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El caso del futbolista enmascarado Carlos Schlaen lustraciones del autor Pese a las impresionantes medidas de ‘seguridad que protegen la mansién de un oderoso empresario, algo ha sido robado del cajon de su escritorio, Nadie se explica como pudo suceder, pero el desconcierto se acrecienta cuando la policia anuncia que el Unico sospechoso 5 un famaso futbolista. Nico, inesperadamente convocado para defenderio, descubrira que no seré una tarea sencilla. Un hermético pacto de silencio ha sellado los labios de los protagonistas de esta intriga, en la que las amenazas de muerte, los oscuros negocios del fitbol y el misterioso abjeto son pistas aparentes que ocultan la verdadera trama de la historia, ALEAGUARA ini sovent Il | futbolista ido Cy © 2008, Casio Sc.aen De est icon 203, Azula, Aes, Tours, Altagur S.A ‘Av. Lear N. Alem 720 (CIODIAAP) Cid de Bustos Aies,Aretin ISBN: o78.987-0¢.082.2 icin: Maria Ferman Magica Dis de ln okecie: Mansel Esra El caso del futbolista enmascarado Carlos Schlaen lustraciones del autor TE cisiorelananinon ohyeraetle habitacién més protegida ¢ inaccesible de la ciu- dad. Aquella mafana, sin embargo, un cajén de su escritorio habia amanecido abierto. Este hecho, que en cualquier otro caso no hhubiese llamado la atencién de nadie, habfa basta- do para desplazar las noticias del resto del mundo en las primeras paginas de los diarios locales. Y no era para menos, Luis Oliveira era el empresario més poderoso del pais. —{Un cajén abierto...? Eso es todo? —mur- ‘muré, mientras sumergia la punta de una medialuna en el café con leche. —Serd un tipo muy ordenado —ironiz6 Pepe, pasando el trapo rejilla por el mostrador. Pepe es, en esencia, un hombre formal y rata vez bromea, pero lo cierto es que, tal como habia sido publicada la informacién, era muy di- ficil romarla en serio. Si bien las notas abunda- ban en detalles que describfan las deslumbrantes 8 caracteristicas de la mansién y la fabulosa riqueza de Oliveira, apenas incluian unas pocas lineas acerca del motivo que habfa ocasionado semejan- te revuelo periodistico, En resumidas cuentas, s6- Jo decian que el mayordomo de la residencia habfa ingresado al estudio muy temprano, para ocupar- se de la limpieza, y habia hallado el dichoso cajén abierto que desaté la tormenta, Imaginé el escin- dalo que hubiese armado ese buen hombre si le hubieta tocado encontrarse, sin previo aviso, con el cotidiano especticulo que oftecen los cajones de mi escritorio. Pero yo no soy millonario, no tengo mayordomo y la limpieza no es una de las prioridades de mi bufete de abogado (tampoco de sts virtudes, deberia admitir). + ‘Acesas horas de la mafiana, el bar de Pepe es tun lugar tranquilo y silencioso, frecuentado, salvo excepciones, por sus parroquianos habituales: toda gente de trabajo y yo que, cuando lo tengo, también lo soy. Por esa razén, el enorme televisor de treinta pulgadas, recientemente incorporado a sus instala- ciones, permanece apagado hasta el mediodia. Esta regla sélo es vulnerada cuando un evento extraordi- nario lo justfica. ¥ éste, decidié Pepe, lo era. 9 Los canales de noticias repetian, con lige- ras variantes, lo que ya conociamos, y exhibian el impresionante despliegue que habian montado frente al domicilio de Oliveira. Camardgrafos, re- porteros y curiosos se apretujaban entre el férreo cordén policial que les cerraba el paso hacia la ca- say un puftado de astutos vendedores ambulan- tes, recién llegados con la esperanza de abastecer @ Ja jauria humana congregada en el sitio. ‘Algunos cronistas, para llenar el vacio de informacién (o para profundizarlo, segiin se mire), entrevistaban a los escasos vecinos que se prestaban al didlogo y que, previsiblemente, no aportaban ningéin dato significativo. Otros, a falta de noveda- des, procuraban alimentarlas seiterando hasta el cansancio las nunca aclaradas denuncias que invo- lucraban. al empresario. con Aguasblandas, una compafia fantasma que, en las tiltimas semanas, habia sido descubierta en turbios negociados de la- vado de dinero y tréfico de armas. Ya habia perdido el interés en el asunto cuando, de repente, la aparicién de una nueva imagen en la pantalla volvié a concitar mi aten- cién, Asediado por un grupo de periodistas, en la esquina del Departamento Central de Policia, so- bresalia el inconfundible rostro del comisario Galarza. 10 —jOye...! No es tu amigo, ée? —excla- mé Pepe, quien, por lo visto, continuaba bajo los influjos de su singular sentido del humor. Ambos sabfamos que el comisario Galarza no es amigo de nadie y mucho menos mio, Nos habjamos enfrentado en varios casos! y nuestra re- lacién se basa, desde entonces, en una mutua, aunque resperuosa, antipatfa. Pero es un tipo rec- 0 ¢ imaginé que si habfa accedido a hablar con la prensa era porque tenfa un anuncio concreto que hhacer. ¥ ast fue. —En relaciin con el hecho ocurrido esta madrugada en la residencia del seftor Luis Oliveira dijo, estoy en condiciones de comunicar que se ha identificado a un sospechoso y que se ha procedi- do a su arresto. Es todo por ahora. Buen dia. Luego amagé con retirarse, pero BES emis esiet ahcqnes _— =jComisario! ;Comisario! ;No se vaya! jDiganos el nombre! :El nombre del sospechoso..! gritaban, Galarza parecié dudar ante el reclamo y intrigé. El jamas duda; ni siquiera cuando ivoca. A ese hombre la presién del periodis- de afectarlo menos que una tibia brisa de ae de rock lc del videwjene y Ble del modelo ™ u verano, Sin embargo, esta ver.no terminaba de de- cidirse, Al fin, visiblemente incdmodo sacé un pa- pel de su bolsllo y, como si adivinara las inevitables consecuencias de ese acto, lo leyé en voz baja: —El detenido es Daniel Alfredo Taviani- El efecto que provocaron aquellas pala- bras fue fulminante, Un silencio generalizado apa~ 6 todas las voces y el estupor estallé ante las cé- maras de televisidn, enmudeciendo por igual a los cronistas que rodeaban a Galarza y a Ja enorme audiencia que en esos momentos s¢ hallaba frente a las pantallas. Si habia algo que nadie esperaba era escuchar ese nombre mencionado en un sérdi- do parte policial. Porque Daniel Alfredo Taviani, Icjos de ser un desconocido, era la més reciente y firme promesa del firbol nacional. La rapidez con que se estaban precipitan- do los hechos en este extrafio asunto era sorpren- dente. No sélo habian aleanzado una difusién ex- cepcional en las pocas horas transcurridas desde el episodio del mayordomo, sino que, ademés; la po- licia ya habia apresado a un sospechoso. Y todo por un cajén abierto. + 2 Al cabo de un rato subia mi oficina. Aun- que no tenfa ningtin caso entre manos, el dia pin- taba bien. Habja conseguido un par de juegos nue- vos para la computadora y la falta de trabajo era el pretexto ideal para dedicarme a ellos sin remordi- ‘mientos. Pero no llegaria a darme el gusto. Acaba- ba de encender la maquina, cuando dos golpes en la