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CAPÍTULO IV

VINCULO DE INTEGRACION TEMPORAL.


EVOLUCION DEL SENTIMIENTO DE IDENTIDAD
Y SUS CRISIS

El vinculo de 'integración tempor aly comprende/ las relaciones^


entre las distintas representaciones del self en "el tiempo está"5Ie^
cíendo una continuidad entré ellas, base del sentimiénto de mis-
medad. "'"""
Las sucesivas integraciones espaciales que se van produciendo
entre distintas partes de sí mismo y del objeto, y que hemos des-
cripto en el capítulo anterior, son correlativas de las integraciones
temporales correspondientes entre las imágenes de sí mismo y del
objeto, en diferentes momentos de la experiencia vivida.
Las integraciones temporales se basan en recuerdos de las expe-
riencias pasadas, a la vez que configuran nuevos recuerdos que
quedan almacenados en el inconsciente. Estos recuerdos incorpora-
• dos, asimilados y automatizados, posibilitan el proceso de aprendi-
zaje y el reconocimiento de la propia identidad a través del tiempo.
La capacidad de recordarse en el pasado e imaginarse en el futuro
hace que el individuo sepa que es el mismo que fue ayer y que
será mañana.
En condiciones normales, el individuo no necesita interrogarse
todos los días acerca de quién es, como no necesita pensar cada vez
que realiza alguna actividad aprendida y asimilada (caminar, hablar,
etc.) por haber quedado incorporada en su inconsciente, permi-
tiéndole su reproducción en forma automática. En los individuos
con trastornos serios de su identidad, como los esquizofrénicos, el
aprendizaje no se realiza por identificaciones proyectivas e intro-
yectivas que permiten su asimilación, sino que se hace por imita-

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ción: cada vez que repiten una determinada actividad tienen que
ponerse a pensar en ella, como si la hicieran por primera vez. Lo
mismo les ocurre respecto de su identidad.*
Desde la perspectiva de un observador, se puede describir el
devenir temporal del individuo y las sucesivas crisis de su vida,
que establecen y sacuden, de distintas maneras, su sentimiento de
identidad. A las crisis evolutivas (destete, situación edípica, ado-
lescencia, edad media de la vida, vejez ) se agregan las crisis vitales
particulares, determinadas en cada individuo por las vicisitudes de
su historia, única y personal.
Al hablar de "crisis", no usamos ese término con la connota-
ción de experiencia catastrófica que muchas veces se le ha atribuido,
sino en el sentido en que fue utilizado por Erikson (4) y otros
autores: como algo que designa un momento crucial, un punto
crítico necesario en el que el desarrollo debe tomar una u otra
dirección, acumulando recursos de crecimiento, recuperación y
diferenciación ulterior.

II

Si el sentimiento de identidad depende de la posibilidad del


individuo de sentirse "separado y distinto" de otros (vínculo espa-
cial) , tendríamos que pensar que un incipiente sentimiento de esta
naturaleza debe acompañar cada paso de la progresiva diferencia-
ción que el niño hace entre el self y no-self desde su nacimiento.
El nacimiento físico de un nuevo organismo vivo en el mundo
inaugura procesos que avanzan rápidamente, y en virtud de los
cuales en un tiempo sorprendentemente breve el niño se siente
real y vivo y posee un sentido de ser una entidad, con continuidad
en el tiempo y un lugar en el espacio. "Por lo tanto, el individuo
puede experimentar su propio ser como real, vivo, entero; como
diferenciado del resto del mundo, en circunstancias ordinarias, tan
claramente que su identidad y su autonomía no se pongan nunca
en tela de juicio; como un continuo en el tiempo que posee una
congruencia interior, sustancialidad, autenticidad y valor; como es-
pacialmente co-extenso con el cuerpo; y, por lo común, como
comenzando en el nacimiento, o poco después de él, y como ex-
puesto a la extinción por la muerte." (9)
Muchos factores concurren para que esto sea así. La no-pre-
sencia permanente del pecho, cuyas apariciones y desapariciones no

* Bion (3) explica que ese trastorno esquizofrénico se debe a la inca-


pacidad de discriminación entre consciente e inconsciente, y entre sujeto y
objeto, debida a una falla en el funcionamiento de la ''barrera de contacto"
formada por los elementos alfa. Por otra parte, el esquizofrénico no aprende
sino que imita, y no se identifica por excesivo uso de la identificación proyec-
tiva y déficit de la identificación introyectiva.

