Ensayo V
La vida como ensayo (M. Montaigne)
Esto son mis fantasfas, y con ellas no intento
dar a conocer las cosas, sino a mi mismo.
[Mowratcns, «Los libros», II, 10, p. 585/ II, 10, p. 428]
Me acerco a Montaigne, como lo hago con Proust, para apren-
der a usarlo y, en el empleo de sus ideas, pensamiento y escritura,
aprendo a hacer un mejor uso de mf mismo, He encontrado en la
lectura de algunos de los ensayos de Montaigne, como también me
pasa en mi personal lectura de A la recherche, momentos de un pla-
cer que me es dificil explicar en pocas palabras, Leyéndolos, me he
topado de repente, viajando al azar entre sus paginas, con aforismos
que sintetizaban maravillosamente lo que andaba buscando para
calmar una tristeza, alguna clase de melancolfa o una via de salida
ami desorientacién y perplejidad.
Recuerdo algunos veranos en Madrid, o en otras ciudades extran-
jeras, con el ejemplar de los ensayos de Montaigne o de Proust que
habia decidido llevar conmigo esperando que llegase el momento
oportuno para sentarme en cualquier lugar y me pusiesea leer medi-
tabundo. Soy uno de esos maniticos que compran més de una edi-
ci6n de las varias disponibles de los ibros cuyos escritores, ensayistas
5. La primera paginacién correspond aa ecién en castellano, a cargo de J. Bayod
Brau, segin la edieién de 1595 de Mario de Goumay: Los Ensayos, Barcelona,
I Acantilado, 2007, y la segunda a la edicion establecida por Jean Basamo,
‘Michel Magnien y Catherine Magnien-Simorin, también basada enlaedicion de
1596: Les Essai, Pars, Gaimard-Bibioteque de La Pléiade, 2007, La numeracin
romana remie libro, la latina al capitulo, y a timo nimero remite la pagina
e las ediciones respectiva,
430 filésofos més amo. Si puedo leerlos en la versién original, no tengo
duda~me gusta leer en francés 0 portugués més que en inglés, que
son las lenguas a las que puedo acceder-, perc también me gusta
pasearme por las distintas traducciones en castellano, De ambos
escritores tengo varias de ellas, y que escoja una wotra depende de mi
particular estado de énimo, Mi lectura de Montaigne y Proust no es
«profesional» sino intima, personal, privada. Les lo porque me dicen
algo, no porque digan algo en general. No leo como formando parte
dena comunidad de fil6sofos, profesores o académicos, sino segiin
el ser que soy, con el cuerpo que tengo, con mis estados de énimo a
cuestas y mis propias manfas, Y no tengo manera de justificar de
forma légica a nadie por qué tengo esa necesidad de llevar conmigo
sos libros, en papel, bellamente encuadernados i es posible, como
tampoco puedo razonar debidamente por qué r1z6n llevo conmigo
varias clases de cuadernos y mi estilografica. No puedo leer y no escri-
bir, y no subrayar y no pararmea pensar; y no cerrar el libro y nece-
sitar caminax; y volver a sentarme o regresar a micasa y escribir ince-
santemente, hasta calmarme,
Montaigne dice que aunque los libros poseen muchas cualidades,
la lectura obliga al cuerpo a permanecer inmévil, aunque por natu-
raleza él tiene necesidad de estar en movimiento y paseando [Tres
relaciones» II, 3,p. 1238 /II1, 3, p 870], Yo también necesito quietud
ysilencio para leer, aunque puedo encontrarlas también en la terraza
deun caféo en su interior, pero no puedo, como tempoco Montaigne,
,
IIL, 2, p. 1201 / IL, 2, p. 844]
Ignoro si soy un hombre suficientemente experimentado y pro-
bado por la vida -supongo que cada cual lo es su manera-, pero
ahora sé que me acerco a Montaigne como lector ~y principalmente
como lector- y con una actitud parcialmente dstinta, Yo también
experimento ahora, cuando lo leo, cierta walegrfa literaria», pero
también sé que me acerco a las paginas escritas por Montaigne,
como me acerco a Marcel Proust, para entenderme, para calmarme,
para saber qué tengo que hacer y, tal vez, para conocerme mejor.
