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LOS ALBORES DE LA HUMANIDAD

Cara a cara con la familia


de Lucy
Publicado en
NATIONAL GEOGRAPHIC MAGAZINE,
marzo de 1996

Como mensajeros de hace cuatro millones de


años, los fósiles exhumados en la región del lago
Turkana, en África oriental, ayudan a los
científicos a formarse una idea sobre la especie
cúspide entre simios y humanos. John Gurche
hizo un esbozo de homínido ”transicional”, con
muchos rasgos simiescos, bípedo y con el
cerebro pequeño. La posición erguida era el rasgo
esencial de los primeros miembros del árbol
genealógico humano. Después, con la aparición
del género Homo hace unos dos millones de
años, surgieron cerebros más grandes y una
mayor inteligencia.

Por DONALD. C. JOHANSON


Fotografías de ENRICO FERORELLI
lustraciones de JOHN GURCHE DAVID L. BRILL
Colinas encantadas

Mosaico de arenas sueltas, lodos y ceniza volcánica de hace millones de años, las yermas
tierras de Hadar cuentan con algunos de los yacimientos de fósiles más ricos del mundo, de
difícil acceso para los buscadores etíopes, que usan bastones para mantener el equilibrio y
remover piedras y huesos de animales con objeto de hallar restos de homínidos. La mayoría
de los miembros del equipo son hombres de la tribu afar procedentes de Elowaha, una aldea
del norte. “Una far puede descubrir el diente de un homínido en pie y con el sol reflejándose
en sus ojos”, escribe Johanson.

“NECESITAMOS UN CRÁNEO. Debemos realmente conseguir un cráneo com-


pleto." Este objetivo, que subrayé en mi diario nada más llegar a Hadar, estaba en la
mente de todos nosotros mientras levantábamos el campamento en la extremadamente
calurosa soledad de la región de Afar, en Etiopía.

Era nuestra segunda expedición en Hadar tras una interrupción de 10 años duran-
te la década de 1980, cuando el gobierno etíope impuso una moratoria sobre los trabajos
de campo. Pero en 1990, el Ministerio de Cultura y Deportes invitó a nuestro equipo del
Instituto sobre los Orígenes del Hombre (IHO, por sus siglas en inglés) en Berkeley,
California, a regresar. Era enero de 1992 y yo estaba encantado de encontrarme de
nuevo en este territorio, contemplando las interminables tierras yermas de Hadar, con sus
multicolores estratos de arenas, lodos, lava y ceniza volcánica. Como siempre habíamos
hecho, plantamos las tiendas en lo alto de un risco sobre el río Awash, donde nos senta-
ríamos al final del día para observar cómo la puesta del sol bañaba las colinas y los valles
de matices naranja y púrpura.
Datos sólidos

Moldes de fósiles de homínidos y cráneos de chimpancés ayudan a Johanson, sentado en


el centro, a Bill Kimbel, codirector del equipo, a la derecha, y a sus colegas a identificar el
hallazgo del día: un fragmento de mandíbula de afarensis. Desde inicios de la década de
1970, han reunido en Hadar más de 320 fósiles de entre 3 y 3.4 millones de años. “Cada
hallazgo es un acontecimiento”, dice el paleontólogo Yoel Rak, a la izquierda, quien halló el
cráneo del macho.

Fue allí donde, un día abrasador de 1974, encontramos a Lucy. Lo primero que
vimos fue su codo sobresaliendo de entre los sedimentos, pero rápidamente identificamos
el hueso como el de un homínido, un miembro del árbol genealógico humano. Regresa-
mos a toda prisa al campamento en nuestro Land Rover, tocando la bocina, y enseguida
nos dimos cuenta de que habíamos encontrado algo más que un codo. Lucy, a quien
bautizamos así por una canción de Los Beatles muy popular en el campamento (Lucy in
the Sky with Diamonds), pertenecía a una nueva especie de antepasados de los huma-
nos, que en 1978 denominamos Australopithecus afarensis.

