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BOLIVIANA
La personalidad de José Carlos Mariátegui no es desconocida a los hombres de
estudio de la América. Luchador infatigable, se levantó en el panorama peruano
como una verdadera vanguardia del socialismo de América. Los juicios
personales de grandes estudiosos como Lugones, Waldo Frank, Barbusse y
otros, dan la medida del peso intelectual del Amauta, como le llama Bazán.1
En el curso del presente trabajo nos hemos apartado en mucho de las líneas de
Mariátegui, pero hemos procurado conservar en el fondo su pensamiento.
EL HOMBRE
No conoció a su padre. Vivió con su madre y sus tres hermanos. A los doce
años de edad empezó a luchar por la vida trabajando en una imprenta de Lima.
Allí encontró sus primeras armas. Lector constante, no perdía momento en
distracciones propias de su edad. Varios años dedicó a echar cimientos
intelectuales con el estudio. Y ese esfuerzo fue pronto coronado con la
satisfacción de sentirse al nivel de muchos periodistas peruanos. Poeta primero,
crítico posteriormente, polemista más tarde, culminó después de un viaje a
Europa en la personalidad que muchos admiramos. En resumen, la vida de Ma-
riátegui fue la del hombre que se forma en el yunque de su propio esfuerzo, en
el acero de su propia experiencia; fue un autodidacto.
Bolivia y el Perú son pueblos que han tenido una base social común; pues así
como durante la época del incario formaron un todo homogéneo y, en la Colonia
contribuyeron por igual a fisonomizar el feudalismo español, en la época de la
República siguieron líneas paralelas influidas por detalles históricos que,
sometidos a estudio reposado, podrían incidir en verdaderas identidades.
Casi nada tendríamos que agregar a los juicios del conocido sociólogo
boliviano. Sólo insistiremos en la ruina de la ideología burguesa que aún todavía
sigue infectando algunos cerebros reaccionarios que, sin analizar debidamente
el Marxismo, pretenden combatirlo con doctrinas importadas e ideas sin base.
AYLLU Y GENS
Ahora, surge una nueva cuestión ¿cómo podría definirse al ayllu? ... Se ha dicho
que fue una formación con vínculo triple: consanguíneo, económico y religioso.
Es del todo aceptable que el ayllu hubiera tenido primeramente una formación
de parentesco consanguíneo para transformarse después en entidad territorial-
económica. Pero hay autor que afirma que los ayllus permanecieron como
grupos consanguíneos en razón de la conservación de la pureza de la sangre que
fue preocupación esencial de los incas.17
Mas, esa división de clases permite formular una pregunta: ¿no tenían
los yanaconas (explotados) algunas características de tipo esclavista?.. No
olvidemos que el mismo catedrático Arze en sus notas al artículo publicado en
la Sección de Socioetnología, Historia y Biografía de la Revista del ISBO
afirma «que es indudable que los yanaconas incaicos aun constituyendo por
ciertos caracteres una clase esclava tienen rasgos específicos que el mismo
Baudin cuida de hacer notar». Sin embargo, si bien es aceptable otorgar
características de esclavos a los trabajadores de la masa incaica, no por ello se
puede hacer generalizaciones peligrosas. Pero, de todos modos, es posible
hablar de algunas identidades en cuanto a la forma de existencia, mas no en
cuanto a la producción.
Ahora bien, ¿la base económica del Incario, dio la fisonomía de sus
instituciones? Es decir, que ¿sería posible encontrar un entrelazamiento entre la
religión, lenguaje, educación, derecho, etc., y la base agraria? Más que eso, toda
la superestructura del Incario radicaba fundamentalmente en la división de
clases que fue —sin duda— el producto de la producción incaria. La religión
encerraba en su sistema a los privilegiados, llámense ellos inca, sacerdotes o
guerreros conductores. En cuanto al lenguaje, autores de la Colonia afirmaron
que los de la realeza incaica hablaban un idioma diferente al de los yanaconas.
