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ESCUELA PSICODINAMICA
1. Introducción
Freud estuvo especialmente inspirado al decir que el ser humano había recibido tres grandes golpes
contra su narcisismo e imagen de sí mismo: el descubrimiento copernicano de que la tierra no era el
centro del universo, el descubrimiento darwiniano de que el hombre no existía independientemente de
los demás miembros del reino animal, y el descubrimiento freudiano del poder de fuerzas desconocidas,
inconscientes y a veces incontrolables, que gobiernan casi la totalidad de nuestra vida psíquica. Por eso,
Freud es considerado como uno de los “filósofos de la sospecha”. Los otros dos son Nietzsche y Marx. A su
modo, los tres pusieron en entredicho la imagen del ser humano como ser enteramente racional,
descubriéndonos los condicionantes ocultos que determinan múltiples comportamientos y formaciones al
nivel de la conciencia. En el caso concreto de Freud, nos mostró que la mayor parte de lo que acontece en
nuestra mente es inconsciente. Pero, sobre todo, nos mostró cómo el ser humano aparece dominado por
la oscura región de las pulsiones. Lo humano, lo racional, no sería en muchos casos más que una mera
fachada.
El psicoanálisis, fundado por Sigmund Freud (1856-1939), como método y como doctrina es tanto la
práctica terapéutica de los trastornos psíquicos, dirigido principalmente hacia la explicación y curación de
las neurosis como la teoría psicológica en la que aquél se basa. El psicoanálisis es, sobre todo, una teoría
sobre la vida inconsciente (¿de lo irracional?).
El proyecto científico de Freud fue, cuanto menos, ambicioso. A través del estudio de la estructura
oculta de la psique, en su dimensión atemporal (Ser), y en la histórica (Yo), pretendía llegar a una
antropología crítica, en la que el papel principal estuviera reservado a la dinámica de los impulsos y de la
libido, y de aquí a una visión general de la civilización occidental y de sus logros culturales (Súper Yo).
La hipótesis alrededor de la que gira tanto el propio psicoanálisis como el pensamiento de Freud es la
siguiente: muchas neurosis son producidas por imágenes fuertemente cargadas de energía sexual que se
han hundido en el inconsciente. El hombre funciona básicamente de acuerdo con el principio del placer,
buscando la gratificación inmediata de todos sus deseos (reducción de la tensión). No obstante, en esta
búsqueda del placer choca con la sociedad y la civilización.
La primera investigación de Freud se centró en el estudio de los síntomas histéricos. Gracias a la
hipnosis primero y, después, al mecanismo de asociación, Freud descubrió el origen sexual e inconsciente
de la causa de la enfermedad. Las personas neuróticas parecen enfermar a causa de una experiencia de
seducción por parte de una adulta, hecho que han olvidado por la acción de la represión. El abandono de
este planteamiento del trauma y su sustitución por el de las fantasías sexuales reprimidas abrió el campo
de investigación al inconsciente y a la sexualidad infantil, que se complementa con el descubrimiento de la
transferencia como relación imaginaria que la paciente establece con la terapeuta, una relación que se
considerará indispensable para el éxito de la terapia.
El desarrollo de la personalidad humana queda ligado al desarrollo de las diversas etapas de la
sexualidad, que aparecen ligadas a las distintas zonas erógenas, es decir, a las distintas zonas corporales
asociadas a la consecución de placer. Estas etapas son: la fase oral, la anal, la fálica y, tras un periodo de
latencia, la genital. El desarrollo de estas etapas no es mecánico ni progresivo sino que se superponen sin
excluirse. Los conflictos que se originan a lo largo del recorrido pueden dar lugar a fijaciones y regresiones.
Se ha subrayado que Freud era judío y que el psicoanálisis es la secularización del misticismo judío.
También se ha hecho mención del contexto especialmente puritano de la segunda mitad del siglo pasado,
fuertemente caracterizado por la represión sexual. Por otra parte, también se dice que los
acontecimientos de la primera Guerra Mundial dejaron una profunda huella en Freud y en su
pensamiento. A partir de 1920, Freud introdujo en su teoría psicoanalítica el concepto de “pulsión de
muerte”, un instinto agresivo compartido por todos los seres humanos.
Dentro de la psicología, el psicoanálisis es considerado como un enfoque psicodinámico porque interpreta
la conducta como resultado de un juego mutuo de fuerzas en permanente conflicto. Aunque no ha tenido
una gran implantación en el mundo académico, sí ha dejado sentir su influencia en el ámbito de la práctica
terapéutica.
2. La teoría psicoanalítica
Psicoanálisis fue el término creado por Freud para designar su teoría sobre le psiquismo y su
práctica terapéutica. Bajo esta denominación Freud distingue tres orientaciones: un procedimiento de
investigación de los procesos psíquicos, un método terapéutico de las neurosis y una serie de teorías
psicológicas y psicopatológicas que agrupaban las principales aportaciones de los métodos de
investigación y de terapia. Lo importante de esta definición se sitúa en el término “investigación”, como
proceso de descubrimiento que se fundamenta en la práctica y busca alcanzar el estatuto de ciencia. Este
trabajo de búsqueda da como resultado la formulación de la hipótesis del inconsciente como elemento
determinante de la vida psíquica. El deseo inconsciente conforma al sujeto y lo constituye en esta
distancia o fractura que abre entre su ser (deseo) y su decir (conciencia).
