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COMO SE RECUERDAN LAS VIDAS PASADAS f “ e Ads JINARA AVADASA EDICIONES OBELISCO JINARAJADASA COMO SE RECUERDAN LAS VIDAS PASADAS A EDICIGNES OBELISCO ‘Si este Ebro fe he inleresado y deste qué le mantengamas informade de nuesiras publicaciones, cscribanos indicdndonos qué temas gon de sy inte- rés (Astrologia, Auloayuda, Ciencias Ocultas, Artes. Marciales, Naturismo, Espiritwalidad, Tradicién) y gustosamente le complacereaios. Puede consular nucsiro catélogu ce www.edicioncsobelisco.com ‘Colecekin Ciésicos de la Autoayuda Camo se recuerdan Las vidas pasadas Jinarajadasa Ire febrero de L995 2" edigign: abril de 2002 © 1995 by Ediciones Obelisca (Reservados tados los derechos para la presente edicién) Edita; Ediciones Obelisec, 3.L- Pere IW, 78 (Edit. Pedro 1) 4" planta 5* puerta 2! Fase ‘Tel. 93 3H 85 25 - Fax 93 309 BS 29 03005 Barcelona - Espaira Castillo, $40 - Tel. y Fax, 541-14 771 43 82 1414 Buenos Aires (Augentina} E-mail: obelisco@ainel net ISBN.: 34-7720-411-K Depésiio Legal: B. 13.991 - 2002 Printed in Spajr Ienpreso er: log tallares grafieos de Romanya/Walls 5.4, de Capellades (Barcelona) Minguna parte de esta publicacién, incluso ¢l disefio de la cubierta, pucde ser reproducida, almacenada, transmitida o otilizada cn manera alguna ni por oingin medio, ya sea electrénicu, quimico, mecdnico, Oplico, de prabacidn o eleciroprifica, sin cl previo consentimientn per escrile del editor, |, Cémo se recuerdan las vidas pasadas Entre Jas numerosas doctrinas que han aliviado la car- ga de los hombres, no cabe la menor duda de que fa de Ja reencamacién es la mas cficaz. Eso no solo se expli- ca por el hecho de que uno nazca rodeado por el lujo y otro en medio de la pobreza, porque el unc sea un genio y 2] otro un deficiente, sino también porque nos aporta la certidumbre de que fos hombres se encuentran preci- samenic con aquella que han sembrado en e! pasado; asi pues, el pobre y el rico de hoy encontraran en la vida fulura aquello que desean, con tal de que empiecen a ac- tuar en ese mismo sentido a partir de ahora mismo; y de ese modo, hasta el deficiente, al actuar en una vida tas otra, $¢ formard una mente que, en un futuro lejano, sera similar a la de un genio. Cuande se oye hablar por primera vez de la reencar- acion, se supene, casi de modo natural, que se trata de una doctrina procedente de la India, ya que, como suele saberse, esta doctrina constituye ¢1 fundamento tanto del hinduismo como del budisme. No obsiante, la doctrina de la reencarnacién ha sido aceplada por numerosas creencias, ¥ no hay que buscar 7 sus origenes exclusivamente en las fuentes indias, Se oye hablar de Ja reencarnacién entre los aborigenes de la lejana Australia, y se cuenta de un indigena australiano que, al ser Ilevada al patibulo, se mostrs muy contento, ¥ que en respuesla a su actitud desenfadada, dijo: «Cag ef hombre negra y nace ef hombre bianco, que dispane de un monton de dinero para pastary. Esta doctrina ya era ensefiada por los druidas de la antigua Galia, y Julio César narra cOmo se impartia la doctrina de la reencarnacion a los javenes galos, y como consecuencia de la cual éstos no tenian miedo alguno de enfrentarse a la muerte. Les filésofos griegos también conocieron esta docri- na. Pitagoras, por ejemplo, afirno ante sus discipulos que en su vida pasada habia sido un guerrero en él ase- dig de Troya, y que después se encamé en el fildsofo Armetime de Glazomene. La doctrina tampoce fue ignorada por el cristianis- mo, si es que aceplamos las afirmaciones exactlas de Je- sis cuando se le pregunte si Juan el Bautista era el pro- fela Elias renacide: «Si queréis, poddéis creer que este es Elias que