puerta alteraron draméticamente mis planes. Era Pepe. Si bien su bar se halla en la planta baja del edificio, podia contar con los de- dos de una mano las veces que habia estado en mi oficina. Por eso, y por la severidad de su ros- to, asum{ que su visita no seria un mero acto social. Estaba acompafiado por una mujer con quien lo habia visto conversar en algunas ocasio- hes, pero jamés me habia hablado de ella. Hasta esa mafiana. —Esta es Pilar —dijo—. Su familia es de mi pueblo y necesita de ti. Fue suficiente. Aquella era una indica- eid de que la cosa venia en serio y, también, una clara advertencia. El pueblo al que se referia era, en realidad, la aldea de sus ancestros en Galicia ¥ pese a que nunca habia puesto un pie alli, to- do lo relacionado con ese lugar tiene, para él, un ©anileter sacramental, En su particular cédigo de valores, Pepe habia establecido que esa mujer era 18 su familia y que un pedido suyo era como si él mismo lo formulara. Pilar parecia rondar los setenta afios. Me~ nuda, de rasgos duros y mirada de acero, era la clase de persona con la que uno no desea mante- ner una discusién. Consciente de ello, procuré ser amable y le ofreci una silla, Pero la anciana rehus6 la inviracién con un gesto de impaciencia, obli- gindonos a permanecer de pie junto a la puerta. —No tengo tiempo que perder —dijo—. Quiero sacar a alguien de la cércel. ;Puedes? Por lo visto la sefiora no se andaba con vueltas, Hacia menos de un minuto que la cono- cia y habia logrado ponerme a la defensiva, en mi propia oficina, sin que yo todavia supiera por qué. —Depende —balbuceé—. ;De qué esté acusado? —De nada —respondié. Si lo que buscaba era desconcertarme, de- bfa admitir que lo estaba consiguiendo. Aun asi, ‘me las arreglé para articular una opinién aceprable. —Bueno, supongo que en ese caso seré sencillo, —Tal ver no... —intervino Pepe. —;Por...2 —pregunté. —Porque es el futbolista que vimos hace un rato en ka tele... . “ Lo primero que pensé fue que me estaban tomando el pelo, pero para eso hay que tener sen- tido del humor y Pilar, se me ocurtié, no lo tenfa. En cuanto a Pepe, yo haba sido testigo de que unas horas antes habja agotado su dosis anual de ironias. Esos dos estaban hablando en serio, ° Mis esfuuerzos por imaginar la vinculacién de la anciana con un implicado en el entuerto del caj6n abierto fueron tan indtiles como mi preten- sin de encarrilarla hacia una conversacién orde- nada. Esa mujer era inmune al didlogo. Ignoraba la mayoria de las preguntas que le hacfa y sélo res- pondia, con evidente fastidio, a las que ella consi- deraba importantes. Sin embargo, debo reconocer que no tardé en armarme un cuadro de situacién bastante claro, O ella era més expresiva de lo que yo erela, o mi cerebro habia adquitido insospecha- das facultades telepadticas para entenderla Pilar era la encargada del edificio donde vivia Taviani desde su llegada a Buenos Aires, a varios meses. Al muchacho, que habia Hlevaco una existencia muy simple en el interior, le costaba adaptarse a su nuevo estilo de vida en lh ciudad, Timido por naturaleza, sin amistades 16 y carente de experiencia para enfrentar la stibita notoriedad que habfa alcanzado, buscé apoyo en la nica persona que lo habfa ayudado en sus ne- cesidades cotidianas. La amiga de Pepe. Al princi s6lo se habfa ocupado de cocinarle ocasionalmen- te o de mantener su ropa limpia y planchada pero, poco a poco, esa relacién fue afianzéndose hasta que ella terminé por convertirse en una especie de ma- de sustituta para el futbolista. Confieso que no me resulté facil conce- birla en ese rol, pero me cuidé de mantener la bo- a cerrada. En honor a la verdad, ni siquiera me hubiese atrevido a sugerirselo. —Vea, sefiora —dije, en cambio—, Da- ‘niel Taviani es muy valioso para su equipo. El club tiene sus abogados que, probablemente, ya estardn jando en esto... tar re incctramt firmeza—. No confiamos en ellos y, mu- te. Tit has sido recomendado 4 Pepe, quien asintié con un { romarlo como un cumplido preferi no pensar en ello y Ww apagué la computadora. Los juegos deberfan espe- rar, Ahora tenia un nuevo aso. ° ‘A nadie le gusta entrar en el Departamento Central de Policia y yo no soy la excepcién, Pero te- nfa que hablar con Taviani y, si le habia entendido bien a Pilar, deduje que se hallarfa detenido allf. La inustal presencia de periodistas, apostados frente a la puerta principal, confirmé esa suposicién. Asi que pasé junto a ellos, respiré hondo y subi las escali- natas anhelando salir cuanto antes de ese edificio. El oficial de guardia me inspeccioné de arriba abajo cuando le presenté mi credencial de abo- gado. Seguramente esperaba que anduviese de saco y corbata, pero yo sélo me vestfa de esa manera pa- ra casamientos o velorios. Sin embargo, me reser- vé esa confidencia. Después de todo no estaba allt para hablar de ropa. —Taviani' no quiere abogados —dijo, al fin—. Ya vinieron los del club y no los recibié. —A mi me va a recibir. Digale que me manda Pilar —le respondi, con més vehemencia que certeza. —zQuién...2 —pregunts. —Pilar —repeti, cruzando los dedos. 18 El tipo levanté el tubo del teléfono sin ga- nas y transmitié el mensaje. En su boca, resultaba ‘menos convincente de lo que yo habfa creido. Pe- ro no llegué a preocuparme. ‘Tras unos segundos, farfullé: —Tercer piso, oficina 304. Si esperaba una mirada de asombro de su parte, me quedé con las ganas. No habfa logrado impresionarlo. Ahi nadie se impresiona facilmente. ° 1a oficina 304 no era un ealabozo, pero hhacfa poco por desmentirlo, Algunos muebles, ninguna ventana y un tubo fluorescente que, de tanto en tanto, parpadeaba en el techo, Para com- pletar el cuadro, un fulano de uniforme cerré la puerta a mis espaldas no bien entré. TTaviani parecta mas pequefio de lo que ima- ginaba. ‘Tal vez porque sentado en esa habitacidn, junto a un escritorio vacio, costaba asociarlo con sus momentos de gloria en la cancha o, tal vez, porque todos patecemos més pequerios en el Departamento Central de Policia. Todos, excepto los canas. Nuestro primer encuentro no fire auspi- cioso. Me recibié en silencio y apenas si respondié a mi saludo con un leve movimiento de su cabeza. 19 Aribuf su recelo al hecho de que, para él, yo era un perfecto desconocido y decidi apelar a mi sim- patia profesional para ganar su confianza. Dado que atin no habia visto su expediente, me senté frente a él y le pedi que me contara, con sus pro- pias palabras, por qué lo habian detenido. Fue econémico. Usé exactamente dos: —No sé. “Estamos igual”, pensé, aunque me mor- di la lengua, Se suponia que yo estaba allt para ayudarlo. —;Qué razén te dieron al arrestarte? —pregunté, procurando simplificarle las cosas. Pero el tipo no colaboraba. Sélo se limits a-encogerse de hombros. i cuando llegaste aqui No me fire mejor. Ahora ni siquiera pestafied. Esto no serfa sencillo, A Taviani no le gus- taba hablar ose resistfa a hacerlo. Comprendi que, de seguir asi, perderia el dia entero en el intento, de modo que me guardé la simpatia para una oca- sién més propicia y fui directo al punto: —Fscuviste ayer en el estudio de Oliveira? Esta ver, si, tuve suerte. Dijo: —No. en. Ya es algo —respiré con cierto alivio y me acomodé en Ia silla. 