Datada en hace más de tres millones de años, Lucy era el fósil de homínido más
antiguo y completo que se había encontrado jamás. Medía poco más de un metro y
presentaba características simiescas y humanas a la vez. Los largos brazos le colgaban a
ambos costados como los de un simio, pero los huesos de las piernas y de la pelvis
indicaban que caminaba erguida sobre dos piernas. Mis colegas del JHO y yo hemos
creído durante mucho tiempo que la especie a la que pertenecía Lucy era el antepasado
común de todos los homínidos posteriores, incluido nuestro propio género, el Homo. En
cierto modo, la vemos como la madre de toda la especie humana.
Las designaciones de los fósiles indican el yacimiento específico; por
ejemplo, Lucy está etiquetada como LA. (Localidad Afar) 288.

Las bóvedas del tiempo

Recortado por fuertes corrientes, un muro de arenisca en Hadar (abajo) indica al geólogo Bob Walter
cómo las aguas de un río cambiaron su curso hace 3.18 millones de años, cuando Lucy podía haber
vagado por allí. Con nuevas tecnologías, Walter ha podido datar los estratos que integran la formación
Hadar. La turbulenta geología de la región facilitó su tarea. Hadar está en el triángulo Afar, en la
cabecera del valle del Gran Rift, donde confluyen las placas tectónicas africana, somalí y arábiga.
“Mientras estos homínidos evolucionaban, los volcanes entraban en erupción”, dice Walter. Un corte
transversal en la formación Hadar (arriba) revela las cuatro capas de cenizas volcánicas más extensas,
cuyas fechas precisas ofrecen un marco temporal para los fósiles hallados en ellas.
Pero no todo el mundo está de acuerdo.
La discrepancia se remonta a finales de la
década de 1970, cuando dijimos que Lucy y
los otros 250 especímenes de homínido
recogidos en Hadar pertenecen a una única
especie: A. afarensis. Lucy no era el único
hallazgo espectacular en Hadar. Al año
siguiente de haberla encontrado, descubri-
mos los fósiles de al menos 13 individuos
más -la denominada Primera Familia- en un
yacimiento cercano.
Muchos de los huesos procedían de
homínidos de tamaños muy diferentes, y
algunos estudiosos argumentaban que las
variaciones eran tan grandes que en Hadar
habrían habitado por lo menos dos espe-
cies. Afirmaban que una de esas criaturas,
y no Lucy, podría ser nuestro último ante-
pasado común.
Nosotros, sin embargo, pensábamos
que el afarensis era simplemente una
especie en la que los machos eran mucho
más grandes que las hembras. Esta carac-
terística, denominada dimorfismo sexual, se
observa en los simios, nuestros primos más
cercanos hablando en términos evolutivos.
Los gorilas machos, por ejemplo, son
mucho más altos y dos veces más pesados
que las hembras. Pero sus huesos, aunque
diferentes en tamaño, son prácticamente
idénticos. ¿Cuál era el patrón de dimorfis-
mo sexual en el afarensis?. Para responder
a esta pregunta necesitábamos encontrar más huesos, grandes y pequeños, y comparar-
los.

Ante todo, necesitábamos un cráneo completo. Lucy y todos los demás individuos
carecían de rostro, y solamente teníamos pequeños fragmentos de sus cráneos, la parte
más reveladora de la anatomía. Ahí es donde se aprecian las diferencias entre las espe-
cies de homínidos, en la inclinación de la frente, la forma de los arcos superciliares y el
grado de prominencia de los pómulos. Sin el cráneo, ¿cómo podíamos saber el aspecto
que tenían Lucy y su familia? ¿Cómo observar los detalles de su anatomía craneal que
los distinguen de otros homínidos?

