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Segunda parte. «Agape», una introduccion a los estados de paz 1. Disputa y paz Ld Los nites de la justicia Pertenece a la definicién de la justicia el que se Ia piense como ‘una alternativa a la violencis. Simone Weil enuncia esta ley en toda su desnudez al comentar Tucidides: «Los atenienses, en guerra contra Esparta, querfan forzar a los habitantes de la pequetia isla de Melos, aliacios do Esparta desde muy antiguo y hasta el momento noutrales, a unirse a elins. Ante el ultimatum ateniense, los melien: +5e3 invocaron en vane la justicia c imploraron piedad por la antigtie~ dad de su ciudad. Como no quisieron ceder, os atenienses arrasaron Ja cindad, dieron muerte a todos los hombres y vendieran como es- clavos a todas las mujeresy nifios. Las Iineas en cuestién —sigue di endo Simone Weil— son puestas por Tucidides en boea de escs ate- nienses. Bolus conienzan dieiendo que no Intentaran demostrar que su ultimatum es justo. “Refiramonos mais bien a lo que es posi- ble —dicen, sogtin Nicidides—. Vosotres lo sabéis tanto como noso- ‘0s; tal como esta conatituido el espfritu humano, s6lo se examina To quees justo si la necesidad es igual de una parte y dela otra, Pero si hay un fuerte y un débil, el primero impone lo que es posible y el segundo lo acepta”. Los nativas de Melos afirmaron que, en easo de batalls, tendrian a los dioses de su parte en razin de la justicia de su causa, Los atenienses respondieron que no velan ningiin motive para suponerlo. “Tenemos respecto de los dioges Ja ereencia —~agre- ga Tucfdides—y reapecto de los hombres Ja certeza de que siempre, por una necesidad dela natureleza, cada uno manda en todos los hu- gares en que tiene el poder de hacerlo, Nosotros no hemos estableci- do esta ley ni somos los primerns en aplicarla; la hemos encontrado establecida, la conservamos come si debiera durar para siempre; y es por eso que la aplicamos. Sabemos perfectamente que también vosotros, como todos los demas, una ver aleanzado igual grado de poder, hariais to mismo”. (Weil, 1966, pags, 126-7). Al eomentar una vez mids este texto, Simone Weil escribe: +!xceptuados los casos en que un ser humano es brutalmente sometiddo a otra que le quita por un tiempo el poder de pensar en primera persona, eada uno dispone 181 del projimo como se dispone de Ins cosas inertes, ya sea de hecho si tiene el poder de hacerlo, ya sea en el pensamiento. Hay, sin embar- go, otra excepeién. Es Iz que ocurre cuando dos seres humanos se encuentran en cireunstancias tales que ninguno ests sometida al otro por fuerza de ninguna especie y ambos necesitan en igual me- ‘ida el consentimiento del otro. Cada uno de ellos, entonees, sin de- Jar de ponsar on primera persona, comprende realmente qué el otro ‘también piensa en primera persona. La justicia se produce a Ia s 26n come un fenémeno natural. Bl eafuerza del iegislador debe ten- der a que estas ocasiones sean !o nis numerosas pesibles» (We 1985, pag. 136) Esta eonvergencia no supone por ef misma el acuerdo 0, como di ce Simone Weil, la -armonie~, La justicia no deja ce ser una disputa, pero que sustituye la disputa en la violencia por ana disputa en la Justicia. En esta ultima, Ins personas ya no se miden solamente una ‘con la otra, como en el caso de Ia comparacién violenta. Se apoyan, para fondar sus medidas, en una equivalencia geneval tratada como universal. Esta equivalencia general introduce en su relacién Ia referencia a un segundo nivel que no es eeupado por personas, ya que el juez mismo no puede arbitrar mas que refiriéndose a él. Su tarea, que no es indispensable a la prosecucién de la disputa en la Justicia, consiste solamente en ayudar a cada una de las partes a apartar la ataneién de la porcona de ou ndvervario para dirigirta ha cia esa equivalencia de segundo nivel, reactivando el saber comin ‘ue tienen de ella, La disputa puede de ese modo pasar de la violen- cia a la justicia enando cada nino reconoce Ia esquivalencia yeneral y reconoce que el otro la reconoce y cuando ese otro reconoce que tam bign él la reconcee, y asf sucesivamente (Lewis, 196%, Con ello, el ciclo de reciprocidad violenta (quien sufre una muer- te devueive el mayor mtimero posible do mucrtes, como en la ven- detta; quien recibe un golpe devuelve otro goipe, como en la ley del talién) se transforma. La prueba no es mas una prucba de fuerza ‘eraduaca en el tiempo, en la que el perdedor no es atro que el que se detiene el primero, sino que puede ser inmmovilizada en el presente, al resolverse por referencia a la equivalencia geneval, La convergen cia de los participantes en direceién de un saber comin les permite, cen efecto, establecer sus magnitudes relativas y reconocer la supe- rioridad de uno de Ios adversarios cin apoyarse, como en la violen- cia, en le forma en que los goipes intercambiados se ordenan en el tiempo. Por dltimo y sobre todo, la exteriorizacién del principio de equivalencia con respecto a las personas, la referencia a una equi- valencia que noes de estas pero que generaliza una de las propieda- des abstracias de la persona, poteneialmente dada a todos por pe- 182 ticidn de principio aunque presente en cada uno en grados divensos y disimulada detras del velo de ignerancia que la prueba levanta, permite escapar a la comparacién en términos de todo o nada y, en consecuencia, construir una prucba cuyo resisltado se exprese de un modo que no seu el de la destruccién o Ia exelusién de-uno de los ad- versarios. Esta bifuurcacion no es despreciable. Sin embargo, no es suficien- te, dado que no agota la cuestidn de la interrupeidn de la dispata [Ahora bien, si esa detencién no puede alcanzarse, la regresién a Ia violencia, en oportunidad de un cambio en ta relavién de fuereas, si guesiendo siempre posible, sino probable. La justicia trata la dispu- ta relaciondndola con una equivaloncia general y sometiendo a las partes 8 uaa prueba dofinida por referencia a esta equivalencia. Pe- yo en Ja medida en que existen varios prineipios de equivalencia le- gitimos, la prueba siempre puede reiniciarse tomando apoyo en otra equivalencia, igualmente imbuida de validez universal; en Beono- mies de ta grandeur {EG} (Boltanski y Thévenot, 1987) propane- mos la demostracién de estas afirmaciones. De resultas de ello, Ja disputa en la justicia se reactiva e incluso se disemina. En efveto, en ‘este proceso [us personas buscaran sin cesar nuevos objetos, nuevos angumentos, nuevas personas que den fe, para sostenerlos, apoyar su causa y presontar prucbas. Esa es la razén por la cual la justicia siempre oe inouficfonte por af misma. Puede, al menos ja