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Fallas de Mercado Estacional
Fallas de Mercado Estacional
Theodore Panayotou
Los mercados que funcionan en forma satisfactoria suelen ser mecanismos eficaces para
asignar los recursos entre los diferentes usos y a través del tiempo. Para que los mercados
funcionen bien, es preciso que se cumplan ciertas condiciones esenciales. P. ej., los
derechos de propiedad sobre todos los recursos deben ser claros y seguros. Todos los
recursos escasos se deben manejar en mercados activos, que les asignen un precio de
acuerdo con la oferta y la demanda. Las decisiones no deben tener efectos colaterales
negativos apreciables. Es preciso que la competencia prevalezca. Los bienes públicos
tienen que ser sólo raras excepciones. No se debe dar cabida a la miopía, la incertidumbre
o las decisiones irreversibles. Si esas condiciones no se cumplen, el mercado libre no podrá
asignar con eficacia los recursos entre los distintos usos y a través del tiempo. En ese caso,
se gastarán demasiados recursos hoy y se dejará muy poco para el futuro.
Gran parte de la mala administración y el uso ineficaz de los recursos naturales y del medio
ambiente se puede atribuir a que los mercados funcionan mal, están distorsionados o son
del todo inexistentes. Los precios generados por esos mercados no reflejan los verdaderos
costos y beneficios sociales que implica el uso del recurso. Esos precios trasmiten
información desorientadora acerca de la escasez de los recursos y no brindan incentivos
adecuados para la administración, el uso eficaz y la conservación de los recursos naturales.
Las fallas más importantes del mercado, que afectan el uso y la administración de recursos
son las siguientes:
1
Esta lectura está tomada de: Panayotou, Theodore, Ecología, Medio Ambiente y Desarrollo: Debate
crecimiento vs. Desarrollo, México, Gernika, 1994, pp: 57-84.
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Los derechos de propiedad también deben ser exclusivos, en el sentido de que ninguna otra
persona podrá tener derechos similares o antagónicos sobre esa misma parte del recurso en
cuestión. La propiedad múltiple, por muy segura que sea, tiene efectos adversos para la
inversión, la conservación y la administración. Ninguno de los copropietarios tiene
suficientes incentivos para invertir en el mejoramiento de la tierra, si sabe que todos los
demás copropietarios también tienen derecho a los beneficios que se deriven de esa
inversión. La inversión conjunta sólo es una solución si los copropietarios son capaces de
llegar a un acuerdo en cuanto al tipo, la magnitud y el financiamiento de la inversión (o la
conservación). Cuanto mayor sea el número de propietarios y más alto el costo de
transacción o negociación, tanto menor será la probabilidad de que se llegue a un acuerdo
estable. Esto tiene repercusiones sobre la administración comunal de los recursos, pero ese
tema lo expondré más adelante.
Los derechos de propiedad deben ser seguros. Si existe algún tipo de impugnación a la
propiedad, un riesgo de expropiación (sin la indemnización adecuada) o una incertidumbre
política o económica extrema, aun los derechos de propiedad bien definidos y exclusivos les
ofrecen poca seguridad a las inversiones a largo plazo, como las que se aplican al
mejoramiento de la tierra, la siembra de árboles y la conservación de los recursos. Si se
desea alentar la inversión a largo plazo, los derechos de propiedad se deben garantizar
también por tiempo indefinido. Los certificados de usufructo o los títulos sobre la tierra por
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un período especifico, después del cual los derechos de propiedad expiran, no brindan los
incentivos adecuados para la inversión y la conservación. Así, sólo se harán las inversiones
que puedan rendir beneficios suficientes en el marco de tiempo señalado en el derecho de
propiedad correspondiente. A medida que se acerque la fecha de expiración, surgirá una
actitud de explotación, a menos que sea muy probable que se conceda una renovación o
una prórroga sobre el derecho de propiedad.
Por último, los derechos de propiedad deben ser legalmente transferibles, por medio del
arrendamiento, la venta o la donación. Si no es así, los incentivos para la inversión y la
conservación se reducen en forma apreciable y la eficacia de la asignación del recurso
resulta afectada. Si a los dueños de los recursos no se les permite transferir éstos, se los
desalienta de hacer inversiones a largo plazo, ya que no podrán recuperar su inversión si
cambian de ocupación o de residencia. Un concesionario maderero, p. ej., no tendrá
incentivo alguno para invertir en la reforestación o la conservación si su concesión no es
transferible y sus inversiones no son acumulables en el activo fijo. Más aún, para que los
mercados funcionen con eficacia en la asignación de recursos escasos entre distintos usos,
los derechos de propiedad deben gravitar hacia el uso que tenga un valor más alto. Las
restricciones a la posibilidad de transferir los derechos de propiedad son una fuente de
ineficiencia. Cuando ese tipo de restricción sea justificable, ésta se deberá imponer sobre el
uso de la propiedad, mas no sobre su transferencia.
