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Edward Hallet Carr no e5 s6lo uno de los mas eminentes historindores de nuestra época, sino también uma de las figuras intelectuales que mayor influencia politica han efercido, sobre todo en el dominio de la politica internacional y en momentos cruciales de Ia historia. ‘Terminada la guerra, Carr se consagré a la redaceién de su obra maestra: Ja monumental A History of Soviet Russia, La serie de conferencias que reproduce el presente libro es una meditacién’sobre el objeto, la finalidad y el método de la historia, considerada en su doble y combinado aspecto de investigacién llevada a cabo por el historiador y de los acontecimientos T H 2. Ln, | 6Quées | lahistoria? | LDH Preapa 2 oi del pasado que investiga. A la pregunta de si & - ~ i ; | puede darse una historia objetiva responde el Po : | autor negativamente, convencido de que la ; { interpretacién es elemento constituyente del = } \ dato hist6rico. Al afirmar el autor que el Qe \ historindor debe ver el pasado con los ojos del 3 presente, abunda en Ja famosa frase de Croce ae segiin Ia cual toda In historia es historia Be contemporanea. \ =. = ' | \ ' fies, | | ae 2 | ‘ Anel dka| Atel rg E. H. Carr QUE ES geildg, La HISTORIA? AD Difusian gratuita, Conferencias “George Macaulay Trevelyan” ! 1 dictadas en la Universidad de Cambridge La fotecapia no mata ‘en enero-marzo de 1961 3 al libra, A el mercada si. 4 yy W 4819 EDITORIAL ARIEL, S. A. BARCELONA Titulo original: What te story? ‘Traduccién de Joaquin Roweno Mauna Disaiio coleccién: Hane Romberg (Editorial Sele Baral, $. A.) Primera édicin ea ‘Colectiéa Ariel: septiembre 1983 Segunda edicidn: octubre 1984 . H. Garr, Londres Derechos eyelusivos de edicidn en castellano reservados para todo el manda 'y propiedad de bs traduccion: ©1983 y 1964s Eiditorial Arid, 8. A. Carcega, 270 - 08008 Barcelona TSBIN: 84344-1001. Depéstto legals B. 33.306 - 1984 Impreso en Espa ‘Ninguss pare de rc publica, Snide of iso del eubier, puede ser predecis aleoceada o tranamiids eo manera sea 0! por wigan medi, Jo ucz décttica, quimice, mecinice, éptico, de grabscibn a de fotocopis, sin permiso previo del editor. «Me maravillo a menudo de que resul- te tan pesada, porque gran parte de ella debe de ser pura invencién» Catherine Morland, hablando de Ia Historia, (Jane AUSTEN, Northanger Abbey, cap. x1V) 1 EL HISTORIADOR Y Los HECHOS {Qué es 1a historia? Para precaverme contra quien encuentre superfiua o falta de sentido la pregunta, voy a partir de textos relacionados respectivamente con Ja primera y Ja segunda encarnaciones de la Camt- bridge Modern History, He aqui a Acton, en su ine forme a los sindicos de Ia Cambridge University Fress acerea dela obra que se habia comprometido a dirigir: Es ésta una oportunidad sin precedente de reunir, en Ia forma més util para los més, el acer- vo de conocimiento que el siglo xix nos estd le- gondo, Mediante «una inteligente divisién del tra- bajo seriamas capaces de hacerlo y de poner al alcance de cualquiera el iltimo documento y las conclusiones mds elaboradas de la investigacién, internacional. No podemos, en esta generacién, formular una historia definitiva; pero sf podemos eliminar la historla convencional, y mostrar a qué punto he- mos legado en el trayecto que va de ésta a aqué- lla, ahora que toda Ia informacién es asequible, y¥ que todo. problema es susceptible de sofucién (1), (1) The Cambridge Mote History: Its Origin, Authorship nad Production (190), pags. 12. ¥ transcurridos casi exactamente sesenta afios, ei profesor Sir George Clark, en su introduccién gene- ral a la segunda Cambridge Modern History, comen- taba aguel convencimienta de Acton y sus colabora- dores de que legarla el dia en que fuese posible pre- sentar una chistoria definitivas, en los siguientes tér- minost Los historiadores de una generacién posterior ho esperan cosa semejante. De su trabajo, esperan que sea superado una y otra vez. Consideran que €l conocimiento del pasado ha llegado a nosotros por mediacién de una o mas’mentes humanas, ha sido «elaborado» por éstas, y que no puede, por tanto, consistir en stomos elementales ¢ imperso- nales que nada puede alterar... La exploracién no parece tener limites y hay investigadores impa- cientes que se refugian en el escepticismo, o cunn- do menos en In doctrina de que, puesto que todo juicio histético implica personas y puntos de vis- ta, todos son igual de validos y no hay verdad histérica (5). Elogiar a un historiador por la precisién de sus datos ¢s como encomiar a un arquitecto por utilizar, en su edi- ficio, vigas debidamente preparadas o cemento bien mezclado. Ello es condicién necesaria de su obra, pero no su funcién esencial, Precisamente en cuestio- nes de éstas se_reconoce al historiad derecho a fundarse en_ias que se han Mlamado eciencias aux liaress de Ja historia: la arqueologia, Ia epigrafia, ia numismatica, la cronologia, etc. No se espera del historiador que domine las técnicas especiales mer ced a las cuales el perito sabri determinar el origen y el periodo de un fragmento de cerimica o de mér- mol, © descifrar una inscripeién oscura, 0 llevar a cabo los complejos edleulos astronomicos necesarios para fijar una fecha precisa. Los Hamados datos bi (8) AL Mant Adtromemicon: Liber Primus ma 87, et 15n, peat 4 sicos, que son los mismés para todos les historiado- Fes, mas bien suclen pertenecer a Ja categoria de materias_primas_del_historiader que a Ia historia misma. La segunda observacién que hemos de hacer es que Ia necesidad de fijar estos datos bisicos no se apoya en ninguna cualidad. de Ios hechos mismos, sine en una decisién que formula el historiador a priori. A pesar de la sentencia de C. P, Scott, todo pe~ riodista sabe hoy que Ja forma mis eficaz de influir en la opinién consiste en seleccionar y ordenar los hechos adecuados, Sella decirse que los hechos ha: ‘blax. por sf solos. Es falso, por supuesto, Los hechos s6lo hablan cuando el historiador_apela a ellos: él as Guien decide a qué hechos se da paso, y en qué orden y contexto hacerlo. Si no me equivoco, era un personaje de Pirandello quien decis que un hecho es como un saco: no se tiene de pie mis que si mete- ‘mos algo dentro, La tinica razén por la qué nos inte- esa saber que la batalla se libré en Hastings en 1066 estriba en que los historiadores lo consideran hecho histérico de primordial importancia. Es el historiador quica ha decidido, por zazones suyas, que el paso de aquel Tiachuelo, ef Rubicén, por César, es un hecho que pertencce a Ta historia, en tanto que el paso del Rubicén por millones de otras personas antes y des- pues, no interesa a nadie en absolute. El hecho de que ustedes Ilegaran a este edificio hace media hora. a pie, en bicicleta 0 en coche, es un hecho del pasado como pueda serlo el hecho de que César pasara el ‘Rubicon, Pero los historiaduies dejarén seguramente de tener en cuenta el primero de ambos hechos. El profesor Talcott Parsons calificé una vez ta ciencia de «sistema selectivo de orientaciones cognitivas 15 hacia Ja realidad» (6), Tal vez padrfa haberse dicho con mas sencillez. Pero Io cierto es que Ia historia es eso, entre otras cosas. El historiador es necesaria- mente selectivo. La creencia en un niicléo dseo de hechos historicos existentes objetivamente y con in- dependencia de la interpretacién del historiador es una falacia absurda, pero dificilisima de desarraigar. ‘Echemos tuna ojeada sobre el proceso por el cual un maro dato del pasado se convierte en un hecho histérico. En 1850, en Stalybridge Wakes, un vende dor de golosinas era deliberadamente golpeado hasta Ja muerte por una muchedumbre enfurecida, tras una disputa sin importancia. ¢Es ello un hecho histérico? Hace un afio hubiese contestado que no sin vacilar. Lo habfa recogido un testigo ocular en ciertas memo- rias poco conocidas (7); pero nunca vi que ningin historiador Id considerase digno de mencién. Hace un afio, el Dr. Kitson Clark Jo cit en sus Conferen- clas Ford en Oxford (8). ¢Confiere esto al dato el atr buto de histérico? Creo que atin no. Su situacién ac- tual, dirfa yo, es Ia de que se ha presentado su candi- datura para el ingreso en el selecto club de los hechos histéricos. Se eiicuentra ahora aguardando partida- rios y patrocinadores. Puede que en afios sucesivos veamos aparecer este dato, primero en notas a pie de pagina, y luego en el texto, en articulos y libros acerca de la Inglaterra decimonénica, y que dentro de veinte o treinta afios haya pasado a ser un hecho histérico sélidamente arraigado. Como también puc- 9, Te Zanwone y E. Suns, Towards «generat teory of Act ea. 185h, pig 1h. Se ee ) Lora” Gates Stic, Seveniy Years « Shourman (2: oA. 162), Page IIB. (@) ‘Scria publleades ea reve ‘ajo of ttulo de: The Making Victorian Engl. mi 16 de que nadie lo menciones, en cuyo caso volverd a sumirse en. el limbo de los hechos del pasado no per tenecientes a Ja historia, de donde el Dr. Kitson Clark ha tratado generosamente de salvarlo, ¢Qué sera 10 que decida cul de ambas cosas ha de suceder? De penderd, pienso yo, de que la tesis o la interpretacién en apoyo de Ja cual el Dr. Kitson Clark cité este in- cidente sea aceptada por los demés historiadores como valida e importante, Su_condicién de hecho historico dependeré de una cuestién de interpreta ciér, Este elemento interpretativo interviene én todos Jos hechos histéricos. Permitaseme evocar un recuerdo personal. Cuando yo estudiaba historia de in Antigiedad en esta misma Universidad, afios ha, hube de dedicarme especiak mente al tema de «Grecia en la época.de las guerras médieass. Reuni en mis estanterias unos quince 0 veittte voliimenes, dando por supuesto que hallaria, en aquellos tomos, todos los datos