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Justicia interrumpida:
Paramilitares en Colombia, presos
privilegiados en Estados Unidos
9 de septiembre de 2016
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Fue una extradición en medio de la noche que dejó al país atónito, que
interrumpió de manera abrupta un proceso de Justicia y Paz en el que se
acusaba a varios hombres de cometer una serie de atrocidades. La guerra
contra las drogas liderada por Estados Unidos, por petición del entonces
presidente de Colombia, Álvaro Uribe, se impuso sobre los esfuerzos que
el país desarrollaba para hacer frente a los crímenes contra la
humanidad que habían marcado a toda una generación.
Si será más que un acto simbólico aún está por verse. Los hombres
extraditados con Giraldo han recibido un tratamiento relativamente
indulgente para ser narcotraficantes importantes que, además, han sido
acusados de terrorismo por cometer masacres, desapariciones forzadas y
desplazar a pueblos enteros.
Giraldo hace bolsos con envoltorios de papas y se los vende a los otros presos por “siete
pollos”, es decir, siete porciones de pollo de la bodega de la prisión. CreditTodd
Heisler/The New York Times
Durante años, el Departamento de Justicia de Estados Unidos llevó los
casos de los extraditados en secreto, no solo impidiendo el acceso a
documentación básica para comprenderlos, sino ocultando información
e incluso borrando a acusados como Giraldo de los sumarios.
Según el acuerdo al que llegó con las autoridades, recibiría entre 30 años
de condena y cadena perpetua. Gracias a su amplia colaboración con las
autoridades, los fiscales, uno de los cuales describió a Mancuso durante
una entrevista como “siempre un caballero ante mí”, pidieron solo 22
años. Un juez federal lo condenó a poco más de 15 años. Al final habrá
pasado poco más de 12 años tras las rejas en Estados Unidos.
Vestido con un holgado mono azul marino, el Patrón, que ahora tiene 68
años, parece una versión desmejorada de quien un día fue temible.
Cabello gris, más delgado, de caminar lento. Pasa los días haciendo
carteras con bolsas de papas fritas y vendiéndoselas a otros presos por
“siete pollos”, es decir: siete raciones de pollo del economato de la cárcel.
“Mire”, dice con orgullo, tirando de una de las correas hechas con papel
de aluminio. “Son de doble costura”.
Una vez allí, encadenado, con las manos atadas a la cintura y grilletes, lo
subieron a un avión de Estados Unidos junto a una buena
representación de los paramilitares colombianos. Volaron rodeados de
un silencio aplastante, enfadados porque el presidente de la mano dura,
con quien “compartían ideología” en palabras de Giraldo, había roto su
promesa de no extraditarlos.
La ley de Justicia y Paz inicial fue blanda. Un editorial de The New York
Times de entonces la calificó como “impunidad para asesinos de masas,
terroristas e importantes traficantes de cocaína”. Pero en 2006, la Corte
Constitucional de Colombia la endureció y le otorgó un papel central a
las víctimas al incrementar la pena máxima hasta 8 años de cárcel en
caso de confesiones completas y reales.
Unas semanas más tarde, Colombia despertó con las fotos de los
paramilitares embarcando en aviones de Estados Unidos.
“El país entero entró en shock”, dijo Miguel Samper Strouss, quien fue
viceministro de justicia a cargo de la justicia transicional. “Fue como si
hubieran extraditado la posibilidad de conocer la verdad y de que se
hiciera justicia y se reparase a las víctimas”.
Silencio e impunidad
Zúñiga habla desde la oficina ubicada en el mercado, que cuenta con una
estación policial para señalar que el gobierno trata de recuperar el
control de la zona de manos de los hombres de Giraldo que aún tratan de
cobrar extorsiones por protección en su nombre.
Pero en los años setenta, Giraldo comenzó a formar parte de “la bonanza
marimbera”, el boom de la marihuana que precedió al de la cocaína.
Organizó un sistema de transporte en mulas que recogía la marihuana
en zonas aisladas y la llevaba hasta la costa.
La primera vez que tuvo que cometer un acto violento fue cuando su
hermano menor fue asesinado durante un asalto en el mercado de Santa
Marta. Para vengarlo, contrató a un grupo liderado por un tal Drácula y
seis hombres murieron. Fue el principio de un largo proceso de limpieza
social para eliminar “indeseables”. Ladrones, prostitutas, homosexuales,
mujeres infieles, brujas e izquierdistas.
Cuando Giraldo dejó las armas, un fiscal le preguntó en una vista pública
por qué le llamaban el Taladro. Se sonrojó, pero parecía orgulloso del
apodo, dicen quienes estuvieron presentes. El fiscal le preguntó
directamente si tenía que ver con su predilección por las vírgenes.
“Bueno, me matarán algún día, pero no es por miedo”, dijo durante una
entrevista en Bogotá.