No hay un mercado para los recursos de acceso abierto, y por lo tanto tampoco existe un
precio, pues no hay un propietario seguro y exclusivo que pueda exigir tal precio y negar el
acceso al bien si no se efectúa el pago. Más aún, los posibles compradores no estarán
dispuestos a pagar un precio, mientras puedan tener acceso gratuito al mismo tipo de
recurso en otro lugar. Si no hay vendedores y compradores, un mercado de recursos con
acceso abierto no se puede desarrollar, y el precio de esos recursos sigue siendo nulo, aun
cuando éstos sean cada día más escasos. Es cierto que existen mercados para los
productos de ciertos recursos naturales, como el pescado, los cultivos agrícolas y la madera
combustible que provienen de recursos con acceso abierto, pero el precio que se asigna a
esos productos sólo refleja el costo de oportunidad de la mano de obra y el capital
empleados en su producción, no el costo de oportunidad de los recursos naturales escasos
que se usan en su elaboración. El arrendamiento implícito o el costo del usuario de las
zonas de pesca, las tierras forestales recién abiertas y el bosque mismo, sigue siendo nulo,
cualquiera que sea el grado de escasez y el costo de oportunidad social (es decir, el valor de
otros usos posibles del recurso, que la sociedad ya no puede aprovechar).
Con un precio igual a cero y ningún mercado que registre la escasez, no es sorprendente
que los recursos naturales se agoten a un ritmo acelerado, pues la demanda es alta y la
oferta a un precio nulo es baja. Es probable que no se realice ningún esfuerzo de
conservación con semejante precio. En una economía de mercado, el precio es el único
indicador de la escasez. El precio es también el mecanismo por el cual se administra y
mitiga la escasez, por medio de ajustes en la oferta y la demanda. En el caso de los
recursos naturales, la misma naturaleza se encarga de limitar la oferta, y los ajustes sólo se
pueden hacer por medio de la conservación y la sustitución; sin embargo, esos dos
procesos son costosos y deben ser pagados con un aumento del precio de los recursos. La
elevación de los precios requiere mercados operantes, y la existencia de dichos mercados
depende de que haya derechos de propiedad seguros sobre los recursos.
La ausencia de mercados y precios no se limita a los recursos de acceso abierto, como los
de pesca y el medio ambiente. Tal como lo vimos con anterioridad, aun las propiedades del
estado, como los bosques y las tierras forestales, son en realidad recursos de acceso
abierto porque el estado no puede o no quiere hacer valer sus derechos de propiedad. Por
esa razón, el mercado de las propiedades forestales es muy precario (es decir, en él hay
poca competencia entre compradores y vendedores), lo cual es en sí mismo otra falla del
mercado.
Un ejemplo más obvio de un recurso sin precio es el agua de riego. En este caso, el estado
ha tomado la decisión deliberada de proveer agua de riego a los agricultores en forma
gratuita o a una tarifa nominal. En tal situación, no sólo el agua es un recurso natural
escaso, con un costo de oportunidad positivo, el que carece de precio (o tiene un precio
nulo), sino también el capital escaso que se invierte en los sistemas de riego. Las
consecuencias de esto son múltiples y de largo alcance. El agua se usa de un modo
ineficiente y dispendioso, y no se hace intento alguno de conservarla, a pesar de que su
escasez es obvia para el usuario. El estado no es capaz de recuperar los costos de capital,
operación y mantenimiento, y el resultado de esto es que las cuencas siguen estando sin
protección y se da un mantenimiento deficiente al sistema de riego. Los problemas
ambientales graves, como la sedimentación, la salinización del suelo y el anegamiento, son
el resultado de la degradación de la cuenca y el exceso de riego, mientras que otras áreas
no reciben el volumen de agua suficiente para la obtención de cultivos en la temporada de
secas. En últimos análisis, los agricultores más prósperos, que se encuentran cerca de los
canales de riego, reciben un subsidio indirecto de sus colegas que están en peores
condiciones y pagan impuestos, aun cuando su acceso al agua de riego es escaso o nulo.
