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Frases San Oscar Romero

14 octubre 2018

El cristianismo
El cristianismo no es un conjunto de verdades que hay que creer, de
leyes que hay que cumplir, de prohibiciones. Así resulta muy
repugnante. El cristianismo es una persona que me amó tanto que
reclama mi amor. El cristianismo es Cristo (Homilía 6 de noviembre de
1977, I-II p. 312).

La victoria de Cristo
Las victorias que se amasan con sangre son odiosas. Las victorias que
se logran a fuerza bruta, son animales. La victoria que triunfa es la de la
fe. La victoria de Cristo, que no vino a ser servido sino a servir (Homilía
25 de marzo de 1978, IV p. 112).

¿Qué Evangelio y es ése?


Eso quiere la Iglesia: inquietar las conciencias, provocar crisis en la
hora que vive. Una Iglesia que no provoca crisis, un Evangelio que no
inquieta, una palabra de Dios que no levanta roncha -como decimos
vulgarmente-, una palabra de Dios que no toca el pecado concreto de la
sociedad en que está anunciándose, ¿qué evangelio es ése?
Consideraciones piadosas muy bonitas que no molestan a nadie, y así
quisieran muchos que fuera la predicación. Y aquellos predicadores que
por no molestarse, por no tener conflictos y dificultades evitan toda
cosa espinosa, no iluminan la realidad en que se vive, no tienen el valor
de Pedro de decirle a aquella turba donde están todavía las manos
manchadas de sangre que mataron a Cristo: «¡Ustedes lo mataron!».
Aunque le iba a costar también la vida por esa denuncia, la proclama.
Es el Evangelio valiente, es la buena nueva que vino a quitar los
pecados del mundo (Homilía 16 de abril de 1978, IV pp. 162-163).

Hay muchos que comulgan y son idólatras


Un cristiano que se alimenta en la comunión eucarística, donde su fe le
dice que se une a la vida de Cristo, ¿cómo puede vivir idólatra del
dinero, idólatra del poder, idólatra de sí mismo, el egoísmo? ¿Cómo
puede ser idólatra un cristiano que comulga? Pues queridos hermanos,
hay muchos que comulgan y son idólatras (Homilía 28 de mayo de
1978, IV p. 269).

«Cuando comulgas recibes fuego»


Si creemos de verdad que Cristo, en la eucaristía de nuestra Iglesia, es
el pan vivo que alimenta al mundo, y que yo soy el instrumento como
cristiano que creo y recibo esa hostia y la debo llevar al mundo, tengo la
responsabilidad de ser fermento de la sociedad, de transformar este
mundo tan feo. Eso sí sería cambiar el rostro de la patria, cuando de
veras inyectáramos la vida de Cristo en nuestra sociedad, en nuestras
leyes, en nuestra política, en todas las relaciones. ¿Quién lo va a hacer?
¡Ustedes! Si no lo hacen ustedes, los cristianos salvadoreños, no
esperen que El Salvador se componga. Sólo El Salvador será
fermentado en la vida divina, en el reino de Dios, si de verdad los
cristianos de El Salvador se proponen a no vivir una fe tan lánguida,
una fe tan miedosa, una fe tan tímida, sino que de verdad como decía
aquel santo, creo que San Juan Crisóstomo: «Cuando comulgas, recibes
fuego», debías de salir respirando la alegría, la fortaleza de transformar
el mundo (Homilía 28 de mayo de 1978, IV p. 273).

Límpiame Señor
Señor, no me des riquezas, no me des vida larga o corta, no me des
poderes en la tierra que embriagan a los hombres, no me des locuras de
idolatría de los falsos ídolos de este mundo. Límpiame, Señor, mis
intenciones y dame la verdadera sabiduría del discernimiento, para
distinguir entre el bien y el mal, dame la convicción que sentía san
Pablo de sentirse amado (Homilía 30 de julio de 1978, V p. 98).

La oración
El hombre es el otro yo de Dios. Nos ha elevado para poder platicar y
compartir con nosotros sus alegrías, sus generosidades, sus grandezas.
Qué interlocutor más divino. ¡Cómo es posible que los hombres
podamos vivir sin orar! ¡Cómo es posible que el hombre pueda pasarse
toda su vida sin pensar en Dios! ¡Tener vacía esa capacidad de lo divino
y no llenarla nunca! (Homilía 13 de agosto de 1978, V p. 119).
Cristo desborda la Iglesia
Dios está en Cristo y Cristo está en la Iglesia. Pero Cristo desborda la
Iglesia. Es decir, la Iglesia no puede pretender tener del todo a Cristo,
al modo de decir: sólo los que están en la Iglesia son cristianos. Hay
muchos cristianos de alma que no conocen la Iglesia, pero que tal vez
son más buenos que los que pertenecen a la Iglesia. Cristo desborda la
Iglesia, como cuando se mete un vaso en un pozo abundante de agua, el
vaso está lleno de agua pero no contiene todo el pozo, hay mucha agua
fuera del vaso. Así dice el Concilio que hay muchos elementos de
verdad y de gracia que pertenecen a Cristo y que no están en la Iglesia.
Esta es una de las grandes revelaciones, diríamos, redescubrimientos
de una gran verdad. Para quienes se sienten orgullosos vanamente de la
institución Iglesia, sepan que podemos decir: allí no son todos los que
están ni están todos los que son. No están todos los que son, hay
muchos cristianos que no están en nuestra Iglesia. Bendito sea Dios,
que hay mucha gente buena, buenísima, fuera de los confines de la
institución Iglesia: protestantes, judíos, mahometanos, etc. (Homilía 13
de agosto de 1978, V p. 124).

La Piedra de toque
Ustedes saben como los plateros prueban la autenticidad de la plata o
del oro. Hay una piedra de toque, tocan contra la piedra a ver si suena y
calculan sus quilates. La cruz es nuestra piedra de toque. Golpeemos en
la cruz nuestra vida y miremos cómo suena. Suena a cobardía, suena a
miedo, suena a pensamientos de los hombres y no de Dios. La cruz es la
auténtica prueba del hombre que quiere seguir a Cristo, por eso el
Señor dice: el que quiera venir en pos de mí, tome su cruz (Homilía 3
de septiembre de 1978, V p. 163).

Los quiero mucho


Queridos hermanos, sobre todo ustedes mis queridos hermanos que me
odian, ustedes mis queridos hermanos que creen que yo estoy
predicando la violencia, y me calumnian y saben que no es así, ustedes
que tienen las manos manchadas de crimen, de tortura, de atropello, de
injusticia: ¡conviértanse! Los quiero mucho, me dan lástima, porque
van por caminos de perdición (Homilía 10 de septiembre de 1978, V p.
180).

Dios te llama y te perdona


Vuelvo a repetir lo que aquí he dicho tantas veces dirigiéndome a través
de la radio a aquéllos que tal vez son los causantes de tantas injusticias
y violencias, a aquellos que han hecho llorar a tantos hogares, a
aquéllos que se mancharon de sangre con tantos asesinatos, a aquéllos
que tienen sus manos manchadas de torturas, a aquéllos que han
encallecido su conciencia, que no les duele ver bajo sus botas a un
hombre humillado, sufriendo, tal vez ya para morir, a todo ellos, les
digo: no importan tus crímenes, son feos, horribles, has atropellado lo
más digno del hombre, pero Dios te llama y te perdona (Homilía 24 de
septiembre de 1978, V p. 207).

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