Durante la década de 1980, dos de mis colegas, Bill Kimbel, del IHO, y Tim White,
de la Universidad de California en Berkeley, montaron de forma parcial un cráneo de
macho a partir de fragmentos de diversos individuos hallados en Hadar, pero faltaban
muchas piezas y no había forma de saber con certeza si teníamos todos los rasgos
distintivos del cráneo afarensis. Por eso, cuando reanudamos la búsqueda en Hadar en
1990, nuestro objetivo más urgente era encontrar un cráneo completo.
Entre dos mundos

Con ademanes y gritos, un grupo de afarensis avanza con cautela en busca de alimento. Los
análisis de polen muestran que vivían en bosques de enebro y olivos silvestres. Sus caderas,
rodillas y tobillos les permitían andar como los humanos. Pero sus largos y fuertes antebra-
zos, sus dedos curvos en pies y manos y sus hombros subidos indican que también trepaban
a los árboles, quizá para buscar fruta y frutos secos, huir de los predadores o dormir. Los
machos, musculosos, alcanzaban 1.5 m de altura y unos 45 kg de peso, unos 30 cm más
altos y dos tercios más pesados que las hembras.

EN NUESTRA PRIMERA CAMPAÑA de vuelta en Hadar, que fue principalmente


de reconocimiento del terreno, un día apareció por el campamento un joven de la tribu
afar llamado Dato Adan. Flaco y atlético, era el típico afar que hoy vive donde un día vagó
Lucy. Los afar, cuyos cuerpos casi no tienen grasa, comen poco y se alimentan esencial-
mente de las cabras que crían. Van a todas partes caminando, como hacían Lucy y sus
parientes. Siempre hemos confiado en los afar como guías y guardas. Con sus ávidos
ojos y su paciencia, han demostrado ser habilidosos buscadores de fósiles.

Cuando Dato Adan se enteró de que habíamos regresado, caminó una larga dis-
tancia con la esperanza de trabajar para nosotros. Se nos presentó con un fragmento de
mandíbula inferior que había encontrado durante su camino. Un miembro de nuestro
proyecto, Yoel Rak, de la Universidad de Tel Aviv y especialista en homínidos, identificó
inmediatamente la mandíbula como la de un homínido. Adan nos guió hasta el lugar
donde la había encontrado. Encajaba perfectamente en la depresión cóncava de donde la
había extraído el día anterior. Allí mismo contratamos a Adan. Como aquella campaña era
demasiado corta para excavar en busca de más fragmentos, tuvimos que dejar las
exploraciones sucesivas para el segundo año.

[Texto continúa en la pág. 12]


En busca de un rostro

La historia de este cráneo es un viaje que abarca tres años y tres continentes. Empezó en
1992 con el hallazgo de Hadar de fragmentos óseos incrustados en roca sedimentaria. Los
restos fueron enviados al Museo nacional de Etiopía en Addis Abeba, donde el paleoantro-
pólogo Bill Kimbel pasó un mes observándolos con un microscopio binocular para separar
la piedra del hueso con instrumentos odontológicos y un taladro. El cráneo de un macho
afarensis, compuesto de 60 piezas, emocionó a quienes vieron cómo tomaba forma. “Me
sorprendió su gran tamaño”, dice Kimbel del cráneo de más de 13 cm de ancho, el más
grande entre los homínidos primitivos descubiertos.

Yoel Rak llevó un molde de yeso del cráneo


(arriba, derecha) a la Universidad de Zurich
en Suiza. Allí trabajó con Christoph Zollikofer
y Marcia Ponce de León, científicos que
ayudaron a crear un modelo de plástico más
completo (izquierda) utilizando imágenes
computadorizadas y estereolitografía, técnica
en la que un láser guiado por computadora
forma un modelo tridimensional a partir de
un molde de resina plástica.
La siguiente etapa fue en Denver, Colorado. En su estudio, John Gurche, experto en anato-
mía facial de los primates, aplicó al modelo músculos de plastilina (abajo, izq.), siguiendo
las características estructurales que presentaba. Las marcas óseas indicaban una gran
actividad de masticación, una nariz ancha y chata, mejillas abocinadas, una boca tipo
hocico y orejas en la parte posterior de la cabeza. Gurche añadió capas de grasa y de piel
(abajo, der). “Es gratificante ver que esta cara se parece mucho a la original”, dice.

