siguiendo esta línea, el historiador no haría más que reproducir y
traer hacia el presente las relaciones de poder existentes en el pasado. Bajo estos parámetros, el
texto se ofrece siempre como cerrado, oscuro para el rescate de las voces no dominantes, en una
palabra, una imposibilidad de acceder a la realidad pasada, a las verdaderas relaciones sociales
llevadas a cabo en este 9. Una llegada científica (objetiva) al pasado se hace imposible, pues el
instrumento utilizado para llegar a este, no logra dar cuenta de lo real, a lo más, se podría llegar a
la interpretación sesgada que el poder hizo respecto de su propio presente.
Bajo estos y otros argumentos se llega a la conclusión de que la historiografía no es ciencia,
como tampoco lo sería ningún conocimiento humano, pues la relación que se establece entre
sujeto-objeto, jamás es objetiva. No es difícil siguiendo estos razonamientos, establecer la inexis-
tencia de la realidad o la verdad, pues todo obedecería finalmente a representaciones mentales, a

8 Para una aproximación al problema del archivo consúltese Arlette Farge. La atracción del Archivo. Valen-
cia, Ediciones Alfons el Magnanim, 1991.
9 Para una interesante propuesta que rompe con esta percepción postmoderna del texto como oscuro y cerrado,
véase, Ranajit Guha. Las voces de la historia y otros estudios subalternos. Barcelona, Ed. Crítica, 2002.

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Ideologías10.

Las preguntas que nos hacemos aquí son sencillas: ¿sirve de algo una noción de ideología
como esta?; ¿aporta algo al conocimiento historiográfico o científico social una concepción como
la anterior para desentrañar problemáticas presentes? ¿Si todo es ideología, el concepto no se
vuelve él mismo estéril, inútil? Para nosotros, una noción como esta puede llegar a ser la más
nociva, no sólo para el conocimiento social, sino para el conocimiento científico en general, pues
sustenta su presentación desde una apuesta irracional, desde una renuncia a la posibilidad de
acceder a una verdad científica11 . A nuestro humilde juicio, el concepto tomado de esta manera
termina por no explicar nada. Aceptando que todo conocimiento es válido de por sí -pues no hay
verdad o realidad con qué contrarrestarlo-, no existe parámetro alguno para establecer lo correcto
o lo incorrecto, terminando todo en una especie de relativismo fantasmagórico que legitima las
más absurdas investigaciones y sus respectivas conclusiones.
En vista de lo anterior, pareciera que para quienes apostamos por la racionalidad en la historio-
grafía, no tenemos más alternativa que desechar el concepto en esta acepción, pues su no delimi-
tación, no tan sólo enturbia cualquier utilización práctico-teórica del mismo, sino también, porque
implica una renuncia a la crítica, labor fundamental en una ciencia en construcción.

Pues bien, ya hemos visto brevemente algunos de los argumentos que sitúan u homologan his-
toriografía a Ideología. Ahora nos toca revisar cuáles serían a nuestro juicio, algunos de los fun-
damentos que la alejarían de ella, y que la acercarían, por el contrario, a los saberes científicos.

Sin pretender aquí la realización de un tratado teórico –no creemos tener las armas necesarias
ni la preparación intelectual para tan titánica tarea-, ni una defensa sistematizada del carácter cien-
tífico de la historiografía –trabajo ya realizado notablemente por el profesor Julio Aróstegui-, nos
atrevemos sin embargo a recopilar algunos fundamentos que creemos alejan de forma sustantiva
la disciplina histórica de cierta noción de ideología12.
Para esto, lo primero que debemos hacer, es desligarnos de ciertos preceptos exclusivos de la
ciencia natural o de las llamadas ciencias “duras”. Al parecer, existiría cierto consenso en entender
que la historiografía ocupa un lugar en ese otro tipo de saberes que forman parte de las llamadas
ciencias humanas, las cuales si bien, comparten determinadas particularidades con la ciencia natu-
ral, estas diferirían en contenido y forma por la naturaleza del objeto de estudio. Surgiría de aquí
la diferencia fundamental que dice relación con la capacidad de predicción de una en desmedro de
la otra. Ciertamente la historiografía no posee la capacidad de predecir –pese a todos los esfuerzos
realizados por algunas corrientes-, sin embargo, y según el propio profesor Aróstegui, no es este
el rasgo que le otorga el carácter científico a las disciplinas, sino igualmente puede medirse por el

10 Obviamente la teoría postmoderna es mucho más amplia y compleja que la aquí presentada, pero las conclu-
siones a que llega, no están muy distantes de las planteadas en este minúsculo esbozo.
11 Debemos dejar claramente establecido que no estamos pensando en verdades metafísicas o perennes, sino
precisamente científicas, es decir, afirmaciones parciales que pueden ser rebatidas o comprobadas a la luz del de la
producción y los avances investigativos.
12 Decimos “cierta” noción de ideología no descartando o cerrando otras opciones científicamente elaboradas
del concepto.

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propósito y el procedimiento que llevan a cabo éstas.


Es así como primeramente la historiografía realiza su tarea a través de un proceso investigativo
guiado por problemáticas a dilucidar: “…toda búsqueda parte de una pregunta: que para intentar
responderla se empieza observando la realidad pertinente al caso y elaborando conceptos o, como
podríamos decir de forma más sencilla, poniendo nombre a las cosas.” (Aróstegui, 2001: 44)
Como lo indica la cita, el segundo rasgo que podríamos identificar, es que este proceso investi-
gativo posee un lenguaje especializado (que podría compartir, y que de hecho lo hace, con el resto
de las disciplinas sociales), que se aleja ciertamente del habla común. Pues si bien puede adoptar
terminologías de éste, la diferencia sustancial reside en el cuerpo conceptual… “Puede existir una
ciencia social basada en el empleo del lenguaje común siempre que sea capaz de “conceptuar”
adecuadamente su objeto de estudio.” (Aróstegui, 2001: 28)
Por otro lado, el desarrollo mismo de la investigación, al igual que el resto de las ciencias,
está sometido a Método, es decir, a proscripciones y decisiones que no son arbitrarias pero que
no representan un sistema cerrado, o sea con cánones preestablecidos. Es claro como lo anuncia
el profesor Aróstegui, que el método historiográfico es menos estructurado que el de las ciencias
duras, sin embargo, hay que entender que esta peculiaridad se debe a que “…el historiador estudia
los hechos sociales en relación siempre con su comportamiento temporal” (Aróstegui, 2001: 71)
Precisamente de acuerdo a la correcta utilización metodológica, es que el investigador o el
historiador, llega al necesario e irreductible momento final del proceso donde debe comprobar los
enunciados hipotéticos. Es la comprobación “empírica” de las afirmaciones, la que otorga movi-
miento a la disciplina, pues todo resultado puede ser rebatido o ratificado, lo que hace de la ciencia
social, y en este caso de la historiografía, una ciencia en continua construcción, inacabada, abierta
y sin un fin preestablecido…

“Lo que esta teoría no podría hacer, como no puede la de ninguna ciencia en relación con
su propio objeto es atribuir un sentido, una finalidad al curso de la historia, una meta,
porque ninguna de esas cosas podríamos argumentarlas con los instrumentos de conoci-
mientos demostrables, contrastables, empíricos.” (Aróstegui, 2001: 67)

Finalmente, entendemos que el ejercicio del historiador, y por ende, el sustento de la disciplina
histórica, se enmarca –o debiera hacerlo-, dentro de un proceso de reflexión teórica y explicación
social, ejercicio que a nuestro juicio no sería capaz de realizar una ideología.

Ahora que ya hemos visto someramente algunas de las características de la historiografía como
saber científico, analicemos lo que podría entenderse por ideología o por ideológico en la histo-
riografía.

Como ya lo mencionamos más arriba, serán fundamentalmente las distintas corrientes del mar-
xismo las que mayormente manifestarán su preocupación por desarrollar un análisis crítico del
concepto. El proceso que se inicia con Marx y Engels, y que luego pasa por autores como Pleja-

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nov, Labriola, Gramsci, Lukacs, Korsh, hasta los más contemporáneos como Althusser, Williams,
Voloshinov, Adorno, Habermas, Jameson, entre muchos otros, se lleva a cabo por medio de dis-
tintos puntos de llegada que complejizan notablemente el concepto. La problemática reside, en
que la noción de ideología, encuentra una serie de interpretaciones, un cúmulo de implicancias
teórico-prácticas, que por momentos pareciera nos absorbiera toda la realidad social, creándonos
por momentos un verdadero dilema epistemológico. Sin embargo, esto puede tener salida, enten-
diendo que no existe una única definición correcta del término, sino que este mismo, como pro-
ducto del desarrollo histórico, se adapta a las necesidades circunstanciales (políticas, económicas,
sociales, disciplinares, intelectuales, etc.) de cada autor. Mas no se trata de aceptar acríticamente
cada una de estas nociones, sino, entenderlas en sus particularidades temporales.

“En esta situación no puede existir ninguna cuestión para establecer, excepto en la po-
lémica, una única definición marxista “correcta” de la ideología. Es más adecuado re-
trotraer el término y sus variantes al campo de las cuestiones en que aquél y éstas se
produjeron; y específicamente, en primer lugar, hacia el desarrollo histórico.” (Williams,
1997: 72)

Pese a lo anterior, cabe el desafío a quien pretende estudiar el término, de una necesaria deli-
mitación conceptual que no permita el asfixie del mismo, y que por el contrario, se transforme en
una herramienta eficaz en la reflexión y explicación del pasado y/o del presente.
Es en este esfuerzo de delimitación, que nos atrevemos a proponer algunos argumentos gene-
rales de lo que podría considerarse ideología, y que la alejarían de una homologación a historio-
grafía.

Así como la historiografía se lleva a cabo a través de un proceso de investigación, la ideología


por el contrario, se desenvuelve en ese complejo y oscuro mundo del sentido común. El sentido
común, a grandes rasgos como lo entendió Antonio Gramsci13, es el conocimiento propio del
hombre “medio”, que se presenta como la manifestación de una filosofía (concepción de mundo)
disgregada, inconexa, en la cual se pueden llegar a desarrollar desde prejuicios religiosos (que
serían los que predominarían de acuerdo al propio Gramsci), hasta elementos de las más avanza-
das ciencias empíricas. Por otro lado, la continua asimilación que se lleva a cabo a través de éste,
se presenta siempre acríticamente, finalizando con una naturalización de la situación histórico-
social, lo que hace que el sentido común sea por regla general conservador.
Si la historiografía por otro lado, consta de cierto lenguaje que podríamos denominar propio,
un aparataje conceptual, la ideología se desenvolvería por medio de una mezcolanza poco de-
finida, donde las etimologías vulgares, se entremezclarían con ciertos conceptos que podríamos
denominar como “científicamente” elaborados, estableciéndose una incoherencia discursiva ar-
gumentativa (en relación a problemáticas científicas) que no se lleva a cabo por medio de un
razonamiento lógico.

13 Véase, Antonio Gramsci. El Materialismo Histórico y la Filosofía de Benedetto Croce. Argentina, Ed. Lau-
taro, 1958.

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Finalmente, si la historiografía se esfuerza por comprobar por medio una investigación sujeta
a método sus resultados, por el contrario, la ideología se erige siempre como lo evidente, como lo
obvio, como aquello que siempre está “ahí”, actuando a través de prejuicios y tópicos perennes y
naturalizados.

Ahora bien, y en vista de lo anterior, tampoco podemos negar que las prácticas historiográficas
pudieran llegar a transformarse en ideología, es una posibilidad, pero desde cierto plano definido
y delimitado14. Pues nosotros entenderemos por ideología en historiografía, todos los presupues-
tos dogmáticos que se presentan acríticamente como naturales y perennes, y que no se expliquen
por las particularidades del desarrollo histórico social; aquellos principios prejuiciosos que pre-
tendan hacer de la historiografía una religión, o sea, una gama de articulaciones, elucubraciones
y explicaciones metafísicas de la realidad social, que la llevan finalmente a un ciego fanatismo
dogmático. Quien no entienda que la disciplina es una ciencia social en construcción inagotada
y sujeta al cambio histórico, corre el riesgo finalmente de hacerla retroceder a una filosofía de la
historia, donde la creación y el quehacer humano se rinden ante espíritus y esencias teleológicas
que surcan el insalvable curso de la historia y la humanidad.
En definitiva, en desmedro a la homologación que hacen algunos entre ideología e historiogra-
fía, nuestra apuesta, así como la de otros autores, se inclina precisamente en tratar de desterrar de
la disciplina los elementos que podrían transformarla en una ideología (dejando el espacio abierto
a nuevos aportes). En este sentido, existe una apuesta racionalizada que pretende socavar el piso
sobre el cual estas expanden sus redes, en un esfuerzo que pretende el reemplazo de aquel nocivo
sentido común por el buen sentido, todo esto, de la mano de un proceso erigido sobre la reflexión
teórica, y de la explicación de la realidad con un trasfondo crítico.

“…creo que en la historiografía del siglo en el que entramos habrán de cambiar muchas
cosas pero la formación del historiador deberá quedar lo más libre posible de cualquier
forma de propensión al irracionalismo por muy de moda que esté”. (Aróstegui, 2001:
8)

14 Debemos reconocer aquí, que la investigación que hemos venido desarrollando, nos impide en estos mo-
mentos formular afirmaciones categóricas en torno a la ideología y lo ideológico. Y que la definición que proponemos
en este sentido queda abierta y sujeta a futuras transformaciones. De todos modos la exponemos a modo de proposi-
ción para el tema particular de la historiografía.

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Voces mayo de 2008

Bibliografía

-Aróstegui, Julio. La Investigación Histórica: Teoría y Método. Barcelona: Editorial Crítica,


2001.
-Fontana, Joseph. Historia: Análisis del Pasado y Proyecto Social. Barcelona: Editorial Crítica,
1999.
-Gramsci, Antonio. El Materialismo Histórico y la Filosofía de Benedetto Croce. Argentina:
Ed. Lautaro, 1958.
-Marx, Carlos y Engels Federico. La Ideología Alemana. Buenos Aires: Editorial Pueblos Uni-
dos, 1985.
-Williams, Raymond. Marxismo y Literatura. Barcelona: Editorial Península, 1997.
-Zizek, Slavoj. Ideología Un mapa de la cuestión. Buenos Aires: Editorial Fondo de Cultura
Económica, 2003.

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América Latina, Estados Unidos y el fin de la II Guerra Mun-
dial. Un acercamiento hacia las relaciones interamericanas en la
idea de la defensa del Hemisferio Occidental

Por Manuel San Martín1*

El 14 de agosto de 1945, concluyó el segundo conflicto de alcances mundiales del siglo XX


tras la rendición incondicional y la aceptación japonesa de la declaración de Postdam. Durante el
conflicto mundial se fueron creando las bases de un nuevo sistema u ordenamiento mundial que
se extendió hasta mediados de la década de 1990 y que implicó una enorme transformación del
mundo, como la gran mayoría de los historiadores reconoce.

