Está en la página 1de 33

Las Civilizaciones Africanas, Denise Paulme

LA PREHISTORIA AFRICANA

Las investigaciones prehistóricas han permitido ya


reconocer, de una extremidad a otra de África, la misma
sucesión de técnicas definidas en Europa por los
especialistas. Las exploraciones realizadas hasta ahora,
sobre todo de superficie, han revelado inmensos
yacimientos. Desde hace más o menos un cuarto de
siglo, en regiones diferentes, se han emprendido
excavaciones de profundidad, único método que puede,
con un material de comparación nuevo, aportar los
elementos de estratigrafía indispensables para tales
estudios. Tres capas nos ocultan el África del pasado: lo
arena, el humus y la laterita. Y hay pocas grutas.

África del sur, África oriental, Egipto, África del norte, el


Sahara han provisto ya gran cantidad de documentos; del
Kalahari y de la selva ecuatorial casi en su totalidad, nada
se sabe todavía.

"Paleolítico antiguo, medio y reciente", "mesolítico", son


nombres que aplicados a África con el sentido que tienen
en Europa occidental se prestarían a confusión. En
África, el hueso tallado es excepcional. Los restos
prehistóricos africanos se reconocen principalmente por
utensilios de piedra volcánica, de arenisca y cuarcitas;
poco sílex, salvo en África del norte. Pero, sea en África o
en Europa, las técnicas son las mismas hasta tal punto
que se puede, sin que por las palabras se prejuzgue una
correspondencia con la cronología europea, hablar en
casos precisos de una técnica "chelense" o
"levalloisiense", de técnicas de la lámina, o de una talla
"solutrense" de hojas bifácicas.

El primer testimonio del trabajo de la piedra —primera


huella de la presencia humana— aparece muy pronto
(pluvial kagueriano). En el período árido siguiente (poska-
gueriano), el kafuense o Pebble Culture, caracterizado
por la presencia de guijarros tallados sumariamente, se
extiende al Sahara, a Argelia, a Marruecos; los guijarros
están asociados a bifácicas con frecuencia más tardías.
Es, verosímilmente, la época en que viven los
australopitécidos. No se podría clasificar a estos entre los
homínidos (tienen muy poca capacidad craneana, hocico
demasiado largo; ninguna huella de fuego se ha señalado
todavía asociada con sus huesos) ; se aproximan, sin
embargo, al tipo humano, mucho más que cualquier otro
antropoide conocido. En la época en que los
austrolopitécidos vivían en la cuenca del Vaal, el hombre
de los orígenes, autor de la Pebble industry, tenía
necesariamente que estar a punto de surgir por esos
lugares en la tierra de África. Sin embargo, no poseemos
todavía el menor fragmento óseo suyo. En el curso del
período siguiente (kamasiano), África aparece como el
continente por excelencia de las bifácicas. Los restos
humanos conocidos son de tipo neandertaloide,
asociados con rasgos arcaicos comparables a los de los
pre-homínidos de Java o de China. No obstante las
reservas sobre su pertenencia efectiva al achelense, los
restos encontrados en Kánam y en Kandjera, a orillas del
lago Victoria, plantean el problema no resuelto de la
aparición, en África, de una rama precoz del Horno
sapiens, separada de él únicamente por el mayor espesor
de los huesos. El pluvial gambliano corresponde al
reinado del levalloiso-musteriense. Pero las nuevas
técnicas se suman a las técnicas anteriores sin
suprimirlas: el ateriense combina el corte levalloiso-
musteriense con el pedúnculo y a veces con la técnica de
las piezas polifácicas solutrenses. Así se señala, desde
los más antiguos tiempos, el carácter complejo de las
civilizaciones africanas, en que se yuxtaponen elementos
cuya presencia simultánea sería increíble en otras partes.
Tal persistencia de las gruesas bifácicas permite colegir
la excepcional duración que la rama humana
neandertalense tuvo en África: hombre de Rabat, de
afinidades sinantrópicas; Africanthropus de Eyasi
(Tanganyika); hombre de Broken Hill (Rodesia del Norte).
Su presencia está atestiguada desde Marruecos al Cabo.

Ninguna civilización comparable con el solutrense de


Europa, no obstante la frecuencia de la técnica
solutrense. Nada puede evocar el magdaleniense.

La existencia del Horno sapiens se afirma en África


oriental y en África del norte, en capas del gambliano
superior de industria capsiense; contemporáneos de los
neandertalenses, estos hombres están emparentados
con la raza de los Cro-Magnon del paleolítico superior de
Europa; como estos, están enterrados con frecuencia en
posición flexionada y recubiertos de ocre.

Como fase distinta, señalada por la agricultura y la


domesticación, el neolítico es sensible sobre todo en
África del norte. No es que los habitantes del resto de
África ignoren tales industrias; pero en el desierto y en el
trópico los primeros cultivadores habrán debido
someterse a las condiciones particulares que imponía el
medio.

La aparición de las razas negras, según el estado actual


de nuestros conocimientos, está ligada a los medios
mesolíticos del norte del ecuador (Mágrib, Sahara,
Kenya); estas poblaciones no se acrecientan de manera
sensible sino en tiempos del Egipto predinástico. El
esqueleto (¿neolítico?) encontrado cerca del puerto de
Aselar, a 400 km al norte de Timbuctu, en una región hoy
desértica, asociado con conchas de moluscos, con
vestigios de grandes pescados, cocodrilos y mamíferos,
presenta algunas afinidades con la raza negroide de
Grimaldi, del paleolítico europeo. Entre las razas actuales
que pueblan África al sur del Sahara, los congoleses de
la selva ecuatorial parecen estar más cerca del tipo fósil
de Aselar que los sudaneses, los guineos y los nilóticos.

En el mismo tiempo, el sur del continente conserva razas


no negroides: raza de Florisbad, condenada a
extinguirse; raza de Boskop, antecesora de los actuales
bosquimanes y que son, por lo menos en parte, autores
de las lebres imágenes rupestres del África austral. .

La notable floración artística de pinturas y grabados en


roca que cubre toda África parece ser, en su conjunto,
más reciente que de Europa. En el Mágrib como en el
Sahara, la distribución los manantiales de agua durante el
último episodio húmedo diríase que gobierna la de las
figuraciones rupestres, las más antiguas de las cuales no
han de remontarse sino a las proximidades del neolítico;
las más recientes son posteriores a la introducción
caballo doméstico en el Sahara (1500 a. C.
aproximadamente), la del camello doméstico (primeros
siglos de la era cristiana) y hasta de la utilización de la
escritura (tifínag de los tuáreg).

Diversas clasificaciones se han propuesto para jalonar las


etapas sucesivas que señalan la evolución de los
grabados saharianos. Se fundan en el estudio de los
estilos y de las técnicas (Frobenius, Obermaier), o en la
evolución de la fauna representada. Kilian, Monod y
Joleaud distinguen: una edad del búfalo antiguo; una
edad del elefante de África, con jirafas, ovejas, bueyes y
asnos; una edad del caballo doméstico, y finalmente una
edad del camello doméstico solo. El descubrimiento de
carros grabados en el Fezzán y en el Sahara occidental
permite fijar en el primer milenio a. C. la esencia, en esta
región, de hombres llegados de las orillas del
Mediterráneo; los grabados jalonan dos rutas que
concluyen una oeste y otra al este de las bocas del Níger.

Las semejanzas de estilos, de técnicas y de motivos


entre el arte rupestre magrebí-sahariano y el arte líbico-
egipcio establecen, sin lugar a dudas, la existencia de
una cultura artística común a toda el África septentrional,
del mar Rojo al Atlántico, hasta el sur del Sahara. Parece
difícil que todo provenga de Egipto solamente, dada la
excepcional riqueza de la civilización lítica y las
condiciones de vida entonces favorables en ese inmenso
territorio. Por otra parte, nada prueba que el neolítico
sahariano en su conjunto sea posterior al neolítico
egipcio.

En Tanganyika, las investigaciones recientes han


mostrado presencia de diecisiete épocas artísticas,
caracterizadas cada una por un estilo diferente, el más
antiguo de los cuales ha de remontarse al paleolítico
superior. Así, pues, por el este, se opera entre sur y el
norte del continente una zona de contacto que es lugar
selecto del arte rupestre.

De Rodesia al Cabo, los grabados se encuentran


diseminados por todas partes, principalmente en las
altiplanicies secas, el veld, del Estado libre de Orange y
del Transvaal. Como en el Sahara, si todos se
encuentran en peñascos al aire libre; los más antiguos
quizás se remonten al Middle Stone Age. Las pinturas
ocupan los abrigos y las grutas de las montañas que
forman la línea de división de las aguas de las dos
vertientes oceánicas, réplica de la espina dorsal
sahariana, y también esta zona de pinturas. Los animales
representados en las rocas del África austral son
elefantes, hipopótamos, rinocerontes, jirafas, búfalos,
cabras, reptiles. Los hombres, enmascarados o armados,
desnudos unos, vestidos otros, participan en escenas de
caza de asombroso movimiento o en danzas destinadas
al encantamiento de las presas, cuyo comportamiento
imitan.

