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Al despertar nunca recuperaba del to

TRES NUDOS EN LA RED


do la certidumbre de continuar viva,
no quería recuperarla. Se deslizaba sin
ruido por los corredores -evitando el
A Juan Vi~ente Melo encuentro de los espejos- e iba a ocuI·
tarse hasta el fondo del traspatio. Allí
permanecía hasta que alguien iba a re·
Por Rosario CASTELLANOS cogerla bruscamente a la hora de comer.
Ante sus mayores no había modo de
Dibujos de Alberto GIRONELLA hacerla hablar, porque ella no estaba
allí.
-Mamá Gregaria fue siempre muy Esteban y Juliana, por su parte, no
L NACIMIENTO de Agueda produjo
E una decepción -mitad consternada
mitad satisfecha de vaticinio cum--
plido- entre los miembros de la familia
precavida.
-Se pasaba.
-En cambio otras prefieren deberle a
atendían más que a su propia hostilidad
y a su rencor. Se pedían, con una dife-
rencia llena de sarcasmo, la sal; se agra·
las once mil vírgenes con tal de no pen- decían irónicamente el postre. Pero 110
Sanromán. gastaban una sola palabra superflua en
Después de los tres primeros y suce- sar en el mañana.
Juliana sentía el pinchazo de la indi- la conversación.
sivos fracasos maternales de Juliana no Agueda corría fuera del comedor lo
únicamente era previsible sino también recta. Esteban había aludido, natural-
mente, a la madre de ella, a la viuda más pronto posible para buscar su n~·
justo que diese a luz a un varón. ¿Pero
que nunca supo ¡la pobre! lo que era fugio favorito y lejano. Allí, a la hora
quién puede fiarse de estas mujeres de
un barrio cualquiera, sin casta y sin or- sacar una cuenta ni ahorrar un centavo. del atardecer, se entretenía retorciendo
gullo? Tuvo una hembra y, como si no y ni siquiera había sido capaz de colocar el cuello de los pájaros que, en el pnn-
fuera suficiente, la melindrosa se dio bien a sus hijas. Allí estaba, por ejemplo, cipio del crepúsculo, disminuían h al-
además el lujo de quedar imposibilitada Juliana. Atada a un señor con veinte tura y la velocidad de su vuelo, hasta
para concebir de nuevo. años y veinte mil mañas más que ella, quedar al alcance de unas manos ra-
¿Adónde, suspiraban en sus asambleas al que sólo le quedaban las ínfulas de paces. Después, con el pequeño cadávcr
dominicales, amodorrados después de rico. Y en cuanto a la otra ... oculto entre la blusa y el pecho, Agneda
la abundante comida, los Sanromanes, Como si sus pensamientos hubieran iba al jardín y en uno de los arriates
adónde van a ir a parar los hermosos llegado, por distintos caminos al mismo cavaba un breve agujero para enterrarlo.
cañaverales de Esteban, las enormes par- punto, preguntaba con fingida inocen- Encima de la tierra removida colocaba
tidas de ganado, las fincas de la tierra cia el marido: una flor, como señal y duelo.
fría y dc la tierra caliente? A manos de -¿Se averiguó, al fin, de que le vino También se complacía en despojar a
un extrañ,o, si bien les iba. Porque Ague- la muerte a tu hermana Elena? las lagartijas del cuero verde que las
da, a juzgar por las apariencias, no iba -No la envenenaron para quedarse cubre. Bajo su grosura y aspereza iba
a ser fácil de casar. con la herencia, como a la tuya. apareciendo una membrana blancuzC'l,
Esteban no se preocupaba demasiado Lo que había comenzado en murmullo transparente casi que permitía observar
por el porvenir de su hija. Calculaba tenue iba adquiriendo la densidad y el la palpitación enloquecida de las ví.,-
únicamente que la dote habría de ser volumen de una disputa violenta. En ceras. Agueda veía, con paciencia, de-
mayor de lo que había dispuesto. Pero los tapancos altísimos, en las paredes es- crecer el ritmo hasta paralizarse. En-
después de todo era la hija única, por- pesas, en la amplitud de las habitaciones tonces, cuidadosamente, colocaba al ani·
que los bastardos no contaban. Por su de las casas de Comitán, rebotaban los mal sobre una piedra y lo dejaba libre,
parte Juliana tenía confianza en que la insultos, las recriminaciones, los repro- La lagartija permanecía inmóvil un ins-
niña embarnecería con la edad. Además ches. tante y luego echaba a correr y se perdía
ella iba a encargarse de que recurriera a En la recámara vecina Agueda des- entre los matorrales.
todos los artificios de la coquetería. Si pertaba con sobresalto. En una ocasión Juliana sorprendió los
se esmeraba cn ser limpia y hacendosa -Están hablando de mí. manejos de la niña. Su primer impulso
y en parecer de sangre liviana no faltaría Distinguía la voz de su padre: maciza fue abalanzarse y golpearla, interrum·
qui~n se fijara en ella para desposarla.
