Iberoamericana • Vervuert
2016
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Introducción7
Sergio Ugalde Quintana/Ottmar Ette
Teoría y crítica
Filología y crítica
Una filología alternativa desde América Latina: Antonio Cornejo Polar 241
Friedhelm Schmidt-Welle
Creación y crítica
fundamental, por lo tanto, era destacar los procederes y las prácticas que
utilizaba ese saber para legitimarse: las políticas y estrategias de la crítica.
4 Cabría llamar la atención sobre la diferencia que establece Peter V. Zima entre los
conceptos de ‘ideología’ y ‘teoría’ en su libro: Ideologie und Theorie. Eine Diskurskritik
(Zima 1989).
5 No es el caso para este volumen, pero tenemos en cuenta que una ‘institución’ también
puede crear comunidades discursivas y, por lo tanto, también puede ser un actor de la
crítica literaria. Hay instituciones que se vuelven agentes que permiten la reproducción
de ciertas ideas sobre lo que es y lo que debe hacer el estudio y la crítica de la literatura.
Esas instituciones, llámense escuelas, centro de enseñanza y de investigación, juegan un
papel importante en la reproducción y expansión de las ideologías del saber sobre lo
literario.
Introducción 11
con ella conformar una tradición de textos que sustenten una cultura en
el continente, es analizado por Liliana Weinberg y por Rafael Mondragón.
Weinberg señala las características conceptuales de la aventura editorial e
intelectual del dominicano y destaca ‘la nueva cartografía de lectura’ que se
pone en movimiento con esta empresa: el objetivo es hacer legible e inteli-
gible una cultura. Weinberg reconstruye este periplo gracias al epistolario
que Henríquez Ureña mantuvo con Daniel Cosío Villegas, por ese enton-
ces fundador y director del Fondo de Cultura Económica. Mondragón,
por su parte, muestra de manera fehaciente cómo el proyecto editorial de
Henríquez Ureña continúa de forma precisa los deseos de Andrés Bello
al vincular dos ideas básicas: edición y liberación. Para Mondragón, “la
lectura ayuda al autorreconocimiento de los pueblos colonizados”. Sobre
Américo Castro y su inserción en el latinoamericanismo académico de los
Estados Unidos, durante el periodo de la Segunda Guerra Mundial, trata
la contribución de Fernando Degiovanni. La publicación en 1941 del libro
de Castro: Iberoamérica: su presente y su pasado, revela, para Degiovanni, no
solo la retórica de la política del Buen Vecino, promovida por los Estados
Unidos en ese momento, sino también un perfil de disciplinamiento social
y cultural sobre el subcontinente regulado por la autoridad histórica de
España. El legado de Castro con esa obra es reposicionar a España como
modelo de dominación exitoso y situarlo como ejemplo para los Estados
Unidos de la administración colonial, en una suerte de translatio imperii.
También sobre Américo Castro, pero en relación con el romanista alemán
Ernst Robert Curtius, versa la contribución de Anne Kraume. Kraume
analiza, compara y pone a dialogar los proyectos historiográficos que estos
estudiosos formularon en dos de sus obras fundamentales: España en su
historia y Europäische Literatur und lateinisches Mittelalter, ambas publi-
cadas en 1948. A partir de correspondencia inédita, Kraume desteje una
serie de desencuentros y afinidades entre estos dos intelectuales y, al mismo
tiempo, despliega los proyectos filológicos e historiográficos que los ani-
maron. Una lectura crítica y sintética de la propuesta filológica y teórica
de Antonio Cornejo Polar es expuesta por Friedhelm Schmidt-Welle. En
ella destacan las nociones de heterogeneidad discursiva, heterogeneidad
interna de lo literario, el sujeto migrante y la heterogeneidad no dialéctica.
Con todo este andamiaje conceptual, Cornejo Polar elabora, en palabras
de Schmidt-Welle, una filología latinoamericana que considera “la historia
colonial y la situación poscolonial” del continente, así como los estudios
subalternos, centro de los debates actuales en los estudios culturales.
14 Sergio Ugalde Quintana/Ottmar Ette
La tercera parte de este libro Creación y crítica reúne los trabajos que
vincularon de forma directa el quehacer reflexivo con el ejercicio ficcional.
Carolina Alzate analiza las estrategias que la escritora colombiana Soledad
Acosta de Samper empleó, entre 1859 y 1876, para entrar al espacio pú-
blico y político del americanismo republicano. Dado que el ámbito del
ensayo estaba vedado para las mujeres, Acosta de Samper se inscribió en esa
discusión a partir de su corresponsalía parisiense, publicada en un periódi-
co destinado a un público femenino, y de su novela Una holandesa en Amé-
rica. Alzate muestra cómo las formas híbridas del ensayo –la corresponsalía
y la narrativa–, sirven a Acosta de Samper para crearse una autoridad y
abrirse paso en los terrenos de la reflexión pública. Rafael Olea Franco, por
su parte, recrea el vínculo amistoso e intelectual que por más de cincuenta
años unió a Alfonso Reyes y Julio Torri. A partir de la correspondencia
entre ambos escritores, Olea muestra un entramado de relaciones y discu-
siones que abarcan tanto las lecturas, las escrituras como las encrucijadas
vitales de estas dos figuras. Un elemento sobresale en ese intercambio: la
concepción de una estética literaria de la sugerencia y de la alusión en
disputa con los códigos realistas imperantes en el momento. Algo central
en esa amistad e intercambio intelectual fue el rigor crítico. Sobre las es-
trategias que Borges desarrolló para inventar un género intermedio entre
la crítica y la ficción (la ficción crítica o el ensayo ficcional) versa el trabajo
de Antonio Cajero Vázquez. Cajero demuestra que el texto paradigmático
de la innovación borgeana en el horizonte de las ficciones críticas es “El
acercamiento a Almotásim” y no, como sostienen varios estudiosos, “Pierre
Menard, autor del Quijote”. Cajero repasa los elementos que llevaron a
sostener esa falsa convicción y demuestra, a partir de un análisis detallado,
el carácter fundacional del primer texto. Adriana Lamoso trata la figura
de Ezequiel Martínez Estrada e intenta una aproximación al libro Muerte
y transfiguración de Martín Fierro. Dos secciones dividen su artículo: en
un primer momento, Lamoso analiza el presente del ensayo de Martínez
Estrada; en un segundo, muestra las funciones y figuras del intelectual en
esa obra. Gesine Müller, por su parte, analiza dos momentos poetológicos
y políticos en la obra de Mario Vargas Llosa. En los años sesenta, acorde
con la efervescencia del discurso identitario en América Latina, el autor de
La ciudad y los perros pretendía sobreponer, en sus novelas, una realidad
ficcional a una realidad vivida. Con el paso de los años, y tras la caída de
los grandes metarrelatos, la relación entre realidad y ficción cambió; sus
Introducción 15
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Teoría y crítica
Orgullo y convivencia –
orgullo de convivencia
Políticas afectivas y crítica prospectiva
Ottmar Ette
Universität Potsdam
Großmut eine Tugend und zum anderen in einem engeren Sinne des Hochmuts
eine Untugend bezeichnen (Thurnherr 1998: línea 201).
Según las dos posibilidades que se le ofrecen al hombre, de que pueda valorar
con certeza la medida adecuada de prestigio y aprecio que le corresponde, esto
es, se valore acertadamente a si mismo o se sobrevalore, hace que el orgullo se
convierta por un lado en una virtud en el sentido de la magnanimidad o por
el otro y en el sentido estricto de la soberbia en un vicio.
2 [Nationalstolz entsteht aus der vortheilhaftigen Vergleichung, die ein Volk zwischen
den Vorzügen macht, die es hat oder zu haben glaubt, und die nach seiner Meinung
einem andern Volke mangeln].
Políticas afectivas y crítica prospectiva 23
3 El pasaje es comentado por Gewecke (1986: 150) [La traducción es mía, R.S.M.].
24 Ottmar Ette
Asimismo pude ver las cosas que le habían traído al rey de las nuevas tierras
doradas. Un sol de oro, de una braza de ancho, también una luna toda de
plata, del mismo tamaño, además dos habitaciones llenas de corazas, con una
variedad de sus armas, arneses, todo maravillosamente real, vestimenta rara,
y muchas cosas maravillosas de muchos usos que son más admirables que las
cosas milagrosas. Todo tan rico que se calcula en cien mil gulden. En toda
mi vida no había visto algo así que pudiera alegrar de tal forma mi corazón,
porque vi allí cosas artísticas muy bellas y me admiré del ingenio sutil de los
hombres en los países foráneos. Y no podría pronunciar las cosas que vi allí.
la que esperamos que estén contados sus días. Sin embargo, el ensayo con-
tiene un gran número de conclusiones a las que no se debería de cerrar la
historia crítica sobre el orgullo – y no únicamente sobre el orgullo español.
Esto no sólo se refiere al hecho, de ninguna manera secundario, de que
el individuo, cuando siente orgullo se “yergue un poco”, hay una “erec-
ción del cuello y la cabeza” para hacerse más grande que el cualquier otro
(Ortega y Gasset 1966: 460) – un mundo corporal de carne y hueso que,
comprobable en el acto, convierte la emoción en moción, el movimiento
interior en exterior y lo pone a la vez en escena. Porque, según Ortega y
Gasset, en el orgullo (la soberbia) siempre radica una rebelión contra una
realidad, con la que no se está de acuerdo (Ortega y Gasset 1966: 460). El
orgullo (la soberbia) puede ser un resorte muy poderoso.
Si Ortega a lo largo de su argumentación tilda la soberbia como “un
error por exceso en el sentimiento de nivel” (Ortega y Gasset 1966: 462) y
la vincula con una “vida”, que destaca por su “perpetuo gesto anquilosado”
y su “gesto de gran señor” que tanto sorprende al extranjero en el castella-
no y el árabe (Ortega y Gasset 1966: 463), entonces es, porque siempre
se toma en consideración la incrementada tensión muscular del cuerpo
humano invadido por la soberbia. Aquí la corporeidad de la soberbia sin
lugar a dudas se podría vincular con el hábito (Bourdieu 1974: 125-158)
– como intermediación entre estructura (social) y práctica (individual) y
describirla de forma escenográfica o coreográficamente en la “actitud” de
un ser humano o ciertos grupos y comunidades humanas.
En José Ortega y Gasset, esta metafórica de la corporeización se en-
cuentra también en la competencia de los estereotipos en el interior de
Europa: “El abandono infantil con que el inglés viejo se pone a jugar, la
fruición sensual con que el francés maduro se entrega a la mesa y a Venus,
parecerán siempre al español cosas poco dignas. El español fino no necesita
de nada y menos que de nada, de nadie” (Ortega y Gasset 1966: 463). En
sus reflexiones, José Ortega y Gasset diferencia entre una valoración refleja
y una espontánea; la forma anómala del primero sería la vanidad (encarna-
da por los franceses) y la segunda, la soberbia (representada por los espa-
ñoles). En la variante española, este orgullo no se funda en una valoración
superior sino inferior (Ortega y Gasset 1966: 465) y la mayor recrimina-
ción que el filósofo español le hace al fenómeno por él observado es que
“el puro soberbio” (Ortega y Gasset 1966: 463) se basta a sí mismo, “suele
ser hermético, cerrado a lo exterior, sin curiosidad que una especie de ac-
tiva porosidad mental” (Ortega y Gasset 1966: 463). Sale sobrando hacer
Políticas afectivas y crítica prospectiva 27
arrasa a toda la sociedad. Porque ¿no son los incesantes movimientos los
que impulsan sin cesar a los “pueblos vanidosos” (Ortega y Gasset 1966:
466), como los llama Ortega (Francia es un ejemplo), que les hace buscar
siempre nuevos motivos para ser admirados y así transforman las emocio-
nes en mociones, en movimientos del accionar social y político?
José Ortega y Gasset no fue la única voz española que expresara su
preocupación por las terribles consecuencias que tendría la soberbia para
cada uno y para la sociedad. En el prefacio a su obra El español y los siete
pecados capitales, fechado en Santa Bárbara, California en la primavera de
1966, Fernando Díaz-Plaja hacía hincapié en que sólo pudo escribir este
libro (por cierto muy aclamado), en el que situaba la soberbia española
entre los siete pecados capitales, desde la distancia y con un punto de vista
modificado (Díaz-Plaja 1976: 11).4 Aunque la escritura sobre los siete pe-
cados capitales no le liberaría de ellos (Díaz-Plaja 1976: 11), le habían sido
de gran utilidad los innumerables proverbios españoles con su sabiduría de
vida y también con sus intuiciones (Díaz-Plaja 1976: 14). Entre paréntesis
quisiera agregar aquí que me ha sorprendido no encontrar ningún testimo-
nio importante acerca del orgullo español en la bella antología de Werner
Krauss Die Welt im spanischen Sprichwort (Krauss 1965).
A modo de introducción de su larga disertación sobre la soberbia puso,
al lado de un dibujo muy expresivo de Mingote, una cita del Criticón de
Baltasar Gracián (Crisi xiii), lo que arroja una luz sobre la larga tradición
que ha tenido la crítica en cuanto al orgullo (soberbia) español y por lo
tanto se reproducirá a continuación:
La Soberbia, como primera en todo malo, cogió la delantera, topó con Espa-
ña, primera provincia de Europa. Percióla tan de su genio, que se perpetuó
en ella, allí vive y allí reina con todos sus aliados: la estimación propia, el
desprecio ajeno, el querer mandarlo todo y servir a nadie, hacer del don Diego
y vengo de los godos, el lucir, el campear, el alabarse, el hablar mucho, alto y
hueco, la gravedad, el fausto, el brío, con todo género de presunción; y todo
esto desde el más noble hasta el más plebeyo (Gracián 1971: 212).
En las casi cien páginas que le dedicó Fernando Díaz-Plaja al pecado ca-
pital de la soberbia española, la contemplaba como la clave esencial para
comprender la actitud que el español toma frente a la sociedad (Díaz-Plaja
1976: 21). Estaba de acuerdo con la tesis de Américo Castro, de que los
judíos y los árabes habían importado el orgullo español y que por tanto era
5 Véase en especial los trabajos de orientación empírica de Joseph Jurt (Jurt 1994: 329-
345), (Jurt 1995: 1-16), (Jurt 2004: 25-44).
32 Ottmar Ette
6 Esta cita del autor brasileño extraida de su correspondencia con Curt Meyer-Clason la
pone de relieve (Murayani 2010: 123).
Políticas afectivas y crítica prospectiva 33
las grandes escrituras, en más alto grado empero las sagradas, contienen
entre líneas una traducción virtual” (Benjamin 1971: 143). El orgullo que
se siente de la propia escritura por lo tanto ya contiene su propia traducibi-
lidad a otros contextos lingüísticos, históricos, sociales y culturales.
Por eso, en el sentido que aquí le da Benjamin, cada lengua y cada
cultura –aunque se oriente de la forma más militante en una construcción
identitaria exclusiva y excluyente– se convierte en parte de una comunidad
universal, precisamente porque guarda en sí su propia traducción y tradu-
cibilidad. Sin lugar a dudas, una de las tareas primordiales de la traducción
y asimismo de la filología es incrementar la traducibilidad inherente a ellas
como un mecanismo de la inclusión, de la formación de comunidades
lingüísticas y culturales que se trasciendan a sí mismas.
Si trasladamos esto a la diferenciación entre las alocuciones homolin-
gües y heterolingües (homolingual address/heterolingual address) desarrollada
por Naoki Sakai (en tanto la primera es “a regime of someone relating
herselt or himself to others in enunciation whereby the addresser adopts
the position representative of a putatively homogeneous language society”
(Sakai 2009: 3 s.) y la segunda desde un inicio enfoca al múltiple y políglo-
ta público lector y escuchas) entonces se crea una situación transcultural
compleja, en la que se toman en consideración y ‘traslucen’ las diferentes
lenguas de una comunidad multilingüe. Las lenguas y las culturas contie-
nen siempre las reglas de su propia traducibilidad y las generan siempre de
nuevo en un proceso inconcluso de la convivencia lingüística.
Que el fomento y el desarrollo de situaciones de tal índole debe perfilar
un modelo de civilización o de cultura, que en el sentido de Norbert Elias
no solamente justifique un orgullo productivo de lo logrado y alcanzado,
me parece ser una de aquellas “naturalidades” que no obstante tienen que
convertirse todavía en naturalidades reales. En este nivel se podría conver-
tir la relación aquí abocetada entre orgullo y convivencia en el desarrollo
obligatorio de un orgullo sobre la convivencia.
Políticas afectivas y crítica prospectiva 37
II
lidad universal. Para el líder del grupo Orígenes, el orgullo por lo difícil
no es el orgullo de “lo propio puro” que se ha construido, sino el orgullo
que siente el americano por la capacidad de crear una convivencia entre las
más disímiles tradiciones y formas de vida culturales. Porque no sólo están
presentes de la forma más vital en el cosmos americano en tanto hemisferio
unido, el mundo occidental, sino también los mundos africano y asiático.
Sin lugar a dudas, se encuentra en la trayectoria de un pensamiento
hispanoamericano, que ya se perfilaba en las formulaciones del intelectual
y ministro de Educación José Vasconcelos en los años veinte del siglo xx,
entanto en el pensamiento del mexicano del otrora país hispano se mani-
festaba ya una raza cósmica. Ella se encuentra bajo el signo de las cuatro
etapas históricas que la anteceden:
Tenemos entonces las cuatro etapas y los cuatro troncos: el negro, el indio, el
mogol y el blanco. Este último, después de organizarse en Europa, se ha con-
vertido en invasor del mundo, y se ha creído llamado a predominar lo mismo
que lo creyeron las razas anteriores, cada una en la época de su poderío. Es
claro que el predominio del blanco será también temporal, pero su misión es
diferente de la de sus predecesores; su misión es servir de puente. El blanco
ha puesto al mundo en situación de que todos los tipos y todas las culturas
puedan fundirse. La civilización conquistada por los blancos, organizada por
nuestra época, ha puesto las bases materiales y morales para la unión de todos
los hombres en una quinta raza universal, fruto de las anteriores y superación
de todo lo pasado (Vasconcelos 1992: [fragmento 1925] 88).
11 Véase para ello el segundo ensayo en La expresión americana, “La curiosidad barroca”.
Políticas afectivas y crítica prospectiva 43
13 Le agradezco una vez más a Anne Kraume por haberme facilitado el dato.
Políticas afectivas y crítica prospectiva 45
16 Citado según El Observatodo <http://www.elobservatodo.cl/admin/render/noti-
cia/18323&print=true> (12.08.2015).
50 Ottmar Ette
en el uso de este término podría ser esencial para una comprensión ya sea
positiva o negativa (Thurnherr 1998: línea 202): precisamente entonces,
cuando el orgullo se vincule con la convivencia.
Seguramente se podrá encontrar en el orgullo por una convivencia
aquel aguijón de un riesgo potencial, que llevaría a cabo en el orgullo una
inmovilización y una cerrazón ante todo lo ajeno, todo lo nuevo, tal y
como lo vieron José Ortega y Gasset o Fernando Díaz-Plaja. Esto no se
debe sólo al hecho de que el orgullo es una cuestión de matices y dosifi-
caciones – como vimos al principio del ensayo. Porque el orgullo por una
convivencia siempre tiene inscrito la advertencia de no reposar y sentirse
seguro en la retrospectiva de lo logrado, así como la traducibilidad de las
culturas no se puede pensar como un proceso que se puede concluir en
cierto momento, que puede conservar de una vez por todas la diferen-
cia entre las culturas. Un orgullo inmovilizado puede llegar en cualquier
momento hacia aquella figura pendular de Todorov, que oscila entre una
negación y una negativización del otro.
Es precisamente en este sentido en que el orgullo por una convivencia
no sólo es un término del movimiento sino también un término de hori-
zonte, que para algunos puede parecer una utopía inútil en tiempos en los
que con toda tranquilidad estamos volviendo de una posible transcultura-
ción a una aculturación, en la que una cultura guía peculiarmente in-mo-
vilizada (fest-gestellt) se quiere propagar de aquella manera en la que una
sociedad medialmente “sarrazinada”18 cree poder deducir de las irrespon-
sables tesis de Samuel Huntington del llamado “choque de civilizaciones”.
Para una comprensión de nuestro tiempo, que en el sentido que le diera
Friedrich Nietzsche trata de sacarle algo futuro a lo que aparentemente no
va acorde con el tiempo, el orgullo por la convivencia sería un término de
horizonte que se enfrenta a los retos que le esperan a la humanidad del
siglo xxi: aquellos desafíos de convivir en paz y diferencia.
Las literaturas del mundo (universales) despliegan ante nosotros, con
su saber con/vivir continuado a lo largo de los milenios y cruzando las más
18 Muy acertada fue la confrontación que realizó Jakob Augstein en su contribución so-
bre el llamado debate sobre el exitoso libro escrito por el ex-ministro de finanzas de
Berlín, llamándolo un “libro de la perfidia” en contraposición al tan exitoso libro de
Indignez-vous! de Stéphane Hessel, un superiviente del campo de concentración de
Buchenwald, tildándolo como “Libro de la esperanza”, un libro que acompañaba una
discusión similar en Francia y los vinculó con la alusión a la importancia del orgullo
“en la vida de las naciones”. Véase Augstein, Jakob: “Im Land der Niedertracht”. En:
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zweifel-links-im-land-der-niedertracht-a-739073.html> (12.08.2015).
54 Ottmar Ette
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De la mimesis y el control del imaginario
Los temas que discutiré aquí han ocupado mi pensamiento por más de 20
años, aunque no todos pueden ser abordados aquí. Por el contrario, este
ensayo sólo se referirá a tres de ellos: (1) el intento de repensar la noción de
la mimesis; (2) de forma paralela a este repensar, la idea de lo que he llama-
do el control del imaginario; y (3) el problema de la ficción. Espero ser capaz
de mostrar que este grupo inicial de tres principios están interrelacionados,
de tal modo que el segundo –la idea del control– es una consecuencia del
repensar la mimesis; que el problema de la ficción proviene de la idea del
control de lo imaginario y, más aún, que esto permite una nueva aprecia-
ción del concepto de mimesis. Será a partir de estas consideraciones que el
problema de la ficcionalidad requerirá de una divisón adicional: por un
lado, la ficción interna o literaria y, por la otra, la ficción externa. Esto, por
su parte, nos permitirá considerar: (4) la relación entre la ficción (interna
o literaria) y la poesía, que nos revelará una nueva forma de mimesis que
no se basa en la descripción de un estado, sino que acentúa su procesuali-
dad; y (5) los límites de la ficción (externa), un análisis que nos requerirá
considerar la idea de la pan-ficcionalidad – creadora de los valores sobre
los que se funda una sociedad o una cultura, así como de los discursos
dominantes que legitiman la aplicación de estos valores como un estándar
de verificación.