LAS GRANDES RAZAS AFRICANAS

Cualquiera sea la época en que los negros aparecen y se


multiplican en África, han tenido contactos con hombres
de raza blanca, originarios del África oriental o del
Cercano Oriente y antecesores de los bérberes. Se llama
a estos hombres camito-semitas (de Cam, hijo de Noé)
para indicar su origen cercano al de los semitas; y tal
distinción tiene un valor principalmente lingüístico: desde
el punto de vista racial son mediterráneos. En nuestros
días el grupo occidental, o septentrional, de los camito-
semitas comprende, además de los árabes llegados con
las invasiones históricas (si bien la mayoría entre los que
se llaman árabes en África del Norte son en realidad
bérberes que han tomado la lengua de sus
conquistadores), los habitantes de Libia, de Túnez, de
Argelia, de Marruecos (estos últimos casi enteramente
bérberes) ; las poblaciones del Sahara mauritano y
sudanés, moros y tuáreg; las del Sahara central, los tubu.
Mestizos, en diversos grados, de semitas y de negros, los
camitas orientales agrupan a los egipcios (cristianos y
musulmanes), los bedja, los nubios, los abisinios, los
galla, los somalíes, los danákil ... Los lingüistas
distinguen en las lenguas camito-semíticas tres
subgrupos: se-mítico, bérber y kushítico (o "del país de
Kush", término usado en el Egipto antiguo para designar
a todos los países situados más allá de la segunda
catarata). Los camitas orientales han ejercido, directa o
indirectamente, una influencia profunda en sus vecinos
negros del África oriental, central y meridional; los
bérberes, por su lado, han trasmitido numerosos rasgos
de la civilización del Mediterráneo a los negros del Sudán
occidental y de Guinea. En efecto, la historia de África, al
sur del Sahara, es en gran parte la historia de su
penetración, en el curso de las edades, por la civilización
camítica; la influencia semítica, más reciente, se ha
limitado casi enteramente al África del norte.

En nuestros días, hasta el borde sur del Sahara, el


elemento fundamental de la población africana es de raza
blanca. Así, pues, con frecuencia se denomina a esta
región "África blanca", por oposición al África que se
extiende desde el Sahara hacia el sur, que es el "África
negra". El dualismo es profundo: contraste entre el clima
mediterráneo y los extremos climas tropicales o
ecuatoriales; contraste, también, de evolución entre las
dos Áfricas.

Si la oposición es clara, en cambio la frontera entre las


dos Áfricas se esfuma. Se ha hablado de un retroceso de
los agricultores negros, antes numerosos en el Sahara, a
quienes quizás ahuyentó la aparición de los nómadas
blancos montados en sus camellos. Pero nada preciso
sabemos de la presencia antigua de los negros en el
Sahara : las excavaciones efectuadas en Gárama han
mostrado primeramente una población blanca, a la cual
se unieron los negros no antes del siglo IV a. C. ¿Son
éstos autóctonos o esclavos importados del Sudán,
según la costumbre que se ha perpetuado hasta
nosotros? Por el contrario, el establecimiento de los
blancos en el Sahara parece ser más antiguo de lo que
se creía: algunas pinturas rupestres atestiguan su
presencia junto a caballos cuya actitud (galope volante
micénico) da una referencia cronológica precisa. Y las
áreas de distribución de las imágenes rupestres del
caballo, al principio de tiro, luego de montar,
corresponden más o menos a las hoy ocupadas por los
moros al oeste, los tuáreg en el centro, los tubu al este.

Cualquiera sea la medida en que el Sahara prehistórico


estuvo poblado de negros, éstos han de haber
desaparecido por mestizaje más aún que por expulsión:
entre los moros como entre los más puros tuáreg pueden
encontrarse huellas de ascendencia negra.

Por otra parte, algunos elementos bérberes o árabes se


han infiltrado hacia el sur. Se los ha rastreado en los
lindes del Sahara y el Sudán, en esas regiones de
sabana semidesértica que han visto sucederse tantos
imperios efímeros: los tokóror entre el Senegal y el Níger,
los songay y los fulbe en la curva del Níger, los fulbe
también y los bausa al oeste del Chad, tribus árabes y
arabizadas del Waday,, del Darfur y del Kordofán.

En el extremo este, Etiopía, por su relieve como por su


historia, forma un bloque aislado, pero ha recibido su
cristianismo y su civilización del mundo mediterráneo.
Entre el Sáhel y el desierto, blancos nómadas y negros
sedentarios; la demarcación se extiende a todo lo largo
del paralelo 15°, de Saint-Louis a Timbuctu, luego al norte
del lago Chad. La frontera no se curva verdaderamente
sino hacia el este, donde contornea el sur de la meseta
etiópica y termina en el océano Indico.

Al sur de esta línea, África está poblada por una mayoría


de melanoafricanos, cuyo carácter físico más notorio es
el color de su piel, a decir verdad variable desde el pardo
claro en ciertos sudafricanos hasta el negro pleno en los
wólof del Senegal. La resistencia de los negros al calor
obedece menos a su color que a la multiplicidad de sus
glándulas sudoríparas, que segregan casi el doble de
sudor que en los europeos. Otra característica de los
negros es su sistema piloso: cuerpo casi lampiño,
cabellos crespos, barba rala. Los anchos hombros y las
estrechas caderas dan al busto una forma de tronco de
cono; el relieve de la pantorrilla con frecuencia no existe.
Los negros poseen otros rasgos anatómicos y fisiológicos
que les son propios. Las lenguas negroafricanas
comprenden las sudanesas, las nilóticas, las "semibantu"
de la selva africana occidental, las bantu habladas desde
el ecuador al Cabo.

En este inmenso dominio que es el suyo, los


melanoafricanos se dividen en cierto número de subrazas
que se designan con denominaciones geográficas:
sudanesa, guinea, congolesa, nilótica, sudafricana. El
dominio de cada subraza corresponde más o menos a un
área de civilización particular, cuyas fronteras también
podrían fijarse por la geografía y el clima. Señalemos sin
embargo que si en conjunto los criterios antropológicos,
etnográficos y lingüísticos coinciden, no por eso dejan de
ser independientes: las fronteras que verifica el
antropólogo no corresponden exactamente a las que
descubre el lingüista y ni unas ni otras se superponen
exactamente a las divisiones etnográficas.

La subraza mejor conocida es la sudanesa, o de los


"negros de la estepa arbustosa", que ocupa la amplia
zona de sabanas situadas al sur del Sahara, desde el
Senegal al Kordofán. En esta región bien delimitada,
propicia a los contactos y las influencias, se desarrollaron
estados poderosos. Los negros sudaneses son de alta
talla, cuerpo espigado, piel muy negra y manifiesto
prognatismo. Los sudaneses más típicos son los wólof de
los alrededores de Dákar. Más al este se encuentran los
malinke, los hausa, etcétera. Los sara, de junto al Chari,
se distinguen por su alta talla (1,80 m.) y su cabeza, más
redondeada. Los hombres de la subraza guinea, de talla
menor, más rechonchos, pueblan la franja selvosa que
costea el golfo de Guinea hasta Camerún; la mosca tse-
tse impide allí la ganadería; las lluvias, demasiado
abundantes para los cereales, favorecen el cultivo de
tubérculos, el ñame y la mandioca. Aunque más estables,
los estados de estas comarcas no tienen la amplitud de
los antiguos imperios sudaneses. La subraza congolesa
corresponde a la gran selva ecuatorial, que desborda
hacia el sur a lo largo de los afluentes del Congo. La
estatura es en ellos menor, la pilosidad tal vez más
fuerte, el prognatismo más señalado; los miembros,
relativamente cortos, mus-culosos. La fragmentación
social es extrema; los recursos vegetales están utilizados
hasta el máximo. La subraza niiótica, alta de talla (1,72 a
1,82 m), de cuerpo espigado, rostro de rasgos rectos,
más europeos que negros, forma un grupo homogéneo
de pastores (dinka, núer, shilluk, etcétera), circunscripto a
la zona de pantanos y praderas que va de Jartum, en el
norte, al lago Victoria, en el sur.

ÁFRICA DEL NORTE

A través de las llanuras que se extienden desde Egipto


hasta el Atlántico, la invasión árabe fue rápida y brutal. A
la muerte de Mahoma, estalla entre las tribus árabes
apenas convertidas, un levantamiento, que el sucesor del
Profeta, Abu Bekr, reprime con gran dificultad. Juzga
prudente entonces dirigir el ardor de sus partidarios hacía
los dominios debilitados de Persia y Bizancio. Con sus
correrías de piratas y negreros, sus razzias de nómadas
que atacan a los sedentarios, el Islam no innova nada;
pero su acción se va a ejercer también en el plano
religioso.

Egipto en 646, Trípoli en 667, están en manos de los


árabes. Berbería es más ardua de conquistar; sin
embargo a partir del año' 705, los recién llegados
mantienen los principales centros y el imperio árabe
parece haber encontrado en África del norte su mejor
punto de apoyo.

Pero esto era no contar con los habitantes, hasta el


momento espectadores de la ofensiva llevada contra
Bizancio. Desde que los árabes parecen querer explotar
el país, los bérberes se agitan en diversos lugares;
especialmente bajo el mando de un jefe, Koceila, y luego
del de una mujer, Kahena, reina de los djerawa, en el
Aurés oriental. Los conquistadores deben enfrentarse con
un levantamiento general.

