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EI chupacabras de Pirque Pe Pelayo / Betan llustraciones de Alex Pelayo PePe Pelayo / Betan amon En Pirque estan ocurriendo extranas A muertes de perros, gallinas y pavos, entre otros animaies. Y Ricky, un fanatico del baloncesto y de las bromas, decide descubnir al asesino : Pero, sera ese asesino el Chupacabra www.pepepelayo.com SAGUARA | GS) INFANTIL ALFAQUARA, © 206 Anu: Pepe Pelayo / Betén © De las i waciones: Alex Pelayo © De esta edicid: 2003, Aguilar Chilen de Ediciones S.A. Dr. Anibal Ariztia 1444, Providencia Santiago de Chile + Grupo Santillana de Ediciones S.a, Torrelaguna 60, 28043 Madrid, Espana. + Aguilar, Altes, Taurus, Alfaguara S.A. de C.V. Avda. Universidad, 767. Col. del Valle, México DF. C.P. 03100. + Aguilar, Altes, Taurus, Alfaguara S.A. de Ediciones ‘Avda, Leandro N. Aleto 720, C1001 AAP, Buenos Aires, Argentina + Santillana S.a. Avda. San Felipe 731, Jess Marfa 11, Lima, Pent + Ediciones Santillana S.A. Constitucién 1889, 11800 Montevideo, Uruguay + Santillana S.A. CF Rio de Faneito, 1218 esquina Frutos pane Asunci6n, Paraguey, + Santillana de Ediciones 8.8, ‘Ande, Arce 2333, entre Rosendo Gutiérrez y Belisario Salinas, La Paz, Bolivia, ISBN: 956-239-280-5 Inseripeién: 135.966 Impreso en Chile/Printed in Chile Diseito de la coleccisn: Manuel Estrada “Toso oc serene revered, ‘Ea pulasion na puede sor repro, an odo i en TBtes ni reid eo anemic: se, Sama de ec Feracr deforma ep ning: fms ni pr ning re io, sa ccinee,forogulmien,cesvénicn. mapteice, ne ‘weipio, por fiacopa, © etlguer oto, Nit el perms roo yor ove es Eto El chupacabras de Pirque PePe Pelayo / Betan llustraciones de Alex Pelayo ALEAGUARA a Kaiser y Sissi +. E! hombre corrfa desesperadamente por un oscuro ttinel. De repente, se detuvo y miré hacia atrds. Sdlo vio los brillantes ojos de aquel monstruoso animal que se acercaba con rapidez. Intenté continuar con la huida, pero la extraia atraccién que le provocaba aquella maligna mirada hizo que sus piernas no le respondieran. Un escaloftio le recorrié el cuerpo. El animal habja saltado sobre él y estaba a punto de ensartarlo con sus garras y clavarle sus largos y afilados colmillos. Quiso gritas, pero no salié ningtin sonido de su gar- ganta. Sintié unos pequefios, pero agudos, dolores en el pecho. Estaba aterrado. Habia llegado su final. Edmundo Sovino abrié los ojos y, mientras concrolaba su agitada respiracién, fue tomando conciencia de su pesadilla. Sin embargo, los entrecortados do- lorcillos en el pecho continuaban. «Algo raro

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