20 En realidad no tenfa muchos motives. Mi cliente era una tumba y todavia ignoraba de qué Jo acusaban, pero al menos podia situarlo fuera del escenario de los hechos. —De acuerdo —afirmé—, Para empezar, vasa declarar que no estuviste en la casa de Oliveira. ‘Taviani no contest6. En lugar de ello, ba- j6 la cabeza y adiviné que mi paciencia suftirfa un duro revés. Y asi fue. —No puedo... dijo. —4;Cémo que no..!? —exclamé, al borde de un ataque de furia—. Qué es lo que no podés...2! —Declarar eso. Por que! Porque ayer yo estuve en su casa... + ‘No los cansaré con la reproduccién del didlo- {g0 que siguié a la sorprendente revelacién de Taviani. Sélo diné que fue largo, agotador y; por momentos, ‘@xasperante. Una ver descifradas las escasas respuestas ‘que consegui arrancarle, la explicacién de su presencia en esa casa results ser,en cambio, bastante sencilla, La tarde previa, el Fatbolisea habia asistido a una recep- ‘Gdn en la residencia de Oliveira. a |A pesar de que esta novedad complicaba la situaci6n de mi cliente més de lo que habia crefdo, no me alarmé demasiado, Si bien habia estado en la mansin, lo cierto era que no habfa sido el inico. De acuerdo con sus estimaciones, a la fiesta habfan asi- fido alrededor de treinta personas. O sea que la lista de sospechosos habia aumentado notablemente En ese instante, la irrupcién de un policia en la oficina suspendid mis especulaciones. EI comisario Galarza quiere verlos —anuneid, desde la puerta, haciéndonos una se~ fia para que lo sigamos. ‘Aunque hubiese preferido contar con ma- yor informacién antes de encontratme con é,resol- ino hacetlo esperar. Nunca és bueno hacer esperar aun comisario. + Galarza nos aguardaba en su despacho. Tenia el mismo aspecto que en el noticioso de la mafiana, pero el gesto inedmodo de aquel instante frente a lascdmaras habia desaparecido. Por el ¢ontrario, su rostro, ahora, era el habitual. Inex- presivo y frio. Fso no me gust. La tecepcidn de ayer empex6 a las 19 y 22 termind a las 22 —dijo, obviando los saludos—. eA qué hora se retiré usted? Eso tampoco me gust6, Se estaba dirigien- do a Taviani, ignorindome deliberadamente. Ha- biamos empezado mal. —aDe qué recepcién esti hablando? intervine, determinado a poner las cosas en stu sitio. Los tres, en esa habitacién, sabfamos de qué se trataba, pero yo queria forzarlo a respon- derme, Por otra parte, fue lo. primero que se me ocurrid. Y dio resultado, Galarza, observandome de reojo, contesté: —De la que se hizo en la casa de Luis Oli- veira. El sefior fue invitado y queremos. saber cudndo se marché. —;Por que? —De eso hablaremos més tarde —in: tid, pronunciando cada palabra como si la masti- case—, Antes necesito confirmar a qué hora se fue de la reunién. —=No, comisario, Antes debemos saber de qué se lo acusa. Galarza parpades y presenti que habia da- do en el clavo. Durante unos segundos nos mira- mos en silencia. midienda freriae 28 que ya lo tenia, Taviani, inesperadamente, abrié la boca. —No me acuerdo —dijo. Hubiese querido matarlo, pero estaba en cl lugar menos indicado para ello. Ademés, me hubiera quedado sin cliente, Galarza, satisfecho, insinué una sonrisa. Muy calmo, se levanté de su silla y se acereé a un televisor ubicado en el rincén del despacho. —Tal ver esto se lo recuerde —suj Luego introdujo una cinta de video en la caseteta que se hallaba sobre el aparato y Ia puso en marcha. . La imagen, sin sonido, mostraba a un gra- po de gente cruzando la enorme puerta de dos ho- jas de la mansién Oliveira. La mayoria de ellos ‘eran conocidos: artistas, modelos, deportistas, po- Iiticos. Algunos muy elegantes, otros procurando serlo, avanzaban en una linea ordenada frente a tuna cémara oculta tras la cabeza canosa de un hombre que verificaba sus invitaciones. Sonreian, despreocupados, sin saber que sus rostros eran re- gjstrados con metculosaprecisin porsus descon- tla Neel satin rlatborncete: 2 pertenecfa al servicio de seguridad que custodiaba la residencia. Galarza adelant6 la cinta hasta llegar al lu- gar que le interesaba y all{ la congel6, Era Taviani, enfundado en un extrafo impermeable celeste, en el momento de ingresar a la reunién. A diferencia del resto, se veia serio, casi preocupado, En el én- gulo inferior de la pantalla, un reloj sobreimpreso establecfa que habia llegado a las 19:06. —Supongo que estamos de acuerdo con que ése del impermeable es usted —dijo. Imposible negarlo; la imagen era clarisima. —Bien —continud—. Ahora veamos la segunda parte. El enfoque era idéntico slo que, en este caso, la gente se desplazaba en sentido contratio, retirindose de la casa, Fueron diez largos minu- tos de tiempo real, que concluyeron cuando el ‘mismo canoso de antes cert6 las puertas. La fies- ta habja terminado con la partida del tiltimo in- vitado a las 22:21. No me costé mucho deducir lo que se proponfa Galarza, Taviani no estaba en- tre ellos. La mano venta mal y con los naipes que me hhabjan tocado, supe que no irfa demasiado lejos. Me quedaban dos caminos: callarme o alardear. Por-sunnectn. elect alardoar 2% —Esto es muy interesante, comisario, pe- ro zqué esté tratando de probar? —dije, apenas detuvo el video. —Que su cliente no se fue con el resto. —Para mi, lo tinico que prueba esa cinta es que Taviani no fue tomado por la cémara —repli- qué, con una suficiencia que no sentia—. El pudo haber salido tapado por alguien del montén o... —No se moleste, abogado. No vale la pe- ‘na —me interrumpié Galarza y volvié a conectar cl aparato. Su juego no habfa terminado atin. La escena, ahora, era distinta. Semiescon- dido entre las ramas de una densa enredadera, apa- recfa un pequefio portén metilico. Estaba cerrado. —Es la entrada de servicio de la mansién —aclaré Galarza. Durante un rato, nada sucedié. El cuadro ‘se mantuvo estatico hasta que, de repente, el por- t6n se abrié y una silueta, cubierta por una espe- cie de tinica con la obvia intencién de ocultar su ara, asomé por el hueco. La puntada aguda de una alarma sacudié mi sistema nervioso al descubrir que esa tinica ‘era, en realidad, un impermeable celeste. Pero eso ‘no fue todo. Tan pronto salié a la calle, la silueta 26 la proteccién de su improvisado escudo visual ha- cia el frente, se dirigié hacia la derecha, justo don- dle estaba la cimara, exponiendo nitidamente su rostro ante ella. Era, ya lo habrin imaginado, Daniel Al- fredo Taviani y el reloj indicaba las 23:01. Galarza se habia guardado su mejor carta para el final. + Abandoné el Departamento Central de Policia con el énimo por el suelo. La contunden- cia del video no sélo habia desbaratado los pocos argumentos que tenfa, sino que, ademés, profun- diz6 el hermetismo de Taviani. Tanto, que no vol- vié a responder ninguna pregunta. Ni siquiera las mfas. Galarza, interpretando su silencio como una admisién de culpabilidad, lo mantuvo detenido bajo el cargo de “intrusién a propiedad ajena”. El ‘cargo era absurdo, pero no pude objetarlo. No te- nnja con qué. Esos cuarenta minutos de los que Daniel se negaba a hablar me habian dejado en blanco. Era la primera vez.en mi carrera que debfa, lidiar con un cliente reacio a defenderse y, aunque jamds habia renunciado a un caso, llegué a consi- derar esa posibilidad muy seriamente. 