un Geis po, eanalizar Ie disputa sometiéndola a su orden, Pero es impotente para detenerla, Para detener Is disputa en la justicia, entoneas, 08 siempre necesario ir en busca de algo distinto de la justicia, Es e50 Jo que confiere a esta su caracter relativamente arbitrario, a menudo denunciado e intuitivamente conocido por todos. Porque la cuestion central sigue siendo la de la interrupeisn, v por lo tanto tode lo que interrumpe parece bueno. Es eso lo que remarea muy justamenta TL Lévy-Bruhl en ta obra que consagré a la prueba judicial (Lévy- Brubl, 1964). Es prueba suficiente lo que detiene la diseminacién el proceso y, en ese sentido, el juicio de Dios de la justicia medieval, donde la autoridad del juez, enfrentado a la obligacién de juzgar a la cual esta legaimiente sometido, al invorar eu «eonvieeién intima, es equivalente a la mds sofisticada prueba cientifica.! Los aniropblogos que trabejaron sobre ls interrupeion dela reyprocidad valent hacen ckeorvaciones similares, Para detener la disputa ee necesave buseat alguns stra cosa que escape a la reelproeidd (por ejemplo, an el euso de los clelos de asesinatos, una suma de dinero [De Cope, 1870) Esta incapacidad de Ja justicia para acabar con la disputa y res- tituir la paz es una de las razones que sugieren la insuficiencia de las construeciones que se limitan a la justicia, En un mundo eonsi- derado desde el punto de vista de esta, no pueden existir mas que tres Lipos de situacionos: a las situaciones justificables se oponen ya sea situaciones de violencia, ya sea situaciones contingentes —y de estas dos tiltimas no hay nada que decir—. Pero sila justicia es ad més la disputa, no se puede reducir a la eontingencia todo lo que a ella eseapa. La par. no es reductible ala contingencia nia una situa- cién en Ja cna! un ordenamiento justificable (incluso si no es activa ‘mente justificado) de las personas y de las cosas prevenga la disputa por un tiempo. Ahora bien, también la paz ocupa a las personas, porque estes tienen una intuiciOn y, 2 menudo, nostalgia de ella En este breve esboze intentaremos identificar instruments que permitan un enfoque cognitive de la paz. Con el fin de mantener la homogeneiddad del unodelo desarroliado en BG, nos esforzaremos por relacionarlo también con e! problema de Ia comparacién y Ia equiva- Tencia. La paz excluye la disputa en la violencia, es deci, Is comp: racién de las personas en todos los aspectos, que, Hevada allexiremo, conduce a la destruccién de una de elias. Exeluye también los es- tados que, ealmos y estables en apariencia, siguen marcados por el cello de la violencia ya que el silencio de unos no es otra cosa que el recultado de la amonaza que otres con reputacién de mde fuertes hacen pesar sobre ellos, de modo que la ealma aparente obedoce so- Tamente a lt expacidad de que disponen las personas de hacer previ- siones sobre la violencia y sus resultados. Estas previsiones son effcaces porque tienen el efecto de abligarlos a subordinar su idea del futuro a lo que saben o ignoran del futuro pensado por otro. Pero la paz excluye tambien la disputa en la justicia, caraeteriza- a, como fo hemos visto, por el compromise activo de Jos princi de equivalencia general que permiten, por medio de pruebas, insta- lar un orden de magnitud entre las personas. Esta posible selida a Ja violencia, esta derivacion que sustituye la eomparacién de dos a dos por la referencia a equivalencias generales de otro nivel y que absorbe la energfa puesta en la violencia para desviarla hacia I prueba reglada, no es por ello a paz, dado que el proceso que instats ra permite reactivar sin cesar la disputa. La paz es puesta de mani- fiesto por el silencio de las equivalencias. Cuando las personas estan en paz, la referencia a la equivalencia es intitil. Las equivalencias no intervienen en la situacion. Fuera de a dispute, para qué introdu- Gir la medida? Este estado de paz puede concebirse de diferentes maneras. Una de las formas de hacer callar a Jas equivalencias es objetivarias. Co- 134 mo lo muestra toda la obra de Brune Latour (especialmente Latour, 1987), et mando de los objetos os pacificador porque establece las equivalencias en una forma irreversible al instaiarlas en arden: micntos difciles de deshacer. No ponemes en cuestién a cada ins tante las medidas de las entidadles que nos rodean: el tiempo, la se- paracién de las vias del tren, el ancho de las puertas, ete. La realiza- cin del objeto cierra la disputa cuyo motivo ha sido # menudo su concepeién, de morio que pagamos nuestra paz de hoy al precio de Jas disputas pasadas. Estas entidades medidas, al imponernos la necesidad que esta inscripta en ellas, ordenan y orquestan nuestras eonductas, De ese modo, por medio de la coaccién que ejercen sabre nosotros, cumplen el papel que Durkheim reconoeia a las norunas sociales supraindividuaies inscriptas en el firmamento de la con- ciencia colectiva, ¥ s6lo cuando se entabla ana disputa, tratada en la Justicia y concerniente a Ta magnitud de las personas, los ohjetos son activamente calificados por referencia al principio de justicia del que depende Ja situaeién, en Ta que se los valora entanees en una prucba de realidad eapaz de fundar justificaciones y de sostener un Juicio (BG, pags. 97-147) Pero la paz de las cosas no nos ocupard por més tiempo porque no reclama de las personas la puesta en juego de capacidades cogniti- vas complejas. Al servir fos objetns de mediadores entre las perso- nag, cada uno puede ajustar su conducta dejiulone guia pur fas cor sas que lo rodean {los horarios del tren, ete.), sin tener que hacerse cargo direciamente dol dificil problema que representa Ja eapacidad de las personas para hacer demandas o entrar en estados que exce- den la situacisn presente. Las cosas aleanzan para asegurar la paz mientras «cada uno disponga de! prdjimo como se dispone de las co- fas inertear (Weil, 1985, pag. 156). Pero este estado de indiferencia, ‘que presenta similitudes con el estado de naturaleza tal comolod ceribe Rousseau en su Segundo Discurso (excepto por la importante diferencia de que las cosas aseguran una coordinacién de conductas que el hombre desnude de Rousseau no puede aleanzar mis que £0- metiéndose al contrato), no permite comprender Ins conduetas que se desarrollan en situaciones on que ios dispositivos de objetos son poco apremiantes 0, eobre todo ~y estos estades son atin més fre- ‘cuentes—, que no se pliegan al manda tacito de les objetos. Examinaremos entonces una cuarta posibilidad. 