Si bien, durante el período de la Guerra Fría, la Unión Soviética y Estados Unidos eran po-
tencias ideológicamente antagónicas, habían mostrado comportamientos semejantes durante la
Entreguerra. Así, habiendo desarrollado sus sociedades en forma aislada del contexto mundial,
Moscú no descuidaba su apoyo a los comunistas que “luchaban por el poder en otros lugares del
planeta” como en España o China (Palma, 2003: 19), mientras Washington –sin incorporarse a la
Liga de las Naciones- mantenía una política de carácter intervencionista en parte del Hemisferio
Occidental, espacio geoestratégico que hacia 1914 se extendía desde Canadá a Tierra del Fuego
(Wöppke, 1997: 82). El interés estadounidense en el Hemisferio era de larga data, a comienzos del
siglo XX había mostrado interés y “varias repúblicas de Centro América y de la Cuenca del Caribe
experimentaron intervenciones militares por parte del país del norte” (Palma, 2003: 19).
En este sentido, con el fin de la II Guerra Mundial y posterior periodo de Guerra Fría, el sistema
internacional se caracterizó tanto por la confrontación ideológica entre el sistema liberal-capita-
lista estadounidense y el totalitarismo soviético, como por la lucha por dominar el orbe mediante
la carrera armamentista y nuclear. Como resultado de ambos conflictos, todas las naciones del
mundo debieron organizarse “en dos grandes campos adversos” (Irarrázaval, 1959: 15). Raymon
Aron, al analizar el periodo, considera que la Guerra Fría, fue una guerra porque los diplomáticos
no fueron capaces o carecían de la voluntad de solucionar sus disputas por medio de negociacio-
nes, y fue fría, porque tampoco se decidieron a resolver sus diferencias por la fuerza (Aron, 1974:
10). Además, señala Aron, porque la Guerra Fría no fue un conflicto entre naciones, “sino entre
sistemas, ella sólo pudo ser total y comprender a la humanidad en todas sus actividades” (Aron,
1974: 17).

Como se sabe, durante la II Guerra Mundial tres colosos dejaron de lado sus posturas ideoló-
gicas, en parte, para unirse en la lucha contra el fascismo. Dichas naciones eran Estados Unidos,

1* Estudiante de quinto año de Pedagogía en Historia y Ciencias Sociales, Universidad de Valparaíso.

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Voces mayo de 2008

Gran Bretaña y la Unión Soviética, cada una liderada por Franklin Delano Roosevelt, Winston
Churchill e Iósiv Stalin, respectivamente. Dicha alianza no tenía ni la más mínima imagen de
ser una unión altruista, más bien, como dice Paul Johnson, era una ilusión creada por Roosevelt,
quien en parte creía en ella (Johnson, 1988: 438).
Como toda unión artificial, existía una desconfianza mutua entre los líderes; Churchill, miraba
con recelo a Stalin y estaba consciente de sus ambiciones territoriales; por su parte, Roosevelt
estaba seguro de las buenas intenciones del líder soviético y así lo señaló expresando que: “no
intentará anexar nada y trabajará conmigo para crear un mundo de democracia y paz” (Johnson,
1988: 439). No hacía caso de la desconfianza del líder británico a quien consideraba “un viejo e
incorregible imperialista, incapaz de comprender el idealismo ideológico” (Johnson, 1988: 439).
Dichas relaciones se rompieron en las conferencias de Yalta y Postdam, reuniones en las cua-
les se tenía la esperanza de que los líderes presentes determinaran una política común de sus tres
gobiernos durante el periodo temporal de inestabilidad de la Europa Liberada.
Posteriormente, entre el 17 de julio y el 2 de agosto de 1945, volvieron a reunirse los líderes
aliados en la Conferencia de Postdam para discutir sobre el futuro de Alemania, las reparaciones
de los países agredidos y la situación de los estados aliados de Alemania. Claro que, esta vez, los
representantes de las potencias fueron diferentes. Roosevelt había fallecido en el mes de abril y
Churchill había dejado el poder producto de su derrota eleccionaria. Estados Unidos se hizo pre-
sente con la figura del nuevo presidente Harry S. Truman y Gran Bretaña con el primer ministro
Clement Richard Attlee, mientras que Stalin volvió a la mesa de negociaciones. El líder soviético
pensó que le sería fácil, como señala Luis Palma Castillo, “crear una zona de influencia que garan-
tizara la seguridad de su país, ya que Truman poco entendía de política exterior”. Incluso, Estados
Unidos y Gran Bretaña hicieron algunas concesiones para con la URSS, como la instalación de
una base en el Bósforo, que recibiera la mitad de la indemnización de $20 millones de dólares por
concepto de reparaciones, y el reconocimiento de los gobiernos comunistas en Bulgaria y Ruma-
nia. En sí, la intención de Stalin era poder usufructuar de los recursos que se encontraban bajo los
aliados de occidente, pero sin estar dispuesto a compartir aquellos que estaban bajo su zona de
control. Sin embargo, Truman, que era un ferviente anticomunista, no estaba dispuesto a aceptar
todas las proposiciones soviéticas.
Estados Unidos se encontraba frente a un nuevo reto internacional, siendo necesario elaborar
una política exterior que respondiera a las nuevas condiciones, poniendo énfasis en su papel como
potencia de primer orden. Sin embargo, pareciera ser que el gobierno aún no se daba cuenta del
nuevo desafío. Por el contrario, quien sí logró percatarse del nuevo peligro fue Churchill, quien
hizo expresión de su temor en un discurso en la Universidad de Fulton, en Missouri el 5 de marzo
de 1946, donde denunció la barrera que había dejado caer la URSS en Europa Oriental. En aquella
ocasión señaló:

“Desde Stettin en el Báltico hasta Trieste en el Adriático, una cortina de hierro ha


caído a través del continente. En una gran cantidad de países lejos de las fronteras de
Rusia y por todo el mundo, quintas columnas comunistas se han establecido, trabajan en
completa unidad y obedecen absolutamente las órdenes que ellos reciben del centro del
comunismo…colocando en peligro a la civilización cristiana” (Palma, 2003: 28).

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Voces mayo de 2008

Washington, a pesar de la explícita amenaza no reaccionó, pues los círculos liberales de Esta-
dos Unidos eran opuestos a las ideas británicas y permanecieron indiferentes frente a la arenga
de Churchill (Ulam, 1985:26). Hay cierto consenso en considerar que con este hecho comenzó la
Guerra Fría.
Al año siguiente, Gran Bretaña informó a la Casa Blanca que no se encontraba en condiciones
de controlar la situación interna de Grecia y Turquía, ni ejercer liderazgo en India y Palestina, de-
biendo renunciar a su presencia como gran potencia. Esto produjo un vacío de poder que EEUU
entendió como un llamado a la acción debido a su responsabilidad para con el mundo libre. En
razón de la caótica situación económica de Europa y el expansionismo soviético, el presidente
Henry S. Truman el 12 de marzo de 1947, pronunció un discurso que posteriormente sería cono-
cido como la Doctrina Truman, que entre sus planteamientos más relevantes señalaba:

“… los regímenes totalitarios impuestos sobre los pueblos libres por medio de una agre-
sión directa o indirecta, socava las bases de la paz internacional y, en consecuencia, la
seguridad de EEUU.
Creo que la política de EEUU debe consistir en apoyar a los pueblos que están lu-
chando contra intentos de sojuzgamiento por parte de minorías armadas o de presiones
externas.
Creo que debemos ayudar a los pueblos libres a que desarrollen sus destinos a su
manera.
Creo que nuestra ayuda debe concretarse primordialmente por medio de asistencia
económica y financiera, la cual es esencial para la estabilidad económica y los procesos
políticos ordenados” (Spanier, 1991: 53)

El mandatario solicitó que se destinaran 400 millones de dólares para ayudar económica y mi-
litarmente a Grecia y Turquía, evitando que cayeran bajo la órbita comunista. Con ello se inició
una política de carácter defensiva denominada Contención, que caracterizó -a criterio de Adam
Ulam- el periodo clásico de la Guerra Fría (1947-1953). Durante esta etapa, Washington no bus-
caba persuadir a los soviéticos para que modificaran su comportamiento en Europa Oriental, sino
persuadirlos de su política expansionista que ponía en peligro la paz internacional y la seguridad
de EEUU.
Las directrices para la construcción de este nuevo ordenamiento mundial eran la asistencia eco-
nómica y su corolario, la asistencia militar. Para materializar la asistencia económica, se organizó
una serie de organismos interrelacionados conformados por el Fondo Monetario Internacional
(FMI), el Banco Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo o Banco Mundial (BID), y
el Acuerdo General de Tarifas y Comercio (GATT).

EEUU y la URSS establecieron las directrices de un nuevo sistema internacional que invo-
lucraba a todos los países. Bajo esos principios, los estados latinoamericanos pasaron a formar

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Voces mayo de 2008

parte del bloque occidental o mundo libre, y a una fuerte dependencia estadounidense. Desde el
punto de vista de Washington, esta unidad tenía dos cimientos: una base geográfica o continental
hemisférica, y, una histórica.

La historiografía establece como causa de la intensificación de las relaciones regionales, la


Gran Depresión de 1929, sin embargo, desde fines del siglo XIX, ya venían forjándose cambios
en la posición norteamericana hacia la región. Podríamos decir que esto fue resultado de la posi-
ción internacional del continente puesto que, “se definían los objetivos de su política exterior en
términos de las circunstancias y las condiciones de Europa” (Kryzanek, 1985: 39).
Así, por ejemplo, ocurrió con la Doctrina Monroe en 1823 destinada a contrabalancear toda
acción británica en las guerras revolucionarias en América Latina. De esa forma, la política exte-
rior estadounidense se había determinado por coyunturas externas y no americanas, adquiriendo
la región un carácter funcional para Washington.
En base al carácter funcional del Hemisferio americano, las relaciones interamericanas que-
daron subordinadas a la “defensa del Hemisferio Occidental”, intensificándose en tres aspectos:
institucional, económico y militar.

Ahora bien, el concepto de Hemisferio Occidental implica tanto una extensión geográfica como
una comunidad de intereses entre los países latinoamericanos y los EEUU. Quizás pueda relacio-
narse con ciertos periodos en los que EEUU siente inseguridad o requiere del bloque latinoame-
ricano para acrecentar su potencial a nivel mundial. Es decir, la política hemisférica de EEUU
denota “una relación especial entre los americanos” nacida de su distancia geográfica y política
con Europa. El concepto en sí, encuentra sus antecedentes en 1823 en la decisión del presidente
Monroe de reconocer a las naciones latinoamericanas recientemente independizadas y declararse
como “protectores” del Hemisferio Occidental.
Una segunda etapa en la configuración de la idea de Hemisferio Occidental, estuvo dada por la
idea Panamericana, cuyo término comenzó a usarse en la década de 1880, bajo el fundamento de
una cooperación e integración interamericana, distanciándose del carácter unilateral de la Doctri-
na Monroe para acercarse a una fase multilateral. Dicha evolución institucional comenzó con la
primera Conferencia Internacional de los Estados Americanos en Washington (1888-1890).
Por último, fue la denominada política del Buen Vecino, iniciada en 1928 por el presidente
estadounidense Herbert Hoover, la que consolidó el concepto de Hemisferio Occidental, al incor-
porarle la noción de amable vecindad. Más adelante, en la década de 1930, ello permitió transfor-
mar “el sistema interamericano en un sistema bélico para la defensa común” (León, 1997: 76). La
política del Buen Vecino es calificada por algunos autores como una nueva fase del Panamerica-
nismo en la cual se logra “un nuevo espíritu de cooperación antes que intimidación” (Kryzanek,
1985: 84).
El concepto de Hemisferio configurado hacia la década de 1940 consolidó una concepción te-
rritorial variable conforme a las coyunturas internacionales. Así, por ejemplo, cuando se promulgó
la Doctrina Monroe, el Hemisferio era “una entidad de contornos imprecisos que comprendía gran
parte de América del Norte, Centroamérica y quizás la parte septentrional de América del Sur”

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(León, 1997: 82); pero en la década de 1940, luego de la Conferencia Interamericana de Panamá,
el Hemisferio comprendía la parte meridional de dicho continente, la Antártica, Groenlandia e
Islandia, y un área de neutralidad de 300 millas marítimas de ancho. El Hemisferio Occidental,
concepto cambiante en el tiempo, constituyó la base de las relaciones interamericanas durante la
II Guerra Mundial y la Guerra Fría, y colaboró a minimizar los puntos de fricción entre EEUU y
los países latinoamericanos, y a consolidar un Hemisferio de paz, cooperación y solidaridad que,
a su vez constituía la piedra angular de su propia seguridad.

Aspectos Institucionales
El Sistema Interamericano comenzó a organizarse a partir de la Primera Conferencia Interna-
cional de Estados Americanos celebrada en Washington en 1889-1890, donde se creó la Unión
Internacional de Estados Americanos y la Oficina Comercial de las Repúblicas Americanas. En
los años siguientes se crearon, entre otros organismos, la Organización Panamericana de la Salud
(1902), el Instituto Interamericano del Niño (1927), el Instituto Indigenista Interamericano (1940)
y la Junta Interamericana de Defensa (1942), todos los cuales extenderían a diversos aspectos las
relaciones interamericanas. Estos organismos, además, permitirían la exclusión de las influencias
extranjeras en América Latina, quedando ésta cohesionada como una organización de relaciones
amistosas, pero con liderazgo norteamericano.

En 1910 en la Conferencia de Buenos Aires, se creo la Unión Panamericana como Secretariado


de la Organización, cuya función era la supervisión diaria del Sistema; y durante 1928, en la Con-
ferencia de la Habana la Unión paso a denominarse Unión de Estados Americanos. La importan-
cia de estas conferencias reside en que en ellas se crearon diversos organismos y procedimientos,
los cuales cohesionaron al Hemisferio en torno a los objetivos bélicos del periodo. Los años de
1945 a 1948 fueron fundamentales para el Sistema Interamericano ya que ahí se codificaron y am-
pliaron formalmente las instituciones del Sistema. La primera conferencia fue la de Chapultepec,
México, a inicios de 1945, y estuvo encargada de dar una base jurídica permanente a la Unión de
Estados Americanos, pues Estados Unidos comenzaba a priorizar las organizaciones mundiales,
como las Naciones Unidas, por sobre las entidades regionales.

Sin duda, estos documentos sentaron las bases de lo que posteriormente sería el Tratado In-
teramericano de Asistencia Recíproca o Pacto de Río de 1947; y de la Carta de la Organización
de Estados Americanos (OEA) o Carta de Bogotá de 1948, documento que viene a servir como
constitución de la organización interamericana.

Las bases del Sistema Interamericano y las relaciones hemisféricas a fines de la década de
los 40 y principios de la década de los 50, explican el fortalecimiento de las relaciones militares,
como medida precautoria ante un posible avance comunista.

Aspectos económicos

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Voces mayo de 2008

Washington incrementó su participación en la actividad económica de América Latina a partir


de la I Guerra Mundial cuando tomó el lugar del capital inglés. Así, el comercio exterior de los
países latinoamericanos en forma paulatina se fue subordinando a los Estados Unidos que a partir
de 1916 contribuyó, como cliente, a la reactivación de las exportaciones (Carmagnani, 1984: 179).
Esta relación de dependencia, según Marcello Carmagnani, llevó a que se realizaran inversiones
en servicios públicos y que los préstamos obtenidos en Nueva York, fomentaran la presencia del
capital estadounidense en los sectores bancario y financiero (Carmagnani, 1984: 181). De esta
manera, Washington asignó a las economías de América Latina la labor de aprovisionar materias
primas, y definió como propia, la de producir bienes manufacturados y de capital.