28 Sin embargo, era hora de almorzar y no de tomar decisiones. Nunca es bueno hacerlo con cl estémago vacio. El bar de Pepe estaba cerca y el plato del dfa era milanesa rellena. Nadie las hace mejor que él: crocantes por fuera y rebosantes de mozzarella derretida por dentro. No lo pensé més; cambié el rumbo y hacia alli dirigi mis pasos. Al cruzarla calle me distrajo un estruendo de bocinas. Un Ford azul con vidrios polarizados habia clavado los frenos en medio del transito, provocando un pequefio embotellamiento a cier- ta distancia. Segui mi camino. Yo andaba a pie y aquél no era mi problema. ‘Al menos, eso fite lo que crei. ° Definitivamente las milanesas rellenas le- vantan el énimo. Mucho més si son dos y vienen acompafiadas con papas fritas. Hacfa apenas un rato que me hallaba en cl bar y ya vefa las cosas de otra manera. Pepe me habfa reservado un lugar junto al mostrador y me habfa servido de inmediato. El televisor esta- ba encendido, pero no le presté demasiada aten- cidn. Las maniobras para evitar que el queso fuun- dido se escurriera de la milanesa exigian toda mi 29 concentracién. Recién con los itltimos bocados recuperé el pleno uso de mis sentidos y descubri que estaban hablando del “Escéndalo Taviani”. Asi lo lamaban. Salvo el dato de la recepcién realizada en Ja mansién Oliveira, el resto de la informacién era Ja misma que a la mafana. Le pedi a Pepe el con- trol remoto y elegi otro noticioso. Fue muy opor- tuno, Un fulano de traje gris, rodeado de periodis- tas, lefa un breve texto: —.y ante los hechos de dominio piiblico que involucran al presidente del Grupo, deseamos ‘puntualizar que el senor Luis Oliveira se encuentra ‘en el exterior desde hace una semana y desmiente la gravedad de los mismos. Muchas gracias. El fulano era el vocero del empresario y acababa de lanzar una bomba. El estallido no se hizo esperar. Un aluvién de preguntas broté al unisono en Ja concurrida conferencia de prensa, ‘pero él, impasible, no respondié a ninguna. Cus- todiado por varios grandotes con cara de pocos amigos, se limité a desaparecer tras una puerta. Si lo que habfa buscado con esa extrafia ddesmentida era esclarecer lo sucedido en la casa de su jefe, podia decirse que habfa logrado, exacta- mente, el efecto contrario. Ahora, el misterio del tajon abierto se vefa més confuso que antes. Sin embargo, algo estaba claro. Oliveira querfa restarle importancia al asunto. Ignoraba sus razones, pero a mi me convenia y no dejarfa de Suspendi el postre y fui a buscar el Citroén. Por el momento, segufa en el caso, 30, Teiemrecnoess quedaba en kas lo- mas de San Isidro. Desde esa mafiana era el domi- cilio més conocido del pais, asf que no me costs mucho localizarla. Ocupaba una manzana entera y una muralla de dos metros de altura la protegta = 2 de visitas indeseables. Esperaba no encajar en esa — categoria porque me proponia visitarla, => Con la tinica excepcién de los camiones de tclevisién y de algunos reporteros, la calle estaba dsierta. Se hallaban cerca de la entrada principal Y supe que, para evitarlos, debia actuar con rapi- dlez, Avancé lentamente delante de ellos y al llegar ala entrada, de improviso, giré el volante hasta uubicar el auto frente a un sélido portén de acero que, por supuesto, estaba cerrado. Imaging que habrfa un timbre para tocar, como en cualquier casa de vecino, pero imaginé ‘mal; esa no era cualquier casa, ni su duefio un ve- cino cualquiera. Lo que habfa era una casilla de vi- ieee ecteasel ee Pillans Tes 32 38 Obedect y cuando intenté abrir la puerta, me advirti6: de mtisculos que me miraban sorprendidos tras tin vidrio més sélido que el portén. Se me ocurrié que 680s tipos no les agradaba ser sorprendidos, pero No se lo aconsejo. ya era tarde para remediarlo. El grufido del animal terminé de conven- —jzQué hace?! —grité uno de ellos a tra- cerme y permanec sentado en el auto, Suelo caer- vés de un megéfono oculto. les bien a los perros, pero con ée no me hice ilu: —Vengo a ver a la sefiora de Oliveira siones. Me miraba como si fuera el enemigo y tenfa —respondi, sin saber muy bien hacia dénde hablar. el aspecto de haberse masticado a unos cuantos. la sefiora no recibe a nadie. Quién es ‘Al cabo de varios minutos interminables, el usted? i tipo escuché algo en el audifono que llevaba, y dij —Soy el abogado de Taviani y puedo con- —Puede pasar. versar con ella... 0 con ellos... —dije, haciendo Respiré aliviado y puse el Citroén en mar- una sefia con el pulgar hacia los periodistas, que cha. Felizmente arraneé enseguida. empezaban a aproximarse—, Usted decide... p El sendero, de pedregullo rojizo, se inter Habfa dado en el dlavo, El hombre slo ba en un parque arbolado que descendia suave- dudé un instante antes de abrir. Su jefe no queria nnte hasta el borde de una barranca suspendida més escandalos y él no deseaba correr el riesgo de re el rio, Alli se levantaba la casa, por llamar de provocarlos. yuna manera a aquella enorme construccién lanca que resplandecta bajo el sol de la tarde. liveira, habia que admititlo, vivia bien. Me detuve justo al pie de la escalinata que nducia a la puerta principal, Aunque habia autos estacionados a unos metros de distan- + Apenas crucé el portén, aparecié el guar= dia. Venfa acompafiado por un déberman que trafa todos sus dientes encima... y me los mostraba. no quise exponerme a nuevas sorpresas, con el Eran grandes, muy grandes. imalito de la entrada ya habia tenido bastante. —Estacione ahi —ladré (el guardia, no el Uno de esos autos era un Ford azul, igual doberman). i que habia provocado el incidente de trénsito 36 37 prevenciones, un intruso a punto de caer en su red tecnicolor. sé-que... —2Asi que sos abogado? —dijo, quitan- —No. Yo no me ocupo de esas cosas. dose los lentes ahumados. Me hubiera encantado saber de qué cosas Sus ojos, del mismo tono que el traje de IJ se ocupaba, pero en lugar de ello, pregunté: bafio, se clavaron directamente en los mios. LY no se te ocurre quién habri sido? —Ahé... —contesté como pude. © No sé... Tal ver. Inés. A ella le fascina AY qué quiere un abogado conmigo? WP controlar todo —sugirid, con fingida naturalidad, —pregunté, con una sonrisa capaz de derretir J pero no logré evitar que la voz se le enronquecie~ aun témpano. ‘mal pronunciar ese nombre. A Soledad le gustaban los juegos peligro= elnés..2 sos y aunique