El punto de partida del psicoanálisis fue la psiquiatría de finales del siglo XIX, la de Charcot y Breuer,
y su primer campo de acción fueron los casos de histeria femenina estudiados mediante la hipnosis. El
estudio de la histeria llevó a Freud a postular que existen procesos inconscientes que provocan síntomas
histéricos; y que si la persona enferma toma conciencia de ellos, con ayuda de la hipnosis, puede curarse.
Freud llegará poco a poco a la convicción de que la vida sexual está en el origen de los trastornos
psicopatológicos. (Asimismo llegó a la idea de que existe una sexualidad infantil, muy anterior a la de la
pubertad, de la que derivan deseos incestuosos hacia los progenitores del sexo opuesto, y en ocasiones el
hijo siente celos, hostilidad y deseo de muerte hacia el padre; y la hija, hacia la madre. En su época, esta
idea provocó una fuerte reacción contra el psicoanálisis).
Freud pronto se dio cuenta de que la hipnosis no era un buen método porque no siempre curaba y
tampoco podía ser utilizada con todas las personas enfermas. Recurrirá entonces a otro método para
hacer conscientes los recuerdos traumatizantes: el de las asociaciones libres. La paciente debe comenzar a
hablar a partir de una imagen que se le ofrece dejando que fluyan las asociaciones libres de sus
pensamientos hasta llegar a extraer los recuerdos que se buscan. Se supone que llegado un momento, la
corriente de la conciencia fluye libremente. Con el uso de este método, Freud observa que
frecuentemente las pacientes se resisten a continuar porque hay cosas que no pueden decir (y empiezan a
dejar la terapia o a engañar a la terapeuta). Freud descubre así el elemento clave de su método: El Yo se
defiende contra algo, en el sujeto hay una fuerza de represión que dificulta traer a la conciencia
determinados recuerdos inconscientes.
Junto a las asociaciones libres, la terapia psicoanalítica utiliza la interpretación de los sueños y el
estudio de los actos fallidos (lapsus linguae) y de las fantasías para acceder al inconsciente. Una de las
obras centrales de Freud al respecto, La interpretación de los sueños fue publicada en 1900.
Inconsciente y represión son los dos grandes descubrimientos de Freud. Hay impulsos reprimidos en el
interior del ser humano que están como sumergidos en el inconsciente. Lo reprimido pugna por salir, pero
no puede hacerlo debido a una barrera que se lo impide. Si no halla otro camino de salida, se manifestará
mediante síntomas neuróticos: angustia, fobias, síntomas histéricos, obsesiones, ideas fijas. Así se explican
las neurosis: la represión es su causa.
2.1 El psiquismo
A través de una serie de conceptos, Freud trató de sistematizar sus explicaciones sobre el
funcionamiento de la mente. Dentro de la teoría psicoanalítica freudiana podemos encontrar dos teorías
distintas sobre el psiquismo, conocidas con los nombres de “consideración topográfica” y “consideración
estructural”. La teoría topográfica nos habla de tres ámbitos de lo mental, el inconsciente, el
preconsciente y el consciente. En esta perspectiva, la vida psíquica de una persona se concibe como un
flujo de energía psíquica que, procedente del inconsciente, y en especial de las pulsiones sexuales (libido)
y de las de autoconservación, pugna por convertirse en consciente. Este flujo psíquico se halla frenado, no
obstante, en dos zonas de represión y censura: entre el preconsciente y el inconsciente actúa la censura,
que hace pasar al inconsciente todos aquellos contenidos que resultan desagradables, humillantes o
inmorales. En esto consiste la represión. De este modo, hay material psíquico reprimido y censurado tanto
en el inconsciente como en el preconsciente. Sólo mediante el análisis de los sueños y de los actos fallidos,
se puede llegar a conocer los mecanismos que ejercen ese poder de censura y, en consecuencia, liberar al
sujeto de su trastorno.
La consideración estructural del psiquismo, que obedece a la necesidad de hallar también en el Yo
una actividad represora, la describe Freud en El yo y el ello (1923), obra en la que distingue tres instancias,
o tres estructuras, en la personalidad humana: Ello, Yo y Superyó. Al Superyó, que es el resultado del
proceso de identificación con la figura paterna tras el complejo de Edipo, es decir, la parte del Yo que actúa
como conciencia moral y censura, le asigna la función de la represión y la de comparar al Yo con su propio
ideal. El Ello, que se identifica fundamentalmente, pero no exclusivamente, con el inconsciente es el
psiquismo humano carente de toda organización interior, únicamente sometido al principio del placer,
ilógico en su funcionamiento, puro depósito de energía instintiva, es el fondo de pulsiones y deseos e
impresiones ocultos por la represión. El Yo, sólo parcialmente inconsciente como el Superyó, surge de la
parte modificada del Ello por contacto con la realidad externa y tiene por función representar al Ello ante
el exterior, de un modo socialmente aceptable; es la razón y la reflexión y a él incumbe hallar el equilibrio
psíquicamente sano entre las exigencias -dictaminadas por el principio de realidad- del mundo externo, y
las del Ello y el Súper yo.
2.1.1 Consideración topográfica.
En la mente humana podemos encontrar tres zonas o áreas diferentes: la conciencia, el
preconsciente y el inconsciente.
Con el término conciencia designamos una facultad o función psíquica que nos permite el
conocimiento del mundo exterior y de nosotros mismos. Las facultades mayormente involucradas en la
conciencia son la percepción (estímulos del mundo exterior e interior), la atención (selección de ciertos
estímulos entre todos los que llegan simultáneamente al cerebro en un instante concreto) y la memoria
(recuperación de recuerdos y aprendizajes anteriores que se asocian a la estimulación de ese momento).