Un ejemplo de cooperación latinoamericana lo encontramos durante la Conferencia de Río del


año 1942, donde “los ministros de exterior convinieron romper todos los vínculos comerciales
con las potencias del Eje y unir sus economías para un esfuerzo bélico” (Kryzanek, 1985: 87).
Esta situación, permitió la alineación con Estados Unidos de la mayoría de los países hemisféri-
cos, que pusieron sus economías al servicio del esfuerzo bélico estadounidense. La dependencia
continuó acentuándose y en 1945, en Chapultepec, Estados Unidos dio a conocer el denominado
Plan Clayson, que en sus acápites fundamentales estableció:

“a) Prestar amplias facilidades para el libre tráfico e inversión de capitales, dando
igual tratamiento a los capitales nacionales y extranjeros;
b) Reducir las barreras de toda índole que dificultan el comercio entre las naciones;
c) Cooperar para la adopción de una política de colaboración económica internacio-
nal que elimine los excesos a que puede conducir el nacionalismo económico, evitando
la restricción exagerada de las importaciones;
d) Promover el sistema de iniciativa privada de la producción, que ha caracterizado el
desarrollo económico de las Repúblicas Americanas.” (Ramírez, 1966: 113).

El Plan Clayson fue ratificado en la Conferencia Interamericana de Bogotá de 1948. Sin em-
bargo, hay que señalar que la asistencia técnico-económica en las áreas de agricultura, salud
pública y educación fue disminuyendo en la medida en que Europa y Asia se transformaron en
áreas prioritarias para Estados Unidos. Finalmente, hay que señalar la importancia que tuvo para
promover la ayuda técnica y económica el Acta de Seguridad Recíproca o Mutual Security Act,
promulgada por Estados Unidos en 1951, documento que destacando la importancia de esta ayuda
para la seguridad hemisférica, autorizaba la ayuda militar a América Latina.

Aspectos Militares
Hacia fines del siglo XIX, las fuerzas armadas latinoamericanas iniciaron un proceso de mo-
dernización sustentado por las potencias de Europa y Estados Unidos. La ayuda fue dirigida al
entrenamiento militar y la adquisición de armamentos y equipos. Cobraron importancia Francia y
Alemania en el aspecto militar, y Estados Unidos y Gran Bretaña mantuvieron su importancia en

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asuntos navales. La competencia entre potencias, por ejemplo entre las fábricas de armamentos
Krupp de Alemania y Schneider Creusot de Francia, contribuyó a incrementar el comercio, pues
“los pedidos militares podían aumentar considerablemente el negocio de la exportación de un
país” (Atkins, 1989:369). Terminada la I Guerra Mundial, Estados Unidos intentó posicionarse
militarmente más allá del Caribe; sin embargo, fue la II Guerra Mundial la que terminó con la
presencia militar europea.
En 1940 se desarrolló en La Habana la II Reunión de Ministros de Relaciones Exteriores, quie-
nes firmaron una Declaración de Asistencia Recíproca y Cooperación para la Defensa de América,
que en su acápite principal establecía que “un ataque realizado por un estado no americano seria
considerado como un ataque a toda América, y que se tomarían medidas de defensa cooperativa
luego de hacer consultas” (Atkins, 1989: 292). Por ello, el ataque japonés a Estados Unidos en
Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941, posibilitó que se diera cumplimiento a dicha Declaración.
Los cancilleres se reunieron por tercera vez en enero de 1942 en Río de Janeiro, y Estados Uni-
dos solicitó la ruptura de relaciones con el Eje, petición que fue rechazada por Chile y Argentina
que sólo romperían relaciones en 1943 y 1944, respectivamente. Producto de la reunión de 1942,
se creó la Junta Interamericana de Defensa (JID), con la participación de militares y asesores
navales encargados de analizar la defensa hemisférica y proponer planes de defensa conjunta. En
Chapultepec se amplió el concepto de agresión, “para que incluyese el ataque por cualquier esta-
do, significando tanto estados americanos como no americanos” (Atkins, 1989: 293).
Fue sólo en 1947, mediante el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca o Pacto de Río
de Janeiro, cuando las relaciones militares hemisféricas fueron institucionalizadas siendo este tra-
tado el origen de los principios y procedimientos de seguridad mutua frente a un potencial avance
comunista en la región. El concepto de seguridad mutua debe ser observado con cierta cautela por
haber sido promulgado frente a la amenaza de la influencia comunista, por lo que Washington,
“decidió basar su propia seguridad en el principio de la defensa colectiva” (Pozo, 1983: 44).

El Tratado de Río legitimó las relaciones militares interamericanas, pues en su artículo número
tres, señala:

“Las Ilustres Partes Contratantes coinciden en que un ataque armado por cualquier
estado contra un estado americano será considerado ataque contra todos los estados ame-
ricanos y, en consecuencia, cada una de dichas partes contratantes se compromete a
colaborar en la respuesta a dicho ataque, en ejercicio del inherente derecho de defensa
individual o colectivo reconocido por el articulo numero 51 de la Carta de Naciones
Unidas” (Atkins, 1989: 224)

Así, Estados Unidos aumentó la asistencia militar a ciertos países, entre ellos Chile, mediante
el programa de Préstamos y Arriendos o Lend and Lease, diseñado en 1941 para ayudar a los
aliados y mediante el cual “podía transferir artículos militares a cualquier país cuya defensa con-
siderara vital para la seguridad de los Estados Unidos” (Atkins, 1989: 373). En Latinoamérica,
fue Brasil quien recibió la mayor cantidad de armamentos, el resto fue destinado a México, Chile
y Perú. Cercano al fin de la guerra, Washington decidió que el programa de Préstamos y Arrien-

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dos cesaría en 1945, y en su lugar promulgó la Ley de Propiedad de Excedentes o Surplus War
Property Act de 1944, la cual autorizó ventas de armas pequeñas, embarcaciones ligeras y piezas
de artillería, material excedente o dado de baja por sus Fuerzas Armadas a los países latinoameri-
canos. Después de 1945, América Latina recibió asistencia militar consistente en equipo militar
estandarizado y entrenamiento. Los países hemisféricos se convirtieron en dependientes de la in-
dustria bélica estadounidense, mientras éstos, debían a Estados Unidos “garantizar los productos
de valor estratégicos de la minería de América Latina” (Fisher, 1999: 249).

La ley estadounidense de Seguridad Mutua de 1951, es clave para entender las relaciones
militares durante la década de los 50, buscaba según Atkins, “uniformar equipo, organización y
métodos de las fuerzas armadas de la región y orientarlas hacia Estados Unidos y la Seguridad
Mutua, para evitar la compra latinoamericana de armas en alguna otra parte” (Atkins, 1989: 374).
De esta manera, buscaba evitar las misiones militares no hemisféricas y proteger el territorio lati-
noamericano. Esta ley permitió la adopción de acuerdos bilaterales, llamados Pactos de Asistencia
a la Defensa Mutua, importantes instrumentos de la política exterior militar de Estados Unidos
que pretendían, “aumentar la seguridad y la capacidad de defensa del Hemisferio Occidental”
(Fisher, 1999: 255).
Mediante la ayuda militar a los países latinoamericanos, Estados Unidos pretendía contribuir
a su propia seguridad política, económica y militar en el contexto de Guerra Fría. Sin embargo,
es irrefutable la importancia que esta ayuda tuvo para las Fuerzas Armadas del Hemisferio Occi-
dental, que experimentaron un proceso de renovación y modernización de sus quehaceres profe-
sionales.

19
Voces mayo de 2008

Bibliografía

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-Ulam, Adam. Unión Soviética en la Política Mundial 1970-1985. Buenos Aires: Grupo Edi-
tores Latinoamericanos, 1985.

20
DOCUMENTO Nº1

Prólogo

Como es ampliamente conocido, una de las principales tareas que llevó a cabo la Dictadura
Militar instaurada en Chile desde el 11 de Septiembre de 1973, fue la de eliminar todo tipo de
organizaciones sociales y políticas que contribuyeron a la llegada, en palabras de la propia dicta-
dura, del “marxismo” al poder. Es en este sentido que se proscribieron a los partidos políticos, a
las federaciones de estudiantes y como era de esperar a las asociaciones sindicales, entre ellas la
CUT.
La voz de los trabajadores fue brutalmente silenciada por mucho tiempo, hasta que ésta poco a
poco se fue alzando a través de las llamadas “protestas nacionales”, y las diversas instancias que
se fueron creando en pos de la recuperación democrática. Debemos consignar, la altísima relevan-
cia que estas manifestaciones tuvieron para crear las condiciones necesarias que dieron lugar a los
primeros acercamientos entre la dictadura y los llamados sectores “democráticos” de la oposición
al régimen militar, el bloque conocido como Alianza Democrática que se articulaba en torno a la
Democracia Cristiana.
Siguiendo lo planteado por autores como Luis Corvalán Marquéz y Oscar Godoy, el proceso
de transición a la democracia se da a través de un proceso de negociación entre la dictadura y
las altas jerarquías de los partidos de la llamada “oposición democrática”1 , en lo que se conoce
como la “salida pactada”, en la cual se establecen una serie de criterios que debían regir para que
los militares dejaran el poder en manos de los civiles, entre los cuales, resaltan la mantención del
modelo económico instaurado por la dictadura, y el hacer “vista gorda” a las masivas violaciones
a los derechos humanos cometidas por los militares, entre otras medidas.
Es en este sentido, que los trabajadores quedaron fuera de este “pacto”, por lo cual conside-
ramos de suma importancia dar a conocer el documento que a continuación presentamos, en el
cual se deja ver el sentir y el anhelo de los trabajadores organizados en torno a la CUT, tanto en
materias reivindicativas propias de los trabajadores (principalmente económicas y de mejoras de
las relaciones laborales), como también en materias de política nacional como lo era en el mo-
mento en que ve la luz este documento –Marzo de 1990-, la consolidación y profundización de la
democracia en el país.
Esperamos que el presente documento sirva como aporte al estudio del llamado proceso de
“transición a la democracia”, para comprobar si éste realmente existió, y además, conocer las
distintas voces que se alzaron y que no siempre fueron escuchadas por los espacios dominantes
1 Esta denominación se realiza a fin de diferenciar a este sector aglutinado en torno a la Democracia Cristiana,
con el bloque llamado Movimiento Democrático Popular (MDP) el cual se articulaba principalmente en torno al PC
y planteaba el enfrentamiento directo con la dictadura con el fin de conseguir la instauración de un régimen de demo-
cracia “avanzada”.

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de poder.

Jorge ValderasVillarroel2*

La CUT frente a la situación política del país

Santiago, Diciembre de 1990.

Presentación

El presente documento fue elaborado por una comisión especial del Comité Ejecutivo de la
CUT. Fue analizado y aprobado por el Consejo Directivo Nacional en sesión realizada el 19 de
noviembre de 1990. Su versión definitiva fue acordada por el Comité Ejecutivo, en el curso del
mes de diciembre.
Las orientaciones que aquí se entregan, a los trabajadores y a la opinión pública, son un desa-
rrollo y actualización de las contenidas en la “Propuesta de la CUT para la transición a la demo-
cracia”, de Abril de 1989, y en los documentos aprobados en el Congreso Constituyente de Agosto
de 1988.
Llamamos a todos los trabajadores a que las analicen con detención y las conviertan en accio-
nes efectivas, en la perspectiva de acrecentar la fuerza del movimiento sindical, en particular de
la CUT, para defender con mayor eficacia los derechos de todos los trabajadores y avanzar en la
consolidación de la democracia.

Introducción

La situación política del país esta marcada por importantes acontecimientos desarrollados en
el último tiempo, lo cual hace necesario que la Central Unitaria de Trabajadores (CUT), fije su
posición ante los trabajadores y el país en general.
Ello esta motivado, en primer término, por el rol cada vez mas protagónico que está asumiendo
la democracia como expresión de vida diaria de millones de trabajadores chilenos.
Es indudable que el proceso de democratización del país está avanzando. Sin embargo, no es
menos claro el papel que intenta jugar Pinochet para retardar los necesarios cambios democráti-
cos.
Queremos saludar, desde este Consejo Directivo Nacional de la CUT, al presidente de la Re-
pública por la firmeza con que encaró la defensa de la potestad presidencial de conformar el Alto
2*  Estudiante de quinto año de Pedagogía en Historia y Ciencias Sociales, Universidad de Valparaíso

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Mando de las FF.AA.; asimismo, por la forma en que ha enfrentado la lucha contra la corrupción
entronizada en las estru8cturas mas internas de la dictadura pasada; escándalos como la Cutufa
muestran el grado de descomposición al que se llegó cuando se ejerció el poder en forma omní-
moda, bajo el amparo del terror y la violación de los derechos humanos.
Es significativa la presencia de la CUT en el acontecer nacional. El reconocimiento que hemos
logrado, nos ha permitido constituirnos frente al gobierno, los empresarios y el parlamento como
interlocutores válidos, más allá de nuestra inexistencia legal.
Ello ha significado que la CUT participara en negociaciones obteniendo mejoramientos im-
portantes en la situación económica y social de millones de trabajadores. Firmamos el acuerdo
tripartito de abril pasado que implico que los salarios mínimos se reajustarán en un 44% y que
mejoraran las asignaciones familiares, junto con otros beneficios económicos. Todos estos logros
favorecen fundamentalmente a los sectores de trabajadores mas empobrecidos por la dictadura
y con dificultades para mejorar sus condiciones de remuneraciones por la vía de la negociación
directa.
No hace mucho la CUT fue la única fuerza social chilena que marcó una posición independien-
te en torno a la defensa de los intereses de los trabajadores como producto de la crisis petrolera. El
pliego que presentamos al Gobierno permitió lograr un reajuste de un 25% para el sector público,
el reconocimiento del 15% para los pensionados y otros importantes beneficios.

1. El proceso de recuperación democrática.


Después de dieciséis años de dictadura, el país ha entrado a un proceso de recuperación de-
mocrática que ha sido posible gracias al inmenso sacrificio y a la lucha de los trabajadores y del
pueblo chileno.
Esto no es un proceso fácil pues subsisten enormes limitaciones heredadas del periodo dictato-
rial. Los cambios indispensables que hay que realizar encuentran fuertes resistencias en aquellos
sectores que estuvieron con la dictadura, que fueron beneficiados por su política y que aún con-
servan importantes núcleos de poder.
Sin embargo, la sola elección de un gobierno democrático ha abierto enormes posibilida-
des a los trabajadores para construir un movimiento sindical fuerte, representativo, moder-
no y autónomo de gobiernos, partidos políticos o empresarios.
El movimiento sindical debe aprovechar esas oportunidades ocupando todos los espacios de
acción que le corresponden, acrecentando su fuerza orgánica y desarrollando acciones que le
permitan seguir contribuyendo a la recuperación y profundización del proceso democrático y
satisfacer sus legítimas reivindicaciones. La tensión entre estabilidad política y demandas sociales
deberá resolverse, gradualmente pero en forma sostenida, con sentido de país, de acuerdo a las
posibilidades reales de un proceso de transición que requiere acuerdos entre mayorías estables
que le den gobernabilidad al sistema político y permitan emprender las transformaciones de fondo
para enfrentar los problemas de los más pobres.