En lo que respecta a la educación, fueron los hijos de las minorías conductoras
los que recibían el privilegio de una atención preferente, cuidando al mismo
tiempo, de no extender las enseñanzas a la clase dominada. El Derecho durante
el Incario también fue un producto hábil de la clase sojuzgante, pues sus reglas
consuetudinarias no hacían otra cosa que mantener un equilibrio entre la masa
y la clase directora. El estado mismo, como lo sostiene el marxismo,
conjuntamente, con todo el aspecto político-jurídico estaba edificado sobre un
sistema de clase, un sistema donde la élite poseedora de los intereses
económicos ejercía control y dirección sobre los medios de producción.23
MARIATEGUI Y EL INCARIO
El doctor Arze, no solamente se detiene en este aspecto sino que analiza con
detalle el antimarxismo de Haya de la Torre cuando éste, a tiempo de referirse
al comunismo de los incas, se desplaza a la definición "feudal" de las culturas
primitivas del Egipto, Asiria, Caldea y Roma. También refuta a Baudin en la
definición del Incario cuando lo califica de "socialista" por su racionalización
de la sociedad, por el anonadamiento del individuo, por la tendencia a la
igualdad y por la supresión de la propiedad privada; y finalmente, después de
hacer un estudio de las instituciones incaicas llega a la conclusión de que no
puede darse tal calificativo al sistema del Incario porque «carecía de la técnica
productiva indispensable para la posibilidad de ese régimen y porque era una
organización esencialmente clasista». Pero, el doctor Arze, al final de su estudio
declara: «el calificativo que podría aplicarse a lo sumo a la organización incaica
es el de semisocialista, con las reservas que esta designación supone».25
Para concluir, cerremos este capítulo con la frase de Baudin al final de su libro,
señalando que cuando el escritor francés Gastón Leroux escribió su novela La
Esposa del Sol, a todos pareció una producción esencialmente fantástica y es
que nunca lo verdadero fue tan poco verosímil.
LA ETAPA DE LA COLONIA
CLASES SOCIALES
La colonia tuvo que soportar un choque étnico, una amalgama humana de muy
distinta cultura, situación e ideas. De la Iberia llegaron individuos con
características muy peculiares a establecerse en medio de hombres de historia
y tradición diferentes. De esa amalgama humana debía formarse, más tarde,
nuevas clases sociales diferenciadas unas de otras. En primer término, los
feudales que comprendían a los españoles y criollos; en segundo lugar, los
nativos o indios que soportaban una irrupción extraña; y, en tercer sitio, los
artesanos, clase media aunque reducida pero que mantenía cierta independencia
por sus oficios manuales y su pequeña industria. De estas tres clases
indudablemente la predominante fue la del español que conservaba privilegios
de toda índole, restringiendo inclusive la ocupación de los cargos directivos con
verdadero monopolio administrativo; por otra parte, económicamente
constituían la clase más beneficiada porque el Rey de España les concedió el
privilegio de las tierras que pasaron a incrementar la economía particular de los
hijos de la península ibérica. La clase sojuzgada estaba constituida por los
indios que soportaban el mayorazgo, la encomienda y la mita, sistemas de
verdadera opresión y esclavitud. Este panorama puede ser englobado en una
sola apreciación: la tesis del semisocialísmo incaico en choque con la antítesis
del feudalismo español debía dar, como consecuencia dialéctica, la síntesis de
un feudalismo criollo compuesto por los descendientes de los blancos radicados
en América y por los mestizos acaudalados que ya empezaban a ostentar cierta
categoría de importancia social. (En los párrafos referentes a la Revolución de
la Independencia, documentamos y ampliamos mayormente este aspecto).
LA RESPONSABILIDAD DE LA COLONIA
LA COLONIZACION EN EL NORTE
Creemos necesario hacer una rápida interpretación del movimiento colonizador
inglés en la América del Norte. Ese proceso fue totalmente distinto al español
en el Sur. Los ingleses transportaron costumbres, familias, un sentido humano
de labor colonizadora. Pero, esa política inglesa debía tener sus consecuencias,
su resultado propio. El desplazamiento del inglés transportaba con sus hombres
y sus familias el espíritu de su época y el mandato de la historia. El tiempo se
encargó de mostrarnos el papel de los Estados Unidos en el concierto mundial
de los pueblos. Inglaterra transportó al norte de la América el fermento de un
nuevo imperialismo; de una penetración económica superior, cuyas víctimas
primeras fueron, sin duda, los pueblos próximos. Aún más, la gran nación del
Norte debía pesar con el tiempo en el fiel de los países imperialistas
compitiendo con su progenitora: Inglaterra. La tierra del Norte tuvo cultivos en
lugar de encomiendas. «Y en vez de una aristocracia guerrera y agrícola con
timbres de turbio abolengo real abolengo cortesano, de abyección y homicidio,
se desarrolló una aristocracia de la aptitud que es lo que se llama democracia,
una democracia que en sus comienzos no reconoció más preceptos que los del
lema francés: libertad, igualdad, fraternidad).29 «De ese sabio, de ese justiciero
régimen social procede el gran poderío norteamericano. Por no haber procedido
en forma semejante nosotros hemos ido caminando tantas veces para atrás).30
PSICOLOGIA SOCIAL
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA
Más tarde, el correr de los años fue amalgamando nuevos productos humanos.