relatives a mi tema. Supongamas —Io que era casi del todo cierto— que aquellos libros conteaian todas los datos que se eonocian entonces, 0 que pod{an conocerse, Ni por un momento se me octirid investigar en virtud de qué accidente 0 de qué proceso de erosién habia so- bresivido aquella reducldisima selecciéa de. datos, entre los miles y miles de hechos que alguna vez tu- vieron que ser conocidos de alguien, para convertirse en Ios hechos de Ja historia. Sospecho que atin hoy una de las fascinaciones que ejerce la historia an- figua y medieval radica en Ia impresién que nos da de tener a nuestra disposicién todos los datos, den- iro de unos Ifmites controlables: 1a movediza barre- ra que separa los hechos histéricos de los que no Jo son se esfuma porque los pocos hechos conocidos 7 son todos ellos histéricos. Como dijo Bury, que estu- di6 ambos periodos, «el acervo de datos con que cuenta la historia antigua y medieval esta plagado de lagunas» (9). Se ha dicho que Ia historia cs un gigan- tesco rompecabezas en el que faltan numerosos tro- zos. Mas el problema principal no estriba en las lee gunasf Nuestra imagen de Grecia en el siglo v antes de nuestra era es deficiente, y no sobre todo por ha- berse perdido tantos fragmentos de ella accidental. mente, sino por ser, en Iineas generales, la imagen que plasmé un reducido grupo de personas de la ciu- dad de Atenas, Nosotros sabemos bastante bien qué opinién tenia de Ia Gr lo ¥ un enidadaio ateniense; pero ignoramos qué le parecia a un es- partano, a un corintio’o a un tebano, por no decir aun persa, a'tn esclavo 0 8 otro residente en Atenas que no fuese ciudadano. Nuestra imagen ha sufrido una seléccién y una determinacién previas antes de Megara nosotros, no tanto por accidente como por personas consciente o inconscientemente imbuidas de una éptica suya peculiar, y que penssron que los datos que apoyaban tal punto de vista merecian ser conservados. Asi tambidn, cuando leo en una historia contemporinea de Ia Edad Media que la gente, en la Edad Media, era profundamente religiosa, me pre- gunto cémo lo sabemos y si es cferto, Los que conoce- mes como hechos de la historia medieval han stdo casi todos seleccionados para nosotros por genera- ciones de cronistas que por su profesién se ocupa- ban de la teorfa y la practica de la religién y que por lo tanto la conideraban como algo de suprema importancia, y recogian cuanto a ella atafiia y n0 gran cosa mds. La imagen del campesino ruso pro- (©) 3. B, Womy, Selected Essays (150), pg 52 18 imdamente religioso fue destruida por la revolucién de 1917. La imagen del hombre medieval profanda- ioso, sea verdadera o falsa, es indestruc- Hble, ya que casi todos los datos que acerca de él se sonocen fueron seleccionados de antemano por per- sonas que creyeron en ella, y que querfan que los dems la compartieran, en tanto que muchos otros datos, en Jos que acaso hubiéramos hallado pruebas de lo contrario, se han perdido sin remisién. El peso muerio de genersciones desaparecidas de historiado, ‘illdad de apelacidn muestra idea del pasado. (11). Cuando ame siento tentado, como me ocurre a veces, a envi- iar la inmensa seguridad de colegas dedicados a Ja historia antigua o medieval, me consuela Ja idea de que tal seguridad se debe, en gran parte, a lo wwucho que igneran de sus temas, B) historiador de ea(2 © Mermcowen, Story i 4 chaning word (839, pis (lip Lenin Srusentoy, Pdlogo a Esinent Victorian. 1» — épocas ms recientes no goa de ninguna de las ‘yentajas de esta inexpugnable ignorancia. Bebe culti- var por si mismo esa tan necesaria ignoraneia, tanto mas cuanto mAs se aproxima a su propia época. Le incumbe la doble tarea de descubrir los pocos datos elevantes y convertirlos en hechos histéricos, y de__ descatiar lov iauchos datos carentes de importantis jor ahistGricos. Pero esto es exactamente lo contra: tio de la herejia decimonénica, segin la cual la historia consiste en Ja compilacién de Ja mayor car tidad posible. de datos imefutables y objetivos. Quien caiga en tal herejig, 0 tendré que abandonar Ia his- toria por considerarla tarea inabarcable y dedicarse a coleccionar sellos @ a cuslquier otra forma de coleccionismo, 9 acabard en el manicomio. Esta herejfa 5 la que tan desvastadores efectos ha. tenido en los dltimas cien afios para el historiador moder- no, produciende en Alemania, Gran Bretafia y Esta- dos Unidos una amplia y creciente masa de historias fécticas, aridas como lo que més, de monogratias minuciosamente especializadas, obra de aprendices de historiadores sabedores cada vez mas acerca de cada vex menos, perdidos sin dejar rastro en un océano de datos, Me temo que fuera esta herejia —mis que el conflicto, alegado al respecto, entre la lealtad al liberalismo o al catolicisme— lo que malo- gx6 a Acton como historiador. En un ensayo de su primera época, dijo de su maestro