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coinciden exactamente con los deseos del bebé ni satisfacen la fan-
tasía omnipotente de suministro incondicional e inagotable, va esta-
bleciendo un principio de discriminación entre un sujeto que desea
y un objeto que satisface o frustra. Ese ritmo de apariciones y desa-
pariciones del pecho, que condiciona ciclos de satisfacción y necesi-
dad, junto con |o$ ciclos .sueño-vigilia,, contribuye a desarrollar la
experiencia temporal.
Al mismo tiempo, el niño descubre que la madre que lo
gratifica y la madre que lo frustra son una y la misma. Ha alcan-
zado a integrar entonces las imágenes provenientes de distintos
momentos de su experiencia. Esta integración de la figura de la
madre en el tiempo, es correlativa de su propia integración temporal.
La posición depresiva infantil marca un jalón muy importante
en la evolución del niño. Al colocarse en primer plano la posición
depresiva, se inicia el desarrollo ulterior en la línea de integración
y síntesis. Estos procesos de síntesis actúan en la totalidad del
campo de las relaciones de objeto externas o internas. Los diversos
aspectos de los objetos se unen y esos objetos son ahora personas
totales.
Cuando el bebé llega a integrar las múltiples impresiones, pre-
viamente muy aisladas y disociadas, en el concepto de una persona,
sejencuentra en realidad con dos personas, la madre y el padre, y
esta situación incluye la relación entre ellos. El campo de sus expe-
riencias emocionales no sólo aumenta cuantitativamente, sino tam-
bién cambia cualitativamente, porque constituye el tipo triangular
de relación objetal: este temprano escenario triangular representa el
origen del complejo de Edipto (6).
Si esto es así, el bebé no sólo ha descubierto que hay cosas
que no son la madre, y que él no es la madre, sino también que
él no es ni el padre ni la madre.

III

El desprendimiento culmina con la cri sisdeldes te te que plantea


la inexorable necesidad de elaborar el abandono de la relación
idílica con la madre y aceptar en forma definitiva la presencia del
padre, como alguien distinto de la madre y distinto de sí mismo.
Este ser distinto implica estar "separado", pero poder juntarse,
encontrarse con los otros. En ese sentido, el descubrimiento de los
geniialcs otorga la convicción de poseer un instrumento para los
teciu neutros.
I¿n el plano mental, la creciente capacidad simbólica permite
ir, npriar los'óbjéTos perdidos en la mente, recreándolos mediante
el picgo y la palabra. Los juegos de pérdida y recuperación, cum-
plloiiiln «¡mbólkamenfc fantasías que no puede realizar con su

.w
cuerpo, permiten elaborar la depresión originada por el destete y
por reconocerse diferente y "separado".
Por supuesto, estas diferenciaciones no se mantienen con mucha
claridad. La relación entre los padres despierta cantidad de reac-
ciones intensas en el bebé, que atribuye a los padres un estado
constante de gratificación mutua, de naturaleza oral, anal y genital.
Estas peorías sexuales forman la base de las "figuras parentales com-
binadas" (8) tales como: la madre que tiene el pene del padre o
al padre en su totalidad; el padre que contiene el pecho materno
o la madre en su totalidad; los padres fusionados inseparablemente
en la relación sexual. Estas figuras combinadas aparecen como
variadas imágenes monstruosas en los mitos y los sueños. A medida
que se desarrolla una relación más realista con los padres, el lactante
llega a considerarlos en forma más estable como individuos separa-
dos, reconociendo y diferenciando la identidad de cada uno de
•••líos.
Del mismo modo, la diferenciación de las distintas partes del
propio cuerpo es también resultado de un largo proceso de confu-
siones y discriminaciones, que parte de una fantasía en que todos
los orificios del cuerpo parecen intercambiables en sus significados
y funciones (en que, por ejemplo, cada parte del cuerpo puede
ser como una boca: las manos, los oídos, los ojos, la vagina, el ano,
el pene, etc.) para diferenciarse e integrarse paulatinamente.