El vientre indio debía gestar la nueva formación racial que, al lado de las ya
existentes, daría fisonomía propia a la división de clases. «La sociedad ameri-
cana estaba dividida en tres clases opuestas en intereses, sin vínculo alguno de
sociabilidad moral y política. Componían la primera los togados, el clero y ;os
mandones; la segunda los enriquecidos por el monopolio y el capricho cíe la
fortuna; la tercera los villanos llamarlas "gauchos" y "compadritos" en el Río
de la Plata, "cholos" en el Perú, "rotos" en Chile, "leperos" en México.35 En la
primera clase se agrupaban los aristócratas españoles que habían abandonado
la península con sed de aventuras, con ambición de riquezas, con propósitos
egoístas o con esperanzas lejanas; al lado de éstos estaban los burócratas del
reino que, con los criollos incorporados a su lado, confrontaban intereses
comunes, hermanándose en una misión común. La segunda clase estaba
destinada a tomar fisonomía económica muy característica; era representante
de los comerciantes e industriales; éstos, que formaban una naciente burguesía,
más tarde pasaron a engrosar las filas del feudalismo criollo, con el que
asistieron hermanados a la lucha emancipadora, impulsados por la esperanza de
obtener un mejor y más propio control sobre las inmensas riquezas que
guardaba el Alto Perú. El proletariado, rudimentariamente formado, así como
el artesano criollo, integraban el tercer grupo que se caracterizaba por su
reducida labor manual y estrecho rendimiento económico dentro de las activi-
dades coloniales.
Frente a estas tres clases aún había algo más. Mezclada entre la riqueza del
suelo y el látigo del conquistador, se alzaba la historia de un pasado humano y
la tristeza de una importación despiadada: «las castas indígenas y africanas eran
esclavas y tenían una existencia extrasocial».36 España había reflejado en la
América sus propias formas feudales. Erigió, pues, una sociedad de tipo
español, donde la condición de las castas inferiores era de un servilismo evi-
dente. «De Cádiz a Chuquisaca, todas las ciudades intermedias, regimentadas
por opulentos monopolistas, constituían la suma de los intereses creados; los
eslabones de la cadena con que se formó la esclavitud económica del
indios.37 Había, en resumen, en la América una nobleza terrateniente formada
por la aristocracia española y los americanos que se asimilaban a sus intereses,
una burguesía comerciante que «gozaba tranquilamente su industria y
comercio»,38 un proletariado rudimentario y una casta de siervos.
«La libertad es innata en el ser humano. Ella vive aun en el alma del
esclavo»;40 y los universitarios de Charcas, desde los primeros años de estudio,
debieron de impresionar su conciencia con el imperativo de la libertad. En
América había mucho que libertar y a esa intención se abrazaron con el calor y
la responsabilidad que significa el compromiso de cumplir con la historia. Ese
principio por el que tanto luchó y sigue luchando la humanidad, palpitó en el
cerebro revolucionario de la Colonia, en la mentalidad de esos linajudos y
bienquistos, para usar la expresión de Gabriel René Moreno, que «manejaban
las dos armas temibles de aquella tierra: el disimulo y la simulación, nervios
constitutivos de la duplicidad altoperuana»;41 el espectáculo colonial fue
siempre un jalón de libertad, un imperativo humano que cumplir. Será pues
preciso analizar esa visión y ver hasta qué punto la Colonia pudo impresionar
la sensibilidad universitaria y cuál fue la reacción intelectual que produjo esa
cadena de diferentes acontecimientos que corrieron por delante de ojos ávidos
de nuevos principios, amantes de resolver problemas de justicia social que, sin
penetrarlos profundamente, parecían adivinar, buscarlos, esperar su
advenimiento... Ese espectáculo colonial y su elaboración en los cerebros
doctos de la época contribuirá a desenmarañar el pensamiento revolucionario
de la América.