Dillinger: «Por nada escribiria partiendo de un material impesfecto, y para él todo material era imperfecto» (12). Acton (12) Gitsdo por G. P, Gooch, History and Historians in the Nine~ eenth. Conary, pig. 385; ulterlormente dijo Acton de Dillinger que Se fue dado configurar su Mose dem historia sobre In mayor Iinduceiéa jomés al aleanee ‘del hombre” (Uistory of Freedom end Other Essays, 1901, pig, 135, 20 estaba sin duda pronunciando aqui un veredicto an- Scipado sobre si mismo, sobre aquel eurioso fené- meno de un historiador en el que muchos ven el mais distinguido ocupante que Ia cétedra Regius de Historia Moderna en esta Universidad ha tenido munca, y que, sin embargo, no escribié ninguna Ristoria. Y Acton escribié su propio epitafio en Ia nota introductoria al primer volumen de la Cam- Bridge Modern History publicado a poco de su musr- te, cuando lamentaba que los requerimientos que agobiaban al historiador «amenazan con convertirie, de hombre de letras, en compilador de una enciclo- pedia» (13). En alguna parte pabia_un error. Y cl exror era Ia fe en esa incansable e interminable acumulacién de hechos rigurosos vistos como fun- damento de Ia historia, I2_convicciém de que los datos hablan por si solos y de que nunca se tienen demasiados datos, conviccidn tan inapelable entonces que fueron pocos Jos historiadores del momento que creyeron necesario —y hay quienes todavia siguen exeyéndolo innecesario— plantearse la pregunta ¢Qué es la Historia? El fetichismo decimondnico de los hechos yenia completado y justificado por un fetichismo de los documentos. Los documentos eran, en el templo de Jos hechos, él Arca_de—ia_Alianza. El historiador devoto Iegaba ante ellos con la frente humillada, y¥ hublaba de ellos en tono reverente. Si Tos docu- mentos lo dicen, serd verdad. Mas, :qué nos dicen, ‘2 fin de cuentas, tales documentos: los decretos, los tzatados, las cuentas de los arriendos, los libros azu- tes, la correspondencia oficial, las cartas y los diarios privados? No hay documento que pueda decirnos (03) Carmbrddge Modern History, |OMRR, 4 a acerca de un particular ms de lo que opinaba de 4 su autor, lo que opinaba que habia acontecido, Jo que en su opinién tenfa que ocurrir u ocurrirfa, 0 acaso tan sélo lo que queria que los demds creyesen que él pensaba, o incluso solamente lo que ¢l mismo crey6 pensar. Todo esto no significa nada, hasta que el historiador se ha puesto a trabajar sobre ello y Jo ha descifrado. Los datos, hayan sido encontrados op documenins o-no, tienen. que ser_slaborad fos por el _historiador antes de que él pueda hacer algin ‘so de ellos; y el uso que face de ellos es precisa mentesmprocesa.de élaboracién, = 7 Voy a ilustrar lo que trato de decir con un ejem- plo que casualmente conozco bien. Cuando Gustav ‘Stresemann, el ministro de Asuntos Esteriores de la Republica. de Weimar, murig en 1929, dejé una masa ingente —300 cajas llenas— de documentos oficiales, semioficiales y privados, relatives casi todos a los seis afios durante los cuales tuvo a sta cargo In cartera de Asuntos Exteriores, Como es l6gico, sus amigos y fa- miliares pensaron que la memoria de hombre tan in- signe debla honrarse con un monumento. Su leal se cretario Bernhard puso manos a la obra; y en un pla- zo de tres afios salieron_tres_gruesos vohimenes de unas 600 paginas cada uno, que contenfan una selec- cién de los documentos de las 300 cajas, y que Hleva- ban el impresionante titulo de Stresemanns Ver miichtnis («El legado de Stresemanns). En circuns- tancias normales, los jentos propiamente dichos habrian ido descomponiéndose en algin sétano o des- van, y Se habrian perdido para siempre. O acaso, al caba de un centenar de afios o asf, habria dado con ellos cierto investigador curioso_y emprendido su comparacién con el texto de Bernhard. Lo realmente 2 ccurride fue mucho més truculento, En 1945 los do- cumentos cayeron en Jas manos de los gobiernos bri- ténico y norteamericano, quienes los fotografiaron todos y pusieron las £otocopias a disposicién de los investigadores en el Public Record Office de Londres y en los National Archives de Washington, de forma ‘que, con Ja suficiente curiosidad y paciencia, podemos ver con exactitud lo hecho por Bernhard. Lo que habla hecho no era ni insélite ni indignante. Cuando Stresemann muri, su politica occidental parecta haber sido coronada por una serie de brillantes éxi tos: Locarno, la admisién de Alemania en la Socieds dh de Naciones, los planes Dawes y Young y los emprés~ titos norteamericanos, Ia retirada de los ¢jércitos aliados de ocupacién del territorio del Rhin. Parecia ésta la parte importante-a ta vez que fructifera de Ia politica exterior de Stresemann: y no es de extrafiar que la seleccién documental de Bernhard destacase con mucho este aspecto, Por otra parte, la politica oriental de Stresemann, sus relaciones con Ia Union Soviética, parectan no haber levado a ninguna parte, y como no eran muy interesantes ni engrandecian en nada la fama del estadista aquellos montones de do- cumentos acerca de negociaciones que no dieron mAs que triviales resultados, el proceso de seleccién po- la ser més riguroso, En realidad Stresemann dedicé una atencién mucho mds constante y solicita a las Te~ Jaciones con la Unién Soviética, que desempefiaron un papel mucho mayor en el conjunto de su polftica extranjera, de lo que puede deducir el lector de Ja antologla de Bernhard. Pero me temo que muchas colecciones publicadas de documentos, sobre las que ‘se funda sin vacilaciones el historiador normal, son peores que los volimenes de Bernhard. 