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Ni en el aspecto técnico ni en el político es fácil asignar un precio al agua, sobre todo en las
sociedades donde ésta se ha visto por tradición como un don de Dios, y por lo tanto un bien
gratuito. A pesar de todo, las ganancias potenciales justifican que se asigne algún tipo de
precio al agua, en vista de su creciente escasez. Las opciones van desde el precio por
volumen hasta los derechos sobre el agua, los impuestos sobre la tierra, las contribuciones
en especie, y la autogestión por medio de asociaciones de usuarios del agua.
Un factor importante que crea una discrepancia entre la evaluación privada de los recursos y
la de carácter social, y da lugar a la asignación ineficiente de sus precios, es la presencia de
los costos externos o los efectos de dispersión que se conocen como "exterioridades"
[externalidades]. Éstas se pueden definir como el efecto que los actos de una firma o
individuo producen en otras firmas o individuos que no han tomado parte en tales acciones.
Los efectos externos pueden ser positivos o negativos. P. ej., un efecto positivo es el
beneficio que los dueños de un bosque, ubicado corriente arriba, les aportan a los
agricultores ubicados corriente abajo, cuando éstos reciben un suministro continuo de agua
gracias a la presencia de árboles en la vertiente. Tanto a la sociedad como al agricultor les
beneficiaría un suministro mayor de esa exterioridad [externalidad] positiva, pero en virtud
de que los dueños del bosque no reciben pago alguno por su servicio a la vertiente, no
tienen ningún incentivo para aumentar el suministro de ese servicio, es decir, para reducir la
tala y aumentar la plantación de árboles. El resultado de esto es un volumen mayor de tala,
y un nivel de plantación menor, de lo que sería óptimo para la sociedad.
Desde otra perspectiva, la extracción de madera también tiene efectos externos negativos
para las actividades que se realizan corriente abajo, tales como la labranza, el riego, el
transporte y la industria, a causa de las inundaciones, la sedimentación y la falta de
regularidad en el suministro de agua. Estos son costos reales para las actividades citadas y
para la sociedad en conjunto, pero no para los madereros que trabajan corriente arriba o
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para los que practican la agricultura trashumante, pues ellos no tienen causa o incentivo
alguno para tomar en cuenta tales costos, ya que no afectan en absoluto la rentabilidad de
sus propias operaciones. En realidad, el hecho de tomar en cuenta esos costos en forma
voluntaria equivale a la decisión consciente de reducir las propias ganancias y arriesgarse a
no poder ofrecer el precio adecuado para competir en el mercado. A menos que todos los
madereros y los agricultores trashumantes tomen en cuenta esos costos externos, los pocos
que se atrevan a hacerlo perderán la partida frente a sus rivales que no lo hagan. Esta es la
razón por la cual se requiere la intervención del gobierno, a fin de establecer y poner en
vigor normas e incentivos o desincentivos iguales para todos los competidores.
Otro ejemplo de exterioridad [externalidad] negativa es el daño que el uso de plaguicidas por
un cultivador de arroz le causa a un criador de peces, ubicado corriente abajo, que depende
de la misma fuente de agua. No sólo el que cría peces, sino también la sociedad en su
conjunto estaría mejor sí la magnitud de esa exterioridad [externalidad] negativa se redujera.
Sin embargo, una vez más, el agricultor que trabaja corriente arriba no tiene incentivo
alguno para tomar en cuenta los intereses del piscicultor que se ubica corriente abajo. La
reacción del gobierno frente a este problema podría consistir en la prohibición del uso de
plaguicidas. Sin embargo, esa medida tal vez reduciría el bienestar social. Si la pérdida así
causada a la producción de arroz fuera mayor que la ganancia obtenida por la producción de
pescado (y si no se está de por medio ningún otro efecto de tipo ambiental). La solución
ideal sería reducir el uso de plaguicida al nivel justo donde el valor combinado del arroz y el
pescado sea mayor. Este nivel se produce cuando el beneficio marginal del uso del
plaguicida es igual a su costo marginal, si en este último se incluyen tanto el costo de
producción del plaguicida como su costo ambiental (es decir, su efecto sobre la producción
de peces)2. Esta solución es posible si el precio del plaguicida que paga el cultivador de
arroz incluye un cargo extra, por encima del costo de producción, a fin de reflejar el costo
ambiental del plaguicida, o si quien toma la decisión es dueño tanto del cultivo de arroz
como del criadero de peces.
Sin embargo, a medida que aumenta el número de los contaminadores y de las partes
afectadas (es decir, de los productores de arroz y de pescado, o de los madereros corriente
2
El beneficio marginal es la utilidad de tipo aditivo que se obtiene a causa del uso de una unidad adicional de
un insumo dado (p. ej., el argumento registrado en la producción de arroz a causa del uso de un kilogramo más
de plaguicida). El costo marginal es el incremento de costo que se registra por el uso de una unidad adicional
de un insumo dado, y equivale al costo de producción más el daño que por ese concepto se les causa a otras
actividades o al medio ambiente en general.