2. Consolidación de la democracia

23
Voces mayo de 2008

La CUT reitera que una de sus tareas fundamentales es contribuir para que la democracia
que renace se asiente sobre bases sólidas. Ello es producto de una valoración profunda que los
trabajadores tenemos por las formas y mecanismos que permiten expresar opiniones divergentes
y desarrollar de manera libre nuestras iniciativas sin temor a represalias o a perder la vida. La
democracia es una forma de convivencia social civilizada, expresión de la cultura en el terreno
político.
Por lo mismo, para la CUT el curso de acción es el de la unidad política más amplia, expre-
sada en el programa de la Concertación, cuyo contenido refleja la voluntad y las tareas que se
propuso el pueblo de Chile para recuperar la democracia.
Consecuentemente, la CUT cree que este mecanismo debe ser reactivado y fortalecido, porque
ello garantiza que las discrepancias naturales y legítimas encuentren un curso de acción unitaria
Pero la CUT, también, estima necesario que se amplíe la participación de las organizaciones
sociales y políticas en el diseño y la gestión de las políticas, pues la participación social junto
con la concertación política es lo que permitirá darle sentido estratégico a la recuperación
democrática.
En este contexto, podrán existir diversas opiniones o discrepancias sobre diferentes aspectos de
l proceso, pero por sobre todas las cosas está clara la voluntad de superarlas mediante el dialogo,
respetando la autonomía y los intereses fundamentales de los diferentes actores. Eso es lo esencial
para consolidar y profundizar la democracia.

3. Los contenidos esenciales de la profundización de la democracia.


La democracia es un tipo de régimen político, es decir, una mediación institucional entre el
estado y la sociedad, por tanto, resuelve el problema de cómo se gobierna la sociedad y cómo se
relacionan los ciudadanos con el estado. Avanzar a un régimen, razonablemente avanzado de de-
mocracia política, que asegure la soberanía popular, la competencia por el poder, la transferencia
de la autoridad gubernamental, la vigencia de los derechos humanos, el respeto a los derechos
laborales y sindicales, permite concluir que la democracia política es el camino mas viable que
nos permite plantearnos su profundización y ampliación al plano social y económico, aumentar
las formas de igualdad social, incorporar a las mayorías a la sociedad moderna y estimular la par-
ticipación de todos en las decisiones que afectan al conjunto de la sociedad.
La CUT considera que el contenido esencial de la democracia es la participación. Una parti-
cipación integral, tanto política como económica de todos los ciudadanos, que le permita la país
mirar hacia el futuro y fijar con confianza las metas de desarrollo con justicia social. Un desarrollo
que dé cuenta de la aceleración vertiginosa de las fuerzas productivas y del moderno impacto de
las ciencias y la tecnología.
No existe una participación integral si le esta prohibido al ciudadano elegir en forma libre y
secreta a sus gobernantes. Tampoco existe participación, si la mayor parte de los ingresos del país
se los lleva un pequeño grupo, mientras más de la mitad de nuestros compatriotas viven en condi-
ciones de pobreza extrema. Debemos buscar nuevos mecanismos redistributivos de recursos, que
integren desarrollo con equidad.
La pobreza es una cárcel que impide que el ciudadano se exprese de manera libre, así como la

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Voces mayo de 2008

cárcel impide que el pan alimente. La redistribución de ingresos y el desarrollo económico con
justicia social junto con las libertades políticas reales, son el contenido moral de la democra-
cia y la forma de garantizar la participación integral.
La participación integral implica también el reconocimiento de las organizaciones sociales a
través de las cuales se expresan las aspiraciones del pueblo.
La CUT estima que en el momento actual es absolutamente necesario considerar la pobreza
como la principal amenaza de la democracia, y que se debe hacer un esfuerzo por reducir las enor-
mes distancias que separan a ricos y pobres en Chile. Considera además, que es imprescindible
ampliar la participación y crear efectivos canales de comunicación entre los gobernantes y
el pueblo, para que la política no se transforme en algo muy lejano a los intereses y aspiraciones
de los trabajadores y los sectores populares en general.

4. Los peligros para la democracia


El proceso de recuperación democrática se ve asediado por diversos hechos, algunos de ellos,
ocurridos en las últimas semanas, particularmente graves. Entre ellos, un terrorismo orientado
a crear dificultades al gobierno democrático y a provocar una sensación de caos y alarma en la
opinión pública, que impida un desarrollo normal de los hechos políticos y la realización de los
cambios indispensables para el afianzamiento de la democracia. Ello se ve agravado por la sospe-
cha de que disueltos organismos de seguridad de la dictadura tratan de desviar la atención de la
ciudadanía de los temas que realmente importan, creando climas artificiales de tensión.
Los trabajadores nos sentimos directamente agredidos por este tipo de acciones - tan aje-
nas a la práctica sindical y de las organizaciones sociales - que lo único que buscan provocar
es el renacimiento de tendencias autoritarias en la sociedad e impedir que se haga justicia a
nuestras aspiraciones.
Para la CUT es absolutamente necesario que las fuerzas de seguridad se encaucen en mecanis-
mos regulares y normales dentro de una democracia, que permitan una información oportuna y
confiable al gobierno para hacer frente a la lacra social del terrorismo.
De la misma manera, nos preocupan las acciones del terrorismo de ultra izquierda, cuyas acti-
vidades hacen sospechar la infiltración ya que, objetivamente, generan dificultades al avance del
proceso democrático. Su accionar perjudica la lucha de los trabajadores y demás sectores popula-
res. Estos elementos son un resabio de la dictadura y , de hecho, fortalecen a los enemigos de la
democracia. Por eso los trabajadores vamos a poner nuestra fuerza y organización para cerrarles
el paso en todas las manifestaciones públicas y en todas sus actividades antidemocráticas.

5. Los desafíos inmediatos de la democracia


La CUT considera que la democracia debe ser consolidada y profundizada a toda costa. Para
ello es necesario realizar, de una manera decidida y en el menor plazo de tiempo, el conjunto de
medidas que hagan posible este objetivo común.
En primer lugar, la naciente democracia debe empeñarse a fondo para que la verdad y la
justicia prevalezcan en el tema de los derechos humanos. La CUT considera que el país debe

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Voces mayo de 2008

recuperar una cultura de la vida y por la vida. Para que ello sea posible es necesario alcanzar la paz
y la reconciliación, las que solo pueden obtenerse mediante la verdad y la justicia.
En segundo lugar, la CUT considera que se debe atender de manera prioritaria las justas de-
mandas de los trabajadores de establecer un sistema de relaciones laborales acorde con el siste-
ma democrático que queremos construir y profundizar. No se puede continuar con un régimen
que permite una inseguridad laboral permanente y la explotación inmisericorde de un capitalismo
que olvidó que la economía está destinada a servir al hombre.
En tercer lugar, la CUT estima que se debe hacer frente al exceso de centralismo que existe en
el país. La democracia debe enfrentar con decisión el tema de las autonomías regionales y
locales, entendiendo que es en ellas donde se expresan, de manera más directa y cotidiana,
las organizaciones sociales del país.
En cuarto lugar, la CUT considera que es indispensable discutir de una manera amplia y pro-
funda el rol de las Fuerzas Armadas en el proceso de recuperación democrática. Para ellos
es necesario que éstas entiendan que la democracia no puede ser tutelada, que su papel es la de-
fensa nacional y tiene la obligación de contribuir a la reconciliación nacional. La civilidad debe
entender que la seguridad nacional no se agota en aspectos operativos, sino que es también
un problema de salud, educación, recursos naturales, tecnología, entre otros, y que debe
enfocarlos con sentido estratégico.

6. La concertación social y la movilización social


La CUT estima que ha demostrado una decidida voluntad para buscar los consensos que re-
quiere el país en el proceso de recuperación democrática. Un resultado de esto fue el acuerdo
suscrito con la Confederación de la Producción y el Comercio. Los trabajadores valoramos este
hecho como altamente positivo y nos reafirmamos en la voluntad de dialogar cuantas veces sea
necesario. Estamos plenamente concientes que los procesos de transición implican negociaciones
y acuerdos tanto hacia los partidos, como hacia los empresarios y el gobierno, pero manteniendo
nuestra plena autonomía en la defensa de nuestros derechos y de nuevas conquistas.
Hoy vemos con preocupación que en temas tan importantes para la relación de empresarios y
trabajadores como los contenidos en las reformas laborales, los empresarios no han mostrado la
capacidad ni la inteligencia necesaria para entender la importancia de dar satisfacción a las
legítimas aspiraciones de los trabajadores. La incapacidad de llegar a acuerdos ha significado
que la derecha política y los senadores designados, usando una espúrea mayoría en el Senado,
como producto de las leyes de amarre de Pinochet, se constituyan en los jueces que deciden la
mantención del injusto sistema laboral de la dictadura.
La CUT representa los intereses de la clase trabajadora y tiene la obligación y el derecho de
expresarlos y defenderlos de la forma y con los métodos propios de los trabajadores. Por eso no
vamos a renunciar a la movilización social, ejercida con responsabilidad, como un instrumen-
to fundamental de lucha por el reconocimiento de nuestros legítimos derechos. Pero hacemos
presente que, en el mundo moderno, la movilización social no consiste tanto en movilización
callejera, sino en la capacidad de elaborar propuestas técnicas adecuadas a la realidad, en las em-
presas, en las ramas y a nivel nacional. La huelga es un derecho irrenunciable, pero apelaremos
a ella como último recurso, ante una evidente muestra de intransigencia ante peticiones justas y

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fundamentadas.
Los trabajadores continuaremos dando muestras de madurez democrática. Por ello persisti-
remos en conversar con las organizaciones empresariales buscando acuerdos conjuntos en otras
importantes materias de interés mutuo.
La incipiente experiencia realizada en este proceso de concertación nos ha permitido compro-
bar, una vez más, que para el éxito de éste, es indispensable aumentar la fuerza sindical y la auto-
nomía de nuestras organizaciones. Una verdadera concertación social requiere, fundamental-
mente, de relaciones laborales equilibradas, en igualdad de condiciones, y de organizaciones
sindicales con financiamiento propio, autónomas.

7. El desarrollo del sindicalismo y el fortalecimiento de la unidad


A. La democratización de todas las estructuras de nuestro país.
La CUT reitera su absoluta decisión de ser un pilar fundamental de la consolidación y profun-
dización de la democracia. Entiende que un movimiento sindical fuerte, poderoso y represen-
tativo es garantía de la defensa del proceso democrático, así como de los derechos de los
trabajadores y del conjunto de la sociedad.
La CUT estima, además, que el movimiento sindical no debe ser excluido de los procesos de
decisión política en el actual período de recuperación democrática. Las organizaciones de los
trabajadores cumplieron un rol de gran importancia para la derrota de la dictadura y tienen un
legítimo papel que cumplir en la programación y decisión de los cambios necesarios para la con-
solidación democrática.
Como ya se indicara, el proceso de recuperación democrática presenta nuevas posibilidades
para el movimiento sindical. Pero la CUT debe señalar que en este proceso las reformas labo-
rales han sido abiertamente obstaculizadas por quienes fueron partidarios de la dictadura.
Los trabajadores no podemos continuar destinando parte importante de nuestro esfuerzo por ob-
tener estas reformas del Parlamento. Será necesario luchar por democratizar los poderes del
Estado para que éstos sean una expresión fiel de la soberanía popular.
LA CUT no cesará en sus esfuerzos hasta recuperar una institucionalidad verdaderamente de-
mocrática:
- donde se respeten los derechos individuales y colectivos como los derechos políticos y
gremiales de hombres y mujeres de nuestra patria;
- donde todas las autoridades sean elegidas directamente por voto popular y que toda perso-
na pueda elegir y ser elegida.
- donde exista una nueva institucional laboral, justa y equitativa.

Para alcanzar esta institucionalidad laboral hay dos caminos: uno, es el que ha preferido
siempre el movimiento sindical a través de la negociación colectiva de los sindicatos, fede-
raciones y confederaciones nacionales; el otro, a través de reformas legales expendidas por
gobiernos democráticos.

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Voces mayo de 2008

Históricamente el Parlamento legisló a favor de los trabajadores cuando los derechos ya habían
sido ganados en la práctica para un gran número de ellos, a través de las negociaciones con los
empresarios. De esta forma se hacían extensivos a todos los trabajadores del país los derechos
previamente obtenidos por las organizaciones sindicales.
Pero esto era posible cuando el país tenía un Parlamento que era expresión de la soberanía po-
pular y no como ahora, en que, de acuerdo a la Constitución Política de Pinochet, la institución an-
tidemocrática de los senadores designados distorsiona la fiel expresión de la voluntad nacional.
La CUT estima que para alcanzar una sociedad verdaderamente democrática, que garantice un
orden con justicia social y participación, debemos potenciar al movimiento sindical en la lucha
por la democratización institucional del país, conjuntamente con poner toda nuestra energía en la
conquista de nuestras reivindicaciones y mejores condiciones de trabajo en cada empresa y rama
de producción.
La democratización institucional nos dará mayores garantías y un campo mejor para la lucha
de nuestros derechos.

B. Principales lineamientos de acción del movimiento sindical.


La CUT se propone construir un sindicalismo moderno para un país renovado, asumir las pro-
fundas transformaciones de la sociedad contemporánea, la reconversión tecnológica, la conquista
de la productividad y la expansión comercial en función del pleno empleo, crear una nueva cultura
sindical y consolidar el sindicalismo como un actor constitutivo de la sociedad chilena. Pero al
mismo tiempo, para reivindicar nuestros derechos y libertades, debemos retomar nuestra confian-
za en las luchas populares, en aprender de nuestra propia historia sobre nuestros métodos y formas
de afianzar conquistas y derechos conculcados.

Proponemos impulsar:

1) La negociación sectorial o por empresa


No debemos olvidar que la negociación colectiva tendió históricamente a ir más allá de la em-
presa. La ratificación legal se producía cuando las negociaciones ramales ya se habían ganado en
la práctica hacía mucho tiempo.
Hoy día, de hecho, se negocia colectivamente más allá del ámbito de la empresa en algunos
casos. El Colegio de Profesores, el SINAMI, los sindicatos de la construcción de Santiago y
Valparaíso, la Confederación de Panificadores, los trabajadores marítimos portuarios y los de la
industria pesquera, son ejemplos actuales de este tipo de negociación.
Los acuerdos supra-empresa debieran establecer derechos y condiciones comunes para
la rama sin impedir o reemplazar a las negociaciones que se deben seguir dando en la em-
presa.

2) La fijación de salarios mínimos, por sobre los mínimos legales por empresa y/o por

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rama: por ejemplo el Ferrocarril Metropolitano negoció el mínimo más 30%. Casi todas las ne-
gociaciones de empresas sobre 50 trabajadores (afiliadas a la Sociedad de Fomento Fabril) tienen
mínimos superiores en 20-25%.

3) Tender cada vez más a la negociación por sobre el piso de los logrado anteriormente.

4) Tender a la incorporación de bonos de producción y productividad. Para ello se requiere


convencer a los empresarios a negociar en estas materias, de mutuo interés, entregando previa-
mente a los trabajadores toda la información necesaria de la empresa.

5) Exigir el cumplimiento de las condiciones de trabajo y de ecología ambiental, tanto inter-


nas como externas a la empresa. Formar los comités paritarios, exigir el cumplimiento de las nor-
mas legales, e ir más allá de ellas cuando se generen nuevas necesidades y condiciones de trabajo
debido a modernizaciones tecnológicas.

