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HISTORIA
UNIVERSAL
PUBLICADA
V. DURUY
___________________________
HISTORIA
DE LA
LITERATURA FRANCESA
OBRAS DEL MISMO AUTOR
DE VENTA EN LA MISMA LIBRERÍA
______________________________________________
DE LA
LITERATURA FRANCESA
DESDE SUS ORIGENES HASTA NUESTROS DÍAS
POR
J. DEMOGEOT
Docteur és lettres, Agrégé à la Faculté des lettres de Paris
Ancien professeur de rhétorique au lycée Saint-Louis
_________
DUODÉCIMA EDICIÓN
_________
PARÍS
LIBRAIRIE HACHETTE ET Cie
BOULEVARD SAINT-GERMAIN, 79
____
1871
PARA
MONSIEUR P. PLOUGOULM
Estimado señor,
J. DEMOGEOT.
PRÓLOGO.
1
A medida que buscábamos en la literatura algo más serio que la disposición de las palabras, no
pudimos dejar de incluir en nuestros estudios todo lo que fue escrito en Francia en otro idioma
distinto la lengua de oïl. No se destruyen los hechos al ignorarlos. Los cantos de los trovadores
no nos son extraños; el inmenso movimiento intelectual de la sociedad clerical es una de las
glorias de Francia. Hablar sobre letras en la Edad Media sin decir una palabra sobre la Iglesia y
sus trabajos, es describir el amanecer haciendo caso omiso de la luz.
Estas son las ideas que hemos tratado de desarrollar en este libro, y que
respetuosamente sometemos al escrutinio público.
20 de agosto 1851.
_______
2
Sabemos que este ministro tenía la intención de ser enterrado en una vasta colección
de todo lo que se rimaba en la edad media. Se ha restringido tímidamente su plan: solo
publicaremos el ciclo carolingio, ¡sólo cuatro o cinco mil versos!
concienzudamente a Gui de Borgoña, Otinel, Floovant et tutti quanti. ¡Ah,
monsieur Josse, es usted un terrible orfebre!
De ninguna manera nos sorprendería que un partidario del renacimiento,
como lo somos nosotros mismos, nos acusase de habernos apresurado tanto
en esta época hermosa y fructuosa, dotada de originalidad tan poderosa, tan
creativa. De ello hablamos en la Sorbona durante un año, y el año nos
pareció demasiado breve.
Igualmente encontraríamos muy natural que un admirador de este siglo
XVIII, tan innovador, tan audaz, tan prodigiosamente espiritual, nos
encontrase deplorablemente cortos en cuanto a esta brillante pléyade de
hombres y mujeres autores cuyas obras, cuyas memorias, cuya misiva más
insignificante es a veces obras maestras.
Y nuestra revisión del siglo XIX, ¿qué autor contemporáneo la encontrará
suficientemente desarrollada?
¿Qué podemos concluir de todos estos reproches? Que a fuerza de alterar el
equilibrio en todos los puntos, bien podríamos haber establecido en casi
todas partes; que no hay una sola época de la cual no hayamos dicho todo lo
que se puede y todo lo que se debe decir; en otras palabras, que nuestro
trabajo tiene un solo volumen. En verdad, lo sospechábamos.
¿Qué remedio hay para este mal? El único que conozco es el de seguir el
ejemplo de los ingenieros geógrafos. Si creen insuficiente el mapa general de
un país después de haberlo dibujado, hacen en seguida mapas particulares,
que dan a cada detalle la importancia que le corresponde. Para hacer esto
mismo quisiera tener el tiempo y la fuerza por al menos un lapso. Elegí el
siglo XVII, el siglo de las obras maestras, como objeto de un estudio
desarrollado Un volumen de este nuevo libro ya se publicó 3: otros seguirán,
espero, si Dios me da la vida y la universidad el tiempo.
Mientras tanto, en nuestros TEXTOS CLÁSICOS, hemos atendido a las justas
predilecciones de los admiradores del siglo XVII, dedicando cerca de
quinientas páginas a pasajes de autores de esta época.
Nunca es demasiado tarde para reparar una omisión cuando esta omisión es
una injusticia. Se puede anotar que la tabla analítica de este libro fue hecha
con extremo cuidado y una rara inteligencia por las cosas bibliográficas.
Debo esta tabla a la amistad de un magistrado distinguido, M. H. Vinson 4,
3
Tableau de la Littérature française au dix-septième siècle avant Corneille et
Descartes, 4 vol. in-8. L. Hachette y Cie.
4
M. Vinson publicó en Pondicherry el curioso catálogo de su biblioteca (Notice
sommaire des livres d'une petite bibliothèque, in-4, 192 p.; 150 ejemplares). Él tiene
en su posesión un libro que tendrá su lugar junto al de L. Ratisbonne, el Infierno de
quien supo combinar el trabajo de su profesión con una pasión por la
bibliografía y las letras. Cuando por primera vez que publiqué este libro, no
creí que el público diese tal importancia como para que me fuese permitido
nombrar a mi modesto colaborador: el éxito me anima a ser agradecido.
Aún tuve, para mi quinta edición y por lo tanto para las siguientes, otro
auxiliar que me complazco en nombrar. Mi colega y amigo, E. Geruzez, de
buen grado me señaló un buen número de inexactitudes que se habían
infiltrado en mis ediciones anteriores. Sabemos que el M. Geruzez publicó
poco después de mí (1851), un libro sobre el mismo tema y con el mismo
título que el mío, obra coronada por la Academia Francesa, y que se merecía
en todos los aspectos, tal distinción 5. Es con un cierto orgullo que aquí
reconozco este tipo de competencia, honesta y leal de ambos lados, incluso
más generosa de su lado, la cual permitió fortalecer los lazos de nuestra
amistad gracias a una estima mutua. Vixeruntque mira concordia, per
mutuam caritatem, et invicem se anteponendo 6.
LITERATURA FRANCESA
PRIMER PERIODO.
LOS ORÍGENES.
_______
CAPÍTULO PRIMERO.
LOS CELTAS Y LOS ÍBEROS.
8
Un profesor que Alemania acaba de perder, J. C. Zeuss, publicó en latín la gramática
más completa de los diversos idiomas celtas: Grammatica Celtica. Lipsiæ, 1853. Ya
teníamos desde 1838 la Grammaire celto-bretonne de Le Gonidec, y desde 1831 su
Dictionnaire celto-breton reimpreso en 1848. — En Inglaterra, Shaw, Edward Davies,
Armstrong y la Highland Society of Scotland, publicaron importantes trabajos sobre
los idiomas de los pueblos celtas.
Ambas poblaciones y lenguas pertenecen a la misma cepa, a la cepa celta; y
lo poco que podemos decir de ellas remite indistintamente a las dos ramas.
9
J. J. Ampère, Histoire de la littérature française, t. I, p. 33. — Las eruditas
Recherches sur les langues celtiques de M. F. Edwards, han puesto total claridad a este
parentesco. M. A. Pictel ha hecho de éste el tema de una obra especial: De l'affinitè des
langues celtiques avec le sanscrit. París, 1837.
10
Larue, Essai historique sur les bardes, discurso preliminar.
11
Venantius Fortunatus, Iib. VII, p. 270.
12
Véase en les Chants populaires de la Bretagne, recogidos por el M. Villemarqué, una
sátira de Taliesin, bardo galés del siglo VI, acompasada con la versión en bretón
moderno que el mismo editor pone en paralelo. De ello se desprenden los curiosos
trabajos de M. F. Edwards, el bretón moderno sufrió pérdidas en lugar de cambios.
13
Un hecho reciente acaba de demostrar que a pesar de la separación secular de los
bretones y de los galos, el idioma que hablan no ha experimentado cambios
fundamentales. A finales de diciembre de 1859, un barco Inglés naufragó en la
península de Quiberon. La tripulación fue rescatada y llevada a Sarzeau cerca de
Vannes. Ninguno de los sobrevivientes sabía francés; pero entre ellos se encontraba un
No contenta con perpetuarse en una de nuestras provincias, la lengua celta
ha dejado numerosas huellas en el resto de Francia. Varias miles de palabras
francesas parecen no tener otro origen. M. F. Edwards recogió en su
lexicografía, un sinnúmero de términos franceses e ingleses derivados de
idiomas que hablaban los galos 14. Esta herencia no se limita a la parte
material de la lengua, a las palabras que designan los objetos; se extiende a
los procedimientos generales de elocución, al espíritu de la gramática, es
decir, a lo más íntimo e indeleble que hay en un pueblo. Se ha observado con
razón que la diferencia más característica que separa al francés del latín
consiste en el uso del artículo y en la supresión de las desinencias de la
declinación. Ahora bien, el uso del artículo pertenece a los idiomas celtas,
aunque la palabra con la cual hicimos nuestro artículo sea de origen latino
(ille, illa, etc.). En cuanto a las declinaciones, no existen ni en el dialecto
galo ni en el bretón, era natural que los pueblos que hablaban esos idiomas
siguiesen prescindiendo de ellas cuando comenzaron a aprender latín. Mas
una circunstancia mucho más llamativa es que uno de los dialectos galos, el
gaélico, que todavía se habla en Escocia e Irlanda, tenía un esbozo de
declinación en el que el nominativo y el genitivo singulares se invertían en el
plural, de manera que el nominativo de los dos era también el genitivo del
otro 15. Pues bien, esta inversión de las formas plurales, tan extraña en sí
misma, se encuentra específicamente en la famosa regla de l's constatada
galés. Él entendió el lenguaje de los bretones, les habló el suyo, y sirvió como intérprete
para sus compañeros.
14
Recherches sur les langues celtiques. La lexicografía abarca toda la segunda mitad
del volumen. Citaremos como ejemplos las primeras palabras que encontramos: fr.
havre; gal., bret. y gael. escos. aber. —Fr. amarre; bret. y gael. esc. amar. — Fr.
arsenal; gal, y bret. arsenai. — Fr. attiser; hr. atizer. — Fr. lec; gal. bek. — Fr. bac; br.
bak. — Fr. boucle; hr. buccl; gael. esc. bucal., irl. bucla. — Fr. botte; gal. bot. ; br. botez.
— Fr. charge, cargaison; br. karg. — Fr. parc; br. park. — Fr. toque; br. tôk. — Fr.
barre; br. barr. — Fr. rue; br. ru. — Fr. porche; br. porz. — Fr. bouc; br. bouch.
15
Por ejemplo, cuando el singular era:
16
Esta regla consiste en el uso de l's final en el nominativo singular de los sustantivos
masculinos, y en los casos oblicuos del plural. Así se hacía el singular:
Nominativo, rois (roi), Genitivo y casos oblicuos, roi.
En el plural :
Nom., roi, Genitivo y casos oblicuos, rois.
Es cierto que podemos explicar la presencia o la ausencia de l's en estos casos por la
imitación de la lengua latina, que a menudo admite en el nominativo singular y en
algunos casos oblicuos del plural; mientras que la rechaza en los casos oblicuos del
singular y en el nominativo del plural: dominus, domino, y domini dominis.
Camilo Monsalve.
Prácticas II de traducción: Historia de la literatura francesa.
[…]
Ésta persistencia de la lengua nos resultará menos asombrosa si
consideramos que la raza céltica conservó con la misma tenacidad sus
costumbres, hábitos y hasta sus leyes. Un erudito jurisconsulto reveló que
en el derecho consuetudinario francés quedaban restos claros y numerosos
de la antigua legislación gala 1.
Debemos detenernos en la poesía de ésta primitiva población, pues es tan
meritoria de nuestra atención como su lengua.
de un poema bastante lóbrego, en el que las diversas nociones de astronomía, historia y mitología céltica están
ligadas a la categoría de los primeros números. Aún algunos bretones la cantan sin comprender su sentido.
modificación posterior de las leyes preexistentes al establecimiento del
cristianismo, pero en realidad serían anteriores a las de Hoel le Bon,
legislador galo del siglo décimo. De acuerdo a éstas leyes, el deber de los
bardos es el de divulgar y conservar los conocimientos morales. Deben tener
en cuenta cada acción memorable, ya sea del individuo o de la tribu; todos
los eventos del tiempo, los fenómenos naturales, las guerras y las victorias.
Están a cargo de la educación de la juventud, gozan de ventajas especiales,
se les equipara con los agricultores y se les considera como uno de los tres
pilares de la nación 4.
Los bardos no tardaron en decaer. Posidonio, quien visitó la Galia un siglo
antes de la era cristiana, nos presenta ya a un bardo corriendo tras las
ruedas del carro de Luern, rey de los Arvernos, y agachándose con
reconocimiento para recoger una bolsa con oro fruto de sus alabanzas. Esta
misma decadencia se puede atestiguar en los más antiguos monumentos
poéticos de los bardos galos, cuya crítica moderna demuestra la autenticidad
sin dejar lugar a dudas 5. Vemos en éstos a los bardos asentados por doquier,
gracias al mecenazgo de los jefes militares. Estos les permitían sentarse a
sus mesas, vivir en sus palacios y acompañarlos a la guerra. Era una
verdadera domesticidad feudal 6.
Gran Bretaña era la sede principal del bardismo en los tiempos de Cesar.
Es aquí donde la juventud gala se iniciaría en los misterios de su culto. Ésta
región, menos expuesta a las invasiones extranjeras, ofrecía, sin duda, un
refugio más apacible para los sabios custodios de las tradiciones célticas. La
Bretaña armoricana se encontraba en condiciones casi tan favorables. Su
ubicación geográfica, sus bosques y el mar la preservaron del contacto con
los hábitos y con las ideas romanas. Además, en los siglos cuarto y quinto, la
región se vio alimentada por nuevos elementos druídicos. Algunas
migraciones de los bretones realizadas de forma sucesiva reavivaron en ésta
región el antiguo espíritu nacional: comenzando en el 383, debido a las
acciones del tirano Máximo y, posteriormente, en los siglos quinto y sexto,
4 La Villermarqué, Canciones populares de Bretaña, t. I, pp. 5. ─Myvyrian, The Myvyrian Archaiology of Wales, t.
Al igual que los druidas animaban con sus himnos a los guerreros galos
compañeros de Vindex, como Taliesin y Merlín predijeron la derrota de la
raza sajona y el triunfo de los nativos, Gwenc’hlan, en una poética
imprecación que recuerda a las diræ preces de los bardos de la isla de
Mona 7, anuncia la derrota de los extranjeros. El agresor se le aparece bajo la
imagen de un jabalí, el jefe armoricano, bajo la de un caballo de mar. Él
presencia el fiero combate librado por aquellos y se deja llevar por la
embriaguez de la victoria y de la matanza.
8Tal vez no hay que ver en esta expresión el odio contra la religión cristiana. Los campesinos, incluso los de
nuestros días, emplean la palabra cristiano como sinónimo de humano.
Los Íberos
9 Jean-Jaques Ampère en su libro Histoire de la littérature française avant le douzième siècle cita los trabajos
anteriores a los suyos. Es necesario añadir los de W.F. Edwards en la obra anteriormente citada.
10 W.F. Edwards parece disipar el prestigio de esta lengua, al observar que “partículas sueltas en otras lenguas
14 Este poema fue descubierto en 1590 por J. Ibañez de Ibarguen y publicado por vez primera en 1817 por G. de
Humboldt en Mithriades.
____________________________
CAPÍTULO II
Es sobre todo gracias a Roma que la Galia entró en contacto con Grecia.
Aunque las colonias helénicas llegaron a estas tierras antes que Roma, en
realidad no se extendieron más allá de sus bordes. Rodas estableció un
puesto comercial en la desembocadura del Ródano. Incluso Marsella
permaneció aislada en su elegante civilización por seis siglos. Fue a través
de ésta que Grecia ingresó a la Galia, pero sin transformar a los galos en
griegos. “De acuerdo a los relatos de un geógrafo latino contemporáneo del
emperador Claudio 15, Marsella era una ciudad de origen focense, ubicada
entre naciones salvajes ahora pacificadas, pero de las que sin embargo
difería mucho. Resulta maravilloso con qué facilidad esta ciudad conquistó
su lugar entre ellas y cómo logró conservar fielmente su propia civilización
hasta este día”. Grecia ignoraba completamente esta Galia en la que sus
propios hijos se habían establecido hace tanto. Diodoro Sículo, quien
escribiera a continuación de César, habla de las regiones transalpinas como
de un país en el que todos los ríos están helados.
Así pues, la civilización griega se encontraba aquí circunscrita a un
reducido espacio y su vida se desarrolló aislada hasta que esta región se
volvió completamente romana. Es cuando vemos las ciencias y las artes
Influencia de Roma
17 Lactanio, De mortibus persecutorum, capítulos VII y XXIII. Podemos ver ésta admirable descripción de
____________________________
CAPÍTULO III
20 Michelet, Histoire de Franc, tomo I pp. 111. Véase también Guizot, Cours d’histoire moderne, segunda lección.
La invasión germánica a la Galia
21 La obra de F. Ozanam, les Germains avant le christianisme, es la más reciente y completa de las que se han
[flecha] no se logra reconocer del escandinavo or y fairguni [montaña] se contrae en alemán hasta convertirse en
Berg.
23 La filología, en consonancia con la historia, nos muestra en todas partes, en estos préstamos, la influencia
predominante de dialectos del bajo alemán. Las vocales, destellantes en el alto alemán, se emsombrecen en
nuestra lengua: la a larga se vuelve una é; ou se vuelve ô; bâre deviene en bière; hâr en haire; rát es la raíz de
conroi, arroi, desarroi. Las consonantes fuertes se vuelven débiles: f o pf se vuelve p en francés, como en bajo
alemán; la b amenudo replaza la p; la d se cambia por t. En alto alemán werfan pasa a werpan en el gótico y a
guerpir en francés. Rutper y Gaupert del alto alemán se vuelven Robert y Gobert en francés.
Sus cantos de guerra eran impetuosos y terribles como el chocar de sus
armas. Cuando los germanos se lanzaban al combate, con la boca pegada
contra sus escudos, bramando en el hierro sus himnos militares, el ejército
romano asustado creía escuchar el grito salvaje de águilas y buitres.
Vencidos, entonaban sus cantos mortuorios en medio de torturas;
vencedores, celebran sus victorias con relatos poéticos. Tenemos aquí un
ejemplo de un fragmento anglosajón de la batalla de Finnsburg, el cual se
remonta a tiempo paganos y transmite claramente la embriaguez de la
sangre y el gozo por la destrucción.
“El ejército está en marcha; las aves y las cigarras canta, las hojas de
guerra resuenan. Ahora la luna comienza a brillar errante entre las nubes;
ahora inicia la acción que hará correr las lágrimas… Luego comienza el
desorden de la masacre; los guerreros se arrancan los escudos abollados de
las manos; las espadas surcan los husos de los cráneos. La ciudadela
resuena por el ruido de los golpes; los cuervos se arremolinan negros y
sombríos como las hojas del sauce; el hierro brilla como si el castillo
estuviera envuelto por las llamas. Jamás escuche sobre batalla más bella
ver 24.”
Además de estos cantos que recuerdan los poemas líricos de Tirteo, los
germanos tenían extensas narraciones poéticas que, al igual que los poemas
épicos de Grecia, se transmitían de tribu en tribu y de generación en
generación y formaban un patrimonio de gloria común a toda la nación.
Tácito conocía ya en la tierra de los germanos historias cantadas que tenían
lugar en sus anales. Carlomagno, quien hiciera reunir y escribir estos
relatos heroicos, fue el Pisístrato de este nuevo Homero.
Desafortunadamente, el tiempo no respetó su recensión. Los monumentos
antiguos de la poesía escandinava pueden darnos por sí solos, junto con los
Nibelungos, un idea completa. Sin embargo, aún poseemos un monumento
corto, aunque auténtico y precioso, de esta antigua poesía heroica.
25N del T: La traducción al francés la proporciona Demogeot. La versión al español se puede encontrar en Estudios
o discursos históricos sobre la caída del Imperio Romano, el nacimiento y los progresos del cristianismo y la
invasión de los barbaros, seguidos de la historia de Francia de François Rene Chateaubriand. Versión en español
de Juan Pérez y García, tomo II (1841, pp. 113-115).
de los Vendos, me han hablado de un combate en el que fue muerto
Hildebrand, hijo de Herebrand. Hildebrand, hijo de Herebrand dijo: ¡Ay!
¡Ay! He herrado fuera de mi país sesenta inviernos y sesenta estíos.
Colocábanme siempre a la cabeza de los combatientes: en ningún fuerte me
han puesto las cadenas a los pies y sin embargo es necesario que mi propio
hijo me traspase con su espada, me tienda muerto con su hacha o que yo sea
su asesino. Puede acontecerte fácilmente, si tu brazo te sirve bien, el que
despojes de su armadura a un hombre de corazón y que desnudes su
cadáver: hazlo si crees tener derecho y sea el más infame de los hombres del
Oeste el que te disuada de este combate que tanto deseas. Buenos
compañeros que nos miráis, juzgad en vuestro arrojo quién de los dos puede
alabarse de asestar mejor un golpe, quién sabrá apoderarse de ambas
armaduras. Entonces hicieron volar sus lanzas arrojadizas de puntas
cortantes que se pararon en sus escudos y después presipitáronse el uno
contra el otro. Resonaban las hachas de piedra… Herían con fuerza sus
blanco escudos: sus armaduras estaban rotas pero sus cuerpos permanecían
inmóviles.”
Es con esta grandeza y simplicidad digna de Homero que al menos una
gran porción del ciclo germano era relatado en el idioma de los Francos en el
siglo VIII. Es bastante probable que este fragmento formara parte de los
antiguos cantos nacionales que Carlomagno recogiera 26.
A pesar de los esfuerzos de este gran hombre que por un lado conservó las
tradiciones de su antigua patria y por el otro levantó las ruinas de la
civilización latina, Germania influyó menos sobre la Galia con sus
monumentos poéticos que con sus hábitos. Pero estos, encontrando por sí
mismas, en los poemas antes mencionados, su expresión más auténtica: si
bien esas costumbres se encontraban en los poemas antes mencionados, su
expresión más auténtica, las ideas generales que contenían estos poemas
____________________________
CAPÍTULO IV
La Galia cristiana
He aquí pues lo que el naciente cristianismo hizo del alma humana. Este
padre le guardó en sus cariños armándolas con este de una fuerza heroica.
Esta misma mujer, que se enfrentaría a las fauces de las bestias, escribió las
siguientes líneas:
Leyendas
Discusiones filosóficas
27 Ampère, Histoire littéraire, t. I, pp. 326. Guizot, Histoire de la civilisation en France, t. I, lección IV.
imputar la dirección mística y abstrusa de ciertas querellas teológicas. Por
otra parte, es necesario notar que en Occidente, y especialmente en la Galia,
las discusiones dogmáticas escaparon en parte a las argucias minuciosas del
Bajo Imperio. Siempre ha habido en el espíritu galo una tendencia práctica
que lo preservó de las aberraciones de la sofística griega. San Ireneo fue
menos metafísico y más apóstol, Lactancio fu más orador que teólogo, San
Hilario de Poitiers, el Atanasio de Occidente, fue el abogado vehemente de la
Trinidad. Por último, el gran obispo de Milán, Ambrosio, nacido también en
la Galia, en Trèves, fue el hombre de acción y de gobierno por excelencia.
Escribía solo para dirigir; elevó el púlpito episcopal a la importancia de una
magistratura política. Uno tras otro embajador y tribuno, sostiene los
intereses del joven Valentiniano junto al tirano Máximo, opuso su elocuencia
como una barrera a la primera de las invasiones, censuró de gran manera
un crimen cometido por Teodosio y sometió al emperador a la penitencia
pública. Así comenzó a diseñarse, en frente de la autoridad temporal, el
papel que iba a jugar el episcopado, papel que no hizo más que creceré en
presencia de los monarcas bárbaros. Así se posaba ya esta autoridad del
clero, sin duda a menudo abusiva, pero, en suma, útil y beneficiosa en los
siglos en los que la potencia religiosa podía por si sola detener los abusos
crueles de la fuerza. Era ya el derecho divino de la capacidad, intérprete de
la razón y de la justicia, quien se opuso a la usurpación de las pasiones
brutales.
Predicación
29 El primer libro contiene un sumario de la historia universal desde la creación de Adán y Eva, hasta la muerte de
San Martín.
30 Más allá de su Historia de los Francos, Gregorio de Tours dejó muchas obras de hagiografía: Las vidas de los
CAPÍTULO V
Carlomagno
Primer renacimiento
Katherine Montoya
Práctica II de traducción 6 de marzo de 2015.
Nota: 5.00
La primera tarea de Carlomagno fue reunir en torno a un foco de interés común a aquellas
lumbreras dispersas que él pudo reunir. En el recinto de su palacio creó una escuela que lo
seguía a todas partes y de la cual formaban parte además del mismo emperador, sus
maestros, sus favoritos, sus hijos e incluso sus hijas. A decir verdad, era más una especie de
academia que una escuela común y corriente, en la que Alcuino quién era el alma de esta,
buscaba despertar la atención y picotear la curiosidad de sus oyentes semi bárbaros, gracias
a todo lo que la erudición traía de sorprendente. Alcuino acertó: no se trababa tanto de
instruir a estos alumnos sino hacerlos amar el conocimiento. La pasión que este excitaba
era producida a un nivel que nos parece extraño. Al igual que en ciertas academias
italianas, donde unos solemnes eclesiásticos se atribuyen nombres bucólicos de los pastores
de Virgilio, la escuela del palacio solía dar un nombre sabio a cada uno de sus miembros.
Allí Carlomagno se llamaba David; Alcuino era Flaco; Angilberto era Homero; Gisla y
Gondrade habían escogido los dos nombres graciosos de Lucia y Eulalia. Cuando pensamos
en la grandeza del resultado y en la elevación de los motivos, debemos respetar incluso un
ligero matiz de pedantismo. Por otra parte, ¿no es acaso una necesidad noble de los
hombres de élite, el salir por al menos unos instantes de una era bárbara, utilizando la
ilusión de estos nombres venerados?
Carlomagno se tomó el estudio seriamente. Quería saber por su cuenta todo lo que
ordenaba enseñar. Debía ser un espectáculo curioso y admirable ver a este orgulloso
vencedor de sajones y lombardos ejercerse con mucho cuidado y muy poco éxito para
formar los hermosos caracteres de escritura, y poner sus pizarras y su estilete bajo su
cabecera, para ocupar así el insomnio de sus noches. Su inteligencia era más flexible que
sus dedos; aprendió a hablar correctamente la lengua latina e incluso comprendía el griego.
Llevando hasta en la gramática, el genio de organización que deslumbraba en su política,
concibió el proyecto de someter el hasta entonces idioma indisciplinado de los germánicos
a las leyes generales del lenguaje. Comenzó una gramática franca que precedió por 800
años a las más antiguas gramáticas alemanas. Finalmente, lo que resaltaba su gusto
literario, es que a pesar del entusiasmo que le despertaban las letras latinas, no desdeñaba
las poesías nacionales de la Germania, sus viejos cantos heroicos de los cuales aún
conservamos restos en los Edda y los Nibelungos. Carlomagno recogió estos poemas
bárbaros que seguramente escondían la verdadera poesía de todos los hexámetros de Flaco-
Alcuino y de Homero-Angilberto. No obstante, él mismo cultivó la poesía latina y a él se le
atribuyen muchas piezas de versos que aún tenemos. Hay uno que parece pertenecerle más
ciertamente, pues ahí se nombra y es el epitafio del joven Hugo, uno de sus hijos.
Observamos allí un solecismo tan lleno de gracia que parece una condición indispensable
de la idea que expresa:
Otro verso de esta pieza compensa una falta de cantidad con una noble imagen:
Apreciamos encontrar esta mezcla de talento y de incorrección sobre la pluma del poeta
guerrero. Parece que este pensamiento fuerte, impaciente de obstáculos, destruye al menor
movimiento, las reglas más delicadas de las sintaxis y de la prosodia.
Teología; Capitulares.
La verdadera literatura de esta época tenía que ser la teología. El porvenir del pensamiento
estaba en la fe cristiana: había que terminar de fundar la fe. Sólo ella podía apasionar los
espíritus, aguijonear el estudio, originar la discusión y algunas veces la elocuencia.
Carlomagno fue teólogo. Además de las cuestiones que él enviaba a los obispos, verdaderos
programas que producían obras, el mismo emperador revisó y completó diferentes tratados
sobre los temas que entonces preocupaban a la Iglesia.
La labor verdaderamente real que nos queda de Carlomagno, son estos sesenta y cinco
Capitulares, colección vasta y confusa de los diversos actos de su poder. No es
exclusivamente una recopilación de leyes, sino también de ordenanzas, juicios particulares,
consejos, proyectos, y por último, actos administrativos de toda clase. El reino de
Carlomagno todavía vive en estos restos mutilados. De allí, creemos entender la voz
imponente del maestro, y reconocer algunas veces la brevedad imperial del mando; pero el
príncipe no sólo ordena, sino que razona y enseña. Los reyes son los pastores de los pueblos
a la aurora de toda civilización. Unas veces, el autor de los Capitulares les predicó a sus
duros Germanos la moral evangélica, y les citó al apóstol santo Pablo; otras veces, dio
instrucciones a sus enviados reales, organizó las formas de la justicia y la dirección de los
pleitos locales. Abarcando todos los detalles en su inmensa actividad, creó reglamentos
para la policía, estableció un máximo para el precio de los alimentos, proscribió la
mendicidad y la reemplazó por una especie de impuestos de pobres. Más tarde, dedicó un
capitular entero a la administración doméstica de sus dominios para la venta de sus
vegetales (de villis). El activo del presupuesto imperial eran los granjeros a los cuales se
dirigía y formaban su ministerio de finanzas. Por último, Carlos se cuidaba de no olvidar a
los eclesiásticos, es decir, a la parte inteligente, la clase reinante de la nación. El emperador
no sólo ajustaba sus intereses, sino que también se ocupaba y se preocupaba por sus
usurpaciones. Parecía leer en el porvenir las desgracias de su hijo, Luis el bonachón. "Él les
pregunta: ¿a quién se dirigen estas palabras del apóstol?": "¿ningún hombre que combate al
3
servicio de Dios se preocupa por las cuestiones mundanas?"; y más adelante: "¿qué
significa renunciar al siglo? ¿Solamente no llevar armas y no estar casado públicamente?
La reforma del clero fue la primera medida reparadora de Carlomagno. El renacimiento del
noveno siglo, así como del undécimo y del decimosexto, comenzó con una reforma
religiosa. Bajo Carlos Martel, e incluso mucho antes de él, los bárbaros habían invadido la
Iglesia, y le habían aportado su grosería y su ignorancia. Carlomagno no perdonó a nadie
para reavivar la disciplina eclesiástica sino que corrigió las costumbres de los clérigos,
restableció la regularidad en sus conductas y la decencia en la celebración de los oficios.
Los concilios casi en desuso en el séptimo siglo y a principios del octavo, volvieron a ser
frecuentes bajo este reino. La vida moral renacía en la Iglesia, y así mismo despertaría la
inteligencia.
En el siglo XV, la copia de los manuscritos desempeñó entonces el mismo papel que la
imprenta en el siglo IX. De una época a otra, la biblia fue objeto de los primeros trabajos.
Hacia el año 801, Alcuino envió al emperador una revisión completa de los libros santos.
Este mismo príncipe se entregó a estudios similares. “El año antes de su muerte, dice un
cronista contemporáneo, corrigió cuidadosamente, junto a griegos y sirios, los cuatro
Evangelios de Jesucristo”. Tales ejemplos dieron un impulso general, y todos los
monasterios rivalizaban con gran ardor para copiar estas nuevas recensiones. Al carácter
informe de los tiempos merovingios, cuya escritura era sólo cursiva y degenerada, se
sustituyó por el pequeño y más tarde gran carácter romano: era otra vez una restauración.
La caligrafía se convirtió en un talento lucrativo e incluso en una gloria. Se hacía todo lo
posible para propagar el gusto. Unas veces, los versos de Alcuino, especie de circular
escrita en las paredes internas de las abadías, invitaban a los copistas a la exactitud más
minuciosa; otras veces eran recomendaciones, oraciones, imprecaciones consignadas así
mismo en el manuscrito original, que incitaban a los copistas a no cambiar nada, ni
tampoco alterar ni una línea.
Bajo las bóvedas de los monasterios circulaban ciertas leyendas muy propias para reanimar
el fervor de los calígrafos. Un novicio empleado para copiar libros había debido su
salvación a una compensación extraña: las páginas de una carta que había transcrito
sobrepasaban el número de pecados que había cometido. La biblia comenzó y santificó el
movimiento lo que hizo que los autores profanos sacaran provecho de eso. Alcuino conocía
muy bien a Virgilio; según ciertos testimonios, repasó y copió las comedias de Terencio e
hizo traer los libros de erudición escolástica de York que había reunido en su juventud.
Lobo de Ferrières le prometió a Eginardo las Noches áticas de Aulo Gelio, tan pronto como
el abad, a quien se las había prestado, hubiera terminado la copia. Más tarde, le hizo pasar
los Comentarios de César. Por otro lado, solicitaba del papa Benito III el envío del tratado
de Oratore de Cicéron y de las Instituciones de Quintiliano, en compañía de los
Comentarios de San Jerónimo. Se disputaban el privilegio de leer y ser el primero en copiar
el manuscrito. Se trataba de un movimiento que sólo era análogo entre los letrados del gran
renacimiento.
La instauración de las escuelas fue entonces el complemento. Las antiguas escuelas
municipales habían desaparecido, en medio de los disturbios de la invasión. Escasos
monasterios apenas satisfacían las necesidades más urgentes de la instrucción. Carlomagno,
preocupado durante mucho tiempo por esta idea, publicó finalmente en 737, a instancias de
Alcuino, lo que llamamos una circular, donde ordenaba a los obispos y a los abades fundar
escuelas. Dos años después, un capitular organizaba lo que la carta precedente había
creado. Este reglamentaba que cerca de cada obispado y cerca de cada monasterio sería
abierta una escuela, donde se enseñaría la gramática, el cálculo y la música. Desde
entonces, el número de estos establecimientos se incrementó considerablemente y los más
célebres fueron los de Tours, los de Ferrières en Gàtinois, Fulde, el de la Diósesis de
Maguncia, Reichenau, en el de Constancia; de Aniane en Languedoc y el de Fontanelle en
Normandía.
Alcuino parecía multiplicarse para propagar la enseñanza; sin embargo, no solamente
estableció escuelas, sino que también él mismo enseñó con un gran deleite, y la mayoría de
los hombres ilustres que esta época vio nacer fueron en gran parte sus discípulos.
Escuchemos al mismo Alcuino rindiendo cuentas a Carlomagno, en una de sus cartas (796),
de la naturaleza de la enseñanza que había establecido en Tours:
“Yo, su Flaco, según su exhortación y su sabia voluntad, me esfuerzo en servir a los unos,
la miel de las Escrituras santas bajo el techo de San-Martin; a otros trato de embriagarlos
con el viejo vino de los antiguos estudios; alimento a aquellos con la ciencia gramatical e
intento hacer brillar en los ojos de otros el orden de los astros”.