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arriba y los agricultores corriente abajo), el mercado se vuelve cada vez menos capaz de
interiorizar las exterioridades [externalidades]. En primer lugar, el daño se distribuye entre
tantas personas que toman decisiones, que ninguna de ellas lo percibe como un asunto tan
importante como para hacer algo al respecto, a pesar de que su efecto agregado puede ser
enorme. En segundo lugar, es difícil distinguir entre la causa y el efecto, o discernir quién
perjudica a quién, y en qué medida. En tercer término, entra en juego otra falla del mercado:
a medida que aumenta el número de las partes involucradas, lo mismo ocurre con los costos
de información y transacción. Las tareas de reunir a la gente y llegar a un acuerdo se
vuelven prohibitivamente caras. La buena marcha de los mercados supone que los costos
de información y transacción son nulos o insignificantes. En el caso de las exterioridades
[externalidades] públicas, es decir, los casos de dispersión donde interviene un gran número
de contaminadores y de partes afectadas, los costos de transacción pueden ser tan altos
que consuman todos los posibles beneficios de su interiorización. La intervención del
gobierno se justifica si éste es capaz de interiorizar las exterioridades [externalidades] con
más efectividad de costos que el mercado. P. ej., la aplicación de un cargo extra al precio
de plaguicidas o de la madera, a fin de reflejar los costos ambientales de uso y producción,
puede generar beneficios sociales netos si se establece y administra en la forma apropiada.
En este punto puede ser útil relacionar las exterioridades [externalidades] con la propiedad
de acceso abierto y con la inseguridad en materia de propiedad. La propiedad de acceso
abierto crea exterioridades [externalidades], y éstas generan inseguridad en la propiedad.
Los usuarios se imponen exterioridades [externalidades] unos a otros, y luego las pasan por
alto en detrimento de todos. Cuanto más abundante sea la captura que obtiene un
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pescador, tanto más alto será el costo de la pesca para todos sus demás colegas. En virtud
de que este costo se pasa por alto, tanto la captura como los costos de todos son mayores
de lo necesario, lo cual da lugar a una pesca excesiva -ya sea en sentido económico o
biológico- y, por último, a una pérdida neta para la sociedad. En la misma forma, las
exterioridades [externalidades] persistentes pueden dar lugar a inseguridad en torno de la
propiedad, con la misma devastadora explotación excesiva que se produce en el caso del
acceso abierto. Un campesino que tenga derechos de propiedad, seguros y exclusivos,
sobre una parcela sometida a la erosión creciente o a las inundaciones causadas por la
deforestación corriente arriba, puede optar por minar su tierra antes que se deteriore por
completo, en lugar de cultivarla, en una reacción idéntica a la que se presenta en el caso de
la propiedad con acceso abierto.
COSTOS DE TRANSACCIÓN
Los mercados surgen para hacer posibles los intercambios benéficos o el comercio entre
varias partes, dotadas de recursos diferentes y con distintas preferencias. Sin embargo la
creación y la operación de los mercados no son gratuitas. Es preciso pagar los costos de
transacción, es decir, los que corresponden a la información, la coordinación, y tanto la
negociación como el cumplimiento de los contratos. De ordinario esos costos son triviales,
en comparación con los beneficios aportados por el comercio que esos mercados hacen
posible. A pesar de todo, un mercado no puede surgir si los costos de su puesta en marcha
son demasiado altos, si los costos por unidad de transacción son mayores que la diferencia
entre el precio de oferta y de demanda, o si el número de compradores y vendedores es
muy pequeño. La falta de derechos de propiedad bien definidos impide el surgimiento de los
mercados, pero la presencia de esos derechos no da lugar al nacimiento de mercados si son
muy altos los costos de coordinación y comercialización, necesarios para que se pueda
comerciar en forma voluntaria con el producto en cuestión. Aun en el caso de que surja un
mercado, éste tiende a ser precario e inactivo en esas condiciones. La ausencia o debilidad
de los mercados de futuros y el elevado costo del crédito rural se atribuyen de ordinario a los
altos costos de transacción.