como su cuerpo, solemne como sus pa· piendo así aquel juego cruel. Pero luego
Al hn y al cabo, matrimonio y mortaja... sos, certera como la aguda punta del una especie de veneración ancestral la
Pero conforme Agueda iba creciendo bastón de caoba que acertaba siempre contuvo. Agueda es una Sanromán, .,e
las ilusiones de sus padres hallaron cada con el sitio exacto donde posarse. En dijo. ¿Cómo iba Juliana a rebelarse con-
vez menos puntos de apoyo. La fortuna cambio las frases de su madre eran una tra una jerarquía inmutable? Es un;¡
de Esteban merr:tó, casi hasta extinguir- catarata irreflexiva. Daba la impresión
Sanromán, repitió, alejándose. Por tanto,
se, cuando las tierras fueron repa.rtidas de que nada podría contenerla. Y de lo que hubiera de maldad y tiranía en
pronto comenzaban los titubeos; como ella era la herencia de los antiguos ator-
por el gobierno y los indios se alzaron cllando andaba revolviendo cajones pa-
negándose a seguir trabajando de balde. ra buscar algo que ya había olvidado. mentadores de esclavos, de los viejos
El estado de sus finanzas no era ni ex- y por último sobrevenía un silencio azotadores de indios. De ella, de la bol"
cepcional ni secreto. Ahora sí ya podía total. dadora humilde del barrio de San Se-
comentarse, sin ningún recato, que su Lo que Agueda no supo nunca fue que bastián, no había nada. Juliana respiró,
hija le estaba resultando un poco rara. lo que enmudecía a su madre no erar; coI?- un extraño alivio, su propia ino-
¿A quién habría salido, Santo Señor ni las razones de su marido, ni la pru- cencia.
de E~quipulas? dencia, sino el terror. No a la cólera. La impunidad hizo a Agueda ociosa y
En las noches de insomnio Juliana y ni al castigo, ni a las represalias. El te- rebelde.. ~gnoraba dónde tenía su origen
Estcban repasaban, cada uno desde su rror a la reconciliación. esa deblhdad de sus padres hacia ella,
respectiva y matrimonial cama de latón Agueda también se estremecía de otro:, pero había comprobado que ninguno de
las anécdotas de sus mutuos antepasado~ t~rrores: el de la oscuridad, en la qu~ los dos se atrevía ni a dictarle una or-
para encontrar la raíz, la explicación. s~empre se movía un fantasma; en la que den ni a contradecirle un capricho. Han
-Tal vez aquella prima lejana tuya, nempre acechaba una bestia feroz. Pero de. tenerme lástima, supuso. Y cuando
la de Tabasco, la que se volvió loca. s?bre todo el de aquellas voces rep~-'.I­ afIrmo algo me contestan "sí, sí", como
-¿~ qué querías que hiciera? Los ca- Unas de sus padres que la iban cubriendo a los locos y a los imbéciles.
rranClstas abusaron de ella delante de de llagas dolorosas: las de una culpa Ju~iana intentó, alguna vez y como
su novio y luego a él lo remataron de cuyo nombre jamás acertó a entender, por Juego, atraerla a los quehaceres do-
un balazo. una ~ulpa que estaba en sus huesos pa"a mésticos. Agueda respondió advirtiendo
Juliana suspiraba, conmovida. Era una pudnrlos, en su corazón para estrangu- que se la quería hacer caer en una
de las tragedias que enlutaron su ju- larlo, en su cabeza, de la que era único trampa:
ventud y de la que le hubiera gustado badajo resonante. ' -Ese es asunto de las sirvientas.
ser protagonista. El hecho de que su U na culpa! _ade~lás, sin expiación. A Sin embargo, a veces condescendía en
mando no la comprendiera la irritaba menudo la mna sonaba que había muer- regar las macetas; en barrer algún rin-
Para vengarse, decía: . cón, hasta' que un ataque de estornudos
to y que su lugar vacío era ocupado por
-¿Y tu .bisabuela? Dicen que dormía otro, por el que verdaderamente debía le imposibilitaba continuar la tarea. Y
en un cajón de muerto que se había de estar allí; y que el sorbo de aire que la única vez que entró en la cocina se
mandado hacer para cuando llegara el antes robaba, ahora le proporcionaba desmayó de asco ante la vista de los
caso.
fuerzas al dueño legítimo. alimentos crudos.
