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Tras la muerte de Dios y 6! desmembramiento Cr eae eT " net Ree eee een TT ec eee ee et een Se eee one) ea eae oer? eee ener PSeeeoeoncty ee eR) la vertiente humanista de le llustracién Oe ere cee} ee eae On rT De eee et un momento clave dentro de la historle one er ee erny ae Oe ay ey Poe eee eat aera co een) Pea ecard Coenen ee] Sere ee eee Pete nent ee aoe ee ein) Soe eee ne ees ey Pree ec ee? recess ee eee ies Se ee CREM Ca Brac URC CIC Tzvetan Todorov El espiritu de la llustracion TzveTan ToDoROV El espiritu de la Tlustraci6n ‘Traduccion de Noemi Sobregués Tras la muerte de Dios, tras el desmoronamiento de las utopias, ;sobre qué base intelectual y moral queremos construir nuestra vida en comin? Para comportarnos como seres responsables precisamos de un marco conceptual que pueda fundamentar no sélo nuestros discursos, lo cuales sencillo, sino también nuestros actos, La bisqueda de ese marco re ha llevado hacia una corriente de pensamiento y de sensibiidad: la vertiente humanista de la llus- tracién. Durante los afios del siglo xv11t previos 11789 tiene lugar un gran cambio, responsable més que ningiin otro de nuestra actual identidad. Por primera vez en la historia los seres humanos deci- den tomar las riendas de su destino y convert el bienestar de la humanidad en objetivo siltimo de sus actos. Este movimiento surge en toda Europa, no en un solo pais, y se pone de manifiesto en la filosofia y en la politica, en las ciencias y en las artes, en la novela y en la autobiografia [No cabe duda de que no es ni posible ni desea bie volver al pasado. Los autores del siglo xvitt no podrian resolver los problemas que han sur- sido desde entonces y que asolan el mundo a dia- to. Sin embargo, intentar entender ese cambio ra . El ent del rain dical puede ayudarnos a vivir mejor en la actua- lidad. Por eso he querido trazar a grandes rasgos cl pensamiento de la Hustracin sin dejar de lado nuestra época, en un continuo vaivén entre pasa- do y presente. El proyecto No cs fécil decir en qué consiste exactamente el proyecto de la llustracién, y por dos razones. De ‘entrada se trata de una €poca de desenlace, de re- capitulacin, de sintesis, no de innovaci6a radical Las grandes ideas de la lustraci origen en el siglo xv1 Antigitedad, su rastro se remonta a la Edad Media, el Renacimiento 0 la época clisia. La llustracion absorbe y aticula opiniones que en el pasado esta- ban en conilicro. Por esta raz6n los historiadores suelen advertir que es preciso descartar determi- rnadas imégenes convencionales. La llustracin s racionalista y empirista a la vez, tan heredera de Descartes como de Locke. Acoge en su seno a los antiguos y a los modernos, a los universalistas y a los particularistas. Se apasiona por la historia y por el futuro, por los detalles y por las abstraccio- res, por la naturaleza y por el arte, por la libertad y pot la igualdad. Los ingredientes son antiguos, pero la mezcla ¢s nueva. Lo importante es que du- rante la lustracin las diferentes ideas no s6lo ar- ‘monizan entre s, sino que también salen de los li- bros y pasan al mundo real. El segundo obsticulo consiste en que el pensa- 10 epi del srachin to de la lustracién es fruto de muchos in- dividuos que, lejos de estar de acuerdo entre si, se fenzarzan constantemente en violentas disputas tanto entre ples como en cada pas srt que cl tiempo transcurrido nos permite seleccionar, pero s6lo hasta cierto punto. Los antiguos desacuerdos dieron origen a escuelas de pensamiento que to- davia se enfrentan en nuestros dias. La Tlastracién fue més un periodo de debate que de consenso. Pero como sabemes que la multiplicdad es temi- ble, no nos cuesta demasiado aceptar la existencia de algo a lo que podriamos lamar el proyecto de la ustracién. En la base de dicho proyecto podemos encon- trar tres ideas, que a su vez nutren sus incalcula- bles consecuencias: la autonomia, la finalidad hu- mana de nuestros actos y la universalidad. ¢Qué mos decir de ellas? Pf prin ge cone dl een de la llusteacion consiste en privilegiar las elecciones y las decsiones personales en detrimento de lo que ros llega impuesto por una autoridad ajena a nos- cotros. Y esa preferencia comporta dos facetas: una critica y otra constructiva. Es preciso librarse de toda tutela impuesta a los hombres desde fuera y dejarse guiar por las leyes, las normas y las reglas ‘que desean los que deben cumplirlas. «Emancipa- ‘cin y sautonomia» son los términos que desig nan las dos fases, igualmente indispensables, de un ‘mismo proceso. Para poder asumir un compromi- s0 debe disponerse de total libertad para analizar, El proyecto ‘cucstionay, crticar y poner en duda. Se acabaron los dogmas y las insttuciones sagradas. Una con- secuencia indirecta pero decisiva de esta opcién es la restricci6n que impone a todo tipo de autoridad. La autoridad debe ser homogénea a los hombres, es .