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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO

FACULTAD DE INGENIERÍA

MATERIA: LITERATURA HISPANOAMERICANA CONTEMPORÁNEA

PROFESORA: ANA YANTZIN PÉREZ CÓRTES

TRABAJO: “ALMA TADERO”

AUTORES:

ARTURO CALDERÓN VIEYRA

FERNANDA ESCOBAR RAMÍREZ

ALAN FERNANDO GARCÍA ROMERO

SEBASTIÁN GUTIÉRREZ LÓPEZ

GABRIEL ANTONIO LÓPEZ VALERIO

LUIS MARIO RAMÍREZ GÓMEZ


Alma Tadero

¡Rayos!, otra vez se me había hecho tarde. —No puede ser, me volví a quedar dormida— esa
era mi historia de todos los días. Debería haber despertado temprano para la clase de la
profesora Portilla, ella ha sido muy comprensiva, la semana pasada el metro se detuvo 20
minutos en la estación Hidalgo, lo que arruinó por completo mi primera disección de
Anatomía.

Llegué al anfiteatro justo cuando habían terminado. Estaba demasiado emocionada por hacer
esa práctica. No podía dejar de pensar en la posición que debería tener el bisturí para no
arruinar los músculos de aquel conejo o las capas del tubo digestivo y qué decir de los órganos
que íbamos a poder cortar. Desafortunadamente mi pensamiento se desvaneció cuando
escuche las palabras de Portilla: —Alma ya no puedes faltar al laboratorio; recuerda que
tratas con seres vivos, necesitas estar comprometida y consciente de tus obligaciones—
siempre me daba un sermón, seguido de las preguntas: —¿Te sucede algo?, ¿tienes algún
problema familiar? — para después dejarme ir.

Era martes y como antes mencioné, llegué tarde, así que decidí seguir con mi rutina después
del laboratorio. —Tengo 2 horas libres para terminar de estudiar— pensé, pues no quería
reprobar el examen que nos haría el profesor de Bioquímica. Me pareció una buena idea ir a
la Biblioteca Central; era poco antes del mediodía así que estaba vacía, lo cual me ayudaría
a trabajar sin distracciones y con tranquilidad.

Últimamente me había costado mucho trabajo concentrarme. Intenté de todo, aunque lo único
que me ayudó a mantener los ojos en las páginas del libro, era un álbum de jazz. Pasé un
largo rato estudiando, pronto noté que ya era hora de regresar a la facultad, miré mi reloj y
marcaba las 13:45. Salí de la biblioteca y esperé el pumabus unos minutos, necesitaba llegar
rápido y no pasaba, así que caminé.

Mientras caminaba, recordé que traía una cajetilla de cigarros en la mochila. Desde hace
tiempo intentaba dejar mi vicio, pero no podía evitar fumar cuando me sentía estresada, como

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ese día, aún me faltaba hacer una presentación frente a todo el grupo y más tarde tomar
Probabilidad, la clase más aburrida de todas.

Cuando por fin terminaron mis clases, compartí un cigarro con mis amigos, estuvimos
platicando por un largo rato, hasta que recordé la cita para comer con mi mejor amiga, a quien
no veía desde la prepa, en la cafetería de Arquitectura. Me despedí de mis amigos y me
dispuse ir al encuentro.

En el camino iba escuchando música, cada canción me recordaba a mi primer amor, un chico
de mi prepa con quien experimenté un sube y baja de emociones. Estaba tan pensativa que
olvidé lo que pasaba a mi alrededor. De pronto un ciclista pasó a mi lado y me dio un
empujón, caí estrepitosamente al suelo, —¡perdón! — gritó aquel chico sin detenerse. En
seguida me levanté, apenada, esperando que nadie me hubiera visto, lo malo es que todos a
mi alrededor fueron testigos burlones; sin pensarlo corrí lejos.

Al llegar con mi amiga Daniela me preguntó por las hojas que traía en el cabello y por mi
ropa manchada de tierra, así que le platiqué de mi percance. Sin dejarme terminar me dijo:
—Tengo algo importante que contarte—, yo no imaginaba que podría ser aquello tan
importante que no podía esperar. Mientras ella hablaba, me percaté que no llevaba mi cartera.
La idea de perder todo el dinero que iba a depositarle a mi mamá me alteró. No sabía qué
hacer, hasta que Dani me sujetó de los hombros y con una voz cálida me dijo: —cálmate
vamos a buscarla—.