IV

Cuando el niño se pone de pie y adquiere la posición vertical


ve el mundo desde una nueva perspectiva. En J o muy inmediato
y concreto, cuando el niño se mantiene parado y defeca, la materia
fecal se cae, se separa de él, poniéndolo ante la evidencia de que
algo que hasta ese momento le era propio, puede separarse y per-
derse. Este fenómeno despierta angustia porque es vivido como
pér dida_de ide rUi dad. Es por ello que, a veces, reacciona constipán-
dose, intentando retener así partes de sí mismo cuya pérdida es
sentida como pérdida de vida.
La repetición de la experiencia, sin embargo, en la medida en
que el niño puede "aprender de la experiencia", y la adquisición
¿el_control de sus esfínteres le permite tolerar la pérdida de esas
sustancias, orina o materia fecal, que representan partes de sí
mismo y de sus objetos, hacer el duelo por ellas, porque descubre
que conserva la capacidad de recrearlas.
La confianza en las capacidades yoicas es uno de los sustentos
más importantes de la identidad ya que, en la medida en que per-
miten recrear aspectos del self y objetos internos perdidos, aseguran
la permanencia y estabilidad a través del tiempo. Esta confianza,

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basada en las experiencias pasadas, adquiere una función prospec-
tiva que garantiza el mantenimiento de la integridad en el futuro.
En este período, la diferenciación que el niño puede establecer
entre sí mismo y los demás es más notoria, en cuanto tiene cada
vez mayor control de sus movimientos, aprende a caminar, puede
acercarse a sus objetos y alejarse de ellos. Es en función de estas
capacidades crecientes, que hacen sentir al niño cada vez más inde-
pendiente y dueño de sí mismo, que M. Mahler (10) ubicó en
esta etapa una de las fases cruciales en el desarrollo de la identidad.
Hacia los tres años, el niño demuestra diferenciar claramente
las acciones propias de las ajenas, y los objetos propios de los
ajenos, lo que se manifiesta en el lenguaje: deja de usar la tercera
persona para designarse y comienza a utilizar adecuadamente los
pronombres de primera persona: yo y mío. Sin embargo, como ya
hemos dicho, basándonos en los conocimientos proporcionados por
la teoría kleiniana, pensamos que este proceso ya ha comenzado
mucho antes, y se va desarrollando a través de sucesivas crisis, de
pérdidas y reencuentros. Podríamos decir que toda crisis implica
una pérdida y obliga a la elaboración de un duelo: en la evolución
normal, se relacionaría con las pérdidas de una etapa evolutiva
para estructurar la siguiente.

Cuando las pulsiones genitales vuelven a tomar la primacía,


después del primer intento durante la llamada "fase genital previa/'
(1) en el desarrollo del complejo de Edipo temprano, una nueva
crisis se desencadena, que llevará al niño a identificarse y recono-
cerse. La renuncia a la gratificación directa de los deseos sexuales
dirigidos a la madre o al padre, implica el reconocimiento del niño
de que es "como" el padre pero no "es" el padre. Al referirse al
complejo de Edipo y a las relaciones con el superyó, Freud señaló
como mandato de aquél: "Así (como el padre) debes ser" pero "así
(como el padre) no debes ser: no debes hacer todo lo que él hace,
pues hay algo que le está exclusivamente reservado" (5). Esto
supone no sólo la prohibición del incesto, sino también un estímulo
para la discriminación. Encesta afirmación aparecen contenidos en-
tonces dos factores muy importantes para el establecimiento y con-
solidación del sentimiento de identidad: identificación y discrimi-
nación.
Esta crisis, que implica la necesidad de elaborar el duelo por
la madre perdida como objeto sexual, promueve a su vez cambios
en distintas áreas: se consolida su capacidad de espera y de aceptar
postergaciones, en función de una imagen futura de sí mismo, como
adulto y pareja sexual. Se intensifican las sublimaciones_^ug_gosi-