* Son estos desvios, no la us teacin en silos que a menudo se rechazan. ‘Acabamos de observar un caso similar es pro- pio de espritu de la Tustracin afirmar la perfec- tibilidad de los hombres y de sus sociedades. Pero 4uienes piensan que el ser humano qued6 definiti- vvamente corrompido por el pecedo original recha- zam esta idea, cuyo sentido puede a su ver desviar- se, como sucede cuando se afirma que la historia ‘humana siempre progresa. Eso supone simplificar- la, hacerla rigida y a la ver levarla al extremo. ‘Cuando en un segundo estadio se rechaza también la doctrina del progreso, porque se han reunido ejemplos que demuestran lo contrario, se cree re- chazar la propia lustracién, aunque de hecho se hha refutado a uno de sus enemigos. El pensamien- to de la Mustracién es un camino que asciende y desciende, 0, si se prefiere, una obra en la que siem- pre aetian tres personajes. Uno de los reproches que suelen haverse a la Ilustracién es que proporcioné los fundamentos ideol6gicos del colonialismo europeo del siglo x1x y de la primera mitad del xx. El razonamiento es el siguiente: la Mlustraci6n afirma la unidad del gé- nero humano, es decir la universalidad de los va- lores. Los Estados europeos, convencidos de ser portadores de valores superiores, se creyeron auto- rizados a llevar su civlizacién a los menos favo- recidos. Para asegurarse del éxito de su empresa tuvieron que ocupar los territorios en los que vi- vian esas poblaciones. No cabe duda de que una mirada algo super- ficial a la historia de las ideas podria hacernos creer que el pensamiento de la lustracién preparé las futuras invasiones. Condocert esté convencido se expt de asain de que los paises civilizados tienen la misién de evar la lustracién a todo el mundo. «zNo debe la poblacién europea [.] civlizar o hacer desapare- «2 incluso sin conquistaros, los pafses salvajes que ‘ocupan todavia vastas extensiones?»® Condorcet suefia con la instauracién de un Estado universal hhomogéneo, y la intervencién de los europeos po- dra conducir a ella, También es cierto que unos cien afios después los idedlogos de la colonizacion francesa recucrirén a este tipo de argumentos para legitimaela: asi como es nuestro deber eriar a nues- ‘os hijos, también lo ¢s ayudar a los pueblos que todavia estin poco desarrollados. «La coloniza- ci6n ~escribe en 1874 uno de sus partidarios, Paul Leroy-Beaulieu, economista y socidlogo, profesor del Collage de'France- es en el ambito social lo {que en el Ambito familiar es no sélo la reproduc ‘ién, sino también la educacin.» Es la respuesta 1 una exigencia imperiosa, aftade unos atios des- pués, en 1891: «Empezbamos a darnos cuenta de ue mas 0 menos la mitad del planeta, en estado salvaje o birbaro, requeria la actuacién metédica y perseverante de los pueblos civilizados».7 No es casualidad que Jules Ferry, defensor de la educa- cidn gratuita y obligatoria en Francia, se convier- ta en esos mismos afios en el gran promotor de las conquistas coloniales en Indochina y en el norte de Africa. Segin él, las razas superiores, como los franceses los ingleses, tienen el deber de injeren- cia ante las demas: «Es su deber civilzar alas ra ‘as inferiores».* Kechacos 9 dein a Sin embargo, no esta tan claro que deban to- ‘arse demasiado en serio estos prop6sitos. Lo que ddemuestran es que los ideale de la Ilstracion go- zan en esos momentos de gran prestigio, y que cuando se emprende una empresa peligrosa, se sue- le contar eon ellos. Los colonos espaol y portu- szueses del siglo xv1 no actuaban de manera dife- rente cuando invocaban la necesidad de expandir Ja religion cristiana para justficar sus conquistas. Pero cuando los colonizadores se ven obligados & defender sus acciones paso a paso, abandonan pidamente los argumentos humanitarios. El maris- cal Bugeaud, que conguist6 Argelia a mediados del siglo x1x, no procura quedar bien cuando se ve obligado a asumir la masacte de argelinos ante la ‘Cimara de Diputados francesa. «Siempre prefer los intereses franceses a la absurda filaneropia ha- cia los extranjeros que cortan la cabeza a nuestros soldados prisioneros o heridos.»