Fuimos al lugar en donde me tiró el ciclista, tardamos un buen rato buscando mi cartera, la
hallamos a un lado de la ciclopista. Por un momento me tranquilicé, pero al abrirla la hallé
vacía, sólo estaban mis credenciales. Me sentí muy mal por perder todo mi dinero.

Cuando Dani logró calmarme, le pregunté por aquello que me iba a decir en la cafetería.
Apenada, sacó su celular y me enseñó una fotografía. Al verla, se me paralizó el corazón.
Eran ella y Ernesto, mi primer amor. Me volví loca, le grité y reclamé, sin embargo, sólo se
fue. No lo podía creer, me senté en una jardinera cercana y prendí otro cigarro, cada bocanada
de humo era un recuerdo de Ernesto. Mis lágrimas brotaron, tal vez por enojo o por tristeza.
Vi mi reloj y eran las 9 de la noche, estaba muy oscuro, era hora de ir a casa y olvidarme de
lo sucedido.

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Camino al metro, el cielo se llenó de relámpagos, comenzó a llover de una forma tan
estrepitosa que en menos de 10 minutos la calle estaba anegada. Encontré refugio en un
puesto de tacos. En ese momento recibí una llamada de mi padre, dijo que por la tarde habían
atropellado a mi perro. Mi mente se puso en blanco y aún con la lluvia caminé hacia el metro
para llegar a casa y ver el cuerpo de Blacky.

Sabía que llegando al metro Universidad, mi día estaría a punto de terminar, solo me faltaba
el trayecto hacia mi hogar para poder terminar un episodio malo de mi vida. La espera por el
metro postergó aún más mi suplicio, el reloj marcaba las 21:30 p.m. era demasiado tarde, la
lluvia había atrasado mi caminar al metro. Había un tumulto de gente esperando en el andén,
sabía que no me iba a poder sentar, no podría dormir siquiera un poco para mejorar el terrible
día que tuve.

Cuando pude entrar al vagón me sentí más incómoda de lo normal, no sabía si era porque no
iba con mis amigos habituales. Tenía la sensación de una mirada sobre mí, un peso que te
provoca ser observado por alguien desconocido. Quería creer que ese sujeto en verdad no me
miraba, que él veía a alguien más. Aunque después de llegar a la estación Zapata, supe que
esa persona sí me observaba.

Ahora, el vagón se encontraba más desahogado. A mi lado una señora mayor dormía
tranquilamente, varios jóvenes que parecían ir saliendo de trabajar hace poco, numerosos
estudiantes, la persona que tenía clavada su mirada sobre mí y yo. Ya no era algo normal que
alguien mirará tan atentamente a cada movimiento que hacía. Esto provocó que a partir de
ese momento cada recorrido entre estaciones fuese eterno. La incomodidad que sentía era
abrumadora, no podía creer que tendría que pasar otro mal rato aún después de mi pésimo
día.

Intenté cambiarme de asiento para que el tipo me perdiera de vista, pero esto solo confirmó
lo que estaba sospechando, esta persona me estaba siguiendo desde Universidad para poder
satisfacer sus instintos más bajos. Había leído que muchas chicas a esta hora eran seguidas
por depravados sexuales, nunca me imaginé estar en la misma situación.

Quise terminar con aquel incómodo momento, pero no tuve el suficiente valor para pedir
ayuda a alguien, decidí cambiarme de vagón para acabar con las miradas lascivas que me

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perseguían. Esperé a que sonara la alarma que avisa que la puerta va a cerrar, para salir
corriendo del vagón y que así el tipo no me siguiera. Al momento que escuché ese sonido
corrí sin pensarlo, al entrar al vagón contiguo me sentí tan segura, tan libre de la presión que
había sentido por tantas estaciones, pero esa sensación duró tan poco porque las puertas del
metro aplazaron su cierre. Mi mundo se derrumbó cuando vi entrar a aquel asqueroso tipo.

Pronto me encontré nuevamente con él, aquella escena me congeló, el tipo estaba al lado
opuesto del vagón y al iniciar la marcha, éste empezó a caminar lentamente hacia mí. Llegar
a la próxima estación parecía algo inalcanzable, salí del trance cuando aquel sujeto se
abalanzó encima de mí, ese repugnante sujeto empezó a manosearme, la impotencia se
apoderó de mí, sentía como sus manos recorrían mi cuerpo, me hacía sentir tan vulnerable,
frágil.