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Cuando Juliana quiso empezar a ador- Éste -perfil romano, voz conmovedora Dios, Agueda sería todo lo que quisie-
nar a su hija con todas las gracias de en el púlpito, ídolo del pueblo- le acon- ran. Pero maliciosa no.
una señorita, se estrelló con una torpeza sejó: Así que no quedaba otra alternativa
tan obstinada que no' pudo menos de - Traémela. Hemos de arrancarle esas que buscar un colegio de monjas, muy
calificar como maligna. En el teclado malas hierbas que le atormentan. Yo decente, bien afamado, y sobre todo, ca-
del piano era incapaz de distinguir el mismo le inculcaré la doctrina. ro. Sí, el más caro. Esa era la única
sonido de una nota de otra y si desde Juliana disfrutó de un fugitivo mi- garantía.
el principio colocaba mal los dedos, to- nuto triunfal. Sus cuñadas se desmore- Cuando Esteban llegó a México, des-
da la lección se de~arrollaba mal. Cosía cían de envidia. El sacerdote no se ha- pués de liquidar sus intereses en Chia-
y deshilaba pedazos de trapo que nunca bría dignado hacer lo mismo por nin- pas, encontró a su familia ya instalada.
se convirtieron en algo útil. y en cuanto guna otra que no fuera Agueda. La sorpresa fue desagradable. El de-
a la pintura nunca pasó de emborronar Con un catecismo del Padre Ripalda partamento alquilado por Juliana era
papeles que después tiraba ,con desprecio en una mano y una palmeta en la otra, excesivamente pequeño y el ajuar de
~e iniciaban las clases en el locutorio segunda mano. Además carecía de ser-
a su alrededor.
No hay que dejarla sola nunca, re- parroquial. Las preguntas eran fáciles, vidumbre, para compensar los gastos de
flexionaba Juliana. Pero la amistad tam- rápidas, mecánicas. Así deberían de ser la colegiatura.
las respuestas. Pero Agueda, después de Esteban daba su asentimiento a las
poco le era fácil. Por su familia, por su
rango, pertenecía desde su nacimiento meditar con el entrecejo fruncido, salía virtudes ocultas en cada una de las dis-
con una pregunta nueva, con la aplica- posiéiones de Juliana. Pero sentía nos-
a un círculo determinado y selecto. Fue ción de la regla a un caso concreto en talgia de su hamaca de fibra en el co-
bienvenida. Pero pronto comenzaron a el que resultaba contraproducente, con ,rredor, del espacio, que hasta ahora nun-
huir de ella con un pretexto u otro. la exigencia de que se le marcaran bien 'ca le había faltado; el aire, que nq lle-
¿Para ql,lé estar. con quien se aburría los matices para no equivocarse, con gaba caliente de olor de fritangas y
de todos los juegos? Porque a Agueda escrúpulos sin fin. basura quemada.
no le gustaba hacer ni pasteles de lodo, El sacerdote dejaba caer los brazos., La causante de tales trastornos era
ni cambiar de pañales a las muñecas ni Ni el catecismo era explícito ni la pal- Agueda y a Esteban no le iba a ser
concertar comadrazgos con ninguna. meta era justa. Llamó en secreto a doña fácil perdonarla. Pero cuando la vio re-
Hubo que recurrir a las cargadoras y Juliana para confiarle que el caso de gresar del colegio, con su uniforme gris
pagarles precios especiales, a pesar de su hija era tan especial que no se atrevía y su mochila pesada y un aire, por pri-
lo que emigraban a la menor provoca- a administrarle la sagrada forma, por mera vez ávido y despierto, estuvo a
ción. En realidad las asustaba la pasivi- miedo a cometer un sacrilegio. punto de no reconocerla.
dad con que Agueda se ,disponía a que ¿Qué hacer ante una deshonra seme- -Saca muy buenas calificaciones, alar-
la divirtieran. Canciones, bailes, cuentos, jante, que sus cuñadas se encargaron in- deó Juliana. ¿Quieres verlas? ' ,
todo lo que se podía ver desde lejos y mediatamente de hacer trascender al pú- Agueda estaba ya abriendo su mochila
en lo que no era preciso participar. Y blico? Huir, donde nadie los conociera cuando el ademán negativo de su padre
nunca, las pobres criaditas, pudieron ni los señalara entre burlas compasivas. la inmovilizó. Se quedó perpleja, mi-
prever el instante en que Agueda iba A México. rándolo. i Qué incongruente le parecía
a lanzarse contra ellas tratando de arran- Ya en la capital, Juliana no hallaba la figura de este extraño, a cuyos brazos
carles las orejas porque no habían acer- cómo desprender a Agueda de sus faldas. estuvo a punto de lanzarse! ¡Qué ab-
tado a contestar alguna de sus preguntas. ¿Iba a permitir que vagara por las calles, surdo, con su chaleco, su leontina de
-Esto sí se pasa de la raya, decidió para que en su distracción la atropella- oro, su bastón de caoba, su sombrero
la madre. Ha de estar compatiada con ran los coches? ¿Iba a inscribirla en una verduzco!
e1 diablo. escuela pública, para que se las averi- Sin comentarios, pasaron al comedor.
y fue a consultar a su director espi- guara con una turba de muchachitos in- Juliana trajinaba ruidosamente en la
ritual. solentes y mañosos? Porque, gracias a cocina y llegaba con una fuente de sopa
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humeante, de carne guisada, de frijoles. Juliana creyó, al principio, que el des- -Entonces te alcanzará con siete pe.
