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La activación Conductual (AC) y la activación conductual para la

depresión (TACD): Dos protocolos de tratamiento desde el


modelo de la activación conductual.

Durante años, el tratamiento combinado cognitivo conductual unido a la mediación en


los casos más graves fue la medida más eficaz que se podía ofrecer. Sin embargo, una
serie de investigaciones pusieron en duda que la incorporación de técnicas cognitivas
fuera realmente un factor de cambio en las eficaces terapias combinadas. Así, Jacobson,
Martell y Dimidjian, publicaron unos textos en que se concretaba cómo llevar a cabo la
terapia conductual (Activación Conductual), y al mismo tiempo, Lejuez, Hopko, Lepage
y Mcneil, presentaron un modelo de tratamiento de activación conductual más
parsimonioso,la Terapia de Activación Conductual para la Depresión, que resulto el
tratamiento más eficaz para los sujetos con depresión mayor, la razón fue que aunque la
paroxetina era igual de eficaz, los pacientes en activación conductual presentaban
menos abandonos y, en consecuencia, menos recaídas. Estas dos terapias partieron de
una misma base, sin embargo, se ramificaron en dos protocolos algo diferentes entre sí,
gracias a ellas, la psicología creó una terapia de propio derecho.

Las diferencias teóricas entre la Activación Conductual y la Terapia de Activación


Conductual para la Depresión son pequeñas, aunque el énfasis que se da a algunos
aspectos es diferente en uno y otro protocolo.

Podría afirmarse que si en la Activación Conductual el foco atencional se dirige


fundamentalmente hacia el reforzamiento negativo (la evitación de determinadas
situaciones), la Terapia de Activación Conductual para la Depresión se considera
también la importancia del reforzamiento positivo que el sujeto puede obtener al
presentarse como “deprimido”.Ambas, ven al cliente no como un enfermo, sino como
alguien preso de una situación vital en la que no hay alicientes, lo que explicaría el bajo
estado anímico.

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En la AC se considera que el inicio de la depresión es consecuencia de un suceso
desencadenante que, de forma súbita o progresiva, aparte de la vida del sujeto existen
reforzadores importantes (unido a los factores biológicos y genéticos), en este caso la
perpetuación del estado se debería al mantenimiento de unas conductas que, aunque
suponen un cierto lenitivo a corto plazo impiden romper la dinámica que encadena al
sujeto a una vida pobre en reforzamiento positivo. Lo más importante se produce
cuando empieza a funcionar un control aversivo: al deprimirse el sujeto se aleja o rompe
con el entorno habitual e interrumpe rutinas presentes en su vida, volver a introducirse
en el entorno es muy difícil, así que el sujeto decide no afrontar la situación o no se
siente con fuerzas para ello. Como consecuencia de esto surgen los “problemas
conductuales secundarios”, ya que al actuar así, es imposible entrar de nuevo en
contacto con aspectos vitales que reportarían una mejora del estado de ánimo. Todo ello
incrementa la pérdida progresiva de la capacidad para resolver problemas.

Si lo explicásemos según el diagrama de la AC, las conductas evitativas aumentarían la


fuerza y la frecuencia de las respuestas deprimidas impidiendo abordar los eventos
precipitantes. Además, las conductas de afrontamiento alternativo bloquean la pauta de
evitación e interrumpen el circuito depresivo abriendo la posibilidad de modificar la
situación depresógena. Aunque la Terapia Activación Conductual de la Depresión no
niega el proceso descrito hasta aquí, sugiere que si los beneficios o reforzadores
obtenidos son mayores que los inconvenientes derivados de éstas, la situación
perpetuará así pues los beneficios de la conducta depresiva harán que disminuyan la
posibilidad de que cambie dicha situación.

La Activación Conductual ha considerado imprescindible incorporar en sus


intervenciones un trabajo muy detallado sobre la motivación del cliente y su
compromiso con la terapia. En la AC se estima fundamental que un sujeto depresivo
entienda y se muestre conforme con el enfoque que se le presenta ya que solo así
comprenderá por qué debe comprometerse con unos objetivos (acciones)
independientemente de que se encuentre mal, desmotivado o triste. La mejora anímica
no va a venir de “dentro a fuera”, sino que sucede justo al revés: de “fuera adentro”.