CONCIENCIA DE CLASE
Estamos de acuerdo con Mariátegui cuando plantea sus puntos de vista y afirma
que las ideas francesas y norteamericanas encontraron un ambiente favorable
en la América del Sur porque en esta parte del Continente americano existía ya
aunque fuese embrionariamente una burguesía que a de «sus necesidades e
intereses económicos, podía y debía contagiarse del humor revolucionario de la
burguesía europea».50 Hubo filtración de ideas francesas y norteamericanas
pero ¿el pensamiento revolucionario respondía al mandato de una burguesía
embrionaria?; entendiéndose, desde luego, por mandato una asimilación social
donde la conciencia de clase opere sobre los mismos actos. ¿Ese pensamiento
no tuvo, por un instante siquiera, inspiración propia, característica, surgida de
remotos pero evidentes anhelos de justicia social? El planteamiento que hace
Mariátegui cuando afirma que «el hecho intelectual y sentimental no fue
anterior al hecho económico»51 está de acuerdo con nuestra manera de
interpretar el movimiento de independencia americana; pero nosotros tratamos
de analizar únicamente el "hecho intelectual" y ubicarlo en el ángulo que le
reservaron los sucesos de la emancipación.
EL JUSTIFICATIVO REVOLUCIONARIO
ASPECTO RELIGIOSO
LA ETAPA REPUBLICANA
Ya hemos visto cómo el régimen económico-social del territorio americano
había pasado por das etapas muy propias: una caracterizada por el "semi-
socialismo de estado" y otra de tipo feudal. Sobre esta última debía formarse
una nueva manifestación: la República, que presenta —por su parte— detalles
muy significativos ya que indudablemente da margen a divisiones de tipo
interesante.
En cambió, los países sobre la costa del Pacífico sólo tenían a la vista de su
espíritu nacional en formación los jirones orientales del Asia que debía inyectar
sus formas humanas más bien como retraso que como adelanto. No otra cosa
explica la afluencia de chinos y negros en el Perú. En cuanto a Chile, no
olvidemos que fue un país totalmente olvidado por los mismos españoles, de
ahí que los Carrera y los luchadores por la independencia de la tierra de Valdivia
hubieran podido actuar muchas veces sin la represión inmediata y violenta de
España.
En cuanto se refiere a nuestra Patria, la situación no podía ser peor. Se quedaba
en el Alto Perú la pasividad indígena distribuida en un régimen agrario sin
fundamento científico, y la impulsividad patriótica, organizadora, magnífica —
para la época dé la teoría— de los grandes doctores de Charcas. Tenía su pasado
con 15 años de cruenta lucha, frente a un porvenir sin ninguna solución...
Pero, sin adelantarnos mucho, podemos afirmar que los primeros diez lustros
de nuestra vida independiente no hacen otra cosa que evidenciar un
enclaustramiento en donde las figuras de Ballivián y Belzu se destacan
representando el uno a la aristocracia y el otro a la plebe. La Historia de nuestro
país nos ofrece el espectáculo del caudillismo paralelo a la lucha militarista en
que se debatían las otras naciones del Continente. De ahí que a un autor, el
panorama americano, le hubiese hecho expresar que en estos pueblos, se ve
claramente un aspecto, ridículo, en que dos o tres magnates, son los dueños
todopoderosos y el resto es población nominativa formada por los oriundos del
país, generalmente en la América del Sur, por los mestizos que yacen en una
postración injusta, pero impuesta por su condición y alquilaje del
trabajo».70 Otro autor boliviano, al referirse a las primeras épocas de la Repúbli-
ca boliviana, dice que «la economía desde la fundación de la República fue
semicolonial». En la Revista de Economía y Finanzas, editada en la ciudad de
La Paz (abril 1939), se encuentra esta frase que se refiere al legado económico
de los primeros tiempos de la República: «el movimiento económico se
caracteriza por el ausentismo o fuga de capitales y el sometimiento del Estado
a los intereses del Capitalismo internacional». Con haber dicho «al someti-
miento del imperialismo» el editorialista de dicha publicación habría formulado
una verdad científico-social. A lo anterior, le damos importancia de
interpretación porque quiere decir que los primeros años de vida republicana no
hicieron otra cosa que ejercer una función preparativa de la economía nacional
para admitir, en los regímenes posteriores, al imperialismo exterior.