ha regresadon, a lo que se afiaden las siguien- tes palabras sipnificativas: «Quden tenga oidos para oir, que Giga», En ia tradicién hebraica posterior vuelve a aparecer la misma idea y el Talmud cita diversos casos de reen- camacion. La doctrina de Ja recncamacién ejerce una gran fas- cinacion para muchas personas, y Schopenhauer no exa- gera mucho cuando dice: «fe comprobudo gue esta docirina parece evidente a todos aquellos que han oido hablar de ella por primera vem». Algunos creen en ella repentinamente, y la reciben come un rayo de luz procedente de las tinieblas, y en- tonces comprenden con claridad el problema de la vida, al acepiar que la reencamacion es la solucién. Para otros, en cambiv, la creencia se forma gradual- mente, a medida que las dudas se van transformandg en claridad y que las preguntas encuentran una respuesta. Existe, sin embargo, una abjecién que se puede con- traponer légicamente a la creencia en la reencamacion entendida correctamente, tal como ensefia ta teasofia. La vbjecién consiste en plantear la siguiente pregunta: «Si es come dice, si he vivide en ia tiernt en otros cuer- Pos, Zpor qué no recuerdo ef pasado?», $i la reencarnacion es un hecho natural, deben exis- tit, ciertamente, otras muchos factores concomilantes que indiquen su existencia. Ningim hecho naturai permanece aislado y, por con- siguiente, deberia ser posible descubrir el hecho pot vias diversas, Lo mismo puede decirse de la reenearnacién; en efec- to, hay moultitud de hechos de orden psicolégico que de- Thusstran al investipador que la reencarnacién debe ser an heche de Ja naturaleza, y no una simple teoria. Al contestar a la pregunta de por qué no recordamos nuesiras vidas pasadas, lo primero que tenemos que di- lucidar es qué entendemos exactamente por «memoria. Una vez que tengames las ideas claras sobre el meca- tusme de la memoria, no tardaremos en comprender por qué recordamos o no recordames nuestras vidas pasa- das, En resumen, podemos decir que aquello que entende- Mos por memoria no ¢s una recopilacién de los aconte- cimientos que se han experimentado. Al recordar aquei incidente que me ocurrié ayer, cuando me corté un dedo, hay dos elementos que aparecen en mi memoria: en pri- mer lugar, la serie de acontecimientos que produjeron el dolor, como el manejo erréneo del cuchillo, el corte, la aparicion de la sangre, la reaccién sensible dei cerebro, 2] gesto de la mano, etc. Fn segundo lugar, la sensacién causada por ¢] dolor. A medida que transcurren los dias, las causas del do- lor retroceden hacia la periferia de la conciencia, micn- tras que los efectos, es decir, el dolor mismo, permane- cen en el centro. A continuacién, el recuerdo mismo del dolor retrocede hacia el fondo, por lo que ya no guarda- mes un recuerdo directo del acontecimiento, sino un Te- cuerdy indirecto, como una especie de tendencia, que se expresa en el mayor cuidado que llevamos al manejar instrumentos corlantes. Este proceso se desarrolla continuamente: la causa se olvida poco a poco por cuanto se la puede evocar en la mente subconsciente, bajo la influencia de Ja hipnosis, Mientras que el efecto permanece, cransformandose en una tendencia adquirida. En este proceso encontramos la ayuda de nuestro ce- tebro. Podemos considerar el cerebro como una registra- dora de los recuerdos, pero su funcion mas eficaz con- siste precisamente en eliminar los registros mnemdnicos que ya han sucedide; asi pues, el cerebro tiene una do- ble funcion, la de registrar y la de olvidar, Nuestra vida seria imposible si no tuviéramos la ca- pacidad para olvidar. Si cada vez que tratamos de mover 10 una extremidad tuviérames que recordar todos los es- fuerzos que hicimos de nifics para