No obstante, reconoce que sus esfuerzos encuentran grandes obstáculos: “poco progreso y
avanzo poco, luchando siempre con la rusticidad de los turonenses”.
Desafortunadamente, esta resistencia no era local; tenía raíces más extensas y más difíciles
de extirpar. Las masas de la población no sentían ninguna simpatía hacia esta ciencia que
descuidadamente consideraban con poco interés: era un asunto entre el príncipe y el clero.
Los conservadores de las viejas costumbres, o especies de “Câtons” de la ignorancia, se
oponían obstinadamente a todas estas novedades; despreciaban “los ocios supersticiosos de
las letras y desconsideraban a aquellos que deseaban aprender algo 1“. Sólo encontramos un
monumento de esta época que instituye positivamente una enseñanza destinada a otros
diferentes de los clérigos 2; y es muy probable que esta tentativa no haya tenido casi ningún
éxito. No podía haber sucedido de otro modo. La Iglesia era entonces el único espacio de la
nación que podía recibir una cultura literaria: las letras y las artes son las flores de la
civilización y es el último fenómeno del crecimiento de las sociedades. El renacimiento
Carlovingiano precedió la constitución real de la nación, y de esto resultó algo superficial y
efímero.
Los conocimientos científicos que Carlomagno sembró no sumieron raíces profundas en el
suelo de Francia, ni se alimentaron de las sabias abundantes de la vida popular. No
obstante, estaban muy lejos de haber sido inútiles: vivieron en el seno de los monasterios,
hasta el día en que circunstancias más favorables permitieron propagarlos hacia fuera.
Hasta ese entonces, las letras concentradas en una clase que podía sólo cultivarlas,
constituyeron más bien un depósito que una riqueza real. Estas sólo produjeron un
historiador notable, Eginardo, el biógrafo de Carlomagno quien imitaba a Suetonio y que a
veces le recordaba: es su mérito a los ojos de los contemporáneos. Uno de ellos alababa en
este escritor “la elección de los pensamientos, un empleo sobrio de las conjunciones, tal,
como lo observó en los buenos autores, un estilo que no afectaba la longitud, la
1
“Earum, ut nunc plerisque vocantur, superslitiosa olia fastidio sunl....
Nunc oneri sunl, qui aîiquid discere all'ectanl”. (Lupus Feirariensis, epístola I.)
2
Theodulpbi Capilularia, § 19, 20.
5
complicación de los períodos, ni las frases de una extensión inmoderada 3“. El autor de este
juicio poco habría apreciado a Commines o a San Simón.
La poesía es el género de composición que no puede realizarse sin el pueblo: es una especie
de espectáculo que languidece sin los aplausos de la multitud. Es decir, la poesía no existió
bajo Carlomagno; entiendo la poesía letrada, reservando, desde luego, los cantos rudos
germánicos de los que hablé anteriormente. La poesía latina fue sólo un recrudecimiento de
la versificación. Simplemente se trataba en versos los mismos temas que se desarrollaban
en prosa: así se hacía la moral, la teología, la administración en hexámetros.
En el campo de la filosofía, apareció un hombre notable, único, Juan Escoto o el Erígena (el
irlandés). Al atrevimiento de sus ideas, a la sutileza de sus deducciones, al grandor de sus
resultados, se podría creer que abría una carrera nueva a la filosofía y que se adelantaba a
los pensadores de las escuelas modernas. Esto sería un error: Juan Escoto no era más que el
último de los alejandrinos, descarriado en el noveno siglo; un contemporáneo, un
compatriota de Plotino y de Porfirio. Tradujo del griego las obras de un alejandrino del
siglo quinto, falsamente atribuidas a santo Denis el Areopagita; reprodujo las doctrinas en
su libro sobre la División de la naturaleza: él es el último representante de esta tentativa de
amalgama entre el neoplatonismo de Alejandría y la teología cristiana, que comenzó desde
el segundo siglo y siguió activamente hasta el siglo quinto. Toda esta literatura
Carlovingiana mira el pasado y lo refleja: es un día de otoño donde algunos rayos recuerdan
a veces al verano y le dan al viajero una ilusión agradable. Pero con seguridad no es la
primavera: los follajes son amarillos y la tierra aún no tiene savia.
_________________________________
CAPÍTULO VI.
LENGUA FRANCESA.
Expulsión del alemán y del latín. — Formación de los idiomas modernos; lengua de oc;
lengua de oïl.
Carlomagno había intentado en vano llenar el vacío que el imperio de Occidente dejaba en
el mundo. Este gran hombre, en la noble impaciencia de su genio, había querido adelantar
la hora de la Providencia. Había impuesto a Europa una unidad aparente y muy externa.
Pero esta forma, herencia de una sociedad extinguida, resultó demasiado vasta y demasiado
sabia para las necesidades de los pueblos nuevos, que la miseria había devuelto la barbarie.
Era una expresión antigua impuesta a los sentimientos y a las costumbres a las cuales no
respondía más; era algo grande, pero muerto. La verdadera unidad sólo puede nacer de la
asimilación lenta de inteligencias. Había entonces que recobrar la sociedad en sus bases,
fortificar las almas con conciencia de su valor individual, armar al soldado para la defensa
de su tierra, elevar la atalaya del castillo y más tarde la muralla de la ciudad; en una
palabra, rehacer hombres y no un imperio. Así mismo, tan pronto no se sintió más la mano
3
Lupus Ferrariensis, epístola I.
de hierro del conquistador, lo más urgente que se tuvo que hacer fue quebrantar esta
máquina complicada que nadie podía hacer mover, y que atestaba la vía. El instinto de los
tiempos, la fuerza de las cosas, la ley secreta y viva que escondida en el seno de las
sociedades preside a todas sus transformaciones, predominaban sobre la fuerza
organizadora del maestro. El nuevo imperio se derrumbaba por todas partes; todo tendía a
aislarse, a volverse particular y local: los pueblos se desprendían pieza a pieza. Setenta
años después de Carlomagno, sus estados son desmembrados en siete reinos. Los reinos
mismos caen en ducados, condados, y señoríos: hacia el final del noveno siglo, Francia sola
cuenta veintinueve provincias, y al final del décimo siglo, cincuenta y cinco provincias,
cuyos gobernadores, bajo los nombres de condes, de vizcondes, y de marqués, se hicieron
verdaderos soberanos. Un capitular de Carlos el Calvo (877) dedicó legalmente la herencia
de los beneficios y los oficios reales: el imperio consumió su suicidio.
No obstante, ya aparecían, en medio de esta desorganización universal del pasado, las
nuevas tendencias que debían constituir el porvenir. Los reinos se destrozan, pero las razas
recuperan su independencia: rechazan la dinastía y los idiomas extranjeros. Se crean unos
jefes y se crea un lenguaje. Durante mucho tiempo, Carlomagno había cubierto a sus
sucesores del prestigio de su gloria; pero cuando, a fuerza de incapacidad, destruyeron la
ilusión, se recordaba que eran extranjeros. El primer síntoma de la vida nacional fue
odiarlos como conquistadores y despreciarlos como incapaces.
“Sin duda, dijo Agustín Thierry, en la revolución que derribó el trono de los
Carlovingianos, es necesario dedicar una gran parte a la ambición personal del fundador de
la tercera dinastía: sin embargo, se puede afirmar que esta ambición, hereditaria, se
mantuvo desde hace un siglo en la familia de Roberto el fuerte, fue alimentada y apoyada
por el movimiento de la opinión nacional; dicho en otras palabras, es el fin del reino de los
Francos y la sustitución del gobierno fundado sobre la conquista por una realeza nacional 4”.
Con y hasta antes de los reyes germanos desaparece del suelo galo la lengua tudesca, el
alemán. En 813, un canon del concilio de Tours recomendaba al clero predicar en tudesco,
así como en latín y en la lengua románica vulgar 5: prueba cierta de que el idioma
germánico era aun generalmente difundido en la Galia. Veintinueve años después, en 842,
cuando ambos hijos de Luis el Bonachón se juran amistad y alianza a la cabeza de sus
ejércitos, el príncipe Luis el Germánico, queriendo ser comprendido por los hombres de
Carlos el Calvo, sólo utiliza la lengua románica, mientras que Carlos el Calvo hablaba
tudesco a los soldados de Luis el Germánico 6. Aquí la distinción de las lenguas parece ya
bien trazada: el tudesco retrocede poco a poco hacia el norte; deja a los dialectos
provenientes del latín las tierras que son desde ahora Francia. En 911, ya nadie entendía
más los idiomas germánicos del tribunal de Carlos el simple. Cuando el duque Rollón se
adelantó para jurarle fidelidad y pronunció las dos palabras by Got (por Dios), todos los
asistentes se pusieron a reír 7. Parece que los últimos descendientes de la dinastía
Carlovingiana se tomaron la tarea de ampliar la distancia que les separaba de la nación.
Luis de Ultramar, en medio de un pueblo que sólo hablaba el latín vulgar, sólo comprendía
el tudesco. En 948, durante el concilio de Ingelheim, donde se encontró con el emperador
Otón, ambos príncipes, tanto el uno como el otro, parecían alemanes. Cuando se leyó la
4
Carta siglo XII.
5
Más adelante explicaremos lo que era la lengua románica.
6
Véase más adelante los juramentos del príncipe y del pueblo.
7
D. Bouquet, t. V',11, Pag. 316.
7
carta del papa Agapito, hubo que traducirla en lengua tudesca, para que los reyes la
pudiesen entender. Por el contrario, los príncipes de la tercera raza, cultivaron con cuidado
el idioma popular. Roberto, hijo de Hugo Capeto, era muy hábil en la lengua gala, dice un
cronista: Erat lînguse gallicoe peritia facunclissimus.
Si los Germanos desaparecieron como nación del territorio galo, se quedaron allí como
individuos; se unieron a los antiguos habitantes y contribuyeron a reanimar en su seno
todas las virtudes guerreras que habían traído de sus bosques salvajes. Lo mismo sucedió
con el idioma germánico: se borró como lengua y se quedó como influencia; se amalgamó
de manera más o menos oculta con el nuevo idioma de Francia del norte, y sirvió para
comunicarle esta firmeza, esta energía que fortalece, en cierto modo, las lenguas, y les da
dinamismo y duración 8.
En primer lugar, parece asombroso que los vencedores les hubieran tomado y no impuesto
una lengua a los vencidos. Este hecho se explica fácilmente por la desigualdad en el
número de la población y sobre todo de civilización entre ambos pueblos. Es un fenómeno
constante en la historia que los conquistadores bárbaros sufran inevitablemente la lengua,
las costumbres y la cultura intelectual de un pueblo refinado. Por ejemplo: los mongoles,
vencedores de la China, adoptaron su lengua y sus leyes. Los romanos sometieron Grecia, y
aunque no abandonaron su lengua, gran representante de su soberanía, aprendieron por lo
menos la lengua de los vencidos; adoptaron sus obras maestras y sus dioses. Pero estos
mismos romanos, al convertirse dueños de la Galia menos civilizada, pronto introdujeron
allí sus costumbres y su lenguaje.
Si el alemán fue exiliado por Francia, el latín se quedó allí que para morir. A un pueblo
nuevo, le hacía falta una lengua nueva. Este sabio e industrioso lenguaje, producto e
instrumento de una civilización refinada hasta la corrupción, no podía sobrevivir a la
sociedad que lo había creado. Este mismo se había esforzado para preservar de toda ofensa;
era como una máquina inmensa, complicada, llena de detalles delicados y frágiles, que daba
resultados maravillosos bajo un impulso hábil, pero que no podía soportar sin romperse al
esfuerzo de una mano inexperta. Hablado en todo el Occidente, impuesto en Oriente como
medio de comunicación oficial, el latín resonaba por todas partes como el grito de guerra de
las legiones, como la orden imperiosa de Roma. Pero esta misma difusión debía perjudicar
a su pureza. La lengua romana, así como el imperio, estaba enferma de su grandor 9.
Si los provinciales, los hombres de Roma, ya habían alterado el latín con el uso, los
bárbaros lo quebrantaron por impotencia y capricho. ¿Qué tenían que hacer todas estas
combinaciones sutiles de tiempo, de modos, de casos oblicuos y diversamente declinados,
que cansaban su memoria pero sin servir sus necesidades? ¿Qué les importaba este
vocabulario rico ciceroniano, vasta paleta donde brillaban los colores más delicados, o
donde se fundaban los matices más variados? He aquí a lo que se redujo el mecanismo de
su lenguaje: a un pequeño número de palabras muy precisas y muy ordinarias para expresar
8
Véase más arriba, página 21, lo que dijimos de la influencia del alemán sobre la lengua francesa.
9
“Ut jam magniludine laboret sua”. Tite-Live, t. I, prefacio.
los objetos que impactaban su sentido, algunos auxiliares cómodos para reemplazar los
tiempos y ciertas preposiciones que siempre son las mismas para hacer las veces de
inflexiones de los casos. El latín debió sufrir una reducción considerable y una extrema
simplificación. Los bárbaros realizaron precipitadamente lo que el tiempo produce a la
larga sobre todos los idiomas; hicieron pasar la lengua latina del carácter sintético a los
aspectos más despreocupados, pero también más pobres del análisis. Hubo una analogía
singular entre la revolución del lenguaje y la del gobierno. Tanto allí como acá todo se
volvió simple, material, positivo, pero estrecho, exiguo, bárbaro. Los hombres tenían pocas
ideas e ideas muy cortas; las relaciones sociales eran escazas y limitadas; el horizonte del
pensamiento y de la vida eran extremadamente restringidos. En tales condiciones, una gran
sociedad y un lenguaje rico eran también imposibles. Pequeñas sociedades, gobiernos
locales, lenguas poco abundantes, dialectos populares, en una palabra gobiernos e idiomas
hechos de alguna manera, a la medida de las ideas y de las relaciones humanas; esto sólo
era posible, esto sólo pudo llegar a vivir. Cuando los restos de la gran lengua Romana
adquirieron, gracias a la analogía, una cierta regularidad, cuando, por procedimientos
nuevos, se encontró el medio de suplir al mecanismo sabio de las declinaciones y de las
conjugaciones antiguas, este resultado de la barbarie de los tiempos y de las tendencias
analíticas naturales al espíritu humano formó los idiomas populares conocidos bajo el
nombre de lenguas neolatinas.
Todo servía de instrumento para la destrucción fatal que debía ser muy fecunda. ¡Qué
extraño! tal vez, el clero del sexto siglo fue el que daría al latín los golpes más duros. En su
celo necesario contra los restos de la idolatría, comprendió la elegancia del lenguaje. El
papa san Gregorio el grande, sabiendo que Didier, obispo de Viena, daba lecciones de
gramática, le escribió: “me cuentan algo que no puedo repetir sin vergüenza: se dice que su
fraternidad le explica la gramática a algunas personas. Estamos afligidos....pues las
alabanzas a Júpiter no se pueden contener en una sola y misma boca con las alabanzas a
Jesús cristo”.
En cuanto a él, profesa bajo este informe la ortodoxia más franca: “no evito el
desorden del barbarismo, decía; desdeño observar los casos de las preposiciones; porque
vería una indignidad en plegar la palabra divina bajo las leyes del gramático Donato”. Sin
duda, hay para nosotros algo raro en este mal humor del pontífice, en esta insurrección
santa contra el yugo gramatical.
Sin embargo, en una edad tan cerca de los siglos paganos, era posiblemente difícil
conservar las gracias del lenguaje clásico sin el fondo de las ideas que acostumbraban
revestir y conservar la forma sin el pensamiento, la flor sin el tallo, la civilización latina sin
la filosofía profana. Gregorio el Grande veía posiblemente de forma más justa que los
filósofos que lo criticaron, cuando, en su instinto de obispo, sentía confusamente la
necesidad de una lengua nueva, aunque fuese bárbara, para expresar las ideas de la
civilización a punto de renacer.
Sea lo que sea, este celo ardiente y justo en su principio, exagerado sin duda en sus
consecuencias, no tardó en llevar sus frutos en detrimento de la lengua latina. Es probable
que san Bonifacio, obispo de Maguncia, no quiso exponerse a las reprimendas pontificales
al enseñar a sus sacerdotes las reglas de Donato; pues el papa Zacarías tuvo que pronunciar
sobre la validez de un bautismo conferido por uno de ellos en estos términos: ego te baptiso
in nomine patria y filia, y spiritus sancti.
Esta cruzada contra el latín tuvo algo de oportuno en su rareza: cesó tan pronto
cuando el enemigo ya no era de temer. El latín convertido fue aprobado para
9
arrepentimiento, y encontró, como todos los pecadores, un asilo en los monasterios. Se hizo
lengua muerta, y el clero tuvo gran cuidado con esta cuando se la apropió.
También, de los dos lenguajes hablados en la Galia bajo las dos primeras razas, uno
fue relegado más allá del Rin y el otro dentro del claustro, el pueblo mismo hizo su lengua.
Derivada sobre todo de aquella de los romanos, recibió el nombre de lengua romana.
¿En qué época comenzó el uso de estas lenguas? Es difícil de determinar con
precisión. Las lenguas no nacen un día dado; no nacen en absoluto, se transforman. Los
eruditos pretendieron comprobar la existencia del romano desde el tiempo de Carlos
Martel; hasta señalaron algunas formas en una época mucho más lejana 10. El primer
monumento escrito y auténtico que se nos queda, son los famosos juramentos que prestaron
Luis el Germánico a su hermano Carlos el Calvo, y aquellos que prestaron los soldados de
Carlos a Luis el Germánico, en marzo del año 842. Transcribimos aquí el juramento según
el texto del historiador Nithard 11, juntando también una traducción francesa.
« a Pro Deo amur et pro Christian poplo, et nostro commun salvament, dist di en
avant, in quant Deus savir et a potir me dunat, si salvara jeo cist meon fratre Karlo, et in a
adjudha et in cadhuna cosa, si com om par dreit son fradra * salvar dist, in o quid il mi
altresi fazet, et ab Ludher nul « plaid nunquam prindrai, qui, meon vol, cist meon fradre «
Karle in damno sit. »
TRADUCCIÓN.
“Por el amor de Dios, para el pueblo cristiano y para nuestra común salvación, de este
día en adelante, como Dios me ha dado el saber y el poder, salvaré a mi hermano Carlos,
aquí presente, y le ayudaré en cada cosa (así, tal como un hombre, según la justicia, debe
salvar a su hermano), así como él lo haría de la misma manera por mí; y no haré con
Lotario ningún acuerdo que, por mi voluntad, cause perjuicio a mi hermano Carlos aquí
presente”.
10
J. L. Ideler, Geschichte der Altfranzxsischen National-Littératur, § 25. —
L. Genin, introducción al Cantar de Roldán, pág. IX. Toda la espiritual erudición de este crítico no pudo
animarnos a compartir la audacia de sus conclusiones. “No dudo, dice, que el francés existiese en el siglo
VIII. Considero permitido afirmar que Carlomagno había oído hablar francés…No hay temeridad alguna en
suponer que Carlomagno trató de hablar francés.
11
Hisforin Francorum, apnd Duchcsne, t. II, Pag. 274. — Roquefort, Glossaire de la langue romane, t. I, Pag.
20.
« Si Lodhuwigs sagrament que son fradre Karlo jura conservât, et Karlus meos sendra
de suo part non la stanit, si jo returnar non lint pois, ne jo, ne neuls cui eo returnar int pois,
in nulla adjudah contra Ludowig nun li juer. »
TRADUCCIÓN.
“Si Luis respeta el juramento hecho a su hermano Carlos, y Carlos, mi señor, por su parte
no lo hace, si no le puedo desviar de esta decisión, ni yo ni alguno (de los) con los que lo
podrían hacer, no le daremos ayuda alguna contra Luis 12“.
Estos textos son curiosos monumentos para el estudio de nuestra lengua. Y allí se
encuentra, en cierto modo, algo del trabajo de la transformación. Podemos observar que
estas líneas bárbaras ocupan un lugar en medio de los dos dialectos que, como nosotros
diremos, se repartieron Francia. La división todavía no se efectuó. Es probable que, bajo la
segunda raza, la unidad política mantuviera y conservara una especie de uniformidad en el
idioma corrompido, que se llamaba lengua vulgar. Este lenguaje cuasi-latín tuvo en Francia
las mismas pretensiones y la misma fuerza que el imperio cuasi-romano de Carlomagno.
Estos cayeron juntos y por las mismas causas; la lengua se dividió en dos dialectos; y,
retomando a Cicerón una imagen expresiva, al igual que los ríos que tienen origen de los
Apeninos se separan sobre dos laderas, los unos que fluyen hacia el mar de Jonia, que
ofrece puertos seguros y tranquilos, bajo el bello clima de Grecia, y los otros que van a
desembocar en el mar de Toscana, que baña un país bárbaro, espinoso de escollos y de
arrecifes: así la nueva lengua se partió por la mitad en corrientes diversas, entre las que una
fue a rociar las llanuras risueñas del sur, totalmente perfumadas todavía por la memoria de
las artes y de la civilización romana, donde la lengua griega misma había dejado un
armonioso eco; la otra, difundida en el norte del Loira, encontrando por todas partes a
Germanos, Kimris, Northmans, se encargó de un sedimento bárbaro que alteró por mucho
tiempo su limpidez.
Los Northmans ejercieron sobre todo la influencia más grande sobre el dialecto del norte de
Francia. Estos conquistadores del décimo siglo hicieron como los del quinto: adoptaron la
lengua del país conquistado, pero la adoptaron modificándola según la necesidad de sus
órganos rudos. Las sílabas sonoras se oscurecieron: las a se convirtieron en e. Por ejemplo:
la palabra latina charitas había dado charitat a la lengua románica; los Northmans
pronunciaron charité, y contribuyeron así a dar al dialecto del norte una fisonomía cada vez
más distinta. Los huellas que dejaron allí fueron tan profundas que se apropiaron más
seriamente de la lengua francesa. Ya bajo Guillermo I, sucesor de Rollón, los romanos soló
hablaban en Ruan. El duque, queriendo que su hijo supiera también la lengua danesa, fue
obligado a enviarlo a Bayeux, donde todavía se hablaba esta lengua. Para los otros galos, el
francés era un latín corrompido, un dialecto despreciado; para los Northmans bárbaros, esta
fue casi una lengua sabia, que estudiaron, como el latín, con mucho más cuidado. Pronto
los Northmans se hicieron nuestros poetas y maestros del francés, al igual que en otro
tiempo los galos habían enviado a Roma maestros de retórica y de gramática latina.
12
Podemos ver el análisis argumentado de cada una de las palabras que componen estos textos en
l’Explication de Bonamy, en el volumen 45 de Mémoires de l'Académie des inscriptions (edicto. En 12).
11
Mientras tanto, el idioma meridional así mismo recibía de las circunstancias políticas,
su carácter distintivo. Las provincias del sur, sometidas primero por los visigodos y los
borgoñones, habían sufrido menos bajo estos conquistadores menos bárbaros. Los Francos
las habían surcado sin duda muchas veces, pero sin desarraigar completamente como en el
norte, las costumbres y la civilización romana. Después de Carlomagno, las provincias
sometidas a la división de algunos de sus sucesores, se habían formado como reinos
independiente bajo Bosón, quien en 879 tomó el título de rey de Arles o de Provenza. Pero
a finales del undécimo y a principios del duodécimo siglo, su sucesión se encontró repartida
entre los condes de Tolosa y de Barcelona. La unión de los provenzales con los catalanes
terminó por alejar el dialecto del sur muy lejos del idioma sordo y lánguido de los
compañeros de Guillermo el Bastardo. El provenzal fue en lo sucesivo una lengua distinta
del románico wallon (valón) o welsh (es decir galo). Estos dos idiomas se distinguían
también por la palabra que, en cada uno de ellos, expresaban la afirmación oui: uno fue
llamado lengua de oc (hoc) y el otro la lengua de oïl (hoc illud). Así es como en la misma
época se nombraba al italiano lengua de si, y al alemán lengua de ya 13.
Lo que es sólo diversidad en la esfera de los principios se hace hostilidad en la de los
acontecimientos. El norte y el sur de Francia constituyeron su individualidad sólo con la
condición de odiarse. Los hombres del norte eran más valientes, pero también más
bárbaros, mientras que los hombres del sur eran más ingenioso, pero más blandos; ambos
se veían recíprocamente los unos como salvajes y los otros como bufones. Hay que
escuchar el grito de asombro y de desdén que echaban los franceses del norte a su primer
encuentro con sus hermanos del sur. Fue hacia el año 1000, cuando Constancia, hija del
conde de Tolosa, acababa de casarse con el rey Roberto y había traído consigo a los
cortesanos de su padre. “Dice el cronista contemporáneo Glaber que hay tanta deformidad
en sus costumbres como en sus trajes. Su armadura y los arreos de sus caballos son de
extrema rareza. Sus cabellos descienden apenas hasta la mitad de sus cabezas, se afeitan la
barba como histriones, llevan botines acabados de manera indecente con un pico
encorvado, túnicas acortadas, cayendo hasta las rodillas, y hendidas por delante y por
detrás. Marchan dando salticos. Pendencieros continuos, jamás son de buena fe. Por
desgracia la nación de los Francos, en otro tiempo la más honrada de todas, y los pueblos
de Borgoña, siguieron ávidamente estos ejemplos criminales”.
Estos dos elementos, cuya unión armoniosa debía constituir la nacionalidad francesa,
crecieron durante mucho tiempo, apartados, hostiles y amenazadores, hasta el día en que se
enfrentaron con la sangre de los Albigenses.
13
« II bel paese la dove il si suona. » (Dante).
SEGUNDO PERIODO.
EDAD MEDIA
____________
CAPÍTULO VII.
SOCIEDAD FEUDAL
Sociedad feudal.
Hacia el undécimo siglo se constituyen por fin las lenguas, es decir los pueblos
modernos, porque un pueblo mismo sólo existe cuando crea un lenguaje; y entonces es
cuando el mundo latín desaparece, las invasiones bárbaras se acaban para siempre y Europa
va a comenzar un período nuevo. Los tiempos que separaban la caída del imperio de
Occidente de la era que acababa de nacer, no eran sino una fermentación laboriosa donde se
preparaba la formación del mundo católico y feudal: los cuatro siglos que este mundo debía
vivir, del undécimo al decimoquinto, es la época que designamos bajo el nombre de edad
media.
Esta época se abre con una imponente grandeza. Después de esta terrible noche del
décimo siglo, de estas pestes que diezmaban regularmente a la población, de estas horribles
hambrunas donde se comía carne humana, donde se mezclaba tiza a la harina escaza
comprada al peso del oro, de estos intensos pavores durante los cuales en cualquier
momento se esperaba el sonido de la trompeta que debía despertar a los muertos, el mundo
se tranquilizó por fin cuando vio expirar sin catástrofe el año 1000 que una creencia general
le había asignado cómo término. La humanidad recuperaba con felicidad una vida que se
había creído casi a punto de perder y volvió a trabajar, a edificar en agradecimiento a este
Dios que prolongaba sus días. Se construyeron en todas partes nuevos templos; una
arquitectura hasta entonces desconocida y totalmente de expresión cristiana hizo que bellas
13
catedrales góticas sucedieran a las basílicas romances viejas y pesadas: se había dicho,
según la expresión de un cronista contemporáneo, que el mundo se despertaba, y,
despojándose de repente de su vejez, se revestía por completo de un vestido blanco de
iglesias 14. Y entonces, los normandos que se volvieron franceses comenzaron sus carreras
heroicas, y llevaron a Italia, Inglaterra, y Palestina su fabuloso valor. Entonces, un
sacerdote concibe una idea más grande que la de Carlomagno, sueña con la unidad política
del mundo, encabezada por la autoridad espiritual. Europa entera se levanta al llamado de
Roma, y, como Grecia en sus tiempos heroicos, prueba su cohesión marchando bajo un solo
jefe contra Asia, y prueba su vida cristiana invadiendo a los musulmanes bárbaros. No
obstante, las costumbres se formaron, la opinión pública renació, y con ella toda una serie
de instituciones y de relaciones. ¡Qué extraño y admirable! La legislación de Carlomagno
había sido impotente para crear un imperio; en la edad media, creencias e incluso prejuicios
suplían a la ausencia de leyes y hacían vivir la sociedad. En el interregno entre el mundo
romano y los Estados modernos, una idea gobernó Europa; un sentimiento tuvo el lugar de
una constitución. Las tribus germánicas habían dado de sus bosques la conciencia de la
libertad individual, la entrega voluntaria del hombre al hombre, la inviolable fidelidad al
juramento, en una palabra, el culto y a menudo la superstición del honor. En seguida se
establece, como por encanto, una orden política cuyo honor es el vínculo, donde todo es a
la vez dependiente y libre, encadenado por la palabra. Para completar esta organización,
sobre ella surge un nuevo ideal que debe esforzarse por alcanzar, el sueño noble de la
caballería, es decir, el valor adjunto a la lealtad, la protección del débil por el fuerte, y por
último, el culto hacia las mujeres ejerciendo el imperio doble de la debilidad y la belleza.
Entonces una poesía fue posible, porque existía una sociedad. Esta poesía tuvo la
suerte de nacer no de tradiciones más o menos fieles del pasado, sino de las circunstancias
nuevas donde se encontraban los hombres. Un desarrollo espontáneo en la ausencia de una
literatura más perfecta, que en otro tiempo le había faltado a la poesía de los romanos, no
faltó en la edad media, gracias al olvido momentáneo de los modelos antiguos. Sin duda,
abdicar para siempre la herencia de Roma y de Atenas hubiese sido una desgracia para el
pensamiento moderno. Sin embargo, fue bueno que no se disfrutara de este pensamiento
demasiado temprano, que sólo reuniera a su mayoría, mientras que, formada en una
saludable ignorancia de la gran fortuna que lo esperaba, hubiese sido creado a partir de
recursos poderosos. Es lo que ocurrió en el decimoquinto y decimosexto siglo, donde la
14
“Erat enim instar ac si mundus ipse, excutiendo semet, rcjecla velus tate, passim candidam ecclesiarum
veslem iadueret.” Glaber, I, III, 4 (apud .Scripuires rerum francicaïuin, X.)
La arquitectura es el arte dominante y expresivo de la edad media, aquel que primero revela el pensamiento
espiritualista. A la línea horizontal, principio del arte pagano, se le sustituye por la línea vertical, como
generadora de todos los nuevos ornamentos. El edificio sube hacia el cielo, en lugar de extenderse
complacientemente sobre la tierra. El pilar macizo da lugar a un haz de elegantes nervaduras. Las columnas se
adelgazan para lanzarse más. Además se estrechan para exagerar la altura disminuyendo el intervalo; y ambas
porciones de la bóveda que sostienen, se reencuentran, en lugar de continuarse redondeando su curva, se
cortan a un ángulo más o menos abierto y dan nacimiento a la ojiva.
edad media, aumentada en las manos del cristianismo y de la feudalidad, recibió por fin el
tesoro de la antigua sabiduría.
Además, cuanto menos la poesía romance procuró imitar a la griega, más lo hizo.
Vimos reaparecer estos cantos largos y heroicos, compuestos por un poeta desconocido,
confiados exclusivamente a la memoria de los hombres, repetidos con adiciones, variantes,
y, después de haber estado como suspendidos por mucho tiempo en medio del pueblo,
vienen para presentarse por fin bajo la pluma más o menos elegante de un letrado.
Los juglares, (joculatores) como los aèdes griegos, se unieron primero a la persona
de los príncipes. Encontramos ya esto después de Carlomagno y de Luis el bonachón 15. Los
cantos heroicos que compusieron para celebrar la victoria conseguida en 868 por Carlos el
Calvo sobre el conde Gerardo se atestiguaron en las crónicas 16. Los juglares normandos
cantaban las mayores hazañas de Carlomagno y de Roldán, antes de la famosa batalla de
Hastings que sometió Inglaterra a Guillermo el Conquistador (Guillermo I de Inglaterra) en
1066. Estos cantores fueron magníficamente recompensados por sus patrones nobles; unos
se volvieron bastante ricos para fundar hospitales; otros obtuvieron el permiso y sin duda
los medios para comprar y poseer feudos nobles. Los obispos, los abades e incluso las
abadesas tuvieron tempranamente juglares a su servicio; aun cuando Carlomagno se los
prohibió en un capitular del año 788, esto no impidió que en los siglos siguientes varios
obispos los tuvieran a su sueldo. Aunque hay que reconocer que se los prestaban
caritativamente a los monasterios de sus diócesis 17.
Otros juglares, sin ser unidos a grandes personajes, vagaban a sus riesgos y peligros,
yendo de ciudad en ciudad, de castillo en castillo, artistas ambulantes, bohemios de la
poesía, unas veces ricamente recompensados, y otras, presa de la miseria y de los ultrajes,
según los azares del viaje, y también sin duda según la desigualdad de sus talentos o de su
conducta. Aquellos entre los que componían o sabían repetir los cantos más bellos recibían
en las mansiones nobles la acogida más favorable. Para concebir la complacencia con la
que se recibían de estos huéspedes ingeniosos, había que figurar la soledad y los largos
aburrimientos de las moradas feudales. Sobre la cumbre de una colina a la cual era difícil
acceder, se elevaba un castillo aislado, cerrado por altas murallas, donde las estrechas
saeteras admitían una luz pálida y triste. A su alrededor, miserables chozas, campesinos
ordinarios y temblorosos; adentro, la castellana con sus hijas rodeadas de pajes nobles, sin
duda, algunas veces graciosos, pero siempre tan ignorantes como ellas. Los mismos hijos
de la casa servían como pajes en otro castillo. En cuanto al señor, se destacaba por dar y
recibir grandes golpes de espada, por montar un fogoso destrero y por beber grandes copas
de vino. ¿Que se podía hacer en tal morada si no era la guerra o el amor? ¿A menos que se
imitara la una y se contara el otro, se dieran torneos, o escucharan juglares? Y aun más
cuando durante seis meses de invierno el castillo feudal estaba envuelto en nubes, sin
guerra, sin torneos, cuando había visto sólo a pocos extranjeros y peregrinos; cuando se
habían esfumado estos días largos y monótonos, estas interminables veladas mal ocupadas
por el ajedrez, se languidecía con las golondrinas y el deseado retorno del poeta. Por fin
llegaba; se le divisaba desde lejos a lo largo de la rampa escarpada que llevaba al castillo;
llevaba su vihuela de arco atada al arzón de su silla de montar, si era a caballo o colgada de
su cuello, si venía a pie. Sus vestidos eran abigarrados de colores diversos; sus cabellos y
15
La Rue. Essais historiques sur les laides et les jongleurs), t. I, pág. 114,
16
Alliericus Trium Foniium, Chronica, ad annuin 868.
17
Warton's History of English Poetry, t. I, pág. 94.
15
Los poemas heroicos que nos quedan de esta época y que son conocidos bajo el
nombre de Cantares de gesta (chanson de geste) presentan una extensión muy imponente.