8 Fae es el motivo por el eva le terstura sobre ol amor ya sea suiolages 0 ene pparentada con ela, noe cevé de paca uiliiad en eae taba. Lae sosblogos, cna es ‘ambien con Secuencia el enzo de los demas seres humanas, se han intoresndo sobre todo por el amor en tante sign. Bl trabajo reciente mse slide slr el smor-pasidn fsa obra de Niklas Luhmana, Lose as Posson (Laman, 1988), Bate trabajo, que associa ol andisis histsricov la teori de los eisteimas se relere ala aparicion de une amantica dol amor pasion, ea primer lugar Iuera y luoge dantro del matrimonio, Se ingerbe en el moren de la eonstrvceidn lulunniaem de una storia de Ta aciedad ‘eomosistomacunsistente en eomioniencenes,y que sslamente [puede reproue ta ‘eomuricacia por media de le comunicaiéns, A travea del estudio del amor pacién, Lohmann enfoca el pasaje de in sociedad tredicional «jerdrquicas aa sociedad zmavterna sence en la medida que ose paca ex anagurade porta diferencineign, Ge Jos instrurmenios de Ia comannieaeion simbies bud, page. 48). Asi, lo obra se ‘eansagra prineipelmante a la -codiiencién del amor-pasién~ ibid, phy. 48), captada sabre todo a través de la Steratura novelesea Sranossa 9 ingles do Toa sighs $VIL 2 TRIS. Tambign 09 eo fo que le vuelve focbivte namie y wayne atlas pare zag cultas cuya competencia Sigcursiva on materia de nmor debe cfectivamente mucho a In Tectura de novelas. Podemor, de ese modo, compararia eon la obra slogante, combinsekin de inteospecciény referencias literarias, que Reland Barthes ha consaprado at discarso 0 codigos amoroso (Barthes, 1977), Paro este no dies pricticamente nada Sti] sobre al tema que nee osu. La ms antigua br de Dents Ge Rougemont, Lamour t /Deeident (Rowernott, 1972, pablicndn on su primar ‘ersidn en 1988, que trata de un tema an] naciznenta del araorpasion en la ite. ratura cortezana medieval, tiene ef menos fa ventaja—aunaue se bose ex Us anidaminjetecrico ms igero de reconocer Is aposicién ant croe agape (bid Digs. 61-72) que Lulsmann ignora, Pero esta eporicin no es desarvollade por De Rowpement, uion también la abandons, en Deneicio de un anda de le retorica de lu pasion a travdsde lan obras litecias Bl euroao libra pbieado por Pitivim Sore. kin en 1954 (Sorokn, 1967) parece mis cercono a nuestra objeto. Pero en principio stento ala noc de aape, P Sorokin no parece haber ponetrad verdaderament= ‘en su sentido, puesto que mezela en su exposiein sobre sk dgtaze coneideraciongs ‘acerca dela sereatividads que mada tienen que hoeer en exe contento, Por iti Jos ‘ensayos dsparsos deG. Sinmel (sobre a prestieucién, la fails, ta cogueteria, ee) ‘pablicados en franeéa cof alopsvo titulo de Philosophie de Tartu (Simmel, 2986) ho aportan informacion determinants pars nuestra trabaj, stan dovervaciones valen tambien pera el ultimo Leto, pti, que cantiene ese Veluinen, unas nota visiblemente osertas do prisa, que apantan a ana sverte de fenoinencgia de la experiencia arnorien y en las que se mezelan consideraciones prometedoras (por ‘jemplo, sobre ta relacion entre ol cardcter genérico del obeta eréticoy el us de dinero en Ta prostituciin y confuiones desastroan (por ejemplo entre e eardator 139 de ta intuicion eorriente o de la exhibicion literaria, Alls ne podremos encontrar nada porque todo esta confundido. Debemes, entonees, apartarnos de la intuicién y del sentido corriente, pero para volver ten mejores condiciones a ellos ¢ intentar reconstruir los sistemas de caneciones incompatibies entre los cuales se establecen los compro- isos que el sentido comnin da @ entender y de los cuales sélo reco- noce la existencia, como si taviera que olvidar las tensiones que apa- ciguaron provisoriamente y la dura Isbor que fue necesaria para ob- tenerlos, Una labor que catia uno rehace por si mismo, de cara a ine ipencias practicas de Ix vida cotidiana, y sin conocer le extensi¢n ¥ Ja precision de ins capacidades eognitivas que ha debide utilizar pa- ra llevarla a cabo. Para tomar distancia de los Ingarés comunes del discarso amoro- soy darnos instrumentos que nos permitan analizar las capacida- ‘des cognitivas que las personas comprometen cuando entran en re- laciones pacificas en que la referencia a la justicia esta sin embargo descartada, partiremos, como to hemos hecho para el estudio del sentido de la justicia, de construcciones tomadas de la tradicién. Por ‘50 es preciso que volvamos a las razones por las cuales ¢l recurso a Ja tradicion nos parece titil. Este trabajo se inscribe, en efecto, en ia prolongacién directa de nuestros esfuerzos precedentes por explorar Jas estructura cognitivas de que disponen las personas, en nuestra sociedad, para entrar en relacidn. Nos mantendremns, pnes, dentro del marco estricto de la antropologia, con ia diferencia, con respecto a la mayor parte de los antropélogos, de que nuestro terreno no es una sociedad exética, alejada en el tiempo oen el espacio, sino nues tra propia sociedad. Ahora bien, una antropologia de las eapacida- des cognitivas en nuestra sociedad linda necesariamente con el tra- bajo de otras disciplinas, en particular con el de Ia psicologia.y la f- Iosoffa, sabre todo la flosofia analiticn Si bien permite economizar en viajes asf como en el aprendizaje de lenguas indigenas y, mas generalmente, en el dificil trabajode in- serciéin que bien eococen los etndlogos, el hecho de tomar eamo eam po nuestra propia socied:d no es sin embargo completamente des cansado. Supone, en efecto, hacerse cargo de cuestiones que la dis- tancia permite a menudo a antropéloges c historiadores ignorar en Ja préctica, por la simple razén de que las personas que les sirven de Jnmereis de la gracia y los kentimientos que sehajon, peg 181), Estas eanfustones on sin dude inherentea al proyecto de reenbror ola unidad de la experiencia viva (pig. 183) apreendiendo sintéticamente ol amor en la diversidad de las mumerosae rmunifestasiones que a lengua bout con ese nara pig. 11). 