realizar ese mismo movimiento, junto con la excitacion y las dudas, y tam- bién con el sufrimiento que cso implicé cn aquellos mo- Tnentos, nuestra conciencia se encontraria tan sobrecar- gada de recuerdos, que el necesario movimiento de esa extremidad se verfa considerablemente retrasado e in- cluso impedido. Lo misme podriamos decir con respecte a cualquier otra funcién que ahora realizamos de forma automiatica, pero que en su momento fue algo que adquirimos cons- cientemente, Elio se debe, precisamente, al hecho de que olvida- mos el proceso de Ja adquisicién, a pesar de lo cual uti- lizamos la facullad que hemos adquirido. Ese proceso se produce continuamente en la concien- cia de todos y cada uno de nosotros. Se produce, én otros términos, un proces de trans- Mmutacién, cemo cuando se cambian las monedas de co- bre por las de plata, del mismo valor pero de menor peso; éslas se pueden cambiar a su vez per billetes de bance que representan precigamente su valor, o bien por un trozo de papel en forma de pagaré, cuyo valor incrin- seco cs nulo. En tal caso, basta firmar el pagaré para que se ponga en funcionamiente todo el mecanismo del cambio. Pues bien, con nuestros recuerdos de {as sensaciones, {os sentimientos y los pensamientos se produce un pro- ceso similar. Estos se guardan en categorias y se trans- forman en placeres y desagrados (en inclinaciones y aversiones), y Finalmente en talentos o facullades. Ahora sabemos que cuando manifestamos un placer i (inclinacién) o un desagrado (aversidn), para cada una de esas cosas con las que expresamos cualquier actitud especial, no hacemos otra cosa que recordar nuestro pa- sado, @ pesar de que no recordamos las detalles de la ex- pericncia que generd, en un principio, la emucion o la facultad. Micniras escribo estas palabras sobre la pagina, debo recordar algunos otros tiempos en las que me encontré por primera vez con cada una de las palabras en los Jibros de Jectura, y descubri su significado en algiin dic- cionario, cuando aprendi las ieccioney escolasticas, Aho- Ta, ch cambio, utilize esos recuerdos transfermados. En efecto, recordamos continuamente, y si no fuera por esos recuerdos acumulados en alguna parle de mi eonciencia {ya sea en las células cerebrales o en cual- quier otro Jugar, esc no viene ahora al caso), ni siquiera estaria en disposicién de conocer la palabra apropiada para expresar mi pensamiento o incluso para escnbirla de mode que el tipdgrafo pudiera reconocer las letras para componer la misma palabra. Por otro lado, se ha observado el hecho de que elvidamos efectivamente las causas uma 4 Lina; seria una verdadera locura si, cuando escnibo una palabra, tuviera que recordar cuando la vi por pimera vez. El cerebro es un instrumento de regis- tro de tal calibre que no obedece a la conciencia cuando deseamos remontarnos al ongen de los acontecimientos, excepto en algunos casos particulares. El deseo de recordar no va necesariamente seguido por recuerdos relativos, y eso es un hecho que debemos aceptar tal cual es. Bergson ha demostrado bastante apropiadamente que «pensamos inicamente con una pe- quefia pare del pasado, mientras que deseamos, quere- 2 mos y actuamos con todo nuestro pasado y con el im- pulse original de nuestra alma». Esta clato, que seria inutil tatar de recordar nuestras vidas pasadas con el simple ejercicia de la mente; a pe- sar de que el pensamiento puede recordar cualquier cosa del pasado, eso no es mds que una fraccién del todo. Por otro lado, basta sentir y a¢tuar para descubrir que nuestros sentimientos o acciones no son mds que el re- sultado del pasado que convergen en nuestra individuali- dad actual. Por esla razon, si queremos localizar los recuerdos