En general constan de veinte, treinta, cincuenta mil versos, que se desarrollan
mediante parlamentos de vente a doscientos y algunas veces más, de una sola rima o
asonancia. De seguro las composiciones iguales no son la obra de estos juglares errantes,
que sólo cantaban fragmentos dispersos. Esta extensión supone la posibilidad de ser leída
independientemente de aquella que es cantada. Los juglares no se hubieran tomado el
trabajo de construir una obra larga que nadie hubiera podido contemplar en su conjunto. Es
pues probable que hubiera primero sobre los distintos temas que abrazaban estas largas
epopeyas, poemas más cortos, más simples, más populares y más primitivos que aquellos
que nos quedan. Fauriel 20, de quien retomamos esta observación, recogió pruebas de esto
18
Roman de l’aus du paon.
19
Ed. Quinet. Revue des DeuxMondes, janvier 1, 1837.
20
De l’Origine de l’épopée chevaleresque au moyen âge.
tan curiosas como concluyentes. Así, a menudo pasa que un manuscrito encierra bajo un
solo título varios fragmentos relativos al mismo acontecimiento: son dos o varios poemas
sobre el mismo tema, que el redactor habrá recogido de la boca de los juglares y fundido o
más bien yuxtapuesto en su reseña. He aquí un ejemplo extraído de uno de los partes más
notables de la canción de Rolan.
La retaguardia de los Francos fue atacada y destruida por los sarracenos, más allá de
los Puertos, mientras que Carlomagno ya los había puesto a la cabeza de la vanguardia.
Mataron a todos los guerreros. Once de doce pares perecieron. Sólo quedaba Roldán, pero
ya tan herido y tan abrumado que lo único que le quedaba por rendir era su alma. Para
morir en paz se retiró debajo un gran peñasco, al amparo de un pino. Allí quiere quebrar su
espada famosa, su Durandal, por temor de que caiga en las manos de los infieles:
Esta estrofa contiene, como se puede ver, la pintura de una situación heroica muy
conmovedora, y este cuadro es uno, completo, y tal como el autor debió y quiso hacerlo.
Ahora lo que sigue a este cuadro, no es la muerte de Roldán, es un parlamento de
veintiséis versos, lo que no es otra cosa que una repetición del cuadro anterior, solamente
en otros términos, con otra rima y con variantes en los detalles y complementos 22:
21
Citamos aquí el mismo texto sin ninguna alteración, para dar una idea del lenguaje del más antiguo de
nuestros cantares de Gesta.
Ço sent Rolians la veue ad perdue;
Met sei sur piez, quanqu'il poet s'esvertuel;
En sun visage sa i ouleur ad perdue,
De devans lui ot une perre brune
X Colps i fiert par doel e par rancune;
Crui-t li acers, ne freinl ne n'esguignet;
E dist li quins : « Sancte Murie, aiue ;
E, Durandel bone, si mare fustes!
22
El texto original:
Rollans ferit el perron de Sardonie;
Cruit li acer ne briset ne n'esgninie.
17
Aún citaré según Fauriel, un último ejemplo más curioso, que los anteriores y quien
prueba de manera más decisiva que los poemas caballerescos, bajo su forma actual,
contiene fragmentos constados por diferentes autores.
Elias, conde de San-Gilles, fue proscrito por Luis el bonachón y vivió en un bosque
de Landas de Gascuña, teniendo como único vecino un ermitaño y como única sociedad su
esposa y su hijo Aiol. Elias era un héroe de antaño, una especie de gigante por su tamaño y
fuerza. Su lanza era tan larga o su choza tan pequeña que no pudo alojar una en la otra, y
para introducir allí su espada, tuvo que recortar la lámina de tres pies y de una palma; y aun
troncada, sobrepasaba la espada más larga de Francia de una ana. Cuando su hijo Aiol tuvo
edad para cargar armas iguales, el conde lo envió a buscar fortuna por el mundo, y le confió
todo lo más precioso que tenía: su gran lanza, su espada, su escudo y su famoso destrero, el
incomparable Marchegay. Aiol se puso al servicio de Luis el bonachón, y lo hizo tan bien
que se convirtió casi que el igual del emperador. En su prosperidad, su primer encargo fue
mandar por su padre, su madre y reconciliarlos con Luis. El viejo Elias quería sus armas y
su caballo casi tanto como quería a su hijo, por eso lo primero que hizo fue pedírselos de
vuelta. Esta situación se narra dos veces en el poema que se titula Aiol de Saint-Gilles. Este
23
He aquí los primeros versos de algunas variantes de las que hablamos:
1ere version. La dame fut el bois qui durement ploura…
4e — Par le bois va la dame qui grand paour avoit....
5e — En la forest fui Berte, qui est gente et adroite....
6e— La fîlle Blancliefleur, la royne au clair vis
Fut dedans la forest, moult est son coeur pensis.
7e — La dame fut el bois dessous un arbre assise....
8e — B rie fut ens el bois, assise sous un fo [fagus, hêtre) «ri
9e— Bert gist la terre, qui est dure com groe (gravier)..,.
19
da lugar a dos escenas tan diferentes, que aunque esté una seguida de la otra, es imposible
creer que sean de la misma mano.
La primera cuenta la escena con una simplicidad cercana a la frialdad.
Sorprendemos aquí la mano de un nuevo poeta, que retocaba y desarrollaba con más
arte un tema ya tratado por sus predecesores. Luego venía el redactor, el diascévaste quien
reunía dos tradiciones distintas, pero esta vez sin escogerlas ni fundirlas.
Es entonces cierto, como lo adelantó Fauriel, que en la época en que la imaginación
poética comenzó a agotarse, en que las composiciones originales y aisladas se volvieron
más escazas, hubo unos hombres que se les ocurrió unir, y coordinar en una misma, todas
aquellas producciones que más relacionaban. Estas grandes epopeyas, amalgama o fusión
de varias otras, formaban verdaderos ciclos, y reproducían algo análogo a lo que pasó en
otro tiempo en Grecia 24.
La historia de los poetas concuerda aquí con el aspecto de las obras. A los juglares
primitivos, cuya vida disipada y a menudo envilecida comenzaba a conseguir poca estima,
los sucedieron paulatinamente los poetas que escribían, los sabios, los clérigos y los
troveros. En adelante, los juglares sólo tenían la tarea de cantar los versos que ya no hacían,
y de divertir al público con juegos de manos o incluso hasta con la exhibición de sus
animales adiestrados.
Los troveros se apoderaron de tradiciones y cantos difundidos en el público; les
dieron una nueva forma, y desprestigiaron a sus predecesores para despojarlos mejor.
Empezaban diciendo:
O incluso:
En las manos de los troveros, los Cantares de gesta ganaron sin duda en elegancia e
incluso primero en interés.
Estos hombres, para la inmensa mayoría letrados, aplicando un espíritu más culto
para inventar incidentes y estilos, sin duda hicieron rápidamente progresar la lengua. Pero
24
M. F. Génin, en la introducción de su edición de la Chanson de Roland (1850), trató de volcar el sistema de
Fauriel, y quiso ver en estas numerosas variantes, donde la misma idea se reproduce tres o cuatro veces en
términos análogos y con detalles algunas veces contradictorios, la obra de un único poeta, y un procedimiento
de composición. Nos parece que el crítico demasiado ingenioso no estremeció en absoluto las sólidas razones
de su antecesor. Aún más, incluso M. Génin, algunas páginas más adelante, es forzado por la evidencia de
admitir en cierto modo, lo que acaba de combatir, cuando tiene ante sus ojos, como para la Chanson de
Roland, varios manuscritos del mismo poema, pero de diferentes épocas, y los más recientes manuscritos le
muestran el texto primitivo arruinado por sobrecargas, alteraciones y refundiciones.
21
este perfeccionamiento produjo pronto un nuevo mal. Cuando los poetas dejaron de cantar
sus versos, perdieron, con el contacto del auditorio, el sentimiento delicado que lo debía
satisfacer. Era perder toda su poética. Ya no sintieron más por su lado, esta curiosidad
ardiente que él debía aguijonear y satisfacer sin cesar, este sentido correcto de las masas
que preserva el hombre que les habla de toda búsqueda, de toda digresión ociosa, este
silencio frágil de una gran muchedumbre, esta atención que se compra sólo a fuerza de
interés y de verdad. Los poetas que escribieron en el fondo de su gabinete no sólo tuvieron
como guía las inspiraciones de su gusto individual, a menudo falseado por las
preocupaciones de su estado.
Acabamos de estudiar la formación de los cantos épicos; vamos a recorrer las
diversas clases, a exponer con algunos detalles los tres ciclos a los cuales pertenecieron
sucesivamente la moda y el interés público.
_______________________
CAPÍTULO VIII.
Tres temas de las epopeyas, - Ciclo francés o Carlovingiano. - Carácter religioso del
cantar de gesta. - Cantar de Roldán; crónica de Turpíno. – Carácter feudal. - análisis del
Roman de Loherains.
Uno de los prejuicios más extraordinarios, es el que les niega a los franceses el genio
de la epopeya. No obstante, se manifiesta el nacimiento del espíritu francés con la epopeya.
Los relatos, o más bien los cantos heroicos en toda su ingenuidad original, a menudo
también en toda su grandeza, eran la gloria más brillante de nuestra antigua poesía.
Lejos de la idea que Francia le hubieran faltado epopeyas, de hecho, inundó de estas a
Europa: Italia, Inglaterra, Alemania se inspiraron en el soplo de nuestros troveros; y
nosotros, como hijos pródigos e ingratos, dejamos dilapidar la herencia y la reputación de
nuestros padres.
La musa épica de Francia tenía en la época medieval tres temas favoritos: los
franceses, los bretones, y los antiguos; ella no conocía otro y como ella misma lo proclama
con el autor del poema de Guiteclin de Saissoigne:
Carlomagno, Arturo y Alejandro son los héroes que ella eligió y en torno a los cuales
se reunió, con sus flotantes banderas y sus mil gonfalones diversos, como alrededor de sus
soberanos derechos, todos los relatos de la epopeya caballeresca. Cada uno de ellos se hizo
el centro de un ciclo particular.
En medio de las desgracias y las tinieblas del décimo siglo, Francia había conservado
la memoria de una época maravillosa en la que la fuerza de sus jefes se había elevado a una
grandeza incomparable. Bajo Carlomagno, los Francos habían extendido sus conquistas
desde el Odra hasta el Ebro, desde Océano del norte hasta el mar de Sicilia. Musulmanes y
paganos, Sajones, lombardos, Bávaros y Bátavos, todos habían sido sometidos al yugo o
habían sido intimidados por las armas del rey de los Francos. Creador de un nuevo imperio
romano, restaurador de las ciencias y las artes, la inmensidad de sus planes y el vasto
alcance de su genio, sin duda no habían sido totalmente comprendidos por sus
contemporáneos. Pero esto había quedado en la imaginación de los pueblos, lo que deja allí
toda cosa sublime, un recuerdo confuso, pero profundo, imperecedero, y por así decirlo,
una gran conmoción de admiración. La debilidad de sus sucesores, las calamidades y las
vergüenzas de la invasión normanda debieron aún aumentar el respeto del pueblo hacia los
grandes hombres que ya no eran.
En las miserias del presente, la magnificencia de los recuerdos era a la vez un
consuelo y una venganza.
Los poemas que abrazaban este ciclo no correspondían totalmente a la época de
Carlomagno. Hay algunos de ellos que se remontaban a los tiempos de Clovis y de
Dagoberto 25, otros se remontaban hasta Carlos el Calvo e incluso hasta los reyes de la
tercera raza 26. Parece que la gloria de Carlos el Grande hubiera ejercido sobre los críticos la
misma fascinación que sobre el pueblo. Así como éste le había atribuido una multitud de
extrañas hazañas, los literatos marcaron con su nombre este gran ciclo de héroes franceses
de todas las épocas, y lo crearon en cierto modo monarca de este vasto imperio de poesía.
Las más notables de estas composiciones épicas parecen haber sido escritas durante el
duodécimo y del decimotercio siglo. Pero sin lugar a duda antes de ser fijadas por la
escritura bajo la forma que las conocemos hoy, estas composiciones habían sido cantadas
durante mucho tiempo y repetidas con miles de variantes. Ya encontramos en 1066 a un
juglar encabezando el ejército de Guillermo el Bastardo, que cantaba las hazañas de
Roldán, el paladín de Carlomagno, o posiblemente del duque Rollón, el conquistador de
Normandía, e incluía así la batalla de Hastings 27. Roberto Guiscardo se hacía seguir hasta
Italia por los juglares de su querida Normandía, que le repetían a claire voix y a duce sons
25
Por ejemplo: Parthénopex de Blois; — Florient et Octavien; —Ciperis de Vignevaux.
26
Como Hugues Capet; — Le Chevalier au Cygne; — Baudoin de Sebourg; — Le bastard de Bullion.
27
Se lee en Robert Wace, Roman de Rou :
Taillefer qui moult bien chantoit,
Sur un cheval qui tôt alloit,
Devant le duc alloit chantant
De Charlemaigne et de Holland
El d’Olivier et des vassaux
Qui moururent à Ronceveaux.
23
las proezas de los guerreros de Francia. Los poetas líricos del duodécimo siglo, de los que
hablaremos más adelante, los Goucy, los Blondel, los Quesne de Béthune, citan sin cesar a
los héroes de nuestros poemas épicos. Una tradición no interrumpida relacionaba pues la
creencia y el interés de los oyentes con eventos que celebraban los juglares y los troveros.
Éstos eran sólo los ecos de la muchedumbre: le reenviaban sus propias impresiones
aumentadas y multiplicadas por sus cantos.
CAPÍTULO VIII
1. La palabra gesta significaba acto público, historia auténtica. Tal era en la Edad Media el
significado de la palabra latina gesta. En los versos escritos por Eginhardo que narran la
vida de Carlomagno se puede leer:
«Hand prudens gestam nôris tu scribere, lector,
«Einhardum magni magnificam Caroli.
Por extensión, se le daba el nombre de gens de geste a las personas cuya familia tenía una
historia célebre.
2. Algunos poetas exaltaron la primera cruzada. Gregorio de Las Tours, apodado Bechada,
de quien sólo nos queda el nombre, recopiló todos los hechos de aquella expedición en un
extenso poema provenzal. La toma de Antioquía es el objeto de otro cantar épico en tiradas
monorrimas compuesto en el dialecto del norte por el peregrino Richard antes de 1102, y
reescrito por Graindor de Douai bajo el reinado de Felipe II; esta segunda edición fue
publicada en 1848 por Paulin Paris junto con un fragmento que se conserva de la primera.
«Lo que le concede un valor inestimable a esta crónica», afirma acertadamente E. Gerurez,
«es que sobrepasa en fidelidad histórica a las crónicas latinas de Tudebod, Robert el Monje
e incluso las de Guillermo de Tiro».
1. Publicado por primera vez por Francisque Michel en 1837 y por F. Génin en 1850.
2. Véase las Grandes Chroniques de France, tomo II, p. 15.
España ha sido sometida y la única ciudad que aún resiste es Saragoza, pero
Marsil, el rey sarraceno que la defiende, está dispuesto a entregar la ciudad
y recibir el bautismo. Ganelón, un caballero, es enviado a la ciudad para
tratar los términos de su sumisión. Pero Ganelón es un traidor y se
confabula con el rey pagano para hacer que Roldán y la élite cristiana que
formará la retaguardia durante la retirada caigan en una emboscada. El
complot se pone en marcha. Carlomagno ya ha rebasado los montes cuando
Roldán y sus compañeros son atacados por sorpresa en la valle de
Roncesvalles. El valiente guerrero podría fácilmente convocar al grueso del
ejército para que viniese en su ayuda, pues lleva en a la cintura un cuerno de
marfil, un olifante (Elephas), cuyo sonido formidable podría llegar hasta los
oídos del emperador, pero desdeña esta prudente medida que le sugiere
Oliveros, su compañero de armas. « Le combat s'engage : qui pourrait
décrire et nombrer les exploits de Roland, de l'archevêque Turpin, d'Olivier?
Ici tout est grandiose, et le champ de bataille et les héros. Cette phalange
indomptable, qui ne recule jamais, jonche le sol de cadavres; mais elle
périra sous les coups d'ennemis sans cesse renaissants »1 [«Estalla el
combate: ¿Quién podría describir y nombrar las proezas de Roldán, del
arzobispo Turpín o las de Oliveros? Aquí todo es grandioso, también lo son
el campo de batalla y los héroes. Esta falange indomable, que jamás
retrocede, va cubriendo el suelo de cadáveres, pero perecerá bajo infinitos y
renacientes ataques enemigos»] (versión de la traductora). Finalmente,
Roldán hace resonar su cuerno y el emperador, al reconocer el sonido,
regresa a través de las montañas para socorrer a su valiente sobrino. Pero ya
es demasiado tarde: todos los cristianos han perecido; Oliveros acaba de
sucumbir luego de un sinnúmero de valerosas proezas; y Roldán y el
arzobispo obligan a la turba de infieles a emprender la huída una última vez,
pero luego de perder todas sus fuerzas y su sangre llega su momento de
morir, con el rostro de frente al enemigo, justo en el momento en que
aparece su vengador.
En páginas anteriores2, ya hemos citado el fragmento de este noble relato
correspondiente a la muerte de Roldán y nuestros lectores han tenido la
oportunidad de admirar la orgullosa belleza de esta poesía primitiva, pues
nada es tan bello como esta heroica muerte del guerrero abandonado en la
montaña, solo con su espada, a la cual dirige sus adioses y a la que luego
trata de romper para librarla de la vergüenza de caer en manos de los
1. E. Gerurez, Histoire de la littérature francaise, p. 16.
2. Páginas 65 y 66.
alguna y sin importar quién sea su esposo, contará con su valentía para
protegerla de todos sus enemigos.
¿No hay en estos retratos algo delicado e incluso conmovedor? Vemos el
alborear del sentimiento caballeresco, que más adelante tendría un rol de
gran importancia en la poesía de la Edad Media. Aquí, aún se hace presente
sólo en rara ocasión y por excepción; todo lo demás es viril, enérgico y
rudo. Las mujeres aún no han salido del antiguo gineceo y son sólo los
hombres los que colman el poema con su bravura.
¡Cómo son valientes, en efecto, estos dos loreneses, Garín y su hermano
Begues! Begues sobretodo, como otro Aquiles, se perfila en las palabras de
sus aliados cuando se refieren a los desastres y pesares sufridos durante su
larga ausencia. Se va aproximando poco a poco, asolando tierras lejanas y
sembrando por su camino la desolación y el espanto. Y a pesar de todo esto,
todo el ejército lorenés languidece durante el sitio de San Quintín, el
emperador desespera por tomar esa población, y el mismo Garín no es capaz
de concretar la victoria. Finalmente, con la llegada de Begues, la fortuna
cambia, el enemigo se estremece al interior de sus muros y el vasallo
cumplió con la tarea de proteger a su emperador.
Hay que ver a todos esos buenos caballeros, con el yelmo puesto, el cuerpo
cargado de la blancura de la cota de mallas, resplandecientes por el hierro de
sus armaduras, y arremetiendo de un solo brinco sobre sus fuertes corceles.
¡No había fiesta más grande para ellos que una batalla! «Sur toutes
choses un tel jeu me ravit!» [«¡Sobre todas las cosas la contienda me
extasía!»] (versión de la traductora) exclama Begues. Y es que para ellos la
guerra es en efecto un juego magnánimo. Los caballeros se contemplan, se
admiran entre enemigos, la batalla se confunde con el torneo, y se matan
unos a otros sin odiarse. La batalla, siempre la batalla, es aquí como en
Homero el tema principal, el tema continuo del poema, y siempre el poeta,
al igual que sus héroes, encuentra fuerzas renovadas para esas luchas
incesantes. Es infatigable como ellos, y tal es el interés de su relato que
logra comunicarles este don a sus lectores.
Además de esa generosidad caballeresca, que ya vemos nacer entre la gloria
y el peligro, encontramos huellas excepcionales de la antigua fiereza que
desaparece día tras día y que parece apartarse de la antigüedad de las
tradiciones que canta nuestra epopeya. Un caballero le envía a Fromont la
cabeza de uno de los padres de ese jefe a quien mató. El propio Begues, el
Nada puede igualar al orgullo salvaje del barón al interior de su castillo. Sus
muros de gran grosor son su segunda armadura y son uno con él. El barón
no es sí mismo ni está completo si no está en su torre. Allí, libre,
independiente, desafía y a su rey y, a menudo, a su Dios.
Pero cuando Begues realmente deja su castillo por última vez, cuando parte
para nunca regresar, el poeta retrata una escena diferente: La familia feudal
está reunida, tranquila y feliz; el trovador nos presenta un cuadro interior
lleno de encantos y de gracia; todo está en paz, todo parece estar sonriendo.
Y es en ese momento que, por medio de un terrible contraste, la desgracia
llegará a esta casa.
Gracias a una observación muy realista y muy poética del corazón humano,
en medio de toda esta felicidad, Jehan Flagy nos muestra al duque que se
Begue ignora su sombrío presentimiento. Prepara la caza con todos los lujos
feudales: treinta y seis caballeros lo acompañan, diez caballos cargados de
oro y de plata le siguen, y luego viene la jauría de perros y los lacayos. El
duque se prepara para partir:
desde lejos y a través de las ramas del bosque, le lance furtivamente una
pérfida flecha. Es así como este hombre, que fue el protector de un rey y el
más firme eslabón de una raza entera, cae en una muerte oscura e ignorada,
lejos de los suyos, lejos del campo de batalla, su segunda patria.
¿No hay en tal contraste algo con un sublime carácter poético? ¿Quién es su
autor? ¿Será el poeta o el destino? El poeta, por lo menos, desempeñó el
papel principal de todo gran artista, tomó prestado de la realidad todo lo que
esta tenía como un ideal.
Esta tercera parte es la más poética y la que mejor fue desarrollada en toda
la epopeya de los Loherains. La narración, seca y abrupta en la primera
parte, en la que los acontecimientos se suceden sin armonía ni propósito, sin
otro orden que el de la cronología, se va animando poco a poco, toma vida e
incluso gracia. Esa primera parte presenta en más alto grado ese carácter
impersonal al que nos hemos referido. No es más que la recopilación de las
más antiguas tradiciones de un pueblo; la mano del artista es a duras penas
perceptible. En la tercera parte se unen con encanto el interés de un relato
nacional y el calor de un sentimiento individual.
En su conjunto, esta vasta epopeya se asemeja a esas inmensas catedrales,
construidas por generaciones diferentes y en las que el ojo distingue con
curiosidad los diversos estilos de cada siglo. A pesar de haber sido
comenzadas en el siglo once con cierto carácter ponderoso, pareciera que
aún dudan entre el estilo abovedado y el gótico, pero pronto las ojivas se
agudizan, las bóvedas se alargan, las columnas se hacen más delgadas… En
fin, yendo en ocasiones más allá de los límites de la elegancia, nos muestran
la decadencia del gusto en la búsqueda de los ornamentos, la fastuosidad de
los festones, la forma extraordinaria de los colgantes.
La epopeya de los Loherains se terminó con demasiada rapidez por haber
caído en estos excesos, pero la poesía épica de la Edad Media no dejará de
proporcionarnos otros numerosos ejemplos de ese estilo.
CAPÍTULO IX
SEGUNDO CICLO ÉPICO
Ciclo armoricano o de Artús; carácter caballeresco. — Fuentes bretonas. —
Cuentos populares de los bretones armoricanos. — Geoffroy de Monmouth y los
trovadores franceses. — Romans en prosa; lay de María de Francia. — Caballería
religiosa; el santo Grial.
Fuentes bretonas
En pasajes anteriores vimos cómo la lengua primitiva de los galos, el celta,
se retiraba en la Bretaña armoricana hacia el siglo sexto. Ese fue también el
asilo de los bardos, esos poetas galos asociados a la poderosa corporación de
los druidas. El arte fue más vivaz que la religión pues subsistió con la
lengua, como el único monumento de la nacionalidad antigua; fue
indestructible como un recuerdo y como una esperanza. En esa misma
época, un gran número de bretones de Inglaterra, huyendo de la conquista
de los bárbaros del Norte, se estableció en Armórica, su antigua patria. Trajo
consigo su idioma, sus tradiciones, su poesía, y con su presencia revivió las
antiguas costumbres y la vieja poesía céltica. Esta última había
experimentado un desarrollo importante con los bretones insulares. El rasgo
predominante de su carácter, según Walter Scott, era un entusiasmo
religioso por la poesía y por la música.
Fue durante el siglo sexto que florecieron en el país de Gales los bardos
Aneurin, Taliesin, Llywarch-Hen, Merzin, de quienes muchos cantos nos
han sido transmitidos1. Los emigrantes repetían los himnos de sus célebres
bardos; les gustaba sobretodo repetir los últimos combates de la
independencia, en los que su jefe, el valiente Artús, había defendido su país
con tanta gloria. Vencidos, pero no desprovistos de honor, engrandecían el
nombre de Artús como el contrapeso de su derrota y conservaban sus cantos
patrióticos como una noble y piadosa herencia.
Es curioso seguir el trabajo de la credulidad popular alrededor de la leyenda
de Artús, ver cómo se erige poco a poco el monumento poético al que cada
1. Sharon Turner demostró con mucha erudición la autenticidad de esas poesías publicadas
en el primer volumen de la recopilación titulada Myvirian; Archeology of Wales.
era contribuye, por así decirlo, su grano de arena. Es ver nacer y crecer la
epopeya, es estudiar de alguna forma la historia natural de la imaginación.
Las vidas de los santos contemporáneos a Artús nos muestran a ese rey bajo
el lente de la realidad histórica. Se trata de un jefe bárbaro y violento, en
guerra continua con sus vecinos, ya sea para repeler la injusticia o para
ejercerla en su propio beneficio. Saquea un monasterio y acepta la
intervención del clero; rapta la esposa de un jefe vecino y experimenta en
carne propia un infortunio semejante1. Lejos de ser el monarca universal, no
es ni siquiera el único príncipe del pequeño reino de Gales. Combate a los
sajones pero sus victorias no hacen más que retrasar las conquistas de estos.
Gildas, que vivió en esa misma época, resume las hazañas de Artús con
bastante exactitud en estos términos: « La victoire restait tantôt aux Bretons,
tantôt à leurs ennemis, jusqu'à la bataille de Hills, près de Bath, où les
Bretons obtinrent un avantage signalé. » [«La victoria le pertenecía en
ocasiones a los bretones, en ocasiones a sus enemigos, hasta la batalla de
Hills, cerca de Bath, donde los bretones obtuvieron la ventaja señalada»].
Sin embargo, ese éxito se limitó a suspender el proceso de la invasión.
Kerdic, el jefe sajón, se detuvo en los límites meridionales de los condados
de Southampon y Somerset. He aquí al verdadero Artús, el Artús de la
historia.
Fueron los bardos del siglo sexto los que comenzaron la apoteosis. A veces
exaltan a Artús con la moderación debida a una memoria aún reciente, y a
veces se dejan llevar por el entusiasmo lírico y lo rodean desde ya de un
aura fabulosa. El jefe bretón, transfigurado por la imaginación de sus
propios bardos, como le ocurriera a Alejandro con sus historiógrafos, se
convierte para ellos en un personaje mitológico, sin ser aún caballeresco. En
este punto, aún no hay una mesa redonda, ni torneos, ni amor, ni lo más
importante aún, el Santo Grial.
1
Chretien de Troyes la comienza con la oración de Philippe d’Alsace, conde
de Flanders. La continuó por Gauchier de Dordan y la la terminó Manessier
durante los últimos años del siglo XII.
106 CAPÍTULO IX
1
Taliésin. Mjvyrian, t. I, p. 17 y sigu., 37, 4B.
SEGUNDO CICLO ÉPICO 107
espiritual de su estilo; Creuzé de Lesser nos las contó con más talento y
encanto. Se trata de la misma ficción vivaz que tenía la planta
milagrosa que nació sobre el sepulcro de Tristán, y que, trepando por
los muros del monasterio, volvía a descender por medio de matojos
perfumados sobre el sepulcro de la reina Isolda, su amada. El rey Marc,
quien había ofendido su amor, hizo arrancar las raíces tres veces, pero,
siempre la muy obstinada planta reaparecía con la aurora y cubría las
dos tumbas con su verdura y con sus flores.
_______________
CAPÍTULO X
TERCER CICLO ÉPICO
Temas antiguos
1
Romans provençaux (Poemas provenzales (lección IX))
110 CAPÍTULO X
Ese último rasgo pertenece a las costumbres griegas y no hubiese
podido ser imaginado en el siglo XI. Para completar la analogía, el
narrador adiciona, en una especie de post-scriptum, una particularidad
que él omitió en la continuación de la obra; él cuenta que los piratas
que se habían adueñado de Raymond, le hicieron beber una pócima
extraída de una planta mágica que provocaba la pérdida de los
recuerdos de la patria y de su familia a aquellos que la probaran. Se
veía como la ficción poética del loto seguía latente en la memoria del
pueblo. Pues de ninguna manera es gracias a la transmisión intelectual
de las escuelas que se pudo perpetuar así la historia de Ulises a medida
que cambiaba de forma. Ella se propagó de la misma manera que se
conservan con nosotros algunas aventuras de caballería, por tradición
oral, por medio de los cuentos con los cuales las madres despiertan la
curiosidad de los niños.
Fue hacia finales del siglo XII o del XIII que la poesía francesa
pronuncia nuevamente los nombres por siempre gloriosos de Ilión, de
Héctor y de Alexander. Nadie duda que los troveros que entonces
desacreditaban a los juglares por doquier y pretendían que
Esos troveros malditos hacen cuentos inferiores 1,
no buscasen en los confusos recuerdos de la antigüedad la doble ventaja
de hacer brillar su superioridad clásica y ofreciesen un tema nuevo a la
curiosidad de los auditores. Ellos decían con cierta satisfacción:
Esa historia no fue usada,
Ni encontrada en muchos lugares,
Aún escrita no fue 2.
Ellos se expresaban también, mientras parafraseaban a su manera la odi
profanum de Horacio:
Pues alejándose de toda arte,
Si no son clérigos o caballeros:
Que más pueden escuchar
Como los asnos al sonido del harpa 3.
1
Alexandre et Lambert li Cors, Poeme de’Alexandre le Grand (Poema de Alejandro
el Grande)
2
Benoit de Saint-More, Histoire de la guerre de Troie (Historia de la guerra de
Troya)
3
El autor anónimo del Poema de Tebas.
TERCER CICLO ÉPICO 111
1
Hugues de Rotelande, trovero que vivió en Credenhill, en Cornualles,
durante la segunda mitad del siglo XII
112 CAPÍTULO X
1
Las obras de este trovero no fueron impresas juntas; M.F. Michel
publicó un extracto en sus Chroniques anglo-normundet (Crónicas
anglonormandas)
2
Horacio, Sat. 1, 4.
Crispinus minimo me provocal : Accipe, sodés,
Accipe jam tabulas : denlur nobis lorus, hora,
Custodes, videamus uler j)lus scribere possit.
LITT. FR. 2
114 CAPÍTULO X
No me culpen de todo,
No soy el único que ha mentido en el arte:
Gautier lo ha hecho bastante.
TERCER CICLO ÉPICO 115
Nuestros troveros también tratan de manera muy libre con los ilustres
muertos que van a desenterrar en Grecia y en Roma. Medea tuvo la
habilidad de gustarles, Medea era ya una Armida; era la hermana mayor
de esas hijas de emires que abandonan padre y madre sin ningún
escrúpulo, con el fin de seguir a un brillante paladín. Algunos como
Raúl-Lefebvre, conservaron aventuras de Medea de una manera muy
fiel, mientras las visten con anacronismos y con ingenuidades
inimitables. Aún se trata de Medea que huye de Jasón, que mata a sus
hijos, que rejuvenece al viejo rey de los Mirmidones, el cual, al ser
soltado por esas manos mágicas, sintió “el fuerte impulso de cantar, de
bailar y de hacer un sin número de cosas alegres y que además, miraba
muy a menudo a las bellas damiselas.” Otros troveros sólo hacen uso de
su nombre: La hacen una virtuosa reina de Creta que desposa a
Protesilao luego de haber vencido a su hermano Dánao 1. Aquí nos
adentramos por completo en la poesía. Sólo encontraremos nombres
antiguos con los que la fantasía del narrador juega libremente. Pero
estos nombres solos son tan harmoniosos, tan llenos de una inmortal
poesía que bastan para rejuvenecer al viejo Esón caballeresco y hacer
correr una nueva sangre por sus venas. Por ejemplo, en este fragmento
hay una descripción de tempestad que uno puede hallar en el misma
poema, y que nos hace recordar la influencia clásica de Eolo.
1
Hugues de Rotelande, Protesilao, poema inédito de diez mil ochocientos
versos: aún está incompleto en el manuscrito de la Biblioteca nacional, en el
cual faltan varias páginas. — Mire de La Rue, Histoire des bardes (Historia
de los bardos), 1. II.
116 CAPÍTULO X
Así está ella repleta de todas las fábulas orientales que se agruparon
alrededor de la memoria del gran Iskandar. Se puede apreciar un origen
persa en la tradición que hace a Alejandro el hermano mayor de Darío.
Sin duda alguna, se debe a Egipto la fábula que hace de Nectanebo,
sacerdote de Júpiter Amón, el padre del príncipe macedonio. Los
vencidos quisieron apropiarse del vencedor. Puede apreciarse la
imaginación de los árabes en esta particular hazaña de Alejandro, quien
curioso de saber lo que pasa en las profundidades del mar, se sumerge
en una campana de vidrio y al desear sondar las regiones celestes, se
eleva en un coche arrastrado por grifos. Es así como, luego de romper
la soledad del Oriente, el grito de guerra de los soldados macedonios
volvía luego de catorce siglos como un eco lejano y maravilloso.
Es principalmente en la historia del falso Calístenes, traducida al latín,
que nuestros poetas impulsaron las aventuras de Alejandro. Se pueden
contar hasta once troveros que trataron este tema. Los primeros y más
famosos son Lambert li Cors o Le Court, de Chateaudun, y Alejandro
de París, que aunque nació en Bernay, debe su sobrenombre al largo
tiempo que estuvo en la capital de Francia. Un solo poeta lleva a la
misma vez estos dos nombres; es del año 1184 1. Lo que es difícil saber
es si los dos autores trabajaron juntos o compusieron ramas sucesivas.
Nada en la obra da a entender qué pertenece a cada poeta. Otra parte
del poema tiene por autor a Thomas de Kent, que vivió durante los
primeros años del siglo XIV 2. Una de las particularidades que
diferencia su obra, es la unión entre los recuerdos de Arturo con los de
Alejandro. El rey bretón fue hasta el fondo del Oriente y colocó allí dos
estatuas de oro, parecidas a las columnas de Hércules:
1
El verso de doce sílabas es empleado aquí con tanta superioridad que recibió
y guardó el nombre de alejandrino.
2
El mismo firmó su obra:
De un buen libro en latín hice esa traducción.
Quien requiera mi nombre, es Thomas de Kent
118 CAPÍTULO X
1
D’Herbelot, Biblioteca oriental, sobre la palabra Nimrod.