23 Pero mi historia no termina aqui, Poca después de publicados los tomas de Bernhard, subié Hitler al poder. Se relegé al olvide en Alemania el nombre de ‘Stresemann y los libros desaparecieron de Ja circula- cién: muchos ¢jemplares, quizis la mayoria, fueron destruidos, En Ia actualidad; el Stresemanns Ver- miichinis es un libro més bien diffcil de encontrar, Pero en Occidente, la fama de Stresemann se mantu- vo firme. Bn 1935 un editor inglés publicé una traduc- in abreviada de la obra de Bernhard, una scleceién de la seleccin. de Bernhard: se omitié aproxima damente la tercera parte del original, Sutton, conoci- do traductor del alemén, hizo su trabajo bien y de snodo competente. La versién inglesa, explicaba en el prologo, estaba «ligeramente condensada, pero solar ‘mente por la omisién de una parte de lo que —en su sentir— era lo més efimero... de escaso interés para los lectores o estudliosos ingleses» (14). Esto también es bastante natural. Pero el resultado es qué Ia politica oriental de Stresemann, ya insuficiente mente destacada en Ia edicién de Bernhard, se pierde aiin més de visa, y en los volimenes de Sutton Ja Unién Sdviética aparece como un mero intruso oca- sional, y'més bien inoportuno, en la politica predo- minantenfente occidental de Stresemann, Sin embar go conviene dejar sentado que es Sulton, y no Bern- hard —y menos atm los documentos mismos— quien representa para el mundo occidental, salvo unog cunntos especialistas, la auttatier voz de Stresemann, De haber desaparecido [es“documentos en 1943, du- yante Ios bombardeas, y de haberse perdido el ras- tro de los restantes voldmenes de Bernhard, manca se (Us), Gustav Streserann, Hits Diaries, Letters and Papers, 1 (985), [Nota de Sutton, » cuye cargo corrié In selecion, m4 Sedieran puesto en tela de juicio la autenticidad y Ia ‘sstoridad de Sutton. Muchas colecciones impresas de Gecumenos aceptadas de buena gana por los histo- siadores a falta de los originales, descansan sobre ‘== base tan precaria como ésta. Pero quiero Hevar sin mis lejos Ia historia. Olvi- Zemos lo dicho acerca de Bernhard y Sutton, y agra- Sezcamos el poder, silo deseamos, consultar los do- samentos auténticos de uno de los principales acto- zes-de algunos de los acontecimientos importantes de Ge historia europea reciente. ¢Qué nos dicen los docu- s=entos? Contienen entre otras cosas notas de unos suantos centenares de conversaciones entre Strese- sunny ¢] embajador sovistico en Berlin, y de una ‘eintena con Chicherin, Tales notas tienen su rasgo = comin, Presentan a un Stresemann que se Hevaba Se parte del ledn en las conversaciones, y revelan sus sczumentgs invariablemente ordenados y atractivos, tanto que Jos de su interlocutor son las més de las ‘reces vacios, confusos y mada convincentes, Es ésta =a caracteristica comin a todos los apuntes de con- ‘ersaciones diplomaticas, Los documentos no nos di sexo que ccurrié, sino tan sélo lo que Stresemann exey6 que habia ocurido, o lo que deseaba que los denis pensaran, o acaso lo que él mismo queria creer que habia ocuricio, El proceso seleccionadot =o lo empezaron Bernhard ni Sutton, sino el mismo Stresemann. ¥ si tuviéramos, por ejemplo, los apun- tes de Chicherin acerca de dichas conversaciones, nos ‘qedariamos sin embargo enterados tan s6lo de lo <= de ellas pensaba Chicherin, y lo que realmente courié tendrfa igualmente que ser reconstruido en Za mente del historindor. Claro que datos y docu sentos son esencisles para el historiador. Pero hay 25 ‘que guardarse de convertirlos en fetiches. Por si historia; no brindan por si solos u : Llegados a este punto, quisiera decir unas palabras sobre Ix razon por la que los historiadores del siglo pasado solian desentenderse de Ia filosofia de la his toria, La expresién la invent6 Voltaire, y desde enton- ces se la viene utilizando en distintas acepciones; pero yo la usaré, si es que alguna vez la uso, como con- testacion a nuestra pregunta: Qué es Ja Historia? Para los intelectuales de Europa occidental el siglo x2x fue un perfodo cémodo que respiraba confianza y op- timismo, Los hechos resultaban satisfactorios en con- junto; y la inclinacién