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27-09-2018

Libertad para Jhiery Fernández


Cynthia Cisneros Fajardo
Rebelión

El caso de Jhiery Fernandez es un caso que lacera a la sociedad boliviana, no sólo por la impunidad
que se ejerce desde la institucionalidad del órgano judicial, sino también por el silencio cómplice de
instituciones que deberían ser las responsables de defender los derechos humanos de los
ciudadanos, además de la inercia burocrática institucional del aparato estatal que permite este
accionar. El problema sin embargo no se limita a las mismas instituciones per se si no que
lamentablemente involucra al gobierno actual, aún cuando éstas instituciones son autónomas
según la constitución, es una verdad de Perogrullo que obedecen a un sistema político de gobierno.
Sin embargo que sucede cuando se pretende echarle la culpa a un gobierno de una cultura
clientelar y corrupta que ha deslegitimado el Órgano Judicial no solamente los últimos años sino
que casi podría decirse, viene desde la misma fundación de la República? y que además el sistema
judicial y penal tradicional ha sido cuestionada desde los últimos años no sólo a nivel nacional sino
también a nivel mundial? .

Reconocer que es una política de gobierno que viene mostrando falencias, es necesario cuando se
trata de hablar de la construcción de un proyecto país que lamentablemente aún debe aprender a
construir una nueva institucionalidad que permita sostener en la práctica lo que se dice en el
discurso. Sin embargo implicará también reconocer que estas falencias no son exclusivas de este
gobierno sino que arrastran toda una tradición y cultura clientelar tradicional del aparato estatal.

El caso de Jhiery Fernandez es sólo uno de los tantos casos denunciados ante la Defensoría del
Pueblo sobre consorcios que involucran a importantes autoridades del sistema judicial y ante los
cuales la poca eficiencia o la inercia burocrática institucional de ésta y otras instituciones que
forman parte del aparato estatal ha permitido acrecentar los niveles de impunidad bajo el cual se
ampararon fiscales y otros operadores de justicia que ahora apelan a innumerables razones para no
sólo demostrar la decadencia de una dinámica institucional sobre la cual el órgano judicial se habría
anquilosado, sino que además justifica en los hechos la subversión del discurso del Vivir Bien bajo
la misma dinámica institucional en el Órgano Judicial cada vez más deslegitimada.

Por lo tanto si bien el actual gobierno deberá reconocer esta debilidad del aparato estatal para
poder seguir avanzando y construyendo la nueva institucionalidad, también el pueblo debe
entender que esta dinámica institucional no sólo se remite al gobierno del MAS sino que deviene de
una larga tradición de manejo del aparato estatal. El no hacerlo, desde el gobierno, será permitir a
la oposición seguir creciendo y encontrando razones para culpar a su gestión de toda una cultura y
dinámica institucional que se ha mantenido desde la fundación de la República y que llevó al país a
figurar como el subcampeón de la corrupción a nivel mundial en 1997. Desde el pueblo, significará
caer en el juego del discurso de la oposición contra el gobierno, aunque con implicancias de un
análisis subjetivo emocional, moral, tal y como sucedió en el caso Zapata, sólo que a diferencia de
éste, el caso del Bebé Alexander cuenta con elementos reales de impunidad judicial.

Reconocer esta falencia implica sin embargo, revisar algunos elementos de análisis para entender
el objetivo detrás del caso Jhiery Fernández, que actualmente es enarbolado por el Colegio Médico

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de Bolivia, y que es considerado por los mismos como una injusticia contra los profesionales de la
salud, pero también contra la población misma y a la que pretenden sumar a sus medidas de
presión, a pesar de que el ejercicio de sus medidas de presión, va contra la misma población; al
impedir a los pacientes recibir la debida atención médica con la convocatoria del paro médico a
nivel nacional. Todo este accionar va dirigido a detonar su violencia contra el gobierno y contra el
sector social más vulnerable, para motivarlo indirectamente también contra el gobierno y así
legitimar sus demandas ante el pueblo, así como su ausencia en los encuentros por la salud que
impulsa la población a través de las organizaciones sociales, para demandar una justa sanción a la
negligencia médica que hoy le toca padecer a la población en su conjunto.

Este fungir como víctimas de un sistema judicial que responde a un gobierno y no como un
problema estructural que por años ha mantenido al país en una impunidad total, justificando al
mismo tiempo, un accionar institucional totalmente arbitrario; legitimaría así cualquier violencia
contra el gobierno y la población. Pero además se debe considerar que el caso es también
enarbolado por sectores de oposición que acusan al gobierno de dictadura o fascismo y ahora de
corrupción o de ausencia de moral, ante el respaldo que éste tiene por un órgano judicial donde
campea la impunidad.

Con ello el caso Jhiery Fernández nos muestra las nuevas estrategias de desestabilización que se
vienen ejerciendo ya no sólo contra el gobierno, sino también sobre la población boliviana en tanto
los medios de comunicación exacerban el morbo con la revictimización de un menor, además que
la población debe escuchar la defensa de lo injustificable por parte de la fiscalía como si de una
novela se tratara, y debe tolerar las movilizaciones no exentas de violencia que resulten del paro
médico tal cual lo vivimos en días posteriores a la aprobación del código penal que sancionaba la
negligencia médica.

Todo esto sumado a la intromisión de grupos de jóvenes formados en ong´s que reciben
financiamiento de organizaciones por la democracia bajo una capacitación de "liderazgo y
democracia" cuyo único objetivo es formar para sembrar violencia y terror que contribuya a la
desestabilización del gobierno que va contra los intereses de la política exterior de EEUU.
Nuevamente se siembra el caldo de cultivo para generar confrontación entre los bolivianos y
deslegitimación contra el gobierno del MAS y el proceso de cambios que ha permitido a Bolivia
tener uno de los más altos crecimientos económicos de la región.