1. Repensando la mimesis
Es inútil reafirmar una vez más que la mimesis fue la primera gran teoría
creada por y para las artes de la antigua Grecia. La idea griega de la téchné
no calza con nuestra idea moderna del arte, y por lo mismo, se pensó que
la mimesis estaba asociada con ciertos tipos de objetos que para nuestro
entendimiento hoy resultan objetos artísticos y no técnicos. Tampoco ne-
cesitamos reexaminar en profundidad la oposición entre Platón y su gran
58 Luiz Costa Lima
Lo que este pasaje nos indica es que a pesar de que la concepción griega
del cosmos puede evidenciar algunas afinidades con una concepción cris-
tiana del mundo, el significado griego del cosmos se ha perdido irremedia-
blemente para nosotros y la divergencia entre estas dos perspectivas tiene
lugar con respecto al papel otorgado a Dios. De acuerdo con Aristóteles,
Dios es un motor inmóvil y por lo tanto, en la medida en que la creación
está absolutamente completa, no hay un lugar particular en ella para la
acción humana.
En mi opinión, Hans Blumenberg escribió el ensayo más cabal sobre
las consecuencias de esta divergencia cuando apenas despuntaba su carrera
como filósofo. Me refiero a su ensayo, “‘Nachahmung der Natur’. Zur
Vorgeschichte der Idee des schöpferischen Menschen” (1957) del que cita-
ré en alemán (con traducciones propias al castellano) algunos pasajes que
resultan fundamentales para comprender lo que él considera la concepción
griega del cosmos y las consecuencias que tiene con respecto a la mimesis.
Blumenberg escribe:
De la mimesis y el control del imaginario 61
…für Aristoteles alle generativen Prozesse der Natur [sind reguliert] durch
einen unverrückbaren eidetischen Bestand […]. Die Natur wiederholt sich in
ihrer Selbstproduktion ewig… (Blumenberg 2001 [1957]: 26). [...para Aris-
tóteles todos los procesos generativos de la naturaleza están regulados por una
inamovible existencia eidética [...]. La naturaleza se repíte a sí misma eterna-
mente en su autoproducción.]
Der Kern der aristotelischen Lehre von der tékhne ist, dass dem werksetzen-
den Menschen keine wesentliche Funktion zugeschrieben werden kann. Was
man die “Welt des Menschen” nennen wird, gibt es hier im Grunde nicht
[...]: er vollbringt, was die Natur vollbringen würde, ihr – nicht sein – im-
manentes Sollen (Blumenberg 2001 [1957]: 27). [El núcleo de la doctrina
aristotélica de la tékhne está en el hecho de que no es posible asignarle una
función esencial al hombre que actúa o pone en acción. En el fondo, aquí no
existe lo que se denominará “el mundo de los hombres” [...]: el hombre realiza
lo que la naturaleza realizaría, su deber ser inmanente y no el de él.]
Es bedarf keiner “Nachahmung der Natur”, weil die Natur für alles Notwen-
dige einsteht. Es gibt keinen legitimen Übergang von der Natur zur “Kunst”
(Blumenberg 2001 [1957]: 29). [La “imitación de la naturaleza” es innecesa-
ria, porque la naturaleza es responsable de todo lo necesario. No existe ningún
paso legítimo de la naturaleza al “arte”.]
Al seguir esto, se abre el camino para una concepción diferente del cosmos,
de Dios, del lugar del hombre y, por último, de la mimesis. A pesar de que
yo discutiría que la diferencia aristotélica entre natura naturata y natura
naturans contradice en efecto la idea de un cosmos clausurado, abriendo la
posibilidad de un cierto grado de independencia en la mimesis, lo que aquí
nos interesa es ver que, independientemente del desacuerdo entre Platón
y Aristóteles, en la antigua Grecia no existían las condiciones sistemáticas
62 Luiz Costa Lima
rica y que las obras de arte son productos de la mimesis, la forma en ellas
adquiere una configuración supraindividual.
Aparte de esta primera especie de la mimesis, he explorado una segunda
que denomino la mimesis de la producción. Con mimesis de la producción,
no me refiero a la descripción de algo –un objeto material o un estado
de ánimo– que existiría independientemente de su transfiguración formal;
aquí nos enfrentamos en cambio con un proceso de creación que aparece
en el mismo momento en que es percibido por el receptor. En esta mimesis
de producción, entonces, el oyente o el lector tienen la sensación de ser
testigos del proceso mismo de decodificación realizado por el ‘ojo de la
mente’en el momento de la producción artística que ya se ha llevado a cabo.
una declaración artística de una pureza tal con sólo pintura blanca sobre un
lienzo blanco y líneas perpendiculares y horizontales, es un logro extraordi-
nario... Mondrian es consciente del hecho de que una línea ha adquirido un
significado profundo. Aquí, una sola línea se ha vuelto casi una obra de arte
y no es posible tratarla más de manera casual, como sería posible hacerlo
cuando el arte se preocupa de representar cosas vistas (Bois y Mondrian 1995:
170, énfasis mío).
sobre las cabezas de sus vasallos, les señala que una cierta práctica –como
escribir una novela en vez de una épica en el Renacimiento– puede pro-
ducir consecuencias desagradables. Un fenómeno como éste permanecería
inexplicable sin recurrir a la pregunta por el control, que para presentar
algo como heroico solicita ciertos caracteres o ciertas actitudes, modos y
usos de un código verbal o pictórico. En breve, el control impone valores
que no van en contra de un panteón establecido.
Esto no sugiere que los mecanismos de control son idénticos a las co-
nocidas formas de la crítica ideológica. Sin embargo, es quizás por esta
proximidad algo incómoda que la pregunta por el control no aparece en
las reflexiones críticas contemporáneas. Sí, el control forma parte de la
ideología. Pero mientras la ideología tiene un carácter político manifiesto,
el control identifica un desacuerdo más general. La diferencia entre estas
posiciones puede parecer sutil, pero es importante, porque no son idénti-
cas entre sí. La reticencia ante el Tristram Shandy de Sterne por las élites
o clases dirigentes inglesas, por ejemplo, no responde a razones políticas,
sino a su falta de consideración de la veracidad histórica y su desprecio a la
linealidad de las formas narrativas aceptables.
Al considerar este problema, el análisis del control es interesante no
sólo porque nos permite comprender de mejor forma un cierto orden so-
cial, sino también, paradojalmente, porque estimula al artista a desarrollar
recursos que parecen contradecir a este control, más que respetarlo. Esta
es la razón por la que hablamos de “Don Quijote de la Mancha”, puesto
que esta era la región en la que vivía. Pero al decir “de la Mancha”, también
referimos al hecho de que era un “manchego”, lo que equivale a decir que
pertenecía y venía de la mancha. En ese tiempo, por supuesto, esta era una
forma para referirse a los judíos que habían sido recientemente expulsados
de España en nombre de la pureza de sangre y de religión. Sin querer in-
dicar aquí ninguna intención autorial, resulta de todos modos importante
notar que al hacer “manchego” a Don Quijote, Cervantes puso a su per-
sonaje en proximidad inmediata con aquellos que habían sido expulsados
por los “reyes católicos”.
Pero consideremos ahora la pregunta por el control en términos más
concretos. ¿Cómo funciona el control en instituciones, como los medios
de comunicación o la universidad? En el primer caso, la respuesta parece
sencilla. En la medida en que los medios de comunicación están legiti-
mados como un vehículo para todos los niveles de la población, no se
los considera como un lugar apropiado para piezas experimentales. Puesto
De la mimesis y el control del imaginario 69
3. Ficcionalidad
que sucede con la intelectualidad que tenía al latín como lengua? En latín,
fictio tenía dos significados: podía emplearse en el sentido de la poiesis grie-
ga, significando ya sea hacer o crear, o podía referir a una ilusión o falsedad.
Si la rareza del primer uso antes de la decadencia romana se explicar por la
connotación de la imitatio (como ya lo examinamos ampliamente), desde
el advenimiento de la cristiandad como la religión oficial de Roma –y, por
supuesto, de las antiguas colonias romanas luego de la caída del Imperio–
la identificación de fictio con el segundo sentido (el de la falsedad) fue una
consecuencia natural del monopolio teológico y de la concepción cristiana
de Dios como todopoderoso. Pensar a la ficción como un equivalente de
la poiesis significaría que al hombre se le habría conferido un poder que de
otra forma era exclusivo de Dios: el poder de la creación.
Concordantemente –y si consideramos esto en los términos del con-
trol del imaginario–, la composición, circulación y legitimación de un gran
poema cristiano como La Divina Commedia sólo fue posible en la medi-
da que Dante la concibió como un poema que podríamos describir de la
manera más precisa como un poema teológico. Sin embargo, ante la pre-
gunta de si el poeta pudiera considerarse entonces como un teólogo –una
pregunta que efectivamente fue postulada durante el Renacimiento–, los
mecanismos de control rechazarían con rapidez esta posibilidad. Por esta
razón se entiende que durante la Edad Media un gran poeta como François
Villon fuera considerado un extraño y que un escritor tan grande como
Rabelais ocupara una posición marginal.
A pesar de que sin duda alguna sería posible mostrar que este mismo
rechazo de la ficción continúa con las primeras gran figuras del pensamien-
to moderno –Bacon y Descartes–, prefiero notar aquí que el primer trata-
do sobre la ficción (que, sin embargo, nunca se culminó) fue escrito a prin-
cipios del siglo diecinueve (a partir de 1814) por Jeremy Bentham y sólo
publicado en 1932 por C. K. Ogden bajo el título de Theory of Fictions.
En el entretanto, la pregunta por la ficción permaneció tan desatendida
que habrá que esperar todo un siglo para que el problema sea mencionado
nuevamente, esta vez por Hans Vaihinger, quien durante la Primera Gue-
rra Mundial regresó a esta pregunta en su Die Philosophie des als ob (1913),
una obra en la que, por supuesto, no se hace ninguna mención a Bentham.
No obstante, si bien ambos se hacen cargo de la pregunta por la ficción,
ni Bentham ni Vaihinger estaban interesados en la ficción como un pro-
blema literario. Esto explica, por supuesto, por qué sus obras no tuvieron
ninguna influencia en la concepción de la literatura, especialmente en la de
72 Luiz Costa Lima
la novela, que se desarrollaría desde finales del siglo diecinueve hasta bien
entrada la segunda mitad del siglo pasado – el período en el que la ficción
en cuanto problema literario se volvería finalmente un tema central para el
gran teórico alemán Wolfgang Iser, principalmente en su obra Das Fiktive
und das Imaginäre. Perspektiven literarischer Anthropologie (1991).
Las ideas de Iser se separan de la ortodoxia crítica con respecto a la
perspectiva literaria sobre la idea de la ficción, desarrolladas desde The Art
of Fiction de Henry James (1884). James no elaboró una teoría propia y
desde la primera página queda en evidencia que él se queja sobre la au-
sencia de una teoría tal. “Sólo hace muy poco tiempo –dice de la escena
inglesa– que existía en el extranjero un sentimiento cómodo y afable de
que una novela es una novela, tal como un budín es un budín...” (James
1884: 44). Desde esta perspectiva, resulta también interesante notar que
James considera que el obstáculo que previene la formulación de cualquier
teoría de la ficción dice relación con “la vieja hostilidad evangélica hacia
la novela” (James 1884: 44). Sin embargo, la validez de James en tanto
proto-teórico de la ficción es limitada por su reticencia a considerar cual-
quier otra perspectiva salvo el lugar común de que la novela tenía “que
representar la vida”. Al tener esto en cuenta, no resulta tan extraño que un
crítico norteamericano como Joseph Frank haya dicho más recientemente,
aunque en la misma veta que James, que “la dimensión de la profundidad
histórica ha desaparecido del contenido de las obras más grandes de la li-
teratura moderna”, en un movimiento en el que “la imaginación histórica
(se transforma) en mito” (Frank 1991 [1945]: 63).
A lo que todo esto apunta es a que existe un abismo entre la produc-
ción artística, de un lado –más específicamente las obras literarias–, y la re-
flexión teórica, del otro. Henry James comprendió muy bien, sin embargo,
que el lugar que habría de ocupar la novela sería uno falso de no existir a
su vez una meditación sobre su significado. Pero el problema es mayor que
sólo el de la novela. Si no comprendemos lo que implica el hecho de que
todas las obras literarias –ya en prosa o ya en poesía– sean productos ficcio-
nales, corremos el riesgo de reducir su importancia a la de ser subproductos
de la historia o mero entretenimiento gracioso. Por supuesto que una obra
de prosa o de poesía puede ser entretenida, en la medida en que ser una
obra de ficción es a la vez también una cierta forma de juego; pero es un
juego que tiene la peculiaridad de ser también una ficción, lo que quiere
decir que tiene como su raíz la cláusula “como si”. Esta cláusula “como
si” no es necesariamente una fantasía o una actividad compensatoria, sin
De la mimesis y el control del imaginario 73
Una lágrima retorna a su ojo. Eine Träne rollt in ihr Auge zurück.
La izquierda, Die linke, verwaiste
la mitad vacía de la concha Hälfte der Pilger-
de peregrino –te la regalaron, muschel – sie schenkten sie dir,
después te ataron– dann banden sie dich –
alumbra auscultando el espacio: leuchtet lauschend den Raum aus:
el juego a las canicas contra la muerte das Klinkerspiel gegen den Tod
puede comenzar. kann beginnen.
(Celan 2004: 228) (Celan 2000: II, 59)
Viene la mesa que las ofrendas trae, Es kommt der Tisch mit den Gaben,
en un Edén de la vuelta – er biegt um ein Eden-
El hombre quedó como un colador, Der Mann ward zum Sieb, die Frau
la mujer, mußte schwimmen, die Sau,
la marrana, tuvo que nadar, für sich, für keinen, für jeden-
por ella, por nadie, por cualquiera.
De acuerdo con algunos relatos, este poema se refiere a un paseo por Ber-
lín, luego de que Celan fuera invitado a la ciudad para leer algunos de sus
poemas en la Freie Universität. De hecho, Peter Szondi, quien lo acompa-
ñó, dice lo siguiente sobre este poema:
...sin la caminata hacia el Havel, hacia el Landwehrkanal, pasando junto al
“Edén”, sin la visita a la feria navideña y a la cámara de ejecuciones en el
Plötzensee, sin la lectura de los documentos sobre Rosa Luxemburg y Karl
Liebknecht, el poema es impensable (Szondi 1978: 395).
Como si fuera necesario disipar toda duda sobre qué postura hermenéu-
tica él adopta al proponer esto, Menninghaus, aún hablando del texto de
Szondi, agrega:
Una concepción como esta, así de poetológicamente ingenua, ignora la posi-
bilidad de que la poesía desplace en su interior a todos sus “orígenes” subte-
rráneos –hacia sí y en sí– y que sea acaso a través de este movimiento de trans-
formación irreductible que la poesía se constituye como tal – de modo que el
retorno a las supuestas fuentes no sería el mejor camino hacia la poesía misma,
sino por el contrario un camino que se aleja de ella. (Menninghaus 1987: 93)
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La ley formal del barroco y la teoría crítica
Mímesis barroca
(arte)
Dentro de este diagrama elemental que propongo, las mímesis realistas son
fundamentalmente lúdicas. Al desarrollar el más abstracto montaje auto-
crítico, afirman violenta y determinantemente una legalidad pre-estableci-
da, como se hace en los juegos. Como recuerda Echeverría, encierran un
poderoso índice de crítica y de placer:
Es el placer que trae la experiencia de una pérdida fugaz de todo soporte;
la instantánea convicción de que el azar y la necesidad pueden ser, en un
momento dado, intercambiables. En la rutina irrumpe de pronto la duda
acerca de si la necesidad natural de la marcha de las cosas –y, junto con ella,
de la segunda “naturaleza”, de la forma social de la vida, que se impone como
incuestionable– no será justamente su contrario, la carencia de necesidad, lo
aleatorio (Echeverría 1998: 190).
edificio del valor de uso dentro del que habita una sociedad” (Echeverría,
1998: 190); el tercer esquema paradigmático de la modernidad será la ma-
terialización pragmática del conflicto que, entre la técnica y la naturale-
za, desarrolla de forma muy particular la modernidad capitalista: el arte.
(Echeverría 1998: 192).
Así pues, el arte, un pragmatismo material creado para postular un
índice de sentido, es el esquema que guía al barroco, y desde ahí extrae su
potencia crítica frente a las otras mímesis de sentido.
De ahí que el mismo Echeverría aplique una lectura sui generis a la famosa
frase de Ignacio Loyola, “se puede ganar el mundo y sin embargo perder
el alma”. Para el filósofo americano no se trata de una condena de la mun-
danidad, sino de una advertencia que implicaría que el mundo es “digno
y deseable de ganarse” pero con “la condición de que sea un medio para
ganar el alma, es decir, una empresa ‘ad maiorem Dei gloriam’ ”(Echeverría
1998: 67).
Puede verse el rebuscamiento barroco de la propuesta jesuita con clari-
dad. Si para la mayor gloria de Dios es necesario ganar el mundo y el alma,
esto deja muy pocos márgenes de participación a la misma divinidad, de
ahí su potencial hereje. Al ser el arbitrio humano “el topos de la libertad”
con “buen olfato, el papado rechazó la teología jesuita porque percibió que
llevaba al umbral de la herejía” (Echeverría 1998: 79).
Se trata de una doctrina del todo particular con una estrategia plena-
mente barroca, “perversa si se quiere”, dice Echeverría: “una estrategia que
implica el disfrute del cuerpo, pero de un cuerpo poseído místicamente
por el alma. Un disfrute de segundo grado, en el que incluso el sufrimien-
to puede ser un elemento potenciador de la experiencia del mundo en
su riqueza cualitativa” (Echeverría 1998: 67).2 En este contexto es que se
2 Echeverría sigue este discurso hasta su pleno establecimiento como contrincante claro
del discurso filosófico medieval e ilustrado que tendrá su apogeo en el siglo xviii: “Se
trata de una teología sumamente compleja, contradictoria en sí misma, pues está en
vías de dejar de ser tal y convertirse en filosofía. Es sabido que la obra de Luis de Moli-
na que está el los orígenes de todo este proceso, la Concordia liberi arbitrii cum gratiae
donis…, que va a influir fuertemente en la inmensa y brillante obra de Francisco Suárez
así como en la de muchos otros, es una teología que, después de enconadas discusiones
fue rechazada como teología oficial de la iglesia. [
] El planteamiento de los teólogos
jesuitas es sumamente radical: golpea en el centro mismo del discurso teológico de la
Edad Media. Nada hay más híbrido y ambivalente que el discurso teológico: es el dis-
La ley formal del barroco y la teoría crítica 91
3. Arte barroco
curso filosófico, el discurso de la razón volcada en contra de toda verdad revelada, pero
como discurso que está allí para justificar precisamente una verdad revelada; el discurso
de la no-revelación puesto a fundamentar la revelación. Este discurso tan peculiar es
justamente el que comienza a reconfigurarse en las obras de Molina, de Suárez, etc.
Mediante un intento de reconstruir el concepto de Dios” (Echeverría 1998: 78).
92 Carlos Oliva Mendoza
El arte barroco establece una relación muy clara respecto a sus vínculos
extra-estéticos. Es un arte que, al rechazar la idea de contenidos sustancia-
les y entregarse a la decoración absoluta, necesita poner en cuestión la idea
misma de un arte puro, de un arte por el arte o de un arte desinteresado
y, paradójicamente, esta actitud marca un estilo fetichista y superficial que
pareciera ultra y meta-artístico.
Al trabajar recalcitrantemente sobre la forma, al estar entregado como
proceso artístico a la infinita donación de representaciones, el arte barroco
aparece como si fuera esencial y exclusivamente arte – o contrariamente,
como sólo parodia y burla del arte. Esto se debe a que sus atributos se al-
canzan al desustanciar todo aquello que lo rodea, hacernos dudar sobre la
densidad de lo real y proponer reformulaciones del mundo. Un ejemplo de
la ambigüedad fundamental del arte, en su clave barroca, es la propia músi-
ca de los siglos xvii y xviii, donde surgen una serie de procedimientos que
permiten pensar la música como puro artificio. Escribe Susan McClarly:
Las teorías de la tonalidad armónica que florecieron en el siglo dieciocho
tienen como base sólo premisas musicales: relaciones matemáticas, series ar-
mónicas derivadas de la acústica física, demostraciones sistemáticas como la
Regla de la Octava. Dentro de un marco intelectual así establecido, la música
parece formarse de principios racionales que existen con independencia de la
invención humana (McClarly 2007: 72).
das en los estudios sobre el pliegue, que llevó a cabo Deleuze (Echeverría
1998: 14-15). En este contexto, es que Echeverría señala una pregunta
central para su estudio sobre el barroco: ¿cuáles son los alcances y la ac-
tualidad del proyecto alternativo barroco y neo-barroco, en el entendido
de que no se trata de “una alternativa radical” sino de una “manifestación
de la incongruencia moderna”, que al desplegarse muestra la “vigencia de
alternativas”? (Echeverría 1998: 15).
Bajo estas premisas y marcos de investigación, es que podemos sinte-
tizar la “ley formal del barroco” que propone Echeverría. Se trataría, desde
mi punto de vista, de una legalidad que se despliega entres momentos:
• Es una representación formal, negativa de cualquier presupuesto
sustancial: un simulacro.
• Es una representación de sentido tautológico, representa bajo el
presupuesto de que todo es representación. No está pues sostenida
sobre la idea de proyección o creación de un objeto, sino sobre la
base de que la representación se representa a sí misma. En el más
radical sentido aristotélico o kantiano, se trataría de una forma
que sólo puede volver a alcanzar una continuación formal. Nada
la detiene ni la ancla, es representación de representación, como
en el barroco borgesiano.
• De las dos ideas anteriores, se infiere que es un proceso proto-tea-
tral. Es una dramatización permanente que se resuelve en la hi-
per-ornamentación de todo hecho o fenómeno que estilice.
5. Método barroco
Esta ley formal del barroco, como lo observa atinadamente Echeverría, im-
plicará antes que nada un método (Echeverría 1998: 214-221). De ningu-
na manera es un arte espontáneo o accidental, sino que justamente puede
aparecer como espontáneo, piénsese en Lezama o en Rulfo, o como acci-
dental, por ejemplo en El Quijote, porque tiene un pleno dominio y mane-
jo de los materiales que someterá a una legalidad dada. Echeverría sostiene
que el método barroco es un método de shock. Desde su perspectiva, la
representación o decoración absoluta y liberada de todo presupuesto sus-
tancial, regresa a la contradicción elemental entre la donación permanente
de forma y la aspiración a un resguardo de identidad. El barroco, que se
96 Carlos Oliva Mendoza
Por esto mismo se puede objetar a las representaciones barrocas que sólo
sean representación de representación, simulacros donde se presupone que
toda la realidad es arte. En efecto, el barroco no distingue en un primer
momento entre el material propiamente artístico y el material mundano.
D’ Ors ve este movimiento que golpea el centro de la racionalidad clásica e
ilustrada con suma perspicacia: “La actitud barroca, al revés [de la actitud
clásica que tolera el movimiento que desconcierta la razón], desea funda-
mentalmente la humillación de la razón” (D’Ors, 1964: 102). También
Sarduy, al igual que Echeverría, ve que estas objeciones se hacen desde un
presupuesto clásico o romántico en el que debe preexistir un normatividad
dada para el arte. Con base en esta normatividad, el arte barroco podría
encontrar una salida romántica, como ha presupuesto Bartra (Fuentes et
al. 2012: 101-105), o regresar a una actitud soberbia de indiferencia y
marginación clasicista. Por el contrario, el barroco, al acentuar sus elemen-
tos melancólicos, alegórico e incluso suicidas se reprime moralmente. El
barroco no ofrece, al modo de Heidegger digamos, una posible morada de
resguardo, sino que una y otra vez manifiesta la contradicción entra una
presupuesta morada o moral natural y una moral económica y política-
mente desplegada en el mundo contemporáneo. Esta anomalía es perfec-
tamente señala por Sarduy: “A la historia del barroco podríamos añadir,
como un reflejo puntual e inseparable, la de su represión moral, ley que,
manifiesta o no, lo señala como desviación o anomalía de una forma prece-
dente, equilibrada y pura, representada por lo clásico” (Sarduy 1974: 16).
En segundo lugar, este recurso formal, hace que el barroco lleve el
sentido trágico al absurdo. La mímesis barroca no encuentra un punto
para centrar, al modo clásico, la representación y por lo tanto tampoco
98 Carlos Oliva Mendoza
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Latina de fines del siglo xx
Gustavo Guerrero
Université de Cergy-Pontoise
Es cada vez más frecuente ver asociados los nombres de Severo Sarduy
(1937-1993) y de Bolívar Echeverría (1941-2010) en los trabajos que se
dedican al tema de las relaciones entre el Barroco y el Neo-barroco latinoa-
mericano. Cualquiera que se asome a nuestras bibliografías más recientes
no puede dejar de comprobarlo y acaso hasta sienta cierta sorpresa al ha-
cerlo, pues, a primera vista, no son muchos en verdad los rasgos comunes
entre dos personalidades tan diferentes intelectual y políticamente. Por un
lado, tenemos así a un escritor y artista cubano exilado o expatriado, que
desarrolla casi toda su obra en el París estructuralista y post-estructuralista,
y se afilia a grupos de vanguardia franceses, como el de la revista Tel Quel;
por otro lado, está un filósofo ecuatoriano que estudia en el Berlín de los
sesenta y se forma leyendo a Marx, Heidegger y Adorno, antes de regresar
a América e instalarse en México, donde se convierte en uno de los prin-
cipales protagonistas de la renovación del pensamiento marxista dentro
de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Que se me
conceda que un encuentro entre ambos parece bastante improbable y de
seguro no se habría producido, si no hubiera mediado esa pasión por el
arte, la literatura y, de un modo más general, la cultura barroca que fue el
factor común que los acercó. O digamos, para ser más precisos, que acercó
a Echeverría a Sarduy. Porque nunca hubo trato personal entre ellos ni
consta que el cubano se haya interesado alguna vez en la obra del ecua-
toriano. El lazo que hoy los une, asimétrico y libresco, pasa básicamente
por la lectura que Echeverría hace de dos de los ensayos más influyentes
de Sarduy: Barroco (1974) y Nueva Inestabilidad (1987). Efectivamente,
ambos son citados y comentados en varios capítulos del libro La moderni-
dad de lo barroco (1998) donde el filósofo ecuatoriano construye su teoría
como situándose por momentos en la continuidad de las ideas del escritor
cubano, o incluso como si se tratara de prolongar algunos de sus hallazgos.
102 Gustavo Guerrero
foco visible otro igualmente operante, igualmente real, pero obturado, muer-
to, nocturno, el centro ciego, reverso del yang germinador del Sol, el ausente
(Sarduy 1999b [1974]: 1223).
II
III
tual, con todos sus conflictos y su diversidad, sino además como una visión
latinoamericana del diverso y conflictivo mundo de hoy. Y acaso también
como una apuesta por el mundo que vendrá.
Bibliografía
1 Agradezco a Sergio Ugalde por sus insistentes inquietudes sobre Rodolfo Lenz que me
llevaron a (re)descubrir sus caminos. Agradezco también la atenta lectura y valiosos co-
mentarios de Pablo Faúndez y Katharina Einert, sin ellos de seguro me habría perdido
por esos caminos.
2 Las desavenencias de Alonso con Lenz guardan relación con la joven “tesis araucanista”
de éste último y las opiniones que fomentó o podría fomentar. De esta tesis –“que el es-
pañol de Chile (es decir la pronunciación del bajo pueblo) es, principalmente, español
con sonidos araucanos” (Lenz, 1940: 249)–, dice Alonso: “tesis sensacionalista precon-
cebida, con métodos deficientes que las afirmaciones hiperbólicas no logran disimular”
(Alonso 1961: 281). Para más detalles sobre la reacción de Amado Alonso, Ramón
Menéndez Pidal y Américo Castro frente a las propuestas de Lenz, ver (Bernaschina
2013).
120 Vicente Bernaschina Schürmann
Este llamado a una concepción del objeto ‘lenguaje’ en cuanto entidad au-
tónoma y la necesidad de estudiarlo en sí mismo, surge evidentemente de
las propuestas de la lingüística que habían desarrollado hasta ese entonces
Charles Bally, Albert Sechehaye, entre otros, a partir del póstumo Curso de
lingüística general de Ferdinand de Saussure. Un llamado en el que recono-
cemos el giro estructural de los estudios sobre el lenguaje y que consolidará
su estatuto científico en el siglo xx.
Ahora bien, esta propuesta metodológica oculta una serie de opciones
disciplinarias, que responden al carácter ideológico de los fines perseguidos
por parte de esta filología hispánica moderna que empezaba a constituirse.
Luego del desastre colonial de 1898 y la agudización de los nacionalismos
3 Las conferencias fueron publicadas en los Anales de la Universidad de Chile a lo largo del
año de 1924 y hoy pueden consultarse en línea en: <http://www.anales.uchile.cl/index.
php/ANUC/issue/view/2310> (20.08.2015).
Rodolfo Lenz: hacia una filología crítica americana 123
4 Según del Valle y Stheeman, el nacionalismo cultural, en sus esfuerzos por prevalecer,
genera inevitablemente ideologías lingüísticas que utilizan principalmente dos proce-
dimientos retóricos para legitimarse: ocultamiento e iconización. El primer procedi-
miento redunda en una simplificación del campo sociolingüístico, invisibilizando a
ciertas personas o actividades, mientras que el segundo, implica una transformación de
la relación semiótica entre rasgos lingüísticos o variedades lingüísticas con las imágenes
sociales a las que están vinculadas, lo que hace que ciertos rasgos lingüísticos aparenten
ser representaciones de la esencia o naturaleza inherente de un grupo social (Del Valle
& Stheeman 2004: 32).
124 Vicente Bernaschina Schürmann
5 La lengua vulgar, que como dice del Valle (2004: 125), es la que presenta los mayores
peligros para la unidad de la lengua, desaparece rápidamente del esquema, puesto que
al carecer de tradición, carece de gravedad sustancial.
Rodolfo Lenz: hacia una filología crítica americana 125
4. Lenguas trasplantadas
7 Importante es también que Lenz, luego de escribir su libro sobre El Papiamento (publi-
cado por entregas en los Anales de la Universidad de Chile entre 1926 y 1927), contará
dentro de estas lenguas vivas no sólo a varias lenguas indígenas, sino también “jergas
Rodolfo Lenz: hacia una filología crítica americana 129
A fines del siglo xix y principios del xx, filólogos de distintas regiones
miraban con interés los cambios lingüísticos del castellano de América.
Muchos tenían la esperanza de ver en ellos la formación actual de len-
guas nuevas, tal como fuera el caso del latín vulgar; otros apoyaban la tesis
para fortalecer nacionalismos y la idea de los nuevos idiomas patrios.8 Sin
embargo, para la década de los ’20, esta tesis había perdido casi toda su
fuerza: el castellano permanecía relativamente homogéneo en ambos lados
del Atlántico.
Lo interesante de esta discusión no está tanto en la identificación fácil
de grupos nacionalistas o panhispanistas, sino en las explicaciones y con-
secuencias que tuvieron éstas para el posterior desarrollo de la filología.
Si según la historia de la lengua de esos años, la condición natural de una
lengua es su tendencia a variar (más aún, alejada de su centro de irradia-
ción), ¿cómo se comprende el hecho de que a pesar de la vasta extensión de
América, esta parezca conservar su unidad? ¿Qué sucede con las vertientes
populares y las lenguas indígenas?
En un artículo traducido por Américo Castro, el filólogo alemán Max
Leopold Wagner, lector y crítico de Lenz, insistirá que las circunstancias
históricas del latín y el castellano no son comparables y que ésta última
se perpetúa íntegra en las personas de las clases elevadas tanto en España
como en el nuevo mundo. Si hay variaciones, ya sean ‘barbarismos’, ‘regio-
nalismos’ o ‘indigenismos’, estos afectan sobre todo a la lengua del vulgo,
pero no son suficientemente fuertes para interrumpir en modo alguno “la
continuidad de cultura” (Wagner 1924: 85). Ramón Menéndez Pidal será
de la misma opinión: como lo mencionamos más arriba, para él, desde sus
orígenes en el siglo ix, el castellano había generado una potencia cultural y
una unidad interna que le otorgaba ‘permanencia esencial’ ante cualquier
posible variación. Y en lo que respecta al factor indígena, decía ya en 1918:
“En las lenguas indígenas no hallamos, pues, un elemento externo que
diferencie claramente el habla americana, y acudiremos a buscarlo con más
éxito tanto en los orígenes hispánicos, como en la evolución propia del
español colonial” (Menéndez Pidal 1918: 5).
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Rodolfo Lenz: hacia una filología crítica americana 137
Anke Birkenmaier
Indiana University, Bloomington
La obra del joven Ortiz suele ser caracterizada por lo que no fue o lo que
todavía era: el primer libro de Ortiz, Los negros brujos (1906) era todavía
positivista; Entre cubanos (1913) no llegó a ser una obra mayor, sino quedó
como obra del momento y crítica incipiente de la República; los dos dic-
cionarios de Ortiz, El catauro de cubanismos (1923) y el Glosario de afrone-
grismos (1924), no eran obras filológicas serias.1 La crítica generalmente ha
juzgado oportuno distinguir entre aquel temprano Ortiz, todavía marcado
por su formación criminológica y empeñado en estudiar “la mala vida cu-
bana”, y el Ortiz que a partir de los años 1920 empezó a desarrollar una
seria labor de antropólogo cultural, estudiando la cultura afrocubana en
todas sus manifestaciones. En lo que sigue me interesa volver a estudiar la
transición de Ortiz de la antropología positivista y la llamada psicología
social a la antropología cultural, prestándole especial atención a la polé-
mica de Ortiz con la filología hispánica que data justo de esta época. Si
bien durante el siglo xix la filología y la literatura habían sido discursos
dominantes en la búsqueda, por parte de las élites intelectuales, de una
identidad nacional o regional latinoamericana, me gustaría argumentar
que Ortiz logró establecer como modelo una escritura ensayística con base
en el análisis filológico y antropológico a la vez.2 Esta nueva crítica cultural
1 Estas formulaciones sobre la obra temprana de Ortiz aparecen, por ejemplo, en (Pérez
Firmat 1986; Le Riverend 1987; Coronil 1995).
2 Como ha argumentado Roberto González Echevarría en su libro Mito y archivo, para
los escritores latinoamericanos la antropología llegó a ser a partir de los años 1920 un
discurso científico hegemónico apropiado por ellos sistemáticamente (González Eche-
varría 2000: 197-253). Doris Sommer en su conocido libro Foundational Fictions por
otra parte destaca la importancia de la novela para fundamentar un discurso propio
sobre las nuevas naciones latinoamericanas en las décadas después de su independencia
(Sommer 1991). Finalmente, José del Valle y Luis Gabriel-Stheeman han demostrado
en su libro co-editado La batalla del idioma el vivo debate sobre política cultural que
ocurrió en el siglo xix entre filólogos latinoamericanos y españoles (del Valle/Gabri-
el-Stheeman 2004). Estoy aprovechando estos estudios para contextualizar el posicio-
namiento de Ortiz entre filología y antropología.
140 Anke Birkenmaier
3 En la discusión sobre la unidad o la pluralidad de las razas humanas, y sobre las ventajas
o no de la ‘mezcla’ entre personas de raza diferente participaban todos los naturalistas
de la época, inclusive Charles Darwin y Louis Agassiz. Sobre el racismo científico de
Darwin y su recepción en los Estados Unidos, ver el capítulo “Scientific Racism” en
el interesante libro de James Lander, Lincoln & Darwin (Lander 2010: 76-86). Las
teorías decimonónicas sobre la inferioridad de las razas ‘mezcladas’, dieron lugar a fines
del siglo xix al movimiento eugenésico, un movimiento social que se radicó no sólo
en Europa y en los Estados Unidos, sino que también tuvo sus seguidores en América
Latina (Stepan 1991: 35-63; Moritz Schwarcz 1999).
4 El auge de la antropología cubana coincidió, como en otros países, con el auge del
movimiento eugenésico en Cuba (Stepan 1991: 72; 181).
Crítica cultural y crítica de la filología en Fernando Ortiz 141
Para Ortiz, lo que realmente importaba tener en un país era una cultura o
‘civilización’ –Ortiz todavía usaba aquí el término francés en este temprano
ensayo–, la cual incluía más allá del idioma, la raza y la religión, una sólida
base educativa, científica y económica. Con ello, Ortiz se oponía a la po-
lítica cultural española por parte de profesores como Altamira que usaban
un discurso pan-hispánico vago que carecía de bases científicas, lingüísticas
o económicas.
Con todo, la oposición de Ortiz al ensayismo español no fue categó-
rica. Su segundo libro de ensayos, Entre cubanos, abría con dos cartas a
Miguel de Unamuno donde Ortiz expresaba simpatía por el ilustre filósofo
español y rector de la Universidad de Salamanca (Ortiz 1987). Unamuno
había lamentado en su ensayo “El sepulcro de Don Quijote” la “atonía de
la patria hispana”, y en particular su falta de idealismo, y Ortiz se identi-
ficaba en absoluto con ella en su crítica de la mentalidad cubana “dormi-
da” de estos años. A lo largo de los años Ortiz estableció además vínculos
estrechos con intelectuales y filólogos españoles, eso sí, siempre desde el
reclamo del respeto hacia las características propias de la cultura cubana.
Su primera estrategia al defender la cultura cubana contra el argumen-
to pan-hispánico fue filológica. Eso se ve en dos publicaciones de índole
claramente filológica publicadas en los años veinte. Los dos diccionarios se
presentaban como apéndices al trabajo de la Real Academia Española, el
Catauro de cubanismos (1923) y el Glosario de afro-negrismos (1924). Am-
bos diccionarios dan listas y explicaciones de términos africanos y locales
particulares del español hablado en Cuba. Sobre todo, Ortiz aprovecha-
ba para revelar lo que según él eran etimologías erróneas u omisiones de
americanismos en el Diccionario de la Real Academia.5 Sugería que estos
errores y omisiones eran algo más que negligencias; para él se trataba de
estrategias para imponer una visión monolítica del español como lengua
6 Pérez Firmat argumenta que Ortiz no conocía ninguno de los idiomas africanos usados
en su análisis de palabras individuales y que presentó sus dos diccionarios de una for-
ma a propósito desordenada, como apéndices en vez de diccionarios. Concluye Pérez
Firmat: “The Catauro is a philological fiction with a political theme. One important
motif in this theme is the excision of Cuban Spanish from its peninsular matrix, what
Ortiz terms the ‘avoidance’ of peninsular etymologies” (Pérez Firmat 1986: 100).
144 Anke Birkenmaier
Para los años 1940, sin embargo, estaba reclamando la ‘ciencia’ como úni-
ca manera de esclarecer los prejuicios sobre la raza.10 En su discurso de
apertura dado el 8 de octubre, 1942 en el Primero Congreso Nacional de
Historia, escribió:
¿Es que debemos convertir estas evocaciones del descubrimiento de Améri-
ca, como hacen algunos, en unas “fiestas de la raza”? No. Porque no hay tal
raza, pues, como dijera el buen maestro Miguel de Unamuno, “esa raza se
inventó al mismo tiempo que la fiesta” y, además, ello no sería sino engañar a
las ingenuas emociones colectivas, llevándolas a las mentidas y anticristianas
pasiones de los racismos, cuya satánica encarnación, Adolfo Hitler, está ahora
ensangrentando los continentes por el imperio de su raza; de esa raza aria tan
mitológica como son las otras razas creadas para estímulo de las inculturas
agresivas y encubrimiento de las políticas predatorias. No hay raza alguna en
el mundo que merezca exaltación especial. La edad de los racismos ya pasó
(Ortiz 1993a: 24).
Las razas, latinas u otras, se asociaban ahora para él con el racismo en ge-
neral, y Ortiz se aliaba en eso claramente con los antropólogos que habían
firmado declaraciones y ensayos en contra del racismo.11 En 1943 hizo
10 “Es muy apremiante que sobre las razas, como se hace sobre las enfermedades, los crí-
menes y los conflictos económicos, se vayan difundiendo los criterios propuestos por la
ciencia; única manera de ir afrontando las desventuras sociales y poderlas reducir”(Or-
tiz 1946: 13). En otra conferencia presentada en 1949, “La sinrazón de los racismos”,
Ortiz indica la “antropología social” como ciencia encargada de la divulgación de las
nuevas ideas sobre raza y cultura (Ortiz 1955).
11 Ortiz hizo publicar en Ultra un artículo de Franz Boas sobre el prejuicio racial en los
Estados Unidos (Boas 1938), como también la traducción de la “Declaración contra los
racismos” de la Asociación Antropológica Norteamericana, precedida por un manifies-
to de la Asociación Nacional contra las Discriminaciones Racistas intitulado “Defensa
cubana contra el racismo antisemita”. El presidente de esta asociación era, naturalmen-
te, Fernando Ortiz.
148 Anke Birkenmaier
12 Para una discusión más detallada del concepto marxista de ideología, ver el artículo
“Ideología” de Sebastiaan Faber (Faber 2009).
Crítica cultural y crítica de la filología en Fernando Ortiz 149
teorías, afirmando que los problemas entre blancos y negros eran debidos
a diferencias políticas y sociales y no tanto raciales. 13 Es notable que Ortiz
estudiaba a Martí en este ensayo tanto por sus ideas como por su manera
de expresarlas, mostrándose atraído por la fragmentariedad de sus escritos
y el escepticismo de Martí hacia las teorías y las narrativas demasiado fáci-
les sobre la raza. En su ensayo, Ortiz apreciaba tanto los ensayos conocidos
de Martí sobre la raza como sus esbozos literarios de tema negro, encon-
trando en ellos una filosofía humanista que rechazaba las aseveraciones
pseudo-científicas sobre la raza, prefiriendo sobre ellas la duda y el sentido
de responsabilidad hacia los conflictos sociales entre las ‘razas’.
Ortiz representa de esta manera la transición entre lo que Julio Ramos
ha llamado el “proyecto culturalista” de los ensayistas y poetas de prin-
cipios del siglo veinte, tales como el mismo Martí, José Enrique Rodó,
Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes y José Vasconcelos (Ramos 2001:
232-233), y el culturalismo antropológico, al que se iban a suscribir escri-
tores y científicos sociales latinoamericanos posteriores a los modernistas
y la generación del Ateneo. Mientras para aquella generación, la cultura
se identifica con valores espirituales e intelectuales universales, para Ortiz,
Alejo Carpentier, Nicolás Guillén, el haitiano Jacques Roumain, el brasile-
ño Gilberto Freyre y otros la cultura ya no era una calidad abstracta, sino
una serie de costumbres, idiomas, y prácticas materiales pertenecientes a
distintos grupos sociales compuestos por diferentes etnias (palabra que
poco a poco iba a reemplazar la de la raza). La cultura en ese sentido antro-
pológico era plural e histórica, haciendo necesario el estudio de sociedades
individuales con las metodologías nuevas del trabajo de campo y de la
observación participante.14 Es en esta coyuntura entre dos generaciones y
dos maneras distintas de entender la ‘cultura’ que la negociación del mismo
Ortiz entre método filológico y método antropológico tuvo lugar.
13 “Ni siquiera se deja convencer el dialéctico Martí por las razas de librería. Y no cabe
duda de que conocía las bibliotecas donde aparecían esas razas fantasmales de la al-
quimia antropológica, como antaño ocurría con los demonios. El dice –siente– ‘la
garra de Darwin’. Leyendo a Martí se le ve tratar de las sociedades de antropología,
de los congresos americanistas, de las civilizaciones precolombinas, y de los textos de
sociología más en boga en su tiempo, hasta Spencer y Ribot. Y sobre todo, Martí com-
prende la importancia decisiva de esos problemas, lo inexcusable de su trato; y se le ve
interesadísimo en estudiar objetivamente los tipos humanos tenidos por raciales y sus
repercusiones en la sociedad” (Ortiz 1993b: 118).
14 Ver el capítulo interesante de George W. Stocking sobre el concepto de cultura en
Franz Boas, donde Stocking argumenta que el mismo Boas fue una figura transicional
que llegaría sólo poco a poco a entender la cultura como plural, histórica y relativista
(Stocking 1968).
150 Anke Birkenmaier
15 Por ejemplo, el capítulo x cita a un poema andaluz sobre el tabaco, el capítulo xi trata
de la diferencia entre ‘cañal’ y ‘cañaveral’, el capítulo xiii sobre ‘cachimbos’ y ‘cachim-
bas’; el capítulo xvii discute los significados e “cañafístola o cañandonga”; el capítulo
xix trata el “tabacano”; el capítulo xxi el “tubano”; y finalmente el capítulo xxv trata
sobre el “tabaco habano” y su sello de garantía.
Crítica cultural y crítica de la filología en Fernando Ortiz 151
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Entre el ensayo y la filología:
Alfonso Reyes, Cuestiones estéticas y
el Ateneo de la Juventud
1. El silencio
1 Uno de los pocos estudios que resalta esta faceta en la obra de Alfonso Reyes es el libro
de Robert T. Conn (Conn 2002)
156 Sergio Ugalde Quintana
Que en este caso Menéndez Pidal destaque solo ‘una’ de las tradiciones
que Reyes toca en su libro –la hispánica–, no es gratuito. El filólogo, como
lo ha demostrado José del Valle (2004: 109-136), proyectó, con todo el
aparato legitimador de la disciplina, un discurso cultural sobre el mundo
hispanoamericano donde España –y en específico Castilla– cumplía una
función hegemónica.
Contrario a esta visión hispanizante, el filósofo francés Émile Boutroux
destacaba, el 31 de octubre de 1911, la otra vertiente que Reyes estudiaba
en su libro: el mundo clásico griego: “Il est remarcable à quel degré vous
avez lu et réfléchi, et vos pensées sont coulées dans le pur monde classique.
Recevez, je vous prie, […] l’assurence de ma cordiale sympathie. Peut-être,
quelque jour aurez vous l’idée de venir causer ici avec nous de tous ces
6 Al respecto son reveladores los comentarios que el joven escribió en su diario, entre el 3
y el 16 de septiembre de 1911, sobre la inseguridad y desasosiego que vivía él, su familia
y el país (Reyes 2010: 3-8).
7 La primera reseña de Cuestiones estéticas, publicada en México, apareció el 21 de julio de
1913 en el periódico El Independiente poco antes de que el joven ensayista saliera en el
exilio rumbo a París y se debió a la pluma de Ricardo Arenales (Arenales 1996 [1913]).
160 Sergio Ugalde Quintana
Mallarmé” tiene que leerse como una afrenta y una incitación a un público
modernista que evitaba reflexionar sobre los límites y las funciones del len-
guaje artístico en su relación con el pensamiento: “Que nuestro lenguaje
sea inferior a nuestros poderes de introspección psicológica […] es sabido
ya y lo han comentado profundamente filólogos y psicólogos en varias
edades” (Reyes 1911: 89). Reyes, en ese ensayo, indagaba en tres cuestiones
de la poética mallarmeana: el fluir de la conciencia, el problema estético
como un problema del conocimiento y, finalmente, la representación de la
belleza como la totalidad de espíritu. De esta manera, el joven mexicano
reunía, en su lectura, las indagaciones de William James, Benedetto Croce
y Friedrich Hegel. Habría que señalar, tal vez en descargo de sus contem-
poráneos, que la parálisis crítica respecto de la obra mallarmeana no fue
una característica exclusiva del medio intelectual mexicano. En realidad la
obra de esta poeta apenas comenzó a ser comentada –incluso en el ámbito
francés– al rondar la primera década del siglo xx. Los primeros trabajos
críticos serios se debieron a las plumas de Camille Mauclaire y de Albert
Thibaudet y fueron escritos, respectivamente, entre 1906 y 1912. El ensa-
yo de Reyes situado en medio de estos dos proyectos era, en este sentido,
un parteaguas crítico. Tiempo después, el mexicano recordaría:
Tras la inesperada muerte del poeta en 1898, sus amigos y admiradores se
apresuraron a pagar tributo a su memoria […]. Al fin, en 1912, aparece la
excelente obra de Thibaudet, La poesía de Stephan Mallarmé, que inaugura
una nueva etapa […]. Apenas me atrevo a decir que mi ensayo de adolescencia
‘Sobre el procedimiento ideológico de Stéphane Mallarmé’ data de 1909, y
que la crítica ulterior no ha rectificado uno solo de mis puntos de vista. Pero,
naturalmente, estamos todavía muy lejos del anhelado día en que se conoz-
can entre sí y se armonicen las producciones de dos mundos lejanos y de dos
lenguas diferentes. Thibaudet nunca supo que un oscuro joven mexicano se le
había adelantado. Paul Valéry –lo digo con alegría y sin orgullo– tuvo noticias
de mis empeños, gracias a nuestra amistad personal (Reyes 1991: 131-132).
15 Una reseña de ese encuentro se localiza en “El señor Altamira en El Ateneo de la Juven-
tud”, El Imparcial, miércoles 26 de enero de 1910, p. 2.
Alfonso Reyes, Cuestiones estéticas y el Ateneo de la Juventud 171
Reyes, por el contrario, aseguraba que “el verdadero deber crítico exige ya
urgentes rectificaciones”. El joven resaltaba entonces “la elegancia, […] el
anhelo de aristocrática perfección, que hacen de cada uno de sus versos,
aislados, maravillas de belleza” (Reyes 1911: 108). La vehemente defensa
de la estética góngorina no sólo era una reivindicación literaria; también
se trataba, sobre todo en el México de ese momento, de una apropiación
y una batalla cultural. Los jóvenes descendientes de liberales, ellos mis-
mo concebidos como sujetos de una tradición liberal, se acercaban y se
disputaban el acervo y la tradición hispánica, regularmente asociada a los
grupos políticos conservadores. Reyes negociaba así la idea de unos “prin-
cipios”, para utilizar las palabras de Arcadio Díaz Quiñones (Díaz Qui-
ñones 2006). Su trabajo crítico tenía, de esta manera, una clara intención
política: legitimar disciplinariamente la apropiación de un acervo literario
para un proyecto cultural.
Este recorrido, me parece, confirma el profundo perfil provocador y
polémico que Cuestiones estéticas tuvo en 1911 al momento de su apari-
ción. El ambiente intelectual mexicano de ese entonces –rodeado por los
inicios de la revuelta revolucionaria– debió quedar atónito; poco o nada
tenían que decir sobre este libro. Sus continuidades y sus polémicas implí-
citas, con los modernistas y con los miembros de la Academia Mexicana de
la Lengua, nos muestran que el libro y el proyecto de Reyes –entre el en-
sayo y la tradición de la filología– interpelaban profundamente el ambien-
te intelectual disciplinario mexicano y establecían, al mismo tiempo, una
serie de pactos culturales que, muy pronto, serán fundamentales. A partir
de ellos se estructurarán los ejercicios críticos, historiográficos y filológicos
de los miembros del Ateneo de la Juventud; me refiero a la Antología del
Centenario, elaborada por Luis G. Urbina y Pedro Henríquez Ureña y a los
textos que Reyes comenzó a escribir entre 1911 y 1913 sobre la historia
literaria nacional. En ellos, sin duda, hay un proyecto historiográfico que,
alejado de los parámetros conservadores, pacta con una tradición y que
podríamos denominar: un hispanismo liberal americano.
172 Sergio Ugalde Quintana
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(24.08.2015).
Pedro Henríquez Ureña. La edición como una operación social 177
uno de los más eminentes ejemplos de los alcances que puede tener una
empresa editorial y cultural tan audazmente pensada, tan rigurosamente
diseñada y tan generosamente proyectada.
La Biblioteca Americana será considerada desde el comienzo, y tal
como consta en el folleto de presentación que acompaña su lanzamiento y
la pronta publicación de los dos primeros títulos, como “la única colección
de clásicos americanos”. Con esta sola declaración se está ya reconociendo
y construyendo tradición, ya que la nueva serie se enlaza en el tiempo largo
con los grandes esfuerzos que se venían haciendo desde principios del siglo
xix, antes aún de consumada la independencia política, para dar un pro-
grama fundacional de lecturas a nuestra América. Se afirma la existencia
de un amplio grupo de obras que pueden considerarse ya legítimamente
como clásicas de nuestro ámbito cultural sin negar la posibilidad de que
sigan registrándose a futuro nuevas obras representativas.2 En tercer lugar,
y en la medida en que toda colección es a la vez un balance y un programa,
un conjunto cerrado que tiene ya una cierta organización al tiempo que
acepta la integración de nuevos elementos, toda declaración de apertura de
una colección tiene también un fuerte carácter incoativo. En cuarto térmi-
no, la editorial hace un examen del presente y un programa de futuro, ya
que espera combatir “un mal antiguo y grave: el desconocimiento de los
valores de la América hispánica”. En quinto lugar, se trata de un programa
para generar un nuevo y creciente sector de lectura constituido por buenos
entendedores capaces de inscribir los textos concretos en un horizonte más
amplio que el nacional o el especializado.
Un enfoque centrado en la historia cultural habría de ser el gran eje
integrador de los títulos individuales, y de allí que se convirtiera en el prin-
cipio ordenador de la colección. El sentido general que la anima no es sólo
un afán de recuperación bibliográfica: se trata de un fin marcadamente éti-
co y de política cultural: promover un mejor conocimiento de los valores
propios de la región hispanoamericana, así como “publicar y hacer circular
ampliamente libros americanos, propagadores elocuentes de la cultura de
la América hispánica”. Se trata entonces de organizar una colección que
confirme y reinterprete el sentido de una tradición cultural continental,
yecto de renovación educativa y cultural para la región que hizo del libro
un elemento central, así como el encuentro entre dos vocaciones: editar
y ensayar, y nos permite seguir paso a paso nada menos que el diseño de
una política del libro a partir de una política de la cultura: generar una
tradición de lectura en Hispanoamérica es al mismo tiempo generar una
lectura de la tradición hispanoamericana. Editar y ensayar: representar la
cultura de la región a través de una gran biblioteca o colección organizada
como un conjunto a la vez cerrado y abierto, en equilibrio y en expansión,
que reúna la lectura de los textos imprescindibles. Editar y ensayar esta Bi-
blioteca Americana ha permitido llevar a cabo un programa de integración
por la cultura. Y el hecho mismo de postular la posibilidad de existencia
de una colección sobre Hispanoamérica contribuyó también a generar una
tradición literaria y cultural que superara los límites de lo nacional y abrie-
ra nuevos espacios de vínculo en el ámbito de la “inteligencia americana”.
En una carta escrita en el Instituto de Filología de Buenos Aires el 1o
de julio de 1945, Henríquez Ureña sugiere un primer listado de 53 obras,
al que añade algunas acotaciones, comentarios, observaciones, que son ya
contribuciones a un programa de historia de la literatura y de la cultura en
América Latina (no olvidemos que por esos mismos años estaba ya elabo-
rando sus dos grandes estudios de conjunto).
Este listado preliminar, esbozado al correr de la máquina y sólo facti-
ble de ser realizado por alguien con sus inmensos conocimientos, arranca
con la prosa del descubrimiento, específicamente con Colón, de manera
semejante al modo en que abre las conferencias Charles Elliot Norton de
1940-1941 y el libro de ellas derivado, Las corrientes literarias en la Amé-
rica Hispánica: “Siglos antes de que esta busca de la expresión llegase a ser
un esfuerzo consciente de los hombres nacidos en la América hispánica,
Colón había hecho el primer intento de interpretar con palabras el nuevo
mundo por él descubierto”.
La lista incluye, además de los primeros viajeros y cronistas, además de
los clásicos indiscutidos de nuestra tradición intelectual (el Inca Garcilaso,
Lizardi, Bolívar, Sarmiento, Martí), autores que habían merecido una larga
reflexión crítica por parte de Henríquez Ureña y Alfonso Reyes – tal, par-
ticularmente, el caso de Alarcón, en quien ven cifrada una temprana idea
de mexicanidad, o de Darío, al que reconocen como figura central en la
reconfiguración del mapa literario hispanoamericano. Se incluye también
la mención de naturalistas y científicos –tal, el caso de Caldas o Ameghi-
no– como muestra del interés programático por incluir en la memoria co-
Pedro Henríquez Ureña. La edición como una operación social 185
Considera que es necesario incluir el Brasil, y que ello implica contar con la
seguridad de buenas traducciones. Opina también que se debe incluir au-
tores europeos que hayan escrito sobre América: Azara, Humboldt, Mme.
Calderón de la Barca. Muy poco después surgirá la propuesta de un título,
y muy pronto también quedarán sentadas las bases de la nueva colección,
su perfil y personalidad, así como sugeridos un primer criterio de ordena-
miento y un listado de los cien primeros títulos:
Cristóbal Colón. Diario del Descubrimiento y Cartas (según instrucciones en-
viadas antes, deben tomarse los textos de la publicación de la Raccolta).
Hernán Cortés. Edición bajo el cuidado de Alfonso Caso.
El Inca Garcilaso de la Vega. Comentarios Reales. Utilizar el texto publicado en
Buenos Aires bajo el cuidado de Ángel Rosenblat.
Juan Ruiz de Alarcón. Comedias [debería llegarse a publicarlas todas, en una
serie de volúmenes]; el texto de la Biblioteca de Autores Españoles –Rivade-
neyra– es muy bueno; si fuere posible, se consultaría el texto de las primitivas
ediciones).
Sor Francisca Josefa de la Concepción (“la Madre Castillo”). Vida.
Sor Juana Inés de la Cruz. Poesías, teatro y prosa (debe llegar a publicarse
Pedro Henríquez Ureña. La edición como una operación social 187
5 “Las mujeres no estaban ausentes de la literatura: así aparecen, entre muchas poetisas,
la monja Leonor de Ovando, en Santo Domingo, la más antigua de todas las cultísimas
peruanas Clarinda y Amarilis (sólo conocemos sus seudónimos), y, entre las escritoras
en prosa, la elocuente monja de Nueva Granada Sor Francisca Josefa de la Concepción,
a quien era costumbre llamar ‘la madre Castillo’”, según su apellido de familia. La más
ilustre es la poetisa de México Sor Juana Inés de la Cruz…” (Henríquez Ureña 1947:
95). En la Gaceta del FCE correspondiente a 1955, descubrimos el anuncio de la apa-
rición del tercer tomo de las Obras completas de Sor Juana, dedicado a los Autos y loas,
en edición de Alfonso Méndez Plancarte, quien también se había hecho cargo de los
dos tomos precedentes. En época de Arnaldo Orfila Reynal se dio amplia difusión a los
títulos de la Biblioteca Americana y al vínculo con autores y estudiosos de otras partes
de América a ella ligados.
190 Liliana Weinberg
Bibliografía
Rafael Mondragón
Universidad Nacional Autónoma de México
1. “Curioso lector:…”
2. Edición y liberación
1 Sobre esta época de la vida de Pedro Henríquez Ureña, véase Barcia 1994: caps. IX-XII;
sobre la amistad con Cosío Villegas hay datos interesantes en Krauze 1991. Las listas de
asistencia a los cursos de Henríquez Ureña, que a veces van acompañadas de breves in-
dicaciones sobre los proyectos de final de curso propuestos por cada estudiante, dan una
excelente idea de la orientación pedagógica seguida por el maestro dominicano. Véase
(Ruiz 1987: 123-151). La correspondencia DCV-PHU para el periodo citado se encuen-
tra en el expediente HUP guardado por el Archivo Histórico del Fondo de Cultura Eco-
nómica, Sección Autores 28-R-14-C/2. El expediente consta de dos legajos, que también
recogen la correspondencia de Cosío Villegas con el resto de la familia Henríquez Ureña.
Al citar y referir estas cartas, indicaré únicamente la fecha de la carta, que remite a los
materiales conservados en dicho expediente. Las cartas de PHU se conservan en original,
con firma manuscrita del autor y, a veces adiciones manuscritas en el margen; cuando el
original está en mal estado, a veces, se conserva también una copia mecanoscrita de la
carta que hace más sencilla la lectura. Las cartas de DCV se conservan en copia meca-
nografiada. Es importante señalar que no todos los materiales de la correspondencia se
encuentran fechados. Los folios siguen una numeración que no siempre se corresponde
con la cronología, pero los materiales sin fechar pueden ser datados siguiendo criterios de
cronología absoluta a partir de los datos ofrecidos por las mismas cartas, y de cronología
relativa por las referencias de una carta a otra. Fragmentos de una carta no conservada
en el Archivo, y citada por Sonia Henríquez Ureña de Hlito, (Henríquez Ureña de Hli-
to 1993: 153), hacen suponer que la correspondencia conservada en el Fondo pudiera
Pedro Henríquez Ureña y la Biblioteca Americana 193
de los miserables: los prepara para vivir con plenitud lo que Bello llamará
después “el siglo futuro”.7
Como Bello, Henríquez Ureña ha fracasado una y otra vez en ese pro-
yecto generoso, prometeico, que describe la lectura como luz y fuego y,
por tanto, imagina su difusión como iluminación e incendio contagioso;
que nos describe a nosotros, lectores potenciales, como “americanos”, es
decir, hombres con vocación de madera, hechos para arder juntos por el
descubrimiento de una herencia olvidada: fracasó primero en 1938, con
Victoria Ocampo y la Editorial Sur, y luego, en 1939, con Girondo y Edi-
torial Sudamericana. El fracaso se repite más adelante en Losada.8 En su
respuesta del 8 de mayo de 1945, Henríquez Ureña le dice a Cosío Villegas
con amargura contenida que “yo inicié en Losada una colección de Gran-
des Escritores de América, rival de la que quieres emprender. Se suspendió
porque costaba muy caro […]. Mi colección, pues, si se llega a reanudar,
marchará despacio, y, como ya me he resignado a que no exista, no me
importa sacrificarla a la tuya”. Y añade: “De todos modos, una buena hace
mucha falta”.
En un esbozo de la ética del artista, José Martí había escrito que “sólo
los que han bregado cuerpo a cuerpo con la verdad, para reducirla a la frase
o al verso, saben cuánto honor hay en ser vencido por ella” (Martí 1991:
303). Henríquez Ureña tiene razón en señalar reparos, porque lo que Co-
sío va a proponerle es algo imposible de lograr. Por eso sigue siendo valioso
hoy. Los elementos que testimonian el plan original (el folleto con el plan
editorial, las cartas con la discusión de los autores a editarse), aún proyec-
tan sobre nosotros su luz.9 Los adverbios de las cartas de Cosío señalan con
claridad la voluntad totalizadora, de imposible generosidad, que anima el
3. La importancia de lo insignificante
¿Cómo elegir todo lo mejor que los americanos han producido?10 Una co-
lección editorial es también una propuesta de intervención en el espacio
público, que busca visibilizar ciertas obras y saberes, y al tiempo, se orienta
hacia la formación de un gusto, es decir, un temperamento y una sensibi-
que esta colección no debe pensarse para “eruditos”.11 Esta galería de per-
sonajes extraños no quiere componer un cuadro “representativo” para uso
de los especialistas: por el contrario, sus integrantes han sido elegidos para
despertar preguntas e incitar la curiosidad de la gente común.
11 Así, además de los más conocidos, como Sarmiento, Heredia, Bello, la Avellaneda, Mar-
tí y Darío, la lista del 17 de julio de 1945 incluye, por ejemplo, a la Madre Castillo
(“magnífica”), el científico ilustrado Francisco José de Caldas (“importante”), el chileno
Francisco Núñez de Pineda Bascuñán, Cautiverio feliz (“muy ameno”), los textos cien-
tíficos del cubano Felipe Poey y la Clasificación de las lenguas de México del mexicano
Manuel Orozco y Berra. En la amplia lista del 23 de enero de 1946, además de la rea-
parición de Caldas, la Madre Castillo, Manuel Orozco y Berra y Felipe Poey (Memorias
sobre la historia natural de Cuba), aparecen marcados como muy importantes autores
sólo conocidos en sus tradiciones nacionales, como Fray Gaspar de Villarroel, Gregorio
Gutiérrez González, Florentino Ameghino, Manuel Antonio Segura y Juan Zorrilla de
San Martín. También aparecen recomendados como muy importantes Joaquín García
Izcalbalceta, José Antonio Saco (Historia de la esclavitud) y Manuel Sanguily, y se hace la
apuesta de editar a escritores que en esa época eran recientes, como José Carlos Mariáte-
gui (Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana). En esta última lista destaca la
enorme cantidad de autores de Brasil, de entre los cuales están marcados como muy im-
portantes Fray José de Santa Rita Durão (Caramurú), José Basilio da Gama (Uruguay),
Tomás Antonio Gonzaga, Antonio José Lisboa “O Judeu” (Teatro), Antonio Vieira, José
de Alencar, Machado de Assis, José Bonifacio de Andrada e Silva, Ruy Barbosa, Euclides
da Cunha, Antonio Gonçalvez Dias, Alberto de Oliveira y Olavo Bilac.
12 Para un recuento de las reseñas y polémicas en torno de esas conferencias y de la poste-
rior versión escrita de las mismas, véase (Mondragón 2010: 55-103)
13 Es la culminación de un método práctico presente, al menos, desde 1922, tal y como
lo testifica el expediente sobre Pedro Henríquez Ureña guardado en el Archivo Histó-
rico de la UNAM, en donde están descritas las clases del maestro dominicano, y los
trabajos que preparaban sus estudiantes: todos los estudiantes eran invitados a elaborar
dos trabajos (una investigación de lingüística y otra de literatura, para no separar dis-
ciplinas que deberían practicarse juntas). Pero la amplitud de ambas disciplinas queda
atestiguada por el tipo de temas elegidos por los estudiantes: Samuel Ramos elabora
su historia de la filosofía mexicana; José Gorostiza lee poesía medieval; Daniel Cosío
Villegas trabaja la teoría del honor… Véase la nota 1 del presente trabajo.
Pedro Henríquez Ureña y la Biblioteca Americana 199
14 El inicio del capítulo I de dicho libro reza así: “Treinta años atrás [es decir, aproximada-
mente, en 1917], se habría creído innecesario, al tratar de la civilización en la América
hispánica, referirse a las culturas indígenas. Ahora con el avance y la difusión de los
estudios sociológicos e históricos en general, y de los etnográficos y arqueológicos en
200 Rafael Mondragón
5. Un horizonte problemático
¿Qué significa leer desde la realidad histórica que dio origen a nuestros tex-
tos? A partir del debate convocado por Roberto Fernández Retamar en los
años 70, se ha hecho común hablar de la necesidad de construir una “teoría
literaria latinoamericana”.15 En contraste, los maestros de la primera mitad
del siglo xx eran poco afectos a escribir teoría pura: preferían reflexionar a
partir de ejemplos concretos. La teoría literaria de Pedro Henríquez Ureña
no fue explicada con claridad en un solo texto, pero está allí, presente en
una manera de leer, escenificada en una multitud de críticas puntuales.
Para saber cómo entendía él nuestra literatura, uno tiene que prestar aten-
ción a la manera en que está leyendo.
16 Entre los textos que Henríquez Ureña propone como muy importantes para esta sec-
ción, están los Recuerdos del pasado de Vicente Pérez Rosales, Una excursión a los indios
ranqueles de Lucio V. Mansilla, María de Jorge Isaacs, Recurdos de provincia de Sar-
miento, Tradiciones peruanas de Ricardo Palma y alguna obra de Alberto Blest Gana,
José Joaquín Fernández de Lizardi, Manuel Gutiérrez Nájera, José de Alencar y Joaquín
María Machado de Assis.
17 Entre las obras anotadas por Henríquez Ureña como muy importantes se encuentran
el Facundo y los Viajes de Sarmiento, la Moral social y los escritos de crítica literaria de
Hostos, la Filosofía del entendimiento, los estudios críticos, la Gramática y la Ortología y
métrica de Andrés Bello, la Memoria sobre la historia natural de Cuba de Felipe Poey, los
discursos y artículos de Justo Sierra, los Diálogos sobre la historia de la pintura en México
202 Rafael Mondragón
de José Bernardo Couto (en edición anotada por Manuel Toussaint) y la Clasificación de
las lenguas indígenas de México de Manuel Orozco y Berra (con sus sucesivos borradores
y un estudio preliminar de algún lingüista especialista en lenguas indígenas, quizá nor-
teamericano, que hable de la importancia de esta obra). Además se señala como muy
importantes los siguientes autores: Alberdi, Manuel González Prada, Juan Montalvo,
Rufino José Cuervo, José Enrique Rodó, Simón Bolívar, Enrique José Varona, José Mar-
tí, Ignacio Ramírez, Florentino Ameginho y los brasileños José Bonifacio de Andrada
e Silva, Ruy Barbosa y Euclides da Cunha. El Facundo llevará a una pequeña discusión
entre los dos amigos, porque podría ser ubicado también en “historia y biografía”.
18 Entre los títulos marcados por Henríquez Ureña como muy importantes están la His-
toria de Belgrano y de la independencia argentina y la Historia de San Martín y la
emancipación sudamericana de Mitre, la Historia de la república argentina de Vicente
Fidel López, la Campaña del Ejército Grande de Sarmiento, Un decenio de la historia
de Chile de Diego Barros Arana, y la Historia universal, la Historia de México para
niños, la Evolución política del pueblo mexicano y Juárez, su obra y su tiempo de Justo
Sierra. Además se señala como muy importante a Joaquín García Icazbalceta.
19 Véase Carlos Rincón, El cambio de la noción de literatura y otros estudios de teoría y
crítica latinoamericana, Bogotá, Colcultura, 1978.
Pedro Henríquez Ureña y la Biblioteca Americana 203
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204 Rafael Mondragón
Fernando Degiovanni
City University of New York, Graduate Center
1 Américo Castro a Amado Alonso, 1 de octubre de 1937. Todas las citas de las cartas de
Castro provienen del archivo de Amado Alonso, depositado en el Centro de Documen-
tación de la Residencia de Estudiantes de Madrid.
2 Américo Castro a Amado Alonso, 18 de diciembre de 1928; 9 de enero de 1929; 18 de
febrero de 1929.
3 Américo Castro a Amado Alonso, 5 de junio de 1937.
4 Américo Castro a Amado Alonso, 12 de julio de 1940.
Opacidad, disciplina, latinoamericanismo 209
13 Cf., por ejemplo, Fuentes, Ventura; François, Victor E. (1917): A Trip to Latin America
(In Very Simple Spanish), New York: Holt; Albes, Edward; Warshaw, J. (1917):Viajando
por Sud America, New York: Holt.
214 Fernando Degiovanni
los heroísmos casi fabulosos de los siglos anteriores, entonces los pueblos
de Hispanoamérica se desplomaron…” (Castro 1941: 7). Por lo demás,
la necesidad de defender la fundación y continuidad del legado colonial
en América hace que Castro señale que la emancipación de las colonias
no fue tal. En este sentido, no presenta los movimientos independentistas
como producto de la agencia criolla. Se trata, para él, de un proceso de
“fragmentación” debido a una “guerra civil”. De hecho, Castro insiste en
la idea de que España y las repúblicas americanas comparten la misma
trayectoria política aún después de la emancipación: “la independencia de
Hispanoamérica no se debe a que ésta fuese de una manera y España de
otra … Ambas eran esencialmente la misma cosa, y se separaron una de
otra por los mismos motivos que las diferentes regiones de Hispanoaméri-
ca formaron luego naciones distintas y desunidas. Se trata, por consiguien-
te, de un proceso de fragmentación, no de emancipación” (Castro 1941: 86;
el subrayado es mío).
Frente a la época de un dominio español estable desde el punto de
vista político y productivo en lo económico, la emancipación –asociada
a lo “inhumano”– causó “un largo período de anarquía, que las nacientes
repúblicas habían de tardar largos años en sustituir por sistemas de go-
biernos más humanos y eficaces” (Castro 1941: 88). Castro condena en el
fondo la idea de soberanía y autodeterminación, y usa los mismos términos
que él aplica a los indígenas –“bárbaros”, “crueles”, “inhumanos” (Castro
1941: 14, 21, 41)– a la guerra de la independencia: después del régimen
colonial, la “guerra de la independencia había sido bárbara y cruel; aquellos
países quedaban ensangrentados, empobrecidos y, para un largo tiempo,
sin rumbo ni disciplina posible” (Castro 1941: 89). Para el exiliado de la
República, cualquier articulación de demandas populares colectivas resulta
condenable. Frente a la “minoría culta de los que leían libros”, burócratas
y comerciantes, “se alzaba el pueblo rudo y fuerte, que tenía necesidades e
instintos, que no sabía de ideas porque nadie se las había enseñado” (Cas-
tro 1941: 97). La masa “rebelde a la norma y a la disciplina de la cultura
tradicional” (Castro 1941: 100) debía ser domesticada progresivamente
con la instalación de regímenes fuertes que buscaban “acentua[r] el carác-
ter hispánico de su cultura” (Castro 1941: 102). Apuntaría en este sentido
que la clase rectora de cada país latinoamericano que “aspira[ba] a un gran
destino” (108) debía reinstaurar la tradición hispánica; es lo mismo que
tenía que hacer la dirigencia norteamericana en su carácter de nueva depo-
sitaria del poder colonial en la región.
Opacidad, disciplina, latinoamericanismo 217
14 Siguiendo la repulsa por los nombres dados al continente que “niegan” sus orígenes his-
pánicos iniciada por Juan Valera y Menéndez Pelayo en la última parte del siglo xix, en
el primer párrafo de Iberoamérica... señala a sus lectores americanos: “Se da el nombre
de Iberoamérica al conjunto de naciones americanas cuyo idioma nacional es el español
o el portugués. La razón de llamarlas así es que todos esos países fueron descubiertos,
colonizados y civilizados por España y por Portugal, que, juntos, constituyen la Penín-
sula Ibérica” (Castro 1941: 1). Por lo demás, se ha notado cómo siempre usa el nombre
Latin America en inglés en sus cartas, de modo irónico: “eso de Latin America”, “cosas
‘Latin American’”.
220 Fernando Degiovanni
pueblos ibéricos, América hubiera tardado Dios sabe cuánto tiempo en ser
conocida, dominada y poblada por gentes europeas” (Castro 1941: 41).
La narración sublimada del rol del gobierno colonial español que ofre-
ce Castro, así como la interpretación de la historia de la región en tér-
minos de España, no es, sin embargo, particularmente original: sigue la
tradición providencialista del hispanismo de otros republicanos exiliados.
Sebastiaan Faber ha sostenido que los republicanos liberales y socialistas
residentes en México coincidieron con los franquistas en la defensa de un
hispanismo cuyo propósito era atribuir todos los logros del período colo-
nial –incluso las contribuciones indígenas– a la cultura española: “both
the language and symbolism [de fascistas y antifascistas], as well as the
underlying ideology, are sometimes uncomfortably similar” (Faber 2002:
50). En esa dirección, Faber agrega que el hispanismo, para unos y otros,
“while seemingly pan-nationalist, ultimately did not transcend the exile’s
cultural nationalism. It never became post-national” (Faber 2002: 48);
ambos “posited Hispanic culture as the only authentically human form of
civilization” (Faber 2002: 137).
Sin embargo, mientras los residentes en México podrían recuperar la
dicotomía arielista entre materialismo y espiritualismo cara a los miembros
de la Generación del 98, la crítica al capitalismo individualista –y la “ove-
rall characterization of Anglo-Saxon modernity as excesivelly ‘materialist’
and their claim of Hispanic culture’s inherent ‘spirituality’” (Faber 2002:
50)– no fue una opción para los emigrados a los Estados Unidos. El pana-
mericanismo partía de la premisa de que era posible asociarse y dominar
comercialmente a un vecino dispuesto a ingresar en la modernidad impe-
rial. En este sentido, si para unos predominaría la construcción de una his-
toria occidental en la que España aparecía como “salvadora” moral de una
civilización destruida por el capitalismo (razón, tecnología, utilitarismo,
eficiencia, secularismo) de los dos poderes que la habían liquidado como
potencia imperial (Gran Bretaña y los Estados Unidos), para los otros Es-
paña aparecía como la “salvadora” del proyecto norteamericano.
De hecho, Castro es capaz de articular una crítica a la colonización
española: “Si enfocamos la dominación española desde este punto de vista
industrial y comercial, habría que decir que fue muy defectuosa”; sus líde-
res, “no sabían amoldarse a una vida metódica y prosaica, como si fueran
comerciantes o industriales, sometidos a principios de orden y razón” (Cas-
tro 1941: 40). Pero sostiene que no todo había sido pérdida; la economía
española, en última instancia, había sido una fuente crucial de creación
222 Fernando Degiovanni
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Crítica de la historia – historia de la crítica:
Américo Castro y Ernst Robert Curtius
Anne Kraume
Universität Potsdam
2 Con respecto a la noción del naufragio en Ortega, véase Kraume 2010: 153-192.
Américo Castro y Ernst Robert Curtius 227
Es en esta misma línea argumentativa que hay que entender las ideas
que formula Américo Castro en su carta a Ernst Robert Curtius: si se la
entiende en el contexto de la reflexión filosófica contemporánea, la histo-
ria no se construye simplemente a través de los grandes sucesos y eventos, y
no se puede narrar mediante el recurso a la supuesta objetividad de la abs-
tracción. En vez de ello, lo que le importa a Américo Castro es la relación
que existe entre los sucesos y “la vida en donde acontecen y existen” – así lo
describe en otro texto, La tarea de historiar, publicado pocos años después
de España en su historia (Castro 1954: 21).
Ahora bien, la suposición del historiador y filólogo español de que
su correspondiente alemán no va a compartir plenamente este punto de
vista, se fundamenta en su lectura e interpretación de la visión histórica
que Curtius defiende en su obra principal Europäische Literatur und la-
teinisches Mittelalter, publicada también (como España en su historia) en
1948. De hecho, Américo Castro ha leído el libro en la versión original
alemana antes de que el Fondo de Cultura Económica publicara en 1955
la traducción de Margit Frenk Alatorre y Antonio Alatorre, y se lo comenta
a Curtius en otra carta a finales de 1950.3 Pues bien, no es de extrañar que
para Castro, lo interesante en este contexto sea precisamente la cuestión de
si era posible relacionar las ideas históricas promulgadas por Curtius en Li-
teratura europea y edad media latina con las suyas propias, como las expone
por primera vez de una manera coherente en España en su historia, y como
las defenderá y refinará en sus siguientes libros y artículos.
En Europäische Literatur und lateinisches Mittelalter, Curtius se enfoca
en la idea de la continuidad del proceso histórico – continuidad que deriva
de lo que él llama “die Verkettung der historischen Bezüge”, o sea “el en-
cadenamiento de las relaciones históricas” (Curtius 1993: 385, en español
1998: 545). Lo que le fascina al filólogo alemán en razón de esta continui-
dad creativa es la capacidad de ésta de sobreponerse también a períodos de
estancamiento y de aflojamiento, e incluso de “enrudecimiento” (como él
lo formula no sin razón, dado que su libro se publica sólo tres años des-
pués de terminar la Segunda Guerra Mundial), y de esta manera promover
un “espíritu europeo” que se traduciría sobre todo en la tradición literaria
del continente (Curtius 1993: 398, en español 1998: 565). Por eso, en
el primer capítulo de su estudio, Curtius nombra sin ambages la meta
3 Véase Américo Castro: Carta a Ernst Robert Curtius, 14.11.1950 (Deutsches Literatur
archiv Marbach, legado Curtius).
228 Anne Kraume
que está persiguiendo con las investigaciones extensas de las que consiste
Literatura europea y edad media latina: se trata de promover una “europei-
zación del cuadro histórico” (Curtius 1993: 17, en español 21998: 23), y
de trascender de esta manera el fraccionamiento del espacio europeo en
entidades nacionales aparentemente inconexas.4 En este contexto, Curtius
está partiendo de una visión de Europa que se niega a ver en el continen-
te una simple “expresión geográfica”, como él dice citando a Metternich
(Curtius 1993: 16, en español 1998: 22), sino que lo interpreta como una
“historische Anschauung” (Curtius 1993: 16, en español 1998: 22), es
decir como una visión histórica. En lo que sigue precisa que para él, esta
visión histórica se compone a partir de dos tradiciones complementarias:
una antigua y mediterránea y otra moderna y occidental (Curtius 1993:
19, en español 1998: 26). Por consiguiente, para Ernst Robert Curtius, la
historia europea es el proceso en el que se realizaría la continuidad de estas
tradiciones – una continuidad que se manifiesta según su interpretación
sobre todo en la literatura.
¿En qué consisten, pues, los paralelismos entre esta interpretación de
la historia y la que está promoviendo Américo Castro en la misma época?
¿Dónde están las divergencias a las que éste alude con su símil de los
calvinistas y de los católicos? ¿Y qué tienen que ver la historia y las distintas
formas de entenderla y de interpretarla con la manera de la cual los dos
correspondientes entienden la crítica literaria y su función en la sociedad?
A continuación, me propongo responder a estas preguntas y averiguar, en
lo posible, su relación con las polémicas que provocaron las tesis de Améri-
co Castro, y, en una menor medida, también las de Ernst Robert Curtius.
4 Con respecto a la visión de Europa por la que está abogando Curtius, véanse Jacque-
mard-de Gemeaux 1998 y Kraume 2010.
5 En una Nota previa a la publicación de España en su historia en 1983, precisa la hija de
Américo Castro, Carmen Castro, que La realidad histórica de España es, efectivamente,
un “libro […] totalmente nuevo, pero crecido desde idénticos supuestos ideológicos a
los de su antecesor.” (Carmen Castro 2004: 143).
Américo Castro y Ernst Robert Curtius 229
de Unamuno que reza: “No hace el plan a la vida, sino que ésta se lo traza
a sí misma, viviendo.” (Castro 2004: 145) La acentuación de la vida vivida
a la que pone de manifiesto esta cita de Unamuno es programática para
Castro: lo que va a defender en el libro que con ella se inicia es precisa-
mente la primacía de la vida humana cuando se trata de entender lo que es,
históricamente, la cultura: “Au fond, nous tous nous sommes hantés par la
préoccupation de la ‘réalité’, et c’est justement pour cela qu’il doit y avoir
une bonne part de vérité ‘vitale’ dans ce que nous faisons”,6 así le explica a
Ernst Robert Curtius, en una carta de agosto del 1950, la convicción que
constituye el fundamento de su razonamiento a partir de los años 40. No
define con más detalles a esta “verdad vital”, pero el contexto en el que ésta
se menciona hace probable que Castro se esté refiriendo tanto a su propia
vida como a la vida humana en general. Y efectivamente es con un sugesti-
vo neologismo, creado a partir de tal acentuación de la vida en particular y
en general, que el autor hace referencia, en un texto con el título Ensayo de
Historiología (texto al que alude en su carta de setiembre 1950 a Curtius y
que data del mismo año que dicha carta), al que será el concepto clave de
su visión historiológica:
Entre la idea metafísica, ahistórica, metahistórica (o como quieran llamarla)
del hombre, y la mole y [el] revoltijo inabarcables de las acciones y aconte-
cimientos presentes o pasados con que nos enfrentamos, inserto el supuesto
de las estructuras funcionales, o vividuras, pluralizadas, a fin de poder hacer
pie en algo real y unívoco de la historia. Todo ser humano se nos aparece
viviendo, en cuanto hombre, en y desde una vividura. Esta se hace presente
en un modo y en un curso de vida, condicionados […] por ciertas tenden-
cias posibilitantes y por ciertas tendencias excluyentes, es decir, por un cierto
modo de hacer y de no hacer, por acciones y por omisiones. […] El día que la
historia se enfoque desde la realidad radical del auténtico vivir histórico, será
posible hablar de […] vividuras plenas y firmes, y de otras flojas o indecisas;
de vividuras a medio hacer, híbridas, exhaustas, confiadas, estáticas, trágicas,
muy valiosas, menos valiosas, etc. (Castro 1950: 10-11).
por un lado y las circunstancias muy concretas de la vida de cada uno por
otro; de esta manera sirven también para subdividir la historia global en
entidades manejables, abarcables e interpretables. Aunque cabe señalar que
el alcance de tal visión historiográfica no se limita al caso español, sino que
ésta pretende ser universal y aplicable a cualquier entidad cultural (como
lo deja bien claro el autor cada vez que se refiere a su idea de la vividura),
es a través de la interpretación innovadora de la historia española como la
desarrolla en España en su historia que la noción de vividura despliega toda
su fuerza de propulsión. Para Castro, la historia española sólo se entiende
si se considera su inserción en el ámbito europeo por un lado y su peculia-
ridad dentro de este ámbito por otro: “España era una porción de Europa,
en estrecho contacto con ella, en continuo trueque de influjos. […] España
nunca estuvo ausente de Europa, y sin embargo su fisonomía siempre fue
peculiar […]” (Castro 2004: 154), así lo describe al principio de su obra
principal. De esta manera, el camino particular que ha emprendido Espa-
ña a partir de la conquista árabe en 711 y la consiguiente convivencia de
las culturas cristiana, mora y judía a las que alude el subtítulo de esta obra,7
se explicaría, según él, precisamente a partir de la vividura especial que esta
convivencia de las tres culturas significó para los que la experimentaron.
Por tanto, si la realidad de la historia se ubica para el filólogo e historiador
español, en las palabras de José Luis Gómez Martínez, “en la conexión
que existe entre los hechos y las vivencias humanas que los motivaron”
(Gómez Martínez 1975: 40), lo que es preciso para llegar a una interpre-
tación adecuada de la historia española es tomar en cuenta justamente las
condiciones y las consecuencias de esta convivencia de las culturas en la
España medieval. De esta manera, Castro pretende hacer desaparecer la
idea de una “esencia” abstracta e intemporal de España: según él, la histo-
ria española sólo se puede entender a través de la relación dinámica entre
el funcionamiento básico y muy concreto de su vividura y la creación de
ciertos valores específicamente españoles, por un lado, y la experiencia de
ciertos problemas también irreduciblemente españoles, por otro.8
7 El título completo del libro de Castro es España en su historia. Cristianos, moros y judíos.
Con respecto a la noción de “convivencia” en Américo Castro, véase Gelz 2012.
8 Véase por ejemplo los comentarios respecto a la “Historia de una inseguridad” en Espa-
ña en su historia que explican la conciencia de sí mismo que tiene el país a partir de una
“postura defensiva” que hubiera asumido frente a los demás pueblos europeos (Castro
2004: 153-175, en particular 164).
Américo Castro y Ernst Robert Curtius 231
Desde este punto de vista, resulta más clara la razón por la cual Américo
Castro supone, en toda su correspondencia con Curtius, que éste no vaya
a compartir su visión de la historia y de la vida: efectivamente, no es una
casualidad que escriba en rojo la palabra “nos”, refiriéndose a “nuestras”
investigaciones – no sólo considera insuficientes sus propios acercamientos
a la filología romance (como los había practicada antes de su “conversión”),
sino también los de su correspondiente (e igualmente los de los demás co-
legas de los cuales no espera mucho al respecto, como se lo comenta varias
veces a Curtius en sus cartas). Aquí se nota cierta ambivalencia en la argu-
mentación de Américo Castro: si bien la frase sobre la insuficiencia de las
investigaciones filológicas tradicionales incluye también a las de Curtius, el
filólogo español parece concederle más crédito que a otros colegas cuando
dice a continuación: “Vos pensées vont au fond des problèmes et vous les
exprimez d’une façon délicieuse (un mélange heureux de ‘Gründlichkeit’
et de grâce romane).”12
Pero aún así, no podía esperar que Curtius compartiera plenamente
su giro hacia el reconocimiento de la importancia de las presencias judía y
árabe en Europa para llegar a una valoración adecuada de la cultura (y la
literatura) europeas. Al contrario: de hecho, la filología como la practicaba
Curtius responde más bien a la descripción que hace Castro de su propia
postura desfasada antes de haber ampliado el campo y el enfoque de sus
investigaciones. Así, ni en sus libros anteriores a Literatura europea y edad
media latina, ni tampoco en esta obra principal, Curtius toma realmente
en cuenta las aportaciones del Islam o del judaísmo a la cultura y literatura
europeas y en particular españolas. Al contrario, la visión de la literatura
que promulga a lo largo de su vida ve a aquélla como un fenómeno me-
ramente occidental, y se basa en una imagen de Europa que construye la
tradición literaria del continente precisamente a partir de los elementos
que enumera Américo Castro como insuficientes: la Romania (en este con-
texto, hay que señalar que Curtius parte de la idea de una “translatio Im-
perii” y una “translatio studii” que ubica el inicio de la cultura europea en
el imperio romano (Curtius 1993: 38, en español 1998: 52)),13 Grecia (de
hecho, sitúa el origen de la literatura con Homero (Curtius 1993: 22, en
14 Aquí, Curtius habla de las épocas de la literatura europea que según él empieza con
Homero y llega hasta Goethe.
15 “Spanien ist geographisch und geistig das exzentrische Land.” (Curtius 1963: 265).
Con excepción de las de Literatura europea y edad media latina que provienen de la edi-
ción española del Fondo de Cultura Económica, todas las traducciones de las citas de
Curtius son mías (A.K.). Antes, Curtius había explicado a la historia española a partir
de la idea del “espíritu castellano” que hubiera inventado la idea de la unidad española
en la lucha contra los moros, para realizarla después en la expansión global (Curtius
1963: 251). En su discusión de la obra de Ortega, llega así a la conclusión de que lo que
él llama “el perspectivismo” del filósofo español es la consecuencia de esta excentricidad
de España: “Der Perspektivismus ist vielleicht die notwendige Perspektive Spaniens.”
(Curtius 1963: 265).
Américo Castro y Ernst Robert Curtius 235
Aquí se nombra por fin (de una manera discreta y cortés) lo que Castro
supone ser, con toda la razón, la disyuntiva entre su modo de ver las cosas
y él de Curtius: cuando dice que en Literatura europea y edad media latina
“hay posibilidades” de referirse a las distintas vividuras (para él esenciales)
de la historia europea, es precisamente porque su correspondiente alemán
deja sin aprovechar estas posibilidades porque no le interesa en la misma
medida que a Castro destacar las vividuras a las que éste se refiere. En la
única carta de Ernst Robert Curtius a Américo Castro que hemos podido
localizar, Curtius admite esta laguna sin ambages. En esta carta (que como
la mayoría de las de Castro a Curtius data de otoño de 1950) le agradece
a Américo Castro el envío de España en su historia, lo felicita efusivamente
por esta obra a la que califica como “excelente” y “monumental”, y comen-
ta ampliamente algunas de las preguntas que había planteado el filólogo
español en su libro.19 En este contexto, Ernst Robert Curtius menciona un
artículo suyo, recién publicado en la revista estadounidense Comparative
Literature, en el que tocaría de pasada, según él, la cuestión central de
Américo Castro – cuestión que ahora, después de su lectura de España en
su historia, vuelve a presentársele a Curtius con más insistencia. Y en efec-
to, es de una manera más explícita que de costumbre que Curtius alude en
este artículo a la simbiosis de las culturas en la España medieval al decir:
Pero la Hispania de los romanos no es idéntica a la España del Cid, como
tampoco es idéntica la Galia de César a la Francia de las cruzadas. Hispania
es una noción geográfica y administrativa, la España del Cid es una sustancia
nacional. Esta sustancia sólo pudo formarse a través de la absorción de los
visigodos, a través de la simbiosis con el islam y la reconquista iniciante, como
Francia a través de la absorción de los normandos.20
21 “Aber es war eine blosse Andeutung” (Ernst Robert Curtius: Carta a Américo Castro,
19.10.1950 (fundación Xavier Zubiri, Madrid, CAC-28-02-0093)).
22 “eine überzeugende Darstellung grossen Stils, die zu einer allgemeinen Revision der
spanischen Geschichte führen wird” (Ernst Robert Curtius: Carta a Américo Castro,
19.10.1950 (fundación Xavier Zubiri, Madrid, CAC-28-02-0093).
23 “Haben wir ein literarisches Phänomen isoliert und benannt, so ist ein Befund gesi-
chert. Wir sind an dieser einen Stelle in die konkrete Struktur der literarischen Materie
238 Anne Kraume
eingedrungen. Wir haben eine Analyse vollzogen. Sind ein paar Dutzend oder ein paar
Hundert solcher Befunde gewonnen, so ist ein System von Punkten festgelegt. Man
kann sie durch Linien verbinden; das ergibt Figuren. Betrachtet und verknüpft man
sie, so hat man einen übergreifenden Zusammenhang.” (Curtius 111993: 386)
24 Américo Castro: Carta a Ernst Robert Curtius, 14.11.1950 (Deutsches Literaturarchiv
Marbach, legado Curtius).
Américo Castro y Ernst Robert Curtius 239
Bibliografía
25 “Für die Literatur ist alle Vergangenheit Gegenwart, oder kann es doch werden.” (Cur-
tius 1993: 24), en español: “Para la literatura, todo pasado es presente o puede hacerse
presente.” (Curtius 1998: 33)
240 Anne Kraume
Correspondencia:
Friedhelm Schmidt-Welle
Ibero-Amerikanisches Institut, Berlin
abierto la obra de Cornejo Polar, tanto a nivel teórico como para el análisis
concreto de las praxis simbólicas en América Latina. En cambio, conside-
ro que las nociones teóricas de Cornejo Polar incluso se podrían emplear
en la interpretación de las culturas y literaturas poscoloniales en general
(Schmidt 2000) porque la heterogeneidad socio-cultural caracteriza, a mi
modo de ver, toda sociedad poscolonial.
En otra ocasión, he escrito una introducción a la trayectoria y la obra
de Cornejo Polar, considerando el ámbito y los debates académicos en
los cuales esta obra se desarrollaba, y tratando, sobre todo, sus conceptos
teóricos (Schmidt-Welle 2013). Lo que me propongo ahora es una revisión
de sus escritos que se basa en esa introducción, pero con un enfoque en las
políticas de la crítica. Para llevar a cabo esa tarea, quisiera discutir el con-
cepto del trabajo filológico que desarrolla Cornejo Polar desde sus escritos
tempranos y que mantiene incluso en las formulaciones más sofisticadas
de su teoría cultural.
2. De la filología a la teoría
Cornejo Polar se inicia en los estudios literarios durante los años 60 del
siglo pasado con algunos trabajos sobre la época colonial y los Siglos de
Oro (Mazzotti 2002: 38)1 que quedan disimulados por sus investigaciones
posteriores en los campos de las culturas y literaturas latinoamericanas de
los siglos xix y xx, quizá por el hecho de que algunos de ellos se realizaron
en función de una mejor comprensión de la complejidad cultural contem-
poránea y de sus rasgos históricos. El más importante de esos trabajos es,
sin duda, Discurso en loor de la poesía: estudio y edición, publicado en 1964.
Cornejo Polar acompaña su edición crítica del Discurso, de la autora anó-
nima (o autor anónimo) “Clarinda”, y publicado originalmente en 1608,
con un extenso estudio sobre la situación general de la literatura colonial,
el problema de la identidad de la autora (o del autor) del texto, y un aná-
lisis minucioso de la estructura temático-formal y las fuentes (hoy en día
diríamos la intertextualidad) del Discurso.
tución del narrador, aspectos que ya son visibles en el análisis del Discurso
en loor de la poesía, aunque con la diferencia de que, en ese último caso, se
trataba de poesía y no de la prosa que analiza Cornejo Polar para fundar
su teoría de la heterogeneidad sociocultural y literaria. Veremos cómo se
construye esa teoría.
Cornejo Polar entiende por literaturas heterogéneas
[…] especialmente aquéllas que realizan en sí mismas la conflictividad de
todo el sistema; esto es, las que se producen en la intersección de dos siste-
mas literarios y de sus respectivas bases sociales, en el marco de espacios de
confluencia socio-cultural que delatan, con máxima claridad, los problemas
de una literatura engarzada en universos distintos y hasta opuestos (Cornejo
Polar 1980a: 56).
Cornejo Polar anticipa aquí lo que más tarde reformulará para introducir
la noción de heterogeneidad literaria: la existencia de dos mundos en el
proceso literario de la novela indigenista: el de la producción, el texto y
la difusión/recepción, por una parte, y el del referente indígena, por otro.
En la introducción al libro, aclara su metodología. Afirma
[…] la necesidad de trabajar monográficamente, sobre textos aislados, como
paso previo a la elaboración de visiones más amplias del proceso histórico
de nuestra literatura. Este libro es el resultado de la primera parte de dicho
proyecto: recoge los trabajos críticos que, bajo el modelo del “análisis e inter-
pretación de textos”, quieren dar razón de la organización, funcionamiento y
sentido de ciertas obras consideradas especialmente valiosas en la historia de
la novela peruana (Cornejo Polar 1977b: 5).
248 Friedhelm Schmidt-Welle
los principios, valores e intereses de otros sectores del país” (Cornejo Polar
1977b: 31) en la novela Aves sin nido, de Clorinda Matto de Turner.
En general, en el libro se puede percibir un desplazamiento del análisis
de los acontecimientos, los personajes, la representación del espacio, y de la
función del narrador (Cornejo Polar 1977b: 9, 11-20, 33-47, 50-52) hacia
cuestiones de cosmovisión, sobre todo presentes en las interpretaciones de
la narrativa de José María Arguedas (Cornejo Polar 1977b: 85-137). Es en
ese contexto en que Cornejo Polar habla –quizá por vez primera– explíci-
tamente de la heterogeneidad de los textos de ese escritor cuando destaca
“[…] una tenaz obsesión arguediana: la dislocada e hirviente heterogenei-
dad del Perú, las interminables contiendas entre los mundos socio-cultura-
les que comparten su espacio y su historia” (Cornejo Polar 1977b: 140). Y
añade que, en el caso de Arguedas, se trata además de una heterogeneidad
lingüística debido a su producción bilingüe (Cornejo Polar 1977b: 141).
El método filológico de Cornejo Polar y el enfoque en una teorización
de la heterogeneidad con base en el análisis concreto de textos literarios
también son importantes con respecto a los cambios en la formulación de
su teoría de la heterogeneidad sociocultural y literaria a fines de la década
de 1980 cuando introduce una nueva categoría: la heterogeneidad interna
en todos los niveles del proceso literario.
De cierta manera, esta heterogeneidad interna en todos los niveles del
proceso literario ya estaba presente en sus artículos anteriores, pero sin que
Cornejo Polar la hubiera formulado de manera explícita en el sentido de
convertirla en una noción teórica. El cambio que realiza el crítico en su
teoría de la heterogeneidad conlleva un cambio de perspectiva que va desde
la heterogeneidad de la producción literaria y textual como producción so-
cial (D’Allemand 2000: 123-136) hasta la representación discursiva de la
heterogeneidad interna. Aunque este cambio se anuncia en su libro La for-
mación de la tradición literaria en el Perú (Cornejo Polar 1989a), es en un
artículo publicado en 1992 en donde se desarrolla plenamente, mediante
una consideración de la influencia de la oralidad primaria de las culturas
andinas en un poema de César Vallejo (Cornejo Polar 1992).
Como hemos visto, Cornejo Polar basa sus formulaciones teóricas en
el trabajo filológico concreto, en el análisis primero de textos aislados y
después de conjuntos de textos como la literatura indigenista peruana,
análisis que incluyen una postura crítica en cuanto a la ideología de sus
autores. La misma metodología la emplea en su labor como profesor uni-
versitario, como nos recuerda José Antonio Mazzotti:
250 Friedhelm Schmidt-Welle
Entre los rasgos básicos de [sus] cursos destacaba la fluidez entre el discurso
teórico y sus posibles aplicaciones prácticas. Implícitamente, Antonio mate-
rializaba en sus clases la idea de un sentido concreto de la formulación teórica,
convirtiendo ésta en verdadera herramienta –y no en finalidad estéril– de la
reflexión (Mazzotti 1999: 36).
3 Cf., con respecto al estado actual de los estudios culturales y la crítica cultural latinoa-
mericanas y/o latinoamericanistas, respectivamente, Schmidt-Welle (2006; 2010).
Una filología alternativa desde América Latina: Antonio Cornejo Polar 253
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Creación y crítica
Soledad Acosta de Samper (1833-1913) y el
romanticismo. La narrativa como forma de
crítica en el siglo xix latinoamericano
Carolina Alzate
Universidad de los Andes, Bogotá
1. Introducción
Este artículo quiere mostrar la manera en que una escritora colombiana del
siglo xix, Soledad Acosta de Samper (1833-1913), busca inscribir su voz
en la tradición crítica hispanoamericana, específicamente en la del roman-
ticismo. Se verán dos momentos de su producción: la primera aparición
pública en sus corresponsalías desde París (1859) y un momento ulterior
de desarrollo en su novela de 1876, Una holandesa en América (segunda
versión de 1888). Su debate con la manera en que el romanticismo piensa
los territorios de ultramar y a las mujeres no se da inicialmente en el es-
pacio formalizado del ensayo sino dentro de la corresponsalía “femenina”
y la novela. Sus publicaciones de finales del siglo sugieren que para ese
momento ha ganado la autoridad suficiente para desarrollar sus ideas en el
género del ensayo propiamente dicho. El artículo mostrará qué estrategias
emplea esta escritora para entrar en el espacio político de discusión sobre
el Nuevo Mundo del americanismo republicano y sobre el lugar dispuesto
allí para las mujeres.
Antes de entrar en el tema, quiero señalar que encuentro apropiado
el llamado de atención hecho por Friedhelm Schmidt-Welle (2013) en el
sentido de la cautela con la que se debe emplear el vocablo de romántico en
el estudio de las literaturas hispanoamericanas. Tanto en Europa como en
nuestro continente debe hablarse de romanticismos en plural, y el nuestro,
como señalaron ya Barreda y Béjar (1999), es un conjunto heteróclito de
ideas que se constituye a partir de la apropiación interesada y selectiva he-
cha por el grupo letrado que se auto-asignó el diseño de la nación. No sólo
las historiografías del siglo xx emplearon el término de romántico: también
lo hicieron los escritores y escritoras a lo largo de varias décadas del siglo
xix. Qué los haya motivado a hacerlo y cuáles sean sus contenidos especí-
260 Carolina Alzate
2. La “Revista Parisiense”1
1 En lo que sigue retomo una reflexión hecha por mí, en otro contexto, en el artículo
“Autobiografía y géneros autobiográficos. Soledad Acosta de Samper, entre el relato de
viajes y la novela”. Relatos autobiográficos y otras formas del yo, compilación de Carmen
Elisa Acosta y Carolina Alzate. Bogotá: Ediciones Uniandes y Siglo del Hombre Edito-
res, 2010. 137-156.
262 Carolina Alzate
sión dentro de los confines del discurso establecido: “Para una mujer cuya
identidad de género estaba definida por la Iglesia y el Estado, el ensayo
ofrecía un lugar para desmitologizarse y dar testimonio sobre la realidad
desde su perspectiva” (Meyer 1995: 4). Con frecuencia esas formas híbri-
das están signadas por la autocensura y ambivalencia (Meyer 1995: 5, 6),
como también vemos que ocurre aquí.
Ya en este momento tan temprano de escritura pública la autora abor-
da sus dos temas principales: la patria y las mujeres. Con respecto de la
patria, en una de sus reseñas sobre literatura se muestra preocupada por la
manera en que desde Europa se narran los territorios de ultramar, y quiere
denunciar y corregir esa situación:
Hace como diez o doce días que apareció en el mundo literario una novela
de una señorita Girard, de la cual empiezan a hablar con elojios. Esta obrita
[publicada en tres tomos pero en realidad corta] [...] lleva el epígrafe [título]
de Paquita, i es una serie de cuadros de la revolución de 93, i de varias des-
cripciones de costumbres de la India. La trama es anticuada i ridícula, [...]
los caracteres, en lo jeneral, son forzados o poco naturales. En cuanto a las
descripciones de la India, imajinadas por una persona que apenas conoce la
Francia, no pueden ser verídicas. Esta moda de componer novelas sobre países
que jamás ha visto el autor se está haciendo mui común [...] [El autor] se sueña
poemas magníficos en que los personajes son estraños i nobles, i donde el vil
metal llueve sobre los héroes con una constancia estraordinaria; i no hai ni
serpientes, ni calor ni mosquitos, así es que no se encuentra ningún obstáculo
para hacer el bien o el mal. Todo se allana ante los millonarios puestos en
escena (No. 49).
saciones con sus amigos, entre los cuales está su futuro novio, así como en
la lucha contra la dictadura de 1854 (es una novela histórica); sus cartas
a Lucía con frecuencia tratan con conocimiento y agudeza los problemas
políticos de su momento. Se casa movida por el amor y por el deseo, pero
sin idealizar por ello la institución matrimonial:
Veo que Rafael desearía hallar en mí una mujer más tierna, más sumisa, más
femenina quizás. Los hombres me han dicho, y yo lo siento así: buscan en
el ser amado absoluta sumisión; quieren ejercer un dominio completo sobre
nuestra alma; figúraseme a veces que ellos querrían vernos moralmente a sus
pies, a pesar de que se fingen nuestros vasallos y nos llaman ángeles y diosas.
[...] Ya me parece oírte decir: “[...] si quieres hallar en un hombre de mundo
un Rafael de Lamartine o un Manfredo de Lord Byron, ¿por qué te casas?”
[...] Ya me lo han dicho: el matrimonio arranca las delicadas ilusiones del
alma, y la mujer casada nada tiene de poética (Acosta 2007: 250-251).
4. Cierre
Bibliografía
que hay que perdonarle todos sus embustes y aceptarle como ella es […]”
(apud Torri 1995: 184).
He iniciado con esta sabrosa anécdota porque exhibe a la perfección el
tono suelto y atrevido que asume la correspondencia entre Reyes y Torri,
a diferencia de la que el primero establece con Pedro Henríquez Ureña,
según señala José Luis Martínez: “[...] Reyes veneraba –no hay exageración
en el término– a Henríquez Ureña, pero al mismo tiempo estaba cohibido
ante él y reprimía su natural efusivo, lamentoso y juguetón. Si se comparan
las cartas que por los mismos años escribe a Julio Torri –cariñosas, mali-
ciosas, chispeantes y deshilvanadas–, se advertirá este cambio sensible en
el tono epistolar” (Martínez 1986: 23). Es probable que los diálogos epis-
tolares de Reyes con Henríquez Ureña contengan una mayor cantidad de
información sustantiva, pero sin duda la creatividad literaria del primero
aflora de manera más decidida cuando se dirige a Torri.
En suma, tanto para Reyes como para Torri, el novelista colombiano
encarnaba lo que desde la alta cultura se juzgaría como el “mal gusto” (im-
perante sobre todo en lo que ahora denominamos cultura de masas), como
se percibe en el comentario de Reyes, quien relata así su reacción frente al
primer brasileño que cita elogiosamente a Vargas Vila:
Yo disimulé mi sorpresa, pero luego comprendí que el nombre de este autor
venía a ser como un santo y seña, y que, en ciertos ambientes, se lo usa para
dar a entender que se está al tanto de las sublimidades poéticas de nuestra
habla. (Y conste que sólo trato aquí de “ciertos ambientes”, y que para nada
toco el verdadero mundo literario, tan fuerte y serio aquí como en cualquier
parte.) (apud Torri 1995: 184).
Añado, por mi parte, que basta con fijarse en los títulos de algunas de sus
novelas (Aura o las violetas, Flor de fango, Las rosas de la tarde, y la trilogía
274 Rafael Olea Franco
Lirio blanco, Lirio rojo y Lirio negro) para deducir de inmediato que el
lirismo exacerbado de Vargas Vila, que algunos calificarían como simple
cursilería, es totalmente ajeno a los gustos estéticos de Reyes y Torri, quie-
nes nunca se rebajaron al burdo sentimentalismo literario.
No obstante, conviene agregar, en justicia, que la repulsión de Reyes
también emana de oscuros motivos personales, porque él confiesa: “Vargas
Vila despertaba en mí no sé qué desagrados o recuerdos de la última infan-
cia, del autoerotismo, y del estéril ardor” (apud Torri 1995: 183). Es decir,
si bien a sus más de cuarenta años el honorable embajador Reyes conside-
raba deleznable la estética manejada por Vargas Vila, sin duda la vertiente
erótica de éste, que le generó tantos lectores, había atraído al joven Alfonso
durante la época de los placeres prohibidos del autoerotismo.
Como se sabe, desde su salida de México en agosto de 1913, Reyes se
convirtió en el más fiel y constante promotor de los miembros de su gene-
ración, el Ateneo de la Juventud. Así, en 1913 difundió tanto en la revista
parisina América, editada por los hermanos García Calderón, como en la
mexicana Nosotros, su artículo “El ambiente literario”, que bajo el subtítulo
de “Nosotros” hablaba de su propio grupo intelectual. Usando una prime-
ra persona del plural, Reyes dibuja así a su amigo “[...] y apenas salía de
su infancia Julio Torri, nuestro hermano el diablo, duende que apaga las
luces, íncubo en huelga, humorista que procede de Wilde y Heine y que
promete ser uno de los primeros de América” (Reyes 1956: vol. IV, 304-305;
las cursivas son mías). El calificativo de “promesa” que Reyes adjudica a
Torri se atenúa en 1941, en la versión modificada de su artículo, titula-
do ahora “Pasado inmediato”: “Y apenas salía de su infancia Julio Torri,
graciosamente diablesco, duende que apagaba las luces, íncubo en huelga,
humorista heiniano que nos ha dejado algunas de las más bellas páginas de
prosa que se escribieron entonces [...]” (Reyes 1941: 43-44). La promesa
literaria latente en Torri empezó a plasmarse en octubre de 1917, cuando
Reyes recibió en Madrid el largamente anunciado y esperado primer libro
(y, por mucho tiempo, único) de su amigo: Ensayos y poemas. El diálogo
epistolar que ellos entablan acerca de este volumen resulta cardinal para
comprender las concepciones estéticas de los interlocutores, las cuales no
siempre se declaran expresamente.
El 13 de diciembre de 1916, Torri alude así a la extensión y caracterís-
ticas de los textos que casi un año después formarían Ensayos y poemas: “Mi
libro te alcanzará uno de estos días. Es libro de pedacería, casi de cascajo.
No puedo hacer nada de longue haleine. Tengo por ello mucho despecho,
Lectura crítica entre amigos: Alfonso Reyes y Julio Torri 275
como puede verse en el dicho libro” (Torri 1995: 79). En el fondo, este co-
mentario funciona como un mero mecanismo retórico (captatio benevolen-
tiae), con el cual Torri pretende encubrir sus intenciones, pues hay muchos
indicios de que su inseguridad es una simulación; entre ellos, su solicitud
para que Reyes entregara ejemplares de Ensayos y poemas a connotados per-
sonajes del mundo cultural matritense, como los españoles Enrique Díez
Canedo y Juan Ramón Jiménez, o el mexicano Amado Nervo, a la sazón
residente en España. Es obvio que si el autor hubiera sido consciente de
la modestia de su obra, no habría intentado una amplia difusión de ella.
La misma conclusión se deduce de sus palabras, pues luego del pasaje
que he transcrito, Torri afirma, con una seguridad opuesta al verbo inicial:
“Temo que haya en él [el libro] demasiada petulancia para nuestros palada-
res estragados” (Torri 1995: 79). La mención de los “paladares estragados”
implica que, a juicio suyo, los gustos literarios de entonces están viciados,
corrompidos, por lo que los lectores podrían no ser aptos para apreciar
el valor de nuevas tendencias estéticas. En suma, pese al aparente tono
humilde de las líneas citadas, el escritor proclama la novedad extrema de
su libro, cuyo carácter especial quizá implique la falta de comprensión de
sus receptores, acostumbrados al “viciado” panorama literario de la época.
La íntima pero no tan secreta confianza de Torri en la originalidad y el
valor de su obra aumentó al conocer el comentario de Reyes, quien el 3 de
octubre de 1917, califica Ensayos y poemas con un juicio hiperbólico: “Tu
libro está escrito de una manera perfecta. Ya no necesitas aprender más”
(apud Torri 1995: 96); y luego de elogiar de forma breve y cifrada varios de
los textos, concluye con una ponderación extrema: “¿Por qué has vacilado
tanto en publicar tu libro? ¿Qué te estás tú figurando? Tenía razón Mariano
[Silva y Aceves] al decirme que era el mejor que se había escrito en México”
(apud Torri 1995: 97). Pese a que Reyes sólo era unos meses mayor que
Torri, había ganado ya cierta fama en el mundo literario hispánico, lo cual
explica que el segundo se haya entusiasmado por las alabanzas de su corres-
ponsal, como anota en una carta de noviembre de 1917: “Acabo de recibir
tu última en que me dices cosas tan gratas de mi libro. Para un primerizo
como yo, esto es para perder la cabeza” (Torri 1995: 98).
La obra misma de Torri contradice el supuesto remordimiento del au-
tor por no haber podido construir una obra de “largo aliento”, pues en
diversos pasajes de sus breves escritos, se elabora una especie de teoría lite-
raria en la que se exalta la escritura breve, al mismo tiempo que se exhibe
un enorme desprecio por los artistas que producen sin reserva, por quienes
276 Rafael Olea Franco
Claro que al lado de sus textos de “pedacería”, como los habría calificado
Torri, Reyes decanta y depura sus obras más cuidadas, las cuales tarda en
mandar a la imprenta, como sucede con su prosa lírica de Visión de Aná-
huac (1917), con el excelso poema dramático Ifigenia cruel (1924), o con
su Oración del 9 de febrero (1930), cima de la escritura autobiográfica en
México que por doloroso pudor él nunca se atrevió a publicar, aunque
para fortuna de la literatura mexicana el texto se preservó entre sus papeles
inéditos. De todos modos, en este punto conviene citar que, entre burlas
y veras, Torri emite un comentario que, leído a distancia, parece premo-
nitorio del futuro de Reyes, a quien augura: “Colecciono tus cartas […]
pienso publicar en 198… 5 tomos de obras inéditas tuyas, sin permiso de
los herederos del autor, quienes entre 1958 y 1973 habrán impreso la edi-
ción completa y definitiva de tus obras (40 volúmenes)” (Torri 1995: 53).
El contraste entre ellos en cuanto a la cantidad de su producción escrita
no podía ser mayor. A partir de su salida del país en 1913, Reyes insistió
infructuosamente, primero desde Europa y luego desde Sudamérica, para
que su amigo Torri le enviara sus textos para editar un libro suyo, lo cual
logró hasta 1940, cuando la todavía Casa de España en México, ya dirigida
por Reyes, imprimió De fusilamientos, el segundo volumen de Torri. En
cambio, por medio de sus misivas Reyes no sólo daba cuenta de sus múlti-
ples publicaciones presentes, sino también de sus vastos proyectos futuros;
esto motivó que en octubre de 1917, su estéril amigo Torri –quien en vida
sólo difundió tres libros individuales, aunque en gran medida el último
sea una refundición de los dos previos– le escribiera, alarmado: “Recibí tu
carta de septiembre. Me deja sobrecogido de espanto (tal vez de envidia
también) tu laboriosidad. Quien te reconstruya según tus obras, imaginará
que pesas cien kilos y que eres una encina de la Selva Negra. ¡Por los dioses,
Alfonso, no trabajes tanto! El arte es largo, la salud es breve” (Torri 1995:
93-94).
Pero tal vez las diferencias en la magnitud de sus respectivas obras in-
dividuales impidan percibir sus semejanzas, sobre todo la más importante
de ellas: la confluencia en una estética literaria compartida. En el entorno
cultural de la época, se suscitó una polémica sobre los modelos generales
de escritura, visible en un artículo periodístico de Antonio Caso titulado
“De la marmita al cuenta gotas”, difundido por El Universal Ilustrado el
23 de noviembre de 1917. Para comparar los dos tipos generales de estilos
literarios, Caso recurrió a una alegoría basada en utensilios comunes: la
marmita y el cuentagotas. Desde su perspectiva, el primero de ellos, usado
278 Rafael Olea Franco
Todo en estos libros de hoy se dice a medias o cuartas partes. Como para
Voltaire, créese a pie juntillas que el secreto de causar tedio está en decirlo
todo claramente. Débese sugerirlo apenas, dejando al lector su autonomía
espiritual, volviéndolo colaborador inteligente del que escribe; sin tiranizarlo
con tempestuosos endecasílabos; sin vejarlo con explosiones de mal gusto pa-
triótico; sin demagógicas contorsiones; sin ruido... (Caso 1976: 26).
Lectura crítica entre amigos: Alfonso Reyes y Julio Torri 279
Esta cita, donde se definen los rasgos diferenciales de una nueva literatura,
ilustra un fenómeno frecuente en la historia de la crítica literaria: el he-
cho de que a veces un acerbo opositor a una corriente estética renovadora
alcanza a distinguir la propuesta que ésta realiza, pero debido a su perso-
nal afiliación a otra tendencia artística, está incapacitado para disfrutarla y
para captar su función revolucionaria. Por ello Caso, que no era un lector
descuidado, identificó el elemento fundamental de la concepción estética
implícita en las nuevas corrientes literarias: la intención de que el arte fuera
sobre todo sugerencia o alusión (“pulsaciones”, según Reyes); sin embargo,
sus hábitos y gustos de lector (con base en sus competencias lingüística, ge-
nérica e ideológica) constituían un lastre que lo retenía en la orilla opuesta.
Al parecer, la relación entre Torri y el “maestro Caso”, como ya nom-
braban a este ateneísta los jóvenes universitarios, no fue nunca tersa. El pri-
mero recordaba muchos años después que Caso se había formado una mala
impresión sobre él por sus aficiones mundanas; y en cuanto a la disputa
alrededor del calificativo “cuenta gotas” que le había endilgado, opina-
ba: “[Caso] Era muy generoso. Yo escribí ‘La oposición del temperamento
oratorio y el artístico’ en contra suya. Antonio, le diré, emitía opiniones
contradictorias en corto tiempo. El texto le molestó. Escribió dos artículos
muy graciosos contra mí en El Universal. Me llamaba el ‘cuentagotas’”
(apud Carballo 1986: 171). Sospecho que estas palabras tienen una sutil
intención irónica, porque no obstante el calificativo inicial, la memoria de
Torri no pinta a su contemporáneo como muy “generoso”.
Más allá de simpatías o diferencias individuales, cabe destacar, desde
una perspectiva estética, que el concepto de literatura avalado por Caso
implica una idea de “utilidad” artística, de carácter social o histórico, que
de ningún modo es compartida por Reyes y Torri. Así, mientras éste es-
cribía los heterogéneos textos que formarían Ensayos y poemas –los cuales
lindan entre el relato corto, el poema en prosa y el ensayo breve–, Alfon-
so Reyes, además de sus artículos periodísticos que le proporcionaban el
sustento, preparó los textos que en octubre de 1920 formarían El plano
oblicuo, libro pagado por él mismo que posee, entre paréntesis, un sub-
título descriptivo semejante al de Torri: cuentos y diálogos. Este volumen
abre con un texto fechado en 1912, “La cena”, el cual es imprescindible
para entender el desarrollo de la literatura fantástica en México, pues sin
duda tiende un puente entre la tradición decimonónica y la del siglo xx;
el epígrafe de “La cena” es un enigmático verso de San Juan de la Cruz,
“La cena, que recrea y enamora”, el cual es usado en su sentido literal en
280 Rafael Olea Franco
Julio Torri interpretó de inmediato que el amigo al que Reyes se refería era
él, por lo cual le mandó, airado, una carta en la que llanamente se dirigía
a su antiguo camarada ateneísta por su nombre de pila: “Alfonso: Veo con
pena en el Bol. 5 de tu biblioteca, que sigues creyendo que yo te birlé tu
Covarrubias. Con toda energía protesto una vez más que soy absolutamen-
te ajeno a esta pérdida” (Torri 1995: 200). Luego enlista cuatro puntos por
los que no puede ser culpable. Primero, porque en 1913, teniendo Reyes
284 Rafael Olea Franco
Pero esta triste anécdota no termina aquí, pues entre los papeles de la Ca-
pilla Alfonsina, Zaïtzeff encontró, junto con la carta anterior, esta nota
manuscrita de Reyes:
Esta historia del libro la conté de cualquier modo nada más por darle aire.
Ni me importa nada, ni menos he agraviado ni nombrado para nada a Torri,
con quien mi vieja y fraternal amistad me autorizaba además a portarme con
cierta travesura y buen humor. Él se puso solemne, habló de “su honradez”;
y se puso el saco porque quiso. Se permitió una alusión de muy mal gusto a
Manuela, y habló no sé por qué del servicial Julio Torri. Pues yo no le debo
servicios y él me debe varios a mí. No tengo nada contra él y externé mi
benevolencia para él como no lo hubiera hecho con nadie. Sospecho que he
contribuido a darle nombre, cuando nadie le hacía caso. El pobre ha venido
juntando rabia contra mí gratuitamente. Tal vez porque le molesta que siem-
pre le pongan como en mi séquito, y en eso tiene razón. Al venir los festejos
de mis 70 años y verse como secundario adorno de mis alegorías [sic], estalló.
No tengo la culpa [Condescendiente, al final Reyes remata:] Lo comprendo y
lo perdono (apud Torri 1995: 202).
Por cierto que no deja de ser sintomático que en este rasgo, que ahora se
analizaría desde el concepto de intertextualidad, Reyes coincida con su
amigo argentino Jorge Luis Borges: ambos fueron autores “librescos”, ca-
lificativo que no resulta denigrante sino mera descripción de un elemento
constitutivo de su arte literario. A este carácter “libresco” de la obra de
Reyes aludían, de forma encubierta o directa, quienes le imputaban no
haber vivido lo suficiente. En uno de los pocos pasajes en que él se refiere
veladamente a su traumático pasado, comenta con disgusto:
¡Las experiencias de mi vida son tan fuertes, tan intensas! Las he asimilado tan
completa e íntegramente que ni siquiera las dejo salir al exterior. ¡Ya me dicen
que no he vivido, esos paseantes de una sola calle del mundo! ¿Quién de ellos
puede haber sufrido y gozado lo que yo? [...] Julio: yo lo he hecho todo con
mi esfuerzo, con mi voluntad. A mí me tocó un destino contaminado de mil
venenos, y yo procuré rectificarlo, y deshacer la fuerza de los venenos. A mí
la vida me lo ha ido dando todo un poco torcido, y soy yo –nadie más que
yo– quien lo ha compuesto (apud Torri 1995: 149).
dencia a Porfirio Díaz, de quien llegó a ser Ministro de Guerra, aunque sus
diferencias con el grupo de los científicos lo distanciaron del régimen. En
1909, Díaz mandó a Reyes a Europa, en un exilio disfrazado de misión mi-
litar; pero luego del inicio de la Revolución en noviembre de 1910, creyó
conveniente contar con el apoyo de uno de sus generales más prestigiosos,
quien no alcanzó a regresar antes de la renuncia de Díaz a la presidencia
(25 de mayo de 1911). Cuando por fin el general Reyes volvió a México en
junio de 1911, se sumó a la vida política y se presentó como candidato a la
presidencia, por el Partido Reyista o Republicano; sin embargo, aduciendo
que el crispante ambiente político no permitía elecciones libres, salió del
país en septiembre, antes de las votaciones, efectuadas en octubre. Desde
Texas, Estados Unidos, se dedicó a conspirar, aunque acotado por el gobier-
no de ese país, que entabló un proceso judicial en su contra por violar las
leyes estadounidenses de neutralidad; cuando cruzó la frontera mexicana
para encabezar una rebelión militar contra Madero, quien había asumido
la presidencia el 6 de noviembre, no encontró el apoyo de sus partidarios,
por lo que fue apresado en Linares, Nuevo León, el 25 de diciembre de
1911. Pasó en la cárcel de Santiago Tlatelolco todo el año 1912, pero el 9
de febrero de 1913, gracias a una conspiración múltiple en la que participó
el también preso Félix Díaz (sobrino del dictador), el general Reyes logró
evadirse de su encierro, sólo para caer abatido ese mismo día, en un vano
intento por tomar el palacio nacional (véase Niemeyer 1966). En muchos
sentidos, estos sucesos marcaron indeleblemente el destino del hijo, quien
en su obra creativa construyó una imagen idealizada de su padre (Arenas
2004). En primer lugar, Alfonso inscribió la trágica muerte de su proge-
nitor como un elemento determinante para su futuro, según manifestó de
forma dolorosa en la intimidad de su texto autobiográfico Oración fúnebre
del 9 de febrero, publicado póstumamente: “Aquí morí yo y volví a nacer,
y el que quiera saber quién soy que lo pregunte a los hados de Febrero.
Todo lo que salga de mí, en bien o en mal, será imputable a ese amargo
día” (Reyes 1990: 39). Además, este hecho histórico implicó un estigma
para él, pues de un modo u otro, lo ligó al régimen de Victoriano Huerta,
nefasto personaje que, una vez consumada la sangrienta Decena Trágica
que le permitió usurpar la presidencia, le ofreció la dudosa oportunidad de
convertirse en su secretario particular (quizá como cínica retribución, por-
que él mismo había sido el mayor beneficiario de la revuelta iniciada por el
general Bernardo Reyes). Aunque Alfonso Reyes eludió este ofrecimiento,
el exilio diplomático fue la salida más decorosa que encontró para alejarse
Lectura crítica entre amigos: Alfonso Reyes y Julio Torri 287
de una situación insostenible para él, entre otras razones porque, a dife-
rencia de su hermano Rodolfo, nunca se había interesado por participar
en política; así, en agosto de 1913, luego de obtener su título de abogado,
abandonó el país para ocupar el modesto puesto de segundo secretario de
la legación mexicana en París. En contadas ocasiones, el escritor se atrevió
a expresar la infinita tristeza y el desánimo que provocaban en él sus amigos
del Ateneo –quienes primero fueron antiporfiristas y luego simpatizantes
de la Revolución–, cuando aludían negativamente a la posición política de
su padre. Con tenacidad absoluta, él logró conjurar poco a poco el destino
envenenado que le legó su familia; y lo hizo de la única forma en que un
artista puede sublimarse: labrando arduamente una obra duradera.
Una última anotación. Como interlocutor privilegiado de Reyes, Torri
es uno de los múltiples testigos de que aquél: “Se quejaba siempre de que
se le elogiaba sin leerle” (Torri 1964: 168). Yo confío en que ahora ambos
sean elogiados a partir de su lectura. Con ello se cumpliría el consejo que
Reyes daba a su amigo en una carta del 20 de septiembre de 1920, en la
cual expresaba, a su manera, que la literatura atañe a la colectividad y no
sólo al autor individual: “Abandona todo pudor. No nos pertenecemos:
todas nuestras palabras debemos ofrecerlas a los hombres. Y yo te aseguro
que alguien, a través del tiempo, las espera para vivir por ellas” (apud Torri
1995: 90). Así pues, procuremos hacer nuestras las palabras literarias de
Reyes y Torri para poder vivir por ellas y mediante ellas.
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Fundación mitológica de la ficción crítica: “El
acercamiento a Almotásim”, de Jorge Luis
Borges
2 Éste es el pasaje de “El Sur” donde Borges ficcionaliza detalles del accidente, que ubica
“en los últimos días de febrero de 1939”: “Ciego a las culpas, el destino puede ser
despiadado con las mínimas distracciones. Dahlmann había conseguido, esa tarde, un
ejemplar descabalado de las Mil y Una Noches de Weil; ávido de examinar ese hallazgo,
no esperó que bajara el ascensor y subió con apuro las escaleras; algo en la oscuridad le
rozó la frente ¿un murciélago, un pájaro? En la cara de la mujer que le abrió la puerta
vio grabado el horror, y la mano que se pasó por la frente salió roja de sangre. La arista
de un batiente recién pintado que alguien se olvidó de cerrar le había hecho esa herida.
Dahlmann logró dormir, pero a la madrugada estaba despierto y desde aquella hora el
sabor de todas las cosas fue atroz. La fiebre lo gastó y las ilustraciones de las Mil y Una
Noches sirvieron para decorar pesadillas. Amigos y parientes lo visitaban y con exage-
rada sonrisa le repetían que lo hallaban muy bien. Dahlmann los oía con una especie
de débil estupor y le maravillaba que no supieran que estaba en el infierno. Ocho días
pasaron, como ocho siglos” (Borges 1956: 188).
“El acercamiento a Almotásim” de Jorge Luis Borges 293
3 Borges leyó a Croce durante su primer periplo europeo, ya que a punto de volver
a Buenos Aires, a principios de 1921, le envía la Estética a su amigo y corresponsal
Maurice Abramowicz (Borges 1999a: 135 y 141). El polígrafo italiano fue decisivo en
la obra borgeana, como lo demuestra su recurrencia en textos críticos y conferencias,
verbigracia en una de sus seis conferencias en Harvard (1967-1968), donde sostiene
que cuando “era joven creía en la expresión. Había leído a Croce, y la lectura de Croce
no me hizo ningún bien. Yo quería expresarlo todo. Pensaba, por ejemplo, que, si ne-
cesitaba un atardecer, podía encontrar la palabra exacta para un atardecer; o, mejor, la
metáfora más sorprendente” (Borges 2001: 140).
4 Al inicio de esta conferencia, Croce sirve de pretexto para la teoría borgeana del lector
de ficciones policiales: “Es sabido que Croce, en unas páginas de su Estética –su for-
midable Estética–, dice: Afirmar que un libro es una novela, una alegoría o un tratado
de estética tiene, más o menos, el mismo valor que decir que tiene las tapas amarillas y que
podemos encontrarlo en el tercer anaquel a la izquierda” (Borges 1980: 71-72). En reali-
dad, Borges no cita textualmente. El argumento de Croce se halla más detallado (Croce
1982: 83-83).
“El acercamiento a Almotásim” de Jorge Luis Borges 295
5 Con el adjetivo puro me refiero a los géneros sobre los cuales habría convenciones casi
inmutables en determinadas épocas, por ejemplo, la épica, la ditirámbica y la tragedia
en la Grecia antigua; la novela, el cuento, la poesía, el drama, el ensayo, en la actuali-
dad; con el de híbridos, a los que buscan deliberadamente mezclar dos o más géneros
instituidos: verbigracia Los reyes (poema dramático), de Cortázar; El mono gramático
(ensayo poético), de Paz; Crónica de una muerte anunciada (novela periodística), de
García Márquez o El beso de la mujer araña (drama novelístico), de Puig, por citar sólo
algunos ejemplos hispanoamericanos con mi burda nomenclatura.
296 Antonio Cajero Vázquez
6 “La forma como los textos se agrupan, la forma como constituyen unidades, los modifi-
ca, cambia las condiciones en que son leídos. Al ponerse uno al lado del otro, de alguna
manera los textos se contaminan. Quizá uno de los casos más interesantes de este pro-
ceso de contaminación en la obra de Jorge Luis Borges es la introducción de una reseña
apócrifa, ‘El acercamiento a Almotásim’, en una colección de ensayos, Historia de la
eternidad”; luego en un libro de cuentos y, finalmente, vuelve al libro de ensayos. No
pasaría lo mismo, por ejemplo, con ‘Pierre Menard, autor del Quijote’ o ‘Tlön, Uqbar,
Orbis Tertius’, que siempre formaron parte de un libro de cuentos” (Rojas 2007: 116).
La hipótesis me parece loable; sin embargo, abre paso a otras posibilidades: ¿si se inclu-
yera en un poemario, sería leído como poema? ¿En una colección de obras de teatro,
como un drama? ¿En un recetario, como una receta? Reitero: es loable, pero también
deben destacarse los límites que impone el texto intrínsecamente.
“El acercamiento a Almotásim” de Jorge Luis Borges 299
de la novela de Bahadur Alí: “El estudiante golpea las manos una y dos
veces y pregunta por Almotásim. Una voz de hombre –la increíble voz de
Almotásim– lo insta a pasar. El estudiante descorre la cortina y avanza. En
ese punto la novela concluye” (Borges 1936: 112).
Otro paratexto que implicaría una nueva intervención del autor para
(des)orientar la lectura: el título de la sección final de Historia de la eter-
nidad, “Dos Notas”, determinaría el género de “El acercamiento a Almo-
tásim” como una nota crítica. De esta forma, la simulación de un estilo
argumentativo y la etiqueta que identifica este relato inaugural refuerzan el
efecto de contaminación de los textos con que coexiste.
En 1941, “El acercamiento a Almotásim” se inserta en El jardín de
senderos que se bifurcan, con dos nuevos paratextos: la fecha “1935” al final
de dicha narración; en el “Prólogo”, Borges explica la configuración del vo-
lumen y alude a “El acercamiento a Almotásim” y su parentesco con otras
piezas del volumen: si bien reconoce que los relatos no requieren mayor
elucidación, en una paralipsis aclara que “El jardín de senderos que se bi-
furcan” es “policial” y los restantes siete, “fantásticos”. Habla sucintamente
de “La lotería en Babilonia”, “La biblioteca de Babel” y “Pierre Menard,
autor del Quijote”; luego dedica un amplio párrafo a “El acercamiento a
Almotásim” y otros relatos del mismo corte:
Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de ex-
playar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en
pocos minutos. Mejor procedimiento es simular que esos libros ya existen y
ofrecer un resumen, un comentario. Así procedió Carlyle en Sartus resartus;
así Butler en The fair haven: obras que tienen la imperfección de ser libros
también, no menos tautológicos que los otros. Más razonable, más inepto,
más haragán, he preferido la escritura de notas sobre libros imaginarios (Bor-
ges 1941: 7-8).
sacred fount (1901), cuyo argumento general es tal vez análogo. El narra-
dor, en la delicada novela de James, indaga si en B influyen A o C; en ‘El
acercamiento a Almotásim’, presiente o adivina a través de B la remotísima
existencia de Z, a quien B no conoce” (Borges 1941: 8). Al establecer las
relaciones textuales entre de The approach to Al-Mu’tasim y The sacred fount,
Borges sugiere una suerte de continuum entre el paratexto y el texto, una
mezcla de planos en que el autor del “Prólogo” asumen una posición crítica
semejante a la del narrador crítico, porque el final de “El acercamiento a
Almotásim” aporta otros intertextos a los que se sumaría el de James que,
por cierto, sería luego suprimido.
Además de los referidos cambios y aclaraciones del paratexto, también
se registran variantes en el texto para inducir un efecto de lectura com-
plementario del efecto de contaminación: la recontextualización de “El
acercamiento a Almotásim” en la editio princeps de El jardín de senderos que
se bifurcan, entre “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” y “Pierre Menard, autor del
Quijote”, lo coloca en el mismo registro textual que éstos, como ficciones
críticas. En dicho grupo también cabría “Examen de la obra de Herbert
Quain”, como lo sugiere Bioy Casares en la reseña dedicada a la colección
en 1942:
por sus temas, por la manera de tratarlos, este libro inicia un nuevo género en
la literatura, o, por lo menos, renueva y amplía el género narrativo.
Tres de sus producciones son fantásticas, una es policial y las cuatro res-
tantes tienen forma de notas críticas a libros y autores imaginarios. Podemos
señalar inmediatamente algunas virtudes generales de estas notas. Comparten
con los cuentos una superioridad sobre las novelas: para el autor, la de no
demorar su espíritu (y olvidarse de inventar) a lo largo de quinientas o mil
páginas justificadas por “una idea cuya exposición oral cabe en pocos minu-
tos”; para el lector, la de exigir un más variado ejercicio de la atención, la de
evitar que la lectura degenere en un hábito necesario para el sueño. Además
dan al autor la libertad (difícil en novelas o en cuentos) de considerar muchos
aspectos de sus ideas, de criticarlas, de proponer variantes, de refutarlas (Bioy
[1942] 1987: 57).
Las ficciones críticas cautivan tanto al reseñista que dedica casi la mitad de
su comentario a exaltarlas y a describir sus dispositivos, ejemplos de trans-
gresiones a las convenciones narrativas mediante la inserción de aparato
crítico en un texto narrativo o la coexistencia de personajes y libros reales
y ficticios. La novedad de los relatos borgeanos, así, radicaría en el extra-
ñamiento o artificio de los recursos formales apenas explorados por sus
predecesores: “Borges emplea en estos cuentos recursos que nunca, o casi
nunca, se emplearon en cuentos o en novelas” (Bioy [1942] 1987: 57).7
Por cierto, en documentos críticos recientes se atribuye a Bioy un equí-
voco que él mismo achaca a otro protagonista en 1942. El hecho, si bien
cabe en un anecdotario, no me parece menor, porque tiene ya algunos
seguidores: se dice que Bioy, al leer “El acercamiento a Almotásim”, se sin-
tió impulsado a conseguir la novela de Mir Bahadur Alí y no dio con ella.
Habría sido el conejillo de indias de este experimento borgeano (Alonso
Estenoz 2006: 139 y Zavala 2012: 97-98). La tensión interna del relato,
entre la forma de nota crítica y la seductora trama de la metaficción, así
como la inserción de “El acercamiento a Almotásim” en un libro de ensa-
yos, Historia de la eternidad, seguramente orilló a muchos incautos a esta
busca sin regreso; ya incluido en El jardín de senderos que se bifurcan, siguió
siendo una tentación por su apariencia de nota crítica, como Bioy lo revela
en su reseña:
7 Entre otros elementos destacables en las ficciones críticas, según Bioy, pueden con-
siderarse los siguientes: “Hay una sabia y delicada diligencia: las citas, las simetrías,
los nombres, los catálogos de obras, la notas al pie de las páginas, las asociaciones, las
alusiones, la combinación de personajes, de países, de libros, reales e imaginarios, están
aprovechados en su más aguda eficacia” (Bioy [1942] 1987: 58).
302 Antonio Cajero Vázquez
miento a Almotásim” y otras prosas del mismo cariz pueden leerse como
esbozos de una poética. No es gratuito que Menard o Quain cuenten en
su catálogo con títulos o conductas atribuibles a Borges;8 tampoco, las
autorreferencias en los relatos de la época.9 Las ficciones críticas permiti-
rían a Borges, como sostiene Bioy Casares, desarrollar una poética del arte
narrativo: “Además dan al autor la libertad (difícil en novelas o en cuentos)
de considerar muchos aspectos de sus ideas, de criticarlas, de proponer va-
riantes, de refutarlas” (Bioy 1987: 57). ¿Quién no ha notado las simpatías
y diferencias entre las aficiones de Borges y Quain?
Después de contrastar las opiniones previas; de enfatizar el soporte,
los alcances de la difusión y los elementos paratextuales de la novela de
Bahadur; de ofrecer el resumen de los dos primeros capítulos, de renunciar
a esta tarea y luego a continuar recontando el argumento; de contrastar las
versiones de 1932 (aunque sin haber accedido a ella) y la de 1934, final-
mente, el narrador-crítico declara cierta incompetencia más cercana a la
captatio benevolentiae que a la humildad crítica: “Releo lo anterior y temo
no haber destacado bastante las virtudes del libro” (Borges 1936: 113).
Igual que el mundo tlöniano se superpone inexorablemente a la realidad,
la reseña del libro imaginario ha terminado por adquirir consistencia en la
imaginación del lector, aunque su sitio en el estante siga vacío.
La ficción crítica cierra con una suerte de apéndice, donde el narra-
dor-crítico expresa su reclamo contra las fáciles analogías de la crítica,
por ejemplo entre la Odisea y el Ulises, de Joyce, o entre The approach to
8 Por ejemplo, entre la obra visible de Menard se halla una monografía sobre la posibili-
dad de construir un vocabulario poético; otra sobre Descartes, Leibniz y John Wilkins;
una más sobre Raymundo Lulio; dos ediciones de Les problèmes d’un problème, que
trata de la paradoja de Aquiles y la tortuga: recuérdense, ahora, los textos que dedica
Borges a la metáfora o a las kenningar, a Wilkins, a Lulio y los ensayos sobre el proble-
ma de Zenón de Aquiles. Ahora bien, la manías que el narrador atribuye a Menard en
una nota al pie se relacionan directamente con las prácticas de Borges: “Recuerdo sus
cuadernos cuadriculados, sus negras tachaduras, sus peculiares símbolos tipográficos
y su letra de insecto. En los atardeceres le gustaba salir a caminar por los arrabales de
Nîmes; solía llevar consigo un cuaderno y hacer una alegre fogata” (Borges 1941: 60).
De Quain, cabe destacar el título de su primera obra, The god of the labyrinth, sin duda
precursor de “El jardín de senderos que se bifurcan”, “Los dos reyes y los dos laberintos”
o, luego, “La casa de Asterión”.
9 Verbigracia el de la posdata de 1947 en “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”: “Reproduzco
el artículo anterior tal como apareció en la Antología de la literatura fantástica, 1940”
(Borges 1941: 28); o el final de “Examen de la obra de Herbert Quain”: “Del tercero,
Dim swords, yo cometí la ingenuidad de extraer Las ruinas circulares, que es una de las
narraciones del libro El jardín de senderos que se bifurcan” (Borges 1941: 92). Estos
juegos intratextuales crearían la ilusión de que no sólo la literatura, sino que la misma
realidad proviene de la literatura.
“El acercamiento a Almotásim” de Jorge Luis Borges 307
Más significativa aún resulta la nota al pie que Borges intercala al final
de “El acercamiento a Almotásim” en la versión de Ficciones (1935-1944).
En ella, se presenta una amplia explicación sobre el Coloquio de los pájaros,
de Ferid Eddin Attar: comprende un resumen del poema, sus traducciones
a lenguas occidentales y la conexión con la novela de Bahadur. El añadido
serviría para dar una idea más contundente del género a que, formalmente,
se ajusta, el comentario o nota bibliográfica: “En el decurso de esta noti-
cia”, dice el narrador-crítico; más adelante, “para esta nota he consultado”
(Borges 1944: 48). De esta manera, los cambios en el “Prólogo”, el final del
relato y la nota al pie sugieren una red interminable, in more geometrico, de
relaciones entre la “novela imaginaria” y sus múltiples precursores.
Pero hay más. Borges recicla años más tarde, con variantes, el pasaje
dedicado a El coloquio de los pájaros en el texto sobre el Simurg, del Manual
de zoología fantástica (1957), luego rebautizado como Libro de los seres ima-
ginarios (1967). Por lo demás, en “Nota sobre Walt Withman”, de 1947,
aparece referido el argumento del poema de Attar y, luego, en “El enigma
de Edward FitzGerald”, de 1951, se habla de la traducción que éste hizo
del poema al inglés, también mencionada en la nota añadida a “El acerca-
miento a Almotásim” en 1944.
En general, los especialistas se han decantado por el sentido de la no-
vela “comentada”, The Approach to Al-Mu’tasim, por la simbología, por el
orientalismo del relato, por la apuesta filosófica, en fin, por el encanto de
una trama de la que el lector recibe sólo unos jirones. Lo mismo ha pa-
sado con “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” o “Examen de la obra de Herbert
Quain”, donde el contenido es tan provocador que resulta un reto no ser
atrapado por sus “magias parciales”. Mi lectura, un poco a contrapelo, con-
sistió en reconstruir los avatares editoriales de “El acercamiento a Almotá-
sim”, primero; luego, en deconstruir los andamios retóricos y formales, y
las argucias de que Borges se vale para generar la verosimilitud a fuerza de
anclarla en la realidad, escribir un relato basado en un discurso expositivo
y argumentativo y, finalmente, crear a un lector modelo para sus textos.
Con lo anterior, espero haber mostrado cómo opera, como sistema,
un género inventado por Borges hacia 1935, la ficción crítica o ensayo
ficción, o “pseudoensayo” como él mismo lo denomina en su autobiografía
a principios de los setenta:
Mi siguiente cuento, “El acercamiento a Almotásim”, escrito en 1935, es a la
vez un engaño y un pseudoensayo. Finge ser la reseña de un libro publicado
por primera vez en Bombay, tres años antes. Doté a su segunda y apócrifa
“El acercamiento a Almotásim” de Jorge Luis Borges 309
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Ezequiel Martínez Estrada: una lectura crítica
de Muerte y Transfiguración de
‘Martín Fierro’
Adriana Lamoso
Universidad Nacional del Sur, Bahía Blanca
1 José Hernández no dejó registro escrito de su biografía, sólo se cuenta con un retrato
tomado de espaldas que, según cuenta la anécdota, envió como obsequio a su prometi-
da, lo que constituyó para ella una grave ofensa.
312 Adriana Lamoso
El trabajo crítico del ensayista consiste, por una parte, en auscultar órde-
nes de sentido velados en el poema, relativos a dinámicas constitutivas de
‘lo nacional’, lo que realiza metodológicamente mediante un estudio de
índole etnológico, histórico, antropológico tanto como socio-racial de la
República Argentina en su complexión político-institucional; por otra, im-
plica la delineación de un trayecto biográfico revelador de lo que el propio
poeta fue ‘incapaz’ de percibir en sí mismo y en su propia configuración
subjetiva, según afirma Martínez Estrada. La autofiguración del ensayista
como crítico cultural implica el dominio de aptitudes, habilidades y de
saberes clarividentes, que vincula estrechamente con los deberes del inte-
Ezequiel Martínez Estrada: Muerte y Transfiguración de ‘Martín Fierro’ 313
4 Como afirma Liliana Weinberg: “Martínez Estrada hace de lo gauchesco una clave de
sentido, concepto integrador con el cual supera otros conceptos descriptivos. Piedra
de toque que hace posible relacionar autor, texto, contexto, lo gauchesco le permite
también dar apoyo a la idea de necesidad y autenticidad de la obra artística en cuanto
reflejo de una visión del mundo y de un tipo cultural que permanecen aun cuando el
gaucho histórico haya desaparecido. El significado y el valor del Poema se fundamentan
en su relación con lo gauchesco” (Weinberg 1992: 103).
318 Adriana Lamoso
5 Como afirma Liliana Weinberg: “Esta vez, lo que Hernández pinta como oposición
(gaucho versus indio y extranjero), Martínez Estrada lo convierte en continuidad: el
gaucho, el indio y el inmigrante son los tres grandes grupos explotados por los repre-
sentantes de la ‘civilización’: los parias o desheredados, pero ya no en sentido ‘existen-
cial’, sino en sentido primeramente económico y social” (Weinberg 1992: 130).
6 Respecto de este punto, resulta interesante ilustrar el posicionamiento que adquiere el
ensayista, en palabras de Liliana Weinberg: “Como un verdadero estratega, el ensayista
se pondrá detrás, debajo, al margen, contra, en el reverso de las visiones convencionales
del Martín Fierro, y ya su misma toma de posición es la primera forma de rebatir lo que
dijeron los demás y mostrar lo que él mismo propone. De este modo, descubriremos
que los varios recursos empleados apoyan una ‘estrategia’ transvaluadora básica, a partir
de la cual se organizan además los diversos contenidos. El término ‘estrategia’ nos per-
mite abarcar los diferentes ‘movimientos’ que hace el ensayista en el texto: se trata de
mostrar un determinado contenido de una determinada manera, pero al mismo tiempo
de ganar la buena voluntad del lector y refutar las ideas de un adversario que no tiene
existencia real, sino que ha sido construido por el propio ensayista” (Weinberg 1992:
149-50).
320 Adriana Lamoso
7 “Cuando Hernández cantaba a favor del gaucho contra el indio (en lo narrativo) y a
favor del gaucho contra la injusticia (en las endechas), no tenía ni la más remota idea
de lo indio, de lo gaucho, ni de lo que él detestaba, pues hacía años se había retirado del
campo dejando allí los cuerpos, para refugiarse en las ciudades. Ni de que la barbarie
combatida con seres de carne y hueso en las fronteras había ganado ya su batalla por la
espalda en las legislaturas, en la prensa, en la instrucción pública, en el arzobispado y en
las reparticiones del gobierno. Quiero decir que los males que el Martín Fierro localiza-
ba en individuos de frontera están ya enquistados en las mismas instituciones creadas
como baluartes para combatirlos. Y que ahora es una lucha social contra espectros que
habitan los cuerpos de quienes nos dicen que combaten por la causa de la civilización”
(Martínez Estrada 1958: 235-6).
322 Adriana Lamoso
3. Para concluir
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Políticas de la crítica o la crítica en crisis:
el caso de Mario Vargas Llosa
Gesine Müller
Universität zu Köln
res individuales a todos los demás. Si fuéramos a describir como una suma
las posiciones de los estudios sobre Mario Vargas Llosa, tendríamos que
intentar hacer una síntesis que se esfuerce conscientemente por presentar
ciertas generalizaciones.
ético bajo sus pies con su puesta en entredicho del concepto emancipador
de “pueblo”.
Algunas constantes de los estudios sobre Latinoamérica están experi-
mentando una revisión: precisamente la idea del pueblo oprimido como
sujeto histórico (por lo menos como un sujeto histórico potencial) era un
paradigma de los discursos de inspiración marxista de los años sesenta,
los cuales se alimentaron del entusiasmo por Cuba –intacto hasta el caso
Padilla– y, en menor medida, por el México “socialista” y por el sistema
de Salvador Allende. Si, por una parte, el pueblo, en grandes regiones de
América Latina, no era una voz unitaria y sólo dejaba entrever de vez en
cuando, con su vocerío inarticulado, por medio de huelgas, manifestacio-
nes y levantamientos, su poder como transformador de la historia, por otra
parte Vargas Llosa –y con él muchos otros intelectuales– se sentía llamado
a otorgar una voz a esa fuerza histórica primigenia. En ello se vieron fla-
queados por la propaganda de la joven Cuba socialista, la cual no los veía
como la manifestación de un poder político, sino como la expresión directa
de un pueblo antes oprimido y ahora emancipado. La emancipación del
pueblo, a la que los intelectuales querían encaminarse con su palabra y con
su escritura, no era en ese sentido una instancia puramente normativa,
sino que creía poder apoyarse en una primera encarnación histórica (por lo
menos en el caso del subcontinente).
En consecuencia, el desarrollo extraliterario es analizado de la siguiente
manera: lo que condujo a una renuncia de la autonomía ética de los au-
tores no habían sido tanto los acontecimientos históricos concretos y las
ilusiones perdidas en relación con los regímenes políticos –de estos últimos
uno podía distanciarse en su condición de intelectual independiente (algo
que los autores hicieron en medidas distintas)–, sino la manera en que
quedó minado el concepto emancipador de pueblo por otro concepto que
se fue imponiendo, el de público. Tampoco queda fuera de esto otro nuevo
paradigma de los años noventa: con el amplio avance de los medios de
comunicación masiva, alguien como Vargas Llosa (quien ya lo había hecho
desde 1971 con La tía Julia) no sólo se vio expuesto a un nuevo y pode-
roso competidor; lo que sucedía, sobre todo, era que ahora aquel otrora
sujeto de emancipación llamado pueblo se revelaba como una masa de
consumidores que desmentía a sus supuestos portavoces y desenmascaraba
cualquier pretensión de representación de los defensores de una identi-
dad como paternalismo. Los índices de audiencia y las cifras de ventas, la
nueva “voz” del pueblo ahora “emancipado” en forma de público, daban fe
Políticas de la crítica o la crítica en crisis: el caso de Mario Vargas Llosa 333
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Autoras y autores
Shandy) (2009; con esta obra obtuvo en el año 2010 el Premio de la Acade-
mia Brasileña de las Letras en el área de ensayo y crítica literaria). Ha sido
Investigador Invitado en el Zentrum für Literatur- und Kulturforschung
(Berlín) y obtuvo el premio de investigación para científicos extranjeros de
la Alexander von Humboldt-Stiftung en el año 1993.
tur (2013), Roland Barthes: Landschaften der Theorie (2013) y Anton Wil-
helm Amo. Philosophieren ohne festen Wohnsitz (2014).
Volúmenes anteriores:
158. Las ciencias en la formación de las naciones americanas. Sandra Carreras / Katja
Carrillo Zeiter (eds.), 2014.
Las contribuciones aquí reunidas analizan las relaciones que existieron entre las ciencias y
los Estados nacionales en América durante el ‘largo’ siglo xix. Muestran que el entrelaza-
miento entre ciencia y nación tuvo consecuencias para la ciencia como lugar de producción
y enunciación de saberes y también implicaciones para la elaboración de determinadas
interpretaciones de la nación en tanto comunidad imaginada a partir de cuatro elementos:
historia, territorio, “pueblo” y lengua. Estos debates no sólo se desarrollaron en ámbitos
nacionales sino que traspasaron sus límites, poniendo en evidencia las vinculaciones trans-
nacionales y las redes que les dieron sustento.
156. Sonidos y hombres libres. Música nueva de América Latina en los siglos xx y xxi.
Hans-Werner Heister / Ulrike Mühlschlegel (eds.), 2014.
L a recopilación de trabajos Sonidos y hombres libres se centra en los compositores, musicó-
logos y profesores de música latinoamericanos Graciela Paraskevaídis y Coriún Aharonián,
y con ellos, en la música latinoamericana de los siglos xx y xxi, sus temas y su trayectoria.
Rinde homenaje a la obra y a las personalidades de ambos a través de diversos encuentros
personales y experiencias de los autores. Además, presenta textos sobre la representación de
la música popular en el canon de los estudios musicológicos, sobre las componentes tiempo
y espacio en la música popular, sobre la terminología para describir la música popular y
sobre el concepto europeo-norteamericano de world music.