Refuerzos venidos de Oriente aseguran su superioridad.


Los bérberes son entonces impulsados a la conquista de
España y Galia. Pero después de la derrota de Poitiers
las disensiones re-aparecen. El Mágrib se rebela contra
el yugo de los gobernantes árabes, el fervor religioso
provoca herejías, fermento de hostilidad (los jaridjíes en
Marruecos). A fines del siglo VIII la dominación árabe en
África del norte se desploma. Después de un período de
graves desórdenes, algunos reinos bérberes cristalizan
alrededor de Tlemcén, de Sidjilmesa„ y en el Rif. Un
descendiente de Ali, yerno del Profeta, establece en
Marruecos el imperio de los idrisies, con Fez como
centro.

En el siglo x, los sostenedores de la shía, nueva doctrina


musulmana, anuncian la llegada del Mandi y fundan el
imperio fatimi que tiende a absorber a toda Berbería y se
anexa Egipto, Palestina, Siria.

Este imperio, demasiado vasto, ve pronto escapar a


Marruecos de su control, pues los idrisíes se apoyan en
los califas de Córdoba.

Hacia mediados del siglo xi, el califa fatimí de El Cairo


lanza a los baria Hilál, tribus saqueadoras confinadas en
el Alto Egipto, contra el gobernador de Qairwán, que no
acata su autoridad. La invasión hilalí asotó a toda el
África del norte, aportando a los bérberes un nuevo
ejemplo de anarquía. Solo Marruecos, refugio de la
independencia bérber, escapa a la ruina total. Es verdad
que el imperio idrisi, dividido entre España y El Cairo,
pierde poco a poco sus dominios. Pero tribus bérberes,
rechazadas antaño hasta el desierto, van a tomar en sus
manos la causa del Islam y hacer de Marruecos su centro
de acción. Gracias a ellas se salvará en Marruecos la
individualidad bérber y se proseguirá la islamización.

Los bérberes camelleros nómadas del Sahara habían


llevado muy pronto el islamismo hasta el Senegal y las
ciudades establecidas en el borde sur del desierto. Desde
734, dos años después de Poitiers, las crónicas árabes
mencionan una expedición hacia esas regiones donde se
cambiaban desde tiempo inmemorial los tejidos y la sal
del norte por los esclavos, la goma, y sobre todo, el oro
del Sudán. Ghana, Audaghost, Gao, acogían las
caravanas formadas en Sidjihnesa, Tlemcén, Tiaret,
Biskra, Djerrna. Sin embargo, el islamismo y la religión
local convivieron en el Sudán en una mutua tolerancia
cuya descripción ha hecho al-Bekri. En el siglo xr, un
movimiento de propaganda religiosa se de-linea entre los
Luis-lana, nómadas bérberes velados del Tagant y del
Adrar, vasallos del imperio negro de Ghana. El jefe de los
Larntisma hace la peregrinación a la Meca en 1033; allí
comprueba su ignorancia de la verdadera fe y proyecta
una reforma de sus súbditos. Con este objeto, lleva
consigo a un predicador bérber, Ibn Yásín, con quien
emprende una campaña religiosa. Descorazonados
momentáneamente, ambos se retiran con algunos fieles a
una isla del bajo Senegal, donde construyeron un
monasterio (ribolt); de donde viene su nombre al-
Murábitun, "los Al-morávides". (La raíz de la palabra ribist
se encuentra también en -Rabat" y "morabito"; la
institución del monasterio prefigura los conventos de los
templarios provenientes de las Cruzadas.) Cuando se
vieron suficientemente numerosos, los almorávides
salieron de su isla y el ejército de la fe tomó la ofensiva.
Por un lado, Ghana cayó en 1076; por otro, los
almorávides convirtieron a filo de upada todo el Sahara
occidental hasta el sur marroquí. Una vez tornada
Sidjihnesa, y muerto Ibn Yásín en la guerra santa, su
sucesor Ibn Tashfin fundó Marrakesh, de la que hizo su
capital. En 1082 los almorávides poseían el noroeste de
África hasta Argelia, construyendo mezquitas en todas
partes. La idea religiosa de defensa del islamismo contra
los cristianos llevó a Ibn Tashfín a España; murió dejando
un imperio inmenso, que comprendía España hasta el
Ebro, y la mayor parte del Mágrib.

También desde Marruecos, en el transcurso del período


si-guiente, se gobierna el conjunto de acontecimientos en
toda África del norte.

Es cierto que Egipto continuó independiente de los


árabes, pero desgarrado por disturbios internos:
revoluciones, cismas, etcétera. Después de la
desarticulación del imperio fatimi, Saladino funda en 1147
una nueva dinastía, reemplazada un siglo más tarde por
los sultanes mamelucos. Egipto, línea oriental avanzada
del África, debe luchar sin descanso contra los kurdos,
los mongoles, los turcos. Por otro lado, en el siglo XIII, las
dinastías bérberes tendrán por centro de acción Túnez y
Tlerncén. Pero es en Marruecos donde se reaviva por
momentos el foco de la guerra santa,

La sucesión de dinastías en África del norte y las


empresas de conquista se harán siempre en nombre de
una reforma reli-giosa y de un retorno a la ortodoxia. Los
almorávides querían purificar la fe de los islamizados y
convertir a los infieles. Para reformar las costumbres
corrompidas por la civilización andaluza, para restaurar la
doctrina de la unidad divina, los almohades derriban a los
almorávides. Cuando abandonan este papel religioso ven
a sus partidarios apartarse de ellos y a los mariníes
apoderarse de Marruecos. También un renacimiento del
Islamismo expulsa a los mariníes —cuya fe se juzga
tibia— y hace pasar a Marruecos por las manos de los
jerifes saadíes, y luego de los jerifes alawíes,
descendientes de Mahoma.

El prestigio religioso de sus jefes permite a Marruecos


escapar a la dominación turca, que pesará sobre todo el
resto del Mágrib. Ni saadíes ni alawíes fallaron en el
papel que se les había confiado, y fueron los campeones
de la guerra santa.

En esta autoridad religiosa reside poco más o menos


todo el principio de unidad política: la adhesión religiosa,
en África del norte, hace las veces de fidelidad política y
crea o destruye las dinastías, cuya continuidad no está
asegurada por ninguna otra institución. Se ha comparado
el imperio marroquí con un señorío feudal; pero es un
feudalismo de vínculos muy débiles, donde todo depende
de la persona del jefe.

A través de la historia de Marruecos se suceden, por lo


tanto, los derrumbamientos y las resurrecciones,
extensiones inmensas seguidas de bruscos
replegamientos. El imperio marroquí abarca por
momentos España, Africa del norte, Mauritania, y se
extiende aún hasta el Níger. El oro y los esclavos afluían
a Fez y se agotaban repentinamente. La misma amplitud
de variaciones encontraremos en los imperios
sudaneses. Pero, a diferencia del resto del Mágrib y del
África sudanesa, Marruecos contiene un profundo
principio de unidad, geográfica y étnica: no sólo a su
marco natural de montañas, sino también a la tenacidad
de su población bérber, a su pasión por la independencia,
Marruecos debe el haber sobrevivido.

Hacia fines del siglo xvi, cuando Marruecos hubo


expulsado a españoles y portugueses, el odio a los
cristianos se implantó en él, como se había implantado
con los turcos en las costas argelino-tunecinas. Rota toda
comunicación, el Mediterráneo se transforma en un
abismo.
Historia General de África I. Metodología y prehistoria
africana, J. Ki-Zerbo

PREHISTORIA DEL AFRICA DEL NORTE

L. BALOUT

Los países del Magreb, próximos a Europa y


mediterráneos por su fachada marítima septentrional, han
sido recorridos, a veces hace más de un siglo, por los
primeros investigadores curiosos de su prehistoria. Así se
acumuló una abundante bibliografía de valor muy
desigual. Estudios serios (1952-1955-1974) la desbroza-
ron. Pero la investigación prehistórica en esa parte del
norte de África no ha conservado la ventaja de que
dispuso durante largo tiempo; por el contrario, lleva
retraso en dos materias esenciales: en los métodos de
excavación, salvo rarísimas excepciones, y en la
cronología absoluta, limitada en esa materia
esencialmente a las posibilidades del radiocarbono. En el
África oriental se ha actuado infinitamente mejor en esas
dos materias.

Actualmente sólo se puede apreciar la antigüedad de la


implantación de homínidos en el Magreb y el Sáhara
gracias a correlaciones hipotéticas sobre la fauna y la
tipología de las industrias líticas, debido a la falta de
fósiles humanos del Pleistoceno, de fechas obtenidas por
el método del potasio-argón y de suelos de ocupación
paleolíticos.

Por falta de estratigrafías suficientemente extensas y


numerosas, la continuidad, por otro lado muy probable,
de la ocupación humana puede ser demostrada a duras
penas. Yacimientos esenciales están aislados tanto en el
tiempo como en el espacio: Ternifme (Atlántropo), en
Argelia, por ejemplo. Los problemas del Musteriense, de
sus relaciones con el Ateriense y del hombre portador de
esa última civilización, el paso del Ateriense al
Iberomorusiense, la estratigrafía del Capsiense y los
hechos o resultados de neolitización esperan solución en
gran parte. La investigación prehistórica ha aportado
mucho al conocimiento del Cuaternario: estratigrafía y
paleontología, y ha permitido el establecimiento de una
tipología cuyo alcance sobrepasa los límites del Magreb;
en adelante debe adoptar una óptica paleoetnológica:
pisar del «Hombre y su medio» al «Hombre en su
medio».