6) Recuperar los acuerdos de la Asamblea Nacional de Organización de la Coordinadora


Nacional Sindical, realizada el año1987, e ir urgentemente a la creación de una especie de Caja
Nacional de Resistencia, o Fondo Nacional de Solidaridad, es decir la centralización de las po-
sibilidades de ayuda para enfrentar las huelgas. Ello se debe realizar a nivel de cada sindicato,
federación, confederación y de la Central.

7) Desarrollar la luchador aguinaldos específicos, propios de cada negociación: de navidad,


de fiestas patrias, etc.; igualmente por los bonos de locomoción y de colación. Todo ello tenderá
a lograr en el tiempo condiciones medias comunes para los afiliados que marcarán una diferencia
más atractiva con el resto

8) Desarrollar la aceptación nacional de que el sindicato es el titular natural y legitimo de la


negociación colectiva. Que se negocia por el colectivo, por los nuevos ingresados, que el sindicato
es la fuerza que logra avances.

Se trata en definitiva de fortalecer la acción sindical en su ámbito natural: la empresa, la rama.


Ahí se negocia diariamente, ahí se produce el conflicto, ahí se soluciona. La lucha sindical se
debe apoyar en la calle (piquetes, marchas, etc.) pero no debe desarrollarse exclusivamente en la
calle.
Este marco general acordado por la CUT deberá ser asumido por cada organización ramal o
sectorial (Federaciones y Confederaciones) para adecuarlo a las condiciones específicas ahí exis-
tentes.
Ello debería traer por consecuencia que la lucha democrática general debería encaminarse,

29
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permanentemente, en dos planos paralelos pero que se comunican directamente:


- la lucha por la democracia general, que se desarrolla desde el movimiento sindical organi-
zado hacia la sociedad en su conjunto: gobierno, parlamento, organizaciones empresariales, etc.
- La lucha en las empresas.

La CUT toda, cada uno de sus departamentos, cada una de las CUT provinciales deberán
trabajar en función de esta estrategia global.

30
El problema indígena:
Breves consideraciones sobre su
conciencia y memoria

Por Juan Carlos Bravo1*

“A los quinientos años gloria y honor a las


víctimas indígenas de la invasión y a los
Héroes de la resistencia andina.
No podrán matarnos”.
(12 de octubre de 1992, Placa de la Plaza del Cuzco)

“El historiador ha de ser la conciencia crítica de la


sociedad en que vive... su trabajo debe combatir todo
aquello que atenta contra el derecho que cada hombre y cada mujer
tiene a su vida, a su libertad y a su dignidad”
(Joseph Fontana, 1999: 260)

I
Pensar de manera objetiva la historia o desde ideas divino-escolásticas, no sólo es alejarse de
la real concepción material 2 de ésta, pues “el materialismo de la interpretación histórica no es
otra cosa que la tentativa de rehacer mentalmente, con método, la génesis y la complicación del
vivir humano desarrollado a través de los siglos” (Labriola, 1896: 14), alejarse de esta compren-
sión de la historia significa retroceder siglos a lo que era la historia medieval y positivista, lo que
nos lleva a un retraso en las propias visiones e interpretaciones históricas, incluso nos sitúa en la
nada misma, en el pensar desde el viento o desde leyes, que se alejan de lo que el ser humano es,
un hombre real, material, que camina, come y habla y no una fantasía del subconsciente, ni un

1*  Estudiante de quinto año de Pedagogía en Historia y Ciencias Sociales, Universidad de Valparaíso.


2 La obra de Marx es una reflexión de la realidad, es una nueva concepción del mundo que se ha denominado
“Materialista” por el tratamiento de lo humano en su análisis socio-histórico. La materialidad de Marx tiene que ver
con lo que determina y se puede aprehender, aquella dimensión irreductible de la actividad humana sensible, solida-
ridad entre el hombre y el mundo, “De la noción de “Praxis”, es decir, de la idea de que el desarrollo de la produc-
ción determina el de la sociedad, y por tal motivo el curso de la historia, Marx deducía una Concepción materialista,
dialéctica e histórica del mundo…

31
Voces mayo de 2008

ángel caído del cielo, ni menos un instrumento de la ciencia, “nuestro objetivo difícilmente puede
ser el de convertir la historia en una <<ciencia>>- en un cuerpo de conocimientos y métodos,
cerrado y autosuficiente, que se cultiva por sí mismo-, sino, por el contrario, el de arrancarla a
la fosilización cientificista para volver a convertirla en una “técnica”: en una herramienta para la
tarea del cambio social” (Fontana,1999:260).
Es por eso que nuestro pensar esta íntimamente ligado a las condiciones sociales, por tanto
materiales de existencia humana, “las ideas no caen del cielo... también ellas suponen un terreno
de condiciones sociales” (Labriola, 1896: 575), refrán constante del pensador marxista Italiano
Antonio Labriola, o como también nos dice Trostky en su autobiografía Mi vida, “en los de-
siertos del Sahara no podía haber nacido la pintura paisajista”, “imagen que puede perfectamente
pensarse como una analogía tributaria del <<refrán constante>> del pensador italiano...” (Mas-
sardo, 2004: 8.) Es imposible pensar la historia desde visiones abstractas, que se alejan de lo que
es el hombre, es decir, una construcción, un proceso, “y precisamente un proceso de sus actos”
(Gramsci, C.XXXIII.) Es el mismo hombre el que forja y elige su destino, nada de planes divinos
ni menos de exigencias científicas, el hombre como tal decide, y puede que en ese decidir su con-
cepción del mundo cambie, e incluso puede pensar y vivir una concepción del mundo de otros3,
ese es un «pensar» sin tener conciencia crítica de ello, de manera dispersa y ocasional, esto es,
«participar» de una concepción del mundo «impuesta» mecánicamente por el ambiente externo”
(Gramsci, 1955); pero el pensar crítico, es decir, el abordar la propia concepción del mundo de
manera consciente y crítica y, por ende, en función de ese esfuerzo del propio cerebro, escoger
la propia esfera de actividad, participar activamente en la producción de la historia del mundo,
ser guía de uno mismo y no aceptar ya pasiva e inadvertidamente el moldeamiento externo de la
propia personalidad, es históricamente una visión humana material de la vida, punto de partida
para el entendimiento de las relaciones sujeto-objeto de conocimiento, en cuanto a condiciones
sociales necesarias para la construcción humana individual como colectiva. Por lo tanto, la rea-
lidad histórica antes de pensarla de manera rápida y fugaz, hay que vivirla y al mismo tiempo
pensarla críticamente, verla en su existencia real, para comprenderla de forma consciente y clara,
sin apresurarnos en nuestros resultados; se convierte en una parte esencial del conocimiento de
cualquier hecho histórico, sino comprendemos ni vemos nuestra realidad presente es imposible
darnos cuenta del pasado, transformándonos en eruditos roedores de biblioteca, o en reproducto-
res beatos de la catolicidad-occidental.
Las líneas a los ojos del lector, pretenden dar a conocer las condiciones históricas actuales en
las que se encuentra el indígena en América Latina teniendo como ejemplo específico al hombre
del sur del Perú; quien por años a vivido invadido, por Españoles, Ingleses, norteamericanos, en
los 90 del siglo XX por la llamada reconquista española en empresas de telefonías, aerolíneas y

3 Antonio Gramsci analiza esta concepción del mundo que es aceptada de manera acrítica, y dice: Por la
propia concepción del mundo se pertenece siempre a un determinado grupo, precisamente al integrado por todos
los elementos sociales que comparten una misma manera de pensar y de actuar. Se es conformista de alguna clase
de conformismo, se es siempre hombre-masa u hombre-colectivo. La cuestión es ésta: ¿de qué tipo histórico es el
conformismo, el hombre-masa del que se forma parte? Cuando la concepción del mundo no es crítica y coherente,
sino ocasional y dispersa, se pertenece simultáneamente a una multiplicidad de hombres-masa, la propia personalidad
está compuesta de manera extravagante: se encuentran en ella elementos del hombre de las cavernas y principios
de la ciencia más moderna y avanzada, prejuicios de todas las fases históricas pasadas, mezquinamente localistas, e
intuiciones de una filosofía futura como la que será propia del género humano unificado a escala planetaria.

32
Voces mayo de 2008

otras, y en el día de hoy por la invasión chilena de empresas privadas nacionales (tema que requie-
re una investigación que sobrepasa estas líneas.)
Nuestra problemática planteada, no nos vino de ideas caídas del cielo, ni menos de conjeturas
científicas, ni tampoco de la impresión de medios de comunicación, sino fueron nuestras propias
vivencias y experiencias del Perú sureño, las que nos guiaron hacia este planteamiento.
Creemos, y esta será la hipótesis que defenderemos, que actualmente el indígena del antiguo
imperio Inkaiko se presenta como un hombre comunitario-solidario y preocupado de sus creencias
y tradiciones, en una palabra, “consciente” de sí mismo” y con una concepción crítica del sistema
globalizado impuesto por las Dictaduras burguesas militarizadas4 (1964-1989), poco a poco las
dirigencias indígenas comprenden su problema histórico, nacido en los albores del capitalismo;
pero a la vez siguen sufriendo los malos tratos discriminatorios de la sociedad política y civil pe-
ruana, que a través de sus brazos represivos, los humilla y los mantiene en un estado de terror y
miedo, negando su libertad y de esta manera la voluntad de emancipación. Esta hipótesis puede
servir también para el entendimiento de otras partes de América Latina5. Nuestras impresiones
provienen de conversaciones, experiencias y propias visiones en pueblos como Tacna, Moquegua,
Arequipa, Cuzco, y Ollantaytambo, entre otros del sur del Perú.
Nos mueve la necesidad de replantear la visión tradicional actual del indígena del sur del Perú
(aunque no sólo de éste, sino de todos aquellos que pueblan la Gran América) que se encuentra
en la visión histórica oficial chilena como mundial, que mira con desprecio, ojos de un pasado
colonial-republicano-nacional, de un “gamonalismo”6 del siglo XIX, incluso desde el mismo ám-
bito académico, al hombre del antiguo imperio Inkaiko, pocos se ocupan de la realidad histórica
latinoamericana indígena actual, sin comprenderla críticamente, creen que es deber de la antro-
pología o de la sociología esta labor, por eso nuestros atrasos; la historia no la escriben hombres
solos como islas en el mar, son hombres que viven en sociedades que ellos mismos construyen,
por lo tanto es necesario que como historiadores nos unamos al trabajo de otros que críticamente
comprenden la realidad actual.

II
El indígena, es un problema que se le presenta al historiador no hace quinientos o cien años,
sino en la misma actualidad, hombres que aún mantienen sus tradiciones con conciencia de su
actuar, a pesar de tanta invasión política, cultural y económica sufrida durante 500 años, basta

4 Posterior a las dictaduras burguesas militarizadas (1964-1989), las denominamos dictaduras burguesas no
militarizadas, este análisis y evaluación de las dictaduras, se llevó a cabo por parte de la historiadora María Angélica
Illanes en el 1 congreso de historiadores a 100 años de la matanza de Santa María, realizado en la salitrera Humbers-
tone el 21 de diciembre del 2007.
5 Ver José Bengoa. La emergencia indígena en América Latina. Santiago de Chile, Fondo de cultura económica, 2000.
6 El período del gamonalismo, es el más oscuro de las relaciones interétnicas en América Latina y que trans-
curre desde la segunda mitad del siglo XIX a la década del veinte y treinta del siglo recién pasado, en que comienzan
a surgir las protestas indígenas. El gamonalismo es el eje de las relaciones entre sociedad y estado republicano y las
comunidades indígenas. El indígena, ciudadano libre formalmente ante la ley, es visto por la sociedad criolla como
objeto de dominación y servidumbre. Surge la visión despreciativa del “indiecito” o “indito” según los decires popu-
lares de América. El indio pobre por naturaleza, sufrido por su condición, considerado poco inteligente por ser parte
de una cultura diferente, flojo por saber trabajar a la usanza de los criollos o europeos, en fin, ligado a la incultura, a
la no-civilización, a la pobreza, visualizada como consustancial a su condición. (Bengoa, 2000: 154-155).

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Voces mayo de 2008

recordar la “celebración” vulgar hecha por España y los Estados de América latina al celebrarse
el 12 de octubre de 1992, quinientos años de la larga y oscura noche, y que los indígenas inter-
pretaron como una agresión, “son precisamente estos sectores los que ahora pretenden “celebrar”
con todo alborozo el V aniversario del “descubrimiento” con un renovado intento por encubrir la
colonización y conquista de un continente por la fuerza de las armas y su sometimiento en todos
los niveles, para de esta manera continuar justificando la dominación política de nuestros pueblos
y naciones7.
Preguntarse por la solución del indígena desde una mirada humanitaria, diría Mariátegui “en-
carna una concepción liberal, ochocentista, iluminista, que en el orden político de occidente ani-
ma y motiva las “ligas de los derechos del hombre” (Mariátegui, 1928: 40). Pero también la espe-
ranza divina de una solución eclesiástica es la más retrógrada y antihistórica de todas, que sólo se
preocupa por mediar pasivamente entre el indígena y el Estado, entendido éste, como reflexiona el
sardo Antonio Gramsci, como “hegemonía acorazada de coerción”. Tampoco está en la educación
formal, que lo sitúa en un marco occidental y eurocentrista, y lo aleja de la actualidad histórica,
planteando la visión de un natural deshistorizado, sólo fijándose en el marco de lo que algún día
fue y que ya no lo es.
El indígena del sur del Perú esta consciente de su identidad, tiene suficiente memoria para
recordar aquello que fueron sus antepasados; el problema estriba en que actualmente el análisis
histórico y por tanto humano, se ha alejado de su problema cultural-político, y se ha relegado,
como algo común en Latinoamérica, hacia lo pasado y no digno de problemas (se le ve como al-
guien que se quedó en el siglo XVI, o como la común mirada gamonalista que hemos explicado
anteriormente) dejando de lado su problema histórico actual, su dignidad como ser humano y su
potencialidad cultural y por tanto la capacidad de lograr ser respetado en todos lados por lo que
es, un sujeto que actúa y piensa, además de ser vivo en memoria-histórica, sin embargo, y este es
el gran problema de la historiografía, es que la preocupación es hacia temas que al indígena no
le preocupan, la tierra ha sido un problema de toda la vida, pero antes y aquí encontramos otra
vez el rasgo de conciencia del indígena, a este le preocupa el respeto por sus derechos, si todos
pertenecemos a la misma ciudadanía y todos son respetados por los burgueses derechos humanos,
“¿porque no soy respetado yo?”, pregunta cotidiana del indígena, lo claro es que los derechos de
la Revolución Francesa se quedaron en el papel, en la formalidad y se olvidaron llevar a la prác-
tica. De esta manera, al indígena se les muestra como un sujeto deshistorizado, que ya no posee
las características de cambio; lo entienden como quien se queda en el siglo XVI y por tanto no
posee las características “modernas” de lucha; mirada histórica absoluta, aires de un siglo XIX
positivista y trasnochado.
Sin embargo, y esto es lo que nos llama la atención en el último período de tiempo, el problema
del Indígena ya no sólo se resume a sus tierras, sino, por motivos de estar consciente de su cultura
y de sus tradiciones, su lucha la dirige en este momento a lograr ser reconocido como indígena,
y dejar por tanto de ser discriminado como comúnmente lo era en el pasado. “La discriminación
contra los indígenas ocurre en las relaciones cotidianas que ellos tienen cuando acuden a los ser-
vicios públicos, a las autoridades, a las personas de la ciudad. No conozco otro antecedente de un
movimiento social que exija solamente “dignidad en el trato” como principal demanda. Es evi-

7 Declaración de la campaña continental por el autodescubrimiento de nuestra América, Bogota, mayo de


1989, Documentos Indios, P.276.

