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PRIMERA PARTE: ESCATOLOGÍA CONSUMADA

I. LA PARUSÍA

El término parusía, en lenguaje cristiano se usa para expresar la venida gloriosa de


Jesucristo al final de la historia.
Deriva de pareimi (estar presente), palabra utilizada en el antiguo mundo helénico para
referirse a la visita de personajes de la realeza o de seres divinos. Expresaba el acto de venir
de un personaje importante trayendo consigo bienes e inaugurando una nueva era para el
pueblo.
En el cristianismo, pronto se refirió a la segunda venida o retorno del Hijo de Dios hecho
hombre, al final de los tiempos “de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y
muertos” (Credo).
La teología está llamada a recuperar una visión de la parusía como el misterio de un Dios
que busca amorosamente el encuentro con los hombres.

DIOS SE ACERCA A LOS HOMBRES EN LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN


La noción de parusía viene preparada en el AT. La historia sagrada que narra el AT muestra
a Dios siempre atento y cercano al hombre, desde los comienzos; y aun cuando los hombres
se alejan al pecar, Dios no los abandona.
La cercanía del Señor se ve afectada por el pecado de los hombres. De hecho, los desastres
nacionales son tomados como una señal de que Dios ha dejado solo al pueblo debido a sus
iniquidades. Los profetas inculcan en el pueblo la conciencia de que la presencia del Señor
está vinculada a la fidelidad de Israel a la Alianza.
La fe en un Dios cercano a los hombres suscita una línea concreta de esperanza: se añora
una intervención divina (como en el Éxodo) que mejore definitivamente la situación del
pueblo: el Día de Yahvé.
El pueblo escogido esperaba ver aplicado el castigo divino a los pueblos que lo acosaban.
Sin embargo, profetas como Amós, viendo cómo el pueblo seguía confiando en su status
privilegiado y descuidando su fidelidad al Dios de la Alianza, incluye una nota de amenaza
en sus oráculos: el Día de Yahvé traerá juicio y castigará a los impíos, sin excluir a
miembros de la casa de Israel. Aquel día encierra una promesa de salvación, pero también
posee un aspecto terrible, particularmente para los infieles.
Cuando llegan las grandes catástrofes nacionales, como la destrucción del reino del norte,
asedio babilónico de Jerusalén, caída y destrucción del Templo, deportación… reciben una
interpretación religiosa: son vistas como visitación y juicio de Dios. En un futuro, Yahvé
restablecerá a Israel y castigará a sus enemigos.
A partir del exilio, bajo la guía de los profetas se desarrolla una esperanza marcada por dos
cuestiones:
1. El anhelo de una futura presencia de Yahvé verdaderamente duradera (Reino
eterno).

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2. La aguda conciencia de que la cercanía salvadora de Dios está en función de la
fidelidad del pueblo a la Alianza.
El anhelo de salvación definitiva adquiere un matiz de exigencia moral. Los profetas
vaticinan no sólo una liberación de enemigos exteriores, sino también de pecados. Incluyen
en su predicación una llamada a la conversión y a la santidad. Sólo los justos podrán
mantenerse en pie ante el tribunal divino