EL IMPERIALISMO INGLES
Mientras que en el Perú la clase militar inepta de hecho para los negocios del
Estado, se encargaba de "reorganizar" la economía de su país sobre bases de
caudillismo "reconstructor", Bolivia confrontaba la organización de un nuevo
Estado político. Sobre el cadáver del pueblo se abría paso un nuevo movimiento
histórico. Otra etapa de la vida republicana.
EL IMPERIALISMO NORTEAMERICANO
En cuanto al conflicto armado del sudeste podemos afirmar que sirvió para que
se pongan en juego intereses de dos imperialismos antagónicos: el inglés y el
norteamericano; el primero representado por la Royal Dutch y el segundo por
la Standard Oil. Un autor argentino en 1936 declaró que «en Bolivia donde
domina el capital norteamericano, la Standard Oil necesitaba una salida al río
Paraguay para sus pozos de petróleo en el Este de aquel país. Detrás del
Paraguay, la Compañía inglesa Royal Dutch trató de evitarlo. Esa fue la causa
del conflicto que ha ensangrentado el Continente».74
Otro autor boliviano, analizando el conflicto del Chaco manifiesta: «la prudente
Standard, aprovechando de la indígena ignorancia esencial a todos los
gobernantes bolivianos, se resguardó siempre con una política propia, sin
comprometerse, lista a cambiar su "Standard Oil of Bolivia" por "of Paraguay"
u "of Argentina", si la primera resultaba derrotada. De ahí se explica el
oleoducto clandestino y las actuaciones antibolivianas del senador argentino
Sánchez Sorondo».75
«Al estallar la próxima guerra imperialista en que los Estados Unidos tornarían
parte, correríamos grave riesgo, si una política previsora no resguardara la
soberanía de nuestros pueblos»... «Como en la guerra de 1914-1919, los
adversarios colosales pretenderán sumar a la contienda a todos los países que
les están sometidos. Pretextos no faltarán. En la hora en que se juegan los
grandes intereses del imperialismo, no es difícil erigir mitos y levantar muy alto
palabras de orden, resonantes y mágicas. La literatura de la guerra tiende
siempre a hacerla sagrada y eso no es difícil cuando la propaganda se organiza
y se paga bien».
NOTAS:
PERU
JORGE FALCON
Mariátegui era una deseada adquisición para el leguiísmo, para cualquier grupa
político o clan intelectual. Desde el primera, hombres colocados en las alturas
del régimen eran sus amigos, sus admiradores: "defensores" de su salud y "su
porvenir". Por varios caminos, pues, Mariátegui hubiera podido "salvarse" de
la pobreza; hacerse "gloria literaria". Como un ejemplo, como un hito, como
aquel antepasado suyo, fundador de la República, que á los noventa años de
edad murió liberal sin arrepentirse, provocando la oposición de las autoridades
de la. Iglesia de entonces a que fuera enterrado en el cementerio católico, José
Carlos Mariátegui muere "convicto y confeso" como hombre de "una filiación
y una fe".
ECUADOR
BENJAMIN CARRION
Mi voluntad es afirmativa, mi temperamento es de
constructor, y nada me es más antitético que el bohemio
puramente iconoclasta y disolvente; pero mi misión ante el
pasado parece ser la de votar en contra.
El pasado nos interesa en la medida en que puede servimos
para explicarnos el presente. Las generaciones
constructivas sienten el pasado como una raíz, como una
causa. Jamás lo sienten como un programa.
El maquinismo, y sobre todo el taylorismo, han hecho
odioso el trabajo. Pero sólo porque lo han degradado y
rebajado, despojándolo de su virtud de creación.
El arte tiene necesidad de alimentarse de la savia de una
tradición, de una historia, de un pueblo.
La obra maestra no florece sino en un terreno abonado por
una anónima u oscura multitud de obras mediocres.
Toda crítica obedece a preocupaciones de filósofo, de
político o de moralista.