? En una interven ci6n ante esa misma Camara, Tocqueville, enton- ces diputado, le sigue los pasos. Dice que no eree que «el principal mérito del sefior marisa Bu- ‘geaud sea precisamente el de sr filintropo. No, n0 lo ereo, Pero si creo que el sefior mariscal Bugeaud ha hecho en Africa un gran servicio a su pais."° Guando Jules Ferry se ve también acorralado por las objecones de sus opostores en la Camara, ‘que le acusan de traicionar los principios de la Hus- tracién, se bate en retirada. Afirma que tales argu ‘mentos «no son politica, ni historia. Son metafisi- «a politica." La politica de colonizacién se ocuta 2 apc a rain tras ls ideals de la lastracon, pero en realidad fvanza en nombre del simple interés nacional, Aho- ra ben, el naionalismo no es producto de la Is- tracién se tata, en el mejor de los casos, de-un desvo: el de no admitie que ped imponerse imi- te alguno a la soberania popular A este respect. los movimientos anicolonialintas se inspira mu- cho mix en los pincpios de la listracién, en con- creto cuando rvindican la wiveralidad humana, ln igualdad entre lo pueblos y Ia iberead dels in. dividuos. Ast pus, I colonizacién europea de los Siglo xix y XX tiene esta caractrisica sorren- dente y-porencialmente sutodestuctiva: sigue la tstela de las ideas de la Hstacion, que inspira {sus enemigos ‘Otro reproche especialmente grave al sprint de la lutracion es el de haber generado, aunque involuntariamente, los ttalitarismo del sgl 3, con su rast0 de exterminios, encarcelamientos y sufrimienosinflgids a millones de personas. ER este cas el argumeno se formula ms o menos et los siguicntes terminos: al echazar a Dios, loshom- bres eligen por si mismos los criterios de bien y de mal, Bbrios de su eapacidad de entender el muan- do, pretendenremodelalo para que se ade a3 ‘ideal. Al hacerlo, no dudan en eliminar o reducir a Jn eclavitd a pares importantes de la poblacion mondial. Quienes mis cricas vertieron sobre la Ilustracin por ls fechorias de ls rralitarismos fueron algunos autores cristianos, aunque de igle- sias diferentes, Las enconeramos tanto enn an- Rechacosy dein s slicano como el poeta T. S. Eliot, que en 1939 pu- bilicé wn ensayo titulado La idea de wna sociedad cristiana, como en un ortodoxo ruso, el dsidente Alexandr Solzhenitsyn, que la expone en su dis- ‘curso de Harvard de 1978, ¢ incluso en las obras del papa Juan Pablo Il (me refiero a su dltimo bro, que concluyé poco antes de morir, Memoria e identidad). Eliot, que escribe en el momento en que estalla la Segunda Guerra Mundial, en concreto la guerra entre Alemania y Gran Bretaia, pretende mostrar {que la tinica oposicién verdadera al roralitarismo Iegaria de la mano de una sociedad auténticamen- te cristiana, No hay otra solucién. «Si no queréis tener Dios (y El es un Dios celoso) tendréis que so- smeteros a Hitler oa Stalin. Pero rechazar a Dios es obra de la llustracion, que permitié fundar los Estados modernos sobre bases exclusivamente hi- ‘manas. El reproche se hace mas insistente en Solz- hhenitsyn, Dice que en el origen del toralitarismo en- ccontramos «la concepcisn del mundo imperante ‘en Occidente, que surgié en el Renacimiento, adop- 16 forma politica a parti de la época de la Tlustra- ‘i6n y fundamenta rodas las ciencias del Estado y de la sociedad. Podriamos llamarla humanismo cionalista”, y proclama y lleva a cabo la autonomé hhumana frente a toda fuerza superior. O también ~y por otra parte- “antropocentrismo”: la idea del hombre como centro de lo existentes. Pero si lo uno conduce automaticamente a lo otro, zno ha lle- ¢gado el momento de cambiar de ideal? Solzhenitsyn " xpi de a tusracion concluye diciendo que «aferrarse hoy en dia a f6r- mulas establecidas en la época de la lustracin es ser retrdgrado».25 La genealogia que traza Juan Pablo II no es muy diferente. Las «ideologias del mal» que ope- ran en los totalitarismos proceden dela historia del pensamiento europeo: del Renacimiento, del earte- sianismo y de la Ilustaci6n. El error de este