No sé qué me dio el valor para poder reaccionar y así darle un golpe con mi codo en el
estómago, tan rápido me soltó, corrí hacia la palanca de emergencia más cercana y sin dudarlo
la accioné. El tren se sacudió estrepitosamente para después encontrarse totalmente inerte, se
denotaba una pronunciada inclinación, crestas y valles en su piso, retorcido como si se tratara
de una rama, un vagón con piso deforme y con un titileo en sus luces, luces que al cabo de
un rato fueron reemplazadas súbitamente por fulgores tenues, blancos y violetas, débiles
contra la oscuridad de aquel tramo de túnel donde se apreciaba con lujo de detalle el diminuto
perímetro que abarcaba cada uno de esos resplandores.

Mi embeleso por aquella atmósfera, creada por el encuentro abrupto de mi mano y aquella
palanca, terminó cuando de pronto escuché la verborrea de algunas personas, rostros
sombríos, delineados cuidadosamente por las luces, profesaban diversos gestos; sentía la
presión que sus ojos ejercían sobre mí, cual, si se trataran de mazos aporreando cristal,
lenguas arqueadas descargando afrentas contra mí. Parecía que se trataba de bloques
confinándome al prejuicio del gentío. El pútrido sujeto, yacía una vez más frente de mí,
clavándome su mirada, conduciendo sus ojos por todo mi cuerpo mientras se tocaba el
vientre, riendo, quería tomarme desprevenida y yo no encontraba escapatoria.

Me recargué en la puerta, justo al lado de la dichosa palanca, en un intento de sostenerme y


no ceder ante la pendiente pronunciada del piso, levanté mis brazos en un afán de encontrar

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algo a lo que pudiera aferrarme, sin despegar mis ojos de aquel malvado hombre, hice un par
de intentos, pero no lo conseguí, las personas aglutinadas por el impulso del tren no me
dejaron, no fue sino hasta el cuarto intento que logré apresarme del barandal que estaba al
lado de la puerta automática, lo tomé con mis dedos un poco, buscando sujetarme mejor, me
lastimé las uñas, eso no me importó.

Un breve alivio, tristemente, se disipó tan pronto recordé el vigilar de aquel monstruo, el
conductor del tren avisó que en la próxima estación se detendría para someter el vagón a una
inspección debido a que se había accionado la palanca, retomamos la marcha, pero las luces
no volvían, el inusual piso se vio suplido por uno más estable, el ruido de la marcha del tren
plagó la escena.

Volvió aquel barullo de antes, las flechas lanzadas hacia mí, los ademanes amedrentándome,
Giré la cabeza para percatarme de lo que ocurría, aumentaron las caras, las facciones de
disgusto crecieron, nadie a mi favor, antagonistas de mi anécdota, parecía que era el artífice
de mis desgracias, sus chiflidos se hicieron notar, fusionándose con múltiples insultos,
algunos molestos por no regresar a sus casas y solo unos mostrándose indiferentes, inmersos
en su lectura, en sus charlas o degustando lo que parecían ser “chucherías”.

¿Era normal la pena que me envolvía?, ¿cuándo fue que la violencia se volvió tan acertada?,
mis ojos se volvieron en aquel sujeto que me vigilaba, pero no lo hallaba, mi cuerpo se
estremeció. Intenté localizarlo en alguna parte, mis ojos se volvieron faros que escudriñaban
hasta en el último rincón del vagón. Nos detuvimos por segunda vez, el tren nos privó de
aquellos tenues fulgores que apenas permitían ver nuestros contornos, la pálida refulgencia
fue reemplazada por la nada. Me hallé inmersa en la lobreguez del vagón, escuché una
respiración cuidadosa, controlada, exhalaciones de emoción acompañadas de nerviosismo,
añoraba saber de quién se trataba, pero la opacidad me lo impidió. El tren retomaba la marcha,
pero la luz no volvía.

Sentí una fuerte mano prensando mi boca, pronto empujó mi cabeza hacia la ventana del
vagón, supuse que era aquel tipo enfermo, pronto mis suposiciones se corroboraron cuando
tocó mis senos con su otra mano. Sacudí mi cabeza intentando liberar mis labios del yugo de
sus dedos, fue inútil, frotó sus genitales contra los míos. Turnó su mano entre mis glúteos y

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senos mientras atrapa uno de mis brazos con su peso, apretó con fuerza todo mi cuerpo, lo
aprisionó de tal manera que solo tenía una extremidad libre de su potestad; aquella que me
impidió encontrarme con el suelo, se trataba de mi brazo con el que fuertemente me sujeté al
barandal. El abusivo demonio metió su mano debajo de mis prendas, transitó lascivamente
por mi ropa interior, las lágrimas de mis ojos no se hicieron esperar, sentí cada uno de sus
abusos. Lo único que podía hacer era intentar no caer, quien sabe de qué sería capaz ese tipo
cuando estuviéramos en el suelo.

