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Estoy de acuerdo con el autor cuando habla del paraíso que nos hemos inventado
para vivir felices: “Adán y sobre todo Eva, tienen el mérito original de habernos
liberado del paraíso, nuestro pecado es que anhelamos regresar a él”. Así es. No
es concebible la idea de un paraíso perfecto, donde solo la alegría fuera el polo que
mueva la realidad. Para qué una existencia donde el trabajo y el sudor no existen,
donde todo es feliz. Vana sería la existencia del hombre en un mundo así, para qué
gastar las energías viniendo a un mundo programado para un destino y un horizonte
tan promisorio que es inútil. ¿Para qué tanta felicidad? El mundo se detendría, la
vida se extinguiría: y es que, si la meta del hombre es alcanzar su felicidad en la
plenitud de su vida, para qué si ya esto ha llegado.
Dispuestas están las sillas para los espectadores, las camas para los soñadores, y
las herramientas para los trabajadores que ya han visto la realidad y la han
imaginado distinta y que ahora se ponen en la brega de alcanzarla, de no solo dejar
ideas al azar ni a la simple imaginación, sino que cada quien está llamado a laborar,
a dejar ese tabú de “pensar=complicar” y empezar desde ya construir, para que, así
nos sea del todo posible, se inicie a materializar lo que la mente majestuosamente
crea para generar felicidad.