Para los toques finales (izq.), Gurche tuvo


que imaginar el color de l apiel y el tipo de
pelo. Introdujo mechones de pelo de oso con
una aguja. Para los ojos vertió varias capas
de plástico acrílico, y pintó el iris y la córnea
en diferentes capas. “Es un proceso con
muchas fases”, dice el artista, que invirtió
700 horas en crear la pareja masculina de
Lucy. “Quería dotar de un alma humana a
esta cara de simio, para indicar hacia dónde
evolucionánamos”.
Un cronógrafo en la piedra

Fuera de su campamento -primitivo excepto por los


paneles solares para las baterías de las computadoras-,
Kimbel, Walter y Johanson estudian una fotografía
aérea de la región de Hadar. La zona donde se les
permite excavar limita al sur con el río Awash, un
oscuro surco que cruza la faz picada de Afar. Las
fotografías ayudan a localizar posibles yacimientos de
fósiles en los antiguos cauces y en las llanuras de
inundación.

Para la datación de estratos con fósiles, el geólogo


Mulugeta Feseha (derecha, arr.) talla una porción de
piedra, la cubre con un cristal, la sella y registra su
orientación norte-sur. Luego retira la muestra para
analizarla y comprobar si hay evidencia de cambios
geomagnéticos, los cuales ocurrieron en intervalos
conocidos.

La datación de cristal único mediante fusión por láser


(derecha, abajo.) permite obtener fechas más precisas.
Un rayo láser funde un cristal de feldespato potásico,
liberando gas argón, que se mide con un espectrómetro
de masa de gas. Como el argón se acumula en el cristal
a ritmo conocido, la cantidad liberada revela la antigüe-
dad de la piedra y de los fósiles hallados cerca. El
margen de error es menor al uno por ciento.
Nuestra segunda campaña inició con nuevos descubrimientos. En cuanto llega-
mos, uno de nuestros antiguos guías afar, Dato Ahmedu, nos condujo hasta una
mandíbula de homínido que había descubierto en nuestra ausencia mientras apacentaba
sus cabras. El hallazgo de esta mandíbula inferior fue excitante porque procedía de un
sector de Hadar que aún no se había explorado en busca de fósiles. En cambio, su
geología se había estudiado con detalle, y sabíamos que la nueva mandíbula procedía de
unos sedimentos situados justo debajo de un estrato de ceniza volcánica de 2.95 millones
de años. No sabíamos exactamente cuántos años tenía Lucy, así que determinar la edad
de los depósitos en que fue hallada era una de las prioridades. La sospecha de que esta
mandíbula era significativamente más joven y que podría pertenecer a alguno de los
descendientes de Lucy se confirmó con posterioridad.

Una mañana, mientras uno de los dirigentes del equipo, Bob Walter, geólogo jefe
del IHO, y su colega etiope Mike Tesfaye cartografiaban esta nueva sección, subí una
pronunciada pendiente para investigar un gran fósil que sobresalía del sedimento: la
mandíbula de un elefante. Decidí mirar por los alrededores y caminé hacia un barranco,
cuando un hueso en forma de llave inglesa me llamó la atención. Parecía un cúbito
enorme, el doble que el de Lucy.

Me apresuré colina abajo para comunicar mi hallazgo a Yoel y Bill Kimbel, tercer
responsable del equipo. Al principio Bill dijo que el hueso era muy grande para ser de un
homínido, pero Yoel lo convenció de que yo tenía razón. En unos minutos encontramos
un hueso de la mano y, a continuación, Zelalem Assefa, uno de nuestros colegas etíopes,
descubrió otro. Enseguida localizamos parte de un cráneo afarensis ―la región craneal
por encima del puente de la nariz― que nunca antes habíamos encontrado.

Al comparar el cúbito con un molde del de Lucy vi que eran idénticos excepto en el tama-
ño. Debía de pertenecer a un macho de la misma especie. Los afarensis presentan el
mismo dimorfismo sexual en tamaño corporal que los gorilas. Si este macho y Lucy
hubiesen vivido a la vez, podrían haber sido pareja. Aquella noche soñé que afuera nos
podía estar esperando un esqueleto completo de macho, un hallazgo tan emocionante
como el de Lucy. Jamás lo hallamos, pero la campaña nos deparaba otra cosa.