Declaro, sin escrúpulo, que traigo a la exégesis literaria
todas mis pasiones e ideas políticas, aunque, dado el
descrédito y degeneración de este vocablo en el lenguaje
corriente, debo declarar que la política en mi es filosofía y
religión.
No sobrevive sino el precursor, el anticipador, el
suscitador.
J. C. M.
NUTRIDO de occidentalidad, dueño de una cultura ritmando con todos los toques de
avanzada del pensamiento europeo, José Carlos Mariátegui representa una fuerza de
crítica y construcción, de acción y sugerencia, de apostolado y de batalla, que hacen de
él, incontestablemente, uno de los jefes espirituales de la América moderna en la lucha
por desentrañar la auténtica realidad de nuestros pueblos y construir su personalidad,
estructurarlos para la vida política, económica y social, de acuerdo con su ideal y su
verdad.
No hacen falta especiales dones de previsión para afirmar que su ideología, vigorosa,
nerviosa, apasionada, ha de cavar surco profundo en el devenir político y social de
Hispanoamérica —a la que yo me resistiré siempre a llamar Indoamérica, como el mismo
Mariátegui la llama, y menos aún esa barbaridad moral, histórica y gramatical de
Indolatinia, que por snobismo inexcusable, propio de malas revistillas de vanguardia, fue
llevado a la nueva Constitución del Ecuador.
Preciso es no confundir la pasión con la violencia. Detesto esta última como un resabio
felino, como una supervivencia del bruto que veinte siglos de Cristo, de domesticación
por las artes y por la cultura, han tratado de exterminar en el hombre: Detesto la violencia.
Pero amo en cambio la pasión, que es el resumen de las superioridades humanas: Fe,
Esperanza, Amor.
Nuestra América necesita, digo mal, nuestra América, como fruto de su clima, debe
producir hombres de pasión, porque se encuentra en un periodo de choque, de
desentrañamiento, de desbroce. Quienes sueñan para este instante de los pueblos
hispanoamericanos con los Coolidge o los Hoover de encargo —como se encarga un Ford
o un W. C.— están en el más grande error. Esos hombres vendrán, si es que en alguna
época son siquiera deseables, cuando nos hayamos hundido en el embrutecimiento de la
materia y la máquina, cuando el valor hombre se haya igualado al valor hierro o petróleo
en la misma utilidad como materia prima. Cuando, según la dura expresión de Duhamel,
los yanquis hayan inventado el hombre-herramienta, como ya han inventado el buey de
trabajo, la vaca lechera, la gallina que pone todo el año y el puerco especializado en dar
manteca...
Charles Louis Philiphe, una de las figuras más nobles y amables de la literatura
contemporánea en todos los países, se rebela contra el aplanamiento de los espíritus,
contra la literatura sin humanidad y sin potencia:
«... Anatole France es delicioso, sabe todo, todo lo expresa, y es precisamente a causa de
ello que él pertenece a una raza de escritores que termina: con él se cierra la literatura del
siglo XIX. Ahora necesitamos bárbaros. Es necesario haber vivido muy cerca de Dios sin
haberlo estudiado en los libros. Es necesario que se tenga una visión de la vida, que se
tenga fuerza, que se tenga rabia. El tiempo de la dulzura y del diletantismo pasó ya. Ahora
es el tiempo de la pasión».
Hombres apasionados, no hombres violentos; menos aún gentes que simulan pasión para
los fines del liderismo y de la populachería. Dentro de nuestra generación, el hombre
apasionado y fuerte: José Carlos Mariátegui:
Mutsu-Hito, el creador del Japón moderno es, quizás, el hombre de Estado de más fuerza
en la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del siglo XX; el de más larga y profunda
visión, menos ruidoso que Bismark, que Cavour, que Napoleón III, pero más realizador.