TERCER CICLO ÉPICO 119
CHAPITRE XI
DECADENCIA DE LA MENTALIDAD FEUDAL Y DE LOS
CANTOS ÉPICOS.
Reinado de la alegoría y del poema didáctico. – Romance de la Rosa.
Los fableles. – El trovero Rutebeuf. – El romance de Renard.
El reinado de la alegoría y del poema didáctico
Incluso desde sus días más felices, la epopeya medieval escondía en
su seno un germen que la asfixiaría. Ya vimos a los clérigos, los
letrados reemplazar poco a poco a los cantantes que despreciaban.
Luego se introdujo la erudición y el ingenio: la predilección por los
temas antiguos ya era un síntoma. Según el punto de vista de la
civilización, esta transformación, que parecía prometer el renacimiento
de la antigüedad en la Edad Media, era sin duda una feliz necesidad.
Sin embargo, no fue menos mortal para la inspiración épica.
1
J.J. Ampère, Histoire de la formation, de la langue française, préface
(Historia de la formación de la lengua francesa, prefacio.)
120 CAPÍTULO XI
1
La mejor edición es la de Meung, 4 volúmenes en-8.
124 CAPÍTULO XI
Este vivó alrededor del año 1320: por lo tanto fue contemporáneo de
Dante, quien, también, toma prestado para su poema la forma de una
visión.
Guillaume tenía la intención de componer un Ars Amatoria. Muy a
menudo, para los detalles traduce al mismo Ovidio; para la forma
general, él se inspira en la poesía de los Provenzales, de quienes
hablaremos muy pronto. Es un trovero con un espíritu delicado y dulce,
más ingenioso que sabio, más ingenuo que valiente. Jean de Meung
acepta el frágil marco de su predecesor y amontona de manera
desordenada todo aquello que la erudición tiene de confuso, la sátira
cínica. Jean es un clérigo de pensamiento libre, muy letrado y audaz,
que mezcla sus largas disertaciones morales o inmorales de invectivas
contra los grandes, los monjes y el clero; que relata la muerte de
Virginia, las aventuras de Agripina, de Nerón, de Hécuba y de Creso;
que cita a Sócrates, a Heráclito y a Diógenes. Estos personajes
privilegiados son la Filosofía, la Escolástica y la Alquimia; aún es la
dama Naturaleza, que se confesa con Genio, su capellán, y revela en su
confesión, no muy edificante, todo aquello que Jean sabía sobre física,
astronomía e historia natural. Esta obra es una enciclopedia poco
convencional.
Una mentalidad prosaica anima esta doble composición. En
Guillaume, hay una ausencia de poesía: se reemplaza a esta algunas
veces por la mentalidad y la gracia; hay abundancia de descripción, ese
recurso de las decadencias, con el que los poetas juegan a analizar para
no tener que imaginar. En Jean, hay negación de poesía: se encuentra a
cada paso la ironía y la ciencia. El ataca todo lo que se consideraba
bueno en la Edad Media. Los poemas caballerescos habían exaltado la
nobleza: Jean odia a los nobles:
Pues sus cuerpos no valen más
Que el cuerpo de un carretero,
O que el de un clérigo o que el de un escudero.
DECADENCIA DEL ESPÍRITU FEUDAL 125
Los Fableles
1
J.J. Ampère hizo, en su curso de 1839, en el collége de Francia, un muy
completo y particular estudio sobre los orígenes de los fableles. Se puede
encontrar su análisis en el Journal general de l’instruction publique (Diario
general de la institución pública) . También se puede consultar a Barbazan y a
Méon, prefacio del Compendio de Fableles, y las notas de los Fableles de
Legrand d’Aussy.
2
Denis Pyram, juglar anglonormando
DECADENCIA DEL ESPÍRITU FEUDAL 129
El trovero Rutebeuf
L LIT. FR. 9
130 CAPÍTULO XI
El poema de Renard
Durante la edad media, los fableles fueron la forma más común de
sátira, pero todos los fableles no eran satíricos. Antes que todos eran
cuentos divertidos, algunas veces conmovedores, e incluso, algunas
veces, devotos. La sátira no tenía entonces una forma característica y
propia a ella misma, como en los tiempos de Horacio y de Juvenal.
Aparecía por todas partes y no se cohibía en lo absoluto.
DECADENCIA DEL ESPÍRITU FEUDAL 131
1
El poema de Renard, por Méon, 1826, vol. 4. En octavo. Es necesario
añadir el indispensable Suplemento de M.Chabaille, 1835 vol. 1 En
octavo.
132 CAPÍTULO XII
1
Nosotros tratamos de manera más extensa, en la Revue des Deux Mondes (Revista de Dos
Mundos) (1ero de junio de 1816) el tema que apenas mencionamos aquí, la Sátira en la Edad
Media. Nuestro colega M.Lénient escribió una obra muy interesante sobre el mismo tema
(1859).
POESÍA LÍRICA DEL MEDIO DÍA FRANCÉS; LOS TROBADORES 133
Los cantos épicos de la lengua de oíl han expuesto ante nuestros ojos
la descripción ideal del feudalismo, la gran pintura histórica en la que
se desarrolló toda la vida de la edad media. Son otra clase de poemas
que nos la enseñan desde un punto de vista diferente. Los cantos líricos
de los trovadores y los troveros ponen individualmente bajo nuestra
mirada aquellas figuras de barones y de caballeros que reunía la
canción de gestas. Vemos como se separan del movimiento general de
la historia, del tumulto de la lucha para venir a contarnos, uno a uno,
sus amores, sus dolores, sus tristezas, sus rivalidades. Esas son las
pinturas del género, o incluso, si se prefiere, retratos, pero retratos que
describen las costumbres y la fisionomía de la época de una manera tan
acertada, que forman el complemento indispensable de los grandes
lienzos, y les dan un aire de verdad y de vida. A decir verdad, la
canción, el verso, el sirventés ya no son más pinturas, es la naturaleza
misma que vino a posarse sobre aquellas páginas ligeras con sus
contornos más delicados y sus trazos más escurridizos; es un rayo de
luz de los viejos días que se detuvo cuando atravesaba los vitrales
góticos; es una voz llena de frescura que el eco de la poesía prolongó
hasta nuestros días.
Fue primero y principalmente en Francia en donde despertó la
inspiración lírica. Feliz flor del clima, nació, por así decirlo, sin cultura:
bajo un cielo más clemente, bajo gobiernos menos bárbaros, los
hombres se dejan llevar más rápido por las dulces seducciones de la
vida. Allí, todas las mujeres eran amadas y todos los caballeros, poetas.
Los más nobles señores, los más orgullosos castellanos de la Provenza
o del Languedoc, los condes de Toulouse, los duques de Aquitania, los
delfines de Viena y de Auvernia, los príncipes de Orange, los condes de
Foix componían y cantaban versos. A menudo también, un paje de su
corte, a veces hasta el hijo de uno de sus sirvientes tomaba la palabra
luego de su noble maestro, si tenía la inspiración y la manera adecuada
de expresarse; él cantaba acerca de la única cosa que prácticamente se
podía cantar entonces, sobre las dulces molestias de amar; para ellos
era necesario que alguna noble mujer se molestase en servirle de
inspiración; la castellana se consagraba algunas veces y esas dulces
134 CAPÍTULO XII
1
Mariana informa que, en el siglo XI, durante el asedio de Calcanasor, un pobre pescador
cantaba una lamentación de manera alternativa, en árabe y en lengua vulgar, sobre el tipo de
suerte de esa infeliz ciudad. El mismo aire se aplicaba tanto a las palabras extranjeras como a
las nacionales. Villemain, Tableau de la littérature au moyen âge (Cuadro de la literatura en la
Edad Media), t.1, p.131
2
Gerard de Rosellón, Jaufry el Caballero y la Feria Brunisseande, la Crónica de los
Albigences, el poema de Flamenca, El poema de Fierabrás. Véase Fauriel, Épopée
chevaleresque au moyen âge (Epopeya caballeresca de la edad media); y Raynouard,
Diccionario de la Lengua de los Trovadores, 1. I
136 CAPÍTULO XII
1
Infierno, canto XXVIII.
POESÍA LÍRICA DEL MEDIO DÍA FRANCÉS; LOS TROBADORES 139
1
. Traducción de la versión en francés de Sismondi.
142 CAPÍTULO XII
1
Purgatorio, canto VI.
“Ella non ci diceva alcuna cosa:
Ma lasciava ne gir, solo guardando
A guisa di leon, quando si posa”.
2
Traducción de la versión en francés de Villemain, Littérature au moyen âge,
p. 194.
invectiva sangrienta. La sátira se mezcla aquí continuamente
con la inspiración guerrera. Ese es el carácter del poema que
POESÍA LÍRICA DEL MEDIODÍA, TROVADORES 143
se llamaba el sirventés 1.
Los trovadores raramente celebran la guerra. La vida real ya
estaba bastante llena para que la poesía quisiese parar allí. Sin
embargo, cuando la ocasión los lleva ahí, saben cantarla como
hacerla. Se siente, al tono de sus sirventeses, que los trovadores
eran casi todos caballeros. He aquí una oda verdadera compuesta
por un poeta que ya conocemos, el belicoso Bertran de Born.
1
“Poemata in quibus servientium, seu militum facta et servitia referuntur”. Du
Cange, sobre la palabra Sirventois.
144 CAPÍTULO XII
1
N. del T.: Traducción al español tomada de: Ruiz-Domènec, J. E. (1981). El
sonido de la batalla en Bertran de Born. Medievalia, (2), 77-109
Palestina, pero allí
POESÍA LÍRICA DEL MEDIODÍA, TROVADORES 145
CAPÍTULO XIII
CANTOS LÍRICOS DE LOS TROVEROS
1
“Cantiunculas mímicas et urbanos modulos factitasti”. (Opera Abelardi, p. 303).
No tenemos ya ninguno de esos poemas, pero Eloísa se encarga
CANTOS LÍRICOS DE LOS TROVEROS 147
1
Una excelente elección de los mejores romances de la lengua de oïl fue publicada
por el Sr. Paulin Paris, bajo el título de Romancero français, vol. 4, 1833.
Mucho debe tener alegría futura.
148 CAPÍTULO XIII
Otra vez,
1
Nació en Arras hacia finales del siglo XII.
encanto
CANTOS LÍRICOS DE LOS TROVEROS 149
…………………………………………………
Enemigo de Dios seréis.
¿Y qué podrán decir sus enemigos,
Allí donde los santos temblarán de duda,
Delante de aquel para quien nada es secreto?
¿Ese gran día cuál será vuestro fallo,
Si su piedad no cubre su poder?
1
Nació en 1201 y murió en 1253. – Ediciones: L’évêque de la Ravallière, 1742, vol. 2;
Roquefort y Fr. Michel, 1829.
CANTOS LÍRICOS DE LOS TROVEROS 151
Se enfurece con su dama con una sutileza digna de las novelas de las
que habla Boileau, donde hasta un yo te odio se dice tiernamente:
Alguna vez la vi
En sueños de puro ocio…
Cuando yo lloraba tiernamente.
¡Oh! ¡Quisiera mientras duermo
Pasar así mi vida!
CANTOS LÍRICOS DE LOS TROVEROS 153
Señora, yo os pregunto,
¿Pensáis no sea pecado
Asesinar a vuestro verdadero amante?
Verlo; sabedlo bien.
Por favor, no me matéis;
Puesto que, os lo digo verdaderamente,
Aunque el amor sea tormento,
Si me amarais mejor vivo,
No estaría nada enojado.
1
Nieto de Carlos V y padre de Luis XII; nació en 1391, murió en 1465. Se tienen de
él 52 baladas, siete endechas, 131 canciones y 402 rondelas. –Ediciones: Chalvet, en
Grenoble, 1803; Guichard, en París, 1842, Vol. 1; Aimé Champollion-Figeae, en
París, 1842, Vol. 1. Esta última edición es la mejor.
CANTOS LÍRICOS DE LOS TROVEROS 155
CANCIÓN
Restaurad el castillo de mi corazón.
De algunos víveres de alegre complacencia;
Puesto que Falso-Peligro, con su alianza,
Lo ha asediado en la torre de dolor.
BALADA
No hace mucho que iba a hablar
Con mi corazón muy en secreto,
Y le aconsejaba quitarse
Fuera del pensamiento de amor;
Pero él me dice, intrépidamente:
“No me habléis más, os lo suplico;
Amaré siempre, si me ama Dios:
Puesto que la más bella he escogido:
Así me han contado mis ojos”.
CAPÍTULO XIV
SOCIEDAD CLERICAL EN LA EDAD MEDIA
Abadías normandas
1
Histoire de la philosophie au dix-huitième siècle, lección IX.
las
164 CAPÍTULO XIV
doctrinas que agitaban la opinión de toda la cristiandad,
provocaban los concilios, inquietaban y alegraban por turno al
papa sobre su trono apostólico.
1
Johannis Saresberiensis Metalogicus. — Ejusdem epistola LXII.
2
Paradiso, canto X.
Essa è la luce eterna di Sigieri,
Che leggendo, nel vico degli Strami,
Sillogizzò invidiosi veri.
en favor de una pregunta hasta diez mil votos. Sus escolares,
Órdenes religiosas
1
Esta es la versión original de algunos de los versos de Jean d'Antville.
CAPÍTULO XV
OBRAS DE LA SOCIEDAD CLERICAL
1
Véase Cousin, Histoire de lu philosophie moderne, lección VI.
Biblia. Se sustituía
172 CAPÍTULO XV
1
Johannis Saresberiensis, Metalogieus.
174 CAPÍTULO XV
Admitía, con los nominales, que las ideas generales no son entidades,
seres reales, que tienen una existencia objetiva fuera de la mente que las
concibe; concedía a los realistas que estas mismas ideas no son
solo palabras, flatus vocis; quería, como Condillac, como todo el siglo
XVIII, que fueran solamente concepciones de nuestra mente, nacidas de
la observación y formadas por el análisis: Abelardo fue conceptualista.
No forma parte de nuestro plan discutir el mérito de esta doctrina,
ver que Abelardo, como más adelante haría Voltaire, portavoz de la
sensatez universal y superficial, solo permanecía en la claridad sin
descender hasta las profundidades. El lector puede consultar sobre este
tema en la admirable exposición a la que dio lugar el Sr. Cousin y que
encabeza su publicación de las obras inéditas de Abelardo 1.
En el siglo XII, la filosofía y teología se encuentran y chocan sin
cesar. Abelardo establece en principio lo que para él solo había sido una
tendencia incierta, la aplicación de la dialéctica a los dogmas de la
religión. Quería demostrar la fe: esto era asumir que era cuestionable.
Era sobre todo reconocer junto con o incluso por encima de esta una
autoridad diferente, de la cual debía recibir la investidura. La razón
podía entonces decirle con orgullo:
Servare potui; perdere an possim rogas? (Ovidio).
Estas consecuencias eran probables. No tardarían en fragmentarse;
Abelardo, como Roscelino, su maestro, se alejó del dogma católico y
pronto sembró la alarma en el severo campo de la ortodoxia. San
Bernardo 2 lo comandaba entonces. La iglesia, que tenía a su servicio
muchos obispos, cardenales e incluso a dos papas a la vez, obedecía la
voz de un simple abad, sin más título que su celo, sin más superioridad
1. «Ne fuir mies: ne dotteir mies. Il ne vient mies à armes: il te requiert ne mies por
dampneir, mais por salveir. » (Manuscr. de los Feuillants, texto antiguo, o traducción
contemporánea de los Sermones de san Bernardo).
TRABAJOS DE LA SOCIEDAD CLERICAL 181
CAPÍTULO XVI
LA HISTORIA EN LOS CLAUSTROS
Crónicas monacales — Grandes crónicas de Francia
Crónicas monacales
Como ya lo vimos, dos sociedades convivían en la Edad Media, el
mundo feudal y el claustro, distintas pero independientes. “Tanto
desbancan los hombres a los brutos, tanto sobrepasan los letrados a los
laicos”, decía Nicolás de Claraval en el siglo XII. La iglesia triunfó
sobre el mundo, el clérigo ayudó al rey a derrotar al barón. Vimos,
como signo de la preeminencia del clero, a la misma epopeya
caballeresca marcada por el sello del espíritu clerical. Esta
preponderancia era justa: la inteligencia debía dominar la fuerza.
Pero este poder que crecía en la Iglesia debía escaparse un día: la
inteligencia debía liberarse, reaparecer libre y distinta, no feudal, sino
laica. La iglesia había subyugado al feudalismo; la burguesía laica
debía heredar de la Iglesia. Esta revolución moral que estallaría en el
siglo XVI se prepara ante nuestros ojos desde la Edad Media y ya se
manifiesta en dos géneros literarios de gran importancia, la historia y el
teatro.
Mientras que la sociedad mundana y caballeresca cantaba la historia
con su imaginación despreocupada y su joven lengua de troveros, la
sociedad clerical escribía lo que hacía las veces de cantares de gesta,
sus crónicas, primero latinas y luego francesas. Así, nació la prosa
188 CAPÍTULO XVI
LITT. FR. 13
194 CAPÍTULO XVII
1. "Eh, bien, fue cosa digna de admirarse, que de Constantinopla, que había tres leguas
enfrente de su tenencia, sólo pudo á todas las huestes (ejército) asediar por una de las
portas".
2. Murió en Tesalia, hacia 1213.
príncipe restablecido por los cruzados, “al emperador Sursac, tan
ricamente vestido, que por nada exigía ser el hombre más ricamente
vestido, y la emperatriz, su consorte, á su vera, que fuera (era) muy
fermosa dama, hermana de el rey de Hungría; otros altos hombres y
altas damas habían tanto que no podían su pie tornar, tan ricamente
ornados que ya más no podían, y todos aquestos que habían estado el día
anterior contra él, estaban ese día muy á su voluntad”. Quiere describir
el botín con el que se hicieron los vencedores, pareciera que viéramos
todos estos tesoros presentarse delante de nosotros con una maravillosa
prodigalidad. “Y tan grande fue el lucro, que nadie deciros sabría el final
del oro y de la plata, y de las vajillas, y de las piedras preciosas, y de los
jubones, y de los paños de seda, y de los ropajes veros y grises, y ar-
miños, y todos los caros haberes que nunca fueran vistos en tierra. Y
bien testimonia Joffroi de Villehardouin el mariscal de Champaigne con
su buen juicio por verdad, que después que el siglo fue mustio, no fue
tanto ganado en una villa”.
La despreocupación y el heroísmo se entremezclan sin cesar en este
cuadro con un encanto indescriptible. El valor de las cruzadas tiene
demasiado mérito para disimular los sentimientos naturales que este
domina, pero no oculta. Cuando se encontraron enfrente de esta
prodigiosa Constantinopla, vieron estos altos muros, estos ricos palacios
y estas innumerables iglesias que refulgían al sol con sus cúpulas
doradas; cuando sus mi radas recorrieron “el anchor y el largor (largo)
desta villa, que de todas las demás fuera soberana, sabed que no eran tan
audaz aqueste cuyo corazón no se ponía trémulo.... y todos miraban sus
armas, que aprisa (en breve) se volvían menester (necesarias)”.
Este movimiento secreto de inquietud no les impidió abordar
valientemente la orilla enemiga. Era un claro y radiante día: “Y por la
mañana fizo buen tiempo tras el Sol naciente. Y el emperador Alexis los
esperaba con grandes batallas y grandes mantenciones (preparativos) en
la otra parte. Y suenan los cornetines (cornetas, buccinas). Los cruzados
no demandan á cada uno que deba ir avante: pero el que avante
(adelante) pueda, avante arribe.
1. Aquí hay unos ejemplos. “Agora os dejaremos destos y diremos de los peregrinos...
Tanto cabalgaron en sus jornadas que venidos... El emperador dio víveres á grandes y
pequeños, etc.”.
feudal, de este valor sin disciplina, de esta anarquía organizada, en la
que la comunidad de fe religiosa puede introducir algún vínculo por sí
sola. ¡Cuántas dificultades por vencer para reunir en Venecia a los
señores confederados! Unos quieren embarcarse en Marsella, otros
hablan de los puertos de Flandes, aquellos prefieren la Apulia. Tras la
marcha, los mismos obstáculos estaban por superarse para mantener
juntos todos estos elementos dispares. Villehardouin nos habla sin
cesar de aquellos que quieren “despedazar las huestes”. En Zara la
defección se vuelve inminente; en Corfú, los mismos intentos se
reproducen, aún más amenazadores: más de la mitad del ejército
concibe el proyecto de abandonar la empresa. Es necesario que los
jefes vayan a buscar a los disidentes, se prosternen a sus pies, llorando
mucho, y los enternezcan para obtener su obediencia. Entonces los
barones consultan juntos y resuelven recurrir al gran centro de la
unidad católica. Envían cuatro mensajeros al papa y el jefe supremo
de la Iglesia deja caer desde lo alto de su trono pontífice un mensaje
de orden y unión. Después de la conquista y la elección del
emperador, el interés de la narración se divide con los cruzados. El
relato de Villehardouin, fiel imagen de los acontecimientos, se
esparce al igual que ellos en la superficie del nuevo imperio: ataca de
asalto en asalto, multiplica los asedios, los combates, los hechos de
armas; persigue aquí y allá a estos aventurados caballeros,
convertidos en duques de Atenas o condes de Lacedemonia; y morirá
con Bonifacio, marqués de Montferrato y Tesalónica, en una
miserable emboscada urdida por los búlgaros. Tal es la obra de
Geoffroy de Villehardouin; cual sombra dócil de los acontecimientos,
no se aleja de ellos; los sigue paso a paso, sin dominarlos, sin nunca
coordinarlos; si esto aún no es una historia moderna, ya es por lo
menos mucho más que una crónica monacal.
1
1. Nació en 1223 y murió en 1317.
impactante. Escuchémosle contar la marcha de la flota:
“Y aprisa el maestro de el navío exclamaba á sus gentes que eran á la
proa: ¿es vuestra faena lista? ¿Somos á punto? Y ellos dijeron que sí
realmente. Y cuando los sacerdotes y clérigos fueron entrados, los fizo á
todos subir á el castillo de la nave y les fizo cantar en el nombre de Dios,
que nos quisiera llevar con bien. Y todos en voz alta comenzaron á
cantar este fermoso himno: Veni, Creator spiritus, todo de principio a
fin, y, cantándolo, los marineros se ficieron á la mar con la voluntad de
Dios. Y en el acto el viento entona en la vela, y aprisa nos fizo perder la
tierra de vista, tanto que no vimos más que el cielo y la mar, y cada día
nos alejamos de el lugar de el cual fuimos salidos. Y con esto quiero yo
decir también que es necio aquel que supo apropiarse algo ajeno y tener
algún pecado mortal en su alma, y pónese en semejante peligro. Pues,
quien se duerme en la noche, no sabe si va á encontrarse por la mañana
bajo la mar.
...Todos los navíos partieron y se ficieron á la mar, que era cosa grata
de ver. Pues parecía que toda la mar, tanto que podíase ver, era cubierta
de telas, de la gran cantidad de velos que eran extendidos á el viento y
había mil y ocho cientas embarcaciones, ora grandes, ora pequeñas”.
Para comprender mejor el carácter distintivo de Joinville, cotejemos
con este pasaje un fragmento análogo de Villehardouin:
“Entonces fueron abandonadas las naves y los usieres
(embarcaciones de transporte guarnecidas con uzos o puertas) por los
barones. ¡Oh, Dios! ¡Tanto bueno apostóse! (¡Se apostaron tantas cosas
preciosas!) Y cuando las naves fueron de armas cargadas y de viandas y
de caballeros y de sargentos, y los broqueles pusiéronse alrededor de los
bordes y las toldas (toldillas) de las naves, ¡y tantos estandartes
fermosos que había!... Nunca escuadra (flota) más fermosa zarpó de
ningún puerto.
... Y el día fue claro y fermoso, el viento suave y dócil; y dejarían ir
las velas al viento. Y bien testimonia Joffroi, mariscal de Champagne,
que esta obra dictó, que nunca miente á su juicio, como este que en todos
los consejos era, que nunca cosa tan fermosa fue vista. Y bien parecía
escuadra que tierra conquistar debiera, que todo cuanto se podía divisar
solo eran velas de naves y embarcaciones, tanto que el corazón de los
hombres regocijóse mucho”.
LA HISTORIA FUERA DE LOS CLAUSTROS 201
Existen diferencias impresionantes entre estas dos descripciones. La
más notable es quizá, por un lado, la facilidad del lenguaje con la que
Joinville desarrolla sus impresiones, sus imágenes, sus reflexiones
piadosas e inocentes; por el otro, está la especie de coerción que aún
pesa en el estilo de su antecesor. Villehardouin obviamente siente las
mismas emociones, pero parece desesperarse por expresarlas. Recurre a
las exclamaciones: “¡Oh, Dios!” a expresiones en gran medida
colectivas: “¡Tanto bueno apostóse!” a alabanzas vagas, pero exage-
radas: “Nunca escuadra más fermosa...”. Se buscarían en vano en él
estos detalles familiares y tan pintorescos que hacen de la descripción de
Joinville una verdadera pintura. También observa una gran cantidad de
velas, pero no descubre la sorprendente comparación de su sucesor: no
encuentra la hermosa pintura de la maria undique et undique cœlum.
Finalmente, el corazón, muy regocijado por esta luz pura, por este aire
dulce, por este magnífico espectáculo de la flota que parte llena de
esperanza y de victoria, impaciente por no poder expresar todo esto,
recurre a su gran medio descriptivo: jura con su palabra de caballero que
todo esto era asaz bello.
Más libre y de alguna manera más radiante en su estilo, Jehan de
Joinville también lo es más en su pensamiento. Reflexiona, comenta,
compara, moraliza. Incluso a menudo no se echa atrás ante una
digresión, cuando esta le parece oportuna; introduce en su relato lo que
llamaríamos, de manera un poco ambiciosa, investigaciones. Examina
el estado de Oriente en la época de la cruzada a Egipto, los príncipes que
allí gobernaban; nos habla del origen de los asesinos, del origen de los
tártaros; habla de las fuentes del Nilo y de los fenómenos de la
inundación. Lo que no pudo ver con sus ojos, lo toma con gusto de la
boca de sus compañeros de armas; va recogiendo con curiosidad, en la
ruta, los relatos, las anécdotas, las maravillas de los viajeros: en esto el
estilo de Joinville ya se encamina hacia el de Froissart.
Pero lo que solo le pertenece a él y lo que hace de su libro una obra
inigualable es el carácter amable del autor que se revela a cada instante,
una elegante mezcla de regocijo y sensibilidad, sazonada por un grano
de la fina inocencia de Champaña.
202 CAPÍTULO XVII
1
1. Murió en 1410.
mismo historiador.
No es que no se entregue, en estas brillantes cortes, a algunas
distracciones mundanas, que no tome parte, por su cuenta, en los
episodios más frívolos de su drama, pero este amor mismo del mundo
que describe da un nuevo encanto a sus pinturas; y cuando se despierta
de nuevo, va al interior de tu forja, para obrar y forjar en la alta y noble
materia del tiempo pasado.
Vivir y contar, para él es lo mismo. Nacido activo, revoltoso, ávido
de placer, necesita agitación y espectáculo; la historia le agrada en este
sentido: es un medio de existir más y multiplicando sus impresiones.
Pues la historia no estaba entonces en el estudio solitario y sobre las
polvorientas estanterías de los archivos; se necesitaba perseguirla por
todos los caminos, en medio de todas las cortes, en los castillos, en los
hostales. Froissart a veces iba a buscarla en las montañas de Escocia,
trotando en su caballo gris, con su baúl a la grupa y llevando suelto un
galgo blanco; a veces la encontraba en la ruya de Blois a Orthez, donde
un caballero, señor Español de León, cabalgando lado a lado con
nuestro historiador, le informa, haciendo camino, de mil detalles, mil
recuerdos que vincula con todos los castillos, todas las villas, todos los
entornos que recorren. Nos encontramos a su vez a nuestro cronista en la
corte de Felipa de Henao, reina de Inglaterra, de la cual era clérigo, y
que le merecía calidad “de fermosos dictados y tratados amorosos”;
luego en Milán con Boccaccio y Chaucer, en medio de los festejos de
una boda real; luego en Lestines, donde obtuvo el curato, y donde dejó
“quinientos escudos entre los taberneros” sus feligreses. De allí pasó a
unirse con Wenceslao, duque de Brabante, con Gui, conde de Blois, con
Gastón Phebus, conde de Foix. Visita Aviñón dos veces, atraviesa la
Auvernia, llega a París. Se lo ve, en menos de dos años, en la Cambresis,
en Henao, en Holanda, por segunda vez en París, en Picardía, luego en
Languedoc, y de nuevo en París, en Valenciennes, en Brujas, en la
Esclusa, en Zelanda, por último, en su país. Toda su vida, como su
crónica, es solo una larga cabalgada; Froissart es el caballero errante de
la historia. Improvisa sus relatos sobre la marcha, captura los
acontecimientos a medida que se dan, y parece solo dejar de escribir con
el fin de darles tiempo de nacer.
Uno siente que ella tenía que ser la influencia de semejante vida en
la obra que fue su fruto. No se le puede pedir a Froissart una crítica
severa, un examen cuidadoso de los testimonios; él los acoge a
medida que se presentan, él los grababa con ávida curiosidad. Al
salir de una fiesta, una comida, una conversación que se había
prolongado hasta bien entrada la noche, y todo el mundo contaba a
su antojo lo que había visto, lo que había pensado hacer, el viajero
historiador al regresar a su habitación, y antes de acostarse, a toda
prisa se lanzaba sobre el papel a escribir lo que podía recordar.
Imparcial, a pesar de lo que se haya dicho, fielmente reproducía las
historias de sus huéspedes; él solo aportaba color y vida. Esto no
quiere decir que los hechos que narra sean siempre verdad;
influenciado sin darse cuenta de los que lo rodean, Froissart fue
capaz de transmitir imprecisiones, pero no crearlas; es un espejo fiel
que a veces reproduce personajes disfrazados.
Otra de las consecuencias de su método, es el desorden y la
confusión en la cronología. Su historia se extiende desde el año 1326
hasta 1400. No se limita a los hechos en los que Francia fue el
escenario; cuenta con el mayor detalle los acontecimientos que
tuvieron lugar en Inglaterra, Escocia, Irlanda, Flandes. Nos da
información valiosa sobre los asuntos de Roma y Aviñón, de
España, Alemania, Italia. Incluso habla a veces de Prusia y Hungría,
Turquía, África y otros países de ultramar. ¿Qué conjunto puede
estar formado de tantos objetos diferentes, sin ningún otro vínculo
que el del azar y la fantasía? En algunos capítulos hay varias
historias diferentes comenzadas, interrumpidas, retomadas,
suspendidas de nuevo; encontramos los mismos hechos narrados en
varias ocasiones para ser reformados, contradichos, desmentidos,
desarrollados. Froissart es un narrador más que un escritor: nunca
borra, repite.
Así, su estilo muestra características de improvisación: no pide
una precisión severa, esas expresiones notorias que simplifican la
historia y la engrandecen. Froissart es difuso, pródigo de palabras y
detalles. Los objetos se presentan en la muchedumbre y todo a la vez
bajo su pluma; él los acoge con satisfacción, los pone en primer
plano y así destruye la perspectiva: él no sabe ni resumir ni abstraer.
Por compensación, tal vez nunca ningún narrador tuvo una
imaginación más encantadora y más viva: él todo lo ve en imágenes
y le da una forma dramática. Esta cualidad es el dorso brillante por
defecto que ahora le reprochamos. Froissart pintaba todo, por la
incapacidad de no generalizar nada: describe la circunferencia de la
historia, ya que no puede penetrar hasta el corazón. Su prolijidad no
es más que el exceso y de alguna manera la embriaguez de una
cualidad. La prosa francesa, finalmente liberada de sus ataduras,
feliz de poder expresarlo todo, se entretiene por contarlo todo, como
para tener el placer de escucharse. Se cree escuchar la naciente y
encantadora palabrería de una voz fresca de un niño.
Concluimos estas observaciones citando unas cuantas líneas de
Montaigne. No será sin interés de escuchar la sabia y reflexiva
ingenuidad del siglo XVI juzgar la ingenuidad sincera del siglo XIV.
"Me gustan los historiadores o muy sencillos o excelentes. Los
sencillos, que no tienen como integrar cualquier cosa de sí, y que
solo aportan el cuidado y la diligencia para recoger cualquier cosa
que venga a su conocimiento y de grabar de buena fe todas las cosas
sin elegir ni clasificar, dejamos todo el juicio por el conocimiento de
la verdad. Tal fue, por ejemplo, que el buen Froissart, que caminó en
sus empresas en una verdadera ingenuidad, que sin haber hecho
nada malo, él en ningún momento tuvo temor de reconocer y
corregir en el lugar donde fue advertido, y que nos representa la
diversidad de los mismos rumores y los diferentes informes que se le
hacían. Esta es el motivo de la historia desnuda y sin forma: todo el
mundo puede sacar provecho tanto como la entienda".
Commines
que no se movía más, lo dejó allí, cuidando que sí estuviera muerto. Y así este oso dejó al
pobre hombre sin hacerle ningún daño, y se fue a su cueva. Y cuando el pobre hombre se
dio cuenta que estaba libre, se levantó, y corrió hacia la ciudad. Su compañero que estaba
en el árbol, después de haber visto esto, bajó del árbol, corrió y le gritó al otro que iba
adelante que lo esperara. Este dio la vuelta y lo esperó. Cuando se encontraron, el que
estaba sobre el árbol le preguntó a su compañero, con juramento, que le dijera lo que el oso
le había aconsejado en tanto tiempo que tuvo su hocico contra el oído. A lo que respondió
su compañero, "Él me dijo que nunca negociara la piel del oso hasta que la bestia estuviera
muerta". Y con esta fábula le pagó el emperador a nuestro rey, sin otra respuesta a su
hombre: como diciendo, "ven aquí, como has prometido, y ten este hombre, si podemos; y
luego deparen (compartan) sus bienes. "Ph. de Commines, lib. III, cap. III.
1 "Cuando se pensaba en los demás príncipes, uno encontraba estos grandes nobles
y notables, y los nuestros muy sabios; que dejaron su reino en aumento, y en paz con todos
sus enemigos. "Commines, lib. IX cap. ix.
2. Carlos el Temerario hizo francamente justicia. "El duque me llamó a una ventana,
dijo Commines, y me dijo: "He aquí el Señor de Urfé que me presiona para hacer de mi
ejército el mayor que pueda, y me dice que haremos el mayor bien al reino. ¿Usted piensa
que si entro con la compañía que dirigía, que yo haré el bien?" Le contesté riendo que me
parecía que no. Él me dijo estas palabras: "Yo prefiero el bien del reino de Francia, a que
monseñor de Urfé no piense que por un rey que él tiene, yo quisiera seis." Commines, lib.