Agueda comía apenas y Esteban tomaba empeño de las tareas de la casa no serí~ sos. Toma.
una pizca de esto y de lo ~tro, refunfu- más que transitorio. Pero Esteban conSI- -Pero tú no perdonas ni la fruta ni
ñando porque no estaba bIen sazonado deró esta situación como satisfactoria y el dulce ni el café.
o le escaldaba el paladar, por lo ca- definitiva. Le gustaba 'veda encerar el -Si sabes repartir con tino, puede sao
liente o había perdido su gusto; por lo suelo, limpiar los vidrios, hacer las ca· lir de aquí.
frío. inas, desde un sillón especial de descanso Como si no hubiera escuchado, Ju.
Juliana se sentó a la mesa hasta el que había adquirido para su uso exclu- liana insistía.
final y colocó sus manos entrelazadas sivo. . -Necesito también comprar jabón,
(rojas de lejía y trabajo) sob~e.el hule . Ahora está desquitaqdo sus años de azúcar ...
que fungía como mantel. AqU!, Junto a haraganería en Co~itán. Después ~e -Pero hace apenas una semana que
ella estaban los dos seres a quienes la todo ¿qué' habría podido llegar a ser sm compraste.
unía el deber, el parentesco entrañable. ini apellido ni mi dinero más que una -Ya se acabó.
Como a la luz de un relámpago los con- criada? -No me lo explico. Salvo que no te
templó, distantes, ajenos. No los había Su dinero. Con él adquirió alguna den la medida cabal en la tienda,
comprendido nunca y tampoco los ha- vez una juventud, una belleza, un simu. -Tal vez.
bía amádo. Esta última revelación la lacro de amor que se habían desvaneci· -Pues exígelo. Tienes derecho.
turbó. Y para conjurarla rezó mental- do. Con. él se aseguró para siempre de Juliana hacía un último gesto de asen-
mente una jaculatoria. . la fidelidad y la abnegación de Juliana. timientó y estiraba la mano para recibi!
Los días tomaron el cauce de una ru- Lo· consideraba como el único instru- los tres pesos restantes que Esteban le
tina invariable. Agueda y Juliana ma- mentq,· de dominio, como la única espi. entregaba con gesto magnánimo. Inme·
drugaban para q~e la muchacha ll~ga~e na· dorsal que podía mantenerlo ergui- diatamente después se· oían sus pasos
a tiempo al colegIO. Cerca del medIOdIa do por encima de quienes lo rodeaban. precipitados rumbo a la calle, el ruido
Esteban, acicalado con lo mejor de su Por esó se asía a él con un ademán con· de la puerta al cerrarse.
guardarropa, se marchaba al centro, don- vulso .para no· soltarlo. Agueda interrumpía su tarea escolar
de estaba tramitando unos asuntos cuya Cada mañana veía aproximarse el mo- para ver a los dos protagonistas de la
vaguedad nunca conde~cendió a expli- mento, en que su mujer iba a acercarse escena. Avaricia, abyección. ¿Era esto el
car. Tenía amigos influyentes; era cues";
a pedírselo. Observaba sus vacilaciones matrimonio? No, no era posible. EstaDa
tión de semanas que expidieran su nom-
en el umbral, sus falsas búsquedas cerca segura de que los padres de sus campa.
bramiento.
Esta versión fue verdadera algunos del sillón de descanso, el esmerado fro- ñeras vivían de otro modo. Se amaban.
días. Después de largas e infructuosas tamiento de la superficie de un mueble Pensó en esta palabra sin tener la me·
antesalas Esteban había decidido pasar contiguo, Por fin, la frase salía, estran. nor idea de su significado. Ella nunca
las mañanas en algún ~itio más agrada- gulada y trémula, de los labios de Ju- había amado a nadie y menos que a na-
ble. Eligió la Alameda. Buscaba una liana. E'~teban afectaba no haberla es- die a esta pareja de extraños seres' mez-
banca que le conviniese y desdoblaba cuchadO y se hacía repetir la súplica. quinos y vulgares de los que jamás ha-
ceremoniosamente el periódico. En cier- Espoleada por la angustia, Juliana sila. bía logrado desprenderse. Todos asegu.
tas ocasiones, y a modo de celebración beaba ahora. clara y. distintamente. raban que Esteban y Juliana eran sus
de algún acontecimiento especialmente . -Necesito diez pesos para el gasto. padres; pero ella rechazaba esta aseve·
importante, Esteban alargaba sus pies a Esteban la miraba con aire de infinita ración con todas sus fuerzas. Mentía el
la rápida habilidad de un bolero. compasión. ¿Se había vuelto loca de re· mundo entero para ocultar quién sabe
A veces conversaba con algún otro asi. pente? Porque el dinero no se recoge qué maniobra infame. Algún día ven-
duo del lugar. Nunca permitió que su con escoba por las calles como para di· drían a rescatarla de este infierno sus
interlocutor traspasase los límites del ca· lapidarlo así. padrfl,s verdaderos, los que le habían
mentario acerca del tiempo o de las crío -':¿Para qué lo quieres? dado la vida en un acto de entrega y de
ticas a las autoridades. Así conservaba -Para la comida. gozo.