También hay costos cuando se intenta establecer y poner en vigor los derechos de
propiedad. Si esos costos de transacción son altos, en relación con los beneficios de la
propiedad segura y exclusiva, no será posible que sean los derechos de propiedad y los
mercados correspondientes. P. ej., el costo de parcelar el mar para cada uno de los
pescadores, y de hacer cumplir los derechos de propiedad sobre un recurso móvil, sería
prohibitivamente alto. Lo mismo se puede decir en el caso de las exterioridades
[externalidades]. Hay costos conexos para identificar a las partes perjudicadas y a los
emisores, y para negociar una solución que todos ellos acepten. Cuantas más partes entren
en juego, tanto menos probable será hallar una solución aceptable en forma voluntaria, ya
que los costos de transacción tienden a superar los beneficios de la interiorización de la
exterioridad [externalidad]. A pesar de todo, ya sea por su poder colectivo o coercitivo, el
gobierno puede ser capaz de interiorizar las exterioridades [externalidades] a un costo de
transacción más bajo que el mercado libre. Joseph Stiglitz lo dijo así: “La interiorización de
las exterioridades [externalidades], o la reducción de las pérdidas de bienestar social
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conexas, se puede concebir como una justificación para la existencia misma de los
gobiernos”.
BIENES PÚBLICOS
Un bien público se caracteriza por el carácter conjunto de la oferta, pues para que sea
posible ponerlo al alcance de un consumidor, se le debe producir para todos los
consumidores. En muchos casos, los individuos no pueden ser excluidos del disfrute de un
bien público, ya sea que lo paguen o no (p. ej., en el caso de la defensa nacional). Aun
cuando la exclusión sea posible (p. ej., si se impide a alguien el uso de un puente para
cruzar un río), con eso se viola el punto óptimo de Pareto, según el cual no se debe perder
ninguna oportunidad de elevar el bienestar de una persona, si eso no causa perjuicio alguno
al bienestar de todas las demás. En virtud de que nadie puede o debe ser excluido de los
beneficios de un bien público, el consumidor no desea pagar por él; de ese modo, ninguna
firma podría recuperar el costo de producirlo, a través del mercado. Por lo tanto el mercado
libre no puede proveer un bien público, a pesar de que éste sea una buena aportación al
bienestar social. En consecuencia, el mercado libre suele dar lugar a una producción
insuficiente de bienes públicos, y a una producción excesiva de bienes privados.
En vista de que el consumidor individual no puede ajustar la cantidad del bien público que
consume, no es posible que exista un mercado para ese bien. Si llegara a existir algo
parecido a tal mercado, éste no podría proporcionar el bien público en el volumen necesario.
Esta situación es una justificación para las actividades de muchos gobiernos destinadas a
proveer bienes públicos. Para que el gobierno proporcione un bien público, debe conocer la
tasa de sustitución marginal de cada individuo entre los bienes públicos y los privados, la
cual le permitirá determinar el nivel óptimo del bien público y, tal vez, la participación de cada
individuo en el costo. Sin embargo es posible que los consumidores no revelen sus
verdaderas preferencias, por temor de que se les imponga un gravamen tomando como
base su voluntad de pagar. Por lo tanto, los bienes públicos suelen ser producidos o
contratados por agencias públicas, a partir de decisiones colectivas y con el financiamiento
de los impuestos en general. Así pues, aun cuando todos consumen la misma cantidad del
bien público (como la defensa o el aire limpio), pagan “precios” diferentes, mientras que en
el caso de un bien privado, como el alimento o la ropa de la misma calidad, todos los
consumidores pagan el mismo precio y consumen cantidades diferentes de dicho bien. En
otras palabras, los bienes públicos se proveen en cantidades fijas y se pagan por medio de
impuestos, basados en el concepto de la “capacidad de pago”, y no en la cantidad del bien
que se haya consumido. En cambio, los bienes privados se proveen a un cierto precio, que
refleja los costos de producción a largo plazo, y los consumidores los compran en la
cantidad que cada uno desea, según sus ingresos y sus propios gustos o preferencias.
El medio ambiente incluye muchos bienes públicos, que van desde la calidad ambiental y la
protección de las cuencas, hasta el equilibrio ecológico y la diversidad biológica. Además,
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Desde el punto de vista de la geografía, el alcance de los bienes públicos abarca desde los
de tipo local y regional, hasta los de carácter nacional y mundial. La diversidad biológica es
un bien público global, p. ej., porque no es ni posible ni deseable excluir a otros países de
los beneficios derivados de su conservación. Por lo tanto, no es poco razonable esperar
que ese tipo de bienes sea proporcionado en cantidades suficientes por un país en
particular, en un mercado libre.