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bi 1 itan 1 a e scola r id adj la latencia sexual hace al niño menos de-
fendiente de la vida sexual de los padres y lo pone en condiciones
de abrirse a nuevas experiencias y un nuevo mundo social: la
escuela, donde asumirá roles nuevos y donde proyectará y de donde
recibirá nuevas imágenes de sí mismo.
Los juegos "con reglas" de esta época, si bien son expresión del
incremento de los mecanismos obsesivos que refuerzan la represión
de las fantasías edípicas y la masturbación, son también intentos
de limitar la omnipotencia. Estos juegos alternan, sin embargo, con
aquellos en que el niño "se viste de" adulto o de un personaje
admirado, en que participan tanto el mecanismo de identificación
proyectiva en su carácter de imprescindible como una etapa de
aprendizaje, como las fantasías mágico-omnipotentes en que "po-
seer" algo del otro es "ser" ese otro.
De este interjuego de identificaciones, de calidades realistas y
mágicas, se continuará construyendo la experiencia de la identidad,
como una integración de estados sucesivos de la mente, y en que
la identificación con un objeto por introyección dará fuerza y soli-
dez a ese sentimiento, mientras que la identificación con un objeto
por proyección lo hará ilusorio en cuanto a completud y unicidad.

VI
La relativa estabilidad lograda durante los años de latencia y
mantenida a costa de la represión de las fantasías sexuales, los me-
canismos obsesivos y las fuertes disociaciones, entra en crisis cuando
irrumpe l a ' pubertad,j[ con la reaparición de la masturbación y la
ruptura de la disociación diferenciadora obsesiva, rígida y exagerada
de la latencia, que permitía saber muy tajantemente qué era bueno
y qué malo, qué femenino y qué masculino, etcétera.
En cuanto comienza la adolescencia, por el contrario, todo es
confusión, que da lugar a nuevas y variadas disociaciones como
defensa.
La experiencia de identidad es altamente fluctuante, depen-
diendo del tipo de experiencia psíquica que predomine en cada
momento: identificaciones proyectivas e introyectivas. Esta ^fluctua-
ción/ produce la cualidad característica de inestabilidad emocional
que se ve en el adolescente, y puesto que se basa en procesos diso-
ciativos, los estados mentales sucesivos están muy poco en contacto
unos con otros: por ello le es tan difícil asumir una responsabilidad,
que implica continuidad en el tiempo: ser el mismo en el momento
de hacer algo que el que era cuando pensó que lo haría o que no
lo haría. Esa fluctuación se evidencia también en la persistente
búsqueda de la firma que lo identifique, a través de reiterados
ensayos en que escribe su nombre una y otra vez, siguiendo distintos
modelos, hasta encontrar la firma que mejor lo represente.