El 26 de febrero, Bob Walter y yo visitamos a unos colegas que trabajaban en otro


sector de Hadar. Cuando regresamos, Bill Kimbel nos recibió cerca de la tienda comedor.

―”Pues seguimos teniendo suerte”, dijo.

Yoel, sentado a la mesa, esbozó una sonrisa. ”He encontrado un cráneo”, dijo
simplemente. Mi corazón iba a cien mientras enumeraba las diferentes partes del cráneo:
el hueso occipital, un gran fragmento de paladar con dientes, muchos trozos de la bóveda
craneal, un colmillo... y la cara. Tenía la mayor parte de un cráneo grande y robusto, ¡sin
duda un macho afarensis!

A la mañana siguiente fuimos todos a inspeccionar el yacimiento. Conocido en la


actualidad como Localidad Afar 444, tenía vistas al cauce seco de un uadi llamado Kada
Hadar. Empezamos a señalizar la ubicación de cada uno de los fragmentos óseos con un
clavo provisto de una cinta de color. Yoel se entusiasmó al ver un enorme pómulo entre
los sedimentos. Aquella escena era digna de ver. Todo el mundo se acercaba de puntillas
a examinar el pómulo, procurando no pisar los otros huesos.
Tras la pista correcta

Como si un predador primitivo la hubiese roído y


abndonado, la mitad de una mandíbula de
homínido yace en una árida llanura, donde la
han depositado lluvias estacionales (página
anterior). Meles Kassa (derecha), que murió de
una enfermedad en 1994, era un experto en
encontrar tesoros insepultos que pasan inadver-
tidos en este vasto terreno. Con los fragmentos
de mandíbula que halló en su última campaña,
Kassa se unió a Johanson en 1973 y dirigió los
equipos de excavación.

Los afar ascendieron la colina lentamente, como si caminasen por un campo de


minas. Formaron un semicírculo alrededor de Yoel, al que llamaban Doctor porque trataba
sus enfermedades. Miraron sus manos y sonrieron, diciendo: “Mehe, kada mehe”, que
significa “'Bien, muy bien".
Aquella noche, sentados alrededor de una hoguera, los afar se unieron al grupo.
Uno de ellos hizo imitaciones de todos nosotros. Después empezaron a cantar y a bailar a
nuestro alrededor. Dato Adan me explicó que así daban gracias a Alá por habernos
permitido encontrar lo que queríamos.

AL FINAL DE LA CAMPAÑA regresamos a Addis Abeba con unos 200 frag-


mentos del nuevo cráneo, muchos de ellos aún incrustados en piedra. Fueron almacena-
dos en el Museo Nacional de Etiopía hasta el inicio del arduo trabajo de prepararlos y
ensamblarlos para formar un cráneo.

Bill, Yoel y yo hicimos un viaje especial a Etiopía a principios de 1993 para trabajar
en la reconstrucción del cráneo durante un mes. Pasamos días examinando los fragmen-
tos en un laboratorio del museo. Con ayuda de microscopios y de agujas afiladas arran-
camos los granos de sedimento que el tiempo había adherido a los fragmentos craneales.
Bilí y Yoel unieron las piezas y al fin pudimos mirar a los ojos de este magnífico rostro.
Pronto llegamos a importantes conclusiones, como que, para los estándares de A. afaren-
sis, este macho era un anciano, pues sus dientes estaban muy desgastados. Es difícil
calcular su edad, ya que desconocemos el ritmo de envejecimiento de estos homínidos.
Asimismo, los colmillos de este individuo conservaban las raíces anchas típicas de los
grandes simios macho, pero las coronas eran más pequeñas, parecidas en tamaño a los
colmillos de una hembra afarensis, lo cual implica que nuestro macho no necesitaba esos
dientes tanto como sus primos, los grandes simios. Los gorilas macho tienen harenes y
utilizan los colmillos para luchar por las hembras o por establecer su dominio. Tal vez los
afarensis desarrollaron una estrategia de apareamiento diferente. Owen Lovejoy, paleoan-
tropólogo de la Universidad Estatal de Kent, sugiere que los colmillos más pequeños
indican menor competencia por las hembras, señal de que la monogamia podría haberse
desarrollado hace más de tres millones de años.

