Está en la página 1de 7

ARCO DE SAN SEVERO

por
Francisco Jota-Pérez
Para bien o para mal, no hay disensión al respecto del origen del
tratamiento:“Avatar therapy for persecutory auditory hallucinations: What is it and
how does it work?”, publicado el 4 de marzo de 2013 en la revista Psychosis:
Psychological, Social and Integrative Approaches y firmado por Julian Leff, Geoffrey
Williams, Mark Huckvale, Maurice Arbuthnot y Alex P. Leff.
El artículo postulaba:

Hemos desarrollado una nueva terapia basada en modelos


informáticos que permiten al paciente crear un avatar de la
entidad, humana o no-humana, que creen les está acosando. El
papel del terapeuta es el de animar a dicho paciente a entablar
un diálogo con su avatar, teniendo a su disposición una batería
de programas que modifican a la proyección de forma que, en el
transcurso de apenas seis sesiones de 30 minutos, ésta devenga
controlada por el paciente y pase de mostrarse abusiva a ser un
ente amable y comprensivo.
El estudio fue evaluado según un protocolo de pruebas
de control aleatorio en cruce parcial. Un grupo pasó directo a
la sección de “terapia inmediata”. El otro siguió en cuidados
clínicos estándar durante 7 semanas y luego fue integrado al
trabajo con avatares en “terapia pospuesta”.
Durante la investigación se hizo patente en ambos
grupos una significativa reducción de la frecuencia e intensidad
de las voces, así como en su omnipotencia y malevolencia, e
incluso varios individuos tuvieron una reacción dramática, con
sus alucinaciones auditivas cesando por completo tras pocas
interacciones.
La media de tamaño del efecto de la terapia fue del 0,8.

Y LAS VOCES SIN BOCA SABOREARON EL MIEDO

Sesión totalmente típica: anodinos personajes parloteando frente a la pantalla en una


jerga que bascula sin complejos de lo técnico y específico a lo más vulgar, salpicada de
palabras clave que van desde conceptos básicos de psicología popular a
bienintencionados galimatías de motivación dinámica; diales virtuales manipulados con
precisos guantes hápticos, cintas holotéricas captando transiciones de humor; la
iluminación en la sala cambiando de un suave naranja angustia al blanco perlado
eficiencia cuando finalizan los treinta minutos de trabajo con el avatar San Severo.
Por motivos obvios, no nos está permitido revelar aquí el nombre completo del
paciente ligado a dicho avatar, así que nos referiremos a él por sus iniciales, S.R.M.
Las batas blancas y las gafas de realidad aumentada han sido sustituidas en los
últimos tiempos por simple ropa de calle, a libre criterio del (o los) terapeuta(s), y
puentes cifrados para las lentillas de inmersión, blindados con filtros anti-spam y
marcas de agua geolocativas advirtiendo que el software es propiedad registrada de la
Federación Estatal de Asociaciones Profesionales de Educadores Sociales.
S.R.M. nos comenta que, aun así, “la sensación de que te han traído aquí porque
estás mal de la puta cabeza y necesitas ayuda, no llega a desaparecer del todo nunca”.
Los dos técnicos del Instituto Gestalt que le acompañan se encogen de hombros,
casi al unísono, y piden al chico que nos cuente qué ha estado haciendo hoy en el
Sistema.
“He metido a San Severo en un armario”, dice. Señala al taquillón contiguo a la
torre de procesadores a su izquierda, un armatoste de chapa, pintado de gris, de dos
metros de alto por apenas uno de ancho, un ataúd rectangular, puesto de pie y cerrado
con llave. “El editor del Sistema te deja hacer un montón de cosas, súper fácil”, asegura
S.R.M, “pero a mí me gusta imitar a las que ya existen de verdad, así que he copiado ese
mismo armario, y luego he estado un rato convenciendo a San Severo de que se meta en
él. Hemos gastado casi toda la media hora en eso, ahí de palique, comiéndole la olla
para que se deje meter. Ya sé que no es una persona. Nos ha jodido. Pero a veces se
pone cabezón de la hostia. Aunque así es mejor, le entiendo mejor”.
¿Por qué meterle en un armario?
“La cosa no es por qué, sino cómo. El por qué es cosa mía, ¿estamos? El
cómo… Hemos hablado de monstruos. Porque él es un monstruo, ¿sabéis cómo os
digo? Vale, es un santo, en cierta manera, pero también es un monstruo. Ni te imaginas
las barbaridades que me suelta el cabronazo cuando no hay nadie delante o cuando no
está encerrado en el Sistema. De eso va esto. Bueno, ya lo sabéis. Va de mandarle ahí y
ponerle nombre y cara y que nos miremos y arreglemos nuestras mierdas. Pero aquí
mando…”, se interrumpe y dirige una mirada a los dos técnicos, quienes se la devuelven
con una caída de párpados preñada de condescendencia que, al parecer, el chico no sabe
leer. S.R.M. sonríe y rectifica: “Aquí mandamos nosotros, no él. Nosotros sobre él. No
él. ¡Je! Papá Noel. Papá Noel en el armario. Cuando era pequeño, mamá decía que Papá
Noel se escondía en el armario la noche de nochebuena, invisible en el armario,
esperando a que fuesen las doce para dejar ahí los regalos. Reglas. Cada casa tiene sus
reglas, sobre todo en navidad; eso decía mamá. Pues de eso hemos hablado. De las
demás cosas que pueden esconderse en los armarios. De los monstruos en el armario y,
al final, le he convencido de que él era uno de ellos. El peor, San Severo, el peor sin
duda. Y si él es quien manda..”, S.R.M. nos guiña un ojo. Sí, entendemos a qué se
refiere. “Si él es el jefazo de los monstruos, debe bajarse de la burra alguna vez, ¿no?
Los jefazos de verdad lo hacen. Los enrollados. Se bajan a la roña de los que están por
debajo y hacen lo mismo ellos, sólo que mejor, para demostrar que su polla es más larga
y por qué son jefazos. Así le he enredado. A San Severo le puede el orgullo. Le mola
tenerla más larga que ninguno”.

Y LAS VOCES HICIERON DE TI UNA HERRAMIENTA


A TRAVÉS DE TI, SE ENCARNARON

Un bautizo como la consumación del maridaje entre enfermedad y curiosidad:


S.R.M. y su madre viven en los restos del Riego Condal de Barcelona, en un antiguo
huerto reconvertido; la edificación principal, de ladrillo de adobe y piedra caliza y vigas
de madera, apenas se tiene en pie pero cuenta con un gran jardín en el que una vez el
muchacho incluso vio aterrizar un ovni. La casa está en el Arco de San Severo, un
callejón que desemboca en la calle Valencia, casi en la esquina con la Avenida
Meridiana. Atorados entre edificios inteligentes, cláxones del atasco de las siete de la
tarde, el tufo de una pizzería y el improvisado urinario público en que se ha convertido
el estrecho pasaje sin salida. El contexto físico como una pista al relato mental, aunque
no lo único determinante.
Habitualmente, nadie se pregunta por el nombre consagrado en la placa
agrietada de la esquina. El déficit de atención de S.R.M., sin embargo, está sobrevolado
por una nube de signos de interrogación, y así el chico ha investigado hasta saber que
San Severo fue el primer obispo de la ciudad, allá por el año 300.
Durante la persecución de Diocleciano, Severo de Barcelona huyó para
esconderse y seguir ejerciendo su pastoreo desde el Castrum Octavianum, lo que hoy se
conoce como Sant Cugat del Vallés. En el camino, el obispo encontró a Emeterio, un
labriego y cristiano devoto al que el hombre animó a perseverar en su fe a pesar del
inminente peligro, conminándole a, en caso de ser interrogado, decir la verdad al
destacamento de la guardia romana que venía siguiéndole.
Al separarse Severo de Emeterio, Dios intervino haciendo que las habas del
campo recién sembrado brotasen y floreciesen de modo que, cuando los soldados
llegaron a reclamar información sobre el prófugo, el labriego les dijo que efectivamente
éste había pasado por allí. ¿Cuándo? Mientras sembraba esas habas. El buen cristiano
no ofendió a Dios con mentira alguna, había obedecido a su obispo y, al tiempo, puesto
todos los medios humanos posibles para salvarle.
Pero a pesar de la intervención divina, la patrulla descubrió el ardid, apresó a
Emeterio y lo llevó a juicio sumarísimo, sentenciándole a muerte. Ante esta deriva de
los acontecimientos, al pío Severo no le quedó más remedio que entregarse voluntario a
sus perseguidores, acompañado por sus sacerdotes de confianza, quienes fueron
decapitados ante el obispo, con vistas a que ante la atrocidad el futuro santo claudicase y
repudiase su credo.
San Severo no cedió un ápice, sin embargo. Resistió aquello como resistió los
doscientos azotes de látigo emplomado que vinieron después, para morir finalmente a
manos del verdugo que le hundió en el cráneo un clavo de hierro forjado.