III, cap. vii.
causas y efectos, lleno de admiración por la intriga que sale bien, él
triunfa cuando puede seguir tres o cuatro combinaciones políticas
que se tejen al mismo tiempo, cuando tiene sobre sus dedos todos
estos hijos diplomáticos que se muestran, cruzan, dividen, unen,
nunca se confunden; él exclama con alegría: "Y se llevaban todos
los mercados en un momento y de una sola vez" Él declara con
gusto a Francia como el médico apasionado por su arte: “Usted tiene
una hermosa enfermedad” ¡Qué suerte para él haber encontrado en
su entorno “un rey tan sabio” que se tome la molestia de entender!
De ver este príncipe débil y de cara triste, los tontos se burlan, pero
son tontos. Bajo sus vulgares apariencias, en sus trajes excéntricos,
nuestro historiador reconoció el ideal que soñó. El nacimiento
colocó a Commines al lado del duque de Borgoña, pero este hombre
no sabe nada de las hermosas intrigas; Commines lo deja y pasa al
lado del rey, no por traición, sino por simpatía. Luis XI y Commines
eran necesarios el uno al otro; separados, perderían para la
posteridad la mitad de su valor: para tal príncipe tal historiador.
Ellos se complementan entre sí, como el lenguaje completa el
pensamiento. El rey no desdeñaba hacerse su favorito, en quien
encontraría una naturaleza dócil; le explicaría su política, le contaría
sus obras y, a veces los acontecimientos del pasado: eso era una
verdadera lección de historia. Así le aprendió los detalles del
asesinato de Juan Sin Miedo en el puente de Montereau1. Él lo había
hecho su amigo, que hacía dormir en su habitación, lo llevaba a sus
entrevistas políticas vestido exactamente igual a sí mismo2. De este
modo Philippe de Commines, que se colocó en la fuente de la
información, fue capaz de completar el primer deber del historiador:
escribir sólo la verdad. Él "se deliberó de no hablar de nada que no
fuese cierto, y que no hubiese visto o supiera de esos grandes
personajes que son dignos de creer". La historia de este modo
adquiere un nuevo carácter; se convierte en crítica, recibe y pesa los
testimonios. Ya no tiene por objetivo entretener, sino instruir.
1. Lib. I, cap. ix.
2. Es cierto que se trataba de una medida de precaución para despistar a los
asesinos.
Philippe escribió "Con el fin de que se conozca las habilidades de lo
que se usa en Francia". Tampoco se ahorra las lecciones, los
razonamientos. Sus observaciones no son de esas máximas brillantes
o profundas, como las de Tácito, que concentra el pensamiento en
una línea y lanza de vez en cuando un destello sobre las
profundidades más ocultas del corazón humano. Las conclusiones de
Commines se desarrollan a gusto y sin pretensiones de elocuencia;
esconden, como su héroe, mucho sentido en un aspecto vulgar. En
su mayoría son prácticas y políticas. Él "hace su cuenta de que la
gente tonta e inocente no se deleitarán al leer estas Memorias; pero
los príncipes y otros cortesanos encontrarán buenas advertencias, en
su opinión”. Es a su uso lo que él comenta los acontecimientos. Él
les dice, por ejemplo, las precauciones en el envío y recepción de
embajadores; aconseja nunca aventurar una batalla cuando se puede
evitar; compromete a los príncipes a tratar a todos por igual; muestra
lo peligroso que es para los reyes herir a sus inferiores con palabras
ofensivas, con respecto a hacerse inspirar temor de sus amos.
Este es el tipo de reflexiones que le gustaban a Commines;
nada en general, nada realmente humano; sin embargo, sus máximas
tocaban la experiencia personal de donde nacieron. Tienen por
esfera a los tribunales y el gobierno; por encima, el autor ve solo el
cielo y una providencia fatal, que lo exime de no buscar nada más
allá.
En su narración como en su política, Commines es poco
luchador. No se divierte en describir los combates, a veces se le
ocurre encerrar desdeñosamente una gran batalla en una frase
incidente. Se esmera en constatar el resultado de las operaciones
militares y las causas que las provocaron. En cuanto al efecto
dramático de la narración, se ocupa poco; incluso lo destruye
fácilmente por una digresión, más celoso de razonar justo que de
describir bien.
Sin embargo este escritor tan despreocupado del color, lo
reencuentra de vez en cuando al buscar solo la verdad. Es
especialmente cuando habla del rey Luis XI que su impresión
involuntaria resulta en los rasgos más expresivos. Lo que es más
sorprendente es que el retrato que dibuja de este príncipe, "que se
vestía muy corto, y tan mal que peor no podía; bastante mal paño
llevaba algunas veces, llevaba un sombrero viejo, diferente a los
demás, y la imagen principal de perdigón”. En otro lugar nos lo
muestra en sus meditaciones políticas. “El rey fue a sentarse a la
mesa, habiendo muchas imaginaciones para saber si iba a enviar a
los ingleses o no, y antes de que se sentara en la mesa, me dijo unas
pocas palabras; porque hablaba fuerte en privado y, a menudo a los
que estaban más cerca de él, y le encantaba hablar al oído.... Sin
contenerse estuvo sentado en la mesa, y tuvo una pequeña idea
(como saben lo que hacía, y de tal manera que fuera bastante extraño
a los que no lo conocían, porque, sin conocerlo, lo habían juzgado
mal; pero sus obras dan testimonio de lo contrario), me dijo al oído
que me levantara....” Nada es igual a la vivacidad cómica de la
escena donde el rey, para confundir a sus enemigos entre ellos, que
recibió al mismo tiempo los embajadores, los hizo esconder detrás
de un biombo, para que ellos interpretaran la manera de pensar de
los otros. “Y el rey vino a sentarse en un taburete, al lado del
susodicho biombo, para que pudiéramos oír mejor las palabras de
Louis de Creville y su compañero.... Louis de Creville comienza a
imitar al duque de Borgoña, y a patear la tierra y a insultar a San
Jorge, y llamó al rey de Inglaterra tuerto... y todas las burlas del
mundo posibles de decir a un hombre. El rey se reía tanto; y le pedía
hablar en voz alta ya que comenzaba a volverse sordo y que lo dijera
una vez más. El otro no fingió, y comenzó nuevamente de muy buen
corazón. Monseñor de Contay, que estaba conmigo en este biombo
fue el más asombrado del mundo".
A pesar del tono simple y algo burgués que le gustaba a
Commines, la verdad de la observación, la visión clara de los
grandes intereses políticos, a veces llegaba a su obra hasta el más
bello estilo de la historia. La imagen que él traza de los resultados de
la administración de Luis XI tiene una grandeza tranquila y simple
que la historia moderna aún no ha conseguido, y que no debía
superar. Commines nos presenta una Europa sumisa a la influencia
del rey, Bretaña en paz con él, España obligada a descansar, Italia en
busca de su amistad. "En Alemania él tenía a los suizos que le
obedecían como súbditos; los reyes de Escocia y Portugal eran sus
aliados. Parte de Navarra hacía lo que él quería. Los súbditos
temblaban ante él". La misma religión parecía rebajarse a este
príncipe su venerable majestad; los objetos sagrados abandonaban el
santuario y pasaban a la cámara de la muerte “para alargar su vida.
Sin embargo nadie hacia nada; y era necesario que pasara por donde
otros habían pasado1”.
El sentimiento moral, que parece perforar en la última parte de
esta pintura, falta generalmente en el historiador Louis XI. Él es más
devoto que religioso; él cree en la influencia de la voluntad arbitraria
de Dios más que en la autoridad inviolable del deber y de la santidad
de la virtud. Commines tiene algunos escrúpulos a propósito de las
maquinaciones del Rey “en cuanto a la conciencia”; pero
rápidamente se tranquiliza al pensar que después de todo “era uno de
los hombres más sabios y sutiles que había reinado en su época”. En
esta época en la que la política procedía a la fuerza, la sola habilidad
preocupaba todos los pensamientos y no dejaba lugar para ninguna
otra admiración. La política, en su origen, corta al éxito en línea
recta; más tarde tendrá en cuenta la justicia, solo para cálculo. Se
puede decir de la política, en sus relaciones con la honestidad, lo que
se dijo de la ciencia respecto a la religión: naciente nos distancia,
ampliada nos acompaña. Commines comienza a volver a la moral,
pero todavía está en camino.
CAPÍTULO XVIII
EL ÁNGEL
Estad todos seguros de corazón,
Y no tengáis ninguna duda, ni temor;
Yo soy el mensajero del Señor,
Que los pondrá fuera del dolor.
Tened los corazones orgullosos y creyentes
En Dios. En cuanto a los no creyentes
Que atacan a gritos,
Solo sintáis hacia ellos desprecio.
Expongan intrépidamente vuestros cuerpos
Por Dios; porque la muerte está aquí
Que todas las personas deben morir
Que ame a Dios y en Dios crea.
UN CRISTIANO
Quién es usted, buen señor, que nos confortas
Y tan alta palabra de Dios nos traes
Si es cierto la ayuda que prometiste,
Recibimos sin temor nuestros enemigos mortales.
EL ÁNGEL
Yo soy un ángel de Dios, bello amigo,
El que me envió es él.
No temáis, no dudéis más;
Porque Dios los ha escogido.
Caminad con paso firme al mártir.
Para Dios todos van a perecer;
Pero los cielos están preparados.
Me dirijo a Dios: permaneced.
Lit. FR.
El vino aforé de nuevo
En cantidades y llenos los barriles,
Moderado, bebiendo y lleno y tosco,
Arrastrándose como ardilla en bos,
Sin ninguna mors podrida ni agria;
Sobre un poso corto y seco y, a pesar,
Cler com lágrima de pecador,
Croupant en la lengua al léchéour:
Otro gent no deben probar....
Vea cómo él mangie se espuma,
Y salto y la chispa y frito;
Manténgalo un poco sobre la lengua,
Si sentiras jà outre-vin !
Cofradía de la Pasión
ARBAPANTER
¿No es esta tu hija,
María que veo tan arreglada
Tan graciosa y tan dulce?
JOAQUÍN.
Sí, por supuesto....
ARBAPANTER
Sabio, cortés y amable
Para todos sus amigos aceptable....
¿Qué dices?
MARÍA
Nada, todo está bien1.
ABÍAS
¿Tienen necesidad?
MARÍA
De nada.
ARBAPANTER
¿Qué quieres?
MARÍA
Vivir en sencillez.
ARBAPANTER.
¿Y el estado mundano?
MARÍA
Lo dejé.
ABÍAS
¿Qué deseas?
MARÍA
Servir a Dios.
ARBAPANTER
¿Después?
MARÍA
Su gracia servir (merecer).
1. Respuesta educada, muy usada entre los latinos, y que a menudo encontramos en
sus cómics: Nihil, omnia recte. Eso significaba que no teníamos nada que decir, y nos
adherimos plenamente a la opinión del hablante.
ARBAPANTER
¿Quieres un lujoso traje?
MARÍA
No.
ARBAPANTER
¿De qué se adorna?
MARÍA
De buena reputación.
ABÍAS
Siempre estar en devoción
Y en oración es imposible....
MARÍA
Leyendo las Santas Escritura,
Nunca me encuentro en malestar.
El pueblo es alegría,
Pero mi corazón llora;
Os dejo desnuda (abandonada).
JAYRUS (uno de los Judíos principales)
Hija de Sión,
En devoción
Recibe tu rey.
JESÚS
Lamentación,
Desolación
Sobre ti, venir y ver!
SIMON
¡Ay! ¿Qué me piden?,
¿Quién me esforzará por tales medios?
PRIMER VERDUGO
Tus hombros lo sabrán bien
Antes de regresar, no te chaille (no se preocupe).
SEGUNDO VERDUGO, a Pilatos
Señor, os encomiendo y bosteza
Este hombre que usted requiere y rastrea (busca y solicita).
SIMON
¡Ah! mis señores, excepto su gracia,
No sólo ustedes quieren la verdad:
Me han asustado
Que yo no puedo soportar.
Y si ustedes me quieren cargas,
Solicito a mi guardia.
EL CENTURIÓN
No, buen hombre, no tienes guardia.
Pero para que Jesús soporte mejor,
Que no puede más llevar su cruz,
Y permanece aquí sin ayuda,
Tienes que ayudarlo.
Y llevar esta cruz por sí mismo (él).
SIMON
¡Ah! Mis Señores, perdónenme
Por nada jamás nunca lo haría:
Porque, tanta vergüenza tener
Desátame rápido.
No lo toque:
Los morderá.
Sin duda verso de carnicero, pero que ya indica la ruta por la cual la
poesía popular podría haber aumentado gradualmente a la fuerza del
arte. Al final de la Edad Media, el pueblo de Francia estaba
degradado por una larga servidumbre, por la superstición, por la
miseria. Mantenida en una tutela opresiva por sus maestros egoístas
y poco inteligentes, no podía levantar su alma a la zona de los
pensamientos elevados y nobles. La poesía nacida en el seno de este
pueblo, creada por sus sentimientos más profundos, por sus instintos
más verdaderos, si hubiera permanecido en la interpretación fiel,
probablemente se habría un día engrandecido y purificado con él. A
partir de la verdad, la poesía alcanzó gradualmente la nobleza. Los
poetas renacentistas siguieron el camino opuesto. Comenzaron por
la nobleza, pero a menudo no podían bajar a la verdad. Francia tiene
una poesía clásica, pero esta poesía no era popular.
1. Este análisis pertenece casi en su totalidad al Sr. O. Leroy, Étude sur les Mystères
p. 178.
Los enfoques del Renacimiento en un principio opacaron y finalmente
eclipsaron las representaciones de los misterios. El prestigio divino de la fe,
aureola celestial que rodeaba este teatro semi bárbaro y ocultaba su
debilidad, lo abandonó poco a poco. Así que ya se no vive más en esos
espectáculos devotos exceptuando por lo que perciben hoy en día algunos de
nuestros literatos. En 1542, el procurador general de París había adelantado
sus acusaciones: se había levantado enérgicamente en contra de “las
personas iletradas que no conocen ciertos temas, de condición infame, como
los carpinteros, tapiceros, vendedores de pescado que interpretaron los
hechos de los Apóstoles, sumándole a esto varias cosas apócrifas. Tanto los
albañiles como los músicos son personas ignorantes, añadió, que no saben ni
a ni b, que nunca fueron instruidos ni formados en el teatro”. Por desgracia
la audiencia compartía opinión con el Parlamento. No importaban los actores
sino el poema; se “exclamaba en forma de burla que el Espíritu Santo no
había querido descender”, y otras burlas por el estilo1. Se acabaron los
misterios: Jodelle quedó por fuera. El 17 de noviembre de 1548, el
parlamento, renovando el privilegio de los Confrères de la Passion, les
permitió interpretar temas lícitos, profanos y honestos y expresamente les
prohibió la representación de misterios sacados de las Sagradas Escrituras,
siendo esto la autorización para que muriera la hermandad2.
————————————————————
1
Béranger es descendiente directo de sus críticas burlescas.
2
Los textos impresos de la Pasión se encuentran completos en la selección de Misterios inéditos
del siglo XV de M. A. Jubinal (según el manuscrito de la biblioteca Sainte-Geneviève); y por
fragmentos en La historia del teatro francés de los hermanos Parfait (texto atribuido a J. Michel
d'Angers). — M. 0. Leroy (Estudios sobre los misterios) citó y analizó la versión que figura en el
manuscrito de Valenciennes.
CAPÍTULO XX
LA BASOCHE: LOS ENFANTS SANS SOUCI
Las moralidades — Las farsas: análisis de Patelin. Los enfants sans souci.
Soties
Moralidades
La poesía seria del feudalismo así como los cantares de gesta y las
maravillosas ficciones de Arthur habían terminado en las alegorías fríamente
ingeniosas de Roman de la Rose; de este modo el teatro religioso,
los misterios del Antiguo y Nuevo Testamento, los milagros de los Santos,
poesía popular maravillosa, se transformaron poco a poco en piezas
alegóricas llamadas moralidades. Este cambio correspondía a una
modificación notable de la conciencia pública. La antigua fe de la Edad
Media, satisfecha con escuchar y creer, fue sustituida por el razonamiento
cuyo fin era producir y desarrollar ideas. La alegoría ya no es el hecho
concreto y material; es el trabajo más o menos afortunado de la inteligencia,
la abstracción y el análisis. La naturaleza, de la cual no se había sabido
descubrir la belleza santa y eterna, parecía vulgar e insípida: en esta se
desarrollaron las combinaciones artificiales del pensamiento. Al despertarse,
el espíritu estuvo feliz de sentirse y entenderse se amaba a sí mismo en sus
juegos infantiles, abusando de estos para probar su libertad.
En el seno de la clase letrada, y sin embargo laica, nació ese abuso espiritual
del nuevo espíritu. Los cleros del Palacio formaban, como toda profesión en
la Edad Media, un gremio. Creado por Felipe el Hermoso alrededor del año
de 1303, bajo el nombre de Basoche3, este gremio tenía privilegios, una
jurisdicción especial, un rey que tenía un birrete similar al del rey de
Francia, una bandera y medallón tricolor4, magníficas revistas al son de los
tambores y trompetas, desfiles, plantaciones de árboles y finalmente
representaciones teatrales.
El éxito de los misterios, logrado por los Confrères de la Passion, y en
mayor medida su decaída, causó la imitación de los basochianos. Los
3
De la palabra Basilica, salón de audiencia.
4
Los colores de la Basoche eran el amarillo y el azul a los que cada capitán le añadían un color
especial y designado por él para servir como una reunión de la compañía.
campesinos, la mayoría iletrados, habían podido entretener por mucho
tiempo a los burgueses de la gran ciudad: ¡qué pasaría cuando viéramos en la
mesa de mármol del Palacio a cleros eruditos y latinistas, siendo a su vez
actores y autores, que tendrían “lengua elocuente y lenguaje correcto, con
los acentos de pronunciación decente”! Los basochianos no son los que “de
una palabra harán tres, pondrán punto y pausa en medio de una proposición,
sentido u oración imperfecta; harán de una pregunta una exclamación, u otro
gesto, prolación, acento contrario a lo que dicen”. ¿Qué les importa el
privilegio de la hermandad? No son los misterios lo que basochianos quieren
representar, ya los misterios son bastante viejos, y además es solamente la
Biblia por personajes. Nuestros cleros inventarán al mismo tiempo sus
temas y su género y harán buenos diálogos entre Bien-Prevenido y Mal-
Prevenido, Buen-Fin y Mal-Fin, Ayuno y Oración, Hermana de la
limosna; allí veremos representar Esperanza-de-la-vida-larga, Vergüenza-
de-decir-sus-pecados con Desesperanza-del-perdón*. Algunas veces la
trama se forjará entre personajes aún más extraordinarios. Nos
encontraremos en el escenario en carne y hueso, el polvo-de-la-tierra,
la Sangre-de-Abel, la Carne misma con el Espíritu. ¿Queremos una idea de
la acción que podía acercarse a semejantes interlocutores? A continuación el
breve resumen de una moralidad.
Un grupo de compinches alegres cuyos nombres son Come-Todo, Lased,
Beba-usted, Sin-Agua, son invitados un buen día, de manera muy cortés por
el gran y espléndido Banquete. Están presentes algunas colegas, entre
otras, Golosina, Glotonería y Lujuria. Se sientan en la mesa, y todo es lo
mejor de lo mejor de los anfitriones, pero he aquí otra fiesta: un grupo de
enemigos vienen a invadir el salón Elcólico, Lagota, Lictericia, Amigdalitis,
Hidropesía, y agarran a los invitados por el cuello, por la pierna o por otro
lado. Unos los enfrentaron y otros, atemorizados, se lanzaron a los brazos
de Sobriedad que llama Remedio a su socorro. Gran-Banquete, llevado a
juicio antes de la Experiencia, es condenado a muerte y Ladieta** está a
cargo de las funciones de verdugo.
Así era como generalmente se desarrollaban estos pequeños dramas. La
mayoría eran más serios y algunos parecían haber sido incluso más jocosos.
*
Nota del traductor: en adelante se traducirán todos los nombres de personajes, algunos de los
nombres orignales en francés se proporcionarán en los pie de página (*). Los nombres originales
son: Bien-Avisé y Mal-Avisé, Bonne-Fin y Male-Fin, Jeûne y Oraison, soeur d'Aumône,
Espérance-de-longue-vie, Honte-de-dire-ses-péchés con Désespérance-de-pardon,
respectivamente.
**
Mange-Tout, Lasoif, Bois-à-vous, Sans-Eau; Friandise, Gourmandise y Luxure; Lacolique,
Lagoutte, Lajaunisse, Esquniancie, Hydropisie; Sobrieté, Remède, Gros-Banquete, Ladiète,
respectivamente.
Un bibliófilo encontró, sobre el pergamino que cubría un libro viejo, la
primera página de una especie de moralidad en donde figuran como
personajes Harina, Queso y Tarta*, sin embargo no se menciona en dónde
ocurría la escena5. De esas acciones a las farsas, el paso fue fácil e
igualmente necesario. Las moralidades en sí no hubieran cautivado por
mucho tiempo la atención de la gente. Una sociedad de élite, como las
preciosas del Hotel Rambouillet, puede crear una empresa de ingenio, hacer
un lenguaje y un placer de convención. Los señores y cleros bien habrían
podido deleitarse a puerta cerrada con las alegorías perfumadas de
Guillaume de Lorris y las maldades eruditas de Jehan de Meung, poner todo
el ingenio en escena y creer que esto les divierte: en el peor de los casos,
habrían tenido la satisfacción de aburrirse con estilo y de bostezar como se
debe. Sin embargo el teatro lleva consigo su correctiva y censura; la gente
no entiende tanta malicia, sólo se ríen y lloran cuando lo sienten. Los
misterios los habían dejado de hacer llorar, había que resolverse a hacerlos
reír y se inventaron las farsas.
*
Farine, Fromage y Tartelette
5
0. Leroy, Estudios sobre los misterios, p. 670
*Todos los títulos de las obras, incluyendo los de los pie de página, están traducidos, ya sea con
la traducción ya acuñada en español, la traducción propuesta en textos paralelos o con una
propuesta del traductor.
6
El escritor moderno ha tratado de introducir en esta farsa la unidad de acción y el realismo de
detalles de una comedia verdadera. Esto fue ignorar la naturaleza de esta encantadora bufonería.
¡Ah! ¡Era un tan hombre sabio!
Ruego a Dios que con el alma
De vuestro padre permanceza! ¡Virgen Santa!
¡Os juro que cuando os veo,
me parece volverlo a ver!
Fue un comerciante bueno y sabio.
Sois idénticos,
¡Por Dios! Como un retrato a su original
Si Dios concede misericordia a algunas de sus creaturas,
que le conceda perdón a su alma.
EL PAÑERO
¡Amén! Por su gracia,
e igualmente por nosotros cuando así sea Su voluntad.
PATELIÍN
Os juro que muchas veces
me habló bastante
de lo que estamos viviendo ahora.
Muchas veces, me acuerdo bien.
Y luego cuando el Señor lo requirió,
uno de los buenos…
A vuestras órdenes,
Tanto como tenga (de paño) en la pila,
no os preocupéis por el cómo habréis de pagar.
Se negocia, se fija el precio, se mide, todo con una naturalidad juvenil. El
abogado deja que el comerciante elija entre oro o monedas; lo invita o más
bien lo obliga a venir a su casa a buscar su pago y a cenar:
Me he acordado de la fábula
del cuervo que se encontraba posado
en un árbol, de cinco o seis toesas
de alto, que en el pico tenía
un pedazo de queso, y que justo por ahí venía
un zorro que viendo el queso,
pensó: ¿cómo quedarme con eso?
Cuando encontrándose debajo del cuervo,
dijo: ¡qué hermoso que es el cuerpo,
su canto debe estar lleno de melodía!
El cuervo sin saber que lo engañaría,
al oír la alabanza de su canto,
abrió la boca para demostrar su encanto,
el queso cayó a tierra
y el maestro zorro entre sus dientes se lo lleva.
EL PAÑERO
Con respecto a lo mío, como yo había
balido seis varas de…, quiero decir
mis ovejas (os lo ruego, señor,
disculpadme). Este amo,
mi pastor, cuando debía estar
en el campo, me dice que tendría
seis escudos de oro cuando yo fuera…
digo, hace tres años que
mi pastor me prometió
que fielmente cuidaría
de mis ovejas y que no me
perjudicaría ni traicionaría:
Y ahora me lo niega,
el paño, y todo el dinero.
¡Ah! Amo Pierre, ciertamente
este bribón de aquí me robó la lana
de mis ovejas, y estando sanas
las hacía sufrir y mataba
de un palazo en la cabeza.
Cuando mi paño estaba bajo su brazo
se puso en su camino rápidamente
y me dijo que fuese por
Seis escudos de oro a su casa.
EL JUEZ
Nada de lo que habéis inventado,
tiene sentido alguno
¿qué es esto? Mezcláis una cosa
con la otra. Al final, ¡por Dios bendito!
¡No entendí nada!
Decidme Agnelet
— Bée.
— Venid aquí, vamos.
¿Vuestra labor ha quedado bien hecha? ¿No es así?
— Bée…
— Hemos salido bien librados,
no baleís más, no es necesario,
¿no lo he timado?
¿acaso no os he aconsejado como debía?
— Bée…
— Es hora de que me marche: pagadme.
— Bée…
*
Sot-Dissolu, Sot-Glorieux, Sot-Trompeur
**
Dame-Pragmatique, Peuple-Italique, Mere-Sotte
SIGLO XV: EDAD DE TRANSICIÓN
—————————————————————————
CAPÍTULO XXI
SIGLO XV: EDAD DE TRANSICIÓN
A partir del siglo XIV todo el poder deja de estar en manos de la Iglesia,
todo se seculariza y se emancipa. La edad media cae en ruinas. La caballería
francesa es herida de muerte por la flecha plebeya de los arqueros ingleses,
en las llanuras de Crécy, de Poitiers, de Azincourt. La invención de la
artillería desplazará la fuerza y completará la ruina del poder feudal. Por otro
lado, la teocracia misma ha renunciado a sus magníficos sueños. Los papas
ya no sueñan con un imperio universal, sino con la soberanía temporal de
Italia. La pequeña ambición aniquila la grande. Bonifacio VIII es humillado
por un jurista de Felipe el Hermoso; ¡Clemente V sube hasta la Santa Sede y
deja que sean quemados los templarios, lo que quedaba de la caballería
santa! El Gran Cisma estalla. El concilio de Pisa proclama la necesidad de
una reforma. El piadoso Gerson, el doctor Clémengins ya prevén a Lutero7.
Frente a los dos poderes que mueren, hay uno bastante débil aún, que se
eleva y se prepara de lejos para grandes destinos. Es la burguesía, es el
pueblo el cual parece en los estados de 1357 con Robert le Coq y el preboste
Marcel, se muestra aún más temible en 1413, cuando por primera vez sitia la
Bastilla y corona al rey (en ese entonces Carlos VI) con un chaperón
popular, y aún mejor, en el disfraz de una joven campesina, se arma para la
independencia de la nación y reconquistan el reino. Finalmente, el espíritu
7
Jean Charlier, nació en Gerson, diócesis de Reims, en 1363, y fue canciller de la Universidad de
París, murió en Lyon, en 1429. De este se tienen sesenta tratados en latín, y algunos discursos en
francés. Se le atribuye, pero sin ninguna prueba segura, La imitación de Cristo— Mathieu de
Clémengis, nació a mediados del siglo XIV, fue rector de la Universidad, y murió al rededor del
año 1440. El más importante de sus tratados se titula De corrupto Ecclesioestitu.
burgués y anti caballeresco se sienta sobre el trono en la persona del rey Luis
XI, y termina de oprimir el genio feudal en las personas de los valientes y
temerarios duques de Bourgogne.
La literatura del siglo XIV al XVI expresa esta situación política. Esta, en
general, es pobre y sufre como Francia. Sus producciones más importantes
tienen un carácter plebeyo y vulgar. Ya hemos visto, en la crónica,
Commines suceder a Froissart: en el teatro hemos oído las hermandades y la
basoche. El púlpito cristiano no elude este destino común. El sacerdote
mismo se hace pueblo. Es entonces cuando resuena en la Iglesia, la palabra
viva, original, pero vulgar de Menot, Maillart y Raulin8. Esta elocuencia
también es popular por su inspiración y por sus formas. Se ejerce la fluidez
de estas tribunas sagradas en contra de los ricos y poderosos del mundo.
Luis XIV prefería tomar su parte en un sermón: no quería que se la hicieran;
los predicadores del siglo XV con gusto le ahorraban a sus nobles oyentes la
pena de adivinar lo que les concierne. Para ellos la alusión era un poco más
encubierta que para el misionero Bridaine. “¿Estáis del lado de Dios?
Exclama Maillart. El príncipe y la princesa, ¿lo estáis? ¡inclinad la
cabeza!… Los caballeros de la orden, ¿lo estáis? ¡inclinad la cabeza! Y
vosotros caballeros, ¿lo estáis? ¡Inclinad la cabeza!” Menot encontraba, en
su indignación tanto burguesa como religiosa, unas inspiraciones de elevada
elocuencia: “Hoy en día, decía él, señores los oficiales de justicia usan ropas
largas, y sus mujeres se visten como princesas; si se metieran sus ropas bajo
el lagar, la sangre de los pobres saldría de allí.” Por mucho tiempo la crítica
literaria desdeñó sin medida estos valientes doctores en un lenguaje simple y
trivial: un profesor hábil con reserva rehabilitó la memoria de estos9, los
justificó de la acusación bastante improbable, sin embargo generalmente
admitida desde Voltaire, de haber usado una lengua extraña, mitad mal latín
y mitad mal francés, también citó pasajes importantes sacados de sus
sermones y mostró que la trivialidad que se les reprocha se debe al estado
actual del lenguaje, que no conocía grados de nobleza entre las palabras, y al
tipo de público al que se dirigían estos oradores.
Esto mismo es un hecho literario de gran importancia. En el siglo XV solo
hay un lenguaje en Francia, y es el del pueblo, sólo una elocuencia, y es la
elocuencia plebeya. Veremos que la poesía presenta la misma naturaleza.
8
Michel Menot, cordelero y profesor de teología en París, muerto en 1518.
Oliver Maillart, cordelero, muerto en 1502.
Jean Raulin, director del Colegio de Navarra, muerto en 1514.
9
M. Géruzez, en su Curso de elocuencia francesa, 1836 – 1837, lecciones v° y siguientes. Estas
páginas reúnen en el más alto grado la instrucción y el interés.
El poeta Villon10
10
Debemos por lo menos una memoria a otra poeta popular del comienzo del siglo XV, a Olivier
Basselin, batanero de oficio, normando de nacimiento, y poeta por inspiración de la sidra. Sus
alegres coplas fueron tomadas del valle de Vire, donde este vivía, y debido a este fue legado a sus
sucesores el nombre de Vaux-de-vire y alterado Vaudevilles. El texto de sus canciones fue
alterado igualmente que su título: estas sólo fueron impresas dos siglos después de su muerte y en
un lenguaje cambiado y rejuvenecido.
11
M. Campeaux publicó un libro interesante sobre La vida y las obras de Villon (1859).
mucha guerra. Mas la necesidad hace malo al hombre y el hambre salir al
lobo del bosque”; la miseria llevó a Villon al hurto y casi a la horca. Dos
veces fue condenado a la horca y dos veces obtuvo perdón, primero del
parlamento, luego “del buen rey” es decir de Luis XI; el comentario era
indispensable. Se fue a terminar tranquilamente su vida en Poitou, Saint-
Maixent, al lado “de un hombre de bien, abad de dicho lugar.”
Las obras de Villon no se asemejan en nada a las de sus poetas antecesores:
difícilmente entraban en una clasificación conocida. No canta nada ajeno a
él; es su vida, son sus ideas, sus emociones personales las que cuenta. Nos
describe el pequeño y vulgar mundo, y sin embargo bastante caracterizado,
bastante poético que gira en torno suyo: es una visión de la humanidad,
tomada de la plaza Maubert.
En un poeta del siglo XV, hay un encanto completamente nuevo que
encontrar: estas revelaciones de la vida íntima, estas confesiones ingenuas y
malignas, tan alejadas tanto de la jactancia como de la hipocresía. Aparte de
la inferioridad del talento y la diferencia del carácter, las poesías de Alfred
de Musset nos brindan el mismo género de placer: da gusto oír hablar sin
pretensiones a un hombre que al mismo tiempo resulta ser un poeta, y
obtener de su boca la experiencia profunda de la vida. Villon les confesó sus
amores, sus defectos, sus desgracias; se quejó sin amargura e incluso sin
tristeza; canta su miseria, no para que le tengamos lástima, sino porque es un
poeta y su miseria tiene un lado poético. Es el primero en Francia que hubo
encontrado la poesía de los temas simples, es decir el pensamiento claro, la
imagen viva, la sensibilidad en medio de la sonrisa e incluso la melancolía.
Todo esto nace de él sin ningún esfuerzo: su poesía sólo consiste en ver
mejor y sentir mejor. La gracia en su antecesor Carlos de Orleans algunas
veces era falta de naturalidad y buen gusto, por los buenos modales y para
complacer a Bello-Espíritu y Falso-Saber*, en cambio en él la gracia era
sólo el movimiento natural del pensamiento. Se creería ver uno de estos
alegres niños de París, tan cómodos en sus harapos, tan ágiles, tan animados,
tan ingeniosos en el hablar y con cierto aire distintivo, frente a un hermoso
adolescente, bien formado por la naturaleza, más obstaculizado por una
vigilancia austera, encarcelado en la seda y el terciopelo.
La elección de estos temas ya anuncia la manera en la cual este los va a
tratar. Villon no se molesta en crear una ficción, reúne su poesía a sus pies,
en las calles, y por desgracia, a menudo en los desagües de Paris. Un buen
día abandona su ciudad natal para ponerle fin a un amor, tal como lo hizo
Saint-Preux o Werther; como turista harapiento, se va hasta Angers, y como
*
Bel-Esprit y Faux-Savoir
parte “a una tierra lejana” juzga prudente dejar “algún legado”. Un borracho
tendría su almud; a los pobres funcionarios les deja su nombramiento de la
Universidad, que no los enriquecería mucho, y a un amigo bastante gordo
dos pleitos para corregir su sobrepeso. De esta manera estudia todo su
entorno, repartiendo por todos lados una característica satírica y agradable.
Este legado al que normalmente se le llama Pequeño Testamento es un
ligero bosquejo de la obra principal de Villon, el Gran Testamento,
compuesto en toda la madurez de su talento y edad, “llegado a sus treinta
años.” Al leer estas dos obras, se cree que ambas están separadas por un
intervalo de cinco años y una dolorosa experiencia de la vida. En este
último, en medio “de tantos tragos malos que ha bebido”, el estilo del poeta
ha ganado una energía vigorosa y el sufrimiento ha agudizado “sus
sentimientos, más que los comentarios, que sobre Aristóteles hiciera
Averroes.” Comienza dando una triste perspectiva sobre su vida pasada,
admitiendo sus errores con resignación. Es un pecador y lo sabe bien, sin
embargo la pobreza es la culpable de todos sus delitos. Esta es la que le hizo
desperdiciar inútilmente su vida: por esta, “sus días se fueron muy
rápidamente como los hilos al hacer telas que el tejedor quema con una paja
encendida”. Villon se destaca sobretodo expresando sus lamentos
melancólicos de un tiempo que vuela y se escapa. A este dulce reflejo del
pasado le tiñe las figuras, incluso las más vulgares, de un esplendor poético:
como prueba, esta buena y vieja yelmera (armera), en otro tiempo una joven
hermosa, quien, con sus comadres
O bien:
¡Tomad, tomad la rosa en el amanecer de la vida!
