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Editorial Belacqua, Barcelona, 2002, 205 págs., 13 euros.
Finalista en el premio Anagrama, autor de libros de texto de Ética y Filosofía, y de novelas
como Querido Bruto y Vigo es Vivaldi, Ayllón www.jrayllon.com acaba de publicar en la
editorial Belacqua su último libro: Dios y los náufragos.
P. ¿Por qué ese título?
Porque el ser humano se ve a sí mismo como un náufrago cuando es acosado por el
sufrimiento y por la pregunta sobre el sentido de la vida. En medio de esa inseguridad, la
referencia a Dios es inevitable, tanto si se afirma su existencia como si se niega.
P. ¿Habla usted de "náufragos" concretos?
Sí. He seleccionado a casi una treintena de famosos, en su mayoría novelistas, poetas,
filósofos y periodistas del siglo XX. Y los he dividido en dos grupos: ateos y agnósticos por
una parte, creyentes por otra. En el primer grupo hay autores como Borges, Camus o
Nietzsche. En el segundo, donde casi todos son conversos, podemos encontrar a Pascal,
Chesterton, Dostoievski o Ana Frank.
P. ¿Qué queda de la muerte de Dios, profetizada por Nietzsche?
Queda el hecho indudable de la muerte de Nietzsche, pero también queda su negación de
Dios y su apología del hedonismo, que han calado a fondo en importantes ámbitos de
Occidente.
P. ¿Se puede ser inteligente y creer en Dios?
Depende de lo que entendamos por inteligencia. Pitágoras, Newton, Einstein o Galileo se
hubieran quedado estupefactos ante semejante pregunta, pues Dios casi les parecía evidente.
Pascal hubiera respondido que sólo concibe dos tipos de personas inteligentes: las que aman a
Dios de todo corazón porque le conocen, y las que le buscan de todo corazón porque no le
conocen.
P. Sin embargo, hay científicos famosos que son ateos...
Conocemos científicos que han negado la existencia de Dios desde los primeros balbuceos
de la ciencia, en tiempos de Pericles. Sin embargo, son mayoría los que vislumbran a Dios a
través de la grandiosidad del universo en su conjunto y de la complejidad de una célula viva o
un átomo. Así lo constata, por ejemplo, FernándezRañada en su libro Los científicos y Dios.
P. Creo que alguno de los investigadores de Atapuerca concluye, desde un materialismo
estricto, que el origen de la vida y del hombre es fruto del azar.
A ese planteamiento, que fue también el de los griegos Leucipo y Demócrito, hace más de
dos mil años, responde C. S. Lewis, uno de los escritores de Dios y los náufragos. Lewis,
ateo y materialista hasta los treinta años, advertirá que, si la vida y el hombre son frutos del
azar, los pensamientos humanos serán subproductos accidentales, también los pensamientos
de los científicos materialistas. De ser así, ¿por qué habríamos de creer que son verdaderos?
P. ¿Es Dios, como pensaba Dostoievski, el gran problema del hombre?
Pienso que es, a la vez, el gran problema y la gran solución. De todas formas, cuando
hablamos de Dios no nos referimos exactamente a un tema o a un problema, sino a una
Persona: al Ser que ha causado y sostiene la existencia y la vida de todo lo que existe.
P. ¿A quién se dirige este libro?
El tema es propio de asignaturas como Ética y Filosofía, materias que imparto desde hace
muchos años, pero la pregunta sobre Dios y el sentido de la vida es universal. Quizá, al
presentar a los autores escogidos por medio de textos autobiográficos especialmente
brillantes, el libro resulte interesante y objetivo al gran público.
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«Dios nos grita a través de nuestro dolor». Entrevista con el filósofo José Ramón Ayllón
BARCELONA, 18 julio 2003 (ZENIT.org). El diario La Vanguardia publicó el jueves 17 de
julio una entrevista a José Ramón Ayllón en la que el filósofo, respondiendo a las preguntas
de Ima Sanchís, abordó el misterio del sufrimiento y del dolor.
Originario de Santoña (Cantabria, España), Ayllón es católico, tiene 47 años y fue profesor
de enseñanza secundaria durante 15 años. Actualmente, se dedica a escribir. Su especialidad
es la ética.