Y POR VÍA DE ARCO REFLEJO, LO SENSITIVO SE HACE MOTOR


LAS VOCES COMO UNIDAD FUNCIONAL QUE ANCLA
POLTERGEIST DE RESPUESTA A ESTÍMULOS ESPECÍFICOS

Sobre lecho de esquizofrenia de tipo paranoide, rehabilitada y socialmente


ajustada, un Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad aliñado con
reducción de Síndrome de Estocolmo: el clavo en la cabeza de S.R.M., que se
proyecta en San Emeterio cada otoño, cuando siembra habas en el jardín de su madre
pero éstas nunca brotan; la tierra del viejo Riego Condal es yerma y ciertamente tóxica
y no nos olvidemos, además, del aterrizaje del ovni, cuyos impulsores debieron hacerle
algo al sustrato. Llueve, y unas lombrices negras y largas y finas como larvas de los
cables de fibra óptica soterrados para servir a los bloques de pisos colindantes, salen a la
superficie y estropean el huerto con su pulso arrítmico y amalgamado y viscoso,
asqueroso; los sonidos de deglución de esos gusanos son siseos de módem en los que
viajan malas noticias, tramposos anuncios de siguientes avistamientos, contactos
alienígenas que no se producirán jamás.
Los campos de fuerza de los coches… S.R.M. va a buscar la cena. “Por ejemplo,
¿vale?”. Vietnamita, para llevar. La buena suerte que irradia el acuario a la puerta del
restaurante se le adhiere como un impermeable empapado, mal puesto, del revés. Por
mucho que tire, el muchacho no puede deshacerse de ella. Disimula. Espera a que le
sirvan el pedido en bandejas desechables, con tapas que no cierran, envueltas en bolsas
de plástico. Agradecimientos en pésimo pero esforzado castellano. Un idioma residual.
Basura. Los que pueden pagarse una mesa esta noche, hablan de injerencias oraculares
en la comunicación rota por el desfase de buffering de la Televisión Digital Terrestre.
Disimula. Esa buena suerte le ha fallado hoy.
Últimamente está supurando vibraciones retorcidísimas. Si se pone agresivo,
Dios no lo quiera, volverá la racha taimada de benzodiazepinas, volverán las luces gris
gas cerúleo de inhibición en su jardín a aterrizar y la sucia estridencia de los paneles
LED publicitando estupideces tirará de él en cien direcciones a la vez, y ya no cuenta
con que San Severo les mande a todos a tomar por el culo.
“La fiesta está fuera, tíos. Fuera del Sistema. Y es una fiesta tocacojones como
no os podéis hacer a la idea. Es lo que más miedo me da. Pero esta media horita está
todo guay, y resulta que es lo suyo, que es lo que hay. No sé explicarlo como se tiene
que explicar, pero vamos…”
Los técnicos del Instituto nos hacen un esbozo del cuadro general; nos cuentan
que, como todo avance que se precie, poco después de su implantación y de la
normalización de su uso, la terapia con avatares fue más allá del mero tratamiento por
encarnación de alucinaciones auditivas propias de la esquizofrenia. En el Sistema, el
paciente da a luz a un tótem que, una vez positivado y enlazado afectivamente, pasa a
ser prácticamente el único punto de amarre sólido desde el que incidir sobre el TDAH
que la compleción del trabajo con proyecciones fantasmáticas provoca como efecto
secundario en más del ochenta por ciento de los tratados.
Los que sí saben explicarlo como se tiene que explicar se refieren a ello como
“reacción metalérgica”, y habrá quien considere que este hecho no es más que la
enésima condena al mal crónico a que la psicología y la psiquiatría nos han
acostumbrado en los últimos dos siglos, por supuesto, pero no vamos a entrar aquí en
esa clase de valoraciones.
“Yo lo que digo es que le echéis un ojo a la sociedad ahí afuera y luego, si hay
huevos, me llevéis la contraria cuando defiendo que esto es un rollo evolutivo”, tercia
S.R.M., tenso en su asiento, cruzándose de brazos, a la defensiva. “La locura de fuera, a
un millón de estímulos por segundo, te saca de la fiesta a la mínima si te emperras en
centrarte en una mierda sola, en algo concreto. Ese estado de las cosas ya se acabó, ¿no?
Es lo que digo. Sois los demás los que habéis caducado. En las tres horas que habéis
pasado viendo esa puta peli aburridísima, o leyendo, o lo que sea, la historia os ha
adelantado, os ha pasado de largo, ha vuelto y otra vez se os ha puesto por delante. ¿Es
que no os dais cuenta? ¿Así quién coño va a mantener el ritmo? Intercambias mensajes
mientras lees y miras las noticias y cotilleas… chafardero y generador de contenidos. El
contenedor. Para los contenidos. Claro. El armario es algo así como un contenedor. Lo
que pasa es que te puedes ir de la pinza si te dejas llevar demasiado por el sifón este de
la historia. Tiene que haber un lastre. Un San Severo. Siente a un San Severo a su mesa.
Echad raíces, tíos, aunque sea una sola pero gorda. Y malota. Malota es mucho mejor.
Echad una raíz gorda y malota y ya la historia será vuestra y que el déficit de atención, o
lo que carajo sea, haga lo suyo para fundiros con el mundo”.
Mañana, como cada martes, S.R.M. asistirá a clase en el centro de Formación
Profesional de su distrito llevando consigo la metáfora de un cordón umbilical que le
unirá a un mártir paradójico encerrado en un armario; el único patrón sensato y, para él,
mensurable, en un tapiz sociocultural confeccionado a base de espirales clotoides que se
cruzan y se superponen sin orden ni concierto pero sí con un propósito. El miércoles que
viene, el chico volverá a reunirse con San Severo y le hablará de nosotros; lo promete.
Es más que probable que para la siguiente sesión, la del viernes, ya nos haya olvidado.

También podría gustarte