140 informantes estan radieslmente separadas de quienes serén. sus lectores. De esta eonstatacién frecuente no se han deducido, nos parece, todas {as consecuencias. En la mayoria de los casos no se quiso ver en ella mas que una facilidad, comodamente denunciada, dado que las personas cuyo saber formaliza el etnélogo no pueden controlar y criticar la representacién que este ha proporcionada de 41. Pero es0 no es lo esencial. La primera ventaja con que cuestan los historiadores y los etndlogos debido a esta asimetrfa es la de dispo- ner de un objeto oculto, en cierto modo naturalmente oculto, pues los ‘que lo ocultan son el espacio y al tiempo. Entre nosotros, toda esta ‘hi, al aleance dela mano, Si ia antropologia siempre puede, en tlti- mo andlisie, reducirse & una epistemologia, pues os la ciencia de la cieneia de Jos actores ¥ constituye en ealidad de tal un conocimiento de segundo grado (ef. Primera parte, cap. 9), el problema se plantea de manera completamente diferente cuando los recursos del obser- valor y los del actor son, al menos parcialmente, diferentes, como sucede en el caso de la antropologia de soeiedades lejanas o pasadas, y cuando esos recursos son idénticos, como es el easo dela antroplo- pia de nuestra sociedad. Esta diferencia es fundamental porque induce a una relacién di- ferente con la tradicién. En antropologis, la tradicién es la de los ac- tores, Hn la tavea de iluminar su objeto, por ejemplo una aldea in- dia, el antropélogo no apone ninguna ahjecidn a la enmparaciéin on tre las conductas observadas de los actores, sus palabras y textos tradicionales o antiguas relatos transmitidos oralmente. Asimismo, el historiador de las sociedades antiguas puede recurrir a multiples fuentes para reconstruir la cultura de los hombres desaparecidos de ese mundo cuya historia eseribe y hablar en términos completamen- te genorales —como lo hace, por ejemplo, Georges Dumézil—de un sespiritu indoeuropeor. Ese trabajo sobre la tradicién ~en especial el de Jos etndloges-— no los retratrae jamas a la tradicién de la cual ellos inismos son originarios y que pueden fingir ignorar. Las cien- cias bumanas se construyeron, a fines del sigio XIX, afirmando la ruptura con Ja tradicién filoséfica, juridica o teolégica. Sin embargo, quienes las practicaban —y eso se aplica también a un gran nimero de quienes las practican atin hoy en dia—, formados en las humani- dades, podian ira buscar en la tradicién conceptos y nociones funda- mentales para su actividad, pero de la misma manera en que uno nurga discretamente en un tesoro secreto, una reserva de herra- mientas poderosas aunque poco adecuadas en cuanto a su legitimi- dud téeniea, y sin someterse al imperative de control que tan dura- mente pesa Sobre aquellos cuyia actividad se inseribo explicitamente ea la huella de un conocimiento tradicional. Esta utilizacién discre- ut ta al abrigo de la critica les permitia, cobre todo, subestimar el grado en que su saber de fachada, el que presentaban a los demas y some- tian al control directo de la comunidad cientifica, era tribvutario de esquemas tradicionales que habia incorporado y a menudo reinter- pretado, Asimismo, la voluntad de forjarse un objeto especifien, diferente del de las disciplinss tradicionales, incité a las eiencias humanas —y muy en particular a la sociologia— a eobrevaluar a distancia entre los instrumentos mentales de que estaban provistos los obser- vadores mismos y los que pasefan las pereonas eorrientes que ellos tomaban como objeto. Las nociones de pueblo y de tradicién o cult ¥a popular, que nacieron en Alemania a fines del siglo XV y mar- can el comienzo de las investigaciones sobre el folklore, sin duda hhan jugado un papel importante en la construcefén de este corte que se mantiene hasta nuesiros dias en la oposicién, tan a menudo re- afirmada, entre un saber cultos yun «saber popular», y ello a pesar de los numerosos estudios de campo que pusieron de manifieste la existencia de una comunicacién permanento, tanto en la actualidad como en el pasado, entre esos dos euerpos cuya distancia se afirma- ba dogmaticamente, ‘Cuando renunciamos a esos das cortes —el de las ciencias huma- nas respecto de las disciplinas tradicionales en las quese enraizan y el corte entre las eampetencias gnitivas de las personas corriantas y las nociones, divisiones y coneeptos trabajsdos y formalizades por la tradicion—, nos vemos en Ia necesidad de recensiderar el trabajo antropologice y tomar distancia del modelo canénieo de la etnologia de las sociedades exoticas. Para quien acepta esas premisas, el ob- Jeto de una antropologia de nuestra sociedad no es otro, en efecto, ‘que el rizo autorreferencial que se cierra sobre la tradicién. B) tra: ‘bajo del antropélogo puede entonces definirse por el eonjunto de las operaciones de esclarecimiento que se ingeriben dentro de ese rizo# 4 Podemos seguir aguf los andlsis de H.-G. Gndamer en quese muestra cbmo esta ‘oposicion gira alrededor do la nocién de -prejuicor, Jo eva fe contre su curdcter ambiguo. En efecto, bien el observader se dediea a poner av saber al servicio del Atevolamionta y la zcetificacion de preuici del actor en cuanto es tradiconel, bien se esfserza por rehubilltar el prajuseio poplar en la medida en que se enraita en lo ‘quel tradicién tiene de podtieo, ation originarie, autentien, Si estes des posiciones sparentomentacentradictrias pacden encontrarse movsladas en ap mstio ater ‘un mismo texto, es sin duda porque sla tendeneis paradojal a la rostauracion,c& decir Ia tenden ca a rostableear lo antiguo parque es antigho, «retomnar cunsciente mente s lo inconstiote, es el repultedo de via snversiinreindatiea del crteno de Valor de lo Au/Blrang¥ dew »peejucio fundamentals que es -l prajuilo contra Jos prajuieios on ganeral la remaeion dela tredieon gue de €l resulta (Cadamer, 1978, pigs, 108-15), Bl rechazo de esta doe oposkanasersa pusctra enprosa a una 142 Para acceder a las competencias cognitivas de las personas ¢o- rrientes, su objeto predilecto, el antropélogo puede proceder a una serie de idas y vueltas entre la tradicion y las intaiciones que sus in- formantes le revelan. Asi, en BG hemos passda sin cesar dela obser vaeién de campo y, particularmente, del registro de los argumentos {que las personas desarvallan en sus disputas, a las construcciones tradicionales de la filosofia politica. En efeeto, como ya hemos tenido Ia ocasién de notar, Jas personas no pescen In eapacidad de exclare- cor ¥ presentar en una forma sistemética el conjunto de procedi- ‘mientos que jes sirven para desarrollar argamentos o disponer si- tuaciones que se sostengan, No tienen esta capacidad, no porque sean movidas por un «inconscientes en el sentido de que la transpa- reneia les resulte inaceptable, sino porque no necesitan hacerlo. El esclarecimiento parece obedecer a una suerte de ley del menor ‘esfuerzo, como dicen los linguists. En 1a medida en que no neeasi- tan hacerlo, las personas no tienen ninguna razén para aclarar los principios que subyacen a sus acciones. Como hemos mostrado en otra parte (EG, pags. 7-14), las personas no se involueran en ese tra bajo de esclarecimiento mais que en situaciones de justificacién, es cecir, en situaciones en que se enfrentan 2 Ia eritica y en que, al no poder liberarse por la fuerza, deben tomar en cuenta a su contradic- tor e intentar converger en un saber comtin capa de estabilizar un acuerdo. Este trabajo se dasarrollaré muy doeigwalments cogiin loo situaciones y