Calladamente, como saben hacerlo los hombres de su raza, esparció por Occidente, por
todos los países sustentadores de cultura en Occidente, antenas captadoras de civilización:
las Universidades, los laboratorios, las fábricas europeas se repletaron de hombrecitos
silenciosos y sonrientes, suaves y comedidos que, sin estorbar a nadie, se metían por todos
los resquicios de la vida occidental y le exprimían el jugo de todos sus secretos. Como
enjambre de hormigas en faena, los que se iban al Japón llevando su aporte de
conocimientos, eran inmediatamente reemplazados por otros, sin que fuera posible
advertir el cambio: quedaba siempre en Europa el mismo número de pares de ojillos
escrutadores y sonrientes. El mundo, acaparado por el ruido de Napoleón III, de Bismark,
de Cavour, que trataban de integrar o en- grandecer sus países —según la costumbre
occidental— a cañonazos, no se daba cuenta del silencioso milagro japonés; hasta que un
buen día, a costa del inmenso Imperio de los zares, el Universo se despertó con la noticia
del advenimiento de una potencia de primer orden, capaz de ejercer, sin contradicción
hasta ahora,3 la hegemonía sobre el Extremo Oriente. Una potencia con la cual, en
adelante, sería necesario contar en todos los conciliábulos de las grandes países, para la
paz como para la guerra.
José Carlos Mariátegui, la figura joven más alta y pura del socialismo hispanoamericano,
el campeón del indigenismo peruano, es el más grande ejemplo: «He hecho en Europa mi
mejor aprendizaje. Y creo que no hay salvación para Indoamérica sin la ciencia y el
pensamiento europeos u occidentales».
Cuando un país de los nuestros quiera salvarse por la cultura, quiera hallarse a sí mismo,
por lo menos, tendrá que enviar a Occidente hombres como Mariátegui, o que de él tengan
siquiera la inquietud del espíritu y la recta intención. No los gomosos, niños bien, que se
envían generalmente.
«Declaro, sin .escrúpulo, que traigo a la exégesis literaria todas mis pasiones e ideas
políticas, aunque, dado el descrédito y degeneración de este vocablo en el lenguaje
corriente, debo agregar que la política en mí es filosofía y religión». Sería larga la cita de
las líneas que Mariátegui dedica a precisar su posición de esteta fundida a su posición de
político. Es sincero y fuerte en ellas.
Sin dejar, desde luego, su mirador apasiona- do, hay momentos en que Mariátegui, frente
a la pura obra de arte —aunque halle en ella reminiscencias de ideologías generatrices
distintas de la suya— es dominado por la admiración artística esencial, sin mezcla de
razonamiento. Tal le ocurre frente a un poeta que, según Mariátegui, «dice a los hombres
su mensaje divino», y cuya poesía —sigue hablando Mariátegui— «es una versión
encantada y alucinada de la vida»; José María Eguren.
Amauta, la gran revista de José Carlos Mariátegui, el papel de más nobleza y rectitud
que se haya publicado en América, representa no sólo la voz del gran agitador espiritual,
sino el núcleo en torno al cual se configura un vasto movimiento de renovación peruana,
de renovación americana. El símbolo —Amauta, gran sacerdote, adivino y profeta del
Imperio incaico— parece querer limitar el alcance y el significado de la obra a la
tendencia primordialmente indigenista. Pero la potencia intelectual de Mariátegui, su
liberalidad, su amplitud de hombre civilizado y civilizador, lo llevaron necesariamente
más lejos. Más allá del indigenismo, como una orientación directiva de ideología y de
acción; más allá del marxismo, como matriz intelectual de lucha, hay en Amauta un
espíritu francamente universalista. Y el Amauta simbólico ya no protege sólo a los
pobladores del antiguo y poderoso Imperio de Tahuantinsuyo, sino al Continente entero.
No conozco que se haya publicado en ningún sitio del mundo un órgano resueltamente
partidarista y doctrinario, una revista de agitación y de lucha que haya tenido el vuelo
cosmopolita, la trascendencia de contenido espiritual y aun el valor editorial que Amauta.
Cuando este ensayo estaba por cerrarse llega de Lima esta noticia brutal: la muerte de
José Carlos Mariátegui, de quien justamente esperaba una carta. No lo conocí
personalmente. Nunca —a pesar de mi simpatía y de mi admiración— pude complacer a
su solicitud benévola y premiosa de colaborar en su revista. Sabía, eso sí, de su lucha
heroica contra la miseria física, implacable. Lo sabía enfermo, golpeado por la vida
rudamente; pero siempre encendido en su fe y siempre rectilíneo en sus campañas.
Haciendo obra de luchador indomable dentro de un ambiente político hostil, y
combatiendo tendencias —la hegemonía limeña, por ejemplo— enraizadas en el medio
mismo en que vivía.