También forman parte de la conciencia los procesos intelectuales superiores como el pensamiento, el
razonamiento, etc., y ciertos fenómenos relacionados con la vida afectiva y la motivación. Gracias a la
conciencia, el individuo percibe y reflexiona con claridad sobre el mundo externo e interno, es decir, sobre
la realidad inmediata. Este nivel psíquico se rige por el principio de realidad.
El preconsciente está constituido por pensamientos, recuerdos y aprendizajes de los que no somos del
todo conscientes, pero podemos hacerlos conscientes a voluntad. Para Freud, una de las funciones de
preconsciente consiste en adaptar los impulsos sexuales y agresivos a las exigencias que la realidad y los
valores morales imponen al individuo.
El inconsciente está formado por todas aquellas pulsiones, deseos y sucesos olvidados que
permanecen fuera de la conciencia a causa de la represión. Lo inconsciente pugna por emerger a la
conciencia, pero la censura evita su actualización. Según Freud, estos contenidos amenazan la integridad
psíquica del sujeto, porque le provocan angustia o sentimiento de culpa. Sin embargo, cuando la
conciencia disminuye su vigilia (sueños, fantasías, libre asociación de recuerdos...), el inconsciente aflora,
aunque distorsionado bajo la forma de imágenes oníricas, actos fallidos o imaginaciones fantasiosas. Para
comprender qué nos quiere decir, hay que interpretarlo.
2.1.2 Consideración estructural
Posteriormente, hacia 1920, Freud describe el aparato psíquico mediante tres estructuras: el Yo, el
Ello y el Superyó. Estas estructuras representan respectivamente más o menos a los impulsos, a la
orientación hacia la realidad y a la orientación hacia los valores morales.
El Ello (Id): representa el sustrato biológico hereditario del ser humano. Es la parte más primitiva y
profunda del aparato psíquico. No puede ser observada en sí misma, pero se deduce que se compone de
los rasgos hereditarios, las pulsiones sexuales y agresivas, además de los recuerdos y deseos reprimidos en
la historia personal del sujeto. Representaría nuestra naturaleza propiamente animal. En su
funcionamiento, el Ello busca la descarga de la excitación, la tensión o la energía. Se rige por el principio
de placer. Se trata de una energía inconsciente que influye en la dinámica de la personalidad, tratando de
satisfacer los impulsos instintivos de supervivencia, reproducción y agresión, y persiguiendo siempre su
gratificación inmediata. Cuando estos impulsos son reprimidos por cualquiera de las otras dos instancias,
el Ello los refleja a través de los sueños o de los actos fallidos. El Ello pertenece al inconsciente, desde
donde actúa sobre la conciencia provocando desequilibrios y tensiones en el organismo.
Pulsiones. “Trieb” es la palabra que Freud emplea y que debemos traducir por “pulsión”, y no por
instinto. Freud entiende por pulsión el impulso provocado por una energía que tiende a buscar su
satisfacción mediante el objeto adecuado. Cuando esta última no se alcanza, el organismo permanece en
tensión debido al empuje del impulso no satisfecho. Freud distinguió inicialmente dos tipos de pulsiones:
las sexuales o “libido” (en latín, apetencia placentera) y las pulsiones de autoconservación. Las primeras se
rigen por el principio del placer; las segundas, por el de realidad. Freud dedicó escasa atención a las
pulsiones de autoconservación porque, a su juicio, este impulso no puede dar lugar a trastornos
neuróticos, ya que no puede ser ignorado ni desatendido. A partir de 1920, debido a la experiencia de la
Primera Guerra Mundial, Freud modifica su teoría de las pulsiones. Las pulsiones de autoconservación y
las sexuales se integran en una única pulsión, el “Eros” o “principio de la vida”, y añade una pulsión nueva,
la “pulsión de muerte” o “autodestrucción, “Thanatos”. La agresividad pasa, así, a un plano primario, lo
que tendrá importantes repercusiones en las consideraciones freudianas acerca de la cultura y la
sociedad. Podemos, pues, comprobar como Freud se aferró en todo momento a una concepción dualista
de las pulsiones.
El Superyó (Super-Ego) representa el aspecto moral de nuestro comportamiento (normas e ideales
morales) y aspira a ejercer un control sobre el Yo, al modo como las normas morales aspiran a controlar el
comportamiento. Su origen se remonta a la superación del Complejo de Edipo, cuando el niño interioriza
las normas que el padre le transmite. El Superyó equivale a una especie de moral arcaica que resulta de la
interiorización de las prohibiciones familiares y sociales adquiridas desde nuestra infancia. Representa
pautas ideales de conducta y prohibiciones o exigencias socioculturales. Su misión fundamental es
presionar al Yo, señalándole cómo debería comportarse en cada momento, pero también generándole
sentimientos de culpa cuando incumple sus exigencias. El niño, que primitivamente es amoral, empieza a
percibir las prohibiciones familiares, que terminan por interiorizarse, hacerse inconscientes, y convertirse
en una instancia que vigila y amenaza al Yo. Según Freud, el Superyó también es una estructura
inconsciente.