Ciertos bienes se conocen como "bienes privados con suministro público", por el alto costo
marginal que implica proveerlos a más individuos. Esos bienes los provee el sector público,
por sus altos costos de puesta en marcha y por el elevado costo de transacción que implica
la operación de un mercado para los mismos. Cuando los bienes privados se ofrecen gratis,
su consumo es excesivo. En virtud de que el consumidor no paga por dicho bien, pide y usa
éste hasta que el beneficio marginal que recibe de su usufructo es igual a cero, a pesar de
que el costo marginal para la sociedad sea positivo y a menudo muy sustancial. La pérdida
social a causa del exceso de consumo es la diferencia entre la voluntad del individuo para
pagar y el costo de suministro marginal3.
Un ejemplo clásico de un bien privado que se provee en forma pública es el agua de riego,
cuyo consumo excesivo ocasiona una doble pérdida: la pérdida directa de bienestar a causa
del exceso de consumo y la pérdida indirecta por el anegamiento que se produce por ese
consumo excesivo. Es preciso aplicar un sistema de racionamiento para controlar el
consumo. Estos son tres posibles métodos de racionamiento: (1) el suministro uniforme; (2)
las colas de espera y (3) el cargo al usuario. El problema del suministro uniforme es que
todos los consumidores reciben la misma cantidad, sin tomar en cuenta sus necesidades y
deseos individuales. El problema de las colas de espera es que el pago se exige en
términos de tiempo de espera y se premia a la gente para la cual el costo de oportunidad es
más bajo. El cargo al usuario es muy adecuado para los bienes privados con suministro
público, pues a los usuarios se les puede cobrar el costo marginal de la provisión del bien,
que a menudo es sustancial, pero no lo suficiente para cubrir el costo total del bien público.
El cargo al usuario permite un uso más eficiente y la recuperación parcial de los costos.
Esto es de especial relevancia en el caso del precio del agua de riego. La opinión de
Warren C. Baum y Stokes M. Tolbert es ésta:
Para que los precios sean en verdad eficientes, es necesario medir con precisión el
suministro, determinando el volumen de agua que se entrega a cada uno de los
usuarios... A pesar de que la auténtica eficiencia de los precios no se puede
alcanzar, aun un cargo nominal por el agua de riego sería un incentivo para que ésta
se usara con más eficiencia.
Debo añadir que aun cuando hay un costo marginal por cada uno de los individuos que usan
un bien, si el costo de transacción que impone la recaudación de los pagos de los usuarios
es muy alto, entonces puede ser más conveniente que el gobierno provea el bien y lo
financie con los impuestos en general. Sin embargo, el hecho de elevar la renta pública por
medio de los impuestos, como el impuesto sobre la renta, puede provocar distorsiones -p.
ej., desincentivos para el trabajo y la inversión- que aumentan la cantidad real de bienes
privados a los que deben renunciar los individuos a fin de obtener una unidad adicional del
bien público, por encima del costo nominal.
TABLA 2
Recuperación del costo de los sistemas públicos de riego, en países en desarrollo
seleccionados
País Rentas Costos Costos Cargos anuales como %
anuales totales totales de los beneficios
(dólares EUA (dólares EUA como % económicos
por hectárea) por hectárea) de las rentas para el agricultor
Indonesia 25,90 191.00 735 8
Corea 192,00 1,057.00 550 26
Nepal 9,10 126.00 1.388 5
Tailandia 8,31 151.00 1.818 9
Filipina 16,85 75.00 443 10
Fuente: Robert Repetto, "Economic Policy Reform for Natural Resources Conservation",
Environment Working Paper (Washington, D.C.: Banco Mundial, mayo de 1988).
MERCADOS NO COMPETITIVOS
Aun en caso de que los mercados existan y sean activos, éstos pueden tener fallas que se
manifiestan como un grado insuficiente de competitividad. Para que los mercados sean
eficientes, debe haber un gran número de compradores y vendedores, de un producto más o
menos homogéneo; o por lo menos es preciso que no existan barreras para el ingreso a los
mercados y que haya un crecido número de participantes en potencia, como una garantía
contra las prácticas monopolísticas de las firmas existentes. A pesar de todo, la verdad es
que las economías están plagadas de elementos monopolistas.
Otras causas que limitan la competencia son las barreras institucionales, legales o políticas,
para el ingreso a ciertas profesiones o industrias; el alto costo de la información; y el
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reducido tamaño del mercado. Esto último es un problema muy común en los países en
desarrollo y puede dar lugar a oligopolios, porque sólo un pequeño número de firmas son
capaces de atender con facilidad, por sí mismas, a todo el mercado.