Me dirijo a mia través de lo que Montaigne dice acerca de sf mismo,
Yes que, como escribe Montaigne en «De la ejercitacion»: «Cada
cual constituye una ensefianza excelente para s{ mismo, con tal de
que tenga la capacidad de espiarse de cerca» [II, 6, p. 544 /Il, 6, p.
396]. ¥ afiade a continuacién: «Lo que me sirve a mf, puede tam-
bién, accidentalmente, servir a otro» [Ibid., p. 544 / p. 396]
Como perteneciente a ese humanismo, Montaigne no es, con
todo, un humanista inocente. Sabe, por la lectuta de los clasicos a
los que como buen renacentista letrado frecuenta, que nada puede
afectarnos sino permitimos que lo haga, si sabemos cémo armar
una especie de «ciudadela interior» donde poder disfrutar de nues-
tra libertad interna, pues el bienestar y la indigencia dependen,
pues, dela opinién de cada uno» {«Que la experizncia de los bienes
y los males depende en buena parte de nuestra apinién», I, 40, p.
372/1, 40, p. 276)
Montaigne saca todo el partido que puede de las lecciones mora-
les de la filosofia antigua, y trata de hacer uso de sus numerosos
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trucos para que la vida sea més amable. Pero no es inocente, aunque
su talante sea por naturaleza sociable y alegre. Montaigne se queja:
el mundo que le rodea esta repleto de falsedades y mentiras, de
‘eras apariencias: el disimulo es uno de los rasgos de su siglo. Las
palabras, el lenguaje incluso, son viles. Montaigne piensa que el
hombre no es nunca verdaderamente él mismo sise abandona com-
pletamente a la vida publica. Por el contrario, en la experiencia de
[asoledad, la meditacién y la lectura el hombre es verdaderamente:
{Qué miserable es, a mi juicio, quien no tiene en su casa un lugar
donde estar a solas, donde hacerse privadamente la corte, donde
esconderse!» [eTres relaciones», II, 3, 1237 / 111, 3, p. 870]. Como
también recuerdo haber leido en Hannah Arendt -otro referente
para mi- que en la vida uno tiene la oportunidad de rodearse de la
mejor compafifa para vivir, entre los amigos... y entre los libros.
Montaigne, pues, adopta una distancia reflexiva ante un mundo
que vive de y por las apariencias: en su denuncia de los (falsos)
prestigios de la pura apariencia, toma partido por la plenitud sin
‘equivoco del ser (sincero)
Esta creencia de Montaigne se introduce con un gesto en sus
ensayos, y es ese gesto el que viene ahora en mi auxilio. Sabemos
muy bien de qué se trata: el 28 de febrero de 1571, el dia que cum-
plia 38 afios, y tras abandonar sus cargos puiblicos y otras ocupa-
ciones ~«doblemente rodeado por la muerte», como escribié Jean
Starobinski (1982, 32): porla muerte de su amigo La Boétieyla suya
propia, que cree préxima-, se dirige a la biblioteca de su castillo con
la intencién de pasar all en soledad y sosiego lo que le queda de vida.
Ese espacio est destinado al disfrute de su tranquilidad y ocio, y ala
‘memoria del amigo muerto. Un espacio para el sosiego, el ocio, el estu-
dio y la lectura, Un espacio para s{ mismo y su disfrute. Un lugar
donde nacer y coincidir consigo mismo.
Este acio y esa soledad no son, sin embargo, sinénimos de quie-
tud, y nunca constituyen un punto fijo ¢ inamovible. Montaigne esté
en constante movimiento; de hecho, nos diré, «el mundo no es més
que un perpetuo vaivén. Todo se mueve sin descanso (...] por el
‘movimiento general y el propio [...] No puedo fijar mi objeto. Anda
confuso y vacilante debido a una embriaguez natural. Lo atrapo en
este momento, tal y como es en el instante en el que me ocupo de él.
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