El Yo (Ego) es la instancia que media entre el Ello y la realidad exterior. Su función es básicamente
reguladora, buscando satisfacer los deseos del Ello en la medida que dicha satisfacción no provoque
conflictos en el sistema de creencias del individuo. El Yo se rige por el principio de realidad. Ahora bien,
puesto que tiene que adaptar los impulsos sexuales y agresivos a las condiciones externas objetivas, debe
llevar a cabo una censura sobre la acción del Ello. Esa adaptación y censura las realiza con los mecanismos
de defensa. El Yo no es más que una instancia mediadora entre las pulsiones del Ello y las censuras del
Superyó, que reprime y controla la conducta. Así, mientras que el Ello busca el placer y el Superyó, la
perfección, el Yo busca la realidad. El Yo representa lo que podríamos llamar la razón o reflexión, mientras
que el Ello representa las pasiones. La actividad consciente es ejecutada por el Yo (percepción, procesos
intelectuales, etc.) y también la preconsciente (actualizar los aprendizajes o las evocaciones del pasado no
reprimido mediante la memoria). En sus últimos escritos, Freud asigna también una función inconsciente
al Yo: la de los mecanismos de defensa que impiden la frustración del sujeto, reduciendo la tensión creada
por los impulsos no satisfechos del Ello. Sus tareas más importantes son tres: la autoconservación del
organismo, el control de las tensiones internas generadas por la pugna entre el Ello y el Superyó, y la
adaptación a la realidad.
2.1.3 Los principios del psiquismo
Según Freud, el principio del placer junto con el principio de realidad son principios que rigen el
funcionamiento psíquico humano, el psiquismo. La noción de principio de placer fue formulada por
Fechner en 1848 bajo el nombre de “principio del placer de la acción”, pero es Freud quien tematiza a lo
largo de sus obras la noción de principio de placer entendido como rector de los actos que tienden a la
consecución del placer o, mejor dicho, al alejamiento del dolor o displacer. En una primera etapa Freud lo
denominó “principio de la inercia de las neuronas”, y según él, es el que rige el funcionamiento del
sistema neurónico para mantenerse en un estado de baja excitación ya que, en caso contrario, aparece el
dolor o displacer. Más adelante concebirá este principio como regulador general de la estructura
psicológica, de forma que, a partir de su división de la psique en tres estructuras: el Ello, el Yo y el Superyó,
considerará que el Ello, que es inconsciente, está regido por el principio del placer que tiende a la
inmediata satisfacción y realización de todos los deseos y pulsiones bien realmente, bien en la fantasía, a
efectos de reducir la excitación. El Yo, en cambio, a instancias del Superyó, se rige por el principio de
realidad, que en base a las exigencias éticas socialmente establecidas, modifica los impulsos surgidos del
Ello. Mediante el principio de realidad el Yo toma la decisión de si debe realizar o postergar la satisfacción
de los deseos o, incluso, si debe suprimir la aspiración de la pulsión por considerarla peligrosa. El principio
de realidad no debe entenderse como opuesto al de placer, sino como un ajuste de éste a las condiciones
externas. Si quiere colmar sus deseos, el sujeto debe postergarlos hasta el momento en que las
circunstancias de la realidad se lo permitan. Gracias a la acción de este principio, el individuo se socializa,
aprendiendo a controlar su egoísmo primitivo y descubriendo los fundamentos del orden social, de la
moralidad, etc. La formación del Yo se determina a partir de esta tensión entre los dos principios psíquicos
fundamentales.
2.1.4 La evolución del psiquismo
Freud consideraba al psiquismo como puramente dinámico. Evoluciona y se desarrolla mediante
etapas, que son comunes a todos los seres humanos.
En el momento del nacimiento, el niño es un ser absolutamente egoísta. En él sólo habitan las
pulsiones del Ello, sobre todo las sexuales. Puesto que aún no posee ninguna norma moral, exige la
satisfacción inmediata de esos impulsos. Freud dice que el niño sólo vive para el placer. Cuando no se le
procura éste, llora hasta obtener la satisfacción del impulso placentero. Durante el primer año y medio de
vida, el placer se concentra en la boca (chupar, morder, mamar...); por eso, Freud denominó a esta etapa
fase oral.
Con el paso del tiempo y el desarrollo de su cerebro, el niño empieza a aprender que el mundo
exterior no siempre cede a sus deseos. Es en esta época cuando recibe las primeras negativas ante sus
caprichos, i el Ello, hasta ese momento volcado sobre sí mismo, debe modificar su acción con el fin de
prestar atención al mundo externo. Esa modificación del Ello da lugar a la aparición del Yo.
La función del Yo consiste en moderar y frenar los impulsos sexuales y agresivos, procurando
satisfacerlos cuando las circunstancias lo permitan y siempre que las demandas instintivas no atenten
contra las primeras normas que el niño ha interiorizado (higiene, adaptación horaria de las comidas,
aceptación de que no es el único ser en el mundo y de que las demás también tienen necesidades, etc.).
En suma, el Yo debe imponer el principio de realidad al de placer. Así surgen los procesos conscientes que
permitirán al niño adaptarse a su propio medio familiar y “comprender” el mundo que le rodea. A la vez,
el Yo aplica la censura a los deseos del Ello, con lo que van grabándose los primeros traumas o heridas
psíquicas en el inconsciente infantil. La reaparición del lenguaje refuerza los procesos conscientes y, por
tanto, las funciones del Yo.
Los vínculos emotivos del niño con su familia son muy fuertes en esa etapa. Debido a esa relación
afectiva, entre los tres y los cinco años se desarrolla el Complejo de Edipo. La especial relación que niños y
niñas establecen con su madre tiende a reforzar su egoísmo, puesto que consideran ser el objeto exclusivo
del deseo de la madre. Según Freud, la mente infantil sufre una herida en su narcisismo (amor a sí mismo
y creencia en ser el centro exclusivo de atención) cuando descubre que la madre también desea al padre.
En la mente infantil se establece entonces una relación de odio con la figura paterna, puesto que es
considerada como rival que le disputa el amor de la madre.
