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Jaime Richart y Dante Castro: dos opiniones sobre el Nobel ¿de Literatura?

Son opiniones que no se oponen a la entrega del Nobel. La Academia puede


entregárselo a quien le dé la gana. Pero que no nos digan que el premiado
representa a la literatura y a la política de los pueblos americanos: él es un
ideólogo del sionismo, el imperialismo y la explotación de los pueblos.
Julio Carmona.
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Teléfono: 4296107 (de 9 am. a l pm). 995145917
Jaime Richart:
El nobel a un tipo
(Tomado de: ARGENPRESS CULTURAL)

No extrañe que a este tipo le hayan otorgado el Nobel de Literatura. Lo mismo hubiera podido
ser el de la Paz. ¿Por qué no? Éste se ha concedido a quien ha hecho todo lo posible por la
guerra sucia… Recuérdese a Kissinger y el golpe de Estado contra Allende en Chile a cargo
de Pinochet.

El Nobel lo concede una Academia que entiende la realidad de cualquier manera menos en
clave progresista y colectivista. Es pues ordinariamente conservadora, y éste y los demás
premios los entrega un rey que, como institución, la monárquica, es el colmo de la reacción.

Y si no, véase qué reza en el acta de concesión del premio: “el galardonado ha sido
reconocido por su cartografía de las estructuras del poder y sus aceradas imágenes de la
resistencia, la rebelión y la derrota del individuo”. Javier Cercas, de El País, termina la
descripción del avatar diciendo que tiene la impresión de que premiando a este tipo (el
calificativo lo pongo yo), la Academia sueca se premia a sí misma. Y así es. Pero no por la
injusticia de no habérselo concedido antes, como él dice, sino porque el tipo forma parte
estrechísima de la estructura del poder neoliberal mundial. Y no se atreva nadie a aducir que
nada tiene qué ver la literatura con la política. Nada tiene que ver, cuando la literatura no es
rubricada por separado, personalmente, por el literato, como ha hecho él, con los ataques más
furibundos a todo lo que ama la izquierda del mundo.

En un ensayo de 1999 el tipo dice: “me considero liberal y conozco a muchas personas que lo
son y a otras muchísimas más que no lo son. Pero, a lo largo de una trayectoria que comienza
a ser larga, no he conocido todavía a un solo neoliberal”. Este tipo no ha conocido a ningún
neoliberal, como yo no he conocido a nadie que me haya dicho: “soy un fascista”. Y el
neoliberalismo es (parece mentira que a un literato no se le haya ocurrido esto) la apariencia
que toma el poder omnímodo agrupado en uno resultado de la convergencia del económico,
del militar, del político y del religioso en el siglo XXI, como el fascismo fue la culminación
de lo mismo en el siglo XX.

Las ideas son inmortales, y más cuando están reforzadas por los poderes citados. Lo que pasa
es que van adoptando distintas apariencias y diferentes denominaciones. Los ensayistas
norteamericanos dan a luz al neoliberalismo, que no es otra cosa que fascismo maquillado,
que a su vez no es más que el ejercicio del poder hasta sus límites. Las dos invasiones
asiáticas a cargo de las legiones del imperio, y las medidas drásticas contraterroristas que va
imponiendo poco a poco en Europa y en Estados Unidos ese poder, aseguran la vida regalada
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de las grandes, medianas y pequeñas fortunas. Esto es lo que defiende este espécimen recién
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galardonado.

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"El proyecto de expansión del Socialismo del XXI, promovido por Chávez, es la mayor
amenaza para libertad y la democracia en la historia de América Latina", es su perla principal
ideológica. Él, como todos los prepotentes y bien situados, no tiene empacho en blasonar que
defiende la libertad de “todos” sabiendo, como sabe, que la libertad de los millones y millones
en el mundo que pasan hambre, no reciben asistencia médica, no tienen techo y viven sobre la
punta de una espada es prácticamente nula. Él sabe que, para que puñados de individuos vivan
en cada país en mansiones de oro y en medio del despilfarro, justo el individuo pintado en
“aceradas imágenes de su resistencia, rebelión y derrota” es el individuo que sacrifica el
neoliberalismo, antes fascismo, antes absolutismo, antes tenebrismo… por los que lucha este
tipejo enfermizo que se ha hecho la ablación del hemisferio del cerebro que conecta con la
colectividad; es decir, que, como tantos en el Olimpo de la riqueza, carece de conciencia
social.

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Dante Castro:
La Fiesta del Chivo y el Premio Nobel

Mario Vargas Llosa ha ganado el Premio Nobel de Literatura después de postular a él por más
de 30 años. Durante tres décadas los medios de la derecha llenaron cuartillas quejándose
porque le denegaban este galardón por razones ideológicas. Hubo incluso quienes decían que
la academia sueca sólo premiaba a los “escritores rojos”. Hoy la algarabía desatada por
entusiastas ingenuos puedo interpretarla como un mecanismo de compensación en la
conciencia colectiva de un país que no clasifica ni para el Mundial de fútbol y hasta le roban
las elecciones. Una mayoría ciertamente desmemoriada y con ganas de celebrar algo, aunque
sea irreflexivamente.

El Premio Nobel no es solo un premio a las virtudes literarias. Se trata de premiar con él al
escritor que ha contribuido mediante una obra monumental y de excelente calidad, al
desarrollo de la conciencia humana. Está entonces de por medio no sólo la calidad literaria,
sino también la significación de la obra. El qué se dice es más importante del cómo se dice.
Por lo tanto, el Nobel no es una glorificación del significante, sino del significado.

Considero que Vargas Llosa debió ganar el Nobel en 1971. Había conseguido su máximo
nivel de producción y contribuido a un cambio decisivo en la literatura latinoamericana. Era el
escritor crítico del poder que además revolucionaba la estructura narrativa, llevando a sus
máximos niveles la incorporación de técnicas literarias antes desconocidas en nuestra
tradición novelística. Ésa fue su primera y brillante etapa.

Escribió el libro de cuentos “Los jefes” en 1959 ganando el Premio Leopoldo Alas y le
permitió viajar a Europa por primera vez. Su novela “La ciudad y los perros” obtuvo el
Premio Biblioteca Breve en 1962, el Premio Internacional de la Crítica en 1963 y fue
traducida a más de veinte lenguas. En 1966 aparece su segunda novela “La casa verde” que
obtuvo el Premio Nacional de la Crítica en 1966 y el Premio Rómulo Gallegos en 1967. Ese
mismo año publica la noveleta “Los cachorros” y en 1969 aparece su novela de máximo rigor
literario “Conversación en la catedral”. En 1971 publica un estudio sobre la obra de su colega
y amigo de entonces “Gabriel García Márquez: historia de un deicidio”.

Desde 1967 sus relaciones con la revolución cubana entran en crisis y sus convicciones
ideológicas, también. Ese mismo año, Aideé Santamaría, fundadora de Casa de las Américas,
le solicitó a Vargas Llosa la donación del dinero del premio Rómulo Gallegos a la causa de
Ernesto Che Guevara, quien ya estaba luchando en Bolivia. El hasta entonces camarada y
hermano de la Cuba revolucionaria, se niega a hacerlo, a pesar de que Aideé le promete la
devolución del importe con tal de que su gesto enaltezca la campaña guerrillera del Che. La
ruptura entre el autor y Casa de las Américas completaría un extenso dossier de cartas y
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artículos que van señalando su personal y subjetivo proceso de renuncia al socialismo. Este
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proceso se da por etapas y culmina en 1971, cuando después de haber publicado el mejor
análisis de la obra de García Márquez, termina liándose a golpes con el autor de “Cien años

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de soledad”. La sanción también fue subjetiva: Vargas Llosa le quitó a las editoriales el
derecho de seguir publicando “Historia de un deicidio”, veto que él mismo ha levantado
recientemente en el 2008.

La segunda etapa fue de involución. Hay una merma en sus virtudes literarias que se nota en
la producción de novelas carentes de significación. Los temas trascendentales cedieron el paso
a la banalidad al mismo tiempo en que Vargas Llosa manifestaba su ajenidad con las
reivindicaciones sociales de los olvidados y olvidaba su vocación crítica frente a los dueños
del poder.

CUANDO LO BANAL SE CONVIERTE EN MERCANCÍA

El ciclo de la banalidad empieza con “Pantaleón y las visitadoras” (1973); “La tía Julia y el
escribidor” (1977), las piezas teatrales “La señorita de Tacna” (1981) y “Kathie y el
hipopótamo” (1983). “Pantaleón” es una novela intrascendente por su temática, hecha para el
solaz de señoras de clase media alta que querían leer historias de putas. “La tía Julia” tiene
méritos estructurales que son dignos de encomio, a no dudarlo, pero se empantana en la
anécdota periodística vivencial y en el amor defraudado a su tía y ex esposa. Las dos obras
teatrales nombradas, son brutales naufragios.

La Academia representa el sumun del reaccionarismo mundial: institución


monárquica, su rey es quien entrega el premio

Continúa este ciclo con “La guerra del fin del mundo” (1981) echando mano
inescrupulosamente a las obras de Joao Guimaraes Rosas y Euclides Da Cunha, razón por la
cual no fue bien recibida por los brasileños. “Historia de Mayta” es una pésima novela donde
busca retratar el fenómeno subversivo mediante una interpretación ajena a la realidad peruana.
Se buscaba una gran novela sobre la subversión, muerto quien la prometía: Manuel Scorza
(accidente aéreo de Barajas, 1983). Así lo dice Miguel Gutiérrez: “Historia de Mayta pudo ser
esa novela si su autor hubiese podido dominar los demonios de rencor que lo impulsaron a
escribirla”.

Luego prosigue con “El hablador” (1987), novela prometedora hasta que el lector se tropieza
con la confesión vivencial extraliteraria de su autor. Y vendrá un fiasco brutal: “Elogio de la
madrastra” (1988). “Lituma en los Andes” (1994) sólo es una descarga de sus demonios de
rencor contra el pueblo peruano. Cuando escribe “La fiesta del chivo” (2000), novela
antidictatorial sobre el periodo del dictador Trujillo, en República Dominicana, difícilmente
era concebible en un país donde la novela sobre el trujillismo había sido el objeto literario de
más de 30 autores. Acoto lo siguiente: jamás la hubiera hecho sobre Somoza en Nicaragua o
sobre Pinochet en Chile.

EL NUEVO RAVINES Y SUS DEMONIOS DE RENCOR


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Fue un periodista anticomunista mordaz e incisivo, superando con creces a Eudocio Ravines.
Elogió el milagro económico de Pinochet, no escatimó reconocimientos a la dictadura de
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Videla en Argentina y se puso al servicio del segundo belaundismo en el Perú, presidiendo la
Comisión Investigadora del caso Uchuraccay que absolvió de culpas a los militares que
ordenaron la masacre de ocho periodistas en esa comunidad ayacuchana. El estado israelí
pagó sus simpatías con el sionismo otorgándole el Premio Jerusalen. Regresó al Perú para
capitanear la campaña derechista contra la estatización de la banca en 1988, la misma que fue
antesala de su campaña electoral para la presidencia en 1990. El voto popular buscó un
candidato alternativo y creyó encontrarlo en un ingeniero nisei, Alberto Fujimori, que
prometía no aplicar el shock económico, al cual Vargas Llosa era adicto. De modo que el voto
por Fujimori no fue más que un voto contra la plutocracia, que al ganarle la plaza generó una
reacción infantil en el perdedor: demolió su residencia de Barranco y optó por la ciudadanía
española, diciendo que el error de nuestras naciones fue haberse independizado de España.

Aclaramos que la pataleta era sólo una simbólica ruptura: La nacionalidad española no es
excluyente de la nacionalidad peruana. Se puede tener ambas. Pero en el contexto, tenía otro
significado. Ése significado puede verse con mayor claridad en sus obras siguientes: “El pez
en el agua” (1993) y “Lituma en los Andes” (1994). En la primera hace una descalificación
del Perú a partir de su frustración electoral, empezando por un parricidio contra su padre
biológico: “…la verdadera razón del fracaso matrimonial no fueron los celos ni el mal
carácter de mi padre, sino la enfermedad nacional por antonomasia, aquella que infesta todos
los estratos y familias del país y en todos deja un relente que envenena la vida de los
peruanos: el resentimiento y los complejos sociales”. El problema racial en el Perú era la
causa de su derrota electoral. Y ya lo venía anticipando en la primera página de su novela “El
hablador” (1988): “Vine a Firenze para olvidarme por un tiempo del Perú y de los peruanos y
he aquí que el malhadado país me salió al encuentro esta mañana de la manera más
inesperada”.

Convertido en intelectual orgánico del neoliberalismo, seguía postulando al Nobel, pero nunca
antes estuvo tan lejos de ganarlo por las razones explicadas.

PARRICIDIO Y SEPULTURA INCONCLUSA DE LA NARRATIVA ANDINA

En Madrid, 2005, estalló una polémica entre escritores peruanos que prosiguió en los medios
de prensa locales. Vargas Llosa inauguró el encuentro de escritores de Madrid celebrando que
por fin la literatura peruana estaba libre de condicionamientos indigenistas, neoindigenistas y
reivindicaciones sociales. No sabía que el 60% de escritores invitados eran andinos. Un
optimista redactor de Caretas dijo: “antes los escritores eran hijos de José María Arguedas,
pero ahora todos somos hijos de Vargas Llosa”. Por supuesto, le salimos al frente.

Vargas Llosa dice en “Historia de un deicidio” y lo reitera en “El pez en el agua”, que el
joven escritor necesita surgir a través de un parricidio, del asesinato del padre literario de la
generación anterior. Esta intención, que no es patrimonio de todos los escritores, se revela en
su descalificación constante de la vida y obra de José María Arguedas. El 24 de agosto de
1977 asume como miembro de la Academia Peruana de la Lengua y su discurso fue: “José
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María Arguedas, entre sapos y halcones”. Por más elogiosa que fuese la forma, el contenido
apunta a un solo fin: Arguedas ficcionalizó una sierra que no existe. La mentira se convirtió

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en realidad gracias a la literatura. Esta descalificación coincide con el juicio que un grupo de
intelectuales hizo a Arguedas en su último año de vida. El autor de “Todas las sangres”
escribió dos documentos a favor de su verosimilitud: “¿He vivido en vano?” y “No soy un
aculturado”.

Ya en “El pez en el agua”, p. 345, Vargas Llosa hace la descarga completa: “Desde entonces
odio la palabra “telúrica”, blandida por muchos escritores y críticos de la época como máxima
virtud literaria y obligación de todo escritor peruano. Ser telúrico quería decir escribir una
literatura con raíces en la tierra, en el paisaje natural y costumbrista y preferentemente andino,
y denunciar al gamonalismo y feudalismo de la sierra, la selva o la costa, con truculentas
anécdotas de “mistis” (blancos) que estrupaban campesinas, autoridades borrachas que
robaban y curas fanáticos que predicaban resignación a los indios.” (…) “La palabra telúrica
llegó a ser para mí el emblema del provincialismo y el subdesarrollo en el campo de la
literatura…” (…) “…ese desprecio folklórico por la forma…”.

En “La utopía arcaica, José María Arguedas y las ficciones del indigenismo” (1996), desde el
rótulo manifiesta la intención del sepulturero que evidenció en su discurso de Madrid, 2005.
El presente artículo no pretende un extenso análisis de dicha obra crítica. Sólo nos basta una
cita: “Lo cual no significa que los escritores peruanos dejen de escribir sobre temas andinos o
que desaparezcan los indios en la literatura peruana. (…) Las excepciones -las hay- son de
escasa significación literaria y, hasta ahora al menos, están allí sólo para confirmar la regla”.
(p.175)

En un contexto histórico de grandes enfrentamientos entre comunidades campesinas y


empresas mineras, con el saldo mortal de Bagua, que incluye a las naciones amazónicas, sigue
produciéndose aquella literatura que pretende sepultar Vargas Llosa. Y no es “de escasa
significación literaria”. Para no enumerar una larga lista de escritores, que no son
“excepciones”, reduzco el comentario a la exitosa carrera narrativa de Sócrates Zuzunaga
Huaita, ayacuchano, quechua hablante, ganador del concurso COPE de novela y antes
ganador del Premio de Novela Quechua, de la UNFV. Digo bien: entre otros…

UNA LÁPIDA ELEGANTE Y UNA ENORME FOSA COMÚN

“La utopía arcaica” es una lápida elegante para sepultar a José María Arguedas,
reconociéndole méritos y elogiando virtudes, pero sentenciando su validez y verosimilitud
como testimonio de las luchas de “los de abajo”. Los encomios sólo pueden sorprender a
incautos, mas no a quienes leen este ensayo atendiendo a su verdadero objetivo.

La novela del desquite por el fracaso electoral de 1990, fue “Lituma en los Andes” (1994). Si
de algo culpó Vargas a la literatura indigenista o telúrica, fue de haber impuesto una ficción
que no se correspondía con la realidad. Pero él mismo lleva este defecto a sus máximos
desvaríos en “Lituma”. El poblador andino es representado en una barbarie lombrosiana
indemostrable por la más burda constatación. No ficcionaliza literariamente sobre el mundo
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de los pobres, sino que lo caricaturiza. Desconoce incluso detalles elementales de las
manifestaciones culturales del mundo andino, pero le inventa horrores que no tiene. Esta

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novela, escrita con todos los demonios de rencor que señalaba Miguel Gutiérrez al valorar
“Historia de Mayta” (1985), es una gigantesca fosa común en la cual pretende sepultar vivos a
los “incivilizados” que no le otorgaron el voto en 1990.

Las reales fosas comunes donde fueron sepultados cientos de comuneros andinos durante la
sangrienta campaña antisubversiva (1980-2000), no figuran en su narrativa. Como dijo el
actual mandatario peruano, son ciudadanos de tercera categoría. Entendemos su preocupación
por el Museo de la Memoria y su renuncia, para que luego caiga en manos de uno de sus más
entusiastas seguidores, como un tributo a su tercera etapa: la del que quiere ganar el Premio
Nobel en el invierno de su existencia. En función de ese objetivo interpretamos su
reformulación del problema palestino y sus tardías críticas al genocidio sionista. Al Nobel no
se podía llegar sin enmendar ese curriculum que lo distanciaba de la defensa de los derechos
humanos y lo aproximaba expresamente a las dictaduras de derecha y a las seudo democracias
bajo las cuales se siguen perpetrando crímenes de lesa humanidad.

En ese sentido, ésta es una ópera bufa. Durante 30 años de postularse al Nobel y no
conseguirlo, las instituciones conservadoras y la prensa de derecha intentaron compensarlo
con premios y galardones para sostener en alto el prestigio de un vocero connotado del gran
capital y las transnacionales. Ahora consigue el máximo galardón, justamente cuando no lo
necesita. Así como Andrés Avelino Cáceres debió haber muerto en la Campaña de la Breña,
para no ser recordado por el pésimo gobierno que hizo, Mario Vargas Llosa debió haber
ganado el Nobel en 1971, en el esplendor de su carrera literaria, no en su decadencia.

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