su distancia y un señorío cada vez más -¿Se trata de algún banquete espe- Se complacía en imaginarlos. Él era
menguado. Porque primero tuvo que cial? ¿Tenemos huéspedes y quieres lu. apuesto y comenzaba a envejecer con
prescindir del bastón, demasiado estor· cirte dándoles faisán o pavo trufado? dignidad. Había viajado, leído. Ocupa.
baso en el interior de los vehículos; des- Sin asomo de humor ni de impacien. ba un puesto muy importante y su tiem·
pués, cuando regresaba a su casa dormi- cia, como si el interrogatorio fuera nor· po estaba lleno de ocupaciones útiles y
tando junto a la ventanilla del tranvía, mal, Juliana respondía. notorias. Pero cuando regresaba al ha·
un ladrón le arrebató el sombrero. Por -Es que todo está muy caro. gar no era más que un hombre sencillo
precaución guardó la leontina y el reloj, -El periódico dice que las medidas y afectuoso, que respetaba a su madre,
con lo que el chaleco ya no lucía más para abaratar el costo de la vida están que mimaba a su hija.
que el brillo de la vejez y el uso. dando magníficos resultados. En cuanto a su madre era encantadora.
Juliana olfateaba, en estas ausencias -Si no me crees, acompáñame a la Alta, muy elegante, con el pelo suave·
cotidianas, una aventura. plaza. mente recogido hacia atrás y el rostro
-Yeso sí que no se lo tolero ni' a -¿Cómo no voy a creerte? Eres mi sin afeites, sereno y dulce.
Dios Padre, repetía enjabonando furio- mujer y la mujer no debe mentir nunca Cuando se presentaran a reclamar a
samente la vajilla. al marido. Agueda ni Esteban ni Juliana se atreve·
En la noche, y con el pretexto más -Entonces dame los diez pesos. rían a detenerlos. La dejarían marchar
baladí, inició la pelea. De su boca sao -Pero antes explícame: ¿qué vas a a una casa lujosísima, donde cada detalle
lían a borbotones palabras vulgares, vi. comprar? revelaba el cuidado ~ el buen gusto de
les adjetivos. Agueda se puso a contar -Cincuenta gramos de arroz. su dueña.
el tiempo que transcurriría en desvane. -¿No te parece excesivo? Ayer wbró Las primeras noches no dormirían.
cerse esta cólera para ser sustituida por más de la mitad de la sopa. ¡Tenían tantas confidencia~ que hacer.
el arrepentimiento. Esteban aceleró el -No se desperdicia. Luego sirve para se! Después, cuando Agueda hubiera ter·
pla70 al no responder a ninguna de las la cena. minado su carrera, con un premio de
acusaciones, parapetado tras la sección -Bueno, aquí está lo del arroz. ¿Qué excelencia, la recompensarían con un
de anuncios del periódico. más? recorriclo por las más hermosas ciudades
Ya en la madrugada (el insomnio con- -Medio kilo de carne. europeas. Al regresar ya estaría espe·
sumió a Juliana) se deslizó cautelosa- -¡Medio kilo! ¿Y por qué no una vaca rándola él) un joven empeñoso que tra-
me~te hasta el lecho de su marido para entera? bajaba al lado de su padre. Todos le au-
pedIrle perdón. Esteban se volvió hacia -Tú comes la mayor parte. Agueda y guraban un porvenir magnífico ...
la pared y casi en sueños repitió varias yo apenas la probamos. Bruscamente Agueda volvía en sí. La
veces: demasiado tarde... demasiado -Escógela con cuidado entonces. Blan. puerta ~e había cerrado con estrépito.
tarde. da, sin nervios. De la mejor clase. ¿Es Era Juliana que volvía del mercado, ja-
Este fue el principio del silencio. Los todo? . deante, arrebolada.
tres estaban siempre absortos en sus -Faltan las verduras y los frijoles.. El año que Agueda terminó su bachi-
proyectos, en los incidentes diarios, en -No me vas a negar que eso sí es bao llerato hubo en el colegio una ceremonía
sus recu~rdos. Ninguno tenía nada que rato. '
compartIr con nadie. de fin de cursos. Todas las graduadas
-No. ' asistirían, con toga y birrete, a recibir
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su diploma. Los padres ocuparían el lu- -Considero que es mi deber, señora, Si.empre ha sido muy desamorada,
netario para aplaudir el coronamiento hablarle de su hija Águeda. Desde luego muy indiferente con todos.
de los esfuerzos de sus hijas. no podemos reprocharle nada en cuan- -Lo que no estoy segura es de si se
Agueda decidió, desde el primer ins- to a su dedicación para el estudio. Es trata de una cuestión de carácter o del
tante, no comunicar la noticia ni a Es, una gracia que el Señor le ha concedido trato que ha recibido de quienes debe-
teban ni a Juliana. Con tal de que no y que ella no dilapida. Pero hay algo rían demostrarle más solicitud, más
asistieran pretextó una enfermedad de que me ha preocupado siempre en ella: afecto. ¿Por qué no se presentó a la ce·
la que no se repuso sino cuando el acon- su conducta. remonia de fin de cursos? Sabía que iba
tecimiento hubo pasado. Juliana recordó el cuello retorcido de a recibir su diploma y varios premios.