Las niñas, según Freud, aunque encuentran su primer objeto amoroso en la madre, al comprobar
que son diferentes a los niños y al padre (puesto que carecen de pene, y eso les provoca un sentimiento
de privación), rechazan los cuidados maternales y se refugian en el amor al padre. Como escribe el mismo
Freud: “La niña ve en la madre un obstáculo para su tierna relación con el padre, y piensa que ella podría
ocupar muy bien su lugar”. Para diferenciar este proceso con respecto al de los niños, Jung lo denominó
Complejo de Electra.
El principio de realidad fuerza al Yo del niño o al de la niña a reprimir los impulsos sexuales y
agresivos hacia los padres. Según Freud, esto es necesario para lograr su adaptación a la familia. Esa
represión provoca la aparición del Superyó, mediante el cual la mente infantil comienza a socializarse, es
decir, a aceptar las pautas sociales que le van a permitir una vida comunitaria. Se interiorizan así las
normas de convivencia, las prohibiciones morales acerca de lo bueno y lo malo, las sensaciones de culpa y
vergüenza ante las infracciones de las normas, etc.
A partir de ese momento, el Superyó impondrá la moralidad y las creencias interiorizadas cada vez
que aparezcan los impulsos primitivos del Ello. Entonces, la represión de los deseos contrarios a esas
normas se convierte en el principal mecanismo de defensa, con el objetivo de que el sujeto se integre
plenamente en la comunidad, aceptando las reglas sociales represoras de sus pulsiones egoístas. Pero, los
impulsos relegados al inconsciente actúan desde allí, provocando trastornos e interferencias en la
conducta de los individuos (angustia, fobias, síntomas histéricos, obsesiones, ideas fijas...).
Como vemos, Freud mantiene una concepción pesimista sobre el ser humano, puesto que considera
a la represión como el principal mecanismo que forja la personalidad social del individuo. El conflicto
entre los deseos instintivos y las normas morales represoras desemboca en la angustia y la ansiedad,
cuando no en un trastorno psíquico de mayor o menor importancia. Así, nuestra historia personal puede
resumirse en el conjunto de las represiones que han determinado el desarrollo de nuestra vida.
Además de teoría para explicar el psiquismo y de terapia psicológica, Freud también utilizó el
psicoanálisis para explicar las distintas manifestaciones culturales. De un modo bastante arriesgado, Freud
sacó el psicoanálisis del ámbito de la psicología para leer manifestaciones culturales como el arte, la
religión, la ciencia, la moral. Todas ellas no serían sino manifestaciones o expresiones sublimadas de la
energía sexual y agresiva que no habría podido expresarse directamente.
Por “cultura”, entiende Freud, “la suma de las producciones e instituciones que distancian nuestra
vida de la de nuestros antecesores animales y que sirven a dos fines: proteger al hombre contra la
Naturaleza y regular las relaciones de los hombres entre sí” (El malestar en la cultura, p. 33). Sin embargo,
la cultura no es en realidad la instancia o fuerza liberadora que se pretende. La cultura constriñe
permanentemente al ser humano y le provoca el “malestar” de la insatisfacción de las tendencias. Dicho
con otras palabras: “la cultura desequilibra la economía libidinal”.
El hombre está, pues, en permanente conflicto con las demandas de la sociedad. Las frustraciones
impuestas por ésta a la vida instintiva del hombre fueron la causa de las obras más creativas de la
civilización, pero también condujeron a las neurosis. En realidad, la cultura no es sino, podríamos decir,
una forma benigna de neurosis. La cultura es, al mismo tiempo, fruto de la represión e instancia represiva.
En El malestar en la cultura (1930) Freud analiza la naturaleza de ésta y sus consecuencias para el
individuo. Ya en Tótem y tabú (1913) se especificaba que la vida en común presupone una notable
renuncia a las tendencias sexuales y agresivas. En El malestar en la cultura se insiste en este punto,
dándose más importancia, curiosamente, a la renuncia a la agresividad que a las renuncias sexuales. El
camino seguido por la cultura para imponer esta renuncia consiste en dirigir hacia la propia persona la
agresividad por medio de la conciencia moral, del Superyó exigente y cruel: “la tensión creada entre el
severo Superyó y el Yo subordinado al mismo la calificamos de sentimiento de culpabilidad; se manifiesta
bajo la forma de necesidad de castigo. Por consiguiente, la cultura domina la peligrosa inclinación agresiva
del individuo debilitando a éste, desarmándolo y haciéndolo vigilar por una instancia alojada en su
interior, como una guarnición militar en la ciudad conquistada”. “El precio pagado por el progreso de la
cultura reside en la pérdida de felicidad por aumento del sentimiento de culpabilidad”.
En El malestar en la cultura, Freud se ocupa concretamente de los obstáculos que impiden ser
felices a los seres humanos e intenta explicar los motivos de ese sufrimiento. Él identifica las tres fuentes
de las que proviene el malestar humano: la caducidad del propio cuerpo, el mundo exterior, es decir, la
supremacía de la Naturaleza y las relaciones con los otros seres humanos. Una salida extrema al problema
de la infelicidad humana es la renuncia total, volver la espalda al mundo. Lo normal no es, sin embargo,
sublimar totalmente las imposiciones de nuestra vida instintiva, sino sublimar parcialmente esos deseos,
de ahí surge la cultura.
Otros caminos para resolver el problema de la felicidad humana han sido la religión, las artes, la
ciencia y la técnica. Sin embargo estas manifestaciones culturales no sólo no resuelven el problema de la
felicidad, sino que lo acrecientan. El pesimismo cultural de Freud es palpable. Las artes sólo suponen una
ligera narcosis para calmar los impulsos.
Aparentemente la cultura nos distancia de nuestro pasado biológico, de nuestra naturaleza
instintiva. Ese distanciamiento es en realidad imposible. La cultura sólo incrementa el conflicto psíquico. El
Yo se puede creer libre y autónomo, pero en realidad es el Ello quien domina. En verdad lo que consigue la
cultura es ocultarnos una realidad que siempre va a estar ahí. Ese es el gran problema de la civilización. La
cultura siempre hará infeliz al hombre. El pesimismo de Freud recuerda mucho a Illich y su profunda crítica
de la creciente institucionalización de la vida de las personas. La modernización no supone, como se
esperaba, una creciente autonomía individual, sino una mayor dependencia.
Los y las continuadoras de Freud
El psicoanálisis es una de las teorías más relevantes de nuestro tiempo. Sus aportaciones al estudio
del psiquismo humano y colectivo han supuesto un cambio radical en la concepción de la subjetividad y de
la enfermedad. El hecho de afirmar lo inconsciente como estructurante del sujeto humano marca una
ruptura definitiva con la concepción cartesiana de la racionalidad, entendida como conciencia y su
correlativa división dualista entre pensamiento y cuerpo. La teoría freudiana ha contribuido radicalmente
a la llamada “crisis del sujeto” con la que se define una de las características más importantes del
pensamiento actual. Esta crisis se explicita a partir de Freud (uno de los llamados “maestros de la
sospecha”) a través de la destitución de la conciencia como elemento exclusivo del saber sobre sí mismo
(la conciencia de sí), de la afirmación del síntoma como fractura del sentido y de la división que se
produce entre el saber y la verdad.
Las concepciones de Freud fueron y siguen siendo fuertemente criticadas. No obstante, sus dos
principales descubrimientos: la existencia de un inconsciente dinámico y la represión son bastante
unánimemente aceptados. Sus discípulos y discípulas introdujeron correcciones. Unas afectan a la
naturaleza de las pulsiones (se critica el pansexualismo de Freud) y otras se refieren a la necesidad de
reconocer la importancia de los factores sociológicos (en gran parte ignorados por Freud) en la
constitución de la personalidad. Entre los seguidores de Freud destacan Carl Jung, Alfred Adler, Karen
Horney, Anna Freud y más heterodoxamente W. Reich, E. Fromm o Jacques Lacan.
Carl Jung (1875-1961) quitó todo carácter sexual a la “libido” de Freud, y consideró que las dos
tendencias fundamentales del inconsciente eran la extraversión y la introversión. De ahí los dos tipos
básicos de personalidad según Jung, el extrovertido y el introvertido. En su obra Tipos psicológicos (1920)
sostiene que todo individuo es función de su propio temperamento, en el que predomina uno de estos
rasgos sobre el otro. El extravertido (motivado por factores externos) es vital y volcado hacia el exterior,
mientras que el introvertido (motivado por factores internos) vive para su interior y se muestra
concentrado. Dichos rasgos fundamentales, pero Carl Jung insuficientes, se relacionan con cuatro
funciones psicológicas, o maneras constantes (opuestas por pares) de responder psíquicamente ante
diversas situaciones: pensamiento y sentimiento, sensación e intuición. De ello resulta la caracterología de
Jung que distingue ocho tipos funcionales: introvertidos y extravertidos cerebrales, sentimentales,
intuitivos y sensitivos.
Además, Jung también postuló la existencia de un inconsciente colectivo y suprapersonal que se
manifiesta en los símbolos de los sueños y en los mitos de las religiones. Este inconsciente colectivo está
formado por imágenes y pensamientos ancestrales, a modo de herencia espiritual del género humano,
que renace en el inconsciente de cada individuo, y que se manifiestan mediante sueños, mitos, religión o
fantasías inconscientes. En su contenido destacan los arquetipos, que son las nociones más universales y
arcaicas de la humanidad, dotadas de un gran dinamismo y poder de fascinación, e incluso de una carga
sagrada, y que actúan a modo de fuerzas inconscientes sobre el individuo. Entre ellos están “la madre y el
padre arquetipo”, como imágenes primordiales del padre o de la madre; la “sombra”, o el hermano oculto,
o el salvaje interior; el anima y el animus, que son el principio masculino racional y el femenino intuitivo
comunes a todo hombre y mujer, etc. Frente a la fuerza del inconsciente colectivo, el individuo ha de
lograr su propia individuación, superando el poder de fascinación de todos estos elementos colectivos no
racionales. Esta superación se consigue “en el umbral de los cuarenta” años.
Alfred Adler (1870-1937) fue el primer psicoanalista que introdujo variables sociales. Rechazó uno
de los puntos de vista centrales de la teoría psicoanalítica: que la conducta humana esté dominada por la
tiranía de sus pulsiones. La “libido” freudiana es sustituida por los sentimientos de inferioridad, que
surgen naturalmente en el niño, y que pueden ser superados por tendencias compensatorias.
Adler consideró que el origen de los conflictos neuróticos era el “complejo de inferioridad” (“ser humano
es sentirse inferior”), que creía universal y congénito. Frente a él, el hombre desarrolla una “voluntad de
poder” con la que intenta compensarlos y superarlos (“quiero ser un hombre completo”). Por la
orientación de la cultura occidental, esta superación cristaliza en valores considerados masculinos o viriles,
que se imponen a los valores considerados femeninos, que representan la inferioridad, constituyendo así
el núcleo de las neurosis. El “instinto de comunidad” frena los impulsos de poder del individuo, quien sólo
desarrollará aquellas manifestaciones de superioridad y poderío que socialmente sean aceptables. Los
conflictos, cuyo origen Freud ponía en el inconsciente, surgen según Adler de las relaciones sociales.
Karen Horney (1885-1952) polemizó con Freud y con Helen Rosenbach Deutsch (1884-1980),
durante más de diez años, sobre la famosa cuestión de la “envidia del pene”, “fondo tenebroso” de la
psique femenina según Freud. Para Horney, el deseo femenino es innato, espontáneo y positivo desde la
infancia hasta la maternidad. En todas las fases de su desarrollo psíquico, la mujer está orientada por
estímulos de la libido e impulsos autónomos, afirma en Psicología femenina (1967). Posteriormente,
Horney se alejó cada vez más de la postura psicoanalítica poniendo en evidencia los factores sociales
como modeladores del desarrollo de la libido. La mujer está fuertemente condicionada, por su
inferioridad social y económica, a situarse en una posición de envidia y de “amor ilusorio” respecto al
hombre.
Anna Freud (1895-1982). Su primera contribución científica relevante está contenida en El yo y sus
mecanismos de defensa (1936). En este texto cabe destacar el “sacrificio impulsivo”, como un mecanismo
de defensa que yace en la base de comportamientos sistemáticamente “altruistas”, típicos de muchas de
esas mujeres que dedican su vida al cuidado de los demás. Estas investigaciones sobre los mecanismos a
través de los cuales “el Yo se defiende de la angustia” serían desarrolladas por Anna Freud en el campo de
la psicología infantil.
Wilhelm Reich (1897-1957). Pertenece al denominado freudomarxismo. Desde 1930 empezó a
relacionar las tesis sociales marxistas con las tesis del psicoanálisis, y creó la Sexpol, o asociación de
asistencia médica y psicológica para una política sexual dirigida fundamentalmente a los jóvenes obreros.
Si sus posiciones políticas le habían alejado de Freud, sus tesis freudianas le hicieron separarse del partido
comunista cuando publicó, en 1933, Psicología de masas del fascismo, donde interpretó los fenómenos
políticos de masas de tipo autoritario, y en particular el fascismo, como un fenómeno de tipo psicológico.
Según Reich el fascismo es la expresión políticamente organizada de la estructura de los conflictos
psicosexuales del hombre medio reprimido, que intenta resolver sus contradicciones con acciones
violentas. La lucha contra el fascismo implica la lucha previa contra el misticismo y la mistificación
religiosa, y contra la represión sexual. Posteriormente Reich calificó al estalinismo de fascismo rojo.
Para Reich, el rasgo básico de la personalidad humana es la “potencia orgásmica”, a la que entiende
como energía psíquica cuya degeneración y represión provoca las neurosis. Mientras Freud explicaba las
pulsiones agresivas negativas, apelando a Thanatos (pulsión de muerte), Reich, que consideraba
metafísicas tales explicaciones, sostenía que la agresividad destructiva era fruto de la represión sexual
causada por una sociedad que niega la posibilidad de la libre expresión de las pulsiones sexuales. La
represión social de la sexualidad es una represión política. Por tanto, una auténtica liberación social y
política debe conllevar una revolución sexual, ya que la auténtica etiología de los desequilibrios psíquicos
es social, no individual: es la sociedad, y no los individuos, la que está enferma.
Erich Fromm (1900-1982) intentó hacer una síntesis de las doctrinas de Marx y Freud. De Freud
rechaza la teoría de las pulsiones, la libido y el complejo de Edipo. Fue uno de los promotores, junto con
Karen Horney (1885-1952) y Hary Stack Sullivan (1892-1949), del “psicoanálisis cultural”, una de las
múltiples revisiones de las teorías de Freud, que utiliza el psicoanálisis como instrumento de crítica
(marxista) de la sociedad. Fromm habla de un “psicoanálisis humanista”. Los conceptos fundamentales de
este psicoanálisis humanista los expone en tres de sus obras principales: El miedo a la libertad (1941),
Ética y psicoanálisis (1947), y Psicoanálisis de la sociedad contemporánea (1955). Para el psicoanálisis
humanista, al hombre hay que entenderlo a través de una dialéctica individuosociedad, en la que la
“adaptación dinámica” del hombre a la realidad se realiza mediante un proceso de asimilación de cosas y
de socialización con personas. De este modo realiza su proceso de individuación como ser social y se
convierte en el “carácter social” -objeto de estudio de su psicoanálisis-, o sustrato, que media entre la base
económica y la superestructura ideológica.
Jacques Lacan (1901-1981) hizo una interpretación estructural de Freud. Para él, el inconsciente está
estructurado como un “lenguaje”. Más aún, la estructura del inconsciente es la estructura del lenguaje. La
teoría lacaniana basa sus planteamientos en un retorno a Freud, destacando la preeminencia de la palabra
como instrumento para desvelar el inconsciente. Su hipótesis es que “el inconsciente está estructurado
como un lenguaje”. En ella fundamenta su teoría del sujeto como efecto del significante y, por tanto, como
resultado de una escisión radical entre “el ser y el decir”. Su caracterización de la naturaleza humana se
basa en una distinción de tres registros: el real, el imaginario y el simbólico, análisis que complementará
con sus investigaciones sobre la identificación y la dinámica del deseo, donde se pone en juego la relación
entre el sujeto, el objeto y el Otro.