sobre todo segrin sea o no posible que las personas al- gan de la prueba por medio de un compromise sin remontarse a Tos principios de equivalencia que permiten convalidar de modo muy general una accidn como legitima, Ahora bien, los compromises, que forman lo esencial de los objetos que el antropélogo trae cansige de sus expediciones de campo, no revelan en sf mis:nos todo el trabajo de conciliacién entre principios incompatibles que hi sido necesario evar a cabo para darles forma y armonizarloe. La tensién que en- Gierran y noutralizan, al menos en forma provisoria, permancee en la mayoria de los casos subdesarrollada y, de ese modo, subestimada por el observador. Acudimos a la filosofia polities en busca del ins- trumento que necesitabamos para desarrollsr los prineipias hermenduties hstévens encainada a cabot la oposeiaabetracta entre trad ‘iin y cencia histéicas (id, pigs. 121-2) a reelabora la noeidn de preci, por ff caal se msnifiosta la presencia dela tradieién an In sein yen eu interpretacion, fl defisirlo uo como set palo eoatrario de uns razin sin eupiestan sino como mu ‘eompononte del eompronder, ligado al cerécter histrio del actor y del intirgwete Gadriore, 1980, 343 mente contenidos en el ordenamiento de las situaciones corrientes ‘opuestss en tensién en el compromise. En efecto, la filosotia politica 1noe presentaba estos principios en una forma puriieada, porque su intencidn ¢8 normativa, Al daree por objeto la utopia de un mundo justo enteramente ordenado alrededor de un principio nico, las filoaofias politicas clasicas, obras de especialistas, se enfrentan, en efecto, con limitaciones de construceién y esclarecimiento que no pesan en el mismo grado sobre Ins personas que actiian en Ia précti- ca, El rigor les es necesario para eenvencer de que, si bien por el mo- mento se lo juzga utépico, ¢l mundo cuyo diseno trazan os posible, lo que aqui significa logicamente posible, coherente y sélido, BI mas ri- guroso eselarecimiento es entonces neeesario para hacer ver que no existe, en los recovecos de! modelo, vicio oculto o contradiecién inter ‘na que haga imposible su ejecucién. Pero, se nos podré objetar, esas viejas construcciones ubspicas gue apuntan aun ideal inaccesible no tienen nada que ver con la gente de nuestro mundo, que en su mayorfa jamds ha abierto un bro de Hobbes, Saint-Simon 0 Rousseau. Los términos «utopias 0 sideaby, opuestos a «realidad, sirven de eje a la eritica. No se los puede desechar sin examen porque la utopia existe. Bs posible cons teuir mundos imaginarios que preventen al menos cierto grado de sistematicidad y coherencia, Para hacer coherente nuestra tenta- tive, debemos entonces estar en condiciones de marcar In diferencia no sélo entre utopias imposibles y utopias realizables, sino también entre utopias realizables y utopias realizadas, Para ello disponemos de un indicador objetivo. Una utopia esta realizada, y merece enton- ces el nombre de ciudad, cuando existe en la sociedad un mundo de objetos que permiten disponer pruchas cuya evaluacion supone el recurso al principio de equivalencia cuya posiblidad légica desplie- ‘ga esta utopia, La demostracién completa supondria evidentemente un anlisishistérico de la introduccion de ese mando de objetos yre- Jaciones de doble sentido que se tejen en la historia entre las cons- trucciones ligicas de los fildsofbs ¥ las construceiones empiricas de las personas que plantean universos coherentes de objet Ja ausencia misma de tales estudios, el andlisis om pruebas permite establevor la relacion entre los modelos de la filoso- fia politica y al tipo de instrumentes cognitivos de que las personas eben poder disponer para afrontarlos conduciéndose de modo razo- nable, En efecto, en cada una de esas pruebas de realidad, Ia trace cin se pone en cierto modo una vez mas en presencia de los actores. Se reactualiza en el proceso de su - parar el égape de su dimension propiamento sobrenatural para interesurme en la forma en que puede regular la relacidn entre los hombres y, sobre todo, para tratar de desplegar en un modelo una ‘concepcidn de la que cada uno de nosotros tiene, segin creo, una intuieion. Pero esta operacién de lnicizacién del agape surge de una pura decisién de metodo. Nose inscribe en una teoria socioldgica de la re- ligion. No es nuestra intencién rovelar, on un espiritu conforme a la teoria de la religién de Durkheim, Jos fandamentos sociales de la creencia religiosa en el amor divino, develar la «verdad» del agape enraiziindolo en Ja relacién de desconocimiento que la sociedad mantendria consigo misma. No pretendemos afirmar que los hom- bres afirman que Dios los ama con el objeto de fundar la obligacién de amarse los unos a los otros. Nuestro trabajo se inseribe de ese 146 modo en ta busqueda de relaciones pacificadas (Latour, 1988) entre Jas cioncias sociales y Ia religion. Las ciencias cociales fueron esta- blecidas, en el siglo XIX, por y en la eritica de lo religioso (Maseavici, 1988). Practicamente era ese, junto con el pauperismo, st tinico ob- _jeto. Seguin ellas, se trataha no de abolir la religin sino de reempla- zarla por un equivalente aceptable. Ahora bien, si esta inteneién permitis la construccién de una ciencia de Ja sociedad, verdadera- monte no fracasé mas que en un émbito: hizo casi imposible el dess- rrollo de una antropologia de las religiones o, lo que es peor, ia rea- propiacion por parte de la antropelogia de! onocimiento religioso. Esto se aplica especialmente a la tradicidn cristiana que, como lo re- calea a justo titulo René Girard, es la gran excluida de las modernas Gencias humanas, las cuales, sin embargo, no vaeilan, como sfirma Girard, en otorgar suna importancia prodigiosa a viejas historias griegas concernientes a un tal Edipo y a un tal Dionisos» (Girard, 1978, pag, 373). Nuestra empresa seria satisfactoria ei la construc. eign aqui esbozada, a la vez que se ajustara a Jas roglas de nuestra, disciplina, siguicra siendo compatible —como se dice de dos progra: anas de computacién que son compatibles~- con interpretaciones di rigidas a reinsertarla en el corpus teolégico. Podemos tal vez sugerir ‘una via de paso abierta por R. Bultmann (Bultmann, 1970, pags. 258-75): para que la revelacién del agape pudiera ser objeto de un reennarimionts, anqie mds na frese parcial @ inconeluse, an vex de ser simplemente descartada por absurda, seria necesario que ya fuera conocida de otra manera, os decir, en ta préctiea, Se puede en- tonces sostener la hipotesis de que es esta relacién. préctica lo que aquel viene a desplegar y cayo esclarecimiento asegura.