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Voces mayo de 2008

dente que se trata de la demanda fundamental: no discriminación”.(Bengoa, 2000: 100). Acontece


que, volviendo de una caminata hacia el interior de la sierra peruana, junto a Filomeno, amigo de
la comunidad de río negro, la cual se encuentra a un día del poblado de Ollantaytambo (nombre
que se debe a que Ollanta era un guerrero del inka, el cual se enamoro de su hija, teniendo que huir
a otras tierras, instalando un tambo en estas tierras.), y acompañados de Darío y Juan José, nos
dirigimos al local de una amiga limeña, a servirnos algo para seguir conociendo; en el momento
de entrar Filomeno se retrae y con cara de vergüenza y miedo se queda fuera del local. ¿Motivos?,
Hubo varios, el primero tiene que ver con la existencia de tres policías comiendo, quienes reite-
radamente obligan a las comunidades indígenas a no molestar al señor turista, que trae su dinero
para satisfacer sus propias ansias de conocimiento por lo distinto, raro; forma grosera e inhumana
de no darse cuenta de la potencialidad histórico-humana de los indígenas, sociedad viva en his-
toria. Otra hipótesis que barajamos, fue el hecho de que los naturales no están acostumbrados a
comer en locales que “son- para- otros”, traídos por el gobierno a cuidar el patrimonio que les da
el dinero para comer a sus brazos represivos y demás grupos de poder. Sea cual fuese el motivo,
los dos son groseros y vulgares. Finalmente, Filomeno decide entrar, pero lo hace con un gesto
que jamás olvidaremos, humilde y educado, entra rápidamente, se sienta con cabeza agacha, con
un pie dentro y el otro fuera de la mesa, y de manera educada se saca el sombrero que el mismo
construye, ese gesto nos resumió aquellos quinientos años de ignominia, asesinatos, carnicerías,
historia de la gran América que se expande desde el sufrimiento tenido por los casi desaparecidos
rojos apaches hasta la actual lucha del valeroso mapuche chileno resistente.
Su memoria, sus tradiciones, sus comportamientos, temores y alegrías, en una palabra, su “so-
lidaridad” se presenta al momento de interactuar con cualquiera de ellos, Filomeno, nos pregunta
si existen pueblos indígenas que aún conserven sus tradiciones en Chile, conciencia de su ser y de
lo que son sus creencias, sintiéndose común a otros pueblos de nuestro continente, y que sabe que
de a poco van perdiendo sus tradiciones en manos de la modernidad globalizada siempre deseosa
y engañadora, que inventa y vuelve deseos en necesidades.
En la plaza de Ollantaytambo se reúnen los naturales a ofrecer sus productos, la comunidad
de nuestro compañero viste mantas de color rojo acompañado de otros, confeccionados por sus
propias familias, que nos hace recordar aquel comunitarismo inkaiko que para José Carlos Mariá-
tegui existía cuando escribió sus “7 ensayos sobre la realidad Peruana”, por allá en el año 1928,
“los hábitos comunitarios del socialismo inkaiko, construidos sobre la base económica de un
mundo solidario y orgánico, donde el trabajo se realiza con el menor desgaste fisiológico y en un
ambiente de agradabilidad, emulación y compañerismo” (Mariátegui, 1928: 190)
Las comunidades (como a la que pertenece Filomeno) viven lejos del pueblo de Ollantaytam-
bo, a días de distancia, al interior de la Sierra peruana, donde reúnen sus esfuerzos y voluntades
para llevar una vida más humana de reciprocidad y solidaridad, alejados del individualismo ca-
pitalista odioso, que obliga a través de sus brazos represivos la huída del indígena hacia tierras
donde puede revivir y por tanto refundar sus antiguas tradiciones comunitarias. La vida en las
comunidades es de ayuda mutua, recíprocas son las relaciones sociales y económicas, trabajo
en conjunto, una economía inkaika que precede a la conquista, como anota Mariátegui, “hasta la
conquista se desenvolvió en el Perú una economía que brotaba espontánea y libremente del suelo
y gente peruanos. En el imperio de los Inkas, agrupación de comunas agrícolas y sedentarias, lo
más interesante era la economía. Todos los testimonios históricos coinciden en la aserción de que
el pueblo inkaiko-laborioso, disciplinado, panteísta y sencillo-vivía con bienestar material. Las

35
Voces mayo de 2008

subsistencias abundaban, la población crecía... El trabajo colectivo, el esfuerzo común, se em-


pleaban fructuosamente en fines sociales” (Mariátegui, 1928: 17).
Nos sorprende por eso, que al escuchar el sentido común tanto nacional como internacional,
de que los indígenas del antiguo imperio Inka son flojos, poco-educados, sucios y violentos, se
equivoquen tanto en expresiones poco históricas de la actual realidad indígena peruana, poco co-
nocimiento histórico del presente de las comunidades naturales.
Las comunidades que viven en Ollantaytambo o que bajan a él, que van y vienen de su comu-
nidad al poblado a ofrecer sus productos, se presentan como hombres proclives a la conversación
o a la sonrisa vivaz, que los muestra con una solidaridad que se resiste a desaparecer, a pesar de
tanta cadena, trabajo forzado, humillación, maltrato psicológico-fisiológico, en una palabra, “do-
minación”, la cual ha durado siglos y aún no termina; ni tiene muestras de finalizar; representada
hoy en día por un sistema-mundo implantado desde las “dictaduras burguesas militarizadas”, y
que no se exceptuaron en el Perú; esta nueva forma de acumulación capitalista “debe ser compren-
dido como el discurso hegemónico de un modelo civilizatorio, esto es, como una extraordinaria
síntesis de los supuestos y valores básicos de la sociedad liberal moderna en torno al ser humano,
la riqueza, la naturaleza, la historia, el progreso, el conocimiento y buena vida” (Lander, 2000:
11). Nueva visión de mundo que ha ocupado las concepciones humanas de gran parte del pueblo
latinoamericano. La crítica hacia este sistema no puede sólo estar dirigida a su ámbito económico,
sino a todo aquel ámbito que ha ocupado el mismo, es decir, cultural, político, social, moral, en
último análisis, hacia la totalidad histórica que envuelve las relaciones humanas en la realidad
actual de Latinoamérica y el resto del mundo.
En este sentido, pensar el problema indígena desde la vulgaridad del mercado, no sólo es verlo
como un sujeto desprovisto de conciencia propia, sino alejado de toda lucha reivindicativa por
sus derechos, visto como un niño que hay que cuidar y mantenerlo alejado de cualquier forma
de lucha. Analizado históricamente (desde todas las plumas mercenarias que nacen junto a esta
visión de mundo) como un sujeto deshistorizado, por no estar en las problemáticas del mundo
del progreso y el capital, ni porque tampoco esta en la problemática medial, sino sólo como un
hombre que recurre a la violencia y por tanto terrorista que quiere ocupar propiedades que no le
pertenecen, manera ridícula y facciosa de argumentar esta apropiación de tierra que realiza lo
moderno, en progreso de los menos, imponiendo su ley a los más, hegemonía del proyecto liberal,
gran pérdida de los descendientes del Pueblo Inkaiko.
Pero el conocer comunidades indígenas que aún protegen y cuidan sus formas de vida ances-
trales (no hay que olvidar que los indígenas igualmente llevan sus culturas a las ciudades y las
reinterpretan), nos hace creer con profunda fe en el cambio, que no todo está perdido, nos falta sí,
pero no estamos con los brazos cruzados, desde distintas trincheras revolucionarias, surgen voces
anti-capital. Basta recordar la gran cantidad de movimientos indígenas que luchan porque se les
respeten sus derechos y a la vez en contra del vulgar sistema globalizado, sus dirigentes están
conscientes de la existencia de éste, y por eso antes que pensar en integrarse prefieren diferenciar-
se, “lo que le hará marcar las características propias de la cultura indígena y su diferencia radical
con la cultura occidental” (Bengoa, 2000: 83), el “dirigente indígena moderno en América latina
maneja, al mismo tiempo, dos códigos: el de la sociedad global y el de la nueva identidad recrea-
da a partir de las identidades tradicionales que le otorgan sentido y razón a sus planteamientos”
(Ibídem: 85). No hay ningún otro sector social en América latina que pueda exhibir una lucha de

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Voces mayo de 2008

“tan larga duración como la de los indígenas. Cualquier historiador podrá discutir la continuidad
entre un levantamiento indígena ocurrido en el siglo XVI al iniciarse la colonia y el ocurrido en
pleno siglo XX. Para los indígenas, para el discurso indígena, contar con siglos de antecedentes
produce una fuerza argumental importante” (Ibídem: 98)
A modo de síntesis, creemos que la conciencia del indígena por su ser, lo hace levantarse en
este momento en contra del sistema global, escriben, piensan, actúan, luchan, buscan formas
distintas de vida, se organizan, se disciplinan, se apoderan de su personalidad propia, en una pa-
labra, buscan reformar una nueva cultura, en palabras del propio Antonio Gramsci, “conquista de
superior conciencia por la cual se llega a comprender el valor histórico que uno tiene, su función
en la vida, sus derechos y deberes” (Gramsci, 1958: 22-26).
Creemos que es el propio indígena el que tiene que comprenderse a sí mismo y luchar por su
emancipación, en una tierra que por derechos históricos de vida forma parte, y que ha forjado arti-
ficialmente desde sí y para sí. Es en su propia voluntad donde se sitúa el secreto de su liberación,
es en la voluntad y fe humana desde donde puede y debe transformar la sociedad y su actual reali-
dad. La revolución de los indígenas de América y del mundo se hace con hombres en lucha diaria
por el logro de sus reivindicaciones y derechos usurpados por siglos de dominio extranjero.
Históricamente, nuestras prácticas y experiencias se relacionan totalmente con nuestras for-
mas de pensarlas, mirarlas, sentirlas, sufrirlas, admirarlas, olvidarlas, en fin, nuestra propia subje-
tividad humana, nuestra visión y misión en la vida, marcan las iniciativas que tendremos. Nuestra
fe en el cambio, nos hace ir en busca de sociedades donde aún pervive la tan anhelada comunidad
y solidaridad humana, algo impensado en las actuales ciudades y pueblos de muchas partes del
mundo, son esas particularidades, las que nos permiten reflexionar y seguir creyendo en una so-
ciedad distinta, nos hace recordar la existencia, de lo que el profesor Jaime Massardo llama “un
rayo de luz en las tinieblas neoliberales”. (Massardo, 2001: 176).

37
Voces mayo de 2008

Bibliografía.

-Mariátegui, Jose Carlos. 7 Ensayos de Interpretación de la realidad peruana. Perú: Empresa


editora El comercio S.A., 2005.
-Massardo, Jaime. Sobre la concepción de la historia en el pensamiento de Antonio Labriola.
Cuestiones preliminares. En releyendo a Antonio Labriola, selección de textos y presentación de
Jaime Massardo y Pierina Ferretti, Santiago de Chile: Ariadna ediciones / Lom, 2006, pp. 42-64.
-Massardo, Jaime. Actualidad del pensamiento de Antonio Gramsci. En Investigaciones sobre
el Marxismo en América Latina, Santiago de Chile: Bravo y Allende Editores, 2001, pp. 159-
177.
-Gramsci, Antonio. Socialismo y Cultura. (1916), en Antología de Antonio Gramsci, Selec-
ción, traducción y notas de Manuel Sacristán. México: Siglo XXI editores, 2005.
-Labriola, Antonio. Del materialismo stórico, dilucidazione preliminare, (1896). Versión al
español de Octavio Falcón, México D.F.: Editorial Grijalbo S.A., 1971. -Lander, Edgardo. Cien-
cias sociales: saberes coloniales y eurocéntricos. En La Colonialidad del saber: eurocentrismo y
ciencias sociales. Perspectivas Latinoamericanas. Buenos Aires: Clacso, 2003, pp.11-40.
-Trotsky, León, Mi vida. Santiago de Chile: Ediciones Ercilla, 1936, Vol. I.
-Bengoa, José. La emergencia indígena en América Latina. Santiago de Chile: Fondo de cul-
tura económica, 2000.
-Fontana, Joseph. Historia: Análisis del pasado y proyecto social. Barcelona: Editorial crítica,
1999.
-Fontana, Joseph. La historia de los hombres. Barcelona: Editorial crítica, 2001.
-Documento: Manifiesto de la Campaña 500 años de agresión. 500 años de resistencia y por la
emancipación de los pueblos. México, 1988.

38
Mariátegui e Iglesias1

Por Jaime Massardo2*

«Un gran ideal humano, una gran aspiración humana no brota


del cerebro ni emerge de la imaginación de un hombre más o menos
genial. Brota de la vida. Emerge de la realidad histórica»
(José Carlos Mariátegui)

En ocasión del deceso de Pablo Iglesias, Mariátegui redacta un artículo que va a ser publicado
en Lima, en la revista Variedades, el 19 de diciembre de 19253. La afirmación de que «la figura
de Pablo Iglesias domina la historia del Partido Socialista español»4, así como aquella de que esa
organización política «es obra suya»5, con las que Mariátegui abre el texto, no logran evacuar la
connotación crítica que, a poco de andar, comienza a apoderarse del conjunto del escrito. «El edi-
ficio construido por Iglesias es un edificio sólido, pero nada más», observa Mariátegui6, «trabajo
de buen albañil antes que de buen arquitecto»7, porque «Iglesias se preocupó sobre todo de dar a
su partido un cimiento seguro y prudente»8, y porque, «se propuso hacer un partido y no una re-
volución», escribe con su pluma mordaz, remachando el clavo y estableciendo la distancia crítica
con la que irá a relacionarse con el fundador del marxismo español9, distancia que, en cualquier
caso no puede entenderse como el fruto de una percepción apresurada del papel de Iglesias. Este le
era ya familiar a comienzos de 1911, en la época de Juan Croniqueur10, cuando Mariátegui hacía
sus primeras armas como periodista en las páginas de La Prensa11. Estamos aquí, entonces, frente
1 Versión castellana de la comunicación presentada al Coloquio Mariátegui au seuil du XXI siècle. A propos
d’un centenaire, realizado en La Sorbonne, París, los días 2, 3 y 4 de noviembre de 1994. Esta versión fue reprodu-
cida como «Mariátegui e Iglesias», en Solar, Estudios Latinoamericanos, revista de la Sociedad Latinoamericana de
Estudios sobre América Latina y el Caribe, Santiago de Chile, 1996, pp. 43-53, y también en Memoria, revista del
Cemos, nº 94, México, diciembre de 1996, pp. 37-43.
2* Licenciado en Sociología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Magíster en Estudios
Latinoamericanos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Doctor en Historia de la Universidad
de París. Actualmente se desempeña como académico en la carrera de Sociología de la Universidad de Valparaíso.
3 Cfr., J. C. Mariátegui, «Pablo Iglesias y el socialismo español», en Mariátegui Total, Dos volúmenes, Lima,
Amauta, 1994, pp. 1120-1121.
4 Ibidem, p. 1120
5 Ibidem.
6 Ibidem.
7 Ibidem.
8 Ibidem.
9 Ibidem.
10 Cfr., J. C. Mariátegui, «Crónicas madrileñas», en La Prensa, Lima, 24 de febrero de 1911. (en Mariátegui
Total, ed. cit., pp. 2269-2270).
11 Cfr., H. Neira, «En busca de Juan Croniqueur», en Cultura peruana, año xx, n° 147-148, noviembre /
diciembre 1960.