algunas ideas cruzaron por mi atri- —Es a hija de Luis —dijo, acomodindo- bullada cabeza, las descarté de inmediato. un mechén rubio que le cafa sobre la frente. —Mi cliente es Daniel Taviani. Ya estards Aha. Y supongo que tampoco sabris lo enterada del problema que tiene. ie robaron. —Ay, sf! ;Pobre..! Lo vi por la tele. Toda= ‘Tampoco lo sabfa. No alcancé a determi- via no sé lo que pasé, siel despiste de la mina era genuino 0 una ac- —Yo esperaba que vos me lo expliques in brillante, Como sea, no habia conseguido —reaccioné. guar nada. Nada, excepto que Soledad pare- la verdad es que acabo de enterarme. no querer demasiedo a su hijastra. Hoy me levanté muy tarde. La dejé en su reposera blanca, acomodén- =O sea que vos no hiciste la denuncia. el mechén rubio que, por lo visto, era muy —o...2 —replic6 sorprendida—. No. de. Por qué? Confieso que su respuesta me desconcerté, —Bueno... Esta es tu casa. Anoche hul tuna fiesta y aparentemente alguien se metié en eseritorio de tu marido. Como él no esté, yo pen- 38 ‘Al regresar a la sala, me encontré con una mujer joven. No tuve que hacer ningtin esfuerzo para adivinar quién era. —Soy Inés Oliveira —dijo, saliéndome al cruce. La hija del empresario era alta y delgada. Iba vestida con un severo traje gris y llevaba un. gran pafiuelo de seda violeta anudado al cuello. Intenté presentarme, pero ella se anticipé con un rapido gesto de su mano: —Ya sé quién sos. Acompafiame por fa- vor. Tenemos que hablar. Y sin esperar respuesta, se di corredor que terminaba en una puerta de bron: macizo. Segura de que la habia seguido, se acer una pequefia consola disimulada en la ornamen- tacién del marco y presiond varios botones. Us chasquido broté de las profundidades del muro la pesada puerta se desliz6 en silencio, abriéndi nos paso a una habitacién cuya fastuosidad impacté més alké del asombro. La opulencia de k muebles, cuadros, alfombras y objetos acumt dos alli era sobrecogedora. Tardé varios segun ‘en comprender que nos hallibamos en el estudi de la mansién. Tal vex porque los estudios sor lugares de trabajo y ése no lo era. Tenia o propésito. Aquel sitio habia sido concebido 39 impresionar, igual que un templo. Para que no que- ddaran dudas a quién estaba consagrado, tras el escri- torio colgaba un enorme retrato de Luis Oliveira y justo debajo de dl, en ese orden, Ia estatua original dle un dios griego. A ese hombre, la modestia debta, importarle muy poco. Inés se instalé en el sillén principal y me indicé una silla. —zDe qué tenemos que hablar? —pre- gunté, mientras me sentaba. —De un contrato entre vos y yo —res- pondié, encendiendo un cigarrillo. No estaba mal. Habfa empezado el dia sin trabajo y éste era el segundo que me ofrecfan © Ella sefialé un cajén del escritorio y dij Ahi falta algo y lo quiero de vuelea. -__ Habfamos entrado en terrenos resbaladi- Ws. La aceptacién de ese contrato era lo mismo jue admitir la culpabilidad de Taviani. Antes de hazarlo, sin embargo, decid averiguar qué pre- ia: —Asi que falta algo... —sugert, con la es- inza de que me revelase de qué se trataba. Pero la mina era astuta y se mantuvo en si- cio. Porque recién estuve conversando con J. —Smadrastra’, iba a decirle, pero su mirada 40 at 5 que la entrega la hagas vos. A mi y anadie més que ami. —Suponiendo que sepa de lo que estamos hablando —respondi. —Por supuesto, pero si lo pensis bien, es- toy segura de que no te va.a costar demasiado. Soledad no habfa exagerado. A la hija de Oliveira le gustaba tener todo bajo control. helada me advirtié que no lo hiciera y me corregi a tiempo—...con Soledad y ella no sabe nada de €80.. —Soledad nunca sabe nada de nada —ex- clamé—. ¥ rampoco debe enterarse. —No sé si sera posible, Después de todo, Jo que habia en ese cajén pertenece a tu padre y ella es la esposa... —jEso no me importa! —replicé, quitén- dose bruscamente el pafiuelo del cuello—. Yo soy’ la hija y a quiero fuera de esto. zEsté claro? Lo que estaba claro era que el sentimiento Apenas dejé el estudio, el mayordomo apa- que se profesaban ambas mujeres era mutuo y que, recié de la nada para escoltarme hacia la salida. Mi ‘Visita a la mansién habia coneluido, pero no que- tla marcharme sin conocer su versién de los he- 108. Sabfa que la mayor virtud de su oficio era la va ¢ imaginé que no seria ficil interrogatlo. Al ral vestibulo, no obstante, decidf intentarlo: —;Usted descubrié el cajén abierto esta jana? El hombre no me contest6. Ni siquiera ° por el momento, no me convenia insistir en ello. —El negocio es simple —prosiguié—. Yo recupero lo que es mio y vos cobris una buena su- ma. El resto se olvida. La palabra “negocio” jamds me agradé. En un negocio siempre hay alguien que gana y ale guien que pierde. Y en este asunto, tal como el lo presentaba, no habfa dudas de quién salfa per- diendo. sefiales de haberme escuchado. Con gesto gra- —De lo que no puedo olvidarme es del ti y distante, se limité a abrir la puerta y deduje po que est en cana. Qué pasa con él? Ustedes ke , tan pronto la traspasase, la cerraria en. mis denunciaron... —le recordé. ices para siempre, en castigo por la impruden- —Yo todavia no hice ninguna denunci cometida. Pero en lugar de ello, eché una ré- ach aue na te costars cacarla Va tinica candicids ida mirada sabre <1 hombro v la cruzé tras de 42 8 mi. Luego, sin pronunciar palabra, descendié la escalinata a mi lado y recién cuando nos detuvi- ‘mos junto al Citroén, dijo: —En efecto, sefior, fui yo. El tipo era el maestro de la discrecién pe- ro, por algiin motivo, estaba dispuesto a conversar ‘conmigo. No era momento de indagar sus razones sino de aprovechar la oportunidad que me brinda- ba. Y eso hice: —Obviamente usted posee la clave para ingresar al estudio. sacién inicial. —Si, sefior. Lo mismo que la seftora Sole- —Bien. Volvamos a lo del cajén, enton- dad y la sefiorita Inés, ces. {Qué hizo usted al encontrarlo abierto? =O sea que cualquiera de ustedes pudo —Le informé al sefior Oliveira. Se encuen- abrir ese cajén, tra en el exterior, pero tiene un teléfono satelital —Podrfa ser, pero no iriamos demasiado le- i Alle pidié que hiciera la denuncia. | jos. El estudio es permanentemente monitoreado por —No, sefior, no hubo ninguna denuncia, tuna cdmara. Todo lo que sucede alli es registrado en El sefior Oliveira fue muy preciso al respecto. El una cinta, escindalo de Aguasblandas todavia esta pendiente —{Una cimara! Pero si es asi, el robo debié yd prefiere no agregar més publicidad en torno a set grabado! —reaccioné sorprendido. ‘su nombre. —Sin dudas —respondid. he —Pero alguien se ocupé de divulgarlo a —Sin embargo, en los videos que le en- “Jos cuatro vientos —apunté. viaron a la policia no pudimos verlo. i —Me temo que si —admitié, apesadum- —Por supuesto. Supongo que esas cintas . Por eso quise hablar con usted. Verd, estoy fueron enviadas a la policia por el personal de se- pidximo a jubilarme y no quisiera qu auridad wollne