LAS INDUSTRIAS HUMANAS MAS ANTIGUAS: EL


«PREACHEULENSE»

No faltan testimonios, pero su interpretación, si no es


tipológica, resulta delicada. Se funda en la estratigrafía
del cuaternario litoral en Marruecos (Biberson), en la
paleontología animal en Argelia (Ain Hanech, cerca de
Sétif, excavaciones C. Arambourg) y Túnez (Ain Brimba,
cerca de Kebili), y únicamente en la tipología en el
Sáhara (Reggan, In Afaleh, etc.). Puentes más o menos
frágiles pueden tenderse así en dirección a los
yacimientos de Tanzania, Kenia y Etiopía. Frágiles,
porque sólo el litoral atlántico de Marruecos ha permitido
establecer una evolución de los «fragmentos
manipulados» sobre las bases que P. Biberson ha
utilizado y que parcialmente son puestos en duda; porque
las faunas no son forzosamente contemporáneas, porque
allí hay, de un lado, presencia arqueológica y, de otro,
estructura arqueológica, porque los métodos de análisis
tipológico son diferentes en el Africa «francófona» y en la
«anglófona», etc.

Actualmente no se considera probable que la presencia


de homínidos en el Magreb y en el Sáhara sea tan
antigua como en el Africa oriental y meridional. Las
industrias sobre fragmentos que han precedido a los
cantos manipulados no han sido identificadas; no hay
señales de una osteodontokeratic culture ni de restos de
australopitecinados. Sin embargo, se puede pensar con
fundamento que los cantos manipulados de Marruecos,
Argelia y el Sáhara se inscriben en una cronología
paralela a la de Olduvai, es decir, entre 2 y 1 millón de
años (2,5 millones si se tiene en cuenta el canto de talla
bifacial del Omo). El esfuerzo, por tanto, se ha puesto en
una correlación tipológica. Y ha conducido al
establecimiento de listas tipológicas que tienen
implicaciones cronológicas. Ese fue el trabajo de P.
Biberson en Marruecos, de H. Hugot y L Ramendo en el
Sáhara central, y de H. Alimen y .J. Chavaillon en el
Sáhara occidental. El análisis está fundado en las
características técnicas, cuya repetición crea formas
sistemáticas. La clasificación procede de lo simple a lo
complejo: talla unifaz, bifaz, poliédrica. Sólo es probable
que se inscriba en una cronología lineal. P. Biberson, en
el marco de las playas cuaternarias del Marruecos
atlántico, y J. Chavaillon, en el de los terrenos del Saura,
han edificado sistemas de alcance por lo menos regional.
Basándose en la paleontología es como los «esferoides
con facetas o pequeñas superficies planas» del Ain
Hanech se colocan en la evolución de la fauna del
Villafranquiano, como se conoce en Marruecos (Fuarat),
Argelia (Ain Bucherir, Ain Hanech) y Túnez (lago
Ischkeul, Ain Brimba).

Finalmente, nos apoyamos en una estratigrafía del


Villafranquiano fundada en gran parte en la paleontología
animal. En esa serie aparecen las industrias humanas, y
es demostrable su evolución hacia las bifaces y
hachuelas del Paleolítico inferior clásico; pero en ninguna
parte tenemos estructura arqueológica y, por
consiguiente, marco paleoetnológico, como en Tanzania
(Olduvai), Kenia y Etiopía.
LAS INDUSTRIAS ACHEULENSES

Después del Simposio de Burg Wartenstein (1965) y del


Congreso Panafricano de Prehistoria, de Dakar (1967),
en el término «Acheulense africano» se agrupa a todo el
Paleolítico inferior, lo que en Europa occidental
corresponde al Abbeviliense y al Acheulense, pero
también al «Clactoniense» y al «Levalloisiense», ambos
tan discutidos. El Acheulense es muy abundante en
Marruecos y, clasificadas las estaciones actualmente de
superficie, se presenta en tres tipos de yacimientos
bastante particulares:

a) Los yacimientos en relación con el Cuaternario litoral,


continental e incluso marino. Este es el caso, en
concreto, del Marruecos atlántico, donde P. Biberson ha
podido proponer una secuencia acheulense partiendo de
cantos manipulados de la Pebble Culture del Pre-
Acheulense y acabando en el Paleolítico medio
(Ateriense). Por razones que competen a la morfología
litoral, Argelia no está tan favorecida. Sin embargo, se
han observado algunos «yacimientos» en la costa kabila
(Djidjelli) y cerca de Annaba (Bonet). Yo no conozco
ningún yacimiento acheulense de ese tipo en el litoral
tunecino.

b) Los yacimientos de aluviones fluviales o lacustres. Los


primeros son infinitamente más escasos y pobres que en
Europa, y sus relaciones estratigráficas y paleontológicas
son con mucha frecuencia muy imprecisas. Este es el
caso de numerosos yacimientos marroquíes (oued
Mellah) y argelinos: Ouzidane (cerca de Tlemcen),
Champlain (cerca de Medea), Tarada (Oued Sebaou),
Mansourah (Constantina), Clairfontain (N. de Tebessa),
S'Baikid y, sobre todo, El-Ma El-Ahiod (S. de Tebessa); y
en Túnez, el Acheulense de Redeyef (Gafsa). Apenas se
pueden citar yacimientos en las orillas de lagos, tan
extraordinarios en el África oriental (por ejemplo, el de
Olorgesailie, en Kenia). Está el lago Karar (Tlemcen), con
excavaciones demasiado antiguas y mal realizadas por
M. Boule, y Aboukir (Mostaganem), aun mal conocido. Un
solo yacimiento emerge de esa imprecisión, el de Sidi Zin
(Le Kef, Túnez), donde está situado un nivel con
hachuelas entre otros dos con bifaces y sin hachuelas.
En cambio, es obligado citar el Acheulense relacionado
con los depósitos lacustres desde Mauritania hasta Libia.

c) Los yacimientos relacionados con antiguas fuentes


artesianas. Parece que éstas atrajeron a los hombres
desde el Acheulense hasta el Ateriense. En primer lugar,
tal es el caso de Tit Mellil (Casablanca) y de Ain Fritissa
(sur de Oujda), en Marruecos; y del «lago Karar», ya
citado, en Argelia, así como de Chetnia (Biskra), del que
casi no se conoce nada, y, sobre todo, de Ternifine
(Mascara). Sólo este último ha sido objeto de
excavaciones recientes (1954-1956) y sistemáticas,
confiadas por Argelia al profesor C. Arambourg. Todavía
no hay que hacerse muchas ilusiones: la industria tiene
un interés extraordinario, la fauna es de una riqueza
prodigiosa, y allí es donde se descubre al Atlántropo;
pero la estratigrafía de ese bello yacimiento plantea
problemas, lo .que deja demasiado abierto el abanico
cronológico en que se inserta el conjunto de los
documentos, aunque tal vez la naturaleza misma del
yacimiento y de las arenas removidas sin cesar por las
corrientes artesianas no permitía el establecimiento de
una cronoestratigrafía. Esto no está demostrado. El
estudio del utillaje parece probar que no se trata de
talleres de talla, sino más bien de puestos de caza.

El Acheulense magrebino y sahariano no es


fundamentalmente diferente del definido en otros tiempos
en Francia. Los métodos de análisis (Bordes, 1961, y
Baulot, 1967) no revelan la originalidad básica de las
bifaces. Lo mismo ocurre con los triedros. La existencia
de fragmentos y de una pequeña industria, en Ternifine
por ejemplo, no tiene nada de chocante. La utilización del
percutor blando sólo aparece al final de Acheulense
anterior (talla o retalla): una sola pieza está comprobada
en Ternifine (bifaz). Se ve también aparecer la «cuchilla»
en el desprendimiento del extremo distal de los triedros.
La principal originalidad, subrayada desde hace mucho
tiempo, es el lugar alcanzado por las hachuelas a partir
de un fragmento. Abusivamente se ha querido ver en
ellas una herramienta (especie de destral) estrictamente
africana. En efecto, no siempre está presente en el
Acheulense de Africa (es desconocida en el admirable
conjunto de El-Ma el-Abiod, por no citar más que un caso
argelino); en cambio, existe en el Cercano Oriente y en la
península indostánica. Su presencia en España (río
Manzanares, cerca de Madrid), y su paso por los Pirineos
han llevado a H. Mimen a reconsiderar muy
recientemente (1975) el problema del paso del estrecho
de Gibraltar mucho antes de la navegación neolítica. Y
concluye con la existencia de un istmo favorecido por los
altos fondos, hecho practicable en el curso de las
regresiones rissinianas.