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Mu los momentos de mayor confusión, resurgen las incertidum-
liies con respecto a las diferenciaciones interno-externo, bueno-malo,
masculino-femenino, características de la evolución pre-genital. A
estas inc ertidumbres se agrega la confusión entre las zonas erógenas,
unidas a la confusión entre amor sexual y "sadismo. Cuando la
reaparición de la masturbación trae consigo una fuerte tendencia
regresiva a abandonar la propia identidad y a tomar la identidad
de un objeto por intrusión en él, el adolescente será presa de ansie-
dades confusionales, más intensas que las que todos los adolescentes
experimentan en cierta medida. Esta es la confusión acerca de los
cuerpos, que aparece con el primer vello pubiano, el primer creci-
miento de los senos, la primera eyaculación, etcétera.
El adolescente se pregunta de quién es el cuerpo que ve en el
espejo: si es el propio o es el de su padre, joven, de sus recuerdos
infantiles y objeto de su admiración y envidia infantiles y al que
ahora se parece. En otras palabras, no puede distinguir con certeza
su estado adolescente de las ilusiones infantiles de adultez, induci-
das por la masturbación con fantasías de identificación proyectiva.
Esto es lo que subyace detrás de la preocupación del adolescente
por sus ropas, arreglo, peinado, tanto en los varones como en las
niñas (11). El camino hacia la aceptación del cuerpo como propio
pasa por la elaboración del duelo por la pérdida del cuerpo infantil
y la pérdida de la imagen de los padres de la infancia (2).
En la adolescencia se produce también, además de la cada vez
más amplia integración social, como veremos en el capítulo siguien-
te, la integración de la sexualidad en el self, luego de las vicisitudes
variables desarrolladas en el capítulo anterior. Las relaciones sexua-
les prematuras pueden ser huidas de la masturbación y equivalentes
a ella. Por eso, cuando priman las fantasías masturbatorias y la
identificación proyectiva, la relación sexual es sentida como algo
que pone en peligro la propia identidad, por el temor a diluirse
en el otro. Por el contrario, en condiciones de mayor madurez,
habiendo hecho las paces consigo mismo, aceptado el propio cuerpo,
renunciado a la omnipotencia bisexual masturbatoria y aceptado
el cuerpo del otro, la relación sexual se integra en una relación
más completa y real, que completa también al individuo y fortalece
su sentimiento de identidad.
Para consolidar su identidad, el adolescente busca también for-
marse un sistema de teorías, valores éticos e intelectuales, que pue-
den organizarse en una ideología, que trascienden su existencia in-
dividual y se revisten de un carácter de permanencia e inmortalidad.
Al término de esta convulsionada época de crisis, la disociación
del yo habrá cedido paso a una nueva integración y mayor capa-
cidad dé discriminación; y los objetos habrán pasado de ser una
multitud de objetos parciales a ser una familia de objetos totales
en el mundo interno, modelo según el cual se manejarán las rela-

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ciones con los objetos externos. Habrá sido necesaria la ruptura de
estructuras establecidas e identidades previas, para reintegrarse
luego de una manera diferente.

VII

Un nuevo período de crisis aguarda al ser humano, que entraña


una nueva crisis de identidad, cuando debe enfrentarse con una de
las verdades más angustiantes: el envejecimiento y la. jneludibilida>d-
de la propia muerte. Esta fase particular ha sido denominada por
E. Jacques (7) la "crisis de la edad media de la vida".
Generalmente, las referencias explícitas en relación con este
período de la edad adulta, toman en cuenta un factor biológico al
cual supeditan las distintas alteraciones que se expresan en el plano
psíquico. Así, por ejemplo, se ha destacado el temor, en la mujer,
a los futuros cambios determinados por la menopausia, como así
también el temor al climaterio en el hombre.
Sin embargo, la crisis de la edad adulta a la que nos referimos
abarca mucho más que los síntomas o consecuencias de esa alterna-
tiva fisiológica que, en todo caso, es un factor más dentro de la
complejidad del cuadro.
Las fantasías y ansiedades específicas que surgen durante tales
crisis son de distinta clase. Pueden estar referidas a la salud y al
propio cuerpo: son fantasías hipocondríacas que abarcan toda clase
de preocupaciones y temores a enfermedades, por ejemplo, el cáncer
o el infarto; pueden estar vinculadas con una inquietud económica:
temor al descalabro financiero aunque no exista una base real, o
a no poder incrementar los ingresos para mantener o reforzar el
estándar de vida; o bien fantasías que se relacionan con el temor
de perder el status social o el prestigio alcanzado, etcétera.
La base inconsciente de muchas de estas fantasías está conectada
con el problema de la identidad y el profundo temor al cambio.
Para decirlo en otras palabras e introducir un elemento que
consideramos fundamental en estas crisis, es el problema de la ela-
boración patológica del duelo por el self que afecta a esta edad
de la vida lo que debe ser encarado esencialmente.
Cuando el individuo siente que ha llegado al punto medio de
la vida, comprueba que ha dejado de crecer y ha comenzado a en-
vejecer. Debe enfrentar un nuevo conjunto de circunstancias exter-
nas. Ya ha vivido la primera fase de la vida adulta. Ha establecido
su familia y su ocupación (o debiera haberlas establecido). Sus
padres han envejecido o han muerto y sus hijos están en el umbral
de la adultez. La niñez y la juventud pasaron y se fueron, y debe
realizar el duelo por ellas. El logro de la adultez madura e inde-
pendíente se presenta como la principal tarea psicológica. La para-