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Voces mayo de 2008

a un texto maduro, escrito «con toda la sangre», de acuerdo a la fórmula que el propio Mariátegui,
evocando a Friedrich Nietzsche, reclamaba como el mayor mérito de su propia escritura12, y, en
la misma medida, frente a un texto al que podemos interrogar con precisión. Creemos que éste —y
en ello consiste la hipótesis interpretativa que quisiéramos hoy someter a la discusión— contiene
al menos dos pasajes que establecen la dimensión política de la crítica que Mariátegui dirige a
Iglesias, crítica que resulta reveladora, a su vez, de los componentes más profundos del pensa-
miento mariateguiano. Leamos el primer pasaje:

«Los méritos de Pablo Iglesias no pueden ser discutidos. En un país donde la indus-
tria, el liberalismo, el capitalismo tenían un desarrollo exiguo, él consiguió establecer y
acreditar una agencia de la Segunda Internacional con el busto de Marx en la fachada.
En torno al busto de Marx si no de la doctrina, Pablo Iglesias agrupó a los obreros de
Madrid»13.

La imagen, posiblemente escrita calamo currente, no es por ello menos elocuente. Dibujando
al mismo tiempo la complejidad del encuentro entre la obra de Marx y el movimiento obrero, el
busto que Pablo Iglesias había colocado frente a la sede del Partido Socialista, en Madrid, sugiere
perfectamente la distancia entre el pensamiento de Marx y las formas en que cristaliza su divul-
gación, distancia que, como lo muestran los trabajos de Pedro Ribas14 y de Santiago Castillo15,
colocan la recepción y la difusión de la obra de Marx en España bajo el signo de una estrecha
dependencia de aquellas que realizaba el Parti Ouvrier Français a través de las tradiciones que la
historia política llamará el «guesdisme»16, tradiciones que, a su turno y a partir de temas como
la «ley de bronce de los salarios» (loi d’airain des salaires) formulada por Ferdinand Lassalle—17,
y la llamada «teoría del derrumbe» (Zusammenbruchstheorie), «admitida generalmente por los
medios socialistas a fines del siglo xix»18, van a revelarse tributarias del peso y de la importancia
ideológica y política que, hasta los comienzos de la Primera Guerra Mundial, lograría el Socialis-

12 J. C. Mariátegui, Presentación a Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, México, Era,


1993, p 13.
13 J. C. Mariátegui, «Pablo Iglesias y el socialismo español», cit., p. 1120.
14 Cfr., P. Ribas, Aproximación a la historia del marxismo español (1869-1939), Madrid, Endymion, 1990.
15 Cfr., S. Castillo, «La prensa de Madrid (1873-1887)», en Prensa y sociedad en España (1820-1936)», Ma-
drid, Edicusa, 1975, pp. 149-198; «La influencia de la prensa obrera francesa en El Socialista (1886-1890), Datos
para su estudio», en Revista del Trabajo, n° 56, Madrid, 1976, pp. 85-136; «De El Manifiesto a El capital», Comuni-
cación al coloquio Rezeption der Werke von Marx under Engels in Spanien, Traversis, 15 y 16 de junio de 1992.
16 Cfr., M. Dommaget, L’introduction du marxisme en France, Paris. Editions Rencontre, 1969.
17 Inspirándose en las teorías de la población de Malthus -elección de por sí ya suficientemente reveladora-,
Lassalle formula su «ley de bronce de los salarios», según la cual la sobrepoblación permanente no iría nunca a per-
mitir a los trabajadores la posibilidad de obtener un salario superior al mínimo fisiológico, de lo que se desprendería
la inutilidad de las luchas reivindicativas y de la acción sindical. Cfr., Correspondance Marx-Lassalle, Paris, Presses
Universitaires de France, 1977.
18 «L’idée que le capitalisme était voué, par sa propre évolution, à disparaître —anota Georges Labica—, était
assez largement admise dans les milieux socialistes à la fin du xix siècle: les contradictions internes du mode de
production et l’accélération de ses crises, rendaient son effondrement inévitable et tout aussi inévitable l’instauration
du socialisme». G. Labica et G. Bensussan, Dictionnaire critique du marxisme, ed. cit., p. 378. Sobre el tema, véase,
G. Marramao, «Teoría del derrumbe y capitalismo organizado en las discusiones del extremismo histórico», en ¿De-
rrumbe del capitalismo o sujeto revolucionario? México, Cuadernos de Pasado y Presente, n° 78, 1978, pp. 7-49.

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Voces mayo de 2008

tische Arbeiterpartei Deutschlands, preparando, entonces, a través de éste, el camino del adveni-
miento de la Internacional socialista19.
En efecto, una mirada sobre el grupo madrileño que después del Congreso de La Haya recono-
cía el Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores —grupo que juega un
papel esencial en el paso que apuntamos— revela su extrema debilidad política20. Expulsado de
la Federación Regional Española controlada por la Alianza Internacional de la Democracia Socia-
lista inspirada por Bakunin, el grupo alcanzaba apenas una cincuentena de militantes durante los
años 1870, en el momento en que intenta reorganizarse para formar la Nueva Federación Madrile-
ña21. Entre sus miembros se encontraban Pablo Iglesias, Francisco Mora, José Mesa... Después
del golpe de Estado de enero de 1874, Mesa se instala en Paris, establece relaciones directas con
Friedrich Engels —que representaba a España en el Consejo General—, y desde fines de 1876,
comienza a frecuentar a Jules Guesde. Éste, exiliado después de la Commune, había vuelto a París
aprovechando la prescripción de cinco años dictada por el Estado francés y participaba junto con
Gabriel Deville y Emile Massard en las reuniones de estudiantes revolucionarios del café Soufflot.
Mesa colabora en el periódico L’Egalité que Guesde funda en 187722. L’Egalité es pronto enviada
a Madrid donde, a partir de 1879 se constituye el Grupo Socialista Madrileño con la intención de
transformarse en un Partido Socialista23. El grupo tiene grandes dificultades para lograr su come-
tido. Pablo Iglesias y sus amigos logran remontar, antes mal que bien, sus insuficiencias políticas
para fundar, en enero de 1886, El Socialista. En agosto de 1888 se realiza el Primer Congreso del
Partido Socialista español. La precariedad de su implantación social y política va a repercutir
en la naturaleza de El Socialista que intentará suplir la ausencia de elaboración teórica y política
propia, traduciendo artículos de Le Socialiste, semanario parisino del Parti Ouvrier Français24.
Así, a título de ejemplo, entre otros escritos, El Socialista va a publicar, en 1886, «La jornada legal
de trabajo reducida a ocho horas», que Paul Lafargue había escrito originalmente, en 1882, para
L’Egalité y, el año siguiente, «La religión del capital», igualmente de Lafargue, y «Babeuf y la
conjuración de los Iguales», de Gabriel Deville, que habían aparecido en Le Socialiste, en 1886 y
1887, respectivamente. En 1889, el periódico madrileño traduce «Justicia e injusticia del cambio
capitalista», que Lafargue había escrito para L’Egalité, en 1882, y «Estudio acerca del socialismo
científico», folleto que Deville había publicado en 1883. En 1892, puede leerse en Madrid, siem-
pre en El Socialista, «Colectivismo», que Jules Guesde había hecho aparecer un año antes en Le
Socialiste, en París, y, en 1895, «La huelga general juzgada por Gabriel Deville», que acababa de
ser publicada también en Le Socialiste25.
La reconstrucción de la circulación de la cultura política socialista entre Paris y Madrid mues-
19 Cfr., M. Waldenberg, «La estrategia política de la socialdemocracia alemana», en Historia del marxismo,
Dirigida por Eric J. Hobsbawm, Barcelona, Brugera, 1980, Vol. IV, pp. 127-164.
20 Cf. P. Ribas, Aproximación a la historia del marxismo español (1869-1939), ed. cit.
21 Cf. S. Castillo, « De El Manifiesto a El capital », ed. cit.
22 Cf. J-L, Guereña, «Contribución a la biografía de José Mesa: de La Emancipación a L’Egalité», en Estu-
dios de Historia Social, n° 8 / 9, Madrid, 1979, pp. 129-137.
23 Cfr., S. Castillo, «La prensa de Madrid (1873-1887)», ed. cit.
24 Cfr., S. Castillo, «La influencia de la prensa obrera francesa en El Socialista (1886-1890), Datos para su
estudio», ed. cit.
25 Para una búsqueda en esta dirección es de importancia una revisión del periódico El Socialista, de Madrid.
Los Microfilms disponibles en la Fundación Pablo Iglesias, calle Monte Esquinza, Madrid. Una minuciosa sistema-
tización se encuentra en, P. Ribas, La introducción del marxismo en España, Madrid, Ediciones de la Torre, 1981.
También en S. Castillo, «De El Manifiesto a El capital», ed. cit.

41
Voces mayo de 2008

tra, entonces, que la génesis de la cultura política del Partido Socialista español se estructura en el
contexto de la circulación de la lectura de la obra de Marx que ofrece el «guesdisme». Navegando
en estas aguas, los socialistas madrileños no logran establecer las diferencias que existen entre un
proyecto como el de los socialistas alemanes, concebido en condiciones donde el desarrollo de la
industrialización y el peso específico de la clase obrera simplificaban los problemas políticos26, y
el que era necesario realizar en una sociedad como la española, donde las formas de producción
capitalista no llegaban a imponerse de una forma clara27. Un segundo pasaje en el artículo de
Mariátegui refuerza esta percepción:

«Iglesias no supo encontrar las palabras de orden precisas para conquistar al prole-
tariado campesino... Únicamente en Madrid el socialismo llegó a representar una gran
fuerza. El Partido Socialista Español podría haberse llamado en verdad Partido Socia-
lista Madrileño».28

La crítica en este párrafo se ejerce sin ningún eufemismo. Mariátegui reprocha a los socialistas
madrileños su dificultad para dar cuenta de la especificidad campesina29. La dependencia de una
noción de socialismo pensado como ideología del progreso, y tributaria en esa medida del peso
del Socialistische Arbeiterpartei Deutschland, al interior de la Internacional socialista aparece
aquí en toda su dimensión. En ella, el socialismo es concebido como el partido del progreso, el
progreso es sinónimo de desarrollo, el desarrollo de industrialización y la industrialización de
expansión de la clase obrera. Para el Socialistische Arbeiterpartei Deutschland, convertido, como
dice Georges Haupt, en el «partido guía» de la Internacional socialista30 —tal como lo será más
tarde el Pcus para la Internacional comunista y para la experiencia de la construcción del socia-
lismo de Estado—, el socialismo es, ante todo, un proyecto de sociedad vinculado al desarrollo
de las fuerzas productivas, cuestión que conduce inmediatamente al planteamiento de la centrali-
dad de la clase obrera al interior del modo de producción capitalista, planteamiento seguramente
pertinente si nos ubicamos al nivel de abstracción de Das Kapital, pero que se transforma en una
referencia lejana cuando trabajamos dentro de la complejidad y el grado de articulación —y a
veces de la yuxtaposición— de las formas productivas existentes en España,31 y, por supuesto,

26 Entre 1882 y 1895, los obreros en Alemania pasan de 7.300.000 a 10.200.000. En las fábricas de más de
1.000 obreros, éstos pasan de 213.000 a 448.000 en el mismo período. Cfr., A. Kriegel, Annie, «La IIème Internatio-
nale (1889-1914) », en Histoire générale du socialisme (1875-1918), bajo la dirección de Jacques Droz, Paris, Puf.,
1974, vol ii,.pp. 555-584.
27 En 1897, la ciudad de Barcelona, de lejos la más industrializada de España, tenia 510.000 habitantes y su
industria era ligera, en particular organizada sobre el sector textil. Cfr., P. Vilar, Histoire d’Espagne, Paris, Puf.,
1986.
28 J. C. Mariátegui, «Pablo Iglesias y el socialismo español», ed. cit., p 1121.
29 Pedro Ribas escribe que en el momento de la fundación del Partido socialista Español «de los 25 reunidos,
16 eran tipógrafos, 2 diamantistas, 1 marmolista, 1 zapatero, 3 médicos, 1 estudiante y 1 doctor en ciencias... No
había, pues, ningún campesino representando a los trabajadores que constituían la inmensa mayoría del proletariado
español de entonces». Cfr., P. Ribas, Aproximación a la historia del marxismo español (1869-1939), ed. cit., p 25.
30 Cfr., G. Haupt, L’Internazionale Socialista dalla Comune a Lenin, Torino. Einaudi, 1978
31 Cfr., P. Vilar, «Le socialisme espagnol dès origines à 1917», en Histoire generale du socialisme, ed. cit.,
vol ii, pp. 279-320.

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Voces mayo de 2008

con mucha mayor razón en América latina, desde la cual escribía Mariátegui32. El problema cam-
pesino, en una época donde la inmensa mayoría de los trabajadores españoles permanecían aún
en el campo33, sin hablar de las formas culturales, que constituyen por otra parte lo esencial de la
política, permanecían así fuera de las claves de lectura con las que los socialistas madrileños se
representaban su propia historia, ergo la revolución.
Es a partir de estas consideraciones a propósito de los rasgos políticos del sistema de referen-
cias teóricas de los socialistas madrileños que podemos examinar la dimensión simbólica que
comporta «el busto de Marx» y su «doctrina». Construida como una imagen puntual dentro de
la crítica que Mariátegui lleva adelante contra la carga positivista y determinista que impregnan
la cultura política de la Internacional socialista34 y al mismo tiempo presentándose ante nosotros
como un juego de oposiciones, como una gran ironía, la alegoría mariateguiana representa una
crítica, a la vez, de la cultura fetichista 35 y de la impotencia teórica de los socialistas. Imagen y
símbolo reencuentran en ella su identidad sustancial36. «El busto de Marx», ubicado en el contex-
to del artículo a propósito de Iglesias, no puede sino evocarnos la inmutabilidad, la rigidez, o, in-
cluso, la ilusión de lo ineluctable, características del punto de partida metodológico —pensemos,
por ejemplo, en la Zusammenbruchstheorie— que los positivistas habían tomado prestado de las
ciencias naturales37 y que parecía profundamente enraizado en la Weltanschauung de los teóricos
de la Internacional socialista38. El Marx de los socialistas madrileños aparece así en la alegoría
de Mariátegui como una imagen acabada, esculpida, fija, representando el papel de garante de la
«ciencia», pero, ante todo, como algo verdaderamente diferente de su filosofía, de su «doctrina»
—ubiquémonos en el vocabulario de la cultura de la época y excusemos esta denominación bas-
tante discutible—, lo que nos sugiere, por oposición, otro Marx, un Marx que Mariátegui había
encontrado en las polémicas de la Italia de principios de siglo39 a través de Benedetto Croce, o de
Georges Sorel, al cual atribuía «la renovación y la continuación del marxismo»40, pero también
en la traducción italiana de las Tesis sobre Feuerbach, que Giovanni Gentile había comentado
en 189941 —y que, como nos lo recuerda Robert Paris, «Croce recomendaba a sus lectores en
el prefacio de su Materialismo storico ed economia marxistica»42, del cual Mariátegui va a citar