® Veremos, 5 Nos parece que ea neceeario plantear la exatenci de eapacidades que aseguran ona compronsicn previa del agape, tal come aporece en et Nuevo Testament, para rmanlencr le interfase enire antropogia + teologi, Lo cierto es que, si seguimos ‘sta via, eneantyamea uns open teclogie (sobre neva C. Predrilson stro ae tra ateneian) que es objeta de eonteoversiag. La euestion do la comprension previa ‘sth, en efecto, en el ceniro de un debate del eusl Lee mietie philophiques de 8 WGerkogard ofrece la formolacion més lumninosa (Kierkegaard, 1967) Corso le dee luca P. Petit en el prefacio que consagre s Lae miette..., ls respuesta que se da ala cuustign de la compransian previa est directamente ligada a la manera &h gu se horde el problems dela relacicn entre nufuratena y gracta, Ls demostracisa de [erkegaard se construye sobre la oposiisn entre erates y ests. Sdersteselucida J eicaltad plenteada en el Mendn, sein Is ual vee imponible para on hombre buscar lo que sabe e igualmente imposible busar lo que no sab, mestinnte In dea de que todo uctudio, toda inveatigasion, mo es mis que reoverde, de modo que vel lgnoramia no nocosita mas que recordar para darse eventa por a aiemo dele que sabe. La verdad, entonces, nose le tue sine que estaba en ls. Eo eonseewenci, el trabinjo dl mnestra puede redocir «un trabajo de alvibrasnienton eo th dio dete interrogacion, hace deseubrir a] ignaramts sls posesion de la Yerdnd= que a7 por otra parte, cimo la nocién de «préictica» (Bourdieu, 1972, 1980) 0 ‘de wsaber priéctico» (Weber, 1971, pag. 558), cada ver que reaparece en el debate antropoldgico, reactualiza algunos de los rasgos que han sido tematizados en la teologia del Agape. Resta, sin embargo, una cuestién que hace que nuestra posicién, sea ahora mds dificil de sostener que cuando nos proponfamos et cesclarecimiento del sentido de Ia justicia de las personas communes apoydindonos en la filosofia politica. Y es la siguiente: si ee verdad que la justicia no es sélo cuestién de argumentacién y por lo tanto de Jenguaje, puesto que ia argumentacién se apoya en tes dispositivos de abjetos que las personas descubren en Jas situaciones en que estan situadas (EG, pags, 97-117) Lo cual aleja nuestra posicién de Ja de Habermas, por ejemplo (Habermas, 1987}, queda sin em- bargo ef hecho de que Ia disputa en la justicia no puede permanecer siempre silenciosa. Es necesario que en un momento u otro las personas se expresen en el proceso al que se entregan. Es este proceso el que Jas conduce a clarifiear sus posiciones, es decir a remontarse a los principios de equivalencia que Ja filosofia politiea ha sistematizado, La justicia mantiene de ese modo, como hemos intentado mostrarlo en Ia primera parte de esta obra, un vinculo privilegiado con el orden de la relacién que, en una construccién re- guardab in saberio, desde el somtanaoe. Seguin esta concepeiéin, qua hace de In Nerdad ot resultado de un exfuerao de eselarecimiento, todo punto de pariida en cl ‘empo ca co ipso un aeantecimiento contingentes Kierkegaard, 1867, pigs. 99.45), ‘esta coneepeiém analitca de In vended com resonocimiento, Kierkegaard pone a teaneepcién de una verdad aportada el acceso ala cual no seria solamente el resulta fade fa neiwacion de ana capacdad precretinte, La prescupasion dal dios, qua sain al distpuloy, establece entonces a posibilidad de una relacién de counprensin Pero entn coneepoion encicrra olra conseraccign del empo. Porqucle que cucnts on tances esa instante dea vevelacin, 7 exe instance tiene un valor ala Yee histrieo 4 eter, de conformidad cen la eoncepen cristina de ia relacion entre el tiempo y Iiseternidad ef Guiton, 1971; Rieu, 1975; Past, 1978). ‘F. Baltmann opta, nos parece, por hipotesis de una comprensién previa: Si el rdiimo ea siempreaquel quo ects shi ss prjime siempre ha sido daca todos lon hombres. ¥ en la medida wn que el so-corse.otro human nisnes se equlvacd ot mente sobre si mismo, siempre persibié de wn modo w oro la exigencia del azaor. Bee ta altima no aparece entances, con ol eriianigzn, como una novedad tal en Ta ise varia de as ideas, Pore contrario, el eardcter evidense que tiene en eleistaninmio el mondemionto del amor ee apoyo en él hecho de que, prepiamente habiande, eado Uno debe saber qué es el amor) saber gules es su projimo coando ee die: "Amara ‘0s primo comoa ti temo". R Bultnan dafine a capacidad que acer ln com Pronsién pravia do amor como agape ealiiedndola de -prastcae:-..)el amor no et ‘tl rosultada dels acién, un fin oun ideal (...)Bs, por el conteario una empreastia, ‘empietamente determinada de Is relacon oT no una compreneién tedriea sino ‘una comprensien practhcohistriear Bultmann, 1970, pags. 264°), 148 trospectiva, plantea imputaciones y las justiliea apoyéndolas sobre uuna arquitectura de prachas. Ahora bien, en el caso del amor la situaci6n es completamente distinta. Veremos, en efecto, que una de Jas propiedades de la relacién de agape es preeisamente la de plan- tear fuxertes restriceiones a los usos que pueden hacerse dei lengua- je, Noes que esté prohibide que las personas se expresen. Pero eaan- do estan en el amor, de lo que no pueden hablar sin correr él serio riesgo de destruirio es del amor mismo.’ Ein las situaciones de amor el uso del lenguaje es dificilmente autorreferencial. Este estado de cosas tiene numerosas consecuencias, por un lado, sabre la formalic zacién de la teorfa del amor; por el otro, sobre ia relacién entre es teorfa y Ia préctica de Ins personas en estado amoroso. La teorfa del gape, uno de cuyos temas contrales es, precisamente, la irreducti- bilidad del amor a un discurso sobre ef amor, tropieza eon dificulta- dos muy particulares para encontrar una formulacién adecuada. Mis adelante las evocaremos. Pero tambien se deduce que no pode. 10s asimilar la teorfa del amor a un recurso argumentative al cual las personas puedan tener acceso para justifiear un todo particular de relacién, Esa teorie no les proporcions, a la manera de una ideo- Jogin, recursos discursivos que puedan reintroducir inmediatamen- te en su préctica, un conocimiento comin que pueda ayudarlas concluir un acuerdo a la ver, verbal y efica2. Las relaciones de aga pono son adjudicablos a un efecto de teoriax (Rourdicw, 1982, page 13-7). 