No obstante, este macho presentaba una constitución corpulenta; sus fuertes


músculos maxilares le han dejado marcadas áreas rugosas donde éstos se unían al
cráneo, lo que indica su tamaño y su fuerza. Su cara se proyectaba hacia adelante por
debajo de la frente, como la de un simio. Aún falta determinar el tamaño exacto de su
cerebro. Probablemente superaba los 500 centímetros cúbicos. El cerebro del Horno
habilis, uno de los más antiguos de nuestro género, tenía un promedio de 630, y el
cerebro humano actual, alrededor de 1,300.

Este nuevo cráneo también ayuda a aclarar la posición de Lucy en el árbol genea-
lógico humano. Para empezar, desmonta el antiguo argumento de que el afarensis era
una versión de Árica oriental de otro antiguo homínido, el Australopithecus africanus, que
vivió en el sur del continente hace entre 2.5 y 3 millones de años. Los cráneos de ambas
especies muestran claras diferencias, lo que hace difícil sostener que el afarensis no es
una especie distinta.

QUIZÁS LO MÁS SIGNIFICATIVO sea que el nuevo cráneo de macho ―junto al


enorme cúbito que encontré― confirma la idea de que los machos afarensis eran más
grandes que las hembras. Calculamos que, en promedio, el macho medía 1.5 metros y
pesaba 45 kilogramos, mientras que la hembra era unos 30 centímetros más baja y
pesaba cerca de 27 kilogramos. Ahora podemos defender, con mayor certeza que nunca,
que el dimorfismo sexual es lo que produce la variación de tamaño observada en los
fósiles de Hadar. Estamos seguros de que los afarensis eran la única especie de homíni-
do en Hadar, y el mejor candidato para representar al último antepasado común de todos
los homínidos posteriores, incluidos los humanos.

Las anteriores campañas en Hadar supusieron el hallazgo de otros fósiles impor-


tantes. Durante tres años logramos recoger más fragmentos faciales en el yacimiento
donde Dato Adan había encontrado el hueso maxilar en 1990. Al fin nos dimos cuenta de
que teníamos la mayor parte de una cara de hembra afarensis. Con técnicas avanzadas
de imagen digital, ensamblamos los fragmentos hasta formar un cráneo. En cierto modo,
pusimos un rostro a Lucy.

Se parecía mucho a la imagen que nos habíamos formado de ella: tenía los colmi-
llos pequeños y la parte central de su cara sobresalía ligeramente, menos que la de un
simio pero más que la de un humano. Habría hecho buena pareja con el macho de la
Localidad Afar 444, pero hubiera sido muy vieja para él, ya que vivió 180 mil años antes.
Podemos afirmar este dato porque al fin hemos determinado la edad de Lucy. Las estima-
ciones oscilaban entre los 2.8 y los 3.6 millones de años. Antes no estábamos seguros
porque los minerales de algunos de los estratos de ceniza volcánica que solíamos usar
para datar las formaciones que contenían fósiles se habían alterado o contaminado
debido a procesos geológicos posteriores. Algunos estratos, como el que había por
debajo de Lucy, no tenían suficientes minerales datables.

Los restos del día

La cabeza y la parte inferior del fémur, y las costillas quebradas de un elefante yacen bajo el
sol africano. Cada campaña, Johanson anota las condiciones de estos huesos fosilizados,
hallados en 1972. Su equipo ha documentado miles de fósiles animales ―entre ellos babuí-
nos, jabalíes, roedores y monos comedores de hojas― para saber qué criaturas vagaban, o
competían con los afarensis.

Durante la década de 1980, las nuevas tecnologías de datación mediante láser


desarrolladas por Derek York, de la Universidad de Toronto, facilitaron la obtención de
una fecha precisa a partir de un cristal microscópico de mineral volcánico. Bob Walter
podía ahora determinar la antigüedad de la mayoría de los fósiles de Hadar. La obtención
de fechas fiables es importante para conocer el ritmo de la evolución humana. Ahora
podemos afirmar que Lucy vivió hace 3.18 millones de años, 10 mil antes o después. El
nuevo macho anduvo por Hadar hace unos tres millones de años, lo que lo convierte en el
individuo más reciente de Hadar.