32 Cfr., E. Lacleau, «Feudalismo y capitalismo en América Latina», en Modos de producción en América


Latina, octava edición, México, Cuadernos Pasado y Presente n° 40, 1980, pp. 23-46.
33 Cfr., P. Vilar, Histoire d’Espagne, ed. cit.
34 Cfr., J. Aricó, Introducción a Mariátegui y los orígenes del marxismo latinoamericano, México, Cuadernos
Pasado y Presente n° 60, 1978, pp. xi-lvi.
35 Tal como lo ha señalado Robert Paris durante el desarrollo de este mismo coloquio, esta crítica a la utiliza-
ción de las imágenes de Marx estaba ya presente en Labriola. Cfr., A. Labriola, Lettere a Engels, Roma, Rinascita,
1949. Véase, en particular, las cartas del 17 de octubre y del 27 de diciembre de 1894.
36 Cfr., por ejemplo, G. Bachelard, La Psychanalyse du feu, Paris: Nrf,, 1938; L’Eau et les rêves, Paris: José
Corti,1942; L’Air et les songes, Paris: José Corti,1943 ; La Terre et les rêveries de la volonté, Paris: José Corti, 1944;
La Terre et les rêveries du repos, Paris: José Corti, 1947 ; G. Durand, Les Structures antropologiques de l’imaginaire,
10ème edition, Paris, Dunod, 1984.
37 Cfr., A. Kremer-Marietti, Le positivisme, Paris, Puf., 1982.
38 Cfr., M. Salvadori, «Kautsky entre la ortodoxia y el revisionismo», en Historia del marxismo, ed. cit., vol
iv, pp. 215-262.
39 Cfr., A. Melis, «J.C.Mariátegui, primo marxista d’America», en Critica marxista, anno v, n° 2, Roma,
marzo / aprile, 1967, pp. 132-157.
40 J. C. Mariátegui, «Defensa del marxismo», en Obras, La Habana., Casa de las Américas, 1872, vol i, p
124.
41 Cfr., G. Gentile, La filosofia di Marx, Pisa, E. Spoerri, 1899.
42 R. Paris, La formación ideológica de José Carlos Mariátegui, México, Cuadernos Pasado y Presente n° 92,

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Voces mayo de 2008

algunos pasajes— 43 o, en los trabajos de Piero Gobetti, que retomaba de «la enseñanza austera
de Croce su adhesión a lo concreto, a la historia»44. Había sido, entonces, ese Marx —ese Marx
italiano—, atento a las vicisitudes de la historia y al papel que representaban en ella la voluntad
humana y la praxis45, el que había suministrado a Mariátegui el horizonte de visibilidad46 y la
mirada atenta a una realidad bastante mas matizada de aquella que emergía de los modelos del
«guesdisme» y del marxismo de la Internacional socialista, y, el que, en definitiva, le conduciría
por los caminos del historicismo.
Es, pues, al interior de ese juego de oposiciones y de su íntima conexión con la tradición del
marxismo italiano, desde donde podemos intentar explicar los aspectos simbólicos de la alegoría
mariateguiana, buscando al mismo tiempo una distancia que nos permita examinar en mejores
condiciones el pasaje que había atraído nuestra atención en el texto de Mariátegui y, en particular,
su observación sobre la ausencia «de palabras de orden precisas para el proletariado campesino»
en el discurso de Iglesias, observación que puede ser colocada entre los primeros esbozos de
una crítica que, pasando por diversos grados de formalización, alcanzará su cima en Los siete
ensayos... y, en particular, en aquellos dedicados al indio y a la tierra, pero también en el artículo
sobre «el problema indio», que Mariátegui publica en Amauta, en agosto de 192947. Será, quizás,
también por eso que, asociando esos dos textos, podemos escuchar, tintineando a lo lejos, armo-
nizándose «a dos voces», con la de Mariátegui, los ecos de los escritos salidos de una pluma
impregnada también de una tintura historicista radical, de la pluma de Antonio Gramsci Porque
no es del todo improbable que, durante su estadía en Italia, Mariátegui haya leído en L’Ordine
Nuovo del 3 de enero de 1920, que «la regeneración económica y política de los campesinos no
debe buscarse en la repartición de tierras no cultivadas o mal cultivadas sino en la solidaridad
del proletariado industrial, que necesita, a su turno, la solidaridad de los campesinos»48, antes
de escribir el mismo que «cuando las peonadas de las haciendas sepan que pueden contar con la
solidaridad de los sindicatos y comprendan el valor de éstos, se despertará fácilmente en ellos la
voluntad de lucha»49. Más allá de la imágenes que podríamos suponer precozmente enraizadas
en Ales o en Moquegua, esta afinidad electiva —para evocar la expresión del Goethe que Max
Weber introduce en el análisis sociológico50 y que ha retomado recientemente Michael Löwy—51
parecería provenir de este historicismo, de la lectura de este «Marx italiano», —Il nostro Marx—
52
que para Gramsci tanto como para Mariátegui había desbrozado el camino de la apropiación de
la realidad... Es por eso que no nos parece tampoco verdaderamente una casualidad que el mismo
ritmo y las mismas preocupaciones atraviesen Los siete ensayos... y Alcuni temi della quistione
meridionale53 que Gramsci había comenzado a redactar cuando, en noviembre de 1926, es arres-

1981, p. 126. Cfr., B. Croce, Materialismo storico ed economia marxistica, décima edición, Bari, Laterza, 1961.
43 J. C. Mariátegui, «Defensa del marxismo», ed. cit., pp. 149-150.
44 J. C. Mariátegui, El alma matinal y otras estaciones del hombre de hoy, Lima, Amauta, 1950, p 151.
45 Cfr., G. Labica, Karl Marx. Les thèses sur Feuerbach, Paris, Puf., 1987.
46 Cfr., R. Zavaleta, «Clase y conocimiento», en Historia y sociedad, n° 7, México, 1975, pp. 3-8.
47 J. C. Mariátegui, «El problema indígena», en Amauta, n° 25 Lima, julio / agosto, 1929.
48 A. Gramsci, «Operai e contadini», en L’Ordine Nuovo, Torino, 3 de enero de 1920.
49 J. C. Mariátegui, «El problema indígena», en Amauta, ed. cit.
50 Cfr., M. Weber, L’Ethique protestante et l’ésprit du capitalisme, Paris. Plon, 1967.
51 Cfr., M. Löwy, Rédemption et utopie, Paris, Puf., 1988.
52 Cfr., A. Gramsci, «Il nostro Marx» en Scritti giovanili, ed. cit., pp. 217-221.
53 Cfr., A. Gramsci, «Alcuni temi della quistione meridionale», en La costruzione del Partito Comunista,
Torino, Einaudi, 1971.

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tado por la policía fascista54 y donde, escribiendo a propósito del Mezzogiorno parece retomar
la alegoría mariateguiana. «Una vez más la «ciencia» —dice Gramsci— sirve para aplastar a los
miserables y a los explotados, pero esta vez ésta se envuelve de colores socialistas y pretende ser
la ciencia del proletariado»55. La crítica a la «ciencia», léase de la carga positivista de la Weltans-
chauung socialista, constituye aquí el punto donde los discursos de Mariátegui y de Gramsci pa-
recen anudarse, transformándose en una suerte de juego de espejos en el cual los trabajadores del
campo del Mezzogiorno no hacen sino reflejar al «proletariado campesino», a los trabajadores del
campo españoles, excluidos el discurso «guesdiste» de Iglesias, pero también —¿por qué no?—
los trabajadores del campo latinoamericanos, excluidos por el marxismo de la Internacional socia-
lista, que, vehiculado por la comunidad de la lengua castellana, se deslizaba ya, subrepticiamente,
hacia la América latina...56 Por otra parte, es en ese contexto que la ausencia de cualquier referen-
cia seria a un proceso de la importancia y de la dimensión social de la Revolución Mexicana du-
rante los congresos de la Internacional socialista, aparece, en toda su dimensión, como un lapsus
revelador de la naturaleza de la representación que los socialistas se hacían de la revolución. «El
análisis socialista —constata José Aricó— tendía a sobrestimar la acción de los agentes sociales
«modernos» : el proletariado, el pequeño propietario o la burguesía liberal, mientras que lo que
caracterizaba la Revolución Mexicana era el hecho de ser, esencialmente, un gran movimiento
campesino, donde la estructura «moderna» se revelaba extremadamente frágil y limitada»57. En
ese nivel, ironizando a propósito de la manera en que la burguesía y los socialistas veían los traba-
jadores del campo del Mezzoggiorno, el espejo gramsciano parece reflejar también, igualmente,
a la vieja oligarquía latinoamericana y de sus ecos en el discurso «socialista institucional» sobre
los trabajadores del campo de América latina. El Mezzogiorno —escribe— es la carga de plomo
que impide a Italia progresar más rápidamente en su desarrollo material, los meridionales son,
de un punto de vista biológico, seres inferiores, casi bárbaros, léase bárbaros completos, es su
naturaleza, y si el Mezzogiorno es atrasado la culpa no es ni del sistema capitalista ni de ninguna
otra causa histórica sino de la naturaleza que ha creado a los meridionales perezosos, incapaces,
criminales, bárbaros»58. La ironía de Gramsci, dirigida «a los Ferri»59 —cuya importancia en la
recepción de un marxismo de cuño positivista en América latina es sobradamente conocida—60,
54 Cfr., G. Fiori, Vita d’Antonio Gramsci, Bari, Laterza, 1989.
55 A. Gramsci, «Alcuni temi della quistione meridionale », en La costruzione del Partito Comunista, ed. cit.,
p 140.
56 Cfr., J. Massardo, La formation de l’imaginaire politique de Luis Emilio Recabarren, Thèse, Doctorat en
Histoire, Université de Paris III - La Sorbonne Nouvelle, 2 Vol., 1994.
57 J. Aricó, «Il marxismo latinoamericano negli anni della III Internazionale», en Storia del marxismo, Torino,
Einaudi, 1981, vol iii, p 1019.
58 A. Gramsci, «Alcuni temi della quistione meridionale », en La costruzione del Partito Comunista, ed. cit.,
p 140.
59 Ibidem,.
60 Enrico Ferri viaja a América latina en 1908. Autor de Socialismo e scenza positiva. Darwin, Spencer, Marx,
publicado en 1894, « confuso intrecciarsi di influenze culturali (darwinismo, spencerismo, marxismo) di cui si sos-
tanziava l’ideologia socialista nel periodo della II Internazionale... espressione di una fiducia tanto cieca quanto su-
perficiale nella efficienza delle leggi evolutive naturali per la transformazione dei rapp.orti sociali... Ferri presentò nel
gennaio 1908 le propie dimissioni dalla redazione dell’Avanti!, alla direzione del partito socialista, sostenendo che un
suo viaggio di conferenze nel l’America latina lo avrebbe impegnato per un anno intero » (F. Andreucci e Tommaso
Detti, Il movimento operaio italiano. Dizionario biografico 1853-1943, Roma, Editore Riuniti, 1976, vol. ii, p. 349).
El principal centro de desplazamiento de Ferri en la región, durante ese año, parece haber sido Buenos Aires, donde
sostiene una polémica con Juan Bautista Justo (Cfr., Revista Socialista Internacional, vol i, n° 1, Buenos Aires, 1908).
Ferri se encuentra en Santiago de Chile entre fines de septiembre y principos de octubre de 1910, donde es recibido,

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Voces mayo de 2008

podría igualmente también haber sido dirigida a Domingo Faustino Sarmiento, que escribía en
Facundo —y esta vez no por ironía sino porque Sarmiento estaba perfectamente convencido—
que «las razas americanas viven en el ocio e, incluso sometidas a apremios físicos, son incapaces
de hacer convenientemente un trabajo duro y continuo»61, o en las páginas de El Progreso, que
«Colo-colo, Lautaro y Caupolicán, a pesar de los ropajes civilizados y nobles con los que les ves-
tía Ercilla, no eran sino indios repugnantes»62. La ironía de Gramsci, reverberando en el espejo
de su discurso, y siempre a dos voces con el de Mariátegui, nos abre así una pista de una extraor-
dinaria potencialidad heurística, la que nos suministra una clave de lectura de los orígenes de la
cultura política del movimiento popular en América latina y una vía de explicación de lo que la
investigación historiográfica no puede sino constatar: la exclusión conceptual y programática de
los trabajadores del campo en todo el discurso socialista que emerge en América latina a partir de
los años 1840, y que adquiere una forma acabada en el período en el cual Mariátegui comienza a
estructurar el suyo...63
Seducidos por la potencialidad del pensamiento de Mariátegui, lo hemos seguido a través
del espejo gramsciano, estimulados por la originalidad de su perspectiva, recortada del discurso
dominante entre los socialistas, no subalterna y, en lo más profundo de ese espejo hemos creído
percibir fugazmente, ab ovo, estrechamente vinculadas a una lectura precoz de las Tesis sobre
Feuerbach, las huellas del demiurgo historicista de la alegoría mariateguiana, huellas que llaman
nuestra atención no solamente por lo que traducen en relación con preocupaciones concretas —la
tierra, los trabajadores del campo— sino sobre todo porque forman parte de una metodología64,
detrás de la cual aparecen los fundamentos del aparato teórico con el que Mariátegui se daba al
ejercicio «de la crítica socialista de la realidad peruana»65. A partir de este examen, el busto de
Marx y su «doctrina», alegoría que surge del artículo consagrado a Pablo Iglesias publicado por
la revista Variedades, en Lima, el 19 de diciembre de 1925, se transforman para nosotros en imá-
genes reveladoras de ese historicismo radical que se constituye en uno de los componentes más
profundos del pensamiento y del imaginario político de José Carlos Mariátegui.

En París, otoño de 1994.

entre otros, por Malaquías Concha, dirigente del Partido Democrático, y por los políticos liberales, Valentín Letelier
y Arturo Alessandri. Este último será, diez años más tarde, elegido Presidente de la República (Cfr., «Enrico Ferri»,
en El Mercurio, Santiago de Chile, 27 de septiembre de 1910).
61 Cfr., D. F. Sarmiento, Facundo, civilización y barbarie, Buenos Aires, Juan Roldan, 1914, / vii, 26. Podemos
observar aquí que Charles de Mazade comenta varios pasages de este texto en un artículo titulado «Le socialisme en
Amérique du Sud», publicado en la Revue des Deux Mondes, en Paris, el 15 de mayo de 1852, lo que muestra hasta
que punto la concepción antropológica y racial de Sarmiento estaba asimilada a la de los socialistas.
62 D. F. Sarmiento, «Creemos pues que no deberían ya nuestros escritores...», en El Progreso, Santiago de
Chile, 28 de septiembre de 1844.
63 Cfr., L. Zea, Pensamiento positivista latinoamericano, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1980.
64 Cfr., O. Fernández, Mariátegui o la experiencia del otro, Lima, Amauta, 1994.
65 J. C. Mariátegui, Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, ed. cit., p 14.

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DOCUMENTO Nº2
Caricatura alusiva al día del trabajador1


La presente caricatura refleja el como quienes controlan los medios de producción y los medios
masivos de comunicaión (entendidos estos como medios de producción y difusión ideológica),
dirigen sus políticas al desprestigio de los trabajadores y del medio de manifestación y presión
más fuerte que poseen, la movilización y la huelga.

1 Diario La Nación, viernes 2 de mayo de 1997, sección opinión, Pág. 6

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