Villon no llega a esa elegancia pura y suave, pero ¡cuánta gracia hay sin
embargo en su balada de las Damas de antaño!
¿Qué le faltaba a esta poesía popular del siglo XV, que desplegaba sus velas
con tanta audacia entre el mundo de Bousset y Shakespeare? Precisamente la
misma cosa que le faltaba al espíritu de la gente: una elevación moral más
frecuente, quizás más alta, el estar acostumbrados a grandes cosas y a
asuntos importantes; la riqueza y la dignidad. El pueblo que por mucho
tiempo había estado cubierto bajo las alas de la Iglesia, finalmente se separa
de esta para poder vivir su propia vida. Sin embargo, ¡qué débil e incluso
ordinario era este! La incapacidad de los Valoirs, sus vicios, las plagas de la
Guerra, la invasión de los conquistadores ingleses, lo dejaron por mucho
tiempo luchando contra la pobreza de inteligencia, así como también contra
las necesidades materiales de la vida. Degradado tanto por la ignorancia
como por la miseria, este no podía mirar hacia el cielo con un rostro libre y
vigoroso. Mas he aquí, una nueva revelación brillará frente al liberto. La
noble y santa antigüedad, surgida poco a poco de los claustros y
manuscritos, engrandecida en Italia por Dante, Pétrarque y Boccacio,
propagada gracias al divino beneficio de la imprenta, pondrá en poder del
pueblo todas las riquezas de las edades antiguas. La humanidad, a la que el
Evangelio enseñó nuevas virtudes, recuperará la herencia del paganismo y
reunirá en un vasto lecho las ondas dispersas de la tradición.
El siglo XIV es una época importante y triste: Europa se tambalea y luego se
divide, como en la caída del imperio. En los siglos XIV y XV un gran
imperio también se desmorona: la edad media había creado, hasta cierto
punto, el ambicioso y sin embargo admirable pensamiento de sus pontífices,
el de una vasta sociedad espiritual. Esta nueva monarquía, que sucedió al
imperio romano, pero más amplia que este, más pura por su principio ya que
se basaba en la convicción y no en la fuerza, esta inmensa patria que había
creado la Iglesia y que poseía una lengua, costumbres, una administración,
una jerarquía y ante todo una fe común, esta poderosa organización fue
aniquilada. Cada pueblo retomó su vida personal e independiente. Italia se
separa ya de la imitación del lenguaje de los trovadores y se afirma a sí
misma por medio de la poderosa voz de Dante. España encuentra dentro de
sí misma a sus héroes, y su poesía crece bajo la majestuosa influencia del
Cid. Inglaterra finalmente con Chaucer cesa de hablar la lengua de sus
conquistadores, y las guerras de los Valois separan fuertemente las dos
nacionalidades. Alemania tendrá pronto su papa, su biblia y su púlpito. Todo
se disuelve, todo se independiza, sin embargo el fin de un mundo es tan sólo
la aurora de uno nuevo. La unidad de la Edad Media se rompe en pedazos,
pero para un día rehacerse sobre una base más grande. La nueva sociedad
tendrá como tarea admitir en su seno y pacificar todos los contrastes de
pensamiento y raza. El mundo debe andar por las vías de la libertad hacia la
unidad moderna, la de la verdad reconocida y aclamada por la razón.
TERCER PERIODO
EL RENACIMIENTO
—————
CAPÍTULO XXII
*
Démon du midi
cultos serán acogidos en el seno de Francia, una sociedad única y grande
cuyos miembros se llamarían los súbditos del rey a la espera de merecer un
nombre más bello. Esta transacción dará lugar al curioso espectáculo del
cambio doble de bandera; Enrique IV pasaría de hugonote a ser católico, y el
clero liguista volvería a la corona, es decir que un partido sólo triunfaría
armándose con el principio de sus adversarios. Finalmente, lo que nos lleva
de nuevo al tema especial de nuestros estudios, la creación de la nueva
sociedad, la sociedad política y laica sólo podía hacerse bajo la antigua idea
de una moral universal, independiente de formas particulares de culto, y
heredera de la tradición general del género humano. La educación, incluso
en manos del clero, en adelante será completamente clásica; el arte francés,
en su forma, será en gran parte pagano.
Así pues, tanto en Francia como en Italia y en otras partes de Europa, el río
de las ideas modernas arrastró en su curso los restos inmortales de la
antigüedad.
Pero en nuestro caso, se entiende que la mezcla fecunda de tantos elementos
diferentes adquirió su claridad más tarde que en Italia.
Apenas hasta en el siglo XVII florecerá en Francia, en una literatura
inimitable, el pensamiento que los tormentos de la edad anterior agitaron por
mucho tiempo. El siglo XVI nos ofrece en sus obras la misma discordancia
que en sus facciones. La idea y la forma, la vida y la belleza procuraron
unírsele en vano. “En nuestro leguaje, decía Montaigne, encuentro bastante
material, sin embargo falta un poco de trabajo.” Así que, en efecto, los que
piensan conocen poco del arte de la escritura; los que cultivan el arte de la
escritura no reflexionan mucho sobre el pensamiento. Por un lado tenemos
las arengas, las memorias, los panfletos, las sátiras, los tratados dogmáticos
y polémicos, los ensayos filosóficos, todo lo que contiene el espíritu, el alma
de la época; por otro lado, tenemos una joven y audaz escuela de discípulos
del arte antiguo que se esforzaron en crear pieza por pieza una lengua noble,
una poesía seria, y sólo olvidaron darle un alma. Para nosotros, esta
separación, este divorcio entre el pensamiento inspirador y la forma literaria
es la característica más destacada de la literatura del siglo XVI. En ese
entonces, sin duda existieron autores de talento excepcional; nunca se
escribirá con más elocuencia y originalidad que como lo hizo Montaigne ni
con una sensatez más pura, más incisiva que Rabelais. Sin embargo la
lengua de estos grandes escritores no le pertenece a nadie más que a ellos
mismos, cada uno de ellos la improvisa para lo que necesite en el momento
su pensamiento, así que no existen formas universales y comunes para todos,
especies de monedas corrientes con un grabado conocido.
Esta situación en general puede ser favorable para la independencia del
talento, sin embargo era contraria al espíritu eminentemente social y
comunicativo de los franceses. El pueblo destinado a convertirse en el
intermediario entre pueblos, el propagador de ideas, el predicador infatigable
de la civilización, necesitaba una lengua lógica, regular, universal. La
literatura francesa debía, para influenciar al mundo, centralizarse como la
monarquía.
Seguiremos, en este rápido bosquejo del siglo XVI, con la división que la
naturaleza misma de su desarrollo acaba de indicarnos. Primero
examinaremos el pensamiento y en cierto modo la vida de esta sociedad,
tanto como se manifieste en los monumentos escritos, por muy imperfecto
que sea la forma de este. Luego observaremos el gusto de las artes y de la
civilización italiana en la sociedad francesa, el culto de la erudición antigua,
las audacias de la filosofía emergente. Veremos las pasiones religiosas y
políticas pasar de la boca de los oradores a los escritos de los panfletistas y
ahí, a las páginas más duraderas, más imparciales de las memorias y de los
tratados; tres grados diferentes por los que las acciones se vuelven libros, sin
constituir aún una literatura. Esta será la primera parte de nuestro estudio
sobre el siglo XVI. La segunda nos hará ser testigos de la gran tentativa de
reforma literaria, necesaria por la insuficiente poesía de Marot, reforma
proclamada por du Bellay, exagerada por Ronsard, limitada y regularizada
por Malherbe.
Influencia de Italia
12
Tratado de la arquitectura, Paris, 1567.
primero por fanfarronada guerrera, y luego por el espíritu cortesano, la vieja
lengua de sus padres se mezcla con los modismos toscanos, que recogieron
de la escena de sus proezas, o recogieron en las conversaciones de su reina y
de sus damas de honor.
Así pues para considerar de manera aislada la tranquila invasión del arte
italiano en Francia, parece que este último se va a limitar a seguir el mismo
curso que en su tierra natal, lanzando a su paso rayos similares, pero
debilitados. Casi se esperaría encontrar de ese lado de los Alpes la elegante
pero tímida imitación del Renacimiento ultramontano. Sin embargo no pasó
nada de esto; los acontecimientos de la historia, la agitación de de las mentes
perturbaron violentamente la civilización del siglo XVI, pero enriquecieron
su curso de un sedimento fecundo. Los trabajos mismos a los que Italia
había compartido a Europa llevaban en ellos el germen de una renovación
intelectual y política. La Italia moderna no se presentaba sola en el estudio
de Francia sino que traía con sigo toda la antigüedad griega y romana: y
aunque el culto de la ciencia clásica a menudo debía parecerse a una
superstición, esta innovación fue igualmente un inmenso progreso:
cambiando de servidumbre, el pensamiento moderno aprendía a ser libre.
El imperio de Constantinopla había caído en 1453 y algunos eruditos griegos
que habían escapado de la esclavitud de su patria, habían venido a buscar
refugio en Italia, y les pagaban su hospitalidad a los latinos enseñándoles la
lengua de Homero y de Demóstenes.
El 19 de enero de 1458, la Universidad de París recibió una petición de
Grégoire, quien nació en Tiferno, en el reino de Nápoles, con el fin de ser
admitido en su seno como profesor de griego y de retórica. Esta propuesta
fue aprobada, sin embargo la nueva enseñanza, aislada en medio de las
cátedras de lógica y de teología escolásticas, vista con desagrado por los
partidarios asociados a los viejos sistemas, se vio apenas tolerada y sólo
produjo frutos mediocres. Sin embargo la tradición no se perdió; uno de los
alumnos de Grégoire, un joven alemán, destinado a una gran fama, Reuchlin,
el patrón y maestro de Mélanchton, aprendió, alrededor del año 1470, los
primeros elementos de la lengua griega. Unos años más tarde, Reuchlin
encontró en la misma ciudad, como profesor de griego a un verdadero hijo
de Grecia, George Hermonyme, quien sin embargo le debía su fama más a
su patria que a su conocimiento13. Entonces sólo en París este hablaba o más
13
“Non tam doctrina quam patria clarus”. (Beati,Rhenani epistola ad Rheuchlinum, folio 52.)
bien balbuceaba el griego, y tenía más el deseo que la capacidad de
enseñárselo a otros14. Sin embargo sus escasos alumnos suplían la
insuficiencia de sus lecciones dedicándose al estudio que tenía algo del
entusiasmo religioso de los neófitos. “Me entregué con toda mi alma al
estudio del griego, dice uno de ellos, y tan pronto como tenga algo de dinero,
primero compraré libros griegos y luego algo que vestir”15. Poco después los
libros se volvieron menos escasos. Italia, con la cual continuaron nuestras
relaciones, multiplicaba sus envíos doctos y ya comenzaban a circular libros
que todavía se creían manuscritos, pero destacados por la extraordinaria
regularidad de la escritura, a un mejor precio y en grandes cantidades. Entre
más se compraban, más se tenían para vender. ¡Qué gran cosa! Todos estos
se parecían como si todos fuesen sacados al mismo tiempo de la misma
mano. La imprenta que en un principio sólo fue el arte de grabar o
estereotipar sobre madera, proceso conocido en China desde tiempos
inmemoriales, se volvió, alrededor del año 1450, el admirable invento de los
caracteres móviles, el cual generalmente se le atribuye a Gutenberg, quien
nació en Maguncia, mas se estableció en Estrasburgo. Faust, rico negociante
de esta primera ciudad, ayudó al inventor de su capital; y Schöffer, su
colaborador, perfeccionó el invento imaginando un proceso más fácil para la
fundición de caracteres16.
Fichet, rector de La Soborna, introdujo la imprenta en París en 1469. Las
nuevas prensas producían setecientos cincuenta y un obras hasta finales del
siglo XV, y desde el comienzo del siguiente, estas no daban menos de
ochocientas publicaciones en el espacio de diez años; entre estas se
encontraban algunas obras griegas. El indolente Hermonyme fue sustituido
por el sabio italiano Aleandro, rector de la Universidad de París en 1512,
pensionado por Luis XII, y maestro de griego y posiblemente de hebreo.
El Renacimiento se desarrolló especialmente bajo el reinado de Francisco I,
nunca el espíritu humano había desarrollado una curiosidad más entusiasta
por el pasado, una actividad más estudiosa, más apasionada por las letras.
Los impresores colmados de dignidad de su misión, andaban a la par con los
primeros eruditos de su siglo. La familia Estienne sucede a Badius
Ascensius, a Gourmont, a Colines, a Dolet; esta familia, prodigios de la
ciencia y el trabajo, durante cuatro generaciones, elevaron el arte de la
14
“Unus Georgius Hermonymus græce balbuliehat, sed lalis ut neque potuisseï docere si
voluisset, nequc voluissel si potuisset”. (Erasmi epistola LVIII)
15
Erasmi epistola XXIX.
16
H. Hallam, Historia de la literatura de Europa, t. I,p. 151, analiza y resume las largas
discusiones a las cuales este tema dio lugar. En la historia literaria de Italia de Gingené t. 111, p.
270, se indican los principales autores que tomaron parte en estas.
tipografía en la más alta perfección que se jamás se había alcanzado. El
mismo Francisco I manifestaba su interés por esta décima musa y aunque no
creó precisamente la imprenta real17, como a menudo se dijo y repitió, hizo
fundir por Garamond los admirables caracteres que ocasionalmente se
prestaban a impresores particulares por sus bellas ediciones. Esta generosa
medida sólo era el complemento de una institución aún más importante.
Dejando su estéril lucha teológica a La Sorbonna, el rey concibió y
desarrolló la idea de secularizar la enseñanza. El Colegio de las tres lenguas
(Colegio Real, Colegio de Francia), creado en 1531, contaba con cátedras de
hebreo, de griego, de latín, de medicina, de matemáticas y de filosofía,
mezcla admirable de ciencia, desorden fecundo de una generosa época, que
en tiempos más secos quizás habrían tenido que someterse a una
organización más metódica. Allí brillaron Vatable (Wastebled), Danes,
Toussain, el erudito Turnèbe y el diserto Lambin, cuya sabia lentitud
enriqueció la ciencia antigua de numerosos comentarios y la lengua francesa
de un verbo expresivo que recibió su nombre.
Budé; Erasmo
A las memorias del Colegio de Francia se agregan los dos destacados, los
más brillantes entre los eruditos del siglo XVI, Budé y Erasmo, de los cuales
uno persuadió al rey a crear este establecimiento, y el otro rechazó ser el
líder de este y alienar de este modo su independencia de hombre de letras.
Gracias a Guillame Budé18, el más sabio de los helenistas de Europa, Francia
ya no tenía nada que envidiarle a Italia con respecto a la ciencia filológica.
Este fue el primero que, destronando la insuficiente compilación de Guarino
(el Etymologicum Magnum de Varino Favorino), y adelantando cuarenta y
tres años el auténtico Trésor de Henri Estienne, fijó, en sus comentarios, el
sentido de una gran parte de las palabras de la lengua griega, y se hizo el
legislador de una ciencia que sólo había tenido hasta entonces defensores
aventureros. En su obra ya se manifiesta la tendencia seria y positiva de la
erudición cisalpina: incluso en un trabajo sobre las palabras, Budé se
interesa por las cosas. Explica los términos de la jurisprudencia romana con
una precisión y exactitud que no pueden ser superadas. De esta manera, en
su excelente tratado de Asse, expuso las denominaciones y el valor de las
monedas romanas en todos los periodos de la historia, y en sus
Observaciones sobre las pandectas, aplicó la primera filología e historia en
17
Luis XIII fundó realmente la imprenta real en 1640.
18
1467-1540. Obras principales: Anotationes in Pandectas; de Asse, de Studio litterarum;
Commentaria in linguam grœcam.
la inteligencia del derecho romano, innovación que, perfeccionada en la
siguiente generación por hombres más versados en la jurisprudencia, debía
producir en esta una especie de revolución. Toda la gloria literaria de Budé
puede resumirse en un enunciado: suscitó la envidia de Erasmo, quien sin
embargo seguía siendo su amigo.
Erasmo de Róterdam19 vino varias veces a París y vivió allí por mucho
tiempo. Él es nuestro por sus relaciones con Francia y sobre todo por la
naturaleza completamente francesa, completamente volteriana de su espíritu,
lleno de audacia para abordar todos los problemas, lleno de razón práctica
para resolverlos. Traído al mundo en medio de las luchas encarnizadas de las
sectas religiosas, este encontró la moderación en la extensión de su
pensamiento, y vivió bastante bien y bastante lejos para ser un hombre de
partido. Su alta inteligencia captó todos los extremos, y se alejó de estos por
convicción aún más que por timidez. Dedicó su vida para conciliar dos
opiniones excluyentes e intolerantes. Erasmo, amigo de Lutero y León X,
escribió sus Diálogos contra los monjes, y su tratado del Libre albedrío
contra los innovadores, dio a su vez razón a los dos sistemas, donde más
bien reconoció la razón cada vez que la encontraba, tolerando por
inteligencia, como Melanchthon lo hizo por carácter, por lo que fue
perseguido y maldecido por las dos exageraciones extremas, y este mismo
no estuvo al servicio de otro partido que al del buen sentido y el de la
humanidad. La mayoría de los escritos de Erasmo giraban en torno a temas
de la teología, sin embargo, lamentablemente para satisfacer las necesidades
de su época y de su posición, descendió en el campo de la polémica. Todas
sus predilecciones apuntaban hacia la antigüedad renaciente, para él esta era
un culto, una religión. “¿Se puede llamar profano, exclama, lo que es
virtuoso o moral? Sin duda le debemos a los libros sagrados el primer lugar
en nuestra veneración; sin embargo cuando me encuentro en los antiguos, ya
fueran paganos o poetas, tantos castos, santos, pensamientos divinos, no
puedo dejar de creer que su alma, en el momento cuando estos los escribían,
estaba inspirada por un soplido de Dios. ¿Quién sabe si el espíritu de Cristo
no se extiende más allá de lo que nos imaginamos 20? Se entiende que en
medio de las disputas religiosas del siglo XVI, tales ideas no podían hacer de
Erasmo un líder de partido, pero al menos estas lo animaron con un odio
enérgico en contra los enemigos de las nuevas luces. En sus Adagios, en sus
Diálogos, en su divertido Elogio de la locura, afila los dardos más incisivos
en contra de los degenerados monjes de su época. Los reyes y los príncipes
19
Nació en 1467 y murió en 1536.
20
Erasmi Colloquia, Convivium religiosum.
no están protegidos de la audacia de su razón; sin embargo el mismo sentido
común pronto lo lleva en la práctica a esa exacta medida que forma el
carácter y la fuerza de su talento. “Se debe apoyar a los príncipes, dice
concluyendo, no sea que la tiranía sea reemplazada por la anarquía, flagelo
aún más detestable”.21
Erasmo nos presenta en toda su fuerza el contraste que separa las letras de
los dos lados de los Alpes. Al norte, se le puede ver, desde la aurora del siglo
XVI, la erudición agitaba los mayores problemas. Sin desdeñar la pureza de
la dicción, esta la subordinaba al interés del tema y de la idea. Italia ofrecía
entonces un espectáculo muy diferente. Entregados totalmente a la adoración
de la forma, los eruditos italianos pusieron un orgullo nacional para
reproducir en sus escritos la exquisita elegancia de la época de Augusto. Una
escuela aún más exclusiva llegaba incluso hasta rechazar toda expresión,
todo giro que Cicerón no había usado. Para estos dilettanti ciceronianos, la
idea era algo secundario, incluso quizás dañino; el lenguaje era una melodía
que, por sí misma, bastaba para encantar eternamente sus voluptuosos oídos.
Se dice que Bembo, el más ilustre entre ellos, tenía cuarenta cartapacios, en
cada uno de los que metía sucecesivamente cada página que salía de su
pluma, para luego sufrir gradualmente todas las correcciones de su gusto
escrupuloso. No hay necesidad de decir que nada era más contrario a la
verdadera limitación del gran orador que el calco servil de sus formas.
Erasmo escribe su Ciceronianus en contra de estas supersticiones. Fiel a la
moderación que llevaba por todas partes, el predicador más celoso del
Renacimiento trató de preservarla de sus excesos. “Que vuestra primera
preocupación, dice él, sea profundizar bien vuestro tema, cuando lo
dominéis perfectamente, las palabras os vendrán en abundancia, los
sentimientos verdaderos y naturales brotarán sin esfuerzo de vuestra pluma”.
Boileu no pudo decirlo mejor un siglo más tarde, ni Horacio dieciséis siglos
antes. Erasmo servía de enlace entre estas dos altas razones. Él mismo
practicaba de manera admirable lo que le prescribía a otros. Su estilo, feliz
reflejo de su carácter, es claro, vivo expresivo en vez de regular, dotado de
fisionomía en vez de belleza, presto al ataque, manifestando ocurrencias
efervescentes y elocuencia. No se envuelve rígidamente en la toga consular
de Cicerón, toma por casualidad la túnica plebeya, y conserva en este traje
toda la libertad de su estilo. Habla latín como una lengua viva, con facilidad
y originalidad, sin embargo, a pesar de todo su espíritu y todo su
conocimiento, Erasmo sufrió la fatal condición de los escritores
septentrionales del siglo XVI: no tiene al servicio de su inmenso talento una
21
Adagia; Scarabaus.
lengua nativa que haya llegado al estado de lengua literaria. Se ve obligado
entonces a crear un dialecto totalmente personal en una lengua muerta, como
más tarde Montaigne se hará un francés decorado de gascón. Estas
dificultades, que dan mayor mérito al escritor, afectan su futura popularidad.
Al ser la lengua de Erasmo una lengua de erudición, sólo los eruditos lo
consideran un gran escritor22.
Sobre todo en la segunda mitad del siglo XVI, la erudición francesa termina
de tomar un carácter determinado y se vuelve verdaderamente científica. Al
mismo tiempo descuida cada vez más esta elegancia de formas que en un
principio la había acercado algunas veces a la elocuencia. El modelo alemán
o cisalpino supera al italiano, la escuela de Budé a la de Bembo. Es entonces
que florecen los eruditos más ilustres del siglo XVI, los dos Scaliger,
Casaubon, Justo Lipsio. Así pues las primeras traducciones del griego son
reemplazadas por versiones más fieles. Henri Estienne levanta un
monumento imperecedero para la filología griega en su Thésaurus linguae
graecae, digno equivalente del Thésaurus linguae latinae de Robert
Estienne, su padre; Conrad Gesner inspira al primero, en su Mitrídates, a
coordinar las diferentes lenguas según su origen y sus analogías. Italia
misma entró en el movimiento filológico del Norte, no limitándose ya a
comentarios confusos, a notas fortuitas sino que se escriben tratados
especiales sobre cada tema. Manucio publica un tratado sobre las Leyes
Romanas y sobre la Cité o constitución de Roma. Sigonio obtiene el título
de primer anticuario del siglo XVI. Sus tratados sobre el derecho del
ciudadano romano, sobre los Tribunales romanos, y muchos otros de igual
importancia, se ganaron un puesto distinguido en las Antiguedades romanas
de Graevius. Este encuentra en Francia un digno adversario en la persona de
Grouchy, de Ruan, autor de un tratado sobre los Elecciones romanas.
Evitemos menospreciar los inmensos trabajos de estos hombres
encomendados por la Providencia para devolvernos el mundo antiguo, los
cuales fueron trabajadores infatigables que prepararon los materiales
preciosos con los que el genio moderno construyó, sin ninguna dificultad,
sus más bellos edificios.
————————————————————
22
Ver, sobre Erasmo, los tres excelentes artículos publicados por M.D. Nisard, en la Revue des
Deux-Mondes (Revista de los dos mundos), agosto y septiembre 1835. Fueron reproducidos en un
volumen del mismo autor titulado Estudios sobre el Renacimiento.
CAPÍTULO XXIII
EL DERECHO ROMANO Y LA FILOSOFÍA MORAL
23
Nació en Milán en 1492.
costumbre de París, establecía las normas generales de nuestro derecho:
extraía los principios que regían el Código Civil, allí donde el derecho
romano no reina, preparaba muchas partes de los trabajos de Pothier. Poco
después brillaron Pasquier, Talon, Séguier, Harlay, de Thou: la magistratura
francesa, al igual que la abogacía, alcanzó su mayor gloria24.
24
Ver E. Lerminier, Introducción a la historia general del derecho. Entre las obras de Estienne
Pasquier, debemos señalar sus Investigaciones de Francia en nueve libros, obra más ingeniosa
que erudita, y los veintidós libros de sus Cartas, que limita en los acontecimientos
contemporáneos la declaración de un testimonio sincero y perspicaz. M. Fengere proporcionó en
dos pequeños volúmenes una edición seleccionada de obras de Estienne Pasquier.
La Boétie y Bodin.
1
Essais (Ensayos), t. I,p. 27. La Boétie, nació en Sarlat en 1530, murió en 1563, consejero en el
parlamento de Burdeos
2 Henri de Mesme, 1545.
3 Pasquier o Dialogo de los abogados del parlamento de Paris.
Nota del traductor: todos los títulos de obras que aparecen en aquí se traducirán, sino se encuentran
traducciones oficiales reconocidas, se realizará una por parte del traductor, en las citaciones donde se
menciona una página especifica de un libro se mantendrá el titulo original en francés y entre
paréntesis se escribirá el titulo traducido al español
Boétie escribió contra la monarquía este apasionado discurso que tituló: El
discurso de la servidumbre voluntaria o El Contra uno.
“Quien los controla no tiene más que dos ojos, dos manos, un solo
cuerpo… ¿De dónde ha tomado tantos ojos, con los cuales los espía, si
ustedes no se los dieron? ¿Los pies con los que recorre sus ciudades, de
dónde los obtuvo, si no son los suyos? ¿Cómo tiene algún poder sobre
ustedes sino por causa de ustedes mismos? ¿Cómo se atrevería a
perseguirlos a ustedes, si no contara con su acuerdo? ¿Qué podría hacerles si
ustedes mismos no encubrieran al ladrón que los roba, cómplices del asesino
que los extermina y traicionan a su propia condición? Siembran sus propios
frutos para que él los arrase, amueblan y llenan sus casas de adornos para
abastecer sus saqueos. Alimentan a sus hijas para que él tenga con quien
saciar su lujuria, alimentan sus hijos para que él los llevé, sea cual fuere la
excusa, en sus guerras, y que él los conduzca a la carnicería… Puede
liberarse de tantas humillaciones, que ni los animales mismos lo sufrirían o
los soportarían, si ustedes trataran, no de liberase de ello, sino solamente de
quererlo hacer. Decídanse, pues, a dejar de servir, y serán hombres libres.
No pretendo que se enfrenten a él, ni que lo hagan tambalear, sino
simplemente que no lo sustentéis más. Entonces verán cómo, un gran coloso
que ha sido privado de la base que lo sostiene, se desplomará y se romperá
por sí solo.”
1
Recientemente, sus obras completas fueron recopiladas y publicadas por M. Léon Feugère autor de
un excelente Estudio, laureado por la academia francesa, sobre la vida y las obras de Ètienne de La
Boetie.
2
Nació en Angers en 1530, fue procurador del Rey en Laon, fue un influyente diputado en los
Estados de Blois en 1576 y murió en 1596.
metafísico. Pero si no tiene toda la altura deseable, no se puede discutir la
búsqueda sincera de lo justo y de lo honesto. Si no penetró con suficiente
profundidad en la esencia del derecho universal, por lo menos, la extensión
de su saber, la rectitud de sus intenciones, y la magnitud de su empresa
ameritan a su nombre un reconocimiento perdurable. Siguió a Aristóteles
con originalidad en el estudio de las diversas formas políticas, de su
duración, de su decadencia y de sus transformaciones1. Él aventajó a
Montesquieu en el análisis de las influencias que los climas políticos deben
ejercer sobre las leyes. ¡Extraño ejemplo de la debilidad de nuestro
raciocinio en la cima misma de la grandeza! En medio de estas
consideraciones Bodin consagra un capitulo a los sueños extraños de la
astrología. Se sabe que esta mente tan firme creía en la magia, sobre la cual
escribió un libro (la Dèmonomanie). Incluso las almas más grandes reciben
la huella de la época que las produjo. Sin embargo y aún en este mismo
capítulo, que no escribió en un siglo más ilustrado, Bodin recupera de
repente su superioridad: vislumbra la filosofía de la historia afirmando que
el estudio del pasado y la observación cuidadosa de las causas nos pueden
llevar a prever la caída y las revoluciones radicales de los imperios2. En
política Bodin se consagra a la monarquía, sin duda por temor a la anarquía
en la que él veía que Francia3 se precipitaba 1. Pero por encima de este
poder absoluto y sin control, del cual arma al soberano, él reconoce y
reserva las leyes eternas de la conciencia, pero no prepara ninguna sanción
para estas, aquí en la tierra.
1
Lib. IV, cap. 1.o.
2
Lib. IV, cap. II
3
Empujado en un momento por la Liga en 1589, Bodin se reconcilió con Enrique de Navarra en
1577. Su República se publicó en francés en el año de 1577. Él mismo la tradujo al latín nueve años
después.
4
Lerminier, Introducción general a la historia del derecho. Recomendamos a nuestros lectores la
valiosa obra que M. Baudrillart publicó recientemente bajo el título de Bodin. y su época. Es un
El talento de Bodin y la imperfección de su obra demuestran de manera
suficiente que la filosofía social era entonces una ciencia incipiente de la
cual habría que esperar, aún mucho tiempo, sus frutos. Sucedió lo mismo
con la filosofía moral, la ciencia que se propone por objeto de estudio al
hombre individual. Sin dudad es más difícil sondear las profundidades de
nuestra naturaleza, que examinar los principios de la sociedad, pero si se
abstiene de manera prudente de las elevadas búsquedas de la metafísica,
todavía queda en la región media de la filosofía, espacios bastante amplios
para ejercer la observación atenta y estimular el interés del lector. La moral
es una ciencia siempre realizada o por lo menos que siempre es posible.
Cada uno lleva en sí el modelo, solo se trata de encontrar al pintor.
Ramus y Amyot
Un talento más modesto y cuyo nombre pero sobre todo sus obras son
inmortales, le hizo un favor igual de importante a la filosofía moral. Jacques
Amyot no solo fue un traductor sino un traductor de talento: ocupa el primer
rango en un género secundario. Creó en cierto modo a Plutarco: él nos lo
inteligente análisis de las obras del publicista del siglo XVI. En este se encuentran una serie de
citaciones muy bien escogidas.
dio, más verdadero, más completo, de lo que lo había hecho la naturaleza.
Por el azar del nacimiento, el ingenuo y un poco crédulo beocio, había sido
arrojado al siglo refinado y corrupto de Adriano. Para expresar su
pensamiento directo y simple, solo tenía el idioma laborioso y erudito de los
alejandrinos. De ahí la disonancia continúa en sus numerosos escritos: su
espíritu y su lenguaje no son del mismo siglo, Amyot restableció la armonía
y gracias a este, el alumno de Amonio vuelve a ser el buen Plutarco. Esta
creación fue una buena fortuna para Francia: no solamente enriqueció la
lengua por la afortunada necesidad de expresar tantas concepciones nobles y
verdaderas sino que además se convirtió en un poderoso auxiliar para el
renacimiento de las ideas antiguas. “Nosotros, pobres ignorantes, estábamos
perdidos sí este libro no nos hubiera sacado del cenagal en que yacíamos;
gracias a él osamos hoy hablar y escribir; las damas son capaces de
adoctrinar a los maestros, es nuestro breviario.” Montaigne tiene razón de
estar agradecido: ya que a él solo le debió su amable genio la pintura tan
verdadera, tan original de su pensamiento, el marco en el que la depositó y
una multitud de recuerdos con los que él la enriqueció, y le fueron dados por
los opúsculos de Plutarco y transmitidos por la traducción de Amyot1
Montaigne y Charron
1Amyot y Ramus procedían de las clases más bajas del pueblo: los dos fueron criados en el
colegio de Navarra y ascendieron por sus propios méritos. Amyot llegó a ser tutor de los hijos
de Enrique II, gran capellán de Francia y obispo de Auxerre. Tal era, en el siglo XVI, la
recompensa otorgada al traductor de Daphnis y Cloe, y de las Vidas paralelas del paganismo.
Ramus maestro en artes, después director de su colegio, profesor de filosofía y de elocuencia en
el Collège de France, fue víctima de los odios escolásticos, los cuales el fanatismo religioso,
ofrecieron un pretexto. Los estudiantes lo degollaron en la masacre de San Bartolomé.
2
Nace en 1533, muere en 1592
el escritor tan solo son una misma cosa. Montaigne por así decirlo vivió su
obra en lugar de componerla.
1
Essais (Ensayos), II, 16.
* chambre des enquêtes: En los parlamentos, cámaras donde se juzgaba las apelaciones de las
sentencias emitidas en proceso por escrito.
martirizado”. Por otra parte, la legislación de su época le parecía un
laberinto inextricable, donde a menudo se disimulaba la iniquidad de los
jueces. Por eso en cuanto la muerte de su padre se lo permitió, Montaigne
con apenas cuarenta años de edad renuncia a su cargo de consejero.
No obstante, lo reeligieron por dos años más, pero esta vez fue mucho peor
todavía. Habiendo estallado la peste en Burdeos durante su ausencia,
Montaigne se abstuvo de volver allí. Incluso les respondió a los magistrados
que lo invitaban a volver para presidir en las próximas elecciones, que él
estaba acostumbrado a un excelente aire, y no deseaba arriesgarse a ir a la
ciudad. Él ofrecía ir de manera valiente hasta una aldea vecina, “si el mal no
había llegado allí” para dar a los magistrados sus instrucciones, y terminó
deseándoles “una larga y feliz vida1”. No se comportara así, sesenta años
más tarde, el magnánimo Rotrou.
1
La vida pública de Montaigne, estudio biográfico por Alphonse Grün, 1855. Montaigne hombre
público, por Pierre Clément, en la Revue contemporaine el 31 de agosto de 1855.
Según el carácter de Montaigne, se intuye el de su libro, si es que se le
puede llamar así a esas excursiones caprichosas de un pensamiento tanto
vagabundo como amable. Este hombre de una razón tan directa parece, en la
sucesión de sus ideas, solo obedecer a esta facultad que él mismo llama “la
loca de la casa”. Escoge un asunto, lo deja, lo retoma, promete un tema en el
título, y trata otro distinto en el capítulo. “Al transcribir mis ideas, dice él,
no sigo otro camino que el del azar; a medida que mis ensueños o desvaríos
aparecen a mi espíritu voy amontonándolos: una veces se me presentan
apiñados, otras arrastrándose penosamente y uno a uno. Quiero exteriorizar
mi estado natural y ordinario, tan desordenado como es en realidad, y me
dejo llevar sin esfuerzos ni artificios; elijo de preferencia el primer
argumento, pensando aquí una frase, allá otra, como partes separadas del
conjunto, desviadas, sin designio ni plan.”