LA ESPERANZA DEL MESÍAS


Una segunda línea en la revelación del AT vincula la salvación futura a un personaje
misterioso: el Mesías o Ungido e Yahvé.
Isaías vaticina su nacimiento milagroso y su nombre: “… una doncella está encinta y va a
dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel” (Is 7,14).
Las expectativas de la aparición de un descendiente de David que inaugure un Reino
imperecedero surgen a finales de la época veterotestamentaria.
En Daniel (7,13-14) aparece un personaje misterioso con atributos celestiales y viene para
establecer un imperio eterno que nunca pasará.
El NT aporta dos elementos nuevos:
1. Concentra el misterio en Cristo.
2. Distingue entre dos venidas, una humilde y otra gloriosa.
Son significativos los nombres que aparecen en el relato de Mateo sobre la concepción de
Jesús. El primero es el que el ángel indica a José: se llamará Jesús, que significa “Yahvé
salva”. Otro es Emmanuel: Dios con nosotros (Mt 1, 23); es un término de presencia divina
sugerente.
La primera venida puede llamarse epifanía amortiguada. Para muchos, tal nota kenótica
resulta desconcertante, pues la venida del Hijo de Dios en la humildad de la carne no
corresponde al anuncio profético del fulgurante día de Yahvé ni a la instauración definitiva
y estable del Reino mesiánico.
Cristo habla claramente de otra venida suya, futura. Esta segunda venida presenta
características distintas:
1. Será triunfante. Será tan visible como el relámpago y nadie pasará inadvertido (Mt
24, 26-28; Lc 17, 23).
2. Consumará la salvación y cerrará la historia (Mc 13); traerá el fin del mundo (Mt
24, 3).
3. Es descrita con tintes apocalípticos (Mc 13, 24-26). Los justos brillarán como el sol
en el Reino del Padre (Mt 13, 41-43).
Estos rasgos tienen doble interés: dibujan un acto final con trazos grandiosos indicando que
la historia quedará clausurada por una intervención divina que renovará la humanidad y el
cosmos; por otra, muestran al Hijo del hombre viniendo con autoridad y poder: subrayan el
carácter triunfante de su retorno.

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El Hijo del hombre queda situado en el centro. La figura del anciano en la visión de Daniel
cede su lugar al Hijo.
Para Lucas, en Hechos de los Apóstoles: el Señor que vino, volverá. Por eso en la
Ascensión: ¿qué hacen ahí mirando al cielo…?
Para Pablo, la aproximación divina a los hombres se realiza en la historia a través de la
Encarnación del Hijo: al llegar la plenitud de los tiempos… (Ga 4,4). Y la presencia divina
tendrá su culmen en el último día, con el retorno de Cristo glorioso.

EXPECTACIÓN CRISTIANA DE LA PARUSÍA


1. El primitivo anhelo por el retorno del Señor
Los tres primeros siglos de la Iglesia se caracterizaron por una fuerte nostalgia por el Señor.
El recuerdo de la persona de Cristo está muy vivo, debido a las relaciones directas que los
autores tuvieron con los Apóstoles. Y surgen expresiones como: “el fin está cerca, hay que
apresurarse hacia la conversión y la santidad”.
La nostalgia del Señor brilla no sólo en los escritos, sino también en las acciones de los
primeros cristianos. Da lugar a todo un estilo de vida: desprendimiento, austeridad y
castidad; serenidad en medio de las persecuciones; valentía ante el martirio… suscitando
además la admiración de los paganos y atrayendo nuevos conversos.
Esta expectación prosigue a lo largo de la época patrística.
2. Declive de la expectativa parusíaca
La paz constantiniana se caracteriza por un declive del anhelo del fin del mundo. Cesan las
persecuciones y se consolida la paz religiosa. Algunos cristianos sospechan que la victoria
del Reino de Dios ya ha llegado de alguna forma.
Al pasar el tiempo y no realizarse la parusía, ésta se concibe cada vez más como un evento
lejano en comparación con el momento de la muerte. La mirada de los creyentes se
traslada, del final universal, al final del individuo. “El fin de cada una de nuestras vidas es
una imagen de la consumación. Uno se equivocaría llamándolo el fin del mundo” (Juan
Crisóstomo). Para él, es necesario preocuparse antes por la muerte de cada uno. Prevalece
la escatología individual.
La lucha doctrinal contra las herejías obliga a los pensadores cristianos a centrar su
atención en cuestiones teológicas algo alejadas de la escatología. La predicación
escatológica queda relegada a la homilética y a los escritos ascéticos.
Con el desmoronamiento del Imperio Romano (fue símbolo el saqueo de Roma en 410 dC),
resurge momentáneamente un interés por el fin de los tiempos. Despunta el recuerdo de los
pasajes apocalípticos y la idea del retorno del Señor para clausurar la historia. Los desastres
naturales y las debacles militares son leídos cada vez más como señales de la inminente
venida de Cristo, aunque de manera superficial, pues este interés pierde terreno cuando se
derrumba el Imperio romano y no se produce el fin del mundo ni la venida de Cristo.
No se puede hablar de fechas finales (Mt 24,36). Es irrelevante saber cuándo y es más
importante vigilar. En sentido profundo y espiritual, ya estamos en los últimos días; y en