En esta estructuración en tres registros destaca su concepción del discurso imaginario (en el sentido
de productor de imágenes) del ámbito de lo consciente: la conciencia misma se produce como una
imagen, lo que genera una alienación del sujeto respecto de sus propios deseos. Esto se manifiesta en el
ámbito de lo inconsciente que “habla” mediante los lapsus, los actos fallidos y los sueños. Para reconocer
estas manifestaciones del inconsciente es preciso recurrir al orden simbólico. De esta manera, el
inconsciente, aunque no está regido por las leyes de la lógica y de la temporalidad que imperan en el
ámbito de lo consciente, está, no obstante, estructurado como un lenguaje, en el que, por ejemplo, la
condensación y el desplazamiento (mecanismos productores de los sueños según Freud), actúan como
metáforas y metonimias respectivamente.
La reflexología Rusa
Fue una doctrina psicológica que formó parte de la llamada “psicología objetiva”, y que por
lo tanto, rechazó los términos mentalistas como aquellos de los que hablaba Wundt. Debe
su nombre a que gran parte de su desarrollo se ubicó en Rusia. De aquí destaca la
importancia de la actividad inhibitoria, tratada en psicología, misma que fue demostrada
por Sechenov quien consideraba que todos los llamados procesos psicológicos podían ser
explicados mediante la combinación de procesos excitarorios e inhibitorios del sistema
nervioso central.
Su principal exponente fue Sechenov, quien consideraba que la actividad “psíquica”
como un producto exclusivo de la actividad del sistema nervioso. Sechenov afirmó que la
actividad “psíquica”, no es más que el fruto de movimientos musculares que tienen su
origen en el cerebro.
Quienes realizaron estudios posteriores con base en las obras de Sechenov fueron
Bechterev y Pavlov. De aquí las “secreciones psíquicas” o los actos neuropsiquicos serían
las unidades básicas explicativas de los comportamientos.
Bechterev centró su trabajo en los reflejos asociativos de los animales, mediante un
procedimiento de condicionamiento específicamente para la motricidad.
Pavlov siguió un método más simple, el de condicionamiento salival. Aunque esté
procedimiento era más sencillo tenía la ventaja de ser más preciso y controlable
experimentalmente. Cabe mencionar que los estudios de Pavlov sobre el condicionamiento
de reflejos, fueron resultado de un descubrimiento meramente accidental.
Para Bechterev los estudios objetivos de la psicología, si bien renunciaban al estudio del
aspecto subjetivo del comportamiento, centraba sus investigaciones a la totalidad del arco
reflejo y su condicionamiento asociativo, siendo así posible un estudio empírico de la
conducta.
La reflexología, constituye las bases precedentes del Conductismo. En la
reflexología existe una única realidad: la actividad neuropsíquica o psiquismo objetivo, lo
cual constituye el objeto de estudio propio de la Psicología Reflexológica.
Entonces los principios de la reflexología son el objetivismo y el negar a la conciencia
como objeto de estudio. También descartó la introspección como un método de
investigación válido. En su lugar indicó la necesidad de utilizar un método empírico y
experimental, que permitiera revelar datos con un valor objetivo.
La base teórica de la Reflexología consistía en un proceso simple que inicia con la
estimulación, luego, los cambios en el organismo en forma de actividad psíquica o
actividad nerviosa superior o inferior, y termina en una reacción (conducta) manifiesta. De
modo que la conducta responde a un esquema de: Estímulo-Organismo-Respuesta (S-O-R),
propio del modelo del arco reflejo.
El arco reflejo se efectuaría gracias a un estímulo exterior que actuaría sobre la
superficie del organismo y produciría la excitación de los centros cerebrales (fase de
recepción). Posteriormente los centros cerebrales enviarían dicha excitación a los centros de
asociación (fase de asociación) y como resultado se produciría un movimiento (fase de
reacción).
En la Reflexología Rusa se destaca la importancia del reflejo simple, el reflejo
asociado (producto de un condicionamiento por asociación) y el proceso de formación de
conexiones temporales. Lo último se refiere a los rastros neurales de excitaciones previas
recibidas (experiencia codificada) y a las leyes del proceso de asociación. Los rastros o
huellas neurales, son un elemento intermedio del arco sensorio motriz y tienen la función
de facilitar o inhibir la respuesta.
Los investigadores pertenecientes al movimiento o la doctrina de la Reflexología
Rusa se comprometieron fuertemente con los métodos de investigación objetivos y
desarrollaron los procedimientos de experimentación en la neurofisiología. Gracias a la
investigación empírica del sistema nervioso llegaron a interesarse en temas relacionados
con el objeto de estudio de la psicología, que por entonces giraba en torno a explicaciones
subjetivas de la conducta, más que en las investigaciones y los métodos científicos
objetivos.
Las aportaciones más destacadas de los reflexólogos rusos fueron sin duda sus
interpretaciones rigurosamente mecanicistas, tanto de los procesos subjetivos como de la
conducta observable o manifiesta.
Bibliografía
Freud, Sigmund. El malestar en la cultura y otros ensayos. Alianza. Madrid 1987
García Gutiérrez, José María (1998) Psicología. Ediciones Laberinto. Madrid
Navarro Cordón, Juan Manuel y Tomás Calvo Martínez. Historia de la Filosofía. Anaya. Madrid. Ramírez
Cabañas, Jesús (2001) Psicología. Almadraba. Madrid
Tejedor Campomanes, César (1994) Introducción a la Filosofía. Ediciones SM. Madrid
Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu. Diccionario de filosofía en CD-ROM. 1996. Editorial Herder.