1
Mlle. de Gournay, prefacio de los Ensayos de Montaigne
tomo por lema: ¿Qué se yo? No obstante, su reserva no llega hasta el
pirronismo: Montaigne nunca dudó de Dios ni de la virtud. Estas nobles
creencias, que en medio de tantas ruinas se mantienen en pie en su
pensamiento, son allí más augustas. A veces estas le inspiran sublimes
arrebatos de elocuencia, que se sorprende de encontrar en este agradable
autor. Con que grandeza pinta el hombre de corazón que “cae lleno de
ánimo en el combate; el que desafiando todos los peligros, ve la muerte
cercana y por ello no disminuye un punto en su fortaleza; quien al exhalar el
último suspiro mira todavía a su enemigo con altivez y desdén, y derrotados
no por nosotros, sino por la mala fortuna;!muerto puede ser, mas no
vencido!” ¡Que noble impulso de entusiasmo cuando él protesta contra el
triunfo injusto y glorifica la derrota! “Hay pérdidas triunfantes que
equivalen a las victorias; y ni siquiera aquellas cuatro hermanas, las más
hermosas que el sol haya alumbrado sobre la tierra, las de Salamina, Platea,
Micala y Sicilia, podrán jamás oponer toda su gloria a la derrota del rey
Leónidas y de los suyos en el desfiladero de las Termópilas”.
Sentimos aquí a través del lenguaje del siglo XVI el espíritu renaciente de la
antigüedad. Es uno de los méritos de Montaigne, el de ser su discípulo. Los
poetas y los filósofos de Grecia y de Roma son para él, lo que fueron para
Bossuet las Escrituras y los sacerdotes. Él se apropia perfectamente de esto
y los asimila. “Lleva a su espíritu sus razones, comparaciones, y argumentos
y los confunde con los suyos”. ¡Muy hábil quien sabría distinguir lo que
encuentra, de lo que toma prestado y “consigue un claro entendimiento!”
Sus críticas son muy arriesgadas “al dar un capirotazo en las narices a
Plutarco y al injuriar a Séneca”.
Plutarco y Séneca son en efecto sus dos maestros. “La instrucción que
procuran es la flor de la filosofía, Uno abunda en acontecimientos, hechos y
anécdotas y él otro en matices.” Montaigne escribe, “que no quiere estar
rodeado de libros, pero no puede dejar pasar la oportunidad de un libro de
Plutarco”. En cuanto a Séneca su ritmo vivo y brusco se acomoda al humor
de Montaigne, a quien le gusta que vayan directamente al grano, que lo
instruyan de manera inmediata. “Lo que busca son razones firmes y sólidas,
en primer lugar, no sutilezas gramaticales, ni la ingeniosa contextura de
palabras y argumentaciones que para nada le sirven. Quiere razonamientos
que descarguen, la primera carga, en el corazón de la duda”. Él encuentra
que Cicerón, en sus obras filosóficas “languidece alrededor del asunto. Estas
son útiles para la discusión, el foro o el púlpito, donde nos queda el tiempo
necesario para dormitar, y dar un cuarto de hora después de comenzada la
oración para recobrar el hilo del discurso. Es necesario hablarles así a los
jueces. Cicerón es un excelente predicador municipal. Para Montaigne, estas
precauciones son causas perdidas: se encuentra preparado de antemano, no
necesita salsa, ni incentivo, puede comer perfectamente la carne cruda”.
Sin embargo tal es la fatalidad literaria que pesa sobre el siglo XVI; sus
obras más afortunadas siguen careciendo de este don supremo que parece el
fruto natural reservado para ciertos momentos de la vida de los pueblos, la
belleza y la perfección del conjunto. Todas las cualidades de una excelente
1
Ver, El elogio de Montaigne, compuesto por M. Villemain, en 1812; esta obra marcó el debut de
este ilustre escritor
obra se encuentran en la de Montaigne, pero sin componer todavía un
conjunto armonioso. En el siglo de Augusto, Montaigne, con su
imaginación poética y su estudiosa indolencia, hubiera sido un Horacio o un
Tibulo; Bajo el reinado Luis XIV se hubiera convertido o en La Fontaine o
en Descartes, dependiendo de la vertiente de su genio que hubiese seguido.
Es solo el conversador más instructivo y el más amable de nuestros
moralistas. Se percibe que su persona valía aún más que su libro. Los
Ensayos son un mineral precioso que todavía no ha recibido su forma
definitiva: se parecen a la materia sideral de la cual se componen las
remotas nebulosas, según algunos astrónomos. Todavía no son astros, es el
rico y luminoso fluido cuya potencia creadora disfruta formándolos.
Rabelais
1
Nació en Paris en 1551, abogado y después sacerdote. Murió en 1603. Obras: De la sabiduría y
dieciséis discursos cristianos.
innovador en todas las direcciones del pensamiento, y disimula la audacia
de sus ideas bajo la extravagancia de sus ficciones. Es una especie de
Tribulet popular, un loco de la sociedad, al cual se le permite tener la razón,
con la condición de que parezca renunciar al sentido común y así regale sus
insolencias más grandes como tantas ocurrencias sin ningún tipo de
consecuencias. Pero no hay que juzgar desde una perspectiva tan
sistemática. Para jugar este papel de genio bufón, Rabelais solo tenía que
abandonarse a sus inclinaciones, y si su trivialidad cínica fue un cálculo
prudente, es probable que fuera la naturaleza quien lo hizo por él. Este rasgo
es un fenómeno moral que solo el siglo XVI podía darle al mundo. Alianza
singular de la educación y de la mediocridad, “conjunto monstruoso de una
moral aguda e ingeniosa y de una sucia corrupción: cuando es malo, va
mucho más allá de lo peor, es el encanto del pícaro; cuando es bueno, llega
a lo exquisito, a la excelencia y puede ser el manjar más delicado1”
1
La Bruyère. Cap. I, De las obras del espíritu,
2
En la Devinière, cerca de Chinon, en 1482
* fabliaux: cuento popular en verso, satírico o moral.
mezcla de ciencia, de obscuridad, de comedia, de elocuencia y con un alto
grado de fantasía, que todo lo recuerda sin comparación, que atrapa y
desconcierta, que embriaga y asquea, de la cual uno se puede preguntar
seriamente si se le comprendió, después de gustar mucho de ella y de tenerle
una gran admiración.”
1
Sainte-Beuve, Tableau de la poésie française au seizième siècle (Cuadro de la poesía France del
siglo XVI), t. I, p. 339
comienza, con qué cariño lo destroza y con qué diligencia lo succiona.
¿Quién lo induce a hacer esto? ¿Cuál es la esperanza de su dedicación?
¿Qué bien pretende él? Nada más que un poco de médula…. Este ejemplo
nos invita a ser sabios para olfatear, percibir y valorar estos hermosos libros
de exquisita grasa, livianos en la búsqueda y profundos en el encuentro, y
luego con curiosa práctica y meditación frecuente, romper el hueso y extraer
la médula científica”.
CAPÍTULO XXIV
LA ELOCUENCIA DEL SIGLO XVI
El nuevo apóstol era la voz del genio alemán. Audaz y ardiente por el
pensamiento a la vez metafísico y poético, él remplazaba las artes plásticas
del Sur de Europa, la poesía de los sentidos, por la emoción soñadora y
apasionada del alma: de todas las artes solo gustaba de la música. Alemania
siempre renunció gustosamente a la acción siempre y cuando se le dejara el
pensamiento: Lutero proclamaba la justificación por la fe y la debilidad de
las obras. El negaba la libertad moral y sentaba las bases del libre examen;
ya que según él, el laico es semejante al sacerdote; basta de padres, basta de
concilios; la cadena de la tradición católica se rompe: La Iglesia no tiene
más ley que la Escritura, y la Escritura ninguna otra explicación que la
razón2.
1
Michelet, Précis de l’histoire moderne (Resumen de la historia moderna), p. 103 y 107.
2
Ante la Dieta de Worms (1521) Lutero declaró que él no podía retractarse de nada a menos que
fuera convencido de su error por la Escritura santa, o por razones evidentes
3
Quien latinizó su nombre siguiendo el uso de las letras, y se hace llamar Calvinus o Calvino. Nació
en 1509, murió en 1564
a este árido espíritu. Calvino era un razonador austero, irreprochable en su
vida, inflexible en su pensamiento, claro y sutil en su manera de hablar, su
rostro demacrado, su mirada penetrante y dura anunciaba a un hombre
hecho para convertirse en “el legislador despótico de una democracia.1” El
solo había heredado del carácter nacional, las cualidades intelectuales, la
claridad, la precisión, la lógica; el no seduce los corazones como Lutero, el
encerraba los espíritus dentro los recovecos estrechos de su silogismo2.
1
Villemain
2
Henri Martin, Historia de Francia, t. IX.
su amo, aunque sea el un tirano, y sepan que quienes osaren atacarlo
encontrarán su juez. “Calvino decía al igual que San Pablo que: “todo poder
viene de Dios “. Y aunque él prefería un gobierno aristócrata, agregaba que
“los reyes son de institución divina. Si aquellos quienes por voluntad de
Dios, viven sometidos bajo los príncipes, y son sus súbditos naturales,
transfieren esto a ellos, para estar tentados a llevar acabo alguna rebelión o
cambio, esto será no solamente una especulación loca e inútil, sino también
malévola y perniciosa1”. Él pensaba trazar a la independencia un
infranqueable limite, al declarar que “la libertad espiritual puede muy bien
consistir en la servidumbre civil2” El tiempo y la historia serían aún mejores
razonadores que Calvino.
1
Institución de la Religión Cristiana, Cap. XX
2
Ibidem
3
H. Martin, Histore de France (Historia de Francia), t. IX, p. 308
esencialmente unitario de la nación, repudiaba el fraccionamiento de las
sectas protestantes, y los espíritus que se separaron de la iglesia católica
prefirieron, entre las Iglesias reformadas, la que, por su organización les
ofrecía aún una especie de catolicismo.
Ignacio de Loyola y los Jesuitas
299
300
El canciller de L’Hôpital
302
303
304
1. Brantôme, Vie du connétable de Bourbon. – Debemos indicar, o más bien recordar a nuestros lectores la Vie de
L’Hôpital, escrita por M. Villemain, al igual que todos sus otros escritos.
2. Tô iji^o; |j.cYa),o({-v/_iaç à.nrc/j,]J-y. Longin, du Sublime.
305
306
307
308
309
1. Sermons de la simulée conversion et nullité de l'absolution de Henri de Bourbon. Paris, Chaudière, 1594. Reimpresas
en Douai, 1594.
2. Ch. Labitte, en su curiosa e interesante obra de la Démocartie chez les prédicateurs de la Ligue, donde hemos
extraido la mayor parte de los detalles anteriores.
310
Panfletos calvinistas
311
312
está permitido a los sujetos tomar las armas para defender sus
vidas y su libertad; cuándo, cómo, por quién y por qué medios
se puede hacer esto. Estas inspiraciones de Némesis calvinista
se elevan a menudo en una aspera y elocuente energía; cada
línea parece estar escrita con la punta de la espada, con la
sangre de los mártires. Sin embargo, no hay que dejarnos llevar
por las apariencias y solamente ver en los panfletos
protestantes un desarrollo de la democracia. Ellos contienen
una aleación única de ideas aristocráticas y sentimientos
populares. El calvinismo estaba tentado, en un interés
pasajero, a unir el espíritu feudal a las pasiones demagógicas,
de la misma forma que la Liga intentó luego asociarles el
espíritu sacerdotal. La aristocracia era el objetivo, so
pretexto de la democracia1.
El partido católico se apoderó de la bandera popular de sus
enemigos y la defendió con mucho más furor. El principio de la
Liga es la democracia bajo la tutela de la Iglesia: los
miembros más feroces, más sinceros de la Unión, querían, según
la expresión de Palma Cayet, reducir el Estado francés a una
república bajo el poder del Papa. Sin embargo, este pensamiento
se complica por veinte elementos externos. Los panfletos de la
Liga ondeaban sin cesar al soplo de los intereses de España, de
Lorena, entre otros: todas estas distintas tendencias se
mezclan, se agitan, se obstaculizan y se reducen en impotencia,
mientras que sus escritos contienen pocas ideas, pero si
muchas pasiones. Vemos allí en primer lugar, bajo miles de
formas, la apología infame de la masacre de san Bartolomé. Era
imposible leer sin horror los títulos de estos panfletos que
parecían estar escritos con el lodo y la sangre de unos
asesinos ebrios, mezclas de furor estúpido y de bufonería de
carnicero2. Más tarde, nos encontramos en los panfletarios
católicos nombres ya conocidos entre los predicadores: Launay,
Rose, Guénébrard. El célebre Boucher que hacia las veces de
pedante y de titiritero,
1. La mayor parte de estos panfletos se encuentran en los tomos II y III de las Memoires de l’État de France sous Charls
IX. Tambien se puede ver el análisis en Ch. Labitte, de la Démocratie chez les piedicateurs de la Ligue.
2. La mayor parte están reunidos en la selección de lÉtoile, vol. n°2, manuscritos de la biblioteca nacional. Uno de los
más difundidos, el Deluge des Huguenots, ha sido impreso en el tomo VII de los Archives curieuses (H. Martin, Histoire
de France, t.X, p. 389).
313
314
315
humor del lado de la sensatez. Los polítiques encontraron lo
ideal del género, una broma fina y cortante, una razón de acero
que cambió el sofismo por la verdad, el adversario por lo
ridículo. Los protestantes, austeros y enérgicos, habían
escrito frecuentemente varios tratados elocuentes; por su
parte los ligados, violentos y burdos, habían hecho algunas
declamaciones tribuneras y, como lo afirma Montaigne, unas
exhortaciones llenas de rabia; finalmente, el tercer partido,
espiritual y sensato, logró plasmar en sus panfletos la
verdadera sátira.
Se podría afirmar que Enrique IV marcho a la cabeza de
los publicistas, al igual que de los soldados de su partido. Du
Plessis-Mornay puso al servicio de este príncipe su pluma con
su espada; fue él quien redacto la mayor parte de los
manifiestos del rey, aunque algunas veces se entreveía el
espíritu de franqueza y de tolerancia personal del bearnés,
bajo la rigidez calvinista de du Plessis. El 10 de junio de
1585, en la declaración que publicó el rey de Navarra, se
estableció claramente el principio que debía hacer triunfar el
partido polítique, y el que se convertiría en la nueva base del
derecho religioso: “siempre que haya en el fondo una conciencia
tranquila, afirma el rey, la diversidad de religión no impedirá
que un buen príncipe pueda obtener un muy buen servicio
independientemente de quienes sean sus súbditos.” Las cartas
del mismo príncipe dirigidas a Enrique III y a la Sorbona
(1585), escritas por la misma pluma, son una obra maestra de
habilidad. La correspondencia personal de enrique IV puede ser
más admirable aun, nada iguala la vivacidad de los giros ni la
originalidad de la expresión. Sus cartas políticas y militares
fueron escritas como si el mismísimo Cesar las hubiera escrito.
Sus cartas a sus amantes son una obra maestra de gracia, de
sentimiento y de delicadeza.
Enrique IV dejaba gustosamente la polémica jornalera a sus
partidarios. Pierre l'Étoile, autor de maravillosos diarios
sobre la época que nos ocupa, redactó para él, el enérgico
cartel que fue expuesto, en Roma el 6 de noviembre del mismo
año, sobre las estatuas de Pasquino y Marforio, sobre los muro
de las principales iglesias e incluso en la puerta del
Vaticano. Para responder a la bula de Sixto V, ni el rey ni su
secretario tuvieron miedo de decir: “ en lo que respecta al
delito de herejía, el rey afirma y sostiene que mi señor Sixto,
supuestamente papa (salve su santidad ),
316
317
1. La impresion de la Satira Menipea, comenzó en Tours, ciudad realista, solo pudo ser finalizada después de la retoma
de Paris en obediencia al rey, en 1594.
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Memorias
1. La mas ingeniosa autora de este género, Margarita de Valois, comparó sus memorias con pequeñas aves (*) que van
hacia el historiador, en masa abultada y deforme para recibir allí su formación.
(*) En el texto original esta ilegible este fragmento.
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El historiador de Thou
1. Baron, Histoire abrégé de la littérature francaise jusq’au seizieme siècle, t. II, p. 200. Esta obra nos parece una de las
mas minuciosas y de las mejores que se han publicado sobre nuestra literatura nacional.
2. Nació en Paris en 1553 y murió en 1617.
326
327
la época, tampoco pudo subordinar los hechos a las ideas que
ellos desarrollaron. Él sigue con dificultad el orden
cronológico y camina a tientas en los destinos del siglo,
basándose en cada año. Sentimos que la historia sigue afectando
a las memorias que la rodean: solo se diferencia de ella por su
grandeza, su ciencia y su imparcialidad.
La historia también se diferencia de ella por el idioma que
ella habla. Para restituir en toda su grandeza esta inmensa
sinfonía de la historia, a de Thou le hacía falta un
instrumento: Francia no tenía aun una lengua noble. Él tuvo que
recurrir al idioma antiguo que había revestido tantas obras
maestras, y que, ahora devuelto a la vida, servía de vinculo
para toda la Europa pensante. Lejos de ser un regreso al
pasado, el empleo del latín en una historia universal era una
generosa aspiración de cara al futuro, un noble llamado a la
unidad futura. Si bien la intención era loable, el éxito era
imposible. El uso de una lengua antigua, algo que fue
perjudicial para la popularidad de la obra, alteró incluso de
alguna manera la verdad de la expresión y la ingenuidad de la
imagen. La originalidad del pensamiento solo se conserva a
medias en este estilo prestado que lo interpreta mas no lo
expresa. Se siente algo de obligación y de molestia que detiene
el libre movimiento de la elocuencia; y los acontecimientos
parecen perder sus formas y sus colores naturales al contacto
siempre helado con una lengua muerta1.
La historia nos remonta entonces, con el presidente de
Thou, al lugar donde nos habían llevado los panfletos con la
Sátira Menipea: sin entrar todavía allí, nos topamos con esta
época afortunada para las artes, donde todos los elementos de
la civilización moderna, unidos finalmente en una armonía
perfecta, van a producir verdaderas obras maestras; donde la
expresión, donde la lengua misma, flexibilizada por los largos
estudios de la edad anterior, no será más que un velo dócil y
transparente, propio para resaltar toda la riqueza y toda la
originalidad
1. Ver, Sur la Fie et les OEuvres deJ. A. de Thou, los discursos de MM. Patin y Ph. Chasles, quienes compartieron el
premio de la elocuencia de la Academia francesa en 1824.
328
329
330
(*)La traducción de este verso no conserva la rima del texto original, sólo transmite el sentido.
331
1
Hija de Carlos de Orleans, nació en Angulema en 1492; casada por segunda vez con Henri d'Albrel, rey
de Navarra; muerta en Orthez en 1549.
2
J. J. Ampère, Notas inéditas de 1841. Un análisis interesante se encuentra en el Journal de l'Instruction
publique.
3
De ahí el título de la recopilación.
Bonaventure Despériers, al que a veces, pero sin prueba, se le atribuyó la colección de
la reina de Navarra, hizo otra colección bajo el título de Nouvelles récréations et joyeux
devis. Los cuentos de Despériers4, ingenio muy rabelaisiano, incluyen el desarrollo
simple, audaz y con frecuencia licencioso, de una agudeza y de una alegre réplica.
Es una conversación fina, variada y abundante sobre el tema más banal. El autor es
uno de los hombres con el estilo más sobresaliente del siglo XVI.5
El carácter general y común de todas las novelas cortas de esta época, solo tiene un
objetivo y es el entretenimiento. El Fabliau de la edad media tenía un alcance general y
casi filosófico. La novela corta del siglo XVI es una relato completamente local e
individual, que rechaza toda idea de enseñanza. Esta pertenece a lo que hoy en día
llamamos literatura fácil: y tanto, por su color, por su libertad, sus contrastes de júbilo
alegre e intrigas sangrientas, sin saberlo reproduce la imagen de las costumbres
contemporáneas; es completamente extraña al pensamiento, en los trabajos y en la
vida intelectual de la época. Despériers era, con menos talento, el Clément Marot de la
prosa.
4
Nació en Borgoña a finales del siglo XV y murió en 1514
5
No hablo de su Cymluihim mundi, diálogos a la manera de Lucien, que levantaron contra de su autor
una tormenta tan terrible, que dice no encontró otro refugio contra la persecución que el suicidio.
CAPÍTULO XXVII
Tentativa de la reforma literaria
Ronsard y la Pléyade «. — Jodelle; renacimiento del teatro
Dubartas ; d'Aubigué.
Hacia mediados del siglo XVI, un joven gentil de Vendôme, paje del duque de
Orleans, Pierre de Ronsard6, obligado a renunciar a la corte por una sordera precoz, se
encerró, con el joven Baïf, su amigo, con Joachim du Bellay, con Remi Belleau y
Antoine Muret, en un colegio donde el sabio Daurat había sido nombrado
recientemente como director. Una nueva ambición se había apoderado del joven
Ronsard: hacer pasar a la lengua vulgar toda la majestuosidad de expresión y de
pensamiento que admiraba de los antiguos. Ronsard comunicó a sus nuevos
condiscípulos su proyecto y su entusiasmo. Todos emprendieron la labor con un
admirable ánimo. “Ronsard, dice su biografía, habiendo sido alimentado en la corte y
con la costumbre de acostarse tarde permanecía leyendo libros en el estudio hasta dos
o tres horas después de media noche y al acostarse despertaba al joven Baïf, que,
levantándose y tomando la vela, no dejaba enfriar el lugar.” Esta fuerte disciplina, esta
preparación laboriosa duró siete años enteros. Ya la reputación de estos sabios
trabajos comenzaba a difundirse hacia afuera; ya, signo inequívoco de las disposiciones
y de la espera del público, se saludaba complacientemente a Ronsard con el
sobrenombre de Homero, de Virgilio, cuando apareció el manifiesto de la nueva
escuela del cual Joachim du Bellay era el autor.7
Comenzaba por rehabilitar la lengua francesa, hasta ese momento desdeñada por los
sabios, y por mostrar que su futuro podía compensar la debilidad de su pasado.
“Nuestros ancestros, decía, nos dejaron nuestra lengua tan pobre y tan desnuda que
necesita ornamentos y si hay que hablar así, de plumas ajenas. Pero, ¿Quién quisiera
decir que la lengua griega y la romana siempre hubieran sido excelentes como lo
hemos visto en los tiempos de Horacio y de Demóstenes, de Virgilio y de
Cicerón?...Nuestra lengua comienza aún a florecer sin madurar: seguramente esto no
se debe a la carencia de su naturaleza…, sino a la falta de los que la tenían bajo
custodia.” ¿Por qué medio se puede apresurar su desarrollo? Por la imitación de los
ancestros. “Traducir no es un medio suficiente para engrandecer nuestra vulgar al igual
que las más célebres lenguas. Entonces, ¿qué se necesita? ¡Imitar! Imitar a los
romanos como ellos lo han hecho con los griegos, como Cicerón imitó a Demóstenes y
Virgilio a Homero… Hay que transformar en sí los mejores autores y después de
haberlos digerido, convertirlos en sangre y en alimento.”
En el segundo libro de la Ilustración, ya no se trata solamente de la lengua y del estilo
poético, du Bellay aborda intrépidamente el tema y reconoce la intención de derribar
la vieja literatura francesa para sustituir en ella las formas antiguas. “Me gusta Marot,
dice alguien, porque es fácil y no se aleja de la manera común de hablar…”
6
Nacido el 11 de septiembre de 1524, y no como lo han dicho, el día de la batalla de Pavía (24 de
febrero de 1525). De Thou se presenta una doble equivocación cuando presenta el nacimiento de este
poeta como una compensación que la fortuna daba ese mismo día a Francia.
7
Defensa e ilustración de la lengua francesa, por I.D. BA (Joachim du Bellay). Paris, 1549. El privilegio,
está fechado de 1548.
En cuanto a mí, siempre valoré que nuestra poesía francesa sea capaz de algo más alto
y de un maravilloso estilo del que estamos tan orgullosos…
“Entonces ¡oh! poeta futuro inicialmente lee y relee los ejemplares griegos y latinos:
luego deja todas estas viejas poesías francesas a los juegos florales de Tolosa y puy de
Rouen, como rondeles, baladas , virelais , cantos reales , canciones y otros cuentos
salpimentados que corrompen el gusto de nuestra lengua y no sirve, sino para dar
testimonio de nuestra ignorancia. Lánzate a estos placenteros epigramas…a la
imitación de un Marcial; si la lascivia no te gusta, mezcla lo provechoso con lo dulce;
destila con un estilo fluido y no escabroso de cariñosas elegías, siguiendo el ejemplo de
un Ovidio, de un Tibulo y de un Propercio… canta de esas odas desconocidas aún de la
lengua francesa, de un laúd afinado al sonido de la lira griega y romana que no haya
nada donde no aparezca algún vestigio escaso y antigua erudición…”
La Italia moderna y la antigüedad eran admitidas en los honores de la imitación.
“Recita añadió a continuación el teórico de la nueva escuela, estos hermosos sonetos,
no menos doctos que la fascinante intervención italiana, para los cuales tienes a
Petrarca y a algunos Italianos modernos”.
Du Bellay concluía su programa con un llamado donde la mezcla de un entusiasmo
verdadero con una serie extraña de alusiones eruditas caracteriza bastante el espíritu
de los jóvenes reformadores. “Ahora bien, henos aquí, gracias a Dios, después de
mucho peligro y de oleajes extranjeros, volviendo a entrar al puerto seguro. Hemos
escapado del medio de los griegos; y a través de escuadrones romanos, penetrado
hasta el seno de Francia, ¡la tan deseada Francia! Ahí entonces, Francisco, camina
valientemente hacia esta hermosa ciudad romana y sus siervos despojados adornan
sus templos y altares. No tema a estos gansos chillones, este orgulloso Manlie y este
traidor Camille, que bajo sombra de buena fe los sorprende a todos desnudos
contando el rescate del Capitolio. Denle buena fe a esta Grecia mentirosa y siembren
en ella de repente la famosa nación de los galo-griegos. Saquéame sin conciencia los
tesoros sagrados de este templo délfico, así como has hecho otra vez y ya no tema a
este mudo Apolo y a estos falsos oráculos. ¿Recuerda a su antigua Marsella, segunda
Atenas y a su Hércules galo, que tirando de sus orejas saca a los pueblos, con una
cadena atada a su lengua?”
Toda la reforma literaria del siglo XVI estaba en Defensa de la Ilustración. Basada en
dos puntos esenciales: ennoblecer la lengua, por la infusión de las palabras y de las
imágenes prestadas de las lenguas antiguas; ennoblecer la poesía por la introducción
de los géneros utilizados por los antiguos.
Du Bellay había redactado el programa, Ronsard fue el primer y el más audaz en
cumplirlo. Primero ensayó creando de un tirón una lengua poética. Para eso él extrajo
sin miramientos de las fuentes griegas y latinas. A menudo Ronsard tomaba una
palabra puramente latina que se ocultaba bajo una terminación francesa: por otro lado
se trata de dos palabras ya conocidas que se unen en composición, como lo hacían los
griegos: algunas veces, por una tentativa más ingeniosa, hacia lo que llamaba la
multiplicación de las palabras viejas, como lo hacían los griegos, como desde entonces
los alemanes lo han hecho tan afortunadamente. De verve creó verver, vervement; de
pays, payser; de feu, fouer, fouement. También quiere que tomen prestado de las
diversas jergas de Francia, donde en su preocupación clásica él ve tantos dialectos,
todas las palabras necesarias en la expresión del pensamiento. Era constituir de ley la
licencia de Montaigne. Sin embargo, el instinto tan francés de la unidad en sí mismo
se manifiesta aún en el medio de este consejo peligroso. “Hoy, dice, ya que nuestra
Francia obedece a un solo rey, estamos obligados, si queremos conseguir algún honor,
a hablar su lengua”.
Lo más importante en estos trabajos de creación, es el medio que da Ronsard para
formar una clase de términos nobles, una lengua ilustre, áulica, como decía Dante. Es
la nobleza de las ideas la que hace derivar la del idioma: quiere que se tomen
prestadas palabras de la profesión de las armas, en la guerra, en la caza. Pero si
subordina los términos proporcionados por las costumbres populares, lejos de
prohibirles, aconseja a los poetas a que las estudien. “Practicarás con cuidado, dice él,
las artes de todos los oficios, como marineros…, orfebres, fundidores, mariscales; y de
ahí sacarás muchas comparaciones hermosas”. Él mismo, dice su biografía, “no
menospreciaba ir a las tiendas de los artesanos y practicar todo tipo de oficios para
aprender sus términos”.
Es fácil sonreír hoy del contraste que presenta la lengua noble que escribimos, esta
lengua improvisada por un hombre. Pero no es menos fácil comprender que este
contraste no podía existir para los contemporáneos de Ronsard. Así pues, este idioma
no tenía nada de ridículo para ellos; ellos solo debieron darse cuenta de su riqueza: la
diferencia que lo separaba del idioma hablado estaba todo de su parte. El
conocimiento del latín, tan extendido entonces, servía de léxico para comprenderlo;
los letrados estaban muy agradecidos con el poeta por las innovaciones que exigían su
perspicacia para ser perfectamente comprendidas. La alta poesía se volvía así un
idioma de iniciados, valiosa para cualquier persona que no fuera del profano vulgar.
Pero, con toda su audacia, Ronsard luchaba contra lo imposible. Las lenguas no se
hacen en un día; estas son terrenos de aluviones creados por el tiempo, de altas
pirámides a las que cada día aporta su piedra. El pueblo francés al crecer hace él
mismo su lengua; al ennoblecer sus ideas, como lo prescribía Ronsard, ennoblece
gradualmente su expresión; cincuenta años después, el tallo popular de Marot se abría
naturalmente bajo la mano de Malherbe, al lado de las flores artificiales de Ronsard, ya
marchitas y en polvo.
Una sola cosa habría podido consolidar su revolución gramatical: una obra inmortal,
que, como la de Dante, hubiera hecho vivir su lengua con sus ideas; Ronsard lo
comprendió e intentó llevarlo a cabo. Él introduce en Francia todas las formas de la
poesía antigua y el primer rango de la oda y la epopeya. Desafortunadamente, llevó en
sus obras el mismo principio de imitación que en las innovaciones lingüísticas y este
sistema resultó aún más falso aquí. Creó sus poemas como el génesis creó el hombre:
formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz el aliento de vida; y fue el
hombre un ser viviente. No es así que procede la verdadera poesía: ella produce une
germen vivo que irradia hacia afuera y el mismo proyecta su forma. Las odas de
Ronsard se parecen a estas panoplias de nuestros museos, que presentan a nuestros
ojos la armadura completa de un héroe antiguo: casco, coraza, brazaletes, escudo,
nada le falta al guerrero para vestirse. No era que el poeta tuviera falta de entusiasmo;
solamente hay solución de continuidad entre la forma y el pensamiento, una no es el
efecto directo e inmediato de la otra: si la inspiración da la idea, la memoria solo
produce la expresión. El sentimiento se paraliza por esta preocupante imitación de los
grandes maestros. No le hacía falta un modelo en Ronsard sino un calco del que
pudiera seguir escrupulosamente las líneas. Su pensamiento incluso el más verdadero,
en lugar de seguir su pendiente natural y de profundizar en un lecho sinuoso, se
aprisiona en el mármol antiguo donde antaño brotó el agua de Horacio y de Virgilio.
Imitar así a los antiguos, es un medio seguro para no parecerse a ellos. “Yo reiría, dice
la Bruyère, de un hombre que quisiera seriamente hablar con mi tono de voz o tener la
cara parecida a la mía”. Ronsard, apasionado por la antigüedad, quiso hacer tabla rasa
de las costumbres, creencias, sentimientos modernos; él tuvo por empeño revivir todo
un siglo, toda una literatura, todo un conjunto de tradiciones en este Olimpo
resplandeciente y sensual del paganismo. Era dejar a una nación un reto demasiado
audaz. Un pueblo puede aprender a la fuerza una lengua nueva, ¡incluso con cierta
lentitud! Él no podría cambiar las costumbres, la historia ni el clima.
Sin embargo, había algo tan legítimo en el renacimiento de las ideas antiguas, parecía
tan bien en el destino del siglo XVI el hecho de reanudar la cadena de la tradición
greco-latina, que el nombre de Ronsard se volvió el objeto de una idolatría de la que
hoy nada nos puede dar una idea. La sola gloria de Voltaire, esta larga y maravillosa
realeza del genio, renovó semejantes homenajes. Los reyes y las princesas rivalizaban
para colmarlo de sus favores; los sabios más célebres, los espíritus más juiciosos, los
Scaliger, los Lambin, los de Thou, los de l'Hôpital veían en Ronsard el milagro del siglo.
Pasquier no clasificó sus obras, pues dice, “todo en él es admirable”. Montaigne
declara sin dudar que la poesía francesa había llegado a su perfección, así como
Ronsard había igualado a los antiguos. Por último le Tasse, quien llegó a París en 1571,
se consideraba afortunado por haber sido presentado a Ronsard y por obtener su
aprobación por sus primeros cantos de su Jerusalén. ¿Cómo explicar este inmenso
error de todo un siglo y de los espíritus más ilustres? A decir verdad, el error no existía
o solo era, como muchos errores, una verdad incompleta. La admiración por Ronsard,
era la felicidad muy legítima al ver finalmente el francés volverse una lengua literaria, y
ya no balbucear pensamientos débiles aunque ingenuos; sino surgir, como las lenguas
antiguas y como el italiano moderno, en la expresión de las ideas generales que
forman la herencia gloriosa de la humanidad. El idioma de Clément Marot estaba
finalmente fuera de sometimiento: el poeta se volvía un hombre y casi un ciudadano:
iba a volver a decir los nobles pensamientos que habían agitado el Foro y el Ágora, los
versos harmoniosos que habían repercutido en las orillas de Grecia. ¡Qué orgullo
patrio para los sabios de esta época, leer finalmente en francés lo que les había
cautivado por tanto tiempo de Virgilio y de Tibulo! Lo que la imitación imperfecta no
decía, la memoria parcial de los lectores lo suplía: ellos adoraban el verdadero
esplendor de la poesía antigua a través de los harapos pretenciosos de Ronsard.
Por otro lado, hoy en día, a pesar del cambio de la lengua, ¿Aún no encontramos en
este poeta razones para justificar nuestro respeto hacia él? En el género grave y
heroico, las Odas, la Franciada8, ¿los Discursos no presentan de vez en cuando rasgos
de una belleza durable? ¿No es Ronsard quien se dirigía así a la eternidad?
¡O gran eternidad!
Mantienes el universo en unidad tranquila.
De eslabones enlazados los siglos vuelves a atar.