de Tuestras vidas pasadas y ‘levarios a nuestra couciencia actual, en estado normal, debemos observar céma senti- Ings y como actuames, ya que bien poco podremos re- cordar simplemente con ej esfuerzo mental. Asi pues, cada uno de nuestros sentimientos o accio- nes pueden ayudarnos a encontrar la pista de sus compo nentes que forman las expresioues exteriores y las reac- ciones interiores. Eso mismo puede decirse de cada uno de nosotros y por ello podemes reconstruir lambien el pasado de los otros cbservando cémo sienten y acruan, siempre y cuando lo hagamos de forma comin. Pero 5i &) otro manifiesta un modo de sentir o de pen- gar uo comin, ese modo se hace incomprensible para nosotros ¥ por ello necesilamnos de las explicaciones, para comprenderlo. Los sentimientos y pensamientos co- Tunes se pueden explicar con facilidad cuando son el Tesyliady de cxpericncias comunes, mientras que los sen- timientos y acciones no comunes exigen de las explica- siones, ya que Henen causas completamente insdlitas para nosotros. 13 Si el autor de estas lineas, siendo de origen indio, pro- Tunciara wna conferencia en inglés, hallandose en la In- dia, donde son muchos Jos que hablan inglés, el publico asistente podria eslar seguro de que habia asistido a una escuela y a la universidad, sin necesidad de averiguar posteriormente cudndo 9 donde ocurris esa. Si, en cambio, esta persona hablara espafiol, los asis- tentes a la conferencia tendrian curicsidad por saber cémo y cuando adquird la capacidad para hablar en es- paiiol, Por otro lado, si entre el piblico asistente a la confe- rencia hubiera un espafiol, comprenderia, a partir del modo de hablar y del tono, que el conferenciante habria tenido que vivir en Espaiia, o haber pasado algun tiem- po entre espafioles, Asi pues, podemos concluir diciendo que cada vez que se produce Ja manifestaciGn de sentimientos o de acciones, asi como de ciertas expresiones del pensa- miento, que revelen la cualidad de una especializacion, debeunos Jlegar a ta conclusion de que tal facultad se ha adquirido gradualmente por medio de la experiencia, y que es el resultado de experimentes o intentos realiza- dos en una direccién en particuiar. Ahora bien, cada uno de nosotros posee muchas cua- lidades comunes y algunas cualidades especiaiizadas. Las primeras, naturalmente, se deben a las experiencias que sen comunes a todos, Examinemos, por ejemplo, algunas de las facultades especializadas y tratemos de ver si podemos atnbuirlas a una hipotesis distinta a la de la reencamacién. 14 Aquelle que caracteriza principalmente a los setes humanos son las cosas que les agradan (inclinacicnes) o desagradan (aversiones). A veces, estas pueden ser razo- nables, es decir, propiag de un tipo de individuo, que las posee normalmente en e! grado de evolucion en que 3¢ encuentra. Consideramos como normales las cosas que nos agradan y desagradan cuando podemos experimen- tarlas como lales dentro de Jas mismas condiciones. Examinemos, por ejemplo, un caso excepcional, como 1 que suele definirse como «enamorarse a primera vis- la», Dos personas sé encuentcan en circunstancias apa- rentemente fortuitas, a veces procedentes de dos partes extremas del munde. Ninguma de las dos conoce ta exis- lencia de Ja otra; entonces se manifiesla el extrafio fend- meno por medio del cual se reconocen reciprocamente. La vida seria verdaderamente feliz si pudi¢ramos sentir un afecto profundo por todas aqueilas personas con las que nog encontramos; sabemos, sin embargo, que eso no es pasible si no existe previamente ese mis- mo sentimiento en nuestra naturaleza. Entonces, ;por qué pertenece a nuestra natumleza el «enamoramos» de una persona detenninada? {Pot qué estames