a plantear y.contestar pre- guntas molestas acerca de ellos fue por lo tanto débil, Ranke creia piadosamente que la divina providencia ee ne lass Gargaba de los Kechos; y Burckhardt, con un matiz cinico mis moderne, observaba que «no_estamos iniciados en Jos destgnios de 1a eterna. sabiduria>. EI profesor Butterfield apuntaba con visible satisfac cién, nada menos que en 1931, que «los historiadores han reflexionade poco acerca de la naturaleza de las cosas y aun acerca de la naturaleza de su propia ma- teria de estudio (15), Pero mi predecesor en estas conferencias, el Dr. A. L. Rowse, mis preciso en su critica, escribi6 de «La Crisis Mundial» de Sir Wins- ton Churchill (su libro acerea de la primera Guerra Mundial) que, aunque estaba a la altura de la Histo- ria de la Revoluctdn Rusa de Trotsky en lu que hacla a personalidad, viveza y vitalidad, quedaba por de- C15) HL. Berruxmm, The Whig faterpretaion of ' old lg tncerpretation of History (NL), 26 ‘bajo de elln a un respecto: ano habia detrés filosofia & ia historia algunas (16), Los historiadores brit ‘sicos se negaron a dejarse arrastrar, no porque cre- seen que {a historia carece de sentido, sine porque Sei a éste implicito y evidente. La concepcién Nbe- ‘so de la historia de} siglo xrx tenia una -estrechs afi- ‘sidad con In doctrina_econémica_del igissez-faire, a ees serena y Safieda, Que cada cual prosiga con su especialidad, y= provers la mano cculta a a armonfa universal. es hechos de la historia eran por si mismos una rocka del hecho supremo de que existia un progreso Seséfico, y al parecer infinito, hacia cosas mas eleva- Gs Era aquélla Ia edad de In inocencia, y los histo- ‘adores paseaban por el Jardin del Edén sin un re- Sexo de filosoffa con que cubrizse, desnudos y sin srecgormarse ante el dios de la historia, Desde enton- ‘ces, hemos conocide el Pecado y hemos experimen S220 en nosotros Ia Caida; y los historiadores que en Ge actuslidad pretenden dispensarse de una filosofia @e ia historia tan sdlo traton, vanamente y sin natu: ‘lida, como miembros de una colonia nudista, de cecrear el Jardin del Edéa en. sus jardincillos de su- furtio. La molesta pregunta no puede ya ser eludi- 2 hoy. Durante los dltimos cincuenta aiies se ha levado a cabo no poco trabajo serio a propésito de Ia pre gata 2Oué es Ia Historia? De Alemania, el pals que Sento iba a contribuir a perturbar el muelle reinado al liberalismo decimonénico, salié en los dos tiltimes (0) ALL, Rowse, The End of an Epoch (197), pes. 22283, 21 decenios dé] siglo xrx ¢l primer desafio a Ia doctrina de la primacfa y Ia autonomia de los hechos en Ia historia. Los filésofos que salieron a Ia palestra ape- ‘nas son ya algo m4s que nombres: Dilthey es el uni- co que ha sido recientemente objeto de un tardlo re- conocimiento en Gran Breétaiia, Antes d@ cambiar ce siglo, Ia prosperidad y Ia confianza eran todavia de- masiadas en este pafs para dedicar atencién alguna a los herejes que arremetian contra el culto de los hechos. Pero no bien hubo empezado el_nuevo siglo, pasé a Italia Ia antorcha, donde ezaba Croce a abogar_por una filosofia de la historia que desde luc- go debia mucho a los maestros alemanes. Declaré Croce que toda Ja historia es chistoria cantempord- nea» (17), queriendo con ello decir que la historia consistesrencialmente en ver el pau por : lo Ojos del presente y a I ‘los problemas de ahora, y que la tarea ear ae historiadar mo es recoger datos sina valorar? porque sino valora, edmo puede saber Io que merece ser recogido? En_1910 el histo- riador norteamericano Carl Becker afirmaba, con lenguaje deliberadamente provocador, que «los he- chos de Ia historia no existen para ningin historia dor hasta que él los crea» (18). Tales desaffos pasa- ron We momento casi desapercibidos. Hasta pasa- do 1920 no empezé a estar de moda Croce —y lo es- tuvo bastante— en Francia y Gran Bretaia. Y no tal vez porque Croce fuera pensador més sutil o me- (17) Bl eoatexto de exte famoro alocismo es of siguiente: “Lot re situiclanes presenter en que vibran_ dichos.scontectmlentor (B. Cam> Gta Mistoris come Haweha deta Libertad, tra sb F.C. Eo Méxieo). Us) “Altowie Monthly, octubre 1910, pg. 528, 28 estilista que sus predecesores alemanes, sino por- después de la primera Guerra Mundial los he- parecieron sonreimos de modo menos propicia {goa los afios anteriores a 1914, ¥ éramos por tanto: ‘is asequibles a una filo: ue se proponia dismi- ‘sssix su prestigio. Croce ejercié un gran influjo sobre ‘'@ Silésofo historiador de Oxford, Collingwood, el e haya rea- ‘Esco pensador britinico de este siglo & Novi stante para escribir el tratado sis- Sessiitico que tenfa planeado; pero sus papeles, publi- ‘geios y no publicados, sobre el particular, fueron re- ‘gegidos después de su muerte en un volumen editado == 1545, titulado Lo Idea de ta Historia. Puede resumirse como sigue el