La AC puede definirse como un tratamiento psicosocial, estructurado y breve,


fundamentado en el cambio conductual, que consigue aliviar la depresión presente y
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prevenir futuras recaídas. Las técnicas de tratamiento se dirigen a aumentar de forma
sistemática la activación y bloquear la evitación, a fin de que estos sujetos logren un
mayor contacto con aquello que le produce recompensas.

En la Activación Conductual la extinción, moldeamiento, desvanecimiento, exposición


in vivo, etc… se dirigen o bien a la reducción o a la extinción de las conductas
evitativas, y a su vez, se complementa la tarea con el reforzamiento positivo de los
comportamientos que suponen activación, aunque este refuerzo es básicamente social.
Por otro lado, en la TACD, el reforzamiento semanal contingente a la ejecución de las
tareas de activación se considera esencial, por lo que se programa y combina con
refuerzo social y material.

Sin embargo, la auténtica meta de ambas modalidades de terapia es que las actividades
que el sujeto recupera sean las que le produzcan el reforzamiento natural. También,
debemos recordar que en todo modelo conductual, la concreción de los objetivos es
muy importante y por esta razón la intervención debe ser directiva y estructurada y con
temporalidad. Al finalizar la terapia, se reserva un tiempo por si existe alguna recaída y
se le explica de nuevo al paciente que la terapia que se realiza es un aprendizaje para no
repetir conductas problemáticas del pasado.

La terapia de conducta de tercera generación.

La nueva generación de terapia de conducta está a la vista. En los últimos años, se


aprecia la aparición de una serie de terapias con nombre propio dentro del ámbito de la
terapia cognitivo-conductual, una nueva generación. Sin embargo, antes de nada,
debemos hacer mención a las anteriores.

La primera generación de terapia de conducta se desarrolla en la década de 1950 y


supuso en una rebelión a la psicología clínica establecida hasta el momento que estaba
dominada por el psicoanálisis. La nueva psicología fue dotada de carácter científico, que
fueron dados principalmente por la psicología del aprendizaje y que presenta dos raíces:
condicionamiento clásico (sobre los que se desarrollaron técnicas como la

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desensibilización sistemática) y otra en la línea del condicionamiento operante (técnicas
operantes). Así surgieron dos tendencias, la terapia de conducta y el análisis aplicado.

La segunda generación de la terapia de conducta se sitúa en torno a 1970, con la terapia


cognitivo conductual. Esta terapia introduce que las creencias, pensamientos,
expectativas… son las que causarán los problemas emocionales y conductuales. La
terapia cognitivo conductual ha desarrollado tratamientos psicológicos muy eficaces,
pero importa señalar que parte de este éxito se debe a adoptar el modelo médico de
psicoterapia o modelo del déficit, que se caracteriza por ser: internalista, mecanicista y
nomotético. Así se observaron dos problemas: la estandarización de los casos tal
eficacia se presentaba desenfocada.

La tercera generación de terapia de conducta se sitúa a partir de la década de los 90,


aunque no sería dada de alta como tal hasta 2004. El surgir de esta nueva generación se
debe tanto al desarrollo del análisis de la conducta y del conductismo radical, como a las
limitaciones de terapia cognitivo-conductual. Al hablar de desarrollo del análisis de la
conducta y del conductismo radical, ha de señalarse la abundante e importante
investigación en conducta verbal, a partir de la obra fundamental de Skinner “Conducta
verbal”. Las diferencias entre conductismo metodológico y radical se debe a que el
conductismo radical no excluye los eventos privados por inobservables, entre otras
cosas porque son observables, con la particularidad de que lo son para una única
persona (una consideración fundamental en terapia).

La tercera generación introduce grandes aportaciones ya que propone un


replanteamiento contextual de la psicología clínica (incluyendo la psicopatología, la
evaluación y el tratamiento). Dicho replanteamiento es importante en el estado actual de
la psicología clínica dominada por el modelo médico, que llevan a que el psicólogo
clínico vendría a ser un “imitador de psiquiatra”. Su principal tarea es la
desmedicalización de los problemas psicológicos la cual se presenta en contra de los
tiempos que corren, que se caracteriza por la psicopatologización de los problemas de la
vida. La aportación de la tercera generación se trata de abarcar una serie de terapias que
empezaron a tener importancia a principios de los 90, las primeras que tuvieron nombre
propio fueron la Terapia de Aceptación y Compromiso La Psicoterapia Analítica
Funcional y la Terapia de Conducta Dialéctica, las cuales desde el principio fueron
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reconocidad como terapias conductistas radicales y empezaron a establecer el punto de
vista contextual de la terapia de conducta frente al punto de vista cognitivo.Entre otras
terapias, hay que destacar la de Neil S. Johnson (Terapia de Activación Conductual).
Esta terapia surge de estudios consistentes en el desmantelamiento de componentes de
la terapia cognitiva de la depresión de Beck, los cuales fueron mostrando que el
componente realmente decisivo es el conductual. A partir de estos hallazgos, el
componente conductual fue tomado como terapia por sí mismo, dando lugar a la Terapia
de Activación Conductual. Algunos de los puntos novedosos de la TAC fueron que
hacía énfasis en el contexto ambiental de la vida de los clientes, insistía en la
participación activa del paciente para que pudiera comprometerse en actividades que
puedan entrar en contacto con reforzadores naturales, la modificación del ambiente y no
del pensamiento y que, estas terapias, ponen en evidencia que estamos entrando en una
nueva generación: La Terapia de Conducta de Tercera Generación.

La terapia de aceptación y compromiso. Fundamentos,


características y evidencia.

Las terapias de tercera generación representan un salto cualitativo porque estas técnicas
están orientadas a que la persona actúe con responsabilidad de la elección personal y a
la aceptación de los eventos privados que conlleve ese proceder.

La Terapia de Compromiso y Aceptación de estas nuevas terapias contextuales parte de


un marco global de referencia sobre las ventajas y desventajas de la condición humana.
Que son: una filosofía contextual-funcional, coherente con un modelo funcional sobre la
cognición y el lenguaje y sustenta una perspectiva nueva de la psicopatología en la que
resulta central el concepto funcional de “evitación experiencia destructiva”.

En los siguientes puntos iremos viendo en qué consiste cada una de estas características.

Parte de un marco global de referencia sobre las ventajas y desventajas de la condición


humana. Se entiende que los mensajes e ideas que se promueven en las comunidades
“avanzadas” como las formas de vida “correcta” pueden ser contraproducentes. Las
reglas que se ofrecen de forma inocente son fórmulas que nos dicen “no a la angustia”,
“no a los recuerdos penosos”, “no a la tristeza, a la baja autoestima, al dolor…” pueden
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ser barreras para vivir. Estas fórmulas aconsejan que evites tanto como puedas el dolor
y busques el placer inmediato. En esta lógica, los medios, con frecuencia, y los
profesionales proporcionan diversos remedios, como tipo de terapias psicológicas y
tratamientos farmacológicos que, con objetivo de ser una solución, pueden acabar
convirtiéndose en malos remedios.

Además mantiene una filosofía contextual-funcional, que es el Contextualismo


Funcional, que confluye con el conductismo radical de Skinner y el interconductismo
de Kantor. Se conceptúa el análisis psicológico considerando al organismo como un
todo siempre en acción donde priman las funciones que controlan el comportamiento.
Es una posición monista, funcional e ideográfica. Defiende que los eventos privados
(como esquemas cognitivos) se conforman en la historia individual, y que las
relaciones entre eventos privados y acciones del organismo (regulación verbal del
comportamiento) responden a relaciones arbitrarias potenciadas socialmente y no a
relaciones mecánicas. El criterio de validez de cualquier teoría será que sea efectiva,
pero no sólo para predecir, sino también para controlar e influir, propiciando las
condiciones que permitan la prevención y el cambio o alteración del comportamiento.
Esta teoría es una continuación de las leyes establecidas bajo el concepto del análisis
funcional del comportamiento, pero supone un avance cualitativo.

Además se muestra coherente con el modelo funcional sobre la cognición y el lenguaje.


Se mantiene que este aprendizaje es una respuesta operante que consiste en aprender,
desde muy temprano y a través de numerosos ejemplos, a relacionar eventos
condicionalmente hasta que se produce la abstracción de la clave contextual que los
relaciona y se aplica a eventos nuevos distintos a los que permitieron la abstracción. La
TMR diferencia funcionalmente tres tipos de regulación de comportamiento: Pliance,
Tracking y Augmenting. La primera, considera que el comportamiento está controlado
por una historia de reforzamiento en la que las consecuencias relevantes son mediadas
por otros. Un repertorio pliance es limitante en tanto que genera una dependencia
extrema de los otros y produce insensibilidad a las consecuencias que emanan de las
acciones. El Tracking es la regulación comportamental que está controlada por una
historia de reforzamiento donde han primado las consecuencias que emanan de la forma
de acción efectuada, como por ejemplo, cepillarse los dientes bajo el control del sabor.
Un repertorio tracking generalizado o aplicado a áreas en las que no puede funcionar es
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problemático. Y el Augmenting que es la regulación bajo control de funciones
transformadas de estímulo.

El objetivo del bienestar es disfrutar de inmediato, cuanto más mejor, sin dificultades y
contratiempos, sin que se generen las condiciones para una actuación con la
responsabilidad de objetivos a largo plazo y que trascienden a uno mismo. Se demoniza
el dolor como algo anormal. La búsqueda persistente de eventos privados positivos, o de
control de los negativos para poder vivir es una trampa, ya que es evitable comportarse
para controlar lo que no se puede controlar. Cuando los réditos de esa estrategia son un
incremento y extensión del malestar, y una reducción de la capacidad de vivir
plenamente; es entonces cuando la persona está en una espiral paradójica.

Ese modo de funcionamiento es la evitación experiencial subjetiva (necesidad


permanente de eludir el malestar y la de tener placer inmediato). La regulación de la
evitación experiencial que el paciente lleva a consulta es tratada en las terapias de
segunda generación – incluidas las farmacológicas- siguiendo la misma lógica: trata de
reducir directamente el malestar y cualquier otro evento privado con esas características
(cambiar pensamientos irracionales por racionales, subir la autoestima…). La ACT da
un giro radical al foco de la terapia. No se trata de modificar o reducir
pensamientos/sensaciones/recuerdos molestos sino que se trata de alterar su función y
de generar flexibilidad en la regulación del comportamiento. Busca generar las
condiciones para que el paciente aprecie la paradoja de su comportamiento, y busca
potenciar interacciones clínicas que permitan al paciente tomar conciencia plena,
abierta, del flujo de eventos privados, de modo que haga uso de ellos para actuar de
forma valiosa. En definitiva la ACT es un tratamiento centrado en las acciones valiosas
para uno mismo, contempla el malestar como normal, producto de la condición humana
en tanto que seres verbales; define que se aprende a resistir el sufrimiento normal y esa
resistencia genera el sufrimiento patológico; promueve el análisis funcional de los
comportamientos del paciente y, por tanto, se basa en la experiencia del paciente como
la clave del tratamiento.

Los métodos clínicos de ACT proceden, en parte, de otras terapias y, en parte, se


generan por la investigación y por el ajuste a las necesidades del paciente en cada
momento con un fin claro: generar flexibilidad de actuación donde había rigidez
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problemática y dejar que surjan los pensamientos y emociones y tomar la dirección de la
aceptación (y no del control) de los mismos en el marco del compromiso personal del
paciente con lo que valora.

Esta terapia ha sido efectiva en numerosos estudios de caso. En los ensayos clínicos
controlados se ha demostrado mejor (especialmente en los casos crónicos) o igualmente
eficaz al terminar los tratamientos, pero las diferencias son sustanciales en los periodos
de seguimiento (ensayos controlados en la depresión, abuso de drogas, actos auto-
lesivos…).

Ha resultado eficaz para evitar cronicidad y alterar de forma notable el curso de secuelas
y síntomas variados. Aun así, estamos hablando de una terapia con no muchos años,
joven, que necesita más trabajo, pero es un proyecto ambicioso de investigación básico-
aplicada que mejorará la terapia y permitirá un conocimiento de la condición humana
más acertado para prevenir y resolver problemas.

La terapia dialéctica conductual para el trastorno límite de


la personalidad.

El trastorno límite de la personalidad es uno de los retos más frustrantes en el campo de


la salud mental. No sólo hay problemas de definición sino que no está claro si el
trastorno límite de personalidad describe un síndrome de personalidad, un trastorno
afectivo, una solapación de la patología afectiva y patología de personalidad…

Según el DSM-IV, el trastorno límite de la personalidad se caracteriza por la


inestabilidad que comienza en la juventud y se presenta en situaciones diversas.
Algunos de los criterios que lo caracterizan son:

- Esfuerzos desesperados para evitar el abandono (tanto real como imaginado)


- Relaciones inestables e intensas que fluctúan entre los extremos de la
idealización y devaluación,
- Identidad inestable
- Impulsividad en áreas potencialmente peligrosas como abuso de sustancias,
gastar indiscriminadamente…
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- Conducta suicida recurrente
- Inestabilidad afectiva
- Sentimientos crónicos de vacío interior
- Ira intensa no apropiada al estímulo
- Ideación paranoide pasajera