2Quiere decir que no existe ninguna relacién entre las tradi- cionos que hablan del amor y el grado de disponibilidad con que ese estado se presenta a las personas? Una hipétesis semejante haria incomprensible la existencia misma de un discarso sobre el amor, Pero para dar cuenta de la forma en que se estableee aqui la relacién entre teorfa y accidn, resulta sit duda necesaria examinar, como tra- taremos de hacer a continuacion en este trabajo (§ 4.3 y 4.4), ios pa- sajes intermitentes entre el agape y otros regimenes, como la justi- cia e incluso la violencia, Pues en un mundo en que todos estuvieran constantemente inmersos en el mor, fa teoria del amor —como también las de la equidad o la no violencia——no tendria eabida algae na (cf. $4.1), Esta teoria se dirige a quienes no estén en el armor, 2s decis, a todos, sextin los momentos. Al desarrollar la posibilidad do este régimen de accidn e inseribirlo en dispositives que ascguran presencia, ofrece a las personas mediactonee en las cuales pueden apoyarse para encarar el trabajo de pasaje, es decir, indisociable- “sta propicdad es enuncinda por R,Bultmann: Bn efecto, n0 se puede hablar sobre el aonor, a menos que ese discarso arbre el amor alamo see un acto de quer ama, Coalqaier otra manera de hablar sabre el amar apes una manera ehablar del nor, porque nes stnamoe at mergea de le Belimsnn, 1970, nig. 25 ass mente, para dejarse ir, sustraerse ala conecién de la urgencia y apo- derarse activamente del momento presente silenciando las ¢a- pacidades, siempre vigentes en los otros regimenes, de minada re- ‘trospeetiva 0 anticipatoria, Beas mediagiones son, en primer lugar, la referencia a personas, presentes 0 representadas —dade que, co- me veremos, estos pasajes son posibles en la medida en que no todos 8¢ encuentran al mismo tiempo en el mismo estado—. Pero hablar deun trabajo de pasaje no quiere decir, sin embargo, que la renuncia al calculo —que es, como Io desarrollaremos a continuacién, wna de Jas caracteristicas de los estados de éyape— sea también el resulta. do de un céleulo. Hl trabajo se ejerve aqui en primer lugar sobre las ‘emociones y, mas particularmente, sia duda, cobre el temor. Las me- diaciones que sostienen la referencia a personas en este estado inei- tan a otras a pasar, asegurdndoles que ealdran vivas de el. 150 | 2, Tres formas del amor 2.1 Un primer inventario Para hacer del amor un objeto de la antropologia, no poderos partir directamente de lo que los madernos dicen de él, porque las formulaciones que nos brindarén corren el riesgo de ser demasiado complejas y demasiado ricas y mezclar de manera indiscernible ex periencias e intuiciones que hunden sus raices en estadas diferen- tes. Ahora bien, lo que querrfamos besquojar aqui es precisamente tun primer inventario de esos estados, Estos pueden eombinurse en Jas manifestaciones empiricas del amor. Pero para proveernos delos modios para analizar esas combinaciones, nocesitamos ihorramion- tas eapaces de daros acceso a cada uno de os08 estados en su forma ‘més pura posible. Para forjar esns herramientas debemos apartar- nos us momiento de la experiencia comin para buseay io que nos die ce la tradicién acerea de las formas del 1az0 social eonstruidas sobre 1a base del amor. Para nuestro Unico voeablo, el griego comprende cuatro formas lexieales, de las cuales sobre tod tres han servido de apoyo a Js eonsteucciGn de diferentes teorias del amor (sobre el léxi- 0 griego del amor, ef Spicg, 1956, cap. 1, pags. 1-70). Son esas con- copeiones las que revisaromoe rpidamente a continuacién, buscan- do poner de relieve Ios rasyos por los euales se oponen. No recordare- mos las propiedades de ia phifa y el eros —presentes en el espirita del lector, dado que han impregnado profandamente no sélo nuestra cultura sino también las eiencias sociales modernas—mds que para hacer més manifiestos los rasgos que nos interesan de la teoris del ‘agape. Por dltimo, examinaremos esas diferentes coneepeiones dal amor tan sélo en las distintas relaciones que mantienen con la justi- «ia, particularmente en o! caso del gape, en el orden de lo juridieo y dela ley! 2 ptr los diferentes térrainos anslizados parC. Spieg, dejaremos do lado os que se ineulan cn Informa que expresa el apezo wea Te que tiene de espontineo, de na tral y easi de instintivos y que son wld priontariamente, sein este 900, para designar el ame familia, de ta mndce por sus hija 6 el afecto de los ani ‘males por eus eriae Sieg, 1056, paige. 16). 2.2 El amor come reciprocidad: la philiee De las paginas que Aristoteles consagra, en la Btica a Nicémaco, ala phitia, revendremos agus sobre todo el lazo que subraya con tan. tovigor entre la amistad y la reciprocidad. La piilia, termino que se extiende desde Ia «amistad de dos» hasta Ja «virtud cardinal de la moral politica» (Spieq, 1955, pag. 32) y que, «principio de toda comu- nidad, puede, en concepto de tal, designar la sociabilidad. (Fraisse, 1976, pag. 191), es una nocidn interaceionista, En efeeto, se funds en el reconocimiento de los méritos reciprocos. Para que Ia amistad se establezca, es necesario on primer ugar que los partenaires ten: gan méritos, que ambos sean digas de ser amadon», lo cual supone en Jos amigos la misma capacidad de evaluar los méritos de cual- auier otro y, por lo tanto, un saber comin de lo que realza. Es nese sario, adentds, que ensiren en Interaccion para comunicarse la eva. Tuacién que cada uno hace de! otro; que tengan, como dice Aristste- les, sconocimionto de sus sentimientoss.? La necesidad del reconoci- miento mutuo explica la importancia que Aristoteles adjudiea a las condiciones de espacio y de tiempo, La rwalizacién de la philia tiene Por condicion la copresencia en un mismo espacio, La amistad tien- dea debilitarse cuando los seres estan alejados.® En efeeio, coma la benevolencia que se prodigan los amigos no debe ser wigmoradla por los interesndosy, para no »pasar inadvertida» (pag. 987) tiene que manifesttrseles por la reunién en un mismo espacio. Hsia benevo- lencia fundada en Ja evaiuacién de los méritos debe ser, por ania. didura, ereeiproca». Supene, entonces, no sélo una medida comin ¥ quienes se compromieten rfpidamente on los Hazes de una amistad eeforuca UUenen con segura le veluntad de ser amigos, pero na lason realidad a meses {gue uno yotr sean también dignae de er aad} ue tenga conocnlerin de sue Eoutiziontnes (page 992) § Los smsigos deben estar wen ena deposicidn encaminada a ejercer actividad de ‘amigos. Porauelas distaicias ne destruyen nbsoluamonto la sabistad, peru pites sh eferciion (>, 895), 152 que permita la evaluacién de jos méritos, sino también una regla de jgualdad en el comercio matuo* El vinculo que se establees aqui entre Ia amistad y la evaluacion eos méritos por un lado, y entre la amistad y la reeiprocidad por el otro, acerca la teorfa de la amistad a la tooria de ia justicia, de la que xno esta completamente separada. En efecto, la descripcién de ia phi: lig en Aristételes eupone siempre, con anterioridad, un principio de equivalencia, ante todo para que