Una práctica monopolística muy común consiste en retirar los suministros a fin de elevar los
precios. El precio del monopolista es demasiado alto y su producción demasiado baja, en
relación con el nivel óptimo social, por lo cual se requiere un precio de costo marginal, en
lugar del precio de costo promedio del monopolista. Sin embargo el monopolio no es del
todo malo para la conservación. El monopolista se puede aproximar a la tasa óptima de
extracción del recurso, aunque por razones erróneas. Si bien es cierto que el monopolista
es muy afecto a pasar por alto el costo ambiental de sus actividades, su temor de abatir el
precio lo convierte en un partidario de la conservación. Esto no quiere decir que el
monopolio sea una solución para el agotamiento de los recursos: el hecho de sustituir una
falla del mercado por otra, no mejora de ordinario el bienestar social.
Un mercado cuyas imperfecciones producen quizá efectos más marcados en los recursos
naturales, que en los demás sectores de la economía, es el mercado de capital. En el caso
ideal, las actividades económicas y los proyectos de empresas que prometen producir un
rédito neto mayor que la tasa de interés vigente, deben tener la posibilidad de obtener
fondos para la inversión, pues en ellos se espera ganar lo suficiente para pagar el costo del
capital tomado en préstamo y conservar las ganancias sobrantes. Sin embargo, esto no
siempre pasa en la realidad. A menos que el agricultor cuente con suficientes propiedades o
bienes de capital que ofrecer como garantía, y sea capaz de entender y satisfacer los
estrictos requisitos de pago del adeudo, no podrán obtener un crédito institucional a las
tasas de interés vigentes. La mayoría de los campesinos, ya sea que trabajen para su
propia subsistencia o en pequeña escala comercial, sólo tienen acceso al crédito no
institucional, en el cual se aplican altas tasas de interés y casi siempre se imponen de
antemano abrumadores acuerdos de comercialización. Esto significa que aun cuando un
proyecto sea rentable a la tasa de interés institucional (digamos, de 15%), tal vez no lo sea
al costo mucho más alto del crédito informal (que suele ser de más del 50%). Por lo tanto, a
menos que el gobierno les brinde a los pequeños agricultores un crédito sin garantía, a la
tasa de interés institucional, muchos proyectos que son valiosos para el sector privado y
para la sociedad no se podrán poner en marcha.
Hay por lo menos dos razones por las cuales los agricultores y otros habitantes del medio
rural no tienen acceso al crédito institucional. Primera, porque muchos de ellos no cuentan
con títulos de propiedad seguros sobre la tierra, que puedan presentar como garantía; los
títulos que sólo en parte son seguros no se aceptan para otorgar el crédito institucional a
largo plazo que requieren las inversiones de ese tipo, como las destinadas al mejoramiento
de la tierra y a la plantación de árboles. Segunda, porque los límites mismos impuestos a
las tasas de interés, cuyo propósito expreso es ayudar a los prestatarios rurales, dan lugar
de hecho a la supresión del crédito rural, pues los bancos no están dispuestos a prestar con
perdida (el crédito rural implica costos de transacción más altos que el de tipo urbano), con
lo cual el único recurso que les queda a esas personas es el crédito informal, que es mucho
más caro. En vista de que el crédito informal es caro y se otorga a corto plazo, las
inversiones en el campo no se suelen destinar a actividades en favor de los recursos
naturales, como la plantación de árboles o la conservación del suelo.
produzca mañana beneficios cuyo valor sea mayor de un dólar. Por lo tanto los beneficios
futuros se calculan con un descuento, y cuanto más grande sea ese descuento, tanto menos
atractivos nos parecen. Una alta tasa de descuento puede desalentar por completo los
planes de conservación. Colin Clark ha demostrado que una tasa de interés de mercado
suficientemente alta, aunada a una tasa de crecimiento natural baja, puede llevar a una
especie a su extinción. Si la tasa de interés del mercado refleja con precisión la tasa de
preferencia temporal de la sociedad, esa extinción no debe ser causa de preocupación
(salvo por otra falla del mercado, que resulte de la conjunción de la irreversibilidad y la
incertidumbre, lo cual voy a analizar más adelante). En este caso, me preocupa la
posibilidad de que la tasa de interés del mercado (la tasa de descuento) no refleje la
verdadera tasa de preferencia temporal de la sociedad. La combinación de la pobreza, la
impaciencia y el riesgo, que no se aplica en absoluto a la sociedad en conjunto, o sólo se le
aplica en menor grado que a ciertos individuos, crea una discrepancia entre la tasa de
descuento privada y la social. A causa de su continuidad y su capacidad para repartir el
riesgo, la sociedad tiende a ser menos miope que sus miembros individuales.
Hay una relación clara entre esta falla del mercado y las que ya expusimos con anterioridad.