na canrenln —2Cémo es eso? —Muy simple, El sefior Oliveira trata im- portantes asuntos en el estudio y desea hacerlo, digamos, sin testigos. i dénde esté esa grabacién? —Lo ignoro. Por las mismas razones creo que sélo el sefior Oliveira conoce la ubicacién del equipo. Comprendi que habia llegado a un punto muerto con ese tema y resolv{ retomar la conver- 44 45 No, sefior, y ¢s verdaderamente inexpli- cable, Salvo el sefior Oliveira y yo, nadie se enteré de lo sucedido hasta que aparecié por la televisién. —Ni siquiera la sefiora o la hija? —Es muy improbable; la sefiora dormfa y la sefiorita Inés no vive aqui desde su discusién... —comenz6 a responder, pero se detuvo de repen- te, como si hubiese advertido demasiado tarde que habfa cometido una infidencia imperdonable. —No se preocupe; le aseguro. que seré muy reservado —lo tranquilicé—. Yo tengo el mismo interés que usted en aclarar esta situacién mitica y dijo: y cualquier detalle puede resultarme sitil. —Es una larga historia. Mi argumento parecié convencerlo. Tras —Tal vez algiin dia me la cuente. vacilar unos instantes, di —Tengo la impresién de que al sefior no le agradé la sugerencia de su hija. El hombre me cafa bien. Era la clase de persona que inspiraba confianza y eso, a la luz de Jas entrevistas mantenidas en aquella casa, signifi- caba un cambio refrescante. Subi al auto y, antes de ponerlo en marcha, le pregunté su nombre. —Ramén —respondié—. Ramén Chandler. —Extrafia combinacién —reaccioné, al es- cucharlo, El mayordomo esboz6 una sonrisa enig- —Todo es posible... —asintié vagamente. Y nos despedimos. —Hace miso menos un mes, el sefior Oliveira y su hija tuvieron un... desacuerdo acer- ca de cierta documentacién, Luego la sefiorita Inés se marché a su departamento del centro y s6- lo viene para atender algunos asuntos cuando el En Ia calle me aguardaba una sorpresa: padre est de viaje. los patrulleros estacionados junto al portén y el —Ahé, 2¥ de qué documentacién se trataba? smisario Galarza, frente a la casilla de seguridad, —No lo sé. Un contrato, creo. En ese mo- increpaba a uno de los guardias a través del vidrio.. mento yo me hallaba en el jardin y todo lo que es- Estaba futrioso. La rabia le hacia temblar el bigote cuché fue que la sefiorita insistia con retirarlo de presenti que mi presencia no mejorarfa las cosas. esta casa. No me equivoqué. Apenas me vio salir, A Oliveira? ams: ° 46 a —ii¥ usted qué hace acé?! Ignoraba lo que estaba ocurriendo, pero jamés discuto con un policfa enojado. —Vine a hablar con la mujer de Olivei- que no denuncié a nadie. Qué va a hacer con mi cliente? Galarza no contesté. No hizo falta. Am- bos sabiamos que los videos habjan sido una ra... —logré balbucear, trampa para incriminarlo y que, sin una denun- —j¢Con la mujer de Oliveira?! —me inte- no podfa retenerlo més. rrumpié—. jPero si éstos dicen que esté ocupada... El gol fue inobjetable, nitido y contundente. Entonces comprend{, El también querfa Apreté el acelerador y me alejé de alli con hablar con Soledad; la necesitaba para formalizar luna sonrisa criunfal. su acusacién contra Taviani. Pero ella no sélo se negaba a recibirlo sino que, ademés, ni siquiera habia tenido la delicadeza de inventar un pretexto, aceptable para sacérselo de encima. El tipo esperaba una respuesta y yo, a sa- ° La tarde era espléndida y me merecia el paseo. El Citroén, en perfecta armonfa con mi biendas de que no le gustaria, se la di. estado de énimo, ronroneaba apaciblemente y —Si, claro —dije—, Esté tomando sol en inzaba, pavonedndose sin melindres, entre los la pilera. {uosos limos modelos que sobrevuelan la A Galarza, en efecto, no le gusté nada, pe- inidosa atmésfera de la Avenida del Libertador. ro se cnidé muy bien de demostrarlo, Asimilé el cndi la radio y lo guié sin apuro hacia el cen- golpe con cierta dificultad, respiré hondo y regre- » Queria llegar al Departamento Central de 86 al auto, Aunque no estaba acostumbrado a que icfa después de Galarza, para darle tiempo a desafiaran su autoridad, no desconocia que el po- cumpliese con nuestro tacito acuerdo. der de su placa tenia un limite. ¥ el apellido Oli- ‘Alllegar-a Olivos, sin embargo, una sombra veira, sin ninguna duda, lo era. lora, fugaz como un fantasma, refulgié en Me habia dejado la pelota en los pies. No espejo retrovisor. A treinta metros, asomandose lo pensé dos veces: de una enorme camioneta japonesa, cref per- —A propésito. Ella acaba de informarme Ja inquietante trompa del Ford azul, Fueron 48 apenas unos instantes y no estaba seguro de lo que habia visto, pero bastaron para ponerme los nervios de punta, Bl tamaio de la camioneta me impedia distinguirlo y el incesante trénsito de la avenida no ‘me permitia cambiar de carril para desechar 0 con= firmar mis sospechas. De repente, algo sacudié mi atencién. Era una voz imperiosa que reverberaba en el habitécu- Jo del auto. Enseguida comprendi que la vor. era lo de menos. Lo que contaba eta lo que estaba di- ciendo. Un locutor habia interrumpido el progra- ma de radio con una noticia urgente: Cable de iiltimo momento en el caso Oliveira! Estamos en condiciones de informar que el conocido delantero Daniel Alfiedo Taviani acaba ser liberado por falta de pruebas en su contra. Rei ramos: Taviani ha sido liberado. Como se recordar, el popular deportisa... No escuché més. Galarza se habia adel tado y desde el mismo patrullero habia dado la of den que yo esperaba. Esa novedad disipé mis te: mores, ahuyent6 fantasias nefastas de mi cabeza adormecié los delirios persecutorios que me acosa- ban. Un hueco en el trinsito vino a reafirmar impresién. La camioneta japonesa se desvié. hack Ia izquierda y pasé velozmente a mi lado. Nin Ford azul la seguia. O habia desaparecido 0 nunt 49 hhabfa estado alli, En todo caso, ya no importaba. Mi tarea habia concluido. ° ‘Taviani me habia dejado, junto con sus imeros telefénicos, un mensaje en el contesta- dor de mi oficina: —Hola, Nico, habla Daniel. Ya estoy en ca- sa. Mafiana pasaré a verte, pero no queria dejar de agradecer lo que hiciste. Aqui estd Pilar que también tiene algo que decirte. Luego de varios segundos, escuché: — Gracias... Muchas gracias... Eso fue todo: tres palabras. La mujer era frugal. Conociéndola, imaginé lo que debié cos- tarle hablar con un aparato y valoré su esfuerzo. Eran mds de las seis de la tarde y no tenfa nada que hacer, asi que, tras copiar los nuimeros a ‘mi agenda, bajé al bar. Pepe, acodado en el mos- trador, miraba la tele, Me senté en una banqueta hice lo mismo. Aunque estaban refiriéndose a la ‘| no mencioné el asunto. —Hoy invito yo. Qué deseas? Tenia hambre y el pastel de manzana se ia muy tentador, pero no quise abusar. 