Sierra dijo que Giraldo envío a uno de sus hijos, el Grillo, para entregar
un aviso: “Deja la ciudad o atente a las consecuencias”. Pero Henríquez
no lo hizo. Así que siete de los hombres de Giraldo se alistaron una
mañana, se vistieron de civiles y se encaminaron a la montaña para
“hacer desaparecer al señor de la ONG”.
Taganga, el pueblo donde vivía Julio Henríquez Santamaría con su familia, cerca de Santa
MartaCreditTomás Munita para The New York Times
En 2005, Giraldo y Tover-Pupo fueron acusados en Washington de
conspirar para fabricar cocaína y enviarla a Estados Unidos. Según los
fiscales, ellos y sus aliados estaban implicados en el envío de miles de
kilos de cocaína que dejaron el norte de Colombia en lanchas rápidas con
motores y combustible adicionales.
Un año más tarde, Giraldo —de mala gana, según las autoridades
locales— dejó las armas en el proceso de paz con los paramilitares; 597
de sus hombres entregaron 73.000 cajas de munición.
Así que la familia decidió viajar a Estados Unidos para pedir justicia.
Casi todos tenían abogados defensores. Pero Giraldo decía que su familia
era pobre y que “un amigo” era quien asumía el coste de su defensa en
Estados Unidos. Las tarifas pueden ser altas: un documento del caso de
Tovar-Pupo revela que pagó a su abogado 390.000 dólares.
“Los únicos que ganan en todo esto de la extradición son los abogados”,
dijo Feitel, el abogado de Giraldo.
En la defensa de estos hombres, sus abogados estadounidenses hacían
hincapié en el contexto político de los crímenes y los presentaban como
luchadores por la libertad cuyo movimiento se corrompió por culpa del
tráfico de drogas. Uno de los abogados de la defensa, en referencia al
apoyo de Estados Unidos al Ejército de Colombia, llegó a decirle al juez
que un famoso líder paramilitar llamado Carlos Jiménez Naranjo “fue
inicialmente, y podemos decirlo abiertamente, financiado por nuestro
propio gobierno”.
‘Buenas intenciones’
Altholz, que representa a los Henríquez, dice que ve una ironía en esto:
“Estos individuos asumieron un papel en el combate contra el ‘demonio
comunista’ representado por las Farc y su identidad paramilitar mitiga
en vez de agravar sus casos”.
En los casos examinados por The New York Times, las sentencias que
pudieron revisarse (algunas están selladas) iban desde libertad
condicional a 30 años. Pero “la sentencia cumplida” era más fácil de
comprobar y porque muchos de ellos vieron sus sentencias reducidas a
“sentencia cumplida”; se usó eso como parámetro para medir.
Cuando Herbet Veloza García, conocido como HH, fue condenado esta
primavera en un tribunal federal en Manhattan, el fiscal lo llamó un
“acusado extraordinario por su conducta criminal grave, pero también
por su extraordinaria cooperación”.
“No sugiero que el presidente Santos mienta”, dijo Oliva. “Pero estos
hombres no sobrevivirían fuera del aeropuerto. Literalmente, los
matarían al llegar”.
“Si eso puede verse como una contribución de Estados Unidos al proceso
de paz, bienvenido sea”, dijo Kevin Whitaker, embajador de Estados
Unidos en Colombia.
Sus acusaciones eran tan sensibles que ahora están bajo protección.
“Este año, me tocó la protección inicial de las dos chicas que
denunciaron y las sacamos de la zona debido a que los hijos de Giraldo
iban a matarlas”, dijo Zúñiga, la jefa de seguridad de Santa Marta.
Les llevó casi ocho años conseguir que Estados Unidos las aceptara como
víctimas para poder participar en el caso de Giraldo. Sus abogados
adoptaron un enfoque nuevo al argumentar que la ley de derechos de las
víctimas de 2004 es aplicable. Explicaron que aunque Henríquez era una
víctima extranjera de un crimen cometido en el extranjero, su crimen fue
consecuencia de la trama de narcotráfico en la que participaba y de la
que se declaró culpable.
Feitel, que considera que los Henríquez son “falsas víctimas molestas
que ladran a espaldas de mi cliente”, se enfadó. Visto con perspectiva,
Paul Cassell, quien fue juez federal y es experto en derechos de las
víctimas, dijo que los casos de narcotráfico suelen tratarse como casos
sin víctimas. “Esto crea un precedente real”, dijo. Podría tener
consecuencias para capos violentos como Joaquín Guzmán, el Chapo,
cuya extradición ya ha sido aprobada por México.
“Yo no sé qué estará pensando Hernán Giraldo, pero por lo menos que
tenga que ver con los crímenes que cometió en Colombia, que no quede
en el olvido”, dijo. “Que tenga que reconocer que su negocio cobró vidas
y no solamente una vida de un líder o una vida de una comunidad, sino
que influencia la vida de todo el país. Afectará no solo a las familias que
tenían que cargar con el peso de la violencia, sino que influencia la vida
de todo el país, la historia de todo el país, de generaciones en adelante”.