A J. Tixier se le debe el más completo análisis tipológico


de las hachuelas magrebinas. Dos comprobaciones son
de capital importancia. La primera es la aparición del
método «Levallois» de corte, desde el Acheulense
anterior, que conducirá a la increíble profusión de las
hachuelas llamadas de Tabelbalat-Tachengit (Sáhara
argelino occidental). La segunda es la técnica del
«fragmento-núcleo», que permite obtener fragmentos con
dos caras de fragmentación opuestas, determinando un
contorno cortante perfecto (técnica de Kombema, en el
Africa meridional). ¿Es África la que transmitió métodos
tan elaborados a Europa, donde al menos aquélla
desempeña un papel considerable antes del Paleolítico
medio? La definición de Acheulense siempre ha sido de
orden arqueológico. Las industrias de bifaces cubren dos
glaciaciones (Mindel-Riss), el interglacial que las separa y
los interestadios que las dividen. Un paralelismo lo ha
intentado P. Biberson con las transgresiones y
regresiones marinas: Amiriense = Mindel, Anfatiense =
Riss, Tensiftiense = Riss. Esas correlaciones son siempre
hipotéti-cas. Es muy sostenible una prolongación en el
interglacial Riss-Würm.
A falta de dataciones absolutas, debemos apoyarnos en
la paleontología. La fauna ve desaparecer sus
componentes retrasados del Villafranquiano superior y se
convierte en la «gran fauna chadozambeziana», como la
calificaba C. Aram-bourg. Todavía no conocemos la
microfauna de Ternifine, ni la flora.

El atlántropo de Ternifine, como los de Marruecos —H.


de Rabat, de Sidi Abderramán (Casablanca)—, pertenece
al Horno Erectus. Esos pitecántropos, por otro lado más
próximos'a los sinántropos de Pekín, sólo pueden ser
situados en una cronología con gran imprecisión: al
menos de 4 a 500000 años parece la hipótesis más
sostenible. Esos hombres, además, dominaron el fuego y
quizás tuvieron un lenguaje rudimentario. El Magreb no
nos aporta nada en esas materias.

MUSTERIENSE-ATERIENSE

En 1955 escribí que dudaba de la existencia de un


Musteriense autónomo en el norte de África. El doctor
Gobert me ha reprendido severamente, y tenía razón.
Posteriormente (1965) he matizado bien mi postura
primera; pero eso no resolvía el problema: el Musteriense
estaba simplemente desplazado. Sin duda alguna,
existían yacimientos realmente musterienses en el
Magreb, aunque situados en unas condiciones
geográficas inverosímiles, tan contrarias como puedan
ser a toda concepción de etnia prehistórica: seis
yacimientos fuera de discusión en Túnez: Sidi-Zin (El
Kef), Ain Mhrotta (Kairuán), Ain Metherchem (Dj. Cha
mbi), Sidi Mansur de Gafsa, E1-Guettar (Gafsa) y Oued
Akarit (Gabes); uno sólo en Argelia: Retaimia (Valle del
Chéliff); tres en Marruecos: Taforalt (Oujda), Kifan bel
Ghomari (Taza) y Djebel lrhhoud (Safi); y ninguno en el
Sáhara. Ahora bien, los yacimientos premusterienses o
postmusterienses se encuentran por centenares. Eso no
refleja el estado de las investigaciones, porque el
descubrimiento del Musteriense era una preocupación
esencial de los prehistoriadores formados en Francia,
donde aquél abunda; como también en las penínsulas
ibérica e italiana, desde Gibraltar, por ejemplo. Hay 800
km. desde Sidi Zin (El Kef) hasta Retaim-mia, 360 desde
ese yacimiento a la gruta de Taforalt, y 700 más para
llegar al Dj. Irhoud, Y, sin embargo, se trata de un
Musteriense perfectamente caracterizado, asimilable a
las facies europeas, en particular al corte Levallois. Y en
las dos extremidades geográficas tenemos el testimonio
de los «hombres»: los Neandertalianos del Djebel Irhout y
el monumento ritual más antiguo conocido, el «cairn» o
«Hermaion» de EI-Guettar, del que sólo la cima emergía
de la fuente, a la que sin duda estaba consagrado.
Excepto el Oued Akarit, ningún yacimiento musteriense
indiscutible está próximo al litoral, Pero ¿dónde estaban
entonces las orillas del golfo de Gabes? El Musteriense
magrebino no ha podido venir más que del este. Pero lo
más notable es que ese Musteriense conoció muy pronto
una evolución original: se ha transformado in situ en
«Ateriense». Aplicando con rigor las reglas de
clasificación geológicas, por «los fósiles más recientes»,
había yo considerado como Ateriense a esos yacimientos
con industria del Musteriense, donde se encontraba una
punta pedunculada ateriense (El-Guettar, Ain
Metherchem, etc.). No creo que eso fuese una prueba de
contemporaneidad de los Musterienses y los Aterienses;
pienso que el Musteriense del Magreb ha experimentado
una muta-ción diferente de la evolución de todos los
demás musterienses. J. Tixier ha mostrado que no se
trata de una añadidura de puntas o de raspadores
pedunculados, sino de una transformación de una
treintena de formas musterienses en formas aterienses
por la talla de un pedúnculo basilar.

PALEOLITICO SUPERIOR Y EPIPALEOLITICO

Cualquiera que hayan podido ser las prolongaciones


aterienses en el Sáhara es distinto lo que ocurre en el
Magreb. Es inútil escribir aquí la historia de la demolición
de las hipótesis de R. Vaufrey, que fueron autoridad
durante décadas. Sin duda, es preferible recordar los
conocimientos actuales, que se organizan en torno a
cuatro ideas fundamentales: — el Iberomorusiense, que
yo había propuesto ya separarlo del Capsiense por
razones antropológicas y paleoetnológicas, es mucho
más antiguo de lo que se creía. Es contemporáneo del
Magdaleniense francés y, por consiguiente, constituye
una civilización del Paleolítico superior; — la controversia
sobre el Horizon Collignon, que enfrentó a R. Vaufrey con
el doctor Gobert y conmigo, está cerrada: esa industria de
láminas, más próxima al Iberomorusiense que al
Capsiense, es muy anterior a este último; la distinción
establecida por R. Vaufrey de un Capsiense «típico»
rematado con un Capsiense «superior», o
«evolucionado», cede el puesto a un bosquejo de las
industrias capsienses, apoyado en un mayor número de
fechas radiométricas que no todas alcanzan cohesión; —
el «Neolítico de tradición capsiense», creado por R.
Vaufrey sobre bases muy estrechas y, sin embargo,
extendido por él mismo a una gran parte de África, debe
ser reducido a sus dimensiones originales y ceder las
inmensidades indebida-mente conquistadas a otras
muchas facies de la neolitización africana.

EL IBEROMORUSIENSE

La vieja definición de Pallary (1909), aún citada, no es ya


aceptable. Pallary había insistido mucho en el profusión
de una técnica, la del borde abatido de las láminas, que
distinguía a casi todo el utillaje lítico. Habrá que esperar
los análisis minuciosos tipológicos de J. Tixier pára
sustituir un conjunto de formas precisas con una técnica
global, lo que había sido más o menos expresado por
ciertos prehistoriadores, en particular por el doctor Gobert
en Túnez. La continuación de las excavaciones por E.
Saxon en los yacimientos de Tamar Hat (cornisa de
Bejaia, Argelia) ha permitido obtener fechas isotópicas
muy altas y comprender mejor a esos cazadores de
musmones, habitantes de las cuevas litorales separadas
del mar por pantanos y una plataforma continental
emergida, rica en mariscos. El Iberomorusiense es, en
efecto, una civilización litoral y de colinas que, sin
embargo, conoce penetraciones continentales, la menos
discutible de las cuales es el yacimiento de Columnata
(Tiaret, Argelia). la costa del sahel tunecino aparezcan
muy vacías.

LAS FACIES CAPSIENSES

La «serie capsiense» ha sido la pieza maestra de las


hipótesis de R. Vaufrey : Capsiense «típico» - «superior»
- «de tradición capsiense». Aunque esa estructura
simplista es atacada con razón, fundándose
particularmente en numerosas fechas:-adiométricas, hay
que reconocer que el conocimiento del conjunto no ha
dado os progresos esperados desde hace 20 años. El
resultado de las excavaciones en los «caracoleros» no ha
encontrado aún el medio de reconocer las estratigrafías
ni las estructuras arqueológicas, con muy pocas
excepciones. Durante el tiempo que los numerosos cortes
no permitan observar las superposiciones de las diversas
facies capsienses, la contemporaneidad y las secuencias
se fundarán en las fechas C14, lo que no vale nunca una
buena estratigrafía.

La superposición capsiense superior-capsiense típico que


ha sido establecida en varios puntos sigue siendo el
punto de partida de toda clasificación. En ambos casos,
los yacimientos son montones de desechos, que mezclan
cenizas y piedras quemadas, conchas de caracol por
centenares de millares, huesos de animales consumidos
por el hombre, su industria laica y ósea, objetos de
adorno y arte mobiliario, restos humanos, etc. Es posible
imaginar que se trata de chozas que han producido esos
montones de desechos, quizás cabañas de cañas sujetas
con arcilla, si hemos de creer una observación,
desgraciadamente demasiado antigua, hecha en la región
de Khenchela (Argelia oriental). La industria laica del
Capsiense típico es de una calidad generalmente muy
bella. Los buriles de ángulo truncado alcanzan un lugar
excepcional. Menos numerosas, pero tan características,
son las grandes láminas de borde abatido, llamadas a
veces «cuchillos», con canto frecuentemente de color
ocre. Las láminas de borde abatido representan de 1/4 a
1/3 del utillaje lítico, obtenidas a veces reto-cando
recortes de buriles («púas rectas» de Gobert). Existen
rnicroburiles, que no provienen, como en el
Iberomorusiense, de la fabricación de las «puntas de la
Muilah», sino de la de auténticos microlitos geométricos
(trapecios, triángulos escalenos).

