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LIBANO
LIBANO
Las montañas que han dado nombre al Líbano —a las que a veces se denomina
simplemente la Montaña— también han modulado su historia. La inaccesibilidad
de las tierras altas no sólo ha proporcionado refugio a los grupos religiosos
disidentes a lo largo de los siglos, sino también ha impedido la unidad entre los
diferentes pueblos de la región.
Hacia el 630, los árabes incorporados a la nueva religión del islam, habían
conquistado la mayor parte de Siria y la habían incorporado al califato; las
montañas de Líbano se integraron en el distrito militar árabe de Damasco. Los
conquistadores permitieron a las poblaciones nativas, cristianas y judías mantener
sus creencias, a condición de pagar impuestos y regulaciones discriminatorias. En
el 759 y 760 los campesinos cristianos se levantaron, pero la rebelión fracasó y
esto sirvió de argumento para numerosas leyendas locales. Durante todo el
periodo islámico se mantuvieron las rivalidades entre los diferentes grupos tribales
árabes, los qaysíes (del norte) y los miembros de la tribu kalb o Yemen (del sur),
quienes se habían asentado en el área después de la conquista.
La caída de los califatos Omeyas y Abasíes y el auge de las dinastías locales dio
lugar al nacimiento de un nuevo episodio en la historia de la región, caracterizado
por el caos. A comienzos del siglo XI, se estableció en la zona meridional da la
Montaña una secta chiita, los drusos, convirtiéndose a veces en aliados y a veces
en rivales de los hasta ese momento dominantes maronitas. En el año 1099, las
cruzadas trajeron mandatarios cristianos al país, quienes permanecieron hasta
el siglo XIII; Líbano se repartió entre los reinos cruzados de Trípoli y el reino latino
de Jerusalén (Reino Latino de Oriente).
Hasta entonces los maronitas habían estado llevando a cabo una solitaria
resistencia a los procesos de islamización y arabización. Los cruzados ayudaron a
asegurar su supervivencia religiosa y cultural al ponerlos en contacto con los
maronistas de Bizancio. Egipto encabezó la reconquista musulmana del Líbano
que comenzó con la toma de Beirut en 1187. Una vez expulsados los últimos
cruzados, Líbano fue gobernado por los mamelucos desde 1280.
Independencia
Muy a menudo los presidentes han estado a merced de fuerzas y grupos más allá
de su control, aunque tanto Camille Chamoun (1952-1958) como Fuad
Chihab (1958-1964), de la década de 1950, desde ópticas políticas opuestas,
establecieron un rígido control del país, lo que permitió —bajo el control cristiano
de los puestos clave del estado— el florecimiento económico a partir de
especulaciones financieras, que animaron los negocios y las inversiones
extranjeras, al tiempo que se producía un destacado desarrollo turístico. Sin
embargo, muy poco de esta prosperidad llegó a la población, en la que cada vez el
número de chiitas era mayor, y su descontento explotó en manifestaciones y
tumultos, y, después de 1975, en una guerra civil.
La guerra civil
A pesar de todo continuó la violencia y en 1978 Israel invadió el sur del Líbano en
un intento de eliminar las bases palestinas. Una fuerza de la ONU reemplazó a las
tropas israelíes, pero continuó prestando ayuda a los maronitas y atacando las
bases de la OLP. En junio de 1982, Israel, temeroso del auge sirio, invadió Líbano.
Hacia mediados de agosto, tras la mediación estadounidense, los combatientes de
la OLP accedieron a abandonar Beirut y muchos fueron evacuados a otros países.
Más tarde ese mismo mes, con las tropas israelíes rodeando Beirut, el Parlamento
libanés eligió como presidente Bechir Gemayel, tras su asesinato en septiembre,
se eligió a su hermano Amin Gemayel para reemplazarle.
En el vacío de poder resultante, continuaron las luchas entre facciones hasta que
en 1985 los israelíes se retiraron dejando una “zona de seguridad” en el sur
controlada por sus aliados cristianos, el Ejército del Sur del Líbano (ESL). El
partido chiita Hezbolah (Partido de Dios) respaldado por los iraníes y los sirios
luchó por esta zona con el ESL, habiendo rechazado un acuerdo de paz,
auspiciado por Siria, en diciembre de 1985. Los israelíes siguieron haciendo
incursiones contra las instalaciones de la OLP en el sur, y un deterioro de las
condiciones en Beirut llevó a las tropas sirias a ocupar el sector musulmán
en 1987 para terminar con la enemistad entre los libaneses y musulmanes pro
palestinos.
Cuando el mandato presidencial de Gemayel expiró en septiembre de 1988,
nombró al general cristiano Michel Aoun para encabezar el gobierno. Como los
dirigentes libaneses eran incapaces de encontrar un nuevo presidente, las
facciones enfrentadas establecieron sus propias administraciones. En octubre
de 1989, los negociadores libaneses, reunidos en Arabia Saudí, aceptaron
reformar la Constitución de 1926 que daba el poder a los musulmanes; Aoun
rechazó el proyecto, amenazando con la partición permanente del Líbano. El 5 de
noviembre, el Parlamento, mayoritariamente musulmán, ratificó esta reforma y
eligió presidente a René Moawad. Fue asesinado 17 días después, y el
Parlamento eligió en su lugar a otro maronita, Elías Haraui.
En octubre de 1990, las tropas sirias asentadas en Beirut Oriental, derrotaron a las
fuerzas leales a Aoun. Posteriormente el ejército libanés, respaldado por Siria,
recuperó el control sobre una gran parte del país, desarmó las milicias y expulsó a
la OLP de sus plazas fuertes al sur del Líbano. La guerra se había cobrado la vida
de más de 150.000 libaneses desde 1975.
El crisol de culturas y religiones que desde la Antigüedad se han cruzado por este
rincón del mundo nunca puso las cosas fáciles. Pero los últimos siglos han sido un
hervidero. Dominado por el Imperio Otomano primero y por el colonialismo
europeo después, la frágil paz que quedó tras su última guerra civil (1975-1990)
quedó en peligro con el asesinato del ex primer ministro Rafik Hariri.
Junto con el pueblo libanés, Siria fue el gran vencedor del conflicto civil, pues logró
sus objetivos principales: el fin de la hegemonía cristiana y el establecimiento de
un gobierno musulmán dócil. Damasco conservó sus tropas en el país con la
excusa de mantener la paz y de evitar nuevos enfrentamientos, aunque con ello
también se asegura que Siria siga siendo el árbitro de la política libanesa. Una
primera retirada parcial redujo el número de efectivos sirios en el Líbano a los
actuales 16.000, que incluyen un activo servicio de inteligencia e información. Las
protestas de parte de la ciudadanía libanesa, harta de las injerencias sirias, y la
presión internacional han obligado a Damasco al repliegue de sus tropas.