8
La Franciada que tiene por héroes los fabulosos Francus, hijo de Priam y fundador supuesto del
imperio francés, es un poema inacabado. Ronsard tenía el proyecto de extenderlo en veinticuatro
cantos; se detuvo en el cuarto.
N. del T: La traducción de estos versos no conservan la rima del original, solo transmiten el sentido.
Y abrigado en tu seno todo el mundo tú escondes…,
Hablando a tus dioses que tu trono rodean,
Tu boca no dice: “fue o será…”
El tiempo presente solo a tus pies se reposa.*
9
Adjuntamos de paso, puesto que hemos nombrado este culpable pero interesante príncipe, que
tiempo después respondió a Ronsard, con una precisión más elegante aún:
¿Por qué Carlos IX ¡hizo algo diferente a los versos!?... Sí sin embargo los creó.
¡El tiempo se va, el tiempo se va, mi señora!
¡Oh desgracia! El tiempo, no: pero nosotros nos vamos10.
Todavía está toda la gracia de Marot, con más resplandor y gravedad. Ronsard había
sido jefe de la escuela o del colegio; se había vuelto célebre y admirado por todos, los
discípulos no le fallaban. “Nadie entonces, nos dice Pasquier, ponía la mano en la
pluma sin celebrar sus versos” Tan pronto como los jóvenes rozaban su traje, creían
que se habían convertido en poetas”. Entre sus numerosos partidarios, el poeta
escogió una compañía de élite que al comienzo se conoció como la brigada y poco
tiempo después como la Pléyade, por un recuerdo erudito de los poetas alejandrinos.
Situó al lado suyo seis poetas Joachim du Bellay,Antoine de Baïf, Amadis Jamyn,
Belleau, Jodelie y Ponthus de Thiard. No nos detendremos en estos nombres, a pesar
del talento de muchos de ellos. Todos reflejan en diversos grados y con numerosas
modificaciones los méritos y defectos del maestro. A Baïf le debemos un recuerdo
sobre la tentativa audaz e infructuosa por la cual él trató de someter nuestra
diversificación a las reglas métricas de la poesía antigua. El verso baïfin, silabeado
como el hexámetro latino, no pudo acostumbrarse incluso en la atmósfera del
Renacimiento.11 Esta imitación material de la antigüedad era la exageración extrema
del sistema de Ronsard; después del calco del estilo, era el calco del ritmo: ya solo le
faltaba escribir en griego o en latín.
Otro miembro de la Pléyade se distinguió por un ensayo más serio y cuya influencia ha
sido mucho más duradera. Jodelle se esmeró por resucitar el teatro de los antiguos.12
Este joven e interesante poeta estaba dotado de una facilidad extrema. “Aunque no
hubiera puesto el ojo en los buenos libros como los demás, dijo Pasquier, sí que se le
veía un encanto natural. Y de hecho los que en ese momento juzgaron de inmediato,
decían que Ronsard era el primero de los poetas, pero que Jodelle era el demonio de
ellos. Donde él empleaba su ingenio, nada parecía serle imposible”. Él mismo estaba
convencido de ello: “Un día se le ocurrió decirme que si un Ronsard le ganaba a Jodelle
en la mañana, en la noche Jodelle lo superaba”. Él prodigaba su espíritu en obras
fugitivas, que no se molestaba en recoger y que murieron con él. Sus obras dramáticas,
aunque tal vez menos buenas, tienen una lugar en la historia literaria. Ya algunas
traducciones se habían hecho hacia nuestra lengua: Adriana de Terencio, Hécuba de
Eurípides, Electra de Sófocles; Ronsard aún novato había traducido en 1549 el Pluto de
10
¡Eheu! fugaces. ¡Postume, Postume,
Labuntur anni! (Horacio, oda Xiv.)
11
Tomemos un dístico baïfin,con los versos latinos, He aquí la traducción:
Phosphore, redde diem : cur gaudia noslra moraris?
Coesare venluro, Phosphore, redde diem.
Alba vuelve a abrirse el día: ¿por qué detienes nuestra comodidad?
Cesar va a volver; alba, vuelve a abrirse el día
12
Nació en 1532 y murió en 1573.
Aristófanes. Finalmente en 1552, Jodelle se aventuró con una tragedia en la escena,
sin traducir, sino imitando a los antiguos; esta imitación era entonces una gloria:
Cleopatra, con una comedia del mismo autor; la Rencontre, fue presentada “delante
del rey Enrique II, en París, en el hotel de Reims, con una gran aprobación de toda la
concurrencia; y, luego, en la universidad de Boncour, donde todas las ventanas
estaban tapizadas con una infinidad de personajes honorables y la corte tan llena de
novatos que las puertas del colegio estaban repletas. Lo digo como si hubiera estado
presente allí, con el gran Turnebus en el mismo cuarto y los participantes eran todos
hombres reconocidos. Rémi Belleau y Jean de la Péruse desempeñaban los principales
roles.”13 Jodelle mismo representaba a Cleopatra. ¡Qué alegría para todos los sabios
encontrar en la escena, ver y escuchar hablar a estos personajes de la historia antigua
que les eran familiares! Autor y actores en la embriaguez de sus éxitos, se concedieron
a ellos mismos un triunfo tan clásico como su obra. Desde que el quinto acto se
terminó en medio de la aprobación, partieron a Arcueil; ahí, en un alegre festín,
llevaron un macho cabrío coronado con hiedra y flores, en honor al poeta francés y en
recuerdo al antiguo Tespis.
Si ahora se considera en ellas mismas y en su propio valor las tragedias de la nueva
escuela que daban lugar a semejantes ovaciones, “Bien sea una Cleopatra, un Didon,
una Medea, un Agamenón, un César, esto es lo que se recalca constantemente:
ninguna invención en los rasgos, las situaciones y en la dirección en la obra, una
reproducción escrupulosa, una falsificación perfecta de las formas griegas, el acto
simple, los personajes poco numerosos, actos fuertes cortos compuestos por una o
dos escenas y entremezclados con coros; la poesía lírica de estos coros muy superior a
la del diálogo; las unidades de tiempo y de lugar observadas menos para el arte que
por un efecto de imitación; un estilo que apunta a la nobleza, a la gravedad y que falta
porque la lengua tiene la culpa… Tal es la tragedia en Jodelle y sus
contemporáneos” Robert Garnier, sin cambiar en nada el sistema de Jodelle, sin
aportar al teatro un talento verdaderamente más dramático, que da un estilo más de
elevación, apropiándose algo de la concisión brillante de Séneca. Por muy débil y falso
que fuera esta aparición del drama antiguo, bastó para desacreditar para siempre los
viejos misterios y para legar a la tragedia francesa este carácter de gravedad
imponente, esta unidad y esta simplicidad severa de la cual nuestros grandes autores
aceptaron el yugo. Corneille y Racine no son los fundadores del sistema clásico del
teatro francés sino Jodelle, la Péruse y Garnier.
La comedia nueva se separó, no tan bruscamente, de la farsa de la edad media; la
comedia pareció regularla en vez de suplantarla. Se apoyó también en el ejemplo de
las comedias italianas. Jean de la Taille, en sus Corrivaux, la primera de nuestras
comedias regulares en prosa, siguió uno tras otro los rastros de Ariosto, de Maquiavelo
y de Bibbiena. Larrivey quien se merece, después del autor de Patelin, ser visto como
el mejor cómico de nuestro viejo teatro, declaró abiertamente la intención de imitar a
los poetas cómicos de Italia y lo hizo frecuentemente con éxito.14 También, “aparte de
una inmortalidad ordinaria, las comedias de este periodo no les faltaba ni mérito ni
gracia. Un verso de ocho sílabas fluido y rápido, un diálogo vivo y fácil, palabras
agradables, malicias de vez en cuando afortunados contra los frailes, los esposos y
13
Pasquier, Investigaciones, lib. VII, cap.vi.
14
Él mismo era italiano y se hacía llamar Giunti; su nombre france´s Larrivey (Darrive) solo es la
traducción del apellido.
esposas, compensaba para el lector la uniformidad de los planos, la confusión de las
escenas, la trivialidad de los personajes y los vuelve infinitamente superiores a las
tragedias de la misma época.”15
Dubartas; d’Aubigné
Con sus grandes palabras y sus interminables descripciones, Dubartas tiene elocuencia,
ideas nobles, un entusiasmo verdadero y comunicativo. Su obra tuvo treinta ediciones
en diez años, fue traducido en casi todas las lenguas y continúa disfrutando de una alta
reputación entre nuestros vecinos del otro lado del Rin, menos sorprendidos que
nosotros de las monstruosidades de su lenguaje.
Para nosotros, existe todavía un poeta mucho más distinguido que Dubartas, quien
lejos de la capital, en el seno de una vida agitada y guerrera, conservó hasta en la
primera parte del siglo XVII la lengua ruda, oscura, desigual pero enérgica y poderosa
de los inicios de Ronsard. Es Agripa de Aubigné, autor de una historia universal, de
interesantes memorias y de panfletos llenos de malicia.17Dedicado protestante,
recibió de sus convicciones y de su fuerte odio contra un catolicismo perseguidor, una
inspiración ardiente, que los poetas del siglo XVI ignoraron casi siempre. Sus Trágicas,
sátira religiosa y política, mezcla incoherente de mitología griega, de alegoría moral y
de teología, a menudo se iluminaban de destellos de indignación y presentaban a la
admiración de la crítica las más viriles bellezas. El espíritu hebraico respira ahí, dice M.
Sainte-Beuve, igual a este espíritu de Dios que flotaba sobre el caos. Al contrario de los
poetas contemporáneos, amantes exclusivos de la forma, de Aubigné como los
15
Sainte-Beuve, obra citada.
16
Nació cerca a Auch en 1544 y murió en 1590.
17
Nació en 1550 y murió en 1630. Obras principales: Historia universal desde 1550 hasta 1601.
Memorias, Aventuras del barón de Faeneste, La confesión de Sancy, Las trágicas dadas al público por el
robo de Prometeo; al desierto. 1616. M.L Ladanne dio en 1857 una nueva edición de Las Trágicas y en
1851 la primera edición exacta de las Memorias.
prosistas, se ata al pensamiento, lo toma, lo somete con tal fuerza que lo obliga casi a
inclinarse bajo la ruda apariencia de su lenguaje. Aquí se percibe la cercanía del gran
siglo; la unión de la idea y de la forma es casi un hecho. Aquí, como en la prosa,
todavía es la forma la que peca. Esta traiciona aún el tumulto de una época de
desorden y de confusión. El poeta lo declara él mismo:
Qué bueno es, sin embargo, cuando su pensamiento, con distracciones disipa una
expresión laboriosa y triste, estalla de repente, ¡como espada que saca de la vaina! con
cuál entusiasmo glorifica los mártires ¡acallados en las llamas de las hogueras!
Régnier.
18
Mathurin Régnier, nació en Chartres en 1573. Canónigo de la iglesia de Nuestra Señora en esta
ciudad. Murió en Rouen en 1613. Obras: Dieciséis sátiras, tres epístolas, cinco elegías, odas, estrofas,
epigramas.
19
La excelente edición de las obras de Mathurin Régnier, por Violler-Le-Duc indica con cuidado los
pasajes que el poeta francés tomó como modelos y así puso al lector directamente a apreciar el mérito
de la imitación.
o bien el médico que recibe una hermosa moneda por su consulta, y
En medio de estos apuntes ligeros se encuentra una verdadera obra maestra, macette,
la vieja hipócrita. Ya en el siglo XIII, Jean de Meung había hecho un boceto de Faux-
Semblant; luego en el siglo XVII Molière creará a Tartufo. Parece que la poesía francesa
hubiera estado siempre satisfecha al abordar este tema, como
A parte de este admirable cuadro, donde falta sin embargo todavía la verosimilitud y la
vida del diálogo, se debe admitir que el pincel de Régnier se detiene fácilmente en la
superficie de las cosas. De él se puede decir que ríe del corazón humano 20. Su poesía
no tiene nada de profunda o de filosófica; son los juegos inocentes de la sátira: sus
contemporáneos también la habían juzgado. Este predecesor de Boileau era para ellos
el buen Régnier; y él mismo nos explica, aunque con mucha modestia, esta calificación:
Malherbe
El talento de Malherbe tiene una característica muy diferente22. Menos ingenioso que
sabio, menos fecundo que juicioso, toda su invención consiste en escoger bien, toda su
20
Circum prxcordla ludil. Perse.
21
Sainte-Beuve, Cuadro de la poesía francesa en el siglo XVI t.I, pág. 160.
22
François de Malherbe nació en Caen hacia 1555 y murió en París en 1628.
riqueza en despojarse a propósito. Más crítico que artista, fue a los cuarenta y cinco
años que comenzó su carrera; su obra es un código más que un poema y como todo
legislador, se adhiere sobre todo a lo que se debe evitar. Así como el jefe de los
estoicos, toma por lema: abstente. Se enorgulleció por ser llamado el tirano de las
palabras y las sílabas. El culto de la lengua es su religión; la predica a su enfermero aún
en el lecho de muerte. Malherbe es severo en sus preceptos. Proscribió en versos el
hiato, sin circunstancias atenuantes, prohibió para siempre el encabalgamiento o
suspensión, censuró la sexta sílaba del alejandrino, como un centinela impasible
rechaza desdeñosamente los ritmos muy fáciles: el gran poeta ya no siente nada si no
es con rimas difíciles. En adelante, se acabaron las licencias en poesía; se acabaron las
inversiones fortuitas, los versos bien hechos serán hermosos como la prosa. La gloria
de Malherbe fue haber sido el primero en conocer en Francia, el sentimiento y la
teoría del estilo, haber hecho conscientemente lo que Régnier ejecutaba por instinto.
Si procedió sobre todo por negación, fue porque su época al igual que su ingenio lo
convirtieron en una necesidad. La riqueza estaba hecha en la poesía, solo le faltaba el
orden, esta segunda riqueza. Malherbe inventó el gusto: ahí estuvo su creación. En los
materiales confusos que habían acumulado sus antecesores, hizo una lengua noble,
por elección y por exclusión. El principio que presidió a esta clasificación demuestra su
gran inteligencia de la verdadera naturaleza de las lenguas; repudió de igual forma la
corte y el colegio, la moda y la erudición y el instinto parisino fue su guía. “Cuando le
preguntaban sobre su punto de vista acerca de algunas palabras francesas, se remitía
de manera ordinaria a los raterillos del puerto en el heno y decía que eran sus
maestros para la lengua.”23 También rechazó todos los dialectos admitidos con
demasiada indulgencia por Ronsard. La lengua, como la monarquía, avanzaba a
grandes pasos hacia la unidad. En el precepto, supo unir el ejemplo, y la característica
de su talento se combinó maravillosamente con las exigencias de su razón. Poeta poco
fecundo, pero correcto y laborioso, se le vio arrugar media resma de papel para
escribir y reescribir una estrofa. Se calcula que, durante los once años más fecundos de
la vida no compuso, lo compuso en promedio treinta y tres versos por año. Esta
sobriedad de composición, ese respeto por el lector y de las normas de estilo, esa gran
idea de las dificultades del arte, eran en el siglo XVI algo realmente nuevo. De esta
manera qué encanto no se experimenta dejando de lado a Ronsard, Dubartas,
d’Aubigné y al mismo Régnier, cuando al encontrar de repente versos que parecerían
escritos ayer conservan a tal punto su frescura y su pureza. Malherbe tiene la gloria o
de haber intuido la lengua de sus descendientes o de haberles impuesto la suya. Ha
hecho algo mejor que las estrofas o los sonetos, ha otorgado el instrumento de la alta
poesía e hizo posible a Corneille, Boileau y Racine.24
Obras: odas, paráfrasis, salmos, estrofas, epigramas, canciones, cartas; traducción de algunos tratados
de Séneca y del libro XXXIII de Tito Livio. -Edición Chevreau, 1723, Vol. 3, in-12. Lefévre, 1825, Vol. 1. in-
8.
23
Vida de Malhci-he por Racan.
24
Hemos hablado más ampliamente de Regnier y de Malherbe, en nuestro cuadro de la literatura
francesa en el siglo XVI, pág. 144, 199 y siguientes.- Sainte-Beuve escribió una novela corta y muy
destacado estudio sobre Malherbe en el cuarto número de la revista europea (15 de marzo de 1859).
CUARTO PERIODO
EL SIGLO XVII
CAPÍTULO XXIX
INFLUENCIA DE ESPAÑA
25
Memorias de Sully, II parte, cap. II. - Ver A.de Puibusque, Historia comparada de la literatura española
y francesa, t.I, pág.6 y 365, y obras de Math, Régnier, con los comentarios de Viollet-le-Duc, sátira VIII,
pág. 40.
Amigo, dejémoslo disertar,
Decir cientos y cientos de veces: ¡es para morirse!
Su barba acariciar, mimar la ciencia,
Tirar su cabello hacia atrás, decir: ¡en mi consciencia!
Hacer la venia con la mano, morder un pedazo de sus guantes,
Reír sin fundamento, mostrar sus bellos dientes,
Cuadrarse en un pie, levantar su espada,
y pestañear como una muñeca.
La moda fue más fuerte que Régnier, que Sully, que el mismo Enrique IV. El más
francés de nuestros reyes se puso, gústenos o no, el oscuro traje de Felipe II, y en el
otoño de sus días se propuso, mientras refunfuñaba, aprender español, como Catón el
censor había aprendido griego.
El maestro que le daba las lecciones, Antonio Perez, jugó un rol importante en la
revolución literaria que introducía en Francia el gusto elegante pero rebuscado de
España. Decía la verdad sin creerla, en una de sus cartas al rey: “Ciertamente, su
majestad eligió un gentil bárbaro como maestro, bárbaro en sus pensamientos ,
bárbaro en su lengua, bárbaro en todo.” Este bárbaro era bastante gentil, bastante
gracioso. Antiguo secretario de Felipe II, confidente, rival, cómplice y víctima de este
príncipe26 había cosechado en la corte del Escurial toda la flor del culturismo.27
Recibido con complacencia por Enrique IV y por Elizabeth, como una difamación viva
de su enemigo, redactó curiosas memorias y escribió cartas no menos curiosas con
diferentes títulos. Bajo la influencia literaria, que solo nos compete aquí, estas cartas
sirvieron de antecedentes y de modelo para los escritores de cartas ilustres de este
periodo. La celebridad de la cual gozaron al comienzo del siglo explica el afán que nos
llevó a imitarlas. Unieron a Balzac y Voiture a Góngora y a Marino.
“Grave, sencilla o galante, toda la correspondencia de Perez, lleva la huella de sus
costumbres; el hombre de mundo prevalece sobre el hombre de estado, pero el
hombre de mundo, todavía es el cortesano, es el cortesano que tiene cientos de
maestros para alabar en lugar de uno y que se multiplica para contentarlos a todos...”
Halaga, adula, alaba con un énfasis descarado.
Ante él, ¿A quién se le habría ocurrido traducir en hipérbolas místicas el formulario de
la civilidad? ¿Quién habría pensado en hablar del muy humilde servidor de una
divinidad o en saludar un ángel con pasión?... Pompa oriental, gravedad castellana,
afectación italiana, no oculta nada esta naturaleza de preferido, siempre meditada en
su abandono, insinuante en su irreflexión, servil en su familiaridad.28
Perez inauguró, por así decirlo, l’hôtel de Rambouillet.
Es al marqués de Pisani, padre de Catalina de Vivonne, la incomparable Arthénice,
remitió en Francia sus primeras misivas. Ahí aparecería el estilo, todas las veces que un
tema serio no obligaba al escritor a ser menos frívolo.
“Si su excelencia, le escribía un día, ha observado el cuidado que tuve con mis dientes,
que no crea por favor, que los conservo por algo diferente al miedo que tengo de la
lengua: pues creo que la naturaleza la rodeó de dientes con el fin de que tuviera un
26
Ver A. Perez y felipe II, por Migner, 2da edición, 1846.
27
Se llamaba así el mal gusto puesto de moda en España por el poeta Góngora y por el jesuita Gracián,
el legislador del estilo culto.
28
Paibusque, obra citada, t. II, pág. 22.
temor que la forzaba a contenerse y a no precipitarse tan irracionalmente. Sería mejor,
de hecho, que ella hubiera sido mordida, incluso cortada, que haber hablado mal a
propósito. Tal vez su Excelencia, hombre de estado y general tan eminente , ella
preferirá pensar que esta disposición tiene el propósito de demostrarnos que las
palabras debe tener efectos y la ejecución seguir los consejos, como la ejecución
siempre debe ir acompañada del consejo, sino se le quiere dejar todo a la suerte.»
Llevado a Inglaterra por las vicisitudes de su fortuna, Perez allí se fortaleció en el mal
gusto. Encontró la corte asolada por la epidemia del eufemismo, estilo lleno de
afectación puesta de moda por el célebre John Lilly. Era una jerga especial hablada por
todas las personas de buen tono, una clase de francmasonería de los bellos
pensamientos y del buen lenguaje. El abuso más increíble de la metáfora y de la
comparación, las aproximaciones más forzadas, las más ridículas hipérbolas, formaban
el tejido de esta nueva lengua.29 Perez, en la corte de Elizabeth, se encontró en su
esfera; además adornó la manera de discrepar, que no dejó de relatar triunfalmente
en Francia. Fue entonces cuando escribió al lord Essex:
“Mi lord, y mil veces mi lord, ¿no sabe usted en qué consiste el eclipse de luna y el de
sol? El primero resulta de la interposición de la tierra entre el sol y la luna; el segundo,
de la interposición de la luna entre el sol y la tierra. Si entre la luna, es decir mi fortuna
variable y siempre en riesgo, y usted que es mi único sol, viene a interponerse la
ausencia (pues entre amigos separados la ausencia es la interposición de la tierra); o si,
entre la tierra, es decir mi pobre cuerpo y su noble favor, se interpone o más bien se
opone mi fortuna, ¿mi alma no estará en la tristeza, no estará en las tinieblas?”.
De un hombre de Estado se ocupado en negociaciones serias, y cuya vida era
amenazada cada día por la venganza de un monarca irritado, que envolvía su
pensamiento con estos pueriles ornamentos, resultaría lo que haría pronto, siguiendo
su ejemplo, ¡escritores cuyo solo interés sería tratar en sus cartas el cuidado de hacer
brillar su espíritu y exagerar el de los otros!”.
Góngora y Lilly solo habían enviado a Francia uno de sus discípulos; Marino, quien vino
en persona. Concini lo llamó a la corte de María de Médici, el poeta que representaba
entonces la gloria literaria de Italia. El autor de Adonis atravesó los Alpes precedido de
una gran reputación. ¿Qué bárbaro habría osado en dudar de un mérito que traíamos
desde tan lejos y que se pagaba tan caro? Pues el ilustre Napolitano sabía prever la
gloria. Le recordaba a la reina los ejemplos de Augusto, de Nerón, de Domiciano, de
Honorio que colmaban de sus favores los Horacio, los Lucano, los Estacio, los Claudio.
Solo en esta erudición del cavalier Marin se mostraba fuertemente clásica. Por lo
demás, nada más alambicado que sus concetti y más coquetamente disfrazado que sus
pinturas. El viejo Malherbe casi moría de rabia. Marino sonreía desdeñosamente al ver
a este poeta tan seco. Así el mal gusto soplaba en Francia desde todos los puntos del
horizonte. España, Inglaterra e Italia atacaban por todas partes el viejo sentido común
francés. ¿Qué podía hacer contra tres enemigos?
29
Walter Scott, en la novela del Monasterio, introdujo, en la persona del sir Shafton, un tipo de
eufemismo muy agradable. -Esta denominación se tomó prestada al título de una de las obras de Lilly:
Euphues and his England.
L'hôtel de Rambouillet
Soy de Rhodante
quiero morir suyo.
30
En el lugar que atraviesa la rue Saint-Thomas du Louvre. - La rue Saint-Thomas desapareció mientras
escribíamos esto.
como dice Marot; solo fue después de catorce años de fidelidad y de suspiros que
obligó a Julie d'Angennes
En tanto, Mlle de Rambouillet recibía, como una divinidad, el incienso de toda mano:
todo lo relacionado con la escritura, con hacer versos, le aportaba religiosamente su
tributo. El primero de enero de 1641, Julia encontró en su tocador, al despertar, dice
Huet, obispo de Avranches, el regalo más atractivo, más ingenioso, más hermoso, más
novedoso que el amor nunca haya inventado. Eran dos cuadernos de pergamino,
absolutamente iguales, cada hoja contenía las más bellas flores, pintadas en miniatura
por Robert y acompañada de un madrigal compuesto por los mejores poetas.
Montausier, el autor de esta galantería que llamó la guirnalda de Julia, fue quien dio el
ejemplo. Chapelain, Godeau, Colletet, Scudéry lo siguieron. Diecinueve poetas
prestaron sus voces a veintinueve flores. El mismo gran Corneille se hizo cargo del lirio
blanco, del jacinto, de la granada. Es curioso ver como hizo hablar el lirio blanco, aquel
que hizo hablar a Cinna y Polyeucto.
Nada era comparable en esta época más saludable, en suma, que la influencia
soberana e indiscutible de las mujeres. Al siglo XVI solo le había faltado hacer una cosa
con nuestra literatura: hacer la belleza de las formas, la perfección y la elegancia del
lenguaje. Las preciosas, nombre respetado entonces que se le daba a las señoras de
esta sociedad de élite, recuperaron sin pensar en ello la obra de la Pléyade, pero con
todo el tacto, toda la justicia de sentimiento que les era natural. Se propusieron
ennoblecer la lengua. Pero en lugar de dirigirse torpemente a las lenguas muertas,
consiguieron todas sus imágenes de objetos conocidos u ordinarios. Esto era conciliar a
Ronsard con Malherbe. Era hacer aún más: hacer circular y revelar a todos lo que
habían sido hasta entonces el secreto de algunos escritores. Desde entonces la
sociedad conoció el encanto de la conversación, los letrados pudieron contar con un
público. Ellos mismos se convirtieron en hombres de mundo; fueron admitidos, por
primera vez, como iguales, en las reuniones de los más ilustres; en este nuevo trato,
ellos daban y recibían. También se preparaba lentamente la afortunada fusión de ideas
y formas, de la ciencia con la vida, que se debía cumplir tan maravillosamente bajo el
reinado de Luis el Grande.
En cualquier caso, l'hôtel de Rambouillet era una sociedad exclusiva, una especie de
cenáculo cerrado para los profanos. El cuidado para ennoblecerse, que formaba todo el
código literario, no dejaba de tener peligros. El más grande era el de sustituir el
imperio de la moda por el del sentido común. Grupo o individuo, nadie se aísla
impunemente. El espíritu literario puede nacer en invernadero caliente, pero no puede
crecer allí, pues nada le es más fatal que esta fe en sí mismo que ninguna corriente de
afuera llegara a estremecer. Se celebra entre sí a puerta cerrada. Se admira por
educación, se hacen elogios. Se forma un pequeño número de opiniones acordadas
que no tienen ni la ingenuidad de las inspiraciones personales ni la verdad de las
convicciones generales. Lejos de evitar este escollo, las preciosas crearon un juego de
esto. “se ha visto, no hace mucho tiempo, dijo la Bruyère, un grupo de personas de dos
sexos unidas por la conversación y por un trato de ingenio. Ellos dejaban a los
personajes vulgares el arte de hablar de una manera inteligible. Algo dicho entre ellos
sin claridad acarreaba algo aún más confuso, sobre lo que se pujaba por verdaderos
enigmas siempre seguidos de extendidas ovaciones. Por todo eso que ellos llamaban
delicadeza, sentimiento y sutileza de expresión, llegaron finalmente a no oírse y a no
entenderse entre ellos mismos. No era necesario para servir a estas conversaciones, ni
sentido común, ni la memoria, ni la menor capacidad; era necesario el ingenio, no el
mejor, sino uno que es falso y donde la imaginación tiene la mayor parte”.31
Era mucho peor cuando, en el ejemplo de la reunión de Rambouillet, se formaron
otros ruelles imitadores, donde se tiene especial cuidado, por supuesto, en exagerar
los defectos del modelo. La provincia tuvo sus preciosas. Chapelle describió, en su
viaje, una asamblea de las preciosas de Montpellier, que reconoció por tales por sus
pequeñas dulzuras, su hablar pastoso y sus discursos extraordinarios. El autor futuro de
las Preciosas ridículas estaba entonces cerca de allí, en Pézenas, en observación.
Incluso en París, al lado de los ruelles de Rambouillet y de Sévigné, estaban los de
Brégy, de Chevreuse, de Cornuel, de Scudéry.
Las costumbres de estas reuniones hoy en día nos parecían extrañas. “Las mujeres
fingían entre ellas una exageración novelesca de sentimientos. Solo se llamaban entre
ellas ma chére, y esta palabra había terminado por identificarlas generalmente.
Una chère, una preciosa debía ir a la cama a la hora que su sociedad habitual la
visitaba. Cada uno venía e iba a su recámara, cuyo ruelle* era adornado con esmero.
Hacía falta probar que se conocía, como lo dijo Madelon, el fin de las cosas, el gran fin,
el fin del fin, para ser presentado allí por uno de los hombres que daban el tono. Los
abades de Bellebat y de Buisson tenían, según el Diccionario de las preciosas de
Somaise, el título de grandes iniciadores de los ruelles. Era en sus casas, sobre todo en
casa del primero, que los jóvenes iban a instruirse de las cualidades indispensables de
los hombres que querían frecuentar los grupos de las chères.
Pero, además de estos profesos del arte de las preciosas y estos jóvenes iniciados, se
encontraba incluso en casa de cada mujer un individuo que, revestido del singular
título de alcôviste*, era su sirviente caballero que le ayudaba a hacer los honores de su
casa y a dirigir la conversación. Graves disertaciones sobre preguntas frívolas, penosas
búsquedas para encontrar la palabra de una enigma, metafísica sobre el amor, sutileza
de los sentimientos y todo lo discutido con una investigación exagerada de trucos y un
31
Cap. V, De la sociedad y la conversación.
*N. del T. En este caso ruelle denomina el espacio entre una cama y la pared de un dormitorio donde
usualmente se realizaban reuniones de las précieuses, los círculos intelectuales y literarios.
refinamiento pueril de expresiones, tales eran los temas de los cuales se ocupaban
este areópago hermafrodita”.32
Las preciosas degeneradas, las preciosas ridículas, inicialmente atacadas por
Desmarets en la comedia de los Visionarios (1637), sucumbieron definitivamente bajo
los golpes de Molière (1659).
En efecto, la fe literaria, nutrida en un comienzo en la sombra de la pequeña iglesia,
había salido de allí para vivir y aparecer el gran día. El pensamiento de Richelieu se
realizó más adecuadamente aún en la segunda mitad del siglo XVII, a su vez fundaba a
la Academia francesa (1635), es decir hacía de las letras una institución pública y
nacional.33 El gusto, la ciencia, el genio, encontraron su centro en la corte de Luis XIV y
brillaron en toda Francia como la aureola de su gloria.
Nos podemos hacer una idea del espíritu y del tono que reinaba en las conversaciones
elegantes de esta época, ojeando las voluminosas novelas de Gomberville, de La
Calprenède o de Mlle de Scudéry.34 Bajo nombres turcos, griegos o romanos, está la
galantería, la búsqueda, el ridículo sentimentalismo de la sociedad contemporánea.
Anacreón, quien acompaña a las dos señoras en Préneste, crea el encanto de la
reunión por su conversación y sus hermosos versos; el galante Bruto intercambia los
billetes dulces con la coqueta Lucrecia. Ella le escribió:
Horatius Goclès, enamorado de la altiva virago dada como rehén a Porsenna, cantando
en un eco que encontró:
35
Este mapa se encuentra en la Clélia.
otros caballeros errantes que infestaron a España de su heroísmo y alimentaron la
hoguera de la alegría del buen párroco de Cervantes. El jefe de la familia había
encontrado gracia ante sus ojos, como “el primer y mejor de su especie”. Pero la
indulgencia de esta inquisición del sentido común, que fue arrojado despiadadamente
en la corte, no se extendió hasta el hijo. Amadís de Grecia y toda su prosperidad
excitaron la santa cólera del digno sacerdote. “¡A la corte!¡a la corte! exclamaba, pues
en lugar de no quemar a la reina Pintiquinestra y el pastor Darinel con sus églogas y el
diabólico amontonamiento de los discursos del autor, preferiría más bien tirar al fuego
al padre que me engendró, si yo lo encontrara en el atavío de un caballero errante”.
La hoguera de Cervantes no acalla toda la raza caballeresca. La novela heroica,
desafortunada fénix, salió sana y salva por el aburrimiento del siglo XVII. Los
Polexandros, las Cleopatras, los Cassandres, los Ibrahim, las Clelias, todos estos
fastidiosos enredos en diez volúmenes se sucedieron en Francia en la dominación de
los Amadís y la hicieron lamentar.
CAPÍTULO XXIX
En la primera mitad del siglo XVII, la literatura fue más que nunca la expresión de la
sociedad; comenzó con la carta, que es una conversación escrita, y se coronó con la tragedia
francesa, que es una conversación heroica.
Dos hombres sobresalen en la primera fila entre las mentes brillantes que ilustraron los
salones literarios, Balzac y Voiture1; ambos deben a sus cartas la mayor parte de su fama,
ambos usan y abusan del don cautivador y peligroso de la mente. Balzac es más serio, más
noble; Voiture, más fácil, más ingenioso; el primero, más autor; el segundo, más hombre del
mundo; el uno recuerda más la gravedad enfática de los españoles; el otro, la elegancia
artificial de los italianos. La frase de Balzac tiene un aspecto lento y acartonado, su mente es
pesada: sonríe, pero con esfuerzo; bromea, pero sin alegría. Todas sus buenas palabras se
emplean con premeditación2. En él, cada pensamiento es un rasgo, pero un rasgo debilitado
por la redondez del período. Cada una de sus frases tiene por lo menos dos miembros, avanza
con una dignidad castellana por completo, proporciona al lector su pequeña reflexión más o
menos ingeniosa, después cede el lugar a otra que presenta exactamente el mismo aspecto, el
mismo cariz. Sus periodos, que se producen de forma sistemática y no por inspiración,
parecen todos puestos en el mismo molde: se siente en cada uno de ellos el trabajo de una
composición suelta e independiente; se suceden como sonetos cadenciosos, armoniosos y
coronados por un pensamiento brillante. Este estilo tiene algo de la monotonía solemne de
las olas que llegan regularmente a golpear la playa, que aportan como tributo, la una conchas
brillantes, la otra un alga estéril. Se siente a un hombre que escribe por escribir; no es el
pensamiento el que impulsa la pluma, es la pluma la que va al encuentro del pensamiento, y
que se abstiene de este cuando no lo encuentra. Nada de propósito general ni de unión, ni de
plan; su estilo solo se alimenta de lo que encuentra en su ruta: él vive en el viaje el viaje. No
va detrás de un objetivo, se pasea; para él, el camino es lo esencial: poco le importa llegar.
Mientras pasa, recoge los contrastes, las antítesis, las compar