La argucia no habría tenido conse· los pájaros, las lagartijas desolladas y -¿Cuándo fue? Nosotros no nos ente-
cuencias, de no ser el celo de la Directora tuvo un sobresalto que no interrumpió ramos de nada.
del colegio, quien envió un recado a a su interlocutora. -Ahora ya no importa. Pero eso con·
Juliana solicitándole una entrevista. -No es que sea indisciplinada; al con- firma mis sospechas. Agueda no vino
Juliana se puso muy nerviosa; rogó trario. Cumple con los reglamentos de porque sabía que nadie iba a acompa-
a Esteban que la sustituyera, pero éste una manera que yo calificaría de exage- ñarla en esta ocasión solemne y única.
se rehusó terminantemente. Entonces no rada. Pero en todo lo que hace no hay Tal vez le dolió demasiado estar sola.
tuvo más remedio que ponerse a rebus- entusiasmo, no hay simpatía, sino una De un modo automático Juliana em·
car en la cómoda el vestido menos pa- pezó a despojarse de los guantes que le
especie de encarnizamiento. Como si al
sado de moda y que, a su juicio, era el oprimían dolorosamente las manos. ¿De
cumplir sus deberes estuviese destruyen.
más propio para la ocasión. Una de las qué estaba hablando esta mujer? Y no
vecinas la proveyó de un par de guantes do un obstáculo, o vengándose de algo, se concedía tregua. Continuaba, con·
y otra de un sombrero y una bolsa que de alguien. tinuaba ...
no hacían juego. El problema de los za- -Perdone usted mi rudeza de entendi- -Comprendo que su marido no pu.
patos no pudo resolverlo y tuvo que lle- miento, madre. Pero lo que usted me diera faltar a sus ocupaciones. Pero us-
var los del diario. dice es tan extraño ... ted, señora ¿no podía renunciar a algún
Juliana' se sentía como mareada, den, -Ignoro cuál es la actitud de Agueda compromiso, tal vez sin importancia,
tro de ese atavío desacostumbrado. Y la en su casa, con sus familiares. Pero aquí, cuando su hija reclamaba su presencia?
sensación se acentuó al atravesar la in. durante los años que estuvo entre nos- De una manera repentina Juliana
mensidad silenciosa de los patios en va· otras, no estableció ninguna relación comprendió la verdad. Agueda les hábía
caciones. Cuando llegó a la sala de es- amistosa con sus compañeras; no tuvo ocultado todo deliberadamente, porque
pera transpiraba el sudor frío de la uno de esos apegos admirativos por nin. no quería que ni Esteban ni ella asis-
náusea. guna de sus maestras, ni se encendió en tieran a una ceremonia en la que se reu-
La Directora, después de concederle uno de esos fervores tan comunes en las nirían los padres de sus compañeras.
una mirada rápida e indeterminable, la adolescentes. Ni siquiera eligió un con· Los mantuvo alejados porque se aver.
invitó a tomar asiento, aunque ella per- fesor fijo. Le era indiferente ir con un gonzaba de ellos.
maneció de pie detrás de su escritorio, sacerdote o con otro. Y cuando se le or- Juliana lo había sospechado muchas
cuyo único adorno era un crucifijo de denaba perseverar obedecía sin pro- veces, en detalles mínimos. Cuando iban
hierro. testas. juntas, Agueda y ella por la calle, la
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muchacha se adelantaba como para di. to, ahora que recapacitaba en él, pare- Algún oscuro instinto la empujó hasta
simular su relación con esta mujer mal· cía más bien deprimente. ¿Pertenecería allí sin consultar con nadie. Sospechaba
trazada que corría penosamente para al- Agueda a una familia pobre? Sin embar- que la familiaridad con la ley podía pro.
canzarla. Estaba siempre dispuesta a re- go nunca se retrasó en el pago de la .co- porcionarle una justificación para su
nunciar a cualquier paseo, a cualquier legiatura. De todos modos era mejor existencia, cuya validez había sido pues-
diversión si iban a asistir también sus que ya hubiera terminado. ~~s estud.ios. ta en entredicho desde su nacimiento,
padres. Y ahora había preferido faltar Persignándose ante el crUCIfIJO y hacIen- y dar a su destino un cauce lícito que
a la fiesta de las graduadas, con tal de do una especie de reverencia, la direc- aplacara sus angustias e interrogaciones.