La explotación de la propiedad común5 o los recursos de acceso abierto es equivalente al
uso de una tasa de descuento infinita. Es decir, los beneficios futuros que se sacrifican por
el uso actual del recurso tienen un descuento infinito, pues en efecto sus "propietarios"
comunes les dan un valor de cero, no importa cual sea su valor para la sociedad. Esto es
comprensible porque, si el acceso está abierto, nadie tiene asegurado el beneficio de sus
inversiones y sus esfuerzos de conservación, ya que otras personas tienen acceso gratuito
al mismo recurso. Con el acceso abierto no hay futuro: la propiedad común se transforma
en propiedad privada para quien llegue primero a usarla y sacarle provecho. Desde el punto
de vista del individuo, la conservación carece de sentido y es irracional en condiciones de
acceso abierto.
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Las altas tasas de descuento tienen efectos de los dos tipos: desalientan tanto los proyectos de conservación
como los de explotación que requieren una fuerte inversión y prometen un gran número de beneficios en el
futuro, pero en general la conservación es la que resulta más perjudicada a causa de esto porque sus
beneficios se ven más lejanos en el futuro.
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Se debe tener presente que el término “propiedad común” se usa, en todo este libro, como un concepto
equivalente al de los recursos de acceso abierto. Es muy importante señalar su diferencia con la “propiedad
comunal”, la cual implica una serie de derechos bien definidos de la comunidad sobre los recursos, que esta
última puede exigir.
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DOCENTE: Rosa Ferrín Schettini Página 14
II Semestre: marzo-julio de 2004
Los riesgos se pueden reducir por medio de la diversificación de las actividades cuyos
resultados son potencialmente negativos. Los riesgos de una actividad se pueden reducir
también si se combinan con los riesgos de otras actividades independientes. Los mercados
de agrupamiento o aseguramiento de riesgos han surgido a menudo, cuando muchas
personas que toman decisiones se enfrentan a un tipo determinado de riesgo que es
independiente de sus propias decisiones. Los individuos le transfieren sus riesgos a una
compañía de seguros, a cambio del pago de una prima, y en un mercado de seguros
perfecto ésta sería equivalente a los costos administrativos de la compañía más el costo de
cualquier riesgo restante.
No todos los riesgos son asegurables. Los mercados de seguros no se hacen presentes
cuando el resultado no es algo externo al tenedor de la póliza, cuando el riesgo afecta en la
misma forma a todos los asegurados, o cuando no es fácil valorar las probabilidades de que
se produzcan los diversos resultados posibles. P, ej., no se puede asegurar a una granja
contra el riesgo de pérdidas, porque su rentabilidad depende tanto de las actividades del
granjero como de la incertidumbre de su medio ambiente (p. ej., el clima). De la misma
forma, un criadero de peces no se puede asegurar contra el riesgo de una epidemia, pues
ese riesgo afectaría a todos los criaderos de un modo similar, lo cual reduce las ventajas de
agrupar los riesgos.
El riesgo puede ser objetivo o subjetivo. El riesgo objetivo se calcula sobre la base de la
probabilidad de que el resultado adverso se presente. Las actitudes ante el riesgo varían de
uno a otro individuo, y dependen de factores socioculturales y económicos. En general, el
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afán de evitar el riesgo tiende a ser más fuerte en los grupos socioeconómicos más bajos,
ya que en ellos está de por medio la supervivencia.
Si bien es cierto que la incertidumbre afecta a todos los sectores de la economía, el que
resulta más afectado es el de los recursos naturales, por muy diversas razones. Primera,
allí hay más incertidumbre en torno a la propiedad de los recursos naturales y el acceso a
los mismos. Segunda, es más factible la dispersión proveniente de otras actividades.
Tercera, las inversiones en recursos naturales, como en la plantación de árboles, suelen
tener un período de gestación mucho más largo que las inversiones en el agro o la industrial
y cuanto más largo es el período de gestación, tanto mayores son la incertidumbre y los
riesgos involucrados. Cuarta, los precios de los productos primarios que son recursos
naturales están sujetos a fluctuaciones más violentas que los de otros bienes, y por lo tanto
son más difíciles de pronosticar. Por último, la mayoría de los productos basados en esos
recursos están bajo la constante amenaza de ser sustituidos por otros más baratos, que
surgen como fruto del continuo e imprevisible cambio tecnológico.
IRREVERSIBILIDAD
consumidor tienden a cambiar a favor de los servicios ambientales, en relación con los
bienes ordinarios. En conclusión, según lo han dicho John Krutilla y Anthony Fisher, cuando
los efectos de las decisiones económicas son inciertos e irreversibles, el hecho de mantener
abierta la opción que permita evitar esos efectos tiene un valor real.