Entre sus publicaciones, el libro «Dios y los náufragos» (Editorial Belacqua, Barcelona,
2002), al que alude en la entrevista, es un ensayo sobre el sentido de la vida, referido a su
clave divina. En el volumen, el autor selecciona y deja hablar a 26 pensadores agnósticos,
ateos, conversos, enfrentados a la más radical de las cuestiones, la pregunta sobre Dios.
Por su interés, reproducimos el texto íntegro de dicha entrevista:
¿Dios es el espejo del hombre?
Yo creo que más bien es al revés: el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios.
Puede que nuestro papel en este planeta no sea alabar a Dios sino crearlo.
Si usted está dispuesta a esgrimir las tesis hegelianas –defender que Dios es una
sublimación de los deseos humanos– vamos a estar animados; pero déjeme advertirle...
Adelante.
Todos los conversos tienen en común que no se convierten a una teoría o a unas ideas, sino
a una persona que tuvo nombre y apellidos y que se llamaba Jesucristo.
¿Y qué más tienen en común?
Todos los hombres de ciencia, novelistas, filósofos y pensadores que he seleccionado en
«Dios y los náufragos» han tenido vidas conmovedoras y difíciles. Todos hablan desde un
profundo conocimiento de la experiencia humana, del dolor y el sufrimiento.
¿Dios se esconde detrás del sufrimiento?
A Dios o al diablo.
«Cuando se vive con fe –le diría Yepes–, se entiende mejor el dolor humano. El dolor
acerca a la intimidad de Dios».
¿Sabe?, adoro la alegría.
Yepes, un converso, dijo que había alcanzado la certeza moral y hasta física de que la
muerte es un paso maravilloso: «Llegar por fin a la felicidad que nunca se acaba y que nada
ni nadie puede desbaratar».
¿Qué le sucedió a este ilustre hombre?
Había sido ateo toda su vida y un día, de repente, cuando estaba acodado en un puente del
Sena, escuchó dentro de él una voz: «No sólo se hizo oír –escribió–, sino que entró de lleno y
para siempre en mi vida».
¿No tiene un ejemplo más racional?
Sí, Agustín de Hipona.
¡Pero si era obispo y además santo!
San Agustín fue un «playboy» total y absoluto y, si no, lea sus «Confesiones». Lo que pasa
es que era un tipo muy listo y llegó a Dios por eliminación de posibilidades. Él se da cuenta
de que el corazón humano está hecho para ser feliz y no le salen las cuentas.
Hasta ahí estoy de acuerdo.
–Pues sigamos. Tenemos un corazón con una capacidad inmensa para amar y ser amados y
está claro que aquí, en la tierra, no lo vamos a llenar nunca.
No me diga eso.
San Agustín, Platón y Kant argumentaban que las necesidades del hombre existen porque
pueden ser colmadas.
Aunque no siempre lo sean...
Ese es otro tema. El caso es que tenemos sed y hay agua, sentimos hambre y hay comida...
Todos tenemos necesidad de justicia y el sentimiento interno de la dignidad humana; si no, no
saltaríamos cuando nos pisan.
El mundo está lleno de pisoteados.
Eso le demuestra que existe un Dios que hará justicia; si no, por qué tenemos ese instinto.
Ahí tiene la demostración kantiana de la existencia de Dios.
Una idea simple.
Y muy profunda. Recuerde lo que dijo Pascal, máximo exponente del racionalismo: «Para
los que quieren creer en Dios hay suficiente luz. Para los que no quieren creer hay suficiente
oscuridad».
Hay un viejo proverbio que dice: «Dios escribe derecho con renglones torcidos».
Todo agnóstico se encuentra con el escollo del sufrimiento humano. En su libro «El hombre
en busca de sentido», Viktor Frankl, discípulo de Freud y superviviente de Auschwitz,
explica que si ponemos a un chimpancé una dolorosa vacuna que puede salvar la humanidad,
el mono no lo entenderá. La respuesta al dolor humano la tiene Dios.
Es como un pez que se muerde la cola.
El filósofo Clives S. Lewis, otro converso, reflexionó mucho sobre el dolor y concluyó que
Dios nos habla por medio de la conciencia y nos grita por medio de nuestros dolores: los usa
como megáfono para despertar un mundo de sordos.