no presentarlos. tora también se retiró. Cuando su decisión se supo casual·
La evidencia era tan deslumbradora Mientras Juliana regresaba al depar. mente, Esteban adoptó un aire grave
que Juliana sintió un alivio enorme. tamento, bajo el sol frío y remoto de de víctima, de ser indefenso lesionado y
¡Por fin tenía un motivo suficiente para marzo, se quitó el sombrero y se espon- no volvió a dirigir la palabra a Agueda
dejar a Agueda en libertad de ir sola o jó el cabello para dejar que la brisa lo más que para aludir a la ingratitud de
con fuien le pareciera digno de su pero moviera a su gusto. No se sentía humi. los hijos, a la falta de respeto a la ex-
sonal ¡Qué descanso quedarse en la casa, lIada ni triste por lo que acababa de periencia y los consejos de los mayores
con el delantal puesto, con el chongo comprobar. Simplemente pensó otra vez: y a lo preferible que era la muerte, cuan-
deshecho, arrastrando unas pantuflas Agueda es una Sanromán. Como tal te- do había uno llegado a convertirse en
viejas mientras en el radio sonaba una nía derecho a despreciarla. Y lo curioso un estorbo.
canción cursil es que su desprecio la hacía sentirse li- Agueda lo escuchaba con una atención
- ... ahora su hija atraviesa por una viana, irresponsable, libre. Y para sus implacable como si le fuera necesario
edad peligrosa, llena de tentaciones y adentros compadeció a su marido que clasificar la especie a que pertenecía este
asechanzas. Si no confía en su madre ahora estaría preocupándose por el fu· hombre que había llegado a la vejez sin
¿en quién más podrá hacerlo? turo de Agueda. Ignoraba que era in- entrar en contacto con ninguna forma
. No, una canción no. Mejor uno de necesario hacerlo. Que la muchacha era del amor ni del entendimiento. Al fin
ews episodios que ahora estaban de mo- más fuerte y despiadada que ninguno. lo archivó con un nombre despectivo y
da. Si no se daba prisa no lo alcanzaría. A la hora de comer, única en que Es· no volvió a hacer caso de sus lamenta·
Precipitadamente Juliana se puso de pie tebán recuperaba su rango de jefe de ciones.
y sin fijarse si la peroración de la di- la casa, inició una larga apología de la Con todo, reinaba en aquella casa un
r~ctora tocaba a su fin o seguiría mucho carrera de química. Era la más apro- simulacro de paz y armonía que era su-
tiempo más, se aproximó a ella y le to. piada para una joven, según su criterio. ficiente para que Juliana se sintiese a
mó la mano para besársela. y en cuanto se obtenía el título se ga· gusto. Abandonó (¡ya era tiempol) to·
-Gracias, madre. Gracias por todo. naba fácilmente un buen dinero con dos sus esfuerzos por parecer presenta.
El contacto, aunque fugaz, de las ma- sólo dar el número para que lo ostenta- ble; tiró la faja al bote de la basura y
nos de Juliana -manos callosas, manos ran las farmacias que deseaban tener al se compró vestidos corrientes en el mer·
cuarteadas de lejía- hizo recapacitar a frente un responsable. cado. .
la directora. No, la mujer que acababa Agueda asentía a todo. Lo que su pa- Sus horas libres aumentaron desde
de salir no era una viciosa de las reunio. dre afirmaba era verdad. Pero ella aca- que Agueda consiguió un empleo en un
nes sociales ni una hábil jugadora de baba de terminar sus trámites para ins- despacho de abogados y comía en el ceno
canasta UTU¡?;Uaya. En cuanto a su aspec. cribirse en la Facultad de Leyes. tro. Así que pudo dedicarse, acompaña.
UNIVERSIDAD DE MEXICO 11

da del indispensable radio, a bordar un tenta sino que su semblante rriostraba, -¿Se lo robaste a mi padre?
inacabable mantel que donaría a la Igle· \ ca.da vez más, signos de decaimiento y Juliana alzó los hombros como si el
sia Mayor de Comitán, como acción: de tnsteza. . hecho no tuviera importancia.
gracias por los beneficios recibidos y co- Algunas mañanas retardaba, hast~ el -Gástalo. A tu edad se antojan mu-
mo conjuro para que la suerte no' cam· límite máximo, el momento de levan. chas cosas.
biara. tarse. Daba dos o tres pasos y volvía a A la mañana siguiente salieron jun.
La suerte, sin embargo, cambió y muy arrojarse sobre la cama, extenuada. tas, Agueda 'y Juliana a aguardar un
bruscamente. Esteban observaba todos estos sínto- taxi. Detrás de ellas iba la criada cal'·
Una noche Esteban despertó con' un mas con una secreta complacenCia. A gando la maleta.
dolor agudo en la mitad del tórax, en v~r si así Juliana aprendía lo que era En el momento de abrir la puerta del
el brazo izquierdo, en el costado. estar imposibilitado y sin ayuda. automóvil de alquiler, Juliana exhaló
El médico diagnosticó una amenaza -Creo que necesito unas vacaciones, un gemido.
de angina de pecho" prescribió ¡lgunas dijo Juliana volviéndose a Esteban, des· -¿Qué te pasa? preguntó con extra·
~edicinas y recomendó el reposo sufi- pués de un minucioso examen frente ñeza Agueda.