XII
CURVA DE UNA VIDA
EN los treinticinco años de su existencia Mariátegui pudo cumplir su destino y
su misión. Nacido en la pobreza, señalado desde niño por el dolor, luchando
toda la vida contra la enfermedad no se quiebra jamás la línea dé su voluntad,
no se apaga nunca la llama de su corazón, ardiendo en generosidad y en ímpetu.
Si alguna vez salía el escritor a la calle —gustaba a veces de pasar las tardes en
una playa— a devoción y el respeto lo acompañaban en su trayecto.
¡Mariátegui, Mariátegui! Su nombre significaba inteligencia, pureza y
sinceridad.
XI
UN HOMBRE CON UNA FILIACÍON Y
UNA FE
EL 17 de Abril de 1930 apretadas masas de hombres, entonando la
gallarda canción proletaria, hacen cortejo impresionante por las calles
limeñas aún llenas de supervivencias coloniales. La bandera roja en el
gris de la ciudad virreinal y el vehemente himno revolucionario, por el
dilatado recorrido capitalino, fueron el vivo homenaje de los
trabajadores al "hombre con una filiación y una fe".
A estas palabras —tan injustas— del caudillo del Aprismo habría que
responder con las mismas frases, con la misma declaración de Mariá-
tegui: «No queremos ciertamente que el socialismo sea en América
calco y copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida, con
nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje al socialismo indo
americano. He ahí una misión digna de una generación nueva».
Dar vida al socialismo indo americano; he allí la obra del hombre que
fue tachado de "europeizante". Marxista, sí, porque su fe lo arrastró ha-
cia las doctrinas socialistas, pero el socialismo no había de ser en
América, "calco y copia". Y cuando Hugo Pesce y Julio Portocarrero
van a Montevideo, al Congreso Constituyente de la C.S.L.A., como
delegados del Partido Socialista Peruano —que acaba de fundarse—,
llevarán una tesis de Mariátegui: "El problema de las razas en América
Latina". Porque en el escritor nutrido de doctrinas marxistas el
problema de Hispano América es preocupación intensa, ardorosa,
sincerísima. Antes que a Europa mira y ama al Perú,
IX
"LA ESCENA CONTEMPORANEA" Y "7
ENSAYOS DE INTERPRETACION DE LA
REALIDAD PERUANA"
LA Escena Contemporánea aparece en 1925, iniciando las publicaciones de
la "Editorial Minerva". En las primeras páginas del libro se encuentran estas
palabras del autor: «Soy un hombre con una filiación y una fe. Este libro no
tiene más valor que el de ser un documento leal del espíritu y la sensibilidad de
mi generación».
Un hombre con una filiación y una fe; he allí definida la posición espiritual de
José Carlos Mariátegui. Antes que un escritor es un creyente, un místico, un
convencido de las nuevas doctrinas que conmueven y estremecen a la
humanidad; él no desea aportar una obra literaria, sino un documento grávido
de sinceridad al conocimiento de los problemas universales.
Son muchos los males y numerosas las taras de este país profundamente
interesante y tan abandonado por los que se han otorgado el derecho de
conducirlo. La visión de Mariátegui contempla con potente lucidez la realidad,
los males y las taras de su país. Su criterio es constructivo, de esperanza, de
amanecer. Señala errores, defectos, lacras, pero siempre con fervorosa y noble
generosidad. Para el indio reclama la tierra. El problema agrario está
estrechamente unido al problema del indio desposeído de todos sus derechos,
humillado por siglos de despotismo y la tiranía. Acusado de europeizante,
Mariátegui siente por el indio sincero y hondo afecto. No la simpatía del literato
que ve en el representante de las antiguas razas peruanas un sugerente motivo
de cuento, novela o poema, sino la devoción que nace de las fibras más íntimas
del espíritu y del alma. Sus páginas sobre el problema indio son las de un
sociólogo, de un pensador, de un revolucionario. Su tesis, profundamente
humana y peruana, se basa en soluciones y fórmulas económicas. El
pensamiento de Mariátegui marcha al ritmo de su tiempo y se nutre de las
doctrinas marxistas.
(Quiero apuntar aquí, que la segunda edición de los Siete Ensayos, aparecida
algunos años después de la muerte de su autor, omitía El Proceso de la
Literatura. Fue una edición trunca, que mutilaba el pensamiento de
Mariátegui. La realizó la "Compañía de Impresiones y Publicidad").
NOTA: