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BLANCA NIEVES

Autor:
Hermanos Grimm

Un día de invierno la Reina miraba cómo caían los copos de nieve mientras cosía. Le cautivaron de tal
forma que se despistó y se pinchó en un dedo dejando caer tres gotas de la sangre más roja sobre la
nieve. En ese momento pensó:

- Cómo desearía tener una hija así, blanca como la nieve, sonrosada como la sangre y de cabellos negros
como el ébano.

Al cabo de un tiempo su deseo se cumplió y dio a luz a una niña bellísima, blanca como la nieve,
sonrosada como la sangre y con los cabellos como el ébano. De nombre le pusieron Blancanieves, aunque
su nacimiento supuso la muerte de su madre.

Pasados los años el rey viudo decidió casarse con otra mujer. Una mujer tan bella como envidiosa y
orgullosa. Tenía ésta un espejo mágico al que cada día preguntaba:

- Espejito espejito, contestadme a una cosa ¿no soy yo la más hermosa?

Y el espejo siempre contestaba:

- Sí, mi Reina. Vos sois la más hermosa.

Pero el día en que Blancanieves cumplió siete años el espejo cambió su respuesta:

- No, mi Reina. La más hermosa es ahora Blancanieves.

Al oír esto la Reina montó en cólera. La envidia la comía por dentro y tal era el odio que sentía por ella
que acabó por ordenar a un cazador que la llevara al bosque, la matara y volviese con su corazón para
saber que había cumplido con sus órdenes.

Pero una vez en el bosque el cazador miró a la joven y dulce Blancanieves y no fue capaz de hacerlo. En
su lugar, mató a un pequeño jabalí que pasaba por allí para poder entregar su corazón a la Reina.

Blancanieves se quedó entonces sola en el bosque, asustada y sin saber dónde ir. Comenzó a correr hasta
que cayó la noche. Entonces vio luz en una casita y entró en ella.

Era una casita particular. Todo era muy pequeño allí. En la mesa había colocados siete platitos, siete
tenedores, siete cucharas, siete cuchillos y siete vasitos. Blancanieves estaba tan hambrienta que probó
un bocado de cada plato y se sentó como pudo en una de las sillitas.

Estaba tan agotada que le entró sueño, entonces encontró una habitación con siete camitas y se acurrucó
en una de ellas.

Bien entrada la noche regresaron los enanitos de la mina, donde trabajaban excavando piedras preciosas.
Al llegar se dieron cuenta rápidamente de que alguien había estado allí.

- ¡Alguien ha comido de mi plato!, dijo el primero


- ¡Alguien ha usado mi tenedor!, dijo el segundo
- ¡Alguien ha bebido de mi vaso!, dijo el tercero
- ¡Alguien ha cortado con mi cuchillo!, dijo el cuarto
- ¡Alguien se ha limpiado con mi servilleta!, dijo el quinto
- ¡Alguien ha comido de mi pan!, dijo el sexto
- ¡Alguien se ha sentado en mi silla!, dijo el séptimo

Cuando entraron en la habitación desvelaron el misterio sobre lo ocurrido y se quedaron con la boca
abierta al ver a una muchacha tan bella. Tanto les gustó que decidieron dejar que durmiera.
Al día siguiente Blancanieves les contó a los enanitos la historia de cómo había llegado hasta allí. Los
enanitos sintieron mucha lástima por ella y le ofrecieron quedarse en su casa. Pero eso sí, le advirtieron
de que tuviera mucho cuidado y no abriese la puerta a nadie cuando ellos no estuvieran.

La madrastra mientras tanto, convencida de que Blancanieves estaba muerta, se puso ante su espejo y
volvió a preguntarle:

- Espejito espejito, contestadme a una cosa ¿no soy yo la más hermosa?


- Mi Reina, vos sois una estrella pero siento deciros que Blancanieves, sigue siendo la más bella.

La reina se puso furiosa y utilizó sus poderes para saber dónde se escondía la muchacha. Cuando supo
que se encontraba en casa de los enanitos, preparó una manzana envenenada, se vistió de campesina y
se encaminó hacia montaña.

Cuando llegó llamó a la puerta. Blancanieves se asomó por la ventana y contestó:

- No puedo abrir a nadie, me lo han prohibido los enanitos.


- No temas hija mía, sólo vengo a traerte manzanas. Tengo muchas y no sé qué hacer con ellas. Te dejaré
aquí una, por si te apetece más tarde.

Blancanieves se fió de ella, mordió la manzana y… cayó al suelo de repente.

La malvada Reina que la vio, se marchó riéndose por haberse salido con la suya. Sólo deseaba llegar a
palacio y preguntar a su espejo mágico quién era la más bella ahora.

- Espejito espejito, contestadme a una cosa ¿no soy yo la más hermosa?


- Sí, mi Reina. De nuevo vos sois la más hermosa.

Cuando los enanitos llegaron a casa y se la encontraron muerta en el suelo a Blancanieves trataron de ver
si aún podían hacer algo, pero todos sus esfuerzos fueron en vano. Blancanieves estaba muerta.

De modo que puesto que no podían hacer otra cosa, mandaron fabricar una caja de cristal, la colocaron en
ella y la llevaron hasta la cumpre de la montaña donde estuvieron velándola por mucho tiempo. Junto a
ellos se unieron muchos animales del bosque que lloraban la pérdida de la muchacha. Pero un día apareció
por allí un príncipe que al verla, se enamoró de inmediato de ella, y le preguntó a los enanitos si podía
llevársela con él.

A los enanitos no les convencía la idea, pero el príncipe prometió cuidarla y venerarla, así que accedieron.

Cuando los hombres del príncipe transportaban a Blancanieves tropezaron con una piedra y del golpe,
salió disparado el bocado de manzana envenenada de la garganta de Blancanieves. En ese momento,
Blancanieves abrió los ojos de nuevo.

- ¿Dónde estoy? ¿Qué ha pasado?, preguntó desorientada Blancanieves


- Tranquila, estáis sana y salva por fin y me habéis hecho con eso el hombre más afortunado del mundo.

Blancanieves y el Príncipe se convirtieron en marido y mujer y vivieron felices en su castillo.


HANSEL Y GRETEL

Autor: Hermanos Grimm

Edades: A partir de 6 años

Valores: ingenio, las apariencias engañan, fraternidad, colaboración

Hänsel y Gretel Había una vez un leñador y su esposa que vivían en el bosque en una humilde cabaña con sus dos hijos, Hänsel y Gretel. Trabajaban
mucho para darles de comer pero nunca ganaban lo suficiente. Un día viendo que ya no eran capaces de alimentarlos y que los niños pasaban
mucha hambre, el matrimonio se sentó a la mesa y amargamente tuvo que tomar una decisión.

- No podemos hacer otra cosa. Los dejaremos en el bosque con la esperanza de que alguien de buen corazón y mejor situación que nosotros pueda
hacerse cargo de ellos, dijo la madre.

Los niños, que no podían dormir de hambre que tenían, oyeron toda la conversación y comenzaron a llorar en cuanto supieron el final que les
esperaba. Hänsel, el niño, dijo a su hermana:

- No te preocupes. Encontraré la forma de regresar a casa. Confía en mí.

Así que al día siguiente fueron los cuatro al bosque, los niños se quedaron junto a una hoguera y no tardaron en quedarse dormidos. Cuando
despertaron no había rastro de sus padres y la pequeña Gretel empezó a llorar.

- No llores Hänsel. He ido dejando trocitos de pan a lo largo de todo el camino. Sólo tenemos que esperar a que la Luna salga y podremos ver el
camino que nos llevará a casa.

Pero la Luna salió y no había rastro de los trozos de pan: se los habían comido las palomas.

Así que los niños anduvieron perdidos por el bosque hasta que estuvieron exhaustos y no pudieron dar un paso más del hambre que tenían. Justo
entonces, se encontraron con una casa de ensueño hecha de pan y cubierta de bizcocho y cuyas ventanas eran de azúcar. Tenían tanta hambre,
que enseguida se lanzaron a comer sobre ella. De repente se abrió la puerta de la casa y salió de ella una vieja que parecía amable.

- Hola niños, ¿qué hacéis aquí? ¿Acaso tenéis hambre?

Los pobres niños asintieron con la cabeza.

- Anda, entrad dentro y os prepararé algo muy rico.

La vieja les dio de comer y les ofreció una cama en la que dormir. Pero pese a su bondad, había algo raro en ella.

Por la mañana temprano, cogió a Hänsel y lo encerró en el establo mientras el pobre no dejaba de gritar.

- ¡Aquí te quedarás hasta que engordes!, le dijo

Con muy malos modos despertó a su hermana y le dijo que fuese a por agua para preparar algo de comer, pues su hermano debía engordar cuanto
antes para poder comérselo. La pequeña Gretel se dio cuenta entonces de que no era una vieja, sino una malvada bruja.

Pasaban los días y la bruja se impacientaba porque no veía engordar a Hänsel, ya que este cuando le decía que le mostrara un dedo para ver si
había engordado, siempre la engañaba con un huesecillo aprovechándose de su ceguera.

De modo un día la bruja se cansó y decidió no esperar más.

- ¡Gretel, prepara el horno que vas a amasar pan! ordenó a la niña.

La niña se imaginó algo terrible, y supo que en cuanto se despistara la bruja la arrojaría dentro del horno.

- No sé cómo se hace - dijo la niña

- ¡Niña tonta! ¡Quita del medio!

PHänsel y Gretelero cuando la bruja metió la cabeza dentro del horno, la pequeña le dio un buen empujón y cerró la puerta. Acto seguido corrió
hasta el establo para liberar a su hermano.

Los dos pequeños se abrazaron y lloraron de alegría al ver que habían salido vivos de aquella horrible situación. Estaban a punto de marcharse
cuando se les ocurrió echar un vistazo por la casa de la bruja y, ¡qué sorpresa! Encontraron cajas llenas de perlas y piedras preciosas, así que se
llenaron los bolsillos y se dispusieron a volver a casa.
Pero cuando llegaron al río y vieron que no había ni una tabla ni una barquita para cruzarlos creyeron que no lo lograrían. Menos mal que por allí
pasó un gentil pato y les ayudó amablemente a cruzar el río.

Al otro lado de la orilla, continuaron corriendo hasta que vieron a lo lejos la casa de sus padres, quienes se alegraron muchísimo cuando los vieron
aparecer, y más aún, cuando vieron lo que traían escondido en sus bolsillos. En ese instante supieron que vivirían el resto de sus días felices los
cuatro y sin pasar penuria alguna.
LOS TRES CERDITOS

Autor:

Anónimo

Había una vez tres hermanos cerditos que vivían en el bosque. Como el malvado lobo siempre los estaba persiguiendo para comérselos dijo un día
el mayor:

- Tenemos que hacer una casa para protegernos de lobo. Así podremos escondernos dentro de ella cada vez que el lobo aparezca por aquí.

A los otros dos les pareció muy buena idea, pero no se ponían de acuerdo respecto a qué material utilizar. Al final, y para no discutir, decidieron
que cada uno la hiciera de lo que quisiese.

El más pequeño optó por utilizar paja, para no tardar mucho y poder irse a jugar después.

El mediano prefirió construirla de madera, que era más resistente que la paja y tampoco le llevaría mucho tiempo hacerla. Pero el mayor pensó que
aunque tardara más que sus hermanos, lo mejor era hacer una casa resistente y fuerte con ladrillos.

- Además así podré hacer una chimenea con la que calentarme en invierno, pensó el cerdito.

Cuando los tres acabaron sus casas se metieron cada uno en la suya y entonces apareció por ahí el malvado lobo. Se dirigió a la de paja y llamó a la
puerta:

- Anda cerdito se bueno y déjame entrar...

- ¡No! ¡Eso ni pensarlo!

- ¡Pues soplaré y soplaré y la casita derribaré!

Y el lobo empezó a soplar y a estornudar, la débil casa acabó viniéndose abajo. Pero el cerdito echó a correr y se refugió en la casa de su hermano
mediano, que estaba hecha de madera.

- Anda cerditos sed buenos y dejarme entrar...

- ¡No! ¡Eso ni pensarlo!, dijeron los dos

- ¡Pues soplaré y soplaré y la casita derribaré!

El lobo empezó a soplar y a estornudar y aunque esta vez tuvo que hacer más esfuerzos para derribar la casa, al final la madera acabó cediendo y
los cerditos salieron corriendo en dirección hacia la casa de su hermano mayor.

El lobo estaba cada vez más hambriento así que sopló y sopló con todas sus fuerzas, pero esta vez no tenía nada que hacer porque la casa no se
movía ni siquiera un poco. Dentro los cerditos celebraban la resistencia de la casa de su hermano y cantaban alegres por haberse librado del lobo:

- ¿Quien teme al lobo feroz? ¡No, no, no!

Fuera el lobo continuaba soplando en vano, cada vez más enfadado. Hasta que decidió parar para descansar y entonces reparó en que la casa tenía
una chimenea.

- ¡Ja! ¡Pensaban que de mí iban a librarse! ¡Subiré por la chimenea y me los comeré a los tres!

Pero los cerditos le oyeron, y para darle su merecido llenaron la chimenea de leña y pusieron al fuego un gran caldero con agua.

Así cuando el lobo cayó por la chimenea el agua estaba hirviendo y se pegó tal quemazo que salió gritando de la casa y no volvió a comer cerditos
en una larga temporada.
Autor:

Hans Christian Andersen

En medio del mar, en las más grandes profundidades, se extendía un reino mágico, el reino del pueblo del mar. Un lugar de extraordinaria belleza
rodeado por flores y plantas únicas y en el que se encontraba el castillo del rey del mar.

Él y sus seis hijas vivían felices en medio de tanta belleza. Ellas pasaban el día jugando y cuidando de sus flores en los majestuosos jardines de
árboles azules y rojos. La más pequeña de ellas, era la más especial. Su piel era blanca y suave, sus ojos grandes y azules, pero como el resto de las
sirenas, tenía cola de pez. A la pequeña sirena le fascinaban las historias que su abuela contaba acerca de los seres humanos, tanto que cuando
encontró una estatua de un hombre en los restos de un barco que naufragó no se lo pensó y se la llevó para ponerla en su jardín. La abuela les
contó que algún día conocerían la superficie.
- Cuando cumpláis quince años podréis subir a la superficie y podréis contemplar los bosques, las ciudades y todo lo que hay allí. Hasta entonces
está prohibido.

La pequeña sirena esperó a que llegara su turno ansiosa, imaginando como sería el mundo de allá arriba. Cada vez que a una de sus hermanas le
llegaba el turno y cumplía los quince años, ella escuchaba atentamente las cosas que contaba y eso aumentaba sus ganas porque llegara el
momento de subir.

Tras años de espera por fin cumplió quince años. La sirena subió y se encontró con un gran barco en el que celebraban una fiesta. Oía música y
alboroto y no pudo evitar acercarse para tratar de ver a través de una de sus ventanas. Entre la gente distinguió a un joven apuesto, que resultó ser
el príncipe, y por quien quedó embelesada al observar su belleza.

Continuó allí mirando hasta que una tormenta cayó sobre ellos repentinamente. El mar comenzó a rugir con fuerza y el barco empezó a dar tumbos
como si se tratase de un barquito de papel, hasta que finalmente logró partirlo y mandarlo al fondo del mar. En medio del naufragio la Sirenita
buscó al príncipe, logró rescatarlo y llevarlo sano y salvo hasta la playa. Estando allí oyó a unas muchachas que se acercaban, y rápidamente nadó
hasta el mar por miedo a que la vieran. A lo lejos vio como su príncipe se despertaba y conseguía levantarse.

La Sirenita siguió subiendo a la superficie todos los días con la esperanza de ver a su príncipe, pero nunca lo veía y cada vez regresaba más triste al
fondo del mar. Pero un día se armó de valor y decidió visitar a la bruja del mar para que le ayudara a ser humana. Estaba tan enamorada que era
capaz de pagar a cambio cualquier precio, por alto que fuera. Y vaya si lo fue.
- Te prepararé tu brebaje y podrás tener dos piernecitas. Pero a cambio… ¡deberás pagar un precio!
- Quiero tu don más preciado, ¡tu voz!
- ¿Mi voz? Pero si no hablo, ¿cómo voy a enamorar al príncipe?
- Tendrás que apañarte sin ella. Si no, no hay trato
- Está bien

La malvada bruja le advirtió que nunca más podría volver al mar y que si no conseguía enamorar al príncipe y éste contraía matrimonio con otra
mujer, moriría y se convertiría en espuma de mar. La Sirenita estaba muy asustada pero a pesar de todo, aceptó el trato.

La sirena se tomó la pócima y se despertó en la orilla de la playa al día siguiente. Su cola de sirena ya no estaba, en su lugar tenía dos piernas. El
príncipe la encontró y le preguntó quién era y cómo había llegado hasta allí, la sirena intentó contestar pero recordó que había entregado su voz a
la bruja. A pesar de esto la llevó hasta su castillo y dejó que se quedara allí. Entre los dos surgió una bonita amistad y cada vez pasaban más tiempo
juntos.

Pasó el tiempo y el príncipe le anunció al día siguiente su boda con la hija del rey vecino. La pobre sirena se llenó de tristeza al oír sus palabras pero
a pesar de eso lo acompañó en la celebración de sus nupcias y celebró su felicidad como el resto de los invitados. Pero sabía que esa sería su última
noche, pues tal y como le había advertido la bruja, se convertiría en espuma de mar al alba. A punto de amanecer, mientras contemplaba triste el
horizonte, aparecieron sus hermanas con un cuchillo entre las manos. Era un cuchillo mágico que les había dado la bruja a cambio de sus cabellos y
con el que si lograba matar al príncipe podría volver a convertirse en sirena.

La sirenita se acercó sigilosa al príncipe, que estaba durmiendo y levantó el cuchillo...pero se dio cuenta de que era incapaz de acabar con él,
aunque esta fuera su única oportunidad de seguir viva.

De modo que se lanzó al mar y mientras se convertía en espuma, conoció a unas criaturas espirituales: las hijas del aire.

- Todavía tienes una oportunidad de conseguir un alma inmortal. Tendrás que pasar trescientos años haciendo el bien como nosotras, y después
podrás volar al cielo.

Mientras las escuchaba vio cómo el príncipe la buscaba en el barco, y en la distancia permaneció contemplándolo mientras una lágrima, la primera
de toda su vida, comenzó a brotar por su mejilla.
CAPERUCITA ROJA

Autor:

Charles Perrault

Había una vez una dulce niña que quería mucho a su madre y a su abuela. Les ayudaba en todo lo que podía y como era
tan buena el día de su cumpleaños su abuela le regaló una caperuza roja. Como le gustaba tanto e iba con ella a todas
partes, pronto todos empezaron a llamarla Caperucita roja.

Un día la abuela de Caperucita, que vivía en el bosque, enfermó y la madre de Caperucita le pidió que le llevara una
cesta con una torta y un tarro de mantequilla. Caperucita aceptó encantada.

- Ten mucho cuidado Caperucita, y no te entretengas en el bosque.


- ¡Sí mamá!

La niña caminaba tranquilamente por el bosque cuando el lobo la vio y se acercó a ella.

- ¿Dónde vas Caperucita?


- A casa de mi abuelita a llevarle esta cesta con una torta y mantequilla.
- Yo también quería ir a verla…. así que, ¿por qué no hacemos una carrera? Tú ve por ese camino de aquí que yo iré por
este otro.
- ¡Vale!

El lobo mandó a Caperucita por el camino más largo y llegó antes que ella a casa de la abuelita. De modo que se hizo
pasar por la pequeña y llamó a la puerta. Aunque lo que no sabía es que un cazador lo había visto llegar.

- ¿Quién es?, contestó la abuelita


- Soy yo, Caperucita - dijo el lobo
- Que bien hija mía. Pasa, pasa

El lobo entró, se abalanzó sobre la abuelita y se la comió de un bocado. Se puso su camisón y se metió en la cama a
esperar a que llegara Caperucita.

La pequeña se entretuvo en el bosque cogiendo avellanas y flores y por eso tardó en llegar un poco más. Al llegar llamó
a la puerta.

- ¿Quién es?, contestó el lobo tratando de afinar su voz


- Soy yo, Caperucita. Te traigo una torta y un tarrito de mantequilla.
- Qué bien hija mía. Pasa, pasa

Cuando Caperucita entró encontró diferente a la abuelita, aunque no supo bien porqué.

- ¡Abuelita, qué ojos más grandes tienes!


- Sí, son para verte mejor hija mía
- ¡Abuelita, qué orejas tan grandes tienes!
- Claro, son para oírte mejor…
- Pero abuelita, ¡qué dientes más grandes tienes!
- ¡¡Son para comerte mejor!!

En cuanto dijo esto el lobo se lanzó sobre Caperucita y se la comió también. Su estómago estaba tan lleno que el lobo se
quedó dormido.

En ese momento el cazador que lo había visto entrar en la casa de la abuelita comenzó a preocuparse. Había pasado
mucho rato y tratándose de un lobo…¡Dios sabía que podía haber pasado! De modo que entró dentro de la casa. Cuando
llegó allí y vio al lobo con la panza hinchada se imaginó lo ocurrido, así que cogió su cuchillo y abrió la tripa del animal
para sacar a Caperucita y su abuelita.

- Hay que darle un buen castigo a este lobo, pensó el cazador.

De modo que le llenó la tripa de piedras y se la volvió a coser. Cuando el lobo despertó de su siesta tenía mucha sed y al
acercarse al río, ¡zas! se cayó dentro y se ahogó.

Caperucita volvió a ver a su madre y su abuelita y desde entonces prometió hacer siempre caso a lo que le dijera su
madre.
BAMBI

AUTOR: FELIX SALTEN

Érase una vez un bosque donde vivían muchos animales y donde todos eran muy amiguitos. Una mañana un pequeño conejo llamado Tambor fue a
despertar al búho para ir a ver un pequeño cervatillo que acababa de nacer. Se reunieron todos los animalitos del bosque y fueron a conocer a
Bambi, que así se llamaba el nuevo cervatillo. Todos se hicieron muy amigos de él y le fueron enseñando todo lo que había en el bosque: las flores,
los ríos y los nombres de los distintos animales, pues para Bambi todo era desconocido.

Todos los días se juntaban en un claro del bosque para jugar. Una mañana, la mamá de Bambi lo llevó a ver a su padre que era el jefe de la manada
de todos los ciervos y el encargado de vigilar y de cuidar de ellos. Cuando estaban los dos dando un paseo, oyeron ladridos de un perro. “¡Corre,
corre Bambi! -dijo el padre- ponte a salvo”. “¿Por qué, papi?”, preguntó Bambi. Son los hombres y cada vez que vienen al bosque intentan
cazarnos, cortan árboles, por eso cuando los oigas debes de huir y buscar refugio.

Pasaron los días y su padre le fue enseñando todo lo que debía de saber pues el día que él fuera muy mayor, Bambi sería el encargado de cuidar a
la manada. Más tarde, Bambi conoció a una pequeña cervatilla que era muy muy guapa llamada Farina y de la que se enamoró enseguida. Un día
que estaban jugando las dos oyeron los ladridos de un perro y Bambi pensó: “¡Son los hombres!”, e intentó huir, pero cuando se dio cuenta el
perro estaba tan cerca que no le quedó más remedio que enfrentarse a él para defender a Farina. Cuando ésta estuvo a salvo, trató de correr pero
se encontró con un precipicio que tuvo que saltar, y al saltar, los cazadores le dispararon y Bambi quedó herido.

Pronto acudió su papá y todos sus amigos y le ayudaron a pasar el río, pues sólo una vez que lo cruzaran estarían a salvo de los hombres, cuando lo
lograron le curaron las heridas y se puso bien muy pronto.

Pasado el tiempo, nuestro protagonista había crecido mucho. Ya era un adulto. Fue a ver a sus amigos y les costó trabajo reconocerlo pues había
cambiado bastante y tenía unos cuernos preciosos. El búho ya estaba viejecito y Tambor se había casado con una conejita y tenían tres conejitos.

Bambi se casó con Farina y tuvieron un pequeño cervatillo al que fueron a conocer todos los animalitos del bosque, igual que pasó cuando él nació.
Vivieron todos muy felices y Bambi era ahora el encargado de cuidar de todos ellos, igual que antes lo hizo su papá, que ya era muy mayor para
hacerlo.
LA BELLA Y LA BESTIA

Autor:

Madame Leprince de Beaumont

Había una vez un mercader adinerado que tenía tres hijas. Las tres eran muy hermosas, pero lo era especialmente la
más joven, a quien todos llamaban desde pequeña Bella. Además de bonita, era también bondadosa y por eso sus
orgullosas hermanas la envidiaban y la consideraban estúpida por pasar el día tocando el piano y rodeada de libros.

Sucedió que repentinamente el mercader perdió todo cuanto tenía y no le quedó nada más que una humilde casa en el
campo. Tuvo que trasladarse allí con sus hijas y les dijo que no les quedaba más remedio que aprender a labrar la tierra.
Las dos hermanas mayores se negaron desde el primer momento mientras que Bella se enfrentó con determinación a la
situación:

- Llorando no conseguiré nada, trabajando sí. Puedo ser feliz aunque sea pobre.

Así que Bella era quien lo hacía todo. Preparaba la comida, limpiaba la casa, cultivaba la tierra y hasta encontraba
tiempo para leer. Sus hermanas, lejos de estarle agradecidas, la insultaban y se burlaban de ella.

Llevaban un año viviendo así cuando el mercader recibió una carta en la que le informaban de que un barco que
acababa de arribar traía mercancías suyas. Al oír la noticias las hijas mayores sólo pensaron en que podrían recuperar su
vida anterior y se apresuraron a pedirle a su padre que les trajera caros vestidos. Bella en cambio, sólo pidió a su padre
unas sencillas rosas ya que por allí no crecía ninguna.

Pero el mercader apenas pudo recuperar sus mercancías y volvió tan pobre como antes. Cuando no le quedaba mucho
para llegar hasta la casa, se desató una tormenta de aire y nieve terrible. Estaba muerto de frío y hambre y los aullidos
de los lobos sonaban cada vez más cerca. Entonces, vio una lejana luz que provenía de un castillo.

Al llegar al castillo entró dentro y no encontró a nadie. Sin embargo, el fuego estaba encendido y la mesa rebosaba
comida. Tenía tanta hambre que no pudo evitar probarla.

Se sintió tan cansado que encontró un aposento y se acostó en la cama. Al día siguiente encontró ropas limpias en su
habitación y una taza de chocolate caliente esperándole. El hombre estaba seguro de que el castillo tenía que ser de un
hada buena.

A punto estaba de marcharse y al ver las rosas del jardín recordó la promesa que había hecho a Bella. Se dispuso a
cortarlas cuando sonó un estruendo terrible y apareció ante él una bestia enorme.

- ¿Así es como pagáis mi gratitud?

- ¡Lo siento! Yo sólo pretendía… son para una de mis hijas…

- ¡Basta! Os perdonaré la vida con la condición de que una de vuestras hijas me ofrezca la suya a cambio. Ahora ¡iros!

El hombre llegó a casa exhausto y apesadumbrado porque sabía que sería la última vez que volvería a ver a sus tres
hijas.

Entregó las rosas a Bella y les contó lo que había sucedido. Las hermanas de Bella comenzaron a insultarla, a llamarla
caprichosa y a decirle que tenía la culpa de todo.
- Iré yo, dijo con firmeza

- ¿Cómo dices Bella?, preguntó el padre

- He dicho que seré yo quien vuelva al castillo y entregue su vida a la bestia. Por favor padre.

Cuando Bella llegó al castillo se asombró de su esplendor. Más aún cuando encontró escrito en una puerta “aposento de
Bella” y encontró un piano y una biblioteca. Pero se sentó en su cama y deseó con tristeza saber qué estaría haciendo su
padre en aquel momento. Entonces levantó la vista y vio un espejo en el que se reflejaba su casa y a su padre llegando a
ella.

Bella empezó a pensar que la bestia no era tal y que era en realidad un ser muy amable.

Esa noche bajó a cenar y aunque estuvo muy nerviosa al principio, fue dándose cuenta de lo humilde y bondadoso que
era la bestia.

- Si hay algo que deseéis no tenéis más que pedírmelo, dijo la bestia.

Con el tiempo, Bella comenzó a sentir afecto por la bestia. Se daba cuenta de lo mucho que se esforzaba en complacerla
y todos los días descubría en él nuevas virtudes. Pero pese a eso, cuando todos los días la bestia le preguntaba si quería
ser su esposa ella siempre contestaba con honestidad:

- Lo siento. Sois muy bueno conmigo pero no creo que pueda casarme con vos.

La Bestia pese a eso no se enfadaba sino que lanzaba un largo suspiro y desaparecía.

Un día Bella le pidió a la bestia que le dejara ir a ver a su padre, ya que había caído enfermo. La bestia no puso ningún
impedimento y sólo le pidió que por favor volviera pronto si no quería encontrárselo muerto de tristeza.

- No dejaré que mueras bestia. Te prometo que volveré en ocho días, dijo Bella.

Bella estuvo en casa de su padre durante diez días. Pensaba ya en volver cuando soñó con la bestia yaciendo en el jardín
del castillo medio muerta.

Regresó de inmediato al castillo y no lo vió por ninguna parte. Recordó su sueño y lo encontró en el jardín. La pobre
bestia no había podido soportar estar lejos de ella.

- No os preocupéis. Muero tranquilo porque he podido veros una vez más.

- ¡No! ¡No os podéis morir! ¡Seré vuestra esposa!

Entonces una luz maravillosa iluminó el castillo, sonaron las campanas y estallaron fuegos artificiales. Bella se dio la
vuelta hacia la bestia y, ¿dónde estaba? En su lugar había un apuesto príncipe que le sonreía dulcemente.

- Gracias Bella. Habéis roto el hechizo. Un hada me condenó a vivir con esta forma hasta que encontrase a una joven
capaz de amarme y casarse conmigo y vos lo habéis hecho.

El príncipe se casó con Bella y ambos vivieron juntos y felices durante muchos muchos años.
LA CENICIENTA

Autor:

Charles Perrault

Érase una vez un hombre bueno que tuvo la desgracia de quedar viudo al poco tiempo de haberse casado. Años después
conoció a una mujer muy mala y arrogante, pero que pese a eso, logró enamorarle.

Ambos se casaron y se fueron a vivir con sus hijas. La mujer tenía dos hijas tan arrogantes como ella, mientras que el
hombre tenía una única hija dulce, buena y hermosa como ninguna otra. Desde el principio las dos hermanas y la
madrastra hicieron la vida imposible a la muchacha. Le obligaban a llevar viejas y sucias ropas y a hacer todas las tareas
de la casa. La pobre se pasaba el día barriendo el suelo, fregando los cacharros y haciendo las camas, y por si esto no
fuese poco, hasta cuando descansaba sobre las cenizas de la chimenea se burlaban de ella.

- ¡Cenicienta! ¡Cenicienta! ¡Mírala, otra vez va llena de cenizas!

Pero a pesar de todo ella nunca se quejaba.

Un día oyó a sus hermanas decir que iban a acudir al baile que daba el hijo del Rey. A Cenicienta le apeteció mucho ir,
pero sabía que no estaba hecho para una muchacha como ella.

Planchó los vestidos de sus hermanas, las ayudó a vestirse y peinarse y las despidió con tristeza. Cuando estuvo sola
rompió a llorar de pena por no poder ir al baile. Entonces, apareció su hada madrina:

- ¿Qué ocurre Cenicienta? ¿Por qué lloras de esa manera?

- Porque me gustaría ir al baile como mis hermanas, pero no tengo forma.

- Mmmm… creo que puedo solucionarlo, dijo esbozando una amplia sonrisa.

Cenicienta recorrió la casa en busca de lo que le pidió su madrina: una calabaza, seis ratones, una rata y seis lagartos.
Con un golpe de su varita los convirtió en un magnífico carruaje dorado tirado por seis corceles blancos, un gentil
cochero y seis serviciales lacayos.

- ¡Ah sí, se me olvidaba! - dijo el hada madrina.

Y en un último golpe de varita convirtió sus harapos en un magnífico vestido de tisú de oro y plata y cubrió sus pies con
unos delicados zapatitos de cristal.

- Sólo una cosa más Cenicienta. Recuerda que el hechizo se romperá a las doce de la noche, por lo que debes volver
antes.

Cuando Cenicienta llegó al palacio se hizo un enorme silencio. Todos admiraban su belleza mientras se preguntaban
quién era esa hermosa princesa. El príncipe no tardó en sacarla a bailar y desde el instante mismo en que pudo
contemplar su belleza de cerca, no pudo dejarla de admirar.

A Cenicienta le ocurría lo mismo y estaba tan a gusto que no se dio cuenta de que estaban dando las doce. Se levantó y
salió corriendo de palacio. El príncipe, preocupado, salió corriendo también aunque no pudo alcanzarla. Tan sólo a uno
de sus zapatos de cristal, que la joven perdió mientras corría.

Días después llegó a casa de Cenicienta un hombre desde palacio con el zapato de cristal. El príncipe le había dado orden
de que se lo probaran todas las mujeres del reino hasta que encontrara a su propietaria. Así que se lo probaron las
hermanastras, y aunque hicieron toda clase de esfuerzos, no lograron meter su pie en él. Cuando llegó el turno de
Cenicienta se echaron a reír, y hasta dijeron que no hacía falta que se lo probara porque de ninguna forma podía ser ella
la princesa que buscaban. Pero Cenicienta se lo probó y el zapatito le quedó perfecto.

De modo que Cenicienta y el príncipe se casaron y fueron muy felices y la joven volvió a demostrar su bondad
perdonando a sus hermanastras y casándolas con dos señores de la corte.
PINOCHO

escrito por Carlo Collodi

Hace mucho tiempo, un carpintero llamado Gepeto, como se sentía muy solo, cogió de su taller un trozo de
madera y construyó un muñeco llamado Pinocho.
–¡Qué bien me ha quedado! –exclamó–. Lástima que no tenga vida. Cómo me gustaría que mi Pinocho fuese
un niño de verdad. Tanto lo deseaba que un hada fue hasta allí y con su varita dio vida al muñeco.
Pinocho
–¡Hola, padre! –saludó Pinocho.
–¡Eh! ¿Quién habla? –gritó Gepeto mirando a todas partes.
–Soy yo, Pinocho. ¿Es que ya no me conoces?
–¡Parece que estoy soñando! ¡Por fin tengo un hijo!
Gepeto pensó que aunque su hijo era de madera tenía que ir al colegio. Pero no tenía dinero, así que decidió
vender su abrigo para comprar los libros.
Salía Pinocho con los libros en la mano para ir al colegio y pensaba:
–Ya sé, estudiaré mucho para tener un buen trabajo y ganar dinero, y con ese dinero compraré un buen abrigo
a Gepeto.
De camino, pasó por la plaza del pueblo y oyó:
Pinocho y Gepetto Bailando
–¡Entren, señores y señoras! ¡Vean nuestro teatro de títeres!
Era un teatro de muñecos como él y se puso tan contento que bailó con ellos. Sin embargo, pronto se dio
cuenta de que no tenían vida y bailaban movidos por unos hilos que llevaban atados a las manos y los pies.
–¡Bravo, bravo! –gritaba la gente al ver a Pinocho bailar sin hilos.
–¿Quieres formar parte de nuestro teatro? –le dijo el dueño del teatro al acabar la función.
–No porque tengo que ir al colegio.
–Pues entonces, toma estas monedas por lo bien que has bailado –le dijo un señor.
Pinocho siguió muy contento hacia el cole, cuando de pronto:
Nariz Pinocho
–¡Vaya, vaya! ¿Dónde vas tan deprisa, jovencito? –dijo un gato muy mentiroso que se encontró en el camino.
–Voy a comprar un abrigo a mi padre con este dinero.
–¡Oh, vamos! –exclamó el zorro que iba con el gato–. Eso es poco dinero para un buen abrigo. ¿No te gustaría
tener más?
–Sí, pero ¿cómo? –contestó Pinocho.
–Es fácil –dijo el gato–. Si entierras tus monedas en el Campo de los Milagros crecerá una planta que te dará
dinero.
–¿Y dónde está ese campo?
–Nosotros te llevaremos –dijo el zorro.
Así, con mentiras, los bandidos llevaron a Pinocho a un lugar lejos de la ciudad, le robaron las monedas y le
ataron a un árbol.
Gritó y gritó pero nadie le oyó, tan sólo el Hada Azul.
–¿Dónde perdiste las monedas?
–Al cruzar el río –dijo Pinocho mientras le crecía la nariz.
Se dio cuenta de que había mentido y, al ver su nariz, se puso a llorar.
–Esta vez tu nariz volverá a ser como antes, pero te crecerá si vuelves a mentir –dijo el Hada Azul.
Así, Pinocho se fue a la ciudad y se encontró con unos niños que reían y saltaban muy contentos.
–¿Qué es lo que pasa? –preguntó.
–Nos vamos de viaje a la Isla de la Diversión, donde todos los días son fiesta y no hay colegios ni profesores.
¿Te quieres venir?
–¡Venga, vamos!
Entonces, apareció el Hada Azul.
–¿No me prometiste ir al colegio? –preguntó.
–Sí –mintió Pinocho–, ya he estado allí.
Y, de repente, empezaron a crecerle unas orejas de burro. Pinocho se dio cuenta de que le habían crecido por
mentir y se arrepintió de verdad. Se fue al colegio y luego a casa, pero Gepeto había ido a buscarle a la playa
con tan mala suerte que, al meterse en el agua, se lo había tragado una ballena.
–¡Iré a salvarle! –exclamó Pinocho.
Se fue a la playa y esperó a que se lo tragara la ballena. Dentro vio a Gepeto, que le abrazó muy fuerte.
–Tendremos que salir de aquí, así que encenderemos un fuego para que la ballena abra la boca.
Así lo hicieron y salieron nadando muy deprisa hacia la orilla. El papá del muñeco no paraba de abrazarle. De
repente, apareció el Hada Azul, que convirtió el sueño de Gepeto en realidad, ya que tocó a Pinocho y lo
convirtió en un niño de verdad.
RAPUNZEL
Autor:

Hermanos Grimm
Había una vez un matrimonio que llevaba tiempo pidiendo a Dios tener un hijo, y por eso la esposa creyó que
muy pronto se lo concedería.

Un día estaba la mujer asomada a la ventana de su casa cuando fijó la vista en el jardín de al lado. Era un jardín
precioso, lleno de flores de todas las especies, pero al que nadie se atrevía a entrar porque era propiedad de
una malvada hechicera. El caso es que de entre todas las flores que había ella se quedó hipnotizada mirando
los ruiponces frescos y verdes que había plantados y empezó a sentir una terrible necesidad de probarlos. Tal
fue esa necesidad, que comenzó a entristecer.

- ¡Moriré si no pruebo los ruiponces del jardín de la bruja!, le dijo a su marido

Como su marido la quería mucho, decidió arriesgarse y saltar al otro lado del jardín.

Volvió a casa con los ruiponces y su mujer se los comió ansiosa. Pero al día siguiente le pidió más. Aunque el
hombre sabía que era peligroso, no podía negárselos. De modo que volvió a cruzar a por más ruiponces. Pero
esta vez la bruja lo vio...

- ¡Qué haces? ¿Cómo osas robarme mis ruiponces?

- ¡ Lo siento, de verdad, lo siento! ¡No me hagáis nada malo por favor!

- Te dejaré marchar, pero tendrás que cumplir un trato. Tendrás que entregarme el hijo de tu mujer en cuanto
nazca.

El hombre estaba tan atemorizado que ni siquiera lo pensó y contestó que sí.

Pasado un tiempo la mujer dio a luz a una hermosa niña, a la que le pusieron de nombre Rapunzel, en honor a
los ruiponces que tanto gustaban a su madre.

Cuando la niña cumplió doce años la bruja la condujo a una torre muy alta que estaba en el bosque. En ella no
había ni puerta, ni escaleras, sino tan sólo una pequeña ventana. Por lo que cada vez que la bruja quería subir
gritaba:

- ¡Rapunzel, deja caer tus cabellos!

Y la princesa descolgaba sus largos y finísimos cabellos por la ventana para que la bruja trepase por ellos.

Un día, estaba la joven cantando desde lo alto de la torre cuando el hijo del rey, que pasaba por allí la oyó.
Quedó conmovido por una voz tan dulce pero por más que miró por todos los rincones no acertó a saber de
dónde procedía.

Volvió todos los días al bosque en busca de esa delicada melodía cuando vio a la bruja que se acercaba a la
torre y llamaba a Rapunzel para que le lanzara sus cabellos. Por lo que el príncipe esperó a que la bruja se
fuera para hacer él lo mismo:

- ¡Rapunzel, deja caer tus cabellos!

Y Rapunzel descolgó por la ventana su larga trenza.

La joven se asustó mucho cuando lo vio aparecer en la torre, pero rápidamente cogió confianza con él y
estuvieron muy a gusto charlando. El príncipe le contó la historia de cómo había llegado hasta allí y le
preguntó si estaría dispuesta a casarse con él. Rapunzel aceptó encantada porque pensó que el príncipe la
cuidaría mucho y la haría muy feliz.

De modo que todas las noches el príncipe iba a ver a Rapunzel en secreto sin que la bruja supiera nada.

Pero un día, cuando Rapunzel ayudaba a la bruja a subir, sin querer dijo:

- ¿Cómo es que tanto me cuesta subirla ? El hijo del rey sube en menos de un minuto.

- ¿¿Qué?? Así que me has estado engañando eh?

Y la bruja estaba tan furiosa y tan enfadada que cogió unas tijeras, cortó el largo cabello de Rapunzel y la
mandó a un lugar muy muy lejano.

Al día siguiente cuando el príncipe regresó para ver a su amada y le pidió que lanzara sus cabellos, la bruja lo
esperaba en la torre. Soltó la trenza de Rapunzel por la ventana y cuando el príncipe llegó a la torre se
encontró con ella.

- ¡Nunca volverás a ver a Rapunzel!, y diciendo esto la bruja soltó un maleficio que lo dejó ciego.

El príncipe estuvo mucho tiempo perdido por el bosque, pues no encontraba el camino al palacio, cuando un
día llegó al lejano lugar en el que encontraba Rapunzel. Ella lo reconoció al instante, corrió a abrazarlo y no
pudo evitar soltar una lágrima cuando vio que estaba ciego por su culpa.

Pero fue esa lágrima la que rompió el hechizo y devolvió la visión al príncipe y juntos volvieron a palacio y
vivieron felices por siempre.
EL TRAJE NUEVO DEL EMPERADOR
Autor:

Hans Christian Andersen


Había una vez un emperador al que le encantaban los trajes. Destinaba toda su fortuna a comprar y comprar
trajes de todo tipo de telas y colores. Tanto que a veces llegaba a desatender a su reino, pero no lo podía
evitar, le encantaba verse vestido con un traje nuevo y vistoso a todas horas. Un día llegaron al reino unos
impostores que se hacían pasar por tejedores y se presentaron delante del emperador diciendo que eran
capaces de tejer la tela más extraordinaria del mundo.

- ¿La tela más extraordinaria del mundo? ¿Y qué tiene esa tela de especial?

- Así es majestad. Es especial porque se vuelve invisible a ojos de los necios y de quienes no merecen su cargo.

- Interesante… ¡entonces hacedme un traje con esa tela, rápido! Os pagaré lo que me pidáis.

Así que los tejedores se pusieron manos a la obra.

Pasado un tiempo el emperador tenía curiosidad por saber cómo iba su traje pero tenía miedo de ir y no ser
capaz de verlo, por lo que prefirió mandar a uno de sus ministros. Cuando el hombre llegó al telar se dio
cuenta de que no había nada y que lo que los tejedores eran en realidad unos farsantes pero le dio tanto
miedo decirlo y que todo el reino pensara que era estúpido o que no merecía su cargo, que permaneció
callado y fingió ver la tela.

- ¡Qué tela más maravillosa! ¡Que colores! ¡Y qué bordados! Iré corriendo a contarle al emperador que su traje
marcha estupendamente.

Los tejedores siguieron trabajando en el telar vacío y pidieron al emperador más oro para continuar. El
emperador se lo dio sin reparos y al cabo de unos días mandó a otro de sus hombres a comprobar cómo iba el
trabajo.

Cuando llegó le ocurrió como al primero, que no vio nada, pero pensó que si lo decía todo el mundo se reiría
de él y el emperador lo destituiría de su cargo por no merecerlo así que elogió la tela.

- ¡Deslumbrante! ¡Un trabajo único!

Tras recibir las noticias de su segundo enviado el emperador no pudo esperar más y decidió ir con su séquito a
comprobar el trabajo de los tejedores. Pero al llegar se dio cuenta de que no veía nada por ningún lado y antes
de que alguien se diera cuenta de que no lo veía se apresuró a decir:

- ¡Magnífico! ¡Soberbio! ¡Digno de un emperador como yo!

Su séquito comenzó a aplaudir y comentar lo extraordinario de la tela. Tanto, que aconsejaron al emperador
que estrenara un traje con aquella tela en el próximo desfile. El emperador estuvo de acuerdo y pasados unos
días tuvo ante sí a los tejedores con el supuesto traje en sus manos.

Comenzaron a vestirlo y como si se tratara de un traje de verdad iban poniéndole cada una de las partes que
lo componían.

- Aquí tiene las calzas, tenga cuidado con la casaca, permítame que le ayude con el manto…

El emperador se miraba ante el espejo y fingía contemplar cada una de las partes de su traje, pero en realidad,
seguía sin ver nada.

Cuando estuvo vestido salió a la calle y comenzó el desfile y todo el mundo lo contemplaba aclamando la
grandiosidad de su traje.

- ¡Qué traje tan magnífico!

- ¡Qué bordados tan exquisitos!

Hasta que en medio de los elogios se oyó a un niño que dijo:

- ¡Pero si está desnudo!

Y todo el pueblo comenzó a gritar lo mismo pero aunque el emperador estaba seguro de que tenían razón,
continuó su desfile orgulloso.
EL PRINCIPE FELIZ
Autor:
Oscar Wilde
Por encima de la ciudad entera, encima de un pedestal, se alzaba la estatua del Príncipe Feliz. Estaba hecha de
finísimas hojas de oro, tenía por ojos dos deslumbrantes zafiros y un rubí rojo en el puño de su espada.

Tal era la belleza del Príncipe Feliz que todo el mundo lo admiraba.

- Es igual de hermoso que una veleta, dijo uno de los concejales.


- Tienes que ser como el Príncipe feliz hijo mío. El nunca llora - le dijo una madre a su hijo que lloraba porque
quería la Luna.
- ¡Parece un ángel! - decían los parroquianos al salir de la catedral.

Una noche llegó a la ciudad una golondrina que iba camino de Egipto. Sus amigas habían partido hacia allí
semanas antes, pero ella se había quedado atrás porque se había enamorado de un junco. Decidió quedarse
con su enamorado pero al llegar el otoño sus amigas se marcharon y empezó a cansarse de su amor, así que
había decidido poner rumbo a las Pirámides.

Su viaje la llevó hasta ese lugar y al ver la estatua del Príncipe Feliz pensó que era un buen lugar para posarse y
pasar la noche.

Cuando ya tenía la cabeza bajo el ala y estaba a punto de dormirse una gran gota de agua cayó sobre ella.

- Qué raro, si ni siquiera hay nubes en el cielo… - pensó la golondrinita

Pero entonces cayó una segunda gota y una tercera. Levantó la vista hacia arriba y cuál fue su sorpresa cuando
vio que no era agua lo que caía sino lágrimas, lágrimas del Príncipe Feliz.

- ¿Quién eres?
- Soy el Príncipe Feliz
- Ah. ¿Y entonces por qué lloras?
- Porque cuando estaba vivo vivía en el Palacio de la Despreocupación y allí no existía el dolor. Pasaba mis días
bailando y jugando en el jardín y era muy feliz. Por eso todos me llamaban el Príncipe Feliz.
Había un gran muro alrededor del castillo y por eso nunca ví que había detrás, aunque la verdad es que
tampoco me preocupaba. Pero ahora que estoy aquí colocado puedo verlo todo y veo la fealdad y la miseria
de esta ciudad y por eso mi corazón de plomo sólo puede llorar.

La golondrinita escuchaba atónita las palabras del Príncipe.

- Mira, allí en aquella callejuela hay una casa en la que vive una pobre costurera - dijo el príncipe - Está muy
delgada y sus manos están ásperas y llenas de pinchazos de coser. A su lado hay un niño, su hijo, que está muy
enfermo y por eso llora.
Golondrinita, ¿podrías llevarle el rubí del puño de mi espada? Yo no puedo moverme de este pedestal.
- Lo siento pero tengo que irme a Egipto. Mis amigas están allí y debo ir yo también.
- Por favor golondrinita, quédate una noche conmigo y sé mi mensajera.

Aunque a la golondrina no le gustaban los niños, el príncipe le daba tanta pena que al final accedió. De modo
que arrancó el gran rubí que tenía el Príncipe Feliz en la espalda y lo dejó junto al dedal de la mujer.

Al día siguiente la golondrina le dijo al príncipe:

- Me voy a Egipto esta misma noche. Mis amigas me esperan allí y mañana volarán hasta la segunda catarata.
- Pero golondrinita, allí en aquella buhardilla vive un joven que intenta acabar una comedia pero el pobre no
puede seguir escribiendo del frío y hambre que tiene.
Haz una cosa, coge uno de mis ojos hechos de zafiros y llévaselo. Podrá venderlo para comprar comida y leña.
- Pero no puedo hacer eso…
- Hazlo por favor.

La golondrina aceptó los deseos del príncipe y le llevó al muchacho el zafiro, quien se alegró muchísimo al
verlo.

Al día siguiente la golondrina fue a despedirse del príncipe.

- Pero golondrinita, ¿no te puedes quedar una sola noche más conmigo?
- Es invierno y pronto llegará la nieve, no puedo quedarme aquí. En Egipto el sol calienta fuerte y mis
compañeras están construyendo sus nidos en el templo de Baalbec.
Lo siento, pero tengo que marcharme querido p?incipe, volveré a verte y te traeré piedras preciosas para que
sustituyas las que ya no tienes. Te lo prometo.
- Pero allí en la plaza hay una joven vendedora de cerillas a la que se le han caído todas sus cerillas al suelo y
ya no sirven. La pobre va descalza y está llorando. Necesito que cojas mi otro ojo y se lo lleves por favor.
- Pero príncipe, si hago eso te quedarás ciego.
- No importa, haz lo que te pido por favor.

Así que la golondrina cogió su otro ojo y lo dejó en la palma de la mano de la niña, que se marchó hacia su
casa muy contenta dando saltos de alegría.

La golondrina volvió junto al príncipe y le dijo que no se iría a Egipto porque ahora que estaba ciego él le
necesitaba a su lado.

- No golondrinita, debes ir a Egipto.


- ¡No! Me quedaré contigo para siempre, contestó la golondrina y se quedó dormida junto a él.

El príncipe le pidió a la golondrina que le contara todo lo que veía en la ciudad, incluida la miseria, y ésta un
día le contó que había visto a varios niños intentando calentarse bajo un puente pasando hambre.

El príncipe le pidió entonces a la golondrina que arrancase su recubrimiento de hojas de oro y que se lo llevara
a los más pobres. La golondrina hizo caso, los niños rieron felices cuando tuvieron en sus manos las hojas de
oro y el Príncipe Feliz se quedó opaco y gris.
Llegó el frío invierno y la pobre golondrina, aunque intentaba sobrevivir para no dejar solo al Príncipe, estaba
ya muy débil y sabía que no viviría mucho más tiempo.

Se acercó al príncipe para despedirse de él y cuando le dio un beso sonó un crujido dentro de la estatua, como
si el corazón de plomo del Príncipe Feliz se hubiese partido en dos.

Al día siguiente el alcalde y los concejales pasaron junto a la estatua y la observaron con asombro.

- ¡Qué andrajoso está el Príncipe Feliz! ¡Parece un pordiosero! ¡Si hasta tiene un pájaro muerto a sus pies! -
dijo el alcalde

De modo que quitaron la estatua y decidieron fundirla para hacer una estatua del alcalde.

Estando en la fundición alguien reparó en que el corazón de plomo del príncipe se resistía a fundirse. Por lo
que cogieron y lo tiraron al basurero, pero allí tuvo la fortuna de encontrarse con la golondrina muerta.

Dios le dijo a uno de sus ángeles que le trajera las dos cosas más preciosas que encontrara en esa ciudad y
curiosamente el ángel optó por el corazón de plomo y el pájaro muerto.

- Has hecho bien - dijo Dios - El pájaro cantará para siempre en mi jardín del Paraíso y esta estatua
permanecerá en mi ciudad de oro.

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