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doja consiste en que se entra en la etapa de plenitud pero la
muerte acecha.
Este enfrentamiento con la realidad e inevitabilidad de la pro-
pia muerte es el rasgo central y crucial de la fase de la mitad de
la vida; es lo que determina la naturaleza crítica de este período.
En lugar de concebirse la muerte como una idea general, o un acon-
tecimiento experimentado en términos de la pérdida de algún ser,
se convierte en un problema personal: la eventualidad real y actual
de la propia muerte. Una actitud relativamente frecuente ante la
posible pérdida de un ser allegado es reaccionar como frente a una
advertencia para cuidar la propia vida: entonces aparecen decisio-
nes de tener un tipo de vida mejor, permitirse mayores gratifica-
ciones, no postergarse, etcétera. Se busca estar preparado y "sacarle
más jugo" a la vida, lo cual implica, hasta cierto punto, una acep-
tación mayor de la eventualidad de la muerte.
El individuo se enfrenta con un verdadero duelo por las cosas
que ya no volverá a tener. Es el duelo por diferentes pérdidas: por
los años de juventud que quedaron atrás y no se recuperarán, por
las posibilidades frustradas, por todo lo ambicionado y no alcan-
zado, por el tiempo perdido.
Muchas veces este sentimiento depresivo no es tolerado; se
busca, por el contrario, la actividad maníaca, el placer y el éxito
fácil.
l,os ¡metilos compulsivos, en muchos hombres y mujeres, por
permanecer jóvenes son frecuentes. Surgen las distintas estrategias y
las técnicas engañosas como tentativas de correr una carrera contra
el tiempo. En algunos, emerge la necesidad perentoria de la pro-
miscuidad sexual: aventuras extraconyugales, búsqueda de amantes
o divorcios y nuevos matrimonios, para convencerse de que todavía
tienen la juventud y la potencia. Otros tienden a volcarse febril-
mente en una actividad, o realizar viajes o mudanzas, o tener hijos
a una edad madura. Por supuesto, ello no significa que si cualquier
persona que está pasando por este período realiza alguna de estas
actividades (mudanzas, viajes, etc.), haya que dudar de su auten-
ticidad y considerarlo u n acto maníaco y de negación de su angus-
tia. Nunca se puede analizar ni valorar un hecho aislado sino que
debe ser enfocado dentro de su contexto global.
Pero cuando estas actitudes son sintomáticas de una defensa
maníaca, además del empobrecimiento de la vida emocional que
implica, produce un verdadero deterioro del carácter y del senti-
miento de identidad, incremento del odio y de la envidia, y de las
tenencias destructivas.
En cambio, la solución saludable sería poder elaborar esta
vivencia depresiva sin tener que recurrir a los mecanismos maníacos
o a cualquier otro tipo de defensa extrema. Es poder utilizar la
propia capacidad de amor y la confianza en uno mismo para mitigar

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el odio y los impulsos destructivos, para reparar las cosas <juc se
sienten dañadas y contrarrestar los temores de muerte con los
deseos de vivir. La envidia destructiva es neutralizada por la ad-
miración y la gratitud. Renace la esperanza a través de la sensación
profunda de que los tormentos del duelo, la culpa y la persecución
podrán ser tolerados y superados si se enfrentan con una reparación
auténtica.
Sólo así se podrá llegar a transformar el componente ele miedo,
del miedo a morir, en una experiencia constructiva. La idea de
muerte es percibida de otro modo y aceptada conscientemente. Se
podrá vivir con ella sin la sensación de persecución abrumadora.
Se experimenta la capacidad de elaborar la depresión actual y la
reactivación de todos los duelos infantiles.
Se gana, de esta manera, la posibilidad de disfrutar mucho más
de la vida adulta; de una profundización en la toma de conciencia
de las cosas, en la comprensión y en la autorrealización. Se podrá
sentir más la autenticidad de las cosas, viviendo más plenamente el
momento presente, sin omnipotencia ni negación, y con un mayor
respeto por la propia persona y por la de los demás.
Esto no significa que la integración y maduración que se
pueda haber logrado, con el consiguiente fortalecimiento del sen-
timiento de identidad, no se vuelva a perder y re-encontrar perma-
nentemente, y que no hayan de precipitarse nuevas crisis accionadas
por acontecimientos internos y externos durante la edad adulta.
Cambios en el medio social, político o económico, migraciones,
muerte de familiares, etcétera, ponen a prueba el sentimiento de
identidad y obligan a continuas re-elaboraciones.