50 —Un café —respondi. Pepe se puso el repasador al hombro, giré hacia la maquina y preparé el café. Luego, sin abrir Ja boca, me sirvié una porcién doble de pastel. Sotetad me contemplaba desde el borde de la piscina, reclinada en su reposera blanca. He- chizado por el brillo de sus ojos esmeraldas y por | misterio prometedor de su sonrisa, nadé hacia ella, Al llegar al borde, su mano, tras acariciar gra- ciosamente la superficie azul del agua, se elevs y dgjé caer unas gotas sobre mi frente. Las esperaba tibias y suaves pero, por alguna raz6n, su contac- to me erizé la piel. ¥ no de emoci6n, sino de frios estaban heladas. Desconcertado, sent{ el impulso ide mirarla y descubri que tenfa los ojos cerrados. Los pérpados me pesaban y me costaba levantar- Jos. Cuando al fin lo hice, el luminoso escenario de mi suefio en colores se desvanecié para ser teemplazado por el terrorifico cuadro de la més sombria pesadilla. Sélo que ésta era real. Estaba en mi dormitorio, acostado en mi ropia cama, rodeado por tres sujetos en imper- weables empapados que me observaban desde las Sh tu 52 alturas. Uno de ellos tenia apoyado su brazo en la pared y la manga de su abrigo goteaba sobre mi cabeza. iQ... qué es esto...2! —consegui tarta- mudear antes de que el miedo me paralizase. —Una visita —contesté el que estaba a mi lado, mostrindome unos colmillos que hubie- sen espantado a un mastin, Su respuesta no logré tranquilizarme. Aquellos tres parecfan los pilares de un selecciona- do de rughiers expresidiarios y yo el desafortuna- do balén ovalado. Sin embargo, se me ocurtié que si se hubiesen propuesto borrarme del mapa ya lo habrian hecho. Procuré incorporarme, pero el tipo dij —No te molestes. Sélo vinimos a charlar con vos. Soné a advertencia y, consciente de que mis posibilidades de enfrentarlos eran las mismas que la de un mosquito oponiéndose a una mana- da de elefantes afticanos, obedect. —Podrian haber tocado el timbre —sug tf, con los restos de dignidad que me quedaban, —Es que no quisimos despertarte —is nizé “Colmillos’, Casi le agradezco, pero el més corpulent de ellos interrumpié nuestra conversacién: 58 —jTerminala! le ordené y luego, diri- gigndose a mi, agregs: —Escuché bien porque no pienso repetit- lo. Ti cliente ya tiene Jo que buscaba, El resto no ¢ cosa suya, Decile que lo ponga en un sobre y se lo entregue a la encargada de su edificio. Alguien pasar a buscarlo. —2De que esté hablando? —pregunté. Pero el grandote me ignoré. —Tienen dos dias. Después no habré mas Visitas sociales —prosiguié, a la vez que sefialaba un bulto mecilico bajo su axila izquierda. Habia visto demasiadas peliculas de pistoleros y no tuve que esforzarme para adivinar su significado. Convencido de que lo habia entendido, pegs la vuelta y salié del cuarto, Los otros dos lo Acompafiaron, aunque “Colmillos”, antes de reti- arse, no se privé de ofrecerme una nueva muestra su dudoso ingeni —Segui durmiendo —dijo—. Afuera ve y hace fro. Me hubiera gustado indicarle un buen lu- donde meterse sus consejos, pero supuse que recomendacién no le caeria bien y me quedé ». No tenia sentido hacerse el valiente con ‘matin atmado y, mucho menos, desde la cama. ot ° Permanecf inmévil durante varios minu- tos y sélo cuando estuve seguro de que el tinico ruido que escuchaba era el de la luvia golpeando las ventanas, me animé a abandonar el discutible amparo de las frazadas. Caminé en puntas de pie hasta la sala y, tras asomarme, comprobé que, en efecto, se habian marchado. Corri hacia la puerta: del departamento y encajé con fuerza una silla entre el picaporte y el suelo. Un recurso bastante estiipi+ do, dadas las circunstancias, pero recién entonces los latidos de mi coraz6n recuperaron un ritmo aceptablemente normal y pude razonar con cierta claridad. La cerradura no mostraba rastros visibles de que hubiese sido violentada. Hice girar mi lla un par de veces y su: mecanismo funcionaba igu que siempre; nadie hubiese podido afirmar qi acababan de forzarla. Esos tipos eran profesional y sabfan lo que hacfan. No dejaban huellas. Pensé en llamar a Galarza, pero resoh que serfa una pérdida de tiempo; todo lo que nifa era mi palabra y sin pruebas no lograria con él. Por otra parte, primero debia hablar co ‘Taviani. Su situacién era mucho més grave qq antes; ya no se trataba de una mera acusacién 55 robo. Ahora, lo que estaba en juego era su vida... ys ambien, la mfa. Habja llegado el momento de exigirle la verdad. ° ‘Todavia no eran las siete de la mafiana y ahi estaba el hijo de mi madre, cruzando los limi- tes de la ciudad en medio de un temporal y rogan- do que el limpiaparabrisas del Citroén no suftiese una de sus habituales crisis temperamentales. La autopista, barrida por un verdadero diluvio, atin se hallaba desierta ¢ invitaba a la reflexién existencial: * Qué hacfa yo alli, a esas horas en las que la ma- yoria de los seres sensatos se encontraban en la ca- ma? ;Por qué, a diferencia de todos los abogados que conocfa, jamés me tocaban casos a resolver desde la comodidad de un escritorio, en horarios Jégicos, sin pistolas ni amenazas? ;Cémo me las arreglaba para meterme continuamente en seme- jances lios?”. Pero ésas eran preguntas para las que no tenia respuestas y resolv{ dejarlas de lado. Las con- liciones meteoroldgicas a las que estaba sometido ie imponjan urgencias mas concretas. Los letreros | camino eran apenas visibles por el aguacero 56 37 que caia y lo tinico que me faltaba era pasar de lar- de un providencial milagro logré evitar que me go mi salida. cembistiera. La oleada de agua que levanté al pasar Un rato antes habia intentado hablar con. ami lado fire tan futerte que sacudié al Citron con ‘Vaviani desde casa, pero sin suerte; su teléfono y su la furia de un huracén, cubriéndolo por completo celular estaban conectados a un contestador. Con de un liquido barroso y oscuro. Despavorido, cla- cl tercer mimero que habia anotado en mi agenda vélos frenos y me quedé sin aire. Pero el terror que fui mds afortunado: me atendié Pilar. Asi supe que me provocé la inminencia de morir aplastado no mi cliente habia partido hacia "La Serena”, la quinta fe nada comparado con la fuga imagen que ha- de entrenamiento del club, para una prictica indivi- bia sobrevolado mis retinas, Porque mis ojos, por dual. Su preparador fisico la habia programado muy unos instantes, lo haban percibido con absoluta temprano con el deliberado propésito de evitar el claridad. Y, esta ver, no renfa dudas. Ese auto, que acoso del periodismo. ya se alejaba vertiginosamente por el camino, no “La Serena”, no podia ser de otro modo, ta otro que el fantasmal Ford azul con vidrios po- quedaba lejos. La lluvia, el insalubre madrugén’ latizados. padecido y la falta de un buen desayuno, se con- Recordé las amenazas del grandote en mi fabulaban para que mi estado de énimo no fuese habitacién y el filo helado de una terrible sospe- el mejor esa mafiana, cha me estremecié hasta los huesos. Corri hacia el ‘Tras una interminable serie de desvios y edificio y entré en una especie de enorme recepcién, cambios de rutas, finalmente di con el acceso a la atestada de andamios, herramientas y materiales de quinta. El portén estaba abierto y lo atravesé construccién. Desesperado, busqué a alguien que dirigirme al edificio principal, ubicado, a corta di pudiera orientarme, pero no habfa un alma a la vis- tancia, junto a un pequefio bosque de eucalipr ta; aquel lugar parecfa abandonado, En eso, escuché Justo en ese momento, un auto broté a toda veloci 1 eco de varias voces; provenia del fondo. Salté dad de entre los drboles y se me vino encima com por encima de una pila de tablones y rodeé un una avalancha voraz y demoledora. Més debido montén de escombros hasta que llegué a un un acto reflejo que «una maniobra premedit gimnasio cubierto. Alli, tres personas en ropas avin€ a girar el volante a la derecha y s6lo por obi deportivas acomodaban algunas colchonetas. 