los amigos puedan evaluar sus mé- rilos reciprocos, y nego para permitiries eantrolar la reciprocidad de st comercio y mantener entre elins in igualdad en los inteream. bios. Porque en la amistad La reeiprocidad no se ejerce ciegamente. Es el objeto de una previsién por parte de cada uno de los partenai res, que espera del otro una devolucién equivalente a lo que él mis- ‘mo le ha otorgado, Le insistencia en la.xeciprocidad y la espera de reciprocidad explica la clasificacién jerarquica de las amistades, fandadas en el placer, cl interés o Ia virind. La perfeecién ereciente de Ja amistad, cuando se pasa del placor a la virtud, se funda en pri- mer lugar en Ja idea de estabilidad temporal. Ahora bien, la solidez de las amistades, su capacidad de resistir los asultos dol tiempo, d pende esencialmente dei poder que tenga la reeiprocidad que liga ‘alos amigos para resistir loa cambios que el tiempo pueda provocar en unou otro, La amistad es mas perfecta entre personas virbuosas, no sdlo porque «cada parte recibe de ia otra las mismas ventajias © ventajas semejantes, que és precisamente Ia regia entre amigos» (pg. 392), sino también porque, al ser su origen mas estable (dado que el placer que uno procura #! oto, caracteristico de la amistad entre jévenes, o el interés que uno eneuentra en el eomercie con e tro, tipico de Ta amistad de los ancianos, dependen de propiedades cantingentes, como la belleza o la riqueza), eu duracién esta mas asegurada,® y la misma regia se aplica a fas alianzas entre ciudades (pag. 394). A partir de estas premisas, Aristoteles se entrega a un caleulo de la amistad (pags. 490-4), Dado que la amistad debe ser proporcional a los méritos de aquel sobre quien recae, sus combins- “Ass, eada uno do Jos amigos ama ala vor su prop bien y devuclve exactamente 1 ctr lo que de él recibe, a gusto y placer se dice, en efecto, que ha alata ee une ‘quai, y estes exracterae sa encuntron precisamente on la binistad estre genes de bien» (jig. $87). HI tema de Is gustiad se dacarrolla sobre tao en los pastas 400-2 Las amistades de que hermes habla unpliens ta iglcad los doe eeiges ‘btienen Jae riemss ventajas uno oto y se desea isutuamente el sino bien, © incluso intercrmmbian una eiea po oa, por ejeiple place por henofeion (pag, 400, SLs amictad alcanza eu maxima daracion cuando la verkain que obiienen rec procemente las des partes os ia mama, por ejemplo places, y ao solamente on o58 ‘neo, ine también euande of origen es el mismo, comn suceleen una alsa ontro personas de ingeniov (pag. 383) 13 ciones se diversifican segtin la posieisn jerdrquica de los partonai reg. Bn efecto, al definirse la amistad, como Ia justieia, por una igualdad, personas desiguales en otros aspectos deben compensar esas diferencias con manifestaciones de amistad para mantener la reciprocidad de sus intereambios.© Mas alld de una cierta distancia, 2a diferencia no puede compensarse y ya no es posible ejercer Ia reei- procidad, fo cual excluye la amistad. Es por eso que Aristoteles juzga imposibie ia amistad eon Dios: «No obstante, si uno de los amigas es- t4 separado por un intervalo considerable, emo por ejemplo Dios esta nlejado del hombre, ya no hay amistad posible (pag. 403). La reciprocidad que debe rogir las relaciones de amistad se asoeia por ltimo a una regla de reciprocidad mas general, dado que ordena también las relaciones entre enemigos y «el aborrecimiento del ene- migo es tan virtuoso como la dileccién par el amiga» (Spieq, 1955, aig. 3027 2 toda ne amistades que comporten suporiordad, 8 necesori también que f ofetiu ea pruporcional de ese mode aque! que ex mejor queel ize tee ser smo ‘mas de lo quo el ama fo miznse vale para quienes wis dil, ol taato en cada ne eros ders casos. Cusnit,electivamente el sfsla ws Cancisn dal merited las par tes, se produce entonces une suerte de igunl dad, igualdad que 2s consldarada como ‘un rasgo propio de Is amistad: (pags. 4012), "Bs preferible~vengarse de les enemigos, en gar de transigir, pues pagar con la misena moneda ee justo; lo que es justo es bell, yet hombre vaiente na quiere tuner Ja pear parte. Vieworia y honor sas cosas hella em tts, en eloeto, de esas envidia bles, aun si fueren infroetucsas;y dan testimonio de ua bileza superiors (Aritéte Jes, 1967, pags. 110-0 154 2.8 El veros» y Ia construccién de la equivalencia general Para determinar las propiedades del agape es tradicién distin- guirlo no solamente do ls philia, sino sobre todo de! eros platonico, Por eso, para senalar el lugar del eros en nuestra eonstruccién, se ‘goiremos directamente los comentarios teolégicos que ponen de re- lieve las propiedades paradojales del agape insistiendo sobre su opo- sieién con las determinaciones del eras; entre esos comentarios, to- maremos en primer lugar el de Anders Nygren (Nygren, 1944). Re. tendremos entonces del eros eseneialmente los rasgos salientes que se itegran en nuestra construccién y, particularmente, et lazo que allise establece entre la omnipotencia del deseo ya construecién de Ja relacién de lo particular con lo general. Como 68 sabido, no se puc- de redueir la distincién entre eres y gape a una oposicién entre el mor humsho fisico y ol amor trasdendente, Sel exos, potencia que neve al mando, encuentra su determinacién primera en el deseo; sies, ante todo, el producto de la privacién y la expresién del senti- rmiento de esta y de la incompletad de los seres (de manera que es desconocide para las dioses, cuya plenitud exeluye la posibilidad del Geseo), ese deseo humano que, en cuanto tal, se divige en primer Tugar hacia otros seres humands, puede bifurearse en dos direccio- nes opuestas. En primer lugar, atraido por lo que es bello y prinei- palmente por la belleza de los cuerpos que despierta en él el sen- timiento dela privacién, de modo que esta lejos de ser indiferente al valor de su objeto y depende, prioritariamente, con el mismo titulo que ln phitin, de ka calidad de fos sores sobre los que se inelina —y, por consiguiente, de su mérito—, el eros puede rebajarse al eos te rresire, aduenarse del objeto del deseo y, scediendo al aguijén del placer, buscar «eomo una bestia montarlo 9 lanzacle sw simientes ‘(Plavin, 1964, pg, 130). O bien, en la direccién opuesta, se elevard hacia el eros celeste renunciando a ia posesién inmediaita, Pued entonces, esforzarse por ealmar la privacién colacéndose por encima de la multiplicidad dispar de sensaciones para eontemplar la perfee- cién en el mundo de las ideas, es decir, en su forma mis general. El alma, movida por eleros, es, como dice Rieorur, el movimiento misimo 155

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