Me impregnó con su sudor, sofocó mis pensamientos con su fuerte respiración, y entre
gemidos suyos me murmuró una sarta de balbuceos, casi incomprensibles. No quería seguir
siendo parte de su deleite, estaba desesperada por salir de allí, mi consuelo era denunciarlo,
contar a mis padres lo sucedido y que me brindaran consuelo. Decidida a escapar de él, aparté
mi brazo del barandal, le propine un par de puñetazos en la cara para lograr que me soltase y
así gritar por ayuda; el hombre se resistía a dejarme, seguí pegándole mientras él, cada vez
más, apretaba mi boca con sus dedos, vi el vagón detenerse, pronto las luces volverían y las
puertas se abrirían, por fin me libraría de él.

El tiempo se hacía infinito, mi cuerpo trataba de resistirse lo mas que podía pero todo parecía
inútil; no recibía ayuda de nadie por mas palabras soltadas al aire para buscar auxilio. De
repente, mi mente parecía estar en blanco entre el forcejeo y la oposición que ponía, mi
cuerpo sufría de una manera inimaginable pero parecía que yo no estaba ahí.

El inifinito volvió a la realidad y de de repente se convirtió en unos minutos, segundo a


segundo, pude ir observando como la luz regresaba a cada rincón del metro. En ese preciso
momento, el depravado me soltó y trató de alejarse lo más que pudo; mi corazón estaba
destrozado, no sabía cómo explicar lo que había pasado y mucho menos la impotencia de la
gente al no hacer nada, es cierto, cada vez se oía que esos casos se volvían mas frecuentes
pero nunca creí fueran al grado que la gente ya no se viera sorprendida o tratarán de ayudar.

El metro avanzó, llegando a la siguiente estación el idiota bajo y antes de hacerlo, lanzó una
sonrisa hacia mi; mi llanto era inmenso, me sentía tan sucia pero por alguna extraña razón,
algo pasaba por mi mente, como si lo que me acababa de suceder ya hubiera pasado antes
pero lo ignoré al cabo de unos segundos.

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Continué mi marcha y a nadie parecía importarle. Despues de unas estaciones, por fin llegué
a la estación donde bajaría del tren. Trate de limpiarme las lágrimas lo más que pude y seguí
mi marcha. Tome el último transporte publico para llegar a casa, reflexionaba en el camino
lo que me aconteció y mis ojos se empapaban de lágrimas. Pasó el tiempo hasta darme cuenta
que mi parada se aproximaba, saqué el dinero y pagu.e con la voz entrecortada.

Caminé unas cuantas cuadras hasta llegar al frente de lo que sería mi hogar pero al hacerlo
un objeto particular llamó mi atención distrayéndome de mi experiencia por un momento;
observé un moño negro en la parte superior de la reja, fue muy raro, no estaba enterada de
alguién conocido que hubiera fallecido. Tratando de dejar a un lado el acoso que sufrí, traté
de darle importancia a ese fallecimiento pues a pesar de todo yo seguía ahí y sé que jamas lo
olvidaría, pero una muerte siempre es la mayor de las tristezas.

Entré a mi casa y al abrir la puerta, inmediatamente escuché unos lamentos que parecían ser
de mis padres, Subí apresuradamente a su habitación para consolarlos y al abrir la puerta
luego luego les pregunté que había pasado, nadie respondió, me acerqué a ellos al grado de
tratar de darles un abrazo pero cuando lo intenté fue como si no los hubiera podido tocar. Me
preocupé bastante y en un intento fallido traté de tomar su manos, no lo creía, no podía sentir
a mis padres. Grité fuertemente para lograr que me vieran o escucharán pero no se qué
sucedía.

Mi llanto volvió a mi ser al no poder contactarlos de ninguna forma posible, traté de encontrar
algo para darles una seña de mi presencia y al caminar por la habitación encontré un periódico
que descansaba sobre la cama. Lo tomé e inmediatamente en la portada encontré una foto
mía, mis lagrimas se derramaban por la página principal del periódico pero si podia leerlo a
pesar de todo. Al pasar el tiempo leí lo que decía sobre mi y fue ahí cuando encontré la razón
del por qué mis padres no me veían; no lo podía creer, no era posible que lo que viví fue lo
último que me pasaría, que mi vida tendría fin gracias a ese depravado que abusó de mi en el
metro;

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