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esta etapa actual, ya ocurre la resurrección de los muertos con la regeneración bautismal, y
el reinado de Cristo y de sus santos se realiza ya en la Iglesia.
3. La parusía, tema secundario y preocupante: del final de la época patrística hasta la
Edad Media
La parusía pasa a segundo plano, excepto algunos rebrotes de milenarismo. Se empieza a
considerar más en aspectos catastróficos. Se puede hablar de un proceso que va de la
esperanza al temor.
4. Eclipse de la expectación escatológica en la Edad Moderna
En la Edad Moderna, la expectación escatológica no desaparece del todo, pero su presencia
parece debilitarse en amplios sectores de la sociedad. En esta época se da la reforma
protestante, la suspicacia de la razón frente a las verdades reveladas, el crecimiento de una
visión secular de la existencia. La combinación de tales factores ciega o desvía la mirada de
todo lo referente a un acto divino que clausurará la historia.
5. Revaloración del tema de la parusía en la época contemporánea
En el siglo XX renace el interés por la escatología, tanto en el mundo protestante como en
el católico, en éste último sobre todo por el regreso a las fuentes. Parece que sigue en pie el
reto de reavivar en los fieles el mismo anhelo de Jesús que albergaron los primeros
cristianos.

LA PARUSÍA EN LOS SÍMBOLOS DE FE Y EN LA LITURGIA


En los Símbolos de fe, la referencia al retorno del Señor en gloria queda incorporada
tempranamente. Y en el capítulo VII de la Lumen Gentium se detiene a hablar de la índole
escatológica de la Iglesia. Invita a los creyentes a dirigir la mirada más allá de la Iglesia
actual, hacia delante y hacia arriba, a la meta final. La Gaudium et spes recuerda que los
esfuerzos de los hombres están ordenados hacia los nuevos cielos y la tierra nueva. El reino
ya está misteriosamente presente en nuestra tierra, pero cuando venga el Señor se
consumará su perfección (n. 39).
En la Liturgia, la doctrina del Retorno del Señor siempre ha gozado de un cobijo seguro,
manifestando la fe del cristiano de distintas épocas.
En el Padrenuestro se pide explícitamente: “venga a nosotros tu Reino”. En la oración del
Señor se trata la venida final del Reino de Dios por medio del retorno de Cristo. Por otro
lado, la exclamación Ven Señor Jesús. Anunciamos tu muerte, proclamamos tu
resurrección, ven Señor Jesús. Cada vez que comamos de este pan y bebamos de este cáliz,
anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vengas.

REFLEXIÓN TEOLÓGICA: LA PARUSÍA COMO CULMINACIÓN DE LA


APROXIMACIÓN DE DIOS A LAS CRIATURAS
- La revelación sobre la parusía resalta la realidad de una distancia existente entre
Dios y nosotros. Una distancia abismal entre el ser Creador y trascendente y su
obra; otra, la provocada por el pecado. Sin embargo, Dios tiende a superar este

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abismo. La parusía aparece como la culminación de una ley de aproximación de
Dios al mundo.
- La fe en un Dios que quiere mantenerse cercano hace del cristianismo una religión
singular.
- En este misterio de acercamiento, cabe distinguir dos movimientos:
o El que Dios hace por iniciativa propia a sus criaturas, hasta la Encarnación,
en el Emmanuel.
o Este acercamiento divino reclama del hombre un movimiento
correspondiente, un ponerse en camino, un subir a su encuentro. Podemos
afirmar que la parusía significa la respuesta sobreabundante de dios a la
carencia humana más fundamental. Es el encuentro definitivo entre la sed de
Dios y la sed del hombre.
- La doctrina de la parusía nos habla de un encuentro intimísimo entre Dios y sus
criaturas. La aproximación termina por ambas partes en la constitución de una
alianza o unión nupcial. Y en esta conjunción divino-humana desempeña un papel
esencial el Hijo.
- El amor es el elemento esencial del misterio de la parusía. Dios es amor. Dios se
inclina hacia los hombres y la única respuesta válida del hombre, frente a este Dios-
amor, sólo puede ser también el amor.
- La teología cristiana está llamada, no a hacer elucubraciones irrelevantes al drama
salvífico, sino a avivar el amor y la esperanza de los cristianos.

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