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HACIENDA DE SAN JOSÉ

N A Z C A , P E R Ú

A poca distancia de la ciudad de Nazca, sobre la margen dere-


cha del río Ingenio, se sitúan los restos de la iglesia rural de San
José, arruinada por sucesivos terremotos e inundaciones esti-
vales. Tanto ella como su vecina San Javier encabezaron un
complejo sistema de haciendas productoras de azúcar, vinos y
aguardientes que los jesuitas administraron con ejemplar efi-
ciencia durante más de un siglo. Incorporadas al proyecto misio-
nal de la orden, estas espléndidas edificaciones sirvieron para
el adoctrinamiento de la multitud de trabajadores indígenas y
negros que cultivaban las tierras.
El proceso de catequización era considerado apremiante en
este rico valle, escenario de uno de los desarrollos culturales más
antiguos del Perú prehispánico. En el momento de la conquis-
ta eran propietarios de toda la quebrada los curacas Francisco
Terminada en 1744, la fachada principal se incluye entre las obras maestras del
Nasca y Alonso Rimanan, quienes vendieron sus tierras a Pedro barroco en la costa peruana. Lamentablemente, sucesivos desastres naturales y
el secular abandono han ocasionado su actual estado ruinoso. Arriba un detalle de
Juárez el viejo en 1546. Tras cambiar de manos, en 1619 San
las columnas salomónicas de barro y yeso que conforman la por tada-retablo. Su
José fue entregada a los jesuitas. En 1668, la orden adquirió la diseño posiblemente fue tomado de algún tratadista barroco italiano.

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Una pequeña portada lateral se abría en el muro del evangelio. Presenta fragmentos vecina San Javier junto con otras haciendas cercanas. No obs-
de columna con capiteles corintios y una profusa decoración de yesería, tanto en
el friso como alrededor de la hornacina. tante, la quebrada del Ingenio permaneció dividida: mientras
San José había sido donada por Juan Ignacio Arias Maldona-
En medio del fér til valle del Ingenio de Nazca, y resistiendo todos los embates
naturales, se alza la estructura del templo construida en barro, caña, madera y yeso. do al colegio de la Transfiguración del Cuzco, San Javier que-
daría a cargo de la casa matriz limeña. Esta circunstancia gene-
ró una emulación constante entre las dos comunidades, que con
el tiempo se vería reflejada en el esplendor arquitectónico y
decorativo de sus iglesias.
Tal como han llegado hasta nosotros, los templos datan
de mediados del siglo XVIII, y no sabemos si antes hubo en su
lugar construcciones de importancia. El de San José —edifi-
cado entre 1740 y 1744— no sólo fue el primero en construirse
sino aquel que posee mayor jerarquía artística, debido a la cali-
dad de su diseño y a la riqueza de su repertorio ornamental.
Aunque suene paradójico, la arquitectura costeña alcanza un
episodio culminante con esta pequeña edificación rural. Todo
ello le confiere un lugar de privilegio en la historia del barro-
co sudamericano.
A diferencia de la robusta cantería desplegada en San Javier,
los anónimos maestros de San José emplearon una mixtura de
adobes con telares de madera y caña, todo recubierto por grue-
sas capas de yeso. A partir de estos materiales ligeros y maleables
fue erigida la magnífica portada-retablo que, en opinión de
Wethey, no es comparable a ninguna otra en el Perú. En efec-
to, el uso de columnas salomónicas resulta excepcional en la
fachada de una iglesia menor si se considera que sólo dos gran-
des templos de Lima —San Agustín y la Merced— llegaron a

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incorporar este tipo de soportes en sus portadas de piedra, nun- El mobiliario litúrgico, así como los lienzos cuzqueños que
ca en barro y yeso. colgaban de sus muros, desaparecieron por completo en la pri-
Como elemento dominante, el refinado trazo de las columnas mera mitad del siglo XX. Habrá que trasladarse a Lima para
torsas marca la tónica de toda la composición. Ningún espacio ver el altar mayor, cedido en 1950 a la iglesia de Nuestra Seño-
queda libre de adorno en el muro de pies. Un minucioso almo- ra del Pilar de San Isidro. Es de estilo churrigueresco, y segu-
hadillado invade los cubos de las torres y se prolonga en los cam- ramente proviene de algún taller capitalino. Ha permanecido
panarios. Ambas torrecillas reiteran, además, el motivo limeño en su color natural, tal vez porque la orden de expulsión lle-
de las pilastras con modillones a manera de capiteles. El mismo gó antes de que empezara a dorarse. Destaca por la minucio-
frenesí decorativo —una frondosa combinación de follajes, volu- sidad de su talla y por la profusión de cresterías caladas, cuyas
tas, arabescos y mascarones— prolifera en la portada lateral y líneas curvas marcan la culminación de ambos cuerpos. Sus hor-
en aquella otra que comunicaba la sacristía con el exterior. nacinas principales guardaban las imágenes de la Virgen y del
Por dentro, el estado de la iglesia no es menos ruinoso. Su santo titular, hoy perdidas. Sólo perdura un San Miguel Arcán-
nave única se halla hoy expuesta a la intemperie tras colapsar gel, de apreciable talla, colocado sobre la coronación.
toda la bóveda de cañón que la cubría. En planta y proporcio- En cuanto a la casa hacienda, ésta sólo conserva parcial-
nes resulta enteramente similar a San Javier. Otro elemento mente su disposición original. El principal elemento exterior
común son las finas labores de yesería que Mesa y Gisbert con- consiste en una sencilla galería a todo lo largo de la fachada,
sideran un lejano eco del estilo «mestizo» desarrollado con- compuesta por una danza de arcos de medio punto sobre colum-
temporáneamente en el sur andino. Estos relieves marcan los nas lisas. En contraste con el recargado barroquismo de la facha-
arcos fajones de la cubierta y el sotacoro, así como la puerta da eclesiástica, la pureza de líneas que enmarca la entrada prin-
entre el presbiterio y la sacristía, cuyo dintel está formado por cipal de esta casa es representativa de la severidad que caracterizó
una elegante venera abocinada. a los establecimientos rurales de la Compañía. L E W

Vista actual del retablo mayor, trasladado desde 1950 a la iglesia de la Virgen del
Pilar, en el distrito limeño de San Isidro. Su espléndida talla barroca ha permane-
cido sin dorar.

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