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¿Por qué la gente ha necesitado a lo largo de tanto tiempo la organización

social de la misma gente?, ¿por qué el control del hombre sobre otro hombre?
Estas son buenas interrogantes para comenzar a vislumbrar el génesis de todo el
meollo que ocupa nuestra atención en este momento.

Han existido distintas organizaciones dispuestas al control del hombre.


Evidentemente, este “control” ha sido necesario para garantizar la propiedad
individual y colectiva de la comunidad de la que se esté hablando. “El hombre se
ha visto en la necesidad de abandonar los placeres e impulsos característicos del
animal natural para poder acceder al beneficio de la comunidad, la libertad civil.” 1
En efecto, a primeras se distingue que esta libertad es la sustancia del goce, la
esfera del placer y necesidad, pero al analizar se podrá distinguir que esta libertad
natural da una escabrosa pauta para que la limitación se conciba por parte de
otros hombres que tienen derecho a subyugarte o cualquier acción indeterminada
para afectar con el derecho individual de propiedad. A simple vistazo se diría que
la libertad natural es ilimitada pero conlleva un gran problema opuesto que
contrasta violentamente: una guerra. En algún momento la consciencia del hombre
advierte que se necesita regular este derecho a la libertad que el hombre tiene por
naturaleza, innatamente. Distinguiremos que la organización colectiva de todos los
individuos –en determinada zona geográfica que a su vez determina la cultura y el
sentido común de los integrantes que ocupan un lugar en ella- se da al unísono
con la estructuración de la razón del poder. A grandes rasgos, decimos –a partir
de ese momento- que el Estado se concibe como una forma de paz, controlando
el caos que se puede suscitar a través de la naturaleza animal del hombre. En
éste, cada uno de sus integrantes están regulados en materia de pertenencia,
derechos, obligaciones para garantizar la “anulación” de conflictos que está
predispuestos de ante mano. El gobierno que se ejecuta salvaguarda el derecho
que tienen todos los individuos para realizar lo que les plazca a través de un
marco permisible: hacer las cosas sin afectar al prójimo y si esto es así, se
produce un castigo.

1
Locke, J. (1690) Ensayo sobre el gobierno civil. España.
Además de denominar una identidad de lo que es el Estado estamos en
posición de hablar de su estructura general que ha formado a través del tiempo.
Independientemente de la época de la que se hable, generalmente se concibe
con tres grandes elementos:

Una población: Naturalmente, un compendio de mentes con pensamiento


distintos crea la entidad en sí que es el Estado. Este conjunto de personas vive en
conjunto por la necesidad de cumplir con una necesidad social innata humana, la
necesidad de mezclar el pensamiento y concebir mejoras para la comunidad y
también de manera individual.

Podrá considerarse -por lo que se ha leído- que la identidad que tiene el


conjunto de gente es similar a un objeto “entero e indivisible” pues es más fácil
para el propio gobierno observar de esta manera a su población, pero lo que no se
nota a primeras es que la comunidad de individuos conforman el propio Estado
con su conjunto de normas en base a las leyes naturales del hombre y de segunda
instancia las obras que se suscitan después del mismo derecho natural.

Sea como sea, el Estado adquiere de alguna manera la capacidad de obtener


una consciencia. Más allá de que es una creación de la comunidad de individuos,
ésta adquiere una autonomía y más allá todavía: una supremacía sobre todas las
cosas humanas de la población.

Ahora: la región. Podemos decir que la región que ocupa determinada


comunidad, apropiándose de sus riquezas y adaptando sus necesidades humanas
al entorno es la propiedad del territorio. Como hemos sabido anteriormente, el
hombre se estableció en algún momento del flujo temporal en alguna zona por
cuestiones meramente prácticas; el pensamiento se transfiguró al sentido común
que tenemos actualmente y se establecieron estos territorios a manera de
comarcas, donde cada uno de los pueblos se vieron en la acción de transmitir las
acciones del Estado en sí a las comunidades vecinas.

Más tarde, la región o territorio que ocupó el hombre para establecerse,


adquirió una identidad jurídica donde el Estado aplicaba de determinada manera el
poder que se tenía sobre el pueblo que ocupaba su lugar en el espacio territorial.
En este espacio se rige con específicas reglas, máximas o normas definidas por el
propio estado. De alguna manera, esta noción moderna de región adquiere un
sentido pragmático por el hecho que ningún ente ajeno a la identidad del territorio
pueda ser considerado para cambiar la consciencia del Estado de aquella región.

Y bien, como es sabido, el elemento que ocupa la sustancia del estudio


político es el poder en sí. La población que ocupa un espacio en determinado
espacio territorial tiene por encima la identidad –intangible, si se puede decir- que
controla al hombre para salvaguardar la paz.

Cualquier sociedad está organizada mediante el poder que ejerce un grupo de


personas en asamblea sobre su población. Esta es una serie de normas
concebidas para ser cumplidas por la población.

A grandes rasgos decimos que el Estado se conforma por distintas formas de


normas para provocar el orden, siendo éste un tanto gélido al grado de subyugar a
su propio creador. Pero más allá de verlo como una entidad que rige a las
personas, debemos notar que Estado nació como una forma de humanismo, su
sustancia es meramente humana, conteniendo sus instintos animales naturales y
las capacidades adquiridas con el intercambio de ideales entre cada uno de estos
individuos.

A veces es más cómodo pensar que el control existente es por el bien de


nuestros propios intereses y debemos permitir la influencia ejercida sobre los
demás pues sería lo ideal: el ser y el dejar ser.
BIBLIOGRAFÍA

Bobbio, Norberto y Mateucci, Pasquino (2007). Diccionario de política. México:


Siglo XXl Editores.

Dabin, Jaen (2003). Doctrina General del Estado de Filosofía Jurídica. (Serie
Doctrina Jurídica). Núm. 123 (Gonzáles Uribe, Héctor Toral Moreno, Traductores)
México: llJ UNAM. Disponible en:
http://biblio.juridicas.unam.mx/libros/libro.htm?l=832

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