Bonita manera de devolvernos a la cruda realidad.
«El dolor, la injusticia y el error dice Lewis son tres tipos de males con una diferencia: la
injusticia y el error pueden ser ignorados por el que vive en ellos, mientras que el dolor no
puede ser ignorado y toda persona sabe que algo anda mal cuando sufre».
¿No tendría en su chistera una visión de Dios más «humana»?
Je, je, vayamos a Gilbert K. Chesterton, considerado uno de los grandes escritores del siglo
XX: «Después de haber permanecido en los abismos del pensamiento contemporáneo, tuve
un fuerte impulso interior para rebelarme y desechar semejante pesadilla».
Lúcido.
Je, je... «Como encontraba poca ayuda en la filosofía y ninguna en la religión, inventé una
teoría mística rudimentaria: la mera existencia era lo suficientemente extraordinaria para ser
estimulante».
Me gusta.
En su opinión, la depresión del hombre era el peor pecado. Chesterton llegó a la conclusión
de que los valores que predica el cristianismo prudencia, templanza, justicia, fortaleza...
eran racionalmente la mejor opción: «La tremenda imagen que alienta en las frases del
Evangelio se alza más allá de todos los sabios tenidos por mayores».
De ahí a la Iglesia católica...
Escuche, escuche a Chesterton: «Estoy orgulloso de verme atado por dogmas anticuados,
como dicen mis amigos periodistas, porque sólo el dogma razonable vive lo bastante para que
se le llame anticuado».
DIOS Y LOS NÁUFRAGOS. Índice de personajes tratados en el libro
I. NÁUFRAGOS A LA DERIVA
1. Vicente ALEIXANDRE
2. Dámaso ALONSO
3. Jorge Luis BORGES
4. Albert CAMUS
5. Auguste COMTE
6. Ludwig FEUERBACH
7. Friedrich NIETZSCHE
8. Ernesto SÁBATO
9. George STEINER
10. Elie WIESEL
II. DIOS A LA VISTA
11. AGUSTÍN de Hipona
12. Gilbert K. CHESTERTON
13. Fiódor DOSTOIEVSKI
14. Ana FRANK
15. André FROSSARD
16. Jean GUITTON
17. Clives S. LEWIS
18. Vittorio MESSORI
19. Miguel d'ORS
20. Blaise PASCAL
21. Edith STEIN
III. TESTIMONIOS
22. David y Tania
23. Tatiana GORICHEVA
24. J. L. MARTÍN DESCALZO
25. Gustave THIBON
26. Narciso YEPES
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PRESENTACIÓN
Dios y los náufragos es un ensayo sobre el sentido de la vida, referido precisamente a su
clave divina. El autor se ha limitado a seleccionar y dejar hablar a un conjunto de reconocidos
intelectuales novelistas, poetas, periodistas, filósofos, en su mayoría del siglo XX.
Si todos somos náufragos arrojados al océano de la existencia, cualquier lector podrá verse
reflejado en estos hombres y mujeres que han experimentado en carne viva el drama de esa
contradictoria criatura que ama, que sufre, que va a morir y que lo sabe.
La primera parte del libro, Náufragos a la deriva, está dedicada a quienes han negado que
Dios pueda existir o ser conocido. Esa negación les sitúa respectivamente entre los ateos y los
agnósticos, y en ambos casos suele estar provocada por el naufragio en el mal. En este
sentido, estas páginas son también un intento de explicar el misterioso y escandaloso
protagonismo del mal en el mundo, de buscar un sentido al sufrimiento humano.
Dios a la vista es la segunda parte de este ensayo. Después de los ateos y los agnósticos
encontramos a los creyentes, en cuya selección son mayoría los conversos al cristianismo:
personas que en busca de íntima coherencia han dado a sus vidas un giro profundo, con
frecuencia a contrapelo. Ello confiere a sus testimonios, además de una sólida base
argumental, un entrañable sello de autenticidad.
Por último, agrupados como Testimonios, cierran el libro seis relatos breves y magníficos.
"Al escribir Dios y los náufragos dice el autor he tenido presentes a mis colegas y alumnos
de Ética y Filosofía, y en todo momento he sentido, como Kant, que Dios es el ser más difícil
de conocer, y también el más inevitable".
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