parecer de Colling- seoed. La filosofia de Ia historia no se ocupa «del pa sgxdo en si ul «de Ja opinién que de-él.en s{ se forma BP Lstorisdor, sino ede ambas relacionadas sece sip. (Esta aseveracién refle dos significa- sca curso de la palabra «bistoria»: Ja investigacion ‘evada a cabo por el historiador y Ja seri - tos del pasado que investiga. «Fl pasado que Uhistoriador no es un pasado muerto, sino ‘== pasado, que en cierto modo vive ain en el pre- ‘gexie. Mas un acto pasado esté muerto, es decir, ca- s== de significado para el historiador, a no ser que ee pueda entender el pensamiento que se sitiia tras @ Poreso, «toda la historia es Ja historia del pensa- ‘Weeato», y «la historia es la reproduccién en la men- ‘= £1 historiador del_pensamiento cuya historia es- Seti». La reconstitucién del pasado cn Ta aueute del ‘SSeoriador se apoya en la cvidencia empirica. Pero no ‘eee suyo tm proceso empirico ni puede consistir en ‘=a mera enumeracién de datos. Antes bien el pro- 29 ceso de reconstitucién rige 1a seleccién y la interpre: taci6n de los hechos: esto es precisamente lo que los hace hechos histéricos, «La Historia», dice ¢! profe- sar Oakeshott, que en esto estA muy cerca de Co- Hingwood, «es Ja experiencia del historiador. Nadic la “ace” como no sea ¢l historiador: el tinico modo de hacer historia es escribirla» (19), a Esta critica penetrante, aunque puede inspirar se- vias reservas, saca a la luz ciertas verdades olvidadas. Ante todo, los hechos de Ja historia nunca nos legan en estado «puros, ya que ni existen ni pueden exibtir en una forma pura; siempre hay una refrac- cién al pasar por Ia mente de quien los recoge, De ahi que, cuando Ilega’a nuestras manos un libro de his- toria, nuestro primer i gue Io escribid, y no a los datos que contiens. Per mitaseme tomar como ejemplo al gran historiador en cuyo honor y con cuyo nombre se fundaron estas con- ferencias. Trevelyan, segin cuenta él mismo en su autobiografia, fue «educado por su familia en una tradicién liberal un tanto exuberantes (20); y espero que no me desautorizaria si le describiese como el Ultimo, en el tiempo que no por la_valia, de los gran- des historiadores liberales ingleses dentro de la tra- dicién whig. No en vano se remonta en's genealogia familiar hasta Macaulay, indudablemente el mayor de los historiadores liberales, pasando por el gran historiador, asimismo whig, George Otto Trevelyan. La mejor obra, y la mas madura, del Dr. Trevelyan, Inglaterra bajo la Reina Ana, fue escrita con estos an- tecedentes, y s6lo teniendo en cuenta estos antece- dentes comprenderd el lector todo su alcance y sig- 09) M. Oumsnar, Experience and its Modes (1933), pig. 9. 0) GM. Tarvin, Ax Auiodiopraphy (M6), pég- 30 nificadc. Desde luego el auor no brinda al lector ex cusa alguna para ignorarlos. Porque'si, a la usanza de los aficionados de verdad a las novelas policiacas, se lee primero el final, se hallard en las wiltimas pagi- nas del tercer tomo el, a mi juicio, mejor compendio de In que hoy se lama interpretacién liberal de la historia; y se ver que lo que Trevelyan trata de hae cer es investigar el origen y el desarrollo de [e-trac dicion Hberal inglesa, y arraigarla limpia y claramen- Ye Gales altos que siguieron a la muerte de su funda- dor, Guillermo ILI. Aunque tal vez no sea ésta a tini- ca interpretacién concebible de los acontecimientos del reinado de la reina Ana, es una interpretacién vi- lida, y, en manos de Trevelyan, fructifera. Pero para apreciarla en todo su valor, hay que comprender 1o que'esti haciendo el historiador. Porque si, como dice Collingwood, el historiador tiene que_ceproducir meniaimente lo que han ido discuriendo sux draytia~ tis personae, el lector, xsa-Véz, habrd de repreducir el proceso seguicio por Ia mente del historiador. Estir- dien al historiador antes de ponerse a estudiar los hechos. Al fin y. al cabo, no es muy dificil. Es lo que ya hace el estudiante inteligente que, cuando se Je re- Tomieada que lea una obra del eminente catedritico Jones, busca a un alumno de Jones y Je pregunta qué tal es y de qué pie cojea. Cuando se lee un libro de historia, hay que estar atento a las cojeras. Sino lo- gran descubrir ninguna, o estén ciegos,o el histo- ‘tiador no anda. ¥ es que los hechos no: se parecen realmente en nada a los pescados en el méstrador del Pescadero. Mas bien ce asemejan x los peces que na- dan en un océano anchuroso y aun a veces inaccesi- ble; y lo que el historiador pesque depender4 en par- te dela suerte, pero sobre todo de la zpna del mar aL en que decida pescar y del aparejo que haya elegido. determinados desde hiego ambos factores por la cla- se de peces que pretenda atrapar. En general puede decirse que el historiador encontrara la clase de he- chos que busca. Historiar significa interpretar. Claro: que; si, volviendo a Sir George Clark del revés, yo definiese