VIII

También la vejez implica una nueva crisis que se caracteriza


esencialmente por las ansiedades determinadas por las limitaciones
de la capacidad física agravadas por enfermedades, la disminución
parcial o total de la capacidad y oportunidades de trabajo, y el
recrudecimiento de los temores frente a la muerte. Surge, a veces,
un sentimiento de desesperación, por no aceptar la muerte como
límite definitivo. La desesperación traduce la vivencia de que el
tiempo es demasiado corto para el intento de iniciar otro tipo de
vida y para probar diferentes alternativas en el futuro. Se puede
expresar por misantropía, el desprecio hacia personas o institucio-
nes, y una actitud permanente de queja y desagrado (4).
En cambio, la capacidad de dar y recibir amor de los hijos y
de identificarse con ellos, permite enfrentar la muerte con menor
persecución, mantener unido el propio pasado con el presente, que

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lo aprendido en el pasado sea recuperado para el presente, mantener
el interés en el futuro, y que la vejez sea la edad de la sabiduría.

SINTESIS

En este capítulo destacamos las sucesivas integraciones tempo-


rales de la identidad que se producen en el individuo entre las
imágenes de sí mismo y del objeto, en diferentes momentos de la
experiencia vivida. Estudiamos también las características de sus
crisis evolutivas —a lo largo de la vida— con sus correspondientes
resoluciones que van estableciendo, de distintas maneras, su sen-
timiento de identidad. Señalamos además, que la capacidad de se-
guir siendo el mismo a través de la sucesión de cambios forma la
base de la experiencia emocional de la identidad y que, en algunos
individuos, surge una "angustia frente al cambio" determinada,
fundamentalmente, por fantasías de pérdida o aniquilación de
dicha identidad.
La progresiva diferenciación que el niño va estableciendo entre
su self y el no-self, a partir de su nacimiento, pasa por distintas
vicisitudes en el curso de sus diferentes crisis evolutivas como las
que ocurren en el destete, en el conflicto edípico, en la latencia,
en la pubertad y adolescencia, en la edad media de la vida y en
la vejez. Estas crisis, relacionadas no sólo con el vínculo temporal
sino también con el espacial y el social, promueven la necesidad
de elaborar duelos por las experiencias pasadas, por la inevitable
transformación sufrida en la calidad de los vínculos objetales y por
los aspectos perdidos del self en cada uno de los períodos de la
evolución. La adecuada elaboración de tales duelos en las etapas
correspondientes contribuirá a consolidar en el individuo el senti-
miento de ser una entidad real diferenciada, con continuidad en el
tiempo y un lugar en el espacio, y con la capacidad de recuperar
en el presente lo aprendido en el pasado.

REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS

1) Aberastury, A.: "La fase genital previa", Rev. de Psic., XXI, 3, 1964-
2) Aberastury, A. y col.: "Adolescencia y psicopatía. Duelo por el cuerpo, la
identidad y los padres infantiles" en Psicoanálisis de la manía y la psico-
patía. Ed. por A. Rascovsky y D. Liberman. Buenos Aires, Paidós, 1966.
3) Bion, W. R.: Aprendiendo de la experiencia. Buenos Aires, Paidós, 1966.
4) Erikson. E. H.: Identidad, juventud y crisis. Buenos Aires, Paidós, 1971.
5) Freud, S.: El Tío y el Ello. S.E. 19.
6) Heimann, P.: "Algunas funciones de introyección y proyección en la tem-
prana infancia" en Desarrollos en psicoanálisis, de M. Klein y col. Buenos
Aires, Hormé, 1962.
7) Jacques, E.: "La crisis de la edad (media de la vida". Rev. de Psic., XXIIi,
4, 1966.

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