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Desde muy antiguo, los científicos han estudiado el trabajo para reducir su
penosidad y/o para mejorar su rendimiento, y así por ejemplo, Leonardo DA VINCI
en sus «Cuadernos de anatomía» (1498) investiga sobre los movimientos de los
segmentos corporales, de tal manera que se le puede considerar como el
precursor directo de la moderna biomecánica, al igual que los análisis de Alberto
DURERO recogidos en «El arte de la medida» (1512) sirvieron de inicio a la
moderna antropometría, e incluso Juan de Dios HUARTE en su «Examen de
ingenios» (1575) busca la adecuación de las profesiones a las posibilidades de las
personas.
De aquí que, en esta etapa histórica no sólo se tengan en cuenta los factores
físicos del hombre sino también los fisiológicos, hasta el punto de que como dice
MARCOLLI, «el conocimiento de las relaciones dimensionales y fisiológicas del
hombre tuvo de este modo una función de primer plano en el diseño de las
máquinas».
Generalmente, y con toda razón, se considera que como nos recuerda NIKLISON
«fue el ingeniero norteamericano Frederic Wislow TAYLOR, quien primero se
ocupó del problema de la organización científica del trabajo». Cuando a finales del
pasado siglo comienza a estudiar la organización del trabajo en los talleres
mecánicos.
Como es natural, estos talleres ya poseían una organización establecida; pero fue
TAYLOR el primero que sometió a análisis esta organización, comprobando si las
operaciones, se realizaban y ejecutaban de la manera más económica posible; es
decir, si la relación entre la energía empleada y los resultados obtenidos podía
hacerse mayor utilizando un nuevo procedimiento que con los métodos
establecidos.
Por eso y como afirma GUSTAVSEN, «el taylorismo y las escuelas teóricas
relacionadas con el mismo han sido criticadas durante la mayor parte de su
existencia», y a veces tan mordazmente como lo hace Charles CHAPLIN en su
demoledora película «Tiempos modernos».
Muchos de los aspectos negativos, producidos por esta subordinación total del
hombre a la máquina se pusieron de manifiesto con la I Guerra Mundial, al
generalizarse el uso de nuevos tipos de máquinas bélicas, como los tanques y los
aviones, que en general eran diseñados de modo que se obtuviera una eficiencia
mecánica máxima pero que exigían prolongados períodos de entrenamiento para
conseguir que los hombres se adaptasen a su complejo, incómodo y peligroso
manejo.
Este neologismo, acuñado a partir de las raíces griegas ***** (ergon) = trabajo y
***** (nomos) = ley, aparece por vez primera, que sepamos, en 1857, en un libro
titulado «Compendio de Ergonomía o de la ciencia del trabajo basada en verdades
tomadas de la naturaleza» escrito por el polaco Wojciech JASTRZEBOWKI, y del
que seguramente lo tomó el psicólogo inglés Hywel MURREL para denominar la
primera organización especializada, la «Ergonomics Research Society»,
constituida en 1949 por un grupo interdisciplinar de expertos británicos y cuyo
objetivo era el emprender estudios e investigaciones sobre los problemas del
trabajo humano.
Quizás por ello la mayor parte de las múltiples y variadas definiciones que del
concepto de Ergonomía podemos encontrar en la bibliografía especializada se
centran en el limitado campo de lo laboral; y así por ejemplo:
Olvidando, en todas ellas aspectos tan obvios e importantes como que: De una
parte que los efectos del trabajo no se limitan a aquellos que pueden ser
constatados en un determinado tiempo y lugar, sino que inciden en toda la vida del
individuo y, por tanto, si bien es cierto que como dicen TERSSAC, QUEINNEZ y
CHRISTOL, «la mayoría de las investigaciones en Ergonomía versan
generalmente sobre la vida de trabajo y poco sobre la vida fuera del trabajo»,
también lo es el que, como afirman CASTILLO y PRIETO, «la vida de trabajo
configura de alguna manera la personalidad de los trabajadores y a través de ella
su vida extralaboral».
De otra que, como, de acuerdo con el criterio de MAÑA, «el término de equipo o
máquina puede actualmente hacerse extensivo a todos los instrumentos utilizados
por las personas para realizar cualquier tarea (...) todo puede entrar en el amplio
concepto de «objeto-herramienta», cuyo diseño y realización debe llevarse a cabo
en función de los factores ergonómicos que establecen sus relaciones con el
hombre que las va a utilizar».
En todo caso los óptimos resultados obtenidos en el campo militar permitieron no
sólo reforzar la importancia de la Ergonomía como tal, sino que amplió su ámbito
de actuación, dando lugar en la década de los 50 a una fase en el campo del
Diseño Industrial en la que las posibles soluciones a aportar deberán ser
científicamente justificadas, probadas y modificadas antes de su fabricación, para
lo que en la década inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial los
más destacados diseñadores de la época como Raymond LOEWY, Zdenek
KOVAR, Walter DOWIN TEAGUE o Henry DREYFUSS empezaron a potenciar la
investigación empírica de la función, en la creencia de que un producto agradable
de manipular contribuya al bienestar general, incorporándose así el uso y
aplicación de la Ergonomía al diseño de todo tipo de objetos, artefactos y equipos
de uso común para adecuarlos a las características, necesidades y limitaciones
del previsto usuario.
Algo que sólo algunos autores, los menos, y ya en la década de los 80 han
recogido en sus definiciones como es el caso de PHEASANT según el cual la
Ergonomía busca «acomodar el lugar de trabajo, al sujeto y el producto al
usuario», y especialmente McCORMICK para el que, de una forma mucho más
generalista y global, la Ergonomía es «el proceso de diseño para uso humano».