pensa- ‘iento es haber sustituido Ia bisqueda de la re- dencidn por la de la felicidad. «El hombre se habia ‘quedado solo; solo como ereador de su propia his- toria y de su propia civilizaciéns solo como quien decide por si mismo lo que es bueno y lo que es malo.» De abi a las cémaras de gas solo hay un paso: «Si el hombre por s solo, sin Dios, puede de- cidir Io que es bueno y lo que es malo, tambien puede disponer que un determinado grupo de seres Fhumanos sea aniquilado». El «drama de a Hustra- cién europea» es haber rechazado a Cristo. A pat- tir de ahi «se abri6 el camino a las demoledoras ex- periencias del mal que vendsian mas tarde». En esta vision de la historia se difumina la di- ferencia entre Estados rotalitarios y Estados de- moctiticos, ya que ambos tienen su origen en el ppensamiento de la Ilustracién. Para Eliot esta dife- rencia tiene una importancia secundaria, ya que tanto los unos como los otros comparten el atef- ‘mo, el individualismo y la pasién por los meros bienes materiales. Segiin Solzhenitsyn, son varian- tes de un mismo modelo: «En el Este lo que piso tea nuestra vida interior es el bazar del partido; en Rechacos y desis 3s el Oeste, el bazar del comercio. Lo escalofriate ni siquiera ‘es que el mundo haya esallado, sino que todos los trozos principales tengan el mismo tipo de enfermedad». La peemisivided moral, caracte- ristia de ls sociedades occidentales, es para Juan Pablo Tl otra forma de rotaltarismo, falazmente encubiero bajo la aparienca de la democracia». EL ‘mariemo toalitaioy el liberalism occidental son variants apenas diferentes dela misma ideologia, producto de la aspiracion al mero éxito material. Y caando un parlamento legaliza la interrupcién del embarazo, aceptando la supresién de un nifio. en el seno dela madre» no actia de manera muy diferente a ese otro parlamento que otorg6 plenos poderes a Hitler y abrié asi el camino ala ssolu- ci6n finale. Hay que distinguir aqui entre las diferentes acu- saciones que sedrigen a la Hustracién. Como en el. aso del colonialismo, debemos ante todo consta- tar que una ideologia prestigosa puede servir de camuflaje Es certo que el comunismo, a dileren- cia del nazismo, se reclamé heredero de ese glo- rioso legado, pero si observamos la prictica de las sociedades comunistas en lugar de sus gran- dlilocuentes programas, nos cucsta encontrar ss hhuellas. La autonomsa de los individuos se reduce ala nada, el principio de igualdad es ultrajado por la omnipresencia de jerarquias inmutables en el seno del poder, la bisqueda del conocimiento esté Sometida a dogmas ideolégicos (la genética y la teoria de la relatividad son doctrinas. burguesas 36 Fl esphitdeta thsi {que hay que reprimir) y el «humanismo» de los ‘manifiestos es un espejismo. En lugar de dedicarse 41a busqueda de la felicidad personal, ls indivi- dluos se ven obligados a sacrificarse por una lejana redencién colectiva. Los valores materiales estin lejos de haber triunfado. Al comunismo le cuesta ‘mucho crear una sociedad de la abundancia. En realidad se trata mis bien de una religion politica, Jo que nada tiene que ver con el espirtu dela Tlus- tracién y de la democracia. ‘Ademés de este uso meramente decorativo dela ustracién, el comunismo ha introducido otros que tienen més que ver con los desvios. En este caso es perfectamente legitimo condenarlos, aunque en rea~ lidad no se juzga la Mlustracién, La exigencia de autonomia permita sustraer el conocimiento de la ‘utela de la moral, y la brisqueda de la verdad de los imperativos del bien. Llevada al extremo, el apetito de esta exigencia aumenta desmesuradamente, y es el conocimiento el que pretende dicta los valo- res de la sociedad. Los regimenestotaitaios del si- slo xx utilizar efectivamente este tipo de cientif- cismo para justificar la violencia. Con el pretexto de que las leyes de la historia, que la ciencia ha puesto de manifiesto, anuncian la extinciOn de la burguesia, el comunismo no dudara en exterminar los miembros de esta clase. Con el pretexto de que las leyes de la biologia, que la ciencia ha puesto de manifesto, demuestran la inferioridad de ciertas ‘razase, los nazis matarin a los que identfican ‘como miembros de las mismas. En los Estados de- Rechizosy dewios ” ‘moctiticos este tipo de violencia es inconcebible, pero no se invoca menos la autoridad de la ciencia para legitimar