Entonces si bien el 2007 - 2008 el caballito de batalla era una demanda política en medio de una
espiral de violencia y especulación, autonomía, capitalía, para impedir la aprobación de la Carta
Magna, hoy en día se utiliza el mismo caballito de batalla, como antesala a una elección del Fiscal
General y en vísperas de las elecciones primarias de los candidatos a la presidencia, sólo que esta
vez la desestabilización es orientada a evidenciar las debilidades de la gestión de gobierno en el
manejo del aparato estatal, como si debiera atribuirse toda la culpa al gobierno de cómo ha
funcionado el sistema judicial durante todos estos años, y como ha funcionado el sistema
penitenciario sin considerar que este ha sido un problema ampliamente discutido no sólo a nivel
nacional sino a nivel mundial. Sin ir muy lejos EEUU ha debido repensar su política penitenciaria
hacia una justicia restaurativa antes que únicamente punitiva, luego que ésta hubiera quadriplicado
el número de privados de libertad además del presupuesto destinado a ésta área durante los
últimos 10 años, lo cual habría mermado el presupuesto para otras áreas vinculadas al desarrollo
del país, tales como educación y salud entre otras.

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El caso Jhiery Fernández enarbolado así por sectores de oposición interpela no sólo al órgano
judicial, sino en el trasfondo político toda una gestión de gobierno que debe ser embarrada por la
justicia que no es otra cosa que la moral sobre la cual se sostiene. Entender desde el gobierno este
problema tan sensible a la ciudadanía pasará por reorganizar la institucionalidad estatal que lo
acompaña bajo nuevas dinámicas que permitan construir un mayor control social desde el pueblo,
pero también desde las autoridades que deberán dar una solución a sus demandas en los niveles
intermedios y de dirección transparentando la gestión estatal y disminuyendo los niveles de
autoridad absoluta que se habrían fortalecido, permitiendo estos niveles de impunidad y/o
inoperatividad institucional que hoy nos toca presenciar en el Órgano Judicial.

Ciertamente es necesario que las autoridades que no cumplieron con su trabajo por omisión o
permisión sean sancionadas y que de una vez se dé solución inmediata al caso Jhiery Fernández
que a todas luces deja en evidencia estos visos de corrupción y de podredumbre institucional en el
Órgano Judicial, además de los otros casos que no reciben tanto eco mediático. Asimismo es
necesario que la institucionalidad estatal recupere su legitimidad haciendo eco de las denuncias
presentadas sobre los casos de corrupción y de consorcios que involucran a importantes
autoridades del sistema judicial para que la ciudadanía vuelva a creer en su institucionalidad y el
proceso de cambios recupere su legitimidad ante el pueblo, pero además para que realmente se
efectúe un proceso de cambios en este nivel.

En este sentido tampoco estaría demás reflexionar no sólo en una cumbre para el sistema de salud
sino también en otra para el órgano Judicial que permita rearticular la institucionalidad judicial en
un sistema donde el ejercicio de la justicia se realice con la mayor transparencia posible y donde la
población y los funcionarios tenga la certeza de que existen los medios necesarios para sancionar
cualquier conducta institucional arbitraria o que no se ajuste a la normativa vigente.

De lo contrario la percepción del pueblo hacia el gobierno va a ser construida sobre la base de
nuevas razones que refuercen la idea de un gobierno dictatorial presidencialista, inoperante y
corrupto además de tener una moral ampliamente cuestionada debido a la falta de cambio efectivo
a nivel institucional no sólo en el órgano judicial, sino también en un aparato estatal en el que éste
debería tener una mayor incidencia de forma articulada. Por lo mismo urge la construcción de una
nueva institucionalidad que permita niveles de control social e institucional que disminuyan la
cultura de impunidad y corrupción, que si bien antecede a este proceso de cambios, en lugar de
haberse erradicado por completo, se habría venido desarrollando como parte de la burocracia
institucional.

El no ver el caballito de batalla al que hoy apela la oposición y la construcción de razones que viene
tejiéndose bajo un sofisticado manejo de la tecnología mediática además del componente moral y
emocional que se le viene dando a las demandas legítimas del pueblo, va a generar una miopía
política del gobierno, efectivamente utilizada por estas grandes corporaciones tecnológicas de la
comunicación, en la desestabilización de regímenes y en la construcción de la nueva dictadura
perfecta mediática que vive Latinoamérica y que viene desestabilizando a los denominados
gobiernos progresistas de la región.

Por ello es importante darle al pueblo las herramientas necesarias para que entienda como lidiar

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con estas nuevas tecnologías de manipulación de las conciencias y desestabilización política, y no
caiga en el juego de las consignas sin fundamento o de rumores que solo reafirman viejos prejuicios
y confrontan a los mismos bolivianos en favor de los viejos partidos políticos convencionales; sino
también para que no se siga justificando un sistema judicial y penal tradicional que ha demostrado
su fracaso a todo nivel nacional e internacional y que justifica una cultura punitiva e impune sobre
la que reproduce una injusticia social que actualmente padecen los sectores más vulnerables de la
población y que por lo mismo la deslegitima ante el pueblo. Por eso también creemos necesario
que el caso del bebé Alexander que involucra al doctor Jhiery Fernández debería resolverse no sólo
bajo parámetros convencionales judiciales y penales sino también a partir de una nueva visión del
sistema judicial y penal en la que el órgano judicial se constituya en el pilar moral fundamental del
proceso de cambios que hoy vivimos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative
Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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