La terapia con pacientes límite es muy complicada y tiende a abordarse con aprensión
ya que su pronóstico es muy decepcionante (se pueden esperar grandes complicaciones
médicas y sociales durante al menos 5 años después de iniciado el tratamiento. Linehan
sugiere que los pacientes límite presentan respuestas emocionales al medio en forma
más rápida e intensa y con un ritmo de retorno a la línea base más lenta que los
individuos normales (dificultad de regulación de la experiencia emotiva). Esta autora
propone que las respuestas desadaptativas de las personas con diagnóstico límite serían
consecuencia de la interacción temprana y prolongada entre un niño emocionalmente
vulnerable con un medio ambiente invalidante. La vivencia interna de su vulnerabilidad
puede dar como resultado que la persona límite experimente sus propias emociones
como no adecuadas. El paciente frecuentemente trae consigo que piense que sus
problemas se originan en él, de que él tiene algo mal dentro de sí que es necesario
modificar.El trastorno se considera sistémico, un problema de ajuste entre un individuo
y el medio en que le tocó vivir y se le define en relación a lo normal, asumiendo una
continuidad entre la salud y lo “límite”. Linehan propone una terapia que supone que los
pacientes límite presentan déficits cognitivo-conductuales de importancia, tanto en el
área de las relaciones interpersonales, como en el control de las emociones y en la
capacidad para tolerar el sufrimiento. En la terapia dialéctica conductual este problema
se aborda ofreciendo distintas modalidades terapéuticas, así como un formato de grupo.
En terapia grupal se enseñan habilidades básicas, mientras que en terapia individual se
trabaja la motivación y, junto con llamadas telefónicas de apoyo, se promueve la
generalización de habilidades a las situaciones específicas de la vida del paciente.

La Terapia Dialéctica Conductual consiste en un conjunto de estrategias aplicadas a una


jerarquía de objetivos de tratamiento. El establecimiento de una clara jerarquía de
objetivos y de un marco teórico coherente es especialmente relevante para el terapeuta
cuando trata a pacientes gravemente disfuncionales. Aunque una parte importante de la

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TDC como la simple aplicación de principios conductuales, tiene una serie de
características que la distinguen de estas:

 Otorga una importancia primordial a la aceptación y a la validación de la


conducta (del paciente y del terapeuta), tal como se da en el momento actual.
 Enfatiza el abordaje de conductas que interfieren con la terapia.
 Resalta la relación terapéutica como parte esencial del tratamiento.
 El centro de la acción está en función de los procesos dialécticos.

La Terapia Dialéctica Conductual enfatiza la aceptación radical de la conducta y de la


realidad mucho más que la terapia conductual tradicional. La aceptación del paciente
consiste en aceptarse tal y como es en ese momento. Esta aceptación implica una
ausencia del juicio de valor que no es pasivo ni resignado, sino que está comprometido
con el cambio. Lo dialéctico subyace en la forma total de trabajar. Se refiere a intentar
el cambio persuadiendo y usando los opuestos inherentes a la relación terapéutica y al
tipo de estrategias usadas por el psicólogo para lograr el cambio.

Respecto a las estrategias, éstas han de ser tanto técnicas específicas para lograr un
objetivo como con la función o papel que cumple el terapeuta, Además su aplicación ha
de ser flexible y adecuada al momento y características del paciente. Existen 4 tipos de
estrategias que ayudan a lograr los objetivos:

Las estrategias dialécticas que funcionan como elemento organizador de la terapia. Una
parte fundamental es prestar atención al contexto y analizar las conductas de oposición
que se producen de forma natural. Hay tres tipos de estrategias dialécticas.

La relación terapéutica y el equilibrio de estrategias que consiste en combinar


aceptación con cambio. El objetivo es mostrar los opuestos, tanto en las sesiones como
en la vida del paciente, y fomentar las condiciones para una síntesis.Cuando hablamos
de la definición de comportamiento y cognición eficaces decimos que se enseña y
modela un sendero intermedio que evita enredarse en extremos. Por ejemplo, desde un
“si te vas de vacaciones es que no te importo”, a “me voy y me importas”. Lo básico es
no invalidar la segunda polaridad cuando se muestra la primera.

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Las estrategias dialécticas específicas tratan de formular y utilizar paradoja, representar
al abogado del diablo, extremar el significado de las expresiones, el empleo de cuentos
y metáforas, etc.

Como estrategias centrales encontramos la validación (aceptación) y la solución de


problemas (cambio). Ambas se usan casi en cada interacción con el paciente. La
validación consiste en buscar activamente los elementos presentes que hacen que las
respuesta tenga sentido en las circunstancias actuales del paciente, es decir; el terapeuta
sintetiza los aspectos disfuncionales de la conducta, asumiendo que el paciente quiere
mejorar, pero que siente emociones como miedo e ira que puede inhibirlo; busca
aquellos elementos que hacen de ella una respuesta comprensible y válida en esa
situación. La solución de problemas consiste en facilitar una posición activa en el
paciente hacia solucionar sus problemas. Es un proceso difícil en personas con TLP.

En las estrategias de estilo tenemos que la Terapia Dialéctica Conductual utiliza dos
estilos distintos de comunicación. El primero es la comunicación recíproca. El objetivo
es reducir la diferencia de poder percibida entre paciente y terapeuta. Para ellos se
requiere de honestidad, autorrevelación y tomar en serio al paciente y sus deseos. La
comunicación irreverente se utiliza para “descolocar” al paciente y que éste se pueda
“colocar” de forma más sana. Es útil cuando necesitamos atraer su atención, cambiar la
respuesta afectiva o mostrar un punto de vista totalmente distinto. Una comunicación
irreverente casi nuca corresponde a lo que el paciente espera, utiliza la lógica para tejer
una red de la que éste no puede escapar (si el paciente dice “me voy a suicidar”, el
terapeuta le responde “pensé que habíamos acordado en que no ibas a dejar la terapia”).
Es importante que ambos estilos se mezclen y se equilibren mutuamente.

Las estrategias de control Constituyen un grupo de tres estrategias que se refieren a


cómo el terapeuta se relaciona con el mundo externo del paciente. Se emplean cuando el
ambiente del paciente interfiere con el proceso de la terapia.

En las estrategias de consulta para el paciente se requiere que el terapeuta sea un


consultor para el paciente y no para los que se relacionan con éste. Como normal, el
terapeuta no interviene para lograr que el medio cambie adaptándose al paciente. Esta
técnica transmite la creencia de que el paciente es un ser capaz de manejarse
eficazmente y disminuye la posibilidad de conflicto entre profesionales.
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En la intervención sobre el medio debemos destacar que hay pocas excepciones en la
estrategia de consulta, pero una de ellas se produce si el paciente está en peligro y el
otro profesional no colabora a menos que intervenga una persona con más poder que la
persona límite.

La consulta/supervisión por parte del terapeuta es primordial. Ayuda a mantener una


buena alianza con el paciente, ayuda a abordar tempranamente las conductas que
interfieren con el progreso de la terapia. Además construye una realidad en la que se
facilita el establecimiento de una relación de colaboración.

Los objetivos terapéuticos en TDC son específicos, están ordenados jerárquicamente y


son comunes a las distintas modalidades de tratamiento (grupal e individual). Son los
siguientes:

a) Disminución o eliminación de la conducta suicida (parasuicida e ideación


suicida de alto riesgo).
b) Disminución o eliminación de las conductas que interfieren con la progresión de
la misma terapia.
c) Disminución o eliminación de las conductas que obstaculizan llevar una vida
razonablemente adaptativa (abuso de sustancias, conductas delictivas, etc..).
d) Adquisición de habilidades conductuales de afrontamiento (regulación de
emociones, eficacia interpersonal, tolerancia al sufrimiento).
e) Reducción de efectos del estrés postraumático.
f) Aumento del respeto por uno mismo
g) Obtención de otros objetivos del paciente.

La terapia conductual de Linehan ha sido la primera en ser evaluada empíricamente para


el tratamiento de pacientes con trastorno límite de personalidad. Al aplicar la TDC a
mujeres que cumplían con este diagnóstico, no se encontraron efectos de la ideación
suicida, la depresión ni la desesperanza. Los pacientes funcionaban mejor, al aumentar
su tolerancia al sufrimiento y el control de su comportamiento, pero no se sentían mejor,
no eran más felices y no estaban más satisfechas. Hay que destacar que el tratamiento se
probó con una muestra bastante homogénea de mujeres con un trastorno muy grave. No
podríamos generalizar estos resultados a personas con un nivel de gravedad menor y

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tampoco a hombres límite. Aún así, hasta el momento este tratamiento parece
prometedor.

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