dispuestos a sacrificarla todo por esa persona a la que hemos encontrado pocas veces, al menos en la vida actual? i Cémo se produce esa situacién en la que parecemos conocer e] funcionamiento intima de su corazén y de su cercbro, a pesar de los pocos indicios que revelan Tues- tras primeras telaciones convencionales? El hecho de «enamorarse» constituye, en efecto, un fenémeno psicolégico misterioso, pero el proceso po- 15 dria describirse mucho mejor como un impulsa de amor, debido al cuai el individuo casi se ve obligado a obedecerlo, sin poderse resistir. Existen por lo menos dos oxplicaciones légicas posi- bles: una seria aquella segin Ja cual se trataria de fiber- tinaje, es decit, de una forma de histena y de demencia incipiente, debida tal vez a complejos psiquicos; la otra, en cambio, indicaria que este profundo sentimiento de un individuo por el otro no represenlaria mds que un huevo encuenn, el ultimo de otros muchos, ya que pre- cisamente esos otros muchos se habrian producido en las vidas pasadas. Dénde y cuando tuvieron lugar esos encuentros, es algo que tiene muy poca importancia para los amantes. Rudyard Kipling, en su libro La historia mas Rermo- sa del mundo, dice que tos dioses nos hicicron beber en el rio def ofvido, antes de dejarmos regresar a la Tierra, Pprecisamente para procurarnos la divina sensacion de enamoramos de Ja persona amada. E] punto principai que debemos observar en este egla- do emocional, el de estar enamorado, es que Ja amislad no surge, por asi decirlo, sinu que es continua, porque en el comportamiento psicolégice de los dos amantes se ex- presa ei recuerdo que ha permanecido de las existencias pasadas, en las que se encontraron, amaron y se sacrifi- caron el uno por el otro. Un ejemplo no muy distinto del apego comin, que fiene su expresién mas intensa en el enamorarse, es el de la aversién reciproca comun, algo que no resulta tan rare encontrar en la experiencia de los seres humanos. Hay algunas aversiones normales que pueden ser expli- 16 cadas con facilidad, pero tomemos, por ejemplo, a dos individuos que se encuentran por primera vez, que nun- ca se han conocido, ni tan siquiers de vista, pero que, al encontrarse, expenimentan un fenémenc de aversion re- ciproca, no debida a ninguna clase de gesto exterior, sino al sentimiento interior y a la intuicién. Lo més extraiio de todos los casos de aversion es que no se trala de ningun sentimiento personal, ¢s decir, que ne sé experimenta una violenta sensacion de «no te amo», sino que se traia mds bien de un estado de con- ciencia mental impersonal, en ¢l que no se manifiesta casi ningun sentimiente y que podria expresarse con las palabras: «Es mejor no tener nada que ver con esta per- sonan. En ocasiones, queremos seguir de inmediato esta in- tuicién, pero en seguida Ja consideramos como una des- cortesia, y luego tratamos de comprender con ia mente a esla nueva persona a la que hemos conocido, Ofras ve- ces, sucede que la persona comienza a gustarnos, y has- ta empezamos a amarla. En tal caso hemos olvidado huesita primera impresion, o bien Ja hemos rechazado por considerarla come un impulse irracional. Hay que considerar, efectivamente, que muchas aver- siones se deben puramente a impulsos irracionales, pero que también hay casos en que los acontecimientos que ocurren con postenoridad demuestran que en un princi- pio no se Irataba tanto de un impulso, sino de uma infui- clon Muy exacta, Puede suceder que, a pesar de nouchos anos de rela- ciones amistosas, nuestro amigo nos propine un golpe morial por la espalda, de una forma imprevista y sin ninguna razén; enlonces, suntidos en el dolor de la hu- 17

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