La industria ósea es pobre. El Capsiense típico sólo es


conocido en una zona bastante bien delimitada, a una y
otra parte de la frontera argelinotunecina, más al sur que
al norte del paralelo 35'. Sólo cubriría el VII milenio, si
hemos de creer las dataciones radiométricas. Por tanto,
estaría en esa misma zona, contemporánea del
Capsiense «superior», lo que es contrario a las
estratigrafías conocidas.
NEOLITIZACION Y NEOLITICOS

La visión que se podía tener del Neolítico en el norte de


África ha sido, desde 1933, ordenada, sistematizada y
uniformada por R. Vaufrey. Su «Neolítico de tradición
capsiense», que se extiende rápidamente al Magreb
entero, al Sáhara y a una parte del África sudsahariana,
fue admitida de modo tan general que las siglas «N. T.
C.» se hicieron de uso corriente. Sin embargo, el doctor
Gobert y yo mismo hemos expresado fuertes reticencias
sobre el carácter artificial de esa construcción trazada por
un proceso de adiciones sucesivas, cuyo conjunto nos
parece inconexo.

De hecho, no habíamos comprendido la gestión


intelectual de R. Vaufrey. Porque había tomado como
lugar de referencia el yacimiento de la Meseta de Jaatcha
(Túnez), es muy pobre. En su tesis (1976), G. Roubert
expone el desarrollo del pensamiento de R. Vaufrey. No
es el Neolítico en sí lo que le interesa; él solamente
quiere mostrar el mantenimiento de una «tradición
capsiense» que se atenúa progresivamente en su
extremo, alejándose de sus fuentes. El Neolítico ya es así
tan sólo un fenómeno del Capsiense. La extensión
prestada al N. T. C. va a justificarse por el transplante de
elementos culturales considerados como neolíti-cos, lo
que conduce a una concepción «tipológica» de aquél, no
tiene en cuenta lo que sobrepasa y explica las
revoluciones técnicas: el cambio de género de vida. En
realidad, tanto menos se ha llegado a un estadio neolítico
de tipo de vida cuanto que la tradición capsiense es más
vivaz. Y los armazones de tiro, «puntas de flecha», tan
abundantes en el Sáhara, no hacen más que testimoniar
la prolongación de un tipo de vida de cazadores
depredadores que no se podría calificar de neolítico.

En esas condiciones, hay que colocar al Neolítico de


tradición capsiense en los límites de su zona original. Es
lo que ha hecho C. Rouber, fundándose en sus
excavaciones de la Cueva Capeletti (Aurés, Argelia).
Junto a la indispensable tipología, el lugar de la ecología,
es decir, el conocimiento del medio en que vivían los
hombres se hace esencial. Así, se puede definir una
economía pastoril preagricola, trashumante, que no es el
final de la prehistoria, sino el punto de partida de la actual
civilización de montaña de los ghauia del Aurés,
pequeños pastores de ovejas y de cabras. Existen, pues,
otras muchas formas de neolitización del Magreb además
del N. T. C., stricto sensu, entre el V y el II milenio antes.
de la era cristiana. En primer lugar, las regiones que
quedaron fuera del Capsiense han conocido una
evolución original que tiene dos características
esenciales: suceder al Iberomorusiense y estar muy
pronto en relación con la Europa mediterránea; y esto
desde el V milenio. El problema de la navegación está
efectivamente planteado desde entonces. Independientes
por completo de toda tradición capsiense, hay varias
facies litorales del Neolítico que atestiguan esos
contactos con Europa por su
cerámica y por las importaciones de obsidiana. Eso es
igualmente verdad para el litoral atlántico de Marruecos.

En cambio, el Neolítico de tradición capsiense no puede


ser ampliado, como querría G. Camps, al Sáhara
septentrional; y menos aún al Sáhara más meridio-nal, el
del arte rupestre del Ahaggar y del Tassili-n-Ajjer. Sin
embargo, la asociación del arte rupestre y del Neolítico,
propuesta por R. Vaufrey, sigue siendo muy válida, por
discutible que sea la atribución al Neolítico de tradición
capsiense. Todavía no se trata más que de una serie de
obras grabadas, siendo la otra de edad protohistórica.
Esas primeras obras de estilo naturalista no podrían ser
referidas ni a Europa ni al Sáhara; su origen hay que
buscarlo en la neolitización capsiense, pero la articulación
«Industria-Arte» está aún por probar.

Así, la prehistoria magrebina confiesa sus debilidades,


por ricos que sean sus testimonios. Sólo importantes
excavaciones como se realizan hoy la harán progresar.

EL ARTE PREHISTORICO AFRICANO

J. KI-ZERBO

Desde que el hombre aparece, existen herramientas,


pero también una producción artística. Horno faber, horno
artifex. Eso es cierto en la prehistoria africana.

Desde hace milenios, las reliquias prehistóricas de ese


continente están sometidas a degradaciones debido a los
hombres y a los elementos. Los hombres, desde la
Prehistoria, han perpetrado a veces destrucciones con
una finalidad de mágica iconoclastia. Las colonias civiles
o militares, los turistas, los buscadores de petróleo y los
propios autóctonos se entregan siempre a depredaciones
y «saqueos descarados» de los que habla L. Balout en el
prólogo del folleto de presentación de la exposición «El
Sáhara ante el desierto»

En general, el arte prehistórico africano enriquece al


África de las altas mesetas y de los macizos, mientras
que el África de las altas cadenas, de las hondonadas y
de las cuencas fluviales y forestales de la zona ecuatorial
es incomparablemente menos rica en ese aspecto. En los
sectores privilegiados, los yacimientos están localizados
principalmente en el nivel de los acantilados que forman
los rebordes de las tierras altas, sobre todo cuando
dominan las vaguadas de ríos actuales o fósiles. El África
sahariana y !a austral constituyen los dos centros
principales. Entre el Atlas y el bosque tropical, de una
parte, y el mar Rojo y el Atlántico, de otra, centenares de
.cimientos que han sido localizados encierran decenas o
quizás centenares de —linares de grabados y pinturas.
Algunas de esas moradas son hoy día mundialmente
conocidas gracias a los trabajos de los prehistoriadores
franceses, italianos, anglosajones y, cada vez más,
africanos: en Argelia, en el Sudán oranés, en el Tassili-
n'Ajjer (Jabbaren, Sefar, Tissukai, Yanet, etc.), al sur de
Marruecos, en Fezzan (Libia), en el Air y el Teneré
(Níger), en el Tibesti (Chad), en Nubia, en el macizo
abisinio, en el Dhar Tichitt (Mauritania), en Mosamedes
(Angola). El segundo epicentro importante está situado
en el cono meridional de Africa, entre el océano Indico y
el Atlántico, tanto en Lesotho como en Botswana, Malawi,
Ngwane, Namibia y República Sudafricana,
singularmente en las regiones de Orange, Vaal y
Transvaal, etc. Allí las pinturas están bajo refugios
rocosos, y los grabados a cielo abierto. Las cuevas, como
la de Cango (El Cabo), resultan excepcionales. Son
escasos los países en que vestigios estéticos, a veces no
prehistóricos —es cierto, no han sido descubiertos. La
prospección dista mucho de haberse acabado.

¿Por qué esa floración en desiertos y estepas? En primer


lugar, porque en esa época no existían tales desiertos ni
estepas. Después, el hecho de que se hayan convertido
en lo que son los ha transformado en conservatorios
naturales, gracias a la sequía misma del aire, puesto que
se han descubierto, en el Sáhara por ejemplo, objetos
que han permanecido in situ desde hace milenios. Y ¿por
qué•en las orillas de los valles, atravesando los macizos?
Por razones de hábitat, de defensa y de
aprovisionamiento de agua y de caza. Por ejemplo, en-el
Tissili arenisco moldeado en torno al núcleo cristalino de
los montes del Hoggar y que domina el sur por un
acantilado de 500 metros, las alternancias de frío y calor,
sensibles sobre todo al ras del suelo y combinadas con la
acción de las corrientes de agua, han vaciado la base de
las rocas en tejadillos y refugios grandiosos que
dominaban las vaguadas de los ríos. Uno de los ejemplos
más llamativos es el refugio bajo roca de Tin Tazarift. Por
otro lado, las rocas areniscas han sido cinceladas y
perforadas por la erosión eólica en galerías naturales
rápidamente explotadas por el hombre. Tal es el marco
de vida trazado con tanta fidelidad y vigor por las obras
maestras del arte parietal africano.
África. Su pasado, su presente y su porvenir, Walbert
Buhlmann

LOS TIEMPOS PREHISTÓRICOS

Hay un África hundida. Durante mucho tiempo nada se


sabía de ello África parecía bajo todos los aspectos un
continente joven. Pero en las últimas décadas se han lle-
vado a cabo excavaciones que nos sumergen en las in-
mensidades del pasado. El explorador alemán Reck des-
cubrió en 1913, en Tanganica., un esqueleto fósil
colocado en cuclillas, que, después de largas
discusiones, se supone remonta a fines de la última
época glaciar, es decir hacia unos 25.000 años a.C.
L.S.B. Leakey encontró en Ka-nam y Kanjera trozos de
maxilares y de cráneos que denotan la presencia del
homo sapiens en África en el pleistoceno antiguo y
medio. 'Son también conocidos los yacimientos de
Boskop y Springbok (Transvaal), Cape Flaks (ciudad de
El rabo), Taungs (Betshuanalandia). Etc. El mencionado
Leakey halló en la isla Rusinga del lago Victoria, en el
fondo de una fosa de 1000 metros de profundidad, un
maxilar inferior de un homínida, al que se llamó Proconsul
Africanus, estimándose su edad en unos 20 millones de
años.

Estos hallazgos atrajeron el interés de los paleontólo-gos


sobre África y va cundiendo entre los 'especialistas de
gran renombre la idea de que en el estado actual de la
ciencia — los nuevos descubrimientos pueden
naturalmente echar por tierra esta hipótesis — África
encierra los más antiguos vestigios humanos y puede,
por lo mismo, llamársele con bastante probabilidad la
cuna de la humanidad.

El profesor Leakey, conservador del museo Corindon de


Nairobi, el padre Breuil del Collége de France, los
profesores Van Riet Lowe, de la Universidad de
Johannes-burg, y Arambourg del Musée de París creen
probable que en África se logre descifrar el problema del
origen del hombre. El profesor Arambourg escribe: «Las
excavaciones llevadas a cabo en África durante estos
últimos 25 años, constituyen la aportación más
importante a los nuevos conocimientos de la
paleontología humana... Este nuevo acopio de hechos
materiales ha obligado a desprenderse totalmente de las
teorías antiguas y ha colocado inespe-radamente a África
en el primer plano de la historia de los orígenes
humanos... África nos parece la región del mundo donde
se encuentran los más antiguos vestigios de la
humanidad.»

El profesor Van Riet dijo: «Como prehistoriador veo al


hombre desarrollarse lentamente desde sus orígenes, en
que África tenía un clima uniforme, hasta que, después
de milenarios avatares, emigra a Europa por el norte, a
Asia por el este y a El Cabo por el sur, hace ya más de
un millón de años.» No sólo podemos encontrar en África
la cuna de la humanidad sino también el primer taller del
hombre. En estratos geológicos más antiguos que en
cualquiera otra parte, se encuentran en África sílices
tallados para perforar, cortar y machacar diversos
objetos, es decir, instrumental de trabajo. Más aún. No
sólo el hombre artesano, el horno faber, sino también el
artista, horno artifex, ha podido tener en África sus
primeras inspiraciones y haber realizado sus primeras
obras. En el norte, este y sur de África encontrarnos
frescos rupestres, a] aire libre y en cavernas, mucho más
numerosos y hermosos que los que se ven por el sur de
Francia y el norte de España. Muchas de estas pinturas
pueden pertenecer a épocas recientes, pero otras son
ciertamente del neolítico y aún anteriores. Han llamado
poderosamente la atención estos últimos años las
pinturas halladas en el terreno montañoso de Tasili, en el
Sájara argelino, a 2500 kilómetros al sur de Argelia. Los
artistas prehistóricos dejaron innumerables pinturas en
las paredes y techos de las cuevas y en la roca al aire
libre. Henri Lhote hizo en 1956, después de una
penosísima, expedición, el inventario más completo hasta
ahora de estos tesoros artísticos, custodiados por
serpientes pitones y escorpiones. Los motivos son
principalmente cinegéticos. Con jabalinas de madera,
flechas y arcos se enfrentan los cazadores a animales
que hoy no se encuentran más que en las sabanas y
florestas de la región ecuatorial húmeda. Rebaños de
ganado son el motivo de otros frescos. Una de las
pinturas más hermosas representa la danza de la diosa
de la fertilidad: entre los dos largos cuernos que adornan
su cabeza, florece un campo de trigo y el fruto cae
desgranándose por delante de la diosa. Entre los temas
cinegéticos no falta el de la caza del hipopótamo. Todo
esto es indicio de que en otro tiempo fue el Sáhara una
tierra feraz, así como los hallazgos de raspas de peces y
de huesos de elefantes, filies y otros animales son
también indicios de esa misma feracidad durante el
paleolítico inferior.

Lhote distingue en las pinturas por lo menos dieciséis


estilos. Cuadros de períodos diferentes se hallan con fre-
cuencia yuxtapuestos y superpuestos — hasta doce
estratos —. Los más antiguos, a los que Lhote atribuye
más de 8000 años, ofrecen analogías chocantes con el
arte de los negros. Los posteriores acusan influencias
egipcias, asirias, creto-micénicas e incluso griegas. Estos
cuadros son un testimonio del ocaso de las civilizaciones
y de los pueblos. Hacia el año 3000 a.C., en los albo-res
de la historia, el 'Sájara se habrá tornado árido y estéril.
El verde Sájara se había convertido en desierto.

B. LA ANTIGÜEDAD

¿Quiénes fueron los hombres primitivos? No lo sa-


bemos. Eran trashumantes; fueron sepultados. Los crá-
neos desenterrados no permiten dar un juicio sobre el co-
lor de la piel de aquellos hombres. Dirijamos, pues,
nuestra problemática al hombre que vive actualmente en
África. ¿Cuándo y de dónde vino a África? ¿Cómo vivió
durante milenios? Bien poco sabemos también sobre
esto. El «gran drama del pensamiento africano», como se
le ha llamado, es que África inventara las artes humanas,
pero no la escritura Po-demos sacar ciertas conclusiones
sobre el pasado a partir de algunas vagas tradiciones
orales y del estado actual de las cosas. Al «África
hundida» sigue durante milenios el «África oscura». Hace
unos años se creía que ]os negros bantúes vinieron de la
Indonesia y penetraron en África por Madagascar,
siguiendo el curso del río Zambeze. Hoy se considera
preferible la hipótesis de varias olas humanas que
invadieron el continente por las costas del nordeste. Los
que hoy calificamos nosotros de «negros» forman un
conglomerado de tipos muy distintos y de culturas
también variadísimas.

LA ETNOLOGÍA

La cultura más antigua que todavía hoy reina, la en-


contramos entre los pigmeos. Son gente de baja estatura
(no alcanzan el promedio de 150 centímetros), que se
hallan aún hoy diseminados en las selvas vírgenes del
antiguo Congo Belga y en el África Ecuatorial Francesa.
Viven de los frutos y plantas silvestres y de la simple
caza. No construyen chozas firmes, sino a lo sumo una
especie de parapetos contra el viento. En medio de su
vida frugalísima se sienten contentos, son hábiles e
inteligentes y están a un nivel moral y religioso
sorprendente'. Se supone que los pigmeos 'estaban en
otros tiempos mucho más esparcidos por África y que las
sucesivas invasiones de pueblos los relegaron a la región
de las selvas vírgenes.

Los bosquimanos del África del -Sur son los más puros
representantes de la cultura de los pueblos cazadores de
las estepas euroafricanas. Algunos investigadores los
emparentan muy estrechamente con los pigmeos, porque
son bajos de estatura y tienen como los pigmeos muchos
rasgos que les diferencian absolutamente de la raza
negra.

Son propiamente culturas negras la matriarcal de los


bantúes y la antigua nigrita. La primera abarca más o
menos todo el triángulo sur del continente. La mujer cui-
da de la agricultura y tiene cierta prestancia y rango so-
ciales. La herencia se transmite por línea materna.
Poseen un ritual muy complicado para la presentación en
sociedad de las muchachas, ocupando el primer plano las
ideas de la fecundidad y de la generación: la fertilidad de
la tierra y larga postelikiad. Es típica de esta cultura la
choza cuadrangular. Conoce también una cerámica bien
desarrollada. No raras veces se disfrazan los hombres
con caretas y máscaras femeninas.

La cultura antigua nigrita radica en el Sudán. Es pa-


triarcal. El padre, patriarca, está al frente de la gran fa-
milia. La agricultura corre casi completamente a cargo del
varón. Las chozas son cilíndricas con el techo cónico. Los
representantes de esta cultura son negros fornidos y de
color azabache, mientras que los bantúes son pequeños
y de piel más clara.

Los hamitas, altos y de piel morena, que se dedican a la


ganadería, tienen a su vez una cultura muy peculiar;
levantan chozas en forma de panal, tienen una
organización militar severa, etc. Son representantes
típicos los masai, galla, etc.
Los pueblos pastores penetraron por el nordeste y
llegaron hasta el sur, se establecieron entre los negros de
la región y son hasta hoy la casta dominante. En Uganda,
Ruanda-Urundi por ejemplo, pueden distinguirse neta-
mente tres estratos en la población: los batwa (pigmeos),
los bahutu (agricultores), los batutsi (pastores). Las últi-
mas insurrecciones de Ruanda hacen ver que los bahutu
no están dispuestos a dejarse dominar en el futuro por los
batutsi. Está todavía por implantarse el principio igua-
litario entre las antiguas castas de señores y de esclavos.
En el Sudán encontramos además la cultura neo-
sudanesa que se levantó sobre la antigua nigrita y llevó
hace siglos a la formación de aglomeraciones urbanas.
Lo mismo su-cede en Rodesia. Las demás culturas
mencionadas tampoco quedaron estacionadas sino que
emigraron África hasta el presente ha vivido en la época
de las transmigraciones de los pueblos enriqueciéndose
al contacto con otras, y dando origen a ulteriores
desarrollos. Por eso, es raro encontrar hoy culturas de
tipo puro. Sólo cabe discernir en las «distintas provincias
culturales» los elementos predominantes de una y otra
cultura.

LA LINGÜÍSTICA

Más variados que las culturas son todavía los idiomas.


Cada raza vivía con bastante independencia y
aislamiento, formándose un número de lenguas
extraordinario. Comencemos por las del sur. Junto al
inglés y al afrikaans (lengua de los bóers) de los blancos,
se habla en África del Sur el idioma khoisan, de los
hotentotes (que se llaman a sí mismos khoini = hombres)
y los bosquimanos. Esta lengua se caracteriza por sus
sonidos chasqueantes (clics), que son múltiples y difíciles
de pronunciar para el extranjero y de todo punto
necesarios para evitar malentendidos fatales. Por lo
demás, en todo el triángulo sur del continente se hablan
idiomas bantúes, que forman la familia lingüística más
unitaria de todo el África negra. En todos estos idiomas
se emplean las palabras watu, wandu, hantu, etcétera (=
hombres), razón por la que Bleek llamó a este grupo
'«lenguas bantúes». Predominan en ellas los sonidos
vocales y disponen de pocas consonantes. Esto hace que
sean sonoras y armoniosas. Pertenecen a las lenguas
«aglutinantes», por abundar de prefijos, infijos y sufijos,
que modifican el sentido de las palabras o afectan
también a toda una construcción gramatical. Como nues-
tras lenguas románicas, dentro de la unidad lexicográfica
y gramatical, son muy variados los vocablos componen-
tes. Es muy difícil trazar la línea de demarcación entre los
dialectos y los idiomas'. Ocurre, en efecto, que en un
ámbito relativamente pequeño se hablen diez o más idio-
mas y dialectos, lo que origina grandes dificultades para
formar una prensa y literatura patrias. Las lenguas del
Sudál y de Guinea son todavía más diferenciadas. Las
palabras son en general monosilábicas, llamándoselas
aislantes, porque se yuxtaponen sin flexiones ni
declinaciones, Tiene gran importancia la tonalidad
musical. La misma palabra sirve para designar el singular
o el-plural, la afirmación o la negación, según que el tono
sea más alto o bajo. El tono puede incluso cambiar com-
pletamente el sentido etimológico o el radical de una mis-
ma palabra. Por ejemplo en el ewe: ha puede, según el
tono, significar «cerdo» o «comunidad», y el compuesto
ha-vi significará respectivamente «lechón» o «miembro
de la comunidad». Tsi puede significar «atar», «agua»,
«relieves» o «sopa». Se distinguen hasta 16 grupos
lingüísticos, constando cada grupo de 10 a 60 idiomas.
•Se calculan que las lenguas de esta región son unas
500. Nos quedan finalmente las lenguas hamito-
semíticas. El árabe y el etíope son idiomas semíticos, y
pertenecen a la familia hamita (que procede desde luego
de la semita y de otros lenguajes no semíticos anteriores)
el egipcio, el bereber y el kushita (empleado este último a
lo largo del mar Rojo y en la Somalia). Se han emitido
diversas opiniones sobre las lenguas africanas. Se ha
dicho que no son en general de sonido articulado. Pero
cuanto más a fondo se las ha ido estudiando, tanto más
valor se les ha concedido. Dijo con razón Drexel «que los
idiomas primitivos no son en general morfológica y
materialmente pobres; son, sí, lenguas de los primitivos,
pelo no se les puede llamar propiamente lenguas
primitivas». M. Marriet llega incluso a decir que no se
ponderarán bastante las lenguas bantúes y que éstas no
dejan nada que desear al lado de los idiomas clásicos
mejor evolucionados'.
Marruecos. El color de la vida. RTVE

Azul

3.500 kilómetros de mar bordean Marruecos. En su costa


todavía se pueden encontrar innumerables playas
salvajes. El mar tiene un significado especial para los
países islámicos como Marruecos, una tradicional
interpretación de los versículos coránicos dice que Alá, el
que enseña al hombre todo lo que ignoraba tiene su trono
sobre las aguas. El mar une a los distintos confines de la
tierra, se transforma en vía de comunicación, propicia un
punto de encuentro entre civilizaciones y culturas. A
través de las aguas llegó a estas tierras Roma, que
estableció en Marruecos diversos asentamientos que
constituían unas de las bases más remotas de su
imperio. Volubilis se convirtió en una de sus principales
ciudades gracias al comercio de aceite y la extracción de
cobre, más de 20.000 personas convivían entre sus
murallas, caminaban por las vías pavimentadas
bordeadas por casas espaciosas o contemplaban las
ricas mansiones con patios decorados de mosaicos.

Sus restos arqueológicos testimonian en la actualidad la


grandeza de su pasado, interesa, no solo al especialista,
sino también al curioso por medio de las columnas, los
espacios, el colorido de sus mosaicos y de las esculturas.
Se puede rememorar y reconstruir ese mundo de arcos
triunfales, grandes monumentos, emperadores,
guerreros, un mundo de la grandeza y la esclavitud, de
conquista y comercio. Pero el mar además de nexo de
unión, provoca otras facetas. Las murallas que tienen las
aguas convierten al mar en frontera. Las ciudades del
suroeste de Marruecos, ricas en pesca, surgen como
puntos de escala en la navegación atlántica. En ellas se
comerciaba cereales, telas o caballos, siendo también el
centro de venta de los productos transahariano como el
oro o el marfil o uno de los lugares donde se traficaba con
la venta de esclavos. En esa huida se establece junto a
los habitantes autóctonos una próspera comunidad judía
que desarrolla la economía y los negocios pero la riqueza
provoca apetencias de control y dominio. Portugueses y
musulmanes se establecen, crean y destruyen
alternativamente ciudades y las urbes agotadas de tanto
desasosiego se encierran entre sus muros, fortificaciones
contra el constante asedio.

Separada de la costa atlántica por la aridez de las


llanuras y protegida por las montañas del alto atlas se
encuentra Taroudant y va rebelde durante gran parte de
su pasado, se replegó entre sus muros y desde su
encierro resistió todo tipo de conquistas. Eje de la
resistencia contra el ejército francés. Hoy sus murallas
presentan aspecto apacible que nada recuerda el
carácter indómito y levantisco que tuvieron sus
habitantes. Al pie de sus murallas se extienden
numerosos jardines que conducen a los patios de los
antiguos palacios reconvertidos hoy en hoteles
suntuosos.

Al otro lado de las grandes cordilleras, en el norte, otra


ciudad se escudó en las montañas contra los extraños.
Chaouen estuvo prohibida hasta entrado el siglo XX para
los cristianos. Arriesgarse a entrar significaba la muerte.
Dominio español durante el protectorado, se convirtió por
su tenaz defensa en símbolo de la resistencia rifeña, pero
en Chaouen no vamos a encontrar guerras, lo que
hallamos son esas pinceladas de colores que tanto
atrajeron a los pintores hacia Marruecos. Esa luz
tamizada y fundida con el azul, esas calles y plazas que
sirvieron de valiosa fuente de inspiración.

Dorado

Aunque antes de la llegada de los árabes a Marruecos ya


existían asentamientos bereberes, son estos los que
fundan las grandes ciudades desde las que podían
gobernar de manera más efectiva, el lujo y la ostentación
de sus palacios, mezquitas y edificios públicos
representaban la fuerza de su dominio, en la ciudad de
Fez hay una gran explanada de acceso al palacio del
sultán y su fachada cuidadosamente trabajada combina
el blanco con las tejas de color verde, ese color que
según Mahoma repetía, era tan beneficioso para la vista.
En Marruecos los diferentes palacios reales no pueden
ser visitados.

Las ciudades imperiales constituyen un desafío a la


imaginación, porque entrar en estas ciudades es
sumergirse en un mundo diferente. La esencia de Fez es
la medina. Dentro de ese recinto amurallado de perfecta
composición desde fuera se encierra un auténtico
laberinto de miles de calles abigarradas en el que se
esconde la luz, el ritmo y el color de la vida marroquí. En
el barrio de los curtidores, descubrimos como los unidos
edificios de la medina mezcla el carácter pintoresco con
la vida cotidiana, la estética con la realidad. El proceso de
curtido es muy laborioso, hay que preparar la piel
depilándola y desembarazando las diferencias mediante
baños de cal, luego encurtirla y darle más elasticidad a
través de los baños de agua con ácido sulfúrico y sal,
engrasarla y sumergirla en cubetas de pintura donde los
pigmentos vegetales se mezclan con cáusticos para fijar
el color.
Bibliografía

Paulme, Denise (1952), Las civilizaciones africanas,


Buenos Aires, Editorial Universitaria de Buenos Aires.

J. Ki- Zerbo, Historia General de África I, Metodología y


prehistoria africana, Tecnos/Unesco.

Buhlmann, Walbert(1964), África, su pasado, su presente


y su porvenir, Barcelona, Editorial Herder.

RTVE, Marruecos, el color de la vida.

También podría gustarte