Al hacer el montaje de la Primera Familia se vio que ésta era algo más antigua que
Lucy: alrededor de 3.2 millones de años. Los individuos más antiguos se remontan a 3.4
millones de años, lo cual indica que los afarensis permanecieron prácticamente inaltera-
bles durante mucho tiempo en Hadar, al menos a lo largo de 400 mil años. Otro fragmento
craneal hallado en 1981 en un yacimiento de 3.9 millones de años de antigüedad, a unos
60 kilómetros al sur de Hadar, también podría ser afarensis. Si es así, la especie de Lucy
habría sobrevivido durante 900 mil años sin sufrir apenas variación. Parece que estos
homínidos se adaptaban con facilidad, o quizás iban cambiando de un modo que no
podemos detectar en los fósiles.

Tras ese largo período, el clima africano se hizo más frío y seco. Pienso que fue
entonces cuando los afarensis dieron lugar a nuevas ramas de homínidos, una de las
cuales evolucionó hacia Homo. Pero el origen de nuestro género, que probablemente
ocurrió medio millón de años después de que viviera Lucy, sigue inspirando apasionadas
discusiones.

¿Caminaba Lucy como nosotros? Las huellas dejadas por al menos dos afarensis
sobre la ceniza volcánica de una erupción de hace 3.5 millones de años en Laetoli,
Tanzania, muestran claramente un paso que recuerda al humano: un fuerte golpe de
talón, seguido de un impulso con el dedo gordo del pie para adelantar el cuerpo. Sus
dedos gordos no eran divergentes como en los demás primates, que los utilizan para
agarrarse a las ramas de los árboles. Además, según Owen Lovejoy y Bruce Latimer, del
Museo de Historia Natural de Cleveland, las caderas y la disposición muscular pelviana de
Lucy le habrían dificultado subir a los árboles, como nos sucede a los humanos actuales.

POR 0TRA PARTE, Randall Susman, Jack Stern y William Jungers, de la Univer-
sidad del Estado de Nueva York en Stony Brook, aprecian una curvatura en los huesos de
los dedos de las manos y de los pies de Lucy parecida a la de los simios que viven en los
árboles. Sus brazos, más largos, le habrían ayudado a subirse a las ramas. Los especia-
listas de Stony Brook también observan alguna evidencia en el tobillo y la pelvis de Lucy
que sugiere que habría caminado con las piernas algo dobladas. Creen que pasaba
mucho tiempo en los árboles y que tal vez dormía en las ramas. No estoy de acuerdo con
esta teoría sobre su manera de andar. Si Lucy se sentía atraída por un árbol frutal, se
subiría a él, pero la mayor parte del tiempo caminaba sobre dos piernas como nosotros.

Al margen de cómo caminaba Lucy, probablemente se desplazaba en grupo. Si los


afarensis tenían alguna ventaja sobre otros animales, ésta radicaba en que vivían en
grupos sociales compuestos tal vez por 25 o 30 miembros. No hay evidencias de que
pasaran a una nueva etapa cultural. Eso sucedería medio millón de años después de
Lucy, con la invención de las herramientas de piedra, las cuales permitieron a los homini-
dos descuartizar a los animales y trocear la carne en pedazos comestibles.

Los afarensis tenían más posibilidades de ser atacados que de atacar, y el grupo
habría ofrecido resistencia ante los carnívoros, en especial de noche y sin la protección
del fuego. Puedo imaginarme un grupo de padres afarensis aullando y lanzando piedras a
un tigre de dientes de sable. Los carnívoros podían conseguir alimento con menos esfuer-
zo cazando una gacela.

Los fósiles de Hadar dan mucha información acerca de la dieta de los afarensis,
cuya dentadura carecía de los dientes desgarradores de los carnívoros. Por medio del
microscopio se observa que sus incisivos presentan estrías y desgastes producidos por
un material fibroso, lo que sugiere que usaban estos dientes para arrancar comida de
algún tipo de vegetación áspera. Además, el esmalte se ha desprendido de los colmillos.
Por estos datos llegamos a la conclusión de que debían de morder alimentos duros,
quizás cáscaras de frutos secos. Los afarensis evolucionaron desde un pasado ve-
getariano, y aunque algunas veces comieran termitas, lagartos u otros pequeños anima-
les, su dieta se basaba en alimentos vegetales.