una opeién w otra, como silos valo- res de una sociedad pudieran inferirse automética- ‘mente del conocimiento, No cabe duda de que el cientificismo es peligroso. No obstante, no pode- ‘mos derivarlo del espeicu dela Hustracin, porque acabamos de ver que ésta se niega a creer en la transparencia total del mundo ante la mirada del sabio, yal mismo tiempo a inferirel ideal dela sim- ple observacién del mundo (lo que debe ser de lo ‘que es). El cientifcismo es un desvio de la Tustra- i6a, su enemigo, no uno de sus avatares. Pero determinadas caracteristicas del espiritu de la Mlustracién que sefalan Eliot, Solzhenitsyn y Juan Pablo II le son en efecto propias: autonomia, antropocentrismo, fundamento exclusivamente hu. ‘mano de la politica y dela moral, y preferencia por los argumentos de razén en detrimento de los de autoridad. En esta ocasidn lo que se rechaza es dduda real, pero gquiere eso decir que esté fun- damentado? Juan Pablo Il acusa a la moral que surge dela Tlustracin de ser exclusivamente subje- tiva, de depender de la mera voluntad, de ser sus- ceptible de doblegarse a las presiones de los que derentan el poder, a diferencia de la moral cristia- na, que ¢s inmuatable porque se fundamenta objeti- vvamente en la palabra de Dios. Sin embargo, pode- _mos preguntaraos si esa objetividad es real ya que nadie puede atribuirse estar en contacto’ directo con Dios, ylos hombres se ven obligados a aceptar 38 tsp de a Istracion itermediarios acreitados por instancas puramen- te humanas, profetas y tedlogos que pretenden co- nocer el designio divino. La ortodoxia de una reli- Bién depende de un grupo de hombres que nos ha legado una tradicién. Pero la moral de la lustra- ion no es subjetiva, sino intersubjetva: los princi- pios del bien y del mal son objeto de consenso, que puede llegar sere de toda Ia humanidad y que es- tablecemos intercambiando argumentosracionales, «5 decit, fundamentados todos ellos en caracteristi- ‘as humanas universales. La moral dela Mustracién deriva no del amor egoista a uno mismo, sino del respeto ala humanidad, ‘Nos guste 0 no, la concepcién de lajusticia pro- pia de la lustracién es menos revolucionaria de lo {que sugieren sus riticos. Es cierto que la ley es ex presiGn de la voluntad auténoma del pueblo, pero sa voluntad tiene su limites. Montesquieu, fil al ‘ensamiento de los antiguos, declara que la justicia esanterior y superior alas leyes. «La justcia no de~ ppende de las leyes humanas -escribe en el Traité des ddevoirs~ Se fundamenta en la existencia y en la 0- ciabilidad de los eres racionales, no en sus disposi- ciones ni en sus voluntades particulares.» Y en El espirtu de las leyes: “Decie que nada hay de justo ni de injsto en lo que ordenan o prohiben las lees positivas supone decir que antes de haber trazado cl circulo todos los radios no eran iguales.” as leyes que perseguian a los burguesesy alos kulaks en Rusia, y los judios y a los gitanos en Alemania, contravenian los principios de justi sos principios no sélo son objeto de un amplio consenso (nadie afirmaria sin inmutarse que deba ‘exterminarse a una parte de la poblacion para fa- vorecer a otra), sino que ademés en la mayoria de los paises democriticos estén contemplados en la Consttucién o en sus predmbulos. La voluntad del pueblo es auténoma, no arbitratia ‘Asi pues, los rechazos y los desvios de la Hus ‘racién no son lo mismo, de modo que para com- batirlos no recurrimos a los mismos argumentos. Lo que evoluciona es su importancia rlativa: el tenemigo que se apoyaba ayer en los logros de la Iustracin era menos amenazante que cl que la ata- caba desde fuera. En la actualidad sucede lo con- trario, Sin embargo, ambos peligros siguen pres tes, y no es casualidad que los que en nuestros dias se proclaman herederos del espiitu de la Hustra- cin deban.resguardarse en dos frentes. Por eso tuna asociacin de defensa de las mujeres ha decidi- do defnirse mediante dos negaciones: «Ni putas mi sumisas. Someter alas mujeres s rechazar la Tlus- tracin; reducirlas a la prostitucién es desviar la libertad que piden. No es cierto que rechazar una via implique aceptar la otra. Tambien est abierto el camino de la autonomia, del humanismo y de la universaldad. Retomemos ahora algunos de estos debates y ‘observémoslos un poco més de cerca.

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