Ia historia como «un. s6lido niicleo interpre- tativo rodeado de Ja pulpa de los hechos controverti- bless, mi frase resultarfa, a no dudario, parcial y equi voea; pero con todo me atrevo a pensar que no lo se- ria mis que la frase original. La segunda observacién es aquella mAs familiar para nosotros de 1a necesidad, por parte del historia- dor, de una compre imaginativa de 1 de las personas que le ocupan, del pensamiento sub- Yatentes sus actos: digo «comprensién im: y no «simpatiay, por temor a que se crea que ello implica acuerdo. E1 siglo x1x fue flojo en historia medieval porque le repelian demasiado las creencias supetsticiosas de la Edad Media y las barbaridades por ellas inspiradas como para comprender imagina- tivamente a los hombres medievales, O témese la cen- soria observacién de Burckhardt acerca de la guerra de los Treinta Afios: (25). allingwood, en su reaccién contra la chistoria de Jers cola», contra una mera compilacién de hechos, se acerca peligrosamente a tratar la historia como igo brotado del cerebro humano, con fo que nos sSintepra a la conclusién aludida por Sir Gearge ‘Gark en el pérrafo anieriormente citado, la de que eco cxiste verdad histérica “objetiva”s. En vez de la BHR Coumowaon, The Mes: of Hiszory (196), ple. 23 ZA Pree Short Studies Great Subjets, | (N, wle- - 35 teoria de que la historia carece de significado, se nos ofrece aquf Ja teoria de su infinidad de significados, ninguno de los cuales es mejor ni mas clerto que Tos demés, lo que en el fondo equivale a lo mismo. Des- de luego la segunda teoria es tan insostenible como la primera. No puede deducirse, del hecho de que una montafia parezca cobrar formas distintas desde dife- Tentes angulos, que carece de forma objetiva o que tiene objetivamente infinitas formas. No puede dedu- cirse, porque Ja interpretacién desempefic un papel necesario en Ja fijacién de los hechos de la historia, ni porque no sea enteramente objetiva ninguna inter- pretacién, que todas Jas interpretaciones sean igual- mente validas y que en principio los hechos de la his toria no sean susceptibles de interpretacion objetiva. Mais adelante nos detendremos en el significado exac- to de la objetividad en 1a historia. Pero tras la hipétesis deCOlingwood, se oculta otro peligro ain mayor. Si el historiador ve necesa- riamente ¢l periode histérico que investiga con ojos de su época, y si estudin los problemas del pasado come clave para Ia comprensién de los presentes, no caer sn una concepcion puramente pragmética de 165 hechos, manteniendo gue ¢l criterio de la interpreta- sn recta ha de sor-cu adecuaciin a-algin propdsite de ahora? Segin esta hipétesis, los hechos de Ia his- _tori-mo son nada, y la interpretacién Ios todo. Nietzsche ya dejé enunciado el principio: «La false- dad de una opinién no encierra para nosotros obje- cin alguna contra ella... El probleme radica en saber hasta donde contribuye a prolongar 1a vide, @ preser- varla, a amparar o aun a crear la especie» (26). Los pragméticos norteamericanos, aunque menos explici- (08) Me td del Ben 9 dal Mal, xp, 36 tamente y con menos entusiasmo, siguieron el mismo derratero. Fl conocimiento es conocimiento para al- win fin. La validez del conocimiento depende de la alider del fin. Pero aun en los casos en que no se ha profesado esta teoris, la prictica ha resultado no me- nos inquietante. He visto en mi propio campo de in- yestigacién demasiados ejemplos de interpretacién ‘sxtravagante que ignoraban los hechos més eleme 3s, como para no quedar impresionado ante la reali- gad del peligro. No es sorprendente que el andlisis sainucioso de los productos mas extremados de las escuelas historiograficas sovi¢tica y antisoviética fo sente a veces cierta nostalgia de aquel imaginario tefugio decimonénico de la historia meramente fic- tia. Amediados del siglo xx, gc6mo hemos de definir, pues, las obligaciones del historiador hacia los he- hos? Creo que he pasado en los ultimos afios bas- ‘antes horas persiguiendo y escrutando documentos, Frellenando mi relato histérico con hechos debida- mente anotados a pic de pagina, como para librarme la imputacién de tratar con demasiada ligereza do- umentos y hechos. El deber de respeto a Jos hechas gue recae sobre el historiador no termina en Ia obli- wcién de verificar su exactitud. Tiene que intentar $= no falte en su cuadro ninguno de los datos cono- sidos 0 susceptibles de serlo que sean relevantes en =m seitido u otro para ef tema que le ocupa o para Se interpretacién propuesta. Si trata de dar del inglés séctoriano Ia imagerde un ser moral y racional, no bo olvidar Jo acontecido en Stalybridge Wakes on +4 1850, Pero esto, a su vez, no significa que pueda eli- ‘winar la interpretacién que es la savia de la historia. Eas legos en la materia —es decir, los amigos de fuera EY

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