El paisaje de Hadar era mucho más exuberante hace tres millones de años. Los
estudios de fósiles de flora y fauna primitivas apuntan que la región de Afar estuvo pobla-
da de coníferas perennes y olivos silvestres. Aun así, Lucy tuvo que sobrevivir en hábitats
muy variados, desde praderas a bosques. Los afarensis desarrollaron una gran adaptabi-
lidad, rasgo que sin duda contribuyó a la resistencia de la especie.

Perspectivas evolutivas

Emulando a Leonardo Da Vinci, Gurche compara las proporciones físicas de un chimpancé bonobo,
Pan paniscus (en primer plano), un macho afarensis (resaltado en amarillo) y un hombre actual. El
descubrimiento en 1992 del cúbito completo de un macho afarensis le ayudó a completar el dibujo.
Aunque el húmero presenta la misma longitud en los tres, el cúbito se hace más corto desde el
bonobo hasta el humano, mientras el fémur se larga, lo que demuestra el paso de los árboles al suelo.
Si bien todavía se debate acerca del tiempo que los aferensis pasaban trepando o caminando, algunos
científicos creen que se trata de un ser transicional que se hallaba cómodo en ambos medios.
Sin embargo, ya no es el homínido más antiguo que se conoce. En los últimos dos años, en Kanapoi
)Kenia) y en Aramis (Etiopía) se han descubierto restos de dos especies de homínido que preceden a
los afarensis.
INCLUSO HOY, los A. afarensis ―y quienes los estudiamos― deben adaptarse.
Lucy ha sido destronada recientemente. El año pasado Meave Leakey, del Museo Nacio-
nal de Kenia, anunció que ella y su equipo habían hallado un homínido más antiguo que
Lucy. En Kanapoi, un yacimiento cerca del lago Turkana, encontraron fragmentos de una
nueva especie bípeda de 4.1 millones de años de antigüedad que ella llamó Australo-
pithecus anamensis.(*) La nueva especie tiene muchas características en común con Lucy,
pero es mucho más primitiva y de dientes más simiescos. Sospecho que el anamensis es
la especie que dio lugar al afarensis.

A finales de 1994, un equipo internacional dirigido por Tim White anunció que
había hallado huesos de un homínido aún más antiguo en Aramís, Etiopía. Desde enton-
ces, Tim y sus colegas etíopes han desenterrado un esqueleto casi completo de dicha
criatura, que se remonta a 4.4 millones de años. Su posición en el árbol genealógico
humano es motivo de debate. Presenta muchas características de chimpancé, suficientes
como para que Tim decidiera crear un género nuevo y llamara al animal Ardipithecus
ramidus. Con el estudio del nuevo esqueleto el linaje de este homínido se esclarecerá
pronto.

Entretanto, Lucy y su familia aún tienen mucho que decirnos. Nuestro trabajo en
Hadar no ha concluido. Hemos reabierto las excavaciones en el yacimiento de la Primera
Familia. Durante la campaña de 1994 nos dimos cuenta de que el estrato geológico que
contenía los fósiles de homínidos se extiende más allá de lo que creíamos y podría
albergar muchos más especimenes. El yacimiento seguramente fue escenario de alguna
catástrofe desconocida que mató a un grupo de homínidos, sepultándolos en un instante
geológico. Su desgracia será nuestra buena fortuna: nos ofrecerá mejor comprensión
sobre cuánto variaban los individuos dentro de un grupo de la especie de Lucy.

El pasado noviembre celebramos el aniversario vigesimoprimero del hallazgo de


Lucy. Quizá ya no sea nuestro antepasado más antiguo, pero sigue siendo el más conoci-
do. ■
(*)
Véase "El horizonte más tejano'; de Meave Leakey, en este mismo número.

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