CIente. al espejo que le devolvió una imagen -Nada. Soy muy torpe. Me machu·
y entonces Esteban Sanromáh alcan- demacrada y terrosa. qué con algo.
zó lo que ya no creía tener nunca en la -Sabes que no tenemos dinero para Juliana aguardó a que el vehículo
vida: felicidad. De 'allí en adelante ya tirarlo así. hubiese avanzado algunas cuadras, para
no precisaba fingir .pretextos de nego- ...,.No te apures. En Tehuacán tengo dar la dirección al chofer.
cios y compromisos, ni desperdiciar sus una prima. Es dueña de una casa de -Al Instituto de Cancerología, por
mañanas asándose o congelándose, se. huéspedes. Si yo la ayudo en algo no favor.
gún la estación, en una banca incómo-. me cobraría la asistencia. El chofer la condujo, sin un comen·
da de parque. Ahora su sillón de reposo' -¿Y yo? No vaya quedar a la mer- tario. Conocía la ubicación del edificio.
era su trono; arrellanado en una postu- ced de una criada ignorante. Muchas veces antes había transportado
ra perfecta, se dedicaba con ahinco a -Vendrá a cuidarte una enfermera. a pasajeros allí.
vigilar los latidos de su corazón, el ritmo , -Por lo visto estás empeñada en arrui. Juliana pagó el importe de su pasaje
de su pulso, las ráfagas repentinas de narme. y no permitió que nadie la ayudase a
su pecho. -Es monja. Lo hace por caridad. cargar la maleta.
Ante la nueva emergencia Juliana No había réplica posible. Además la -No pesa nada, dijo como disculpán.
acudió a los sacramentos para fortificar maleta de Juliana ya estaba hecha. Lo dose.
su fe y cargar con resignación su cruz. único que faltaba era despedirse de Cuando llegó frente a la ventanilla de
Proveyó a su marido de todas las co- Agueda. . Informes puso frente a la encargada un
modidades imaginables: cojines, mantas Entró en la recámara de su hija cuan· papel. Después de leerlo, dijo mecáni·
para las piernas, revistas y juegos que do estaba desvistiéndose. camente.
le sirvieran de diversión: desde el ele- -Sabes que me voy por unos días. -El Pabellón de Incurables queda en
mental naipe español hasta el incom- - He oído algo de eso. el octavo piso.
prensible ajedrez. Agueda iba y volvía -Quería dejarte un regalo. Por si te -Gracias.
de sus cIases, de su trabajo y encontraba hace falta. Juliana volvió a asir la maleta que
siempre a la pareja enfrascada, con una Sobre una mesita Juliana depositó un había dejado un momento sobre el sue·
pasión que no podía menos que encon- rollo, bastante grueso, de billetes. Ague- lo y con paso firme, seguro, se dirigió
trar despreciable, en una competencia da lo contempló, atónita. al elevador.
encarnizada y sin fin.
Juliana, además, sorprendía a su es-
poso con bocados ligeros y delicados.
Tan múltiples esfuerzos llegaron a es-
tablecer entre los dos una especie de cor-
dialidad. Pero cuando Juliana quiso me·
dir su hondura, topó inmediatamente
con ese gesto tan peculiar de los San-
romanes que significaba: todo lo que
hacen los demás por mí, lo -hacen por
su obligación y por mis méritos. Todo
lo que yo recibo no es más que lo que
me pertenece por derecho. .
La decepción, acaso la fatiga, hicieron
que Juliana comenzase a mostrar cierto
despego hacia el enfermo. Éste se que-
jaba, en vano, de los malos modos y la
rebeldía de su mujer. ¿Cómo se había
atrevido, por ejemplo, a contratar los
servicios de una criada sin consultar la
opinión de Esteban?
-Porque necesito salir a la calle y no
quiero dejarte solo.
¡Salir a la calle! Era inaudito.
-¿De compras? preguntaba amenaza·
doramente el marido.
-Me gusta ver los aparadores. Y de
cuando en cuando me meto en un cine.
Hay que distraerse ¿no?
-Claro, remachaba Esteban con re-
sentimiento., Tú que puedes, hazlo.
Mientras tanto yo me pudriré aquí.
Sus palabras no causaban ni siquiera
un efecto dilatorio en los proyectos de
Juliana. Ésta tenía ya puesto el abrigo
y daba el último vistazo al interior de
su bolso para comprobar si no había
olvidado algo importante.
Sus ausencias, a fuerza de repetirse,
acabaron por ser habituales. Y cada vez
se prolongaban más- Pero no volvía con·

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