58 Ninguno de ellos era Taviani. Sin detenerme en ex- plicaciones, les grit —;Tavianil ;,Dénde eseé Taviani...2! Los tipos se pegaron el susto de sus vidas. —jgDénde esta?! —insisti—. fs urgente. El que estaba mas préximo a mi, sefialé tuna puerta que daba a una escalera y dijo: —En el vestuario, pero... ;quién sos vos? No le contesté; no habia tiempo para pre- sentaciones. Subj los escalones de dos en dos y apa rec{ en un recinto amplio y bien iluminado. No habfa nadie; el vestuario estaba vacio, Sin embar- g0, en uno de los bancos, habia un bolso abierto. —;Daniel! —Io llamé, casi sin aliento—. 2Estds aqui? No hubo respuesta. Volvi a hacerlo, pero nada. El tinico sonido que rompfa el silencio era el de las duchas, ubicadas en un sector que se abria en: Angulo recto, al costado del salén. Avancé con len= titud hacia alli, esperando lo peor. Cuando me en= contré lo suficientemente cerca para acceder @ un’ panorama mds amplio del sitio, lo primero que vi fue el pie descalzo de Taviani y el agua que se des- lizaba sobre las baldosas hacia una rejilla, A menos: de un metro, agazapado ¢ inmévil, igual que una serpiente dispuesta a atacar, un grueso cable negro: aguardaba apoyado en el suelo atin seco. La sangre 6 se me congelé en las venas al descubrir que, en la sinuosidad oscura de su piel pléstica, faltaba algo. Un segmento de la vaina que lo recubrfa habfa sido quitado, dejando desnudo su interior rojizo de co- bre justo en el camino del agua hacia la rejilla. No ra un experto en clectrcidad pero sabia que, ape- nas hiciesen contacto, un inexorable circuito fatal se cetraria en el sector de las duchas. Sin pensarlo, me abalaneé como una trom= ba encima de Taviani que, todavia envuelto en un toall6n blanco, se aprestaba a quitirsclo para tomar su bafio. Sorprendido por mi intempestiva apari- cin, retrocedié espantado. Su brusca reaccidn y el piso resbaladizo esctuvieron a punto de hacerle per- der el equilibrio pero, antes de que ello sucediera, lo tomé del brazo y, de un tirén, lo saqueé de alli toallén y todo. El salto que pegamos, aunque clegante, fue efectivo, Fuimos a dar contra unos ‘arios, en medio del vestuatio, arrastrando vari filas de bancos en nuestra desprolija cafda. — Pero, gests loco? ¢Queé te pasa...2! clamé, fuera de si. wceguecedor estallé en las duchas su estruendo agité violentamente el aire que respi rabamos. Las luces se apagaron de repente y, ‘midos en una densa penumbra, durante un 6 rato no nos atrevimos a movernos. Pero la asfixian- ‘te nube de vapor y humo que invadia la habitacién, no admitia dilaciones y, alos tumbos, nos obliga- ‘mos a ponernos de pic. —2Qué fire es0...2! —pregunté Taviani, ain aturdido, —Después te explico —respondi y, algo mas despabilado, agregué—; nemos que rajar de aqui... No tuve que insistir demasiado, De un manot6n, recogié su bolso y salimos del vestuatio, Al pasar junto al sector de las duchas, sin embar. #0, me romé unos segundos para echarle una répi- cla mirada. Pareefa el dantesco escenario de una he- catombe. El piso y las paredes estaban cubiertos Por una espesa mancha de ceniza negra que, igual “un monstruoso y gigantesco pulpo, extendia sus tentéculos desde el lugar donde habia estado la re- jilla, ahora reducida a un irteconocible mazacote metilico. Del cable sélo quedaban dos tramos cha- Imuscados que colgaban de una pequefia claraboya ventilacién empotrada en el techo, 2 63 + —No, Daniel. No fue un accidente. —Pero si —afirmé—. Lo que pasa es que Dejamos el auto de Taviani en el estaci hay obreros trabajando en la quinta y algin dis- namiento y regresamos a la ciudad en el Citroé traido se habré olvidado un cable suelto. Es todo... Si lograba persuadirlo de mis planes, en los préxi- No, tampoco fire un distrafdo... mos dias él no precisarfa el suyo. —Yo creo que si —insistis—. Me parece Durante el viaje, lo puse al tanto de las de- que estés exagerando... sagradables novedades ocurridas en las iltimas ho- ‘Taviani era un tipo dificil y lo tinico que ras, Primero le conté cémo habfa sido despertado me faltaba en ese momento era una discusién pa esa mafiana por los tres angelitos que habjan ratratar de convencerlo, Ademis, su terquedad ha- irrumpido en mi departamento. bia empezado a cansarme, asi que resolvi dejar la Qué querfan? —pregunté. delicadeza de lado y fui lo mas directo y crudo que —Algo que estaba en el escritorio de Oli- pude: veira. Estin seguros de que vos lo tenés, —(Terminala con eso y escuchame, ;que- —2¥ qué les contestaste? 1és...2! No estoy exagerando. Lo de recién no fue —Nada. un accidente; fue un intento de asesinato. ;A ver si —Pero yo te dije que. me entendés! ;Alguien quiere matarte..! Ya sé lo que dijiste lo interrumpi—. Yantes de que pudiera reaccionar; le largué Pero también hay muchas cosas que no me dijiste y el resto sin ahorrarme ningiin deualle. Un golpe ba- este asunto se esté poniendo muy jodido. Con es jo, lo admito, pero dio resultado. Al enterarse de tipos no se juega. Acabas de verlo en el vestuatio. que el cable habia sido intencionalmente pelado, él De qué estés hablando? —replic entendié, palidecié de repente y balbuced: sorprendido—. Eso fue un cortocircuito..., Pero... spor qu accidente. ‘Taviani se me habia adelantado. Esa era la Obviamente él no habia comprendido pregunta que yo querfa hacerle. Desde que Galar- lo que estaba sucediendo y procuré explicérse 14 lo habia interrogado en el Departamento de Po- cuidindome de no alarmarlo demasiado: licia, sabia que ocultaba algo ¢ intuia que la clave 64 de su secreto residia en esos cuarenta minutos que hhabfa permanecido en la casa de Oliveira tras la fi- nalizacién de la fiesta. Se lo sugerf, pero su respues- ta fue rerminante: —De es0 no voy a hablar. Todo lo que tenés que saber es que yo nunca estuve en ese escritorio. El viaje prosiguié en silencio. Después ha- bria tiempo de volver sobre el tema. Ahora, una nueva inquietud habia comenzado a torturarme. Algo no terminaba de encajat en este aten= tado, Si bien los tres angelitos habfan sido muy cla- ros con su amenaza, también lo habjan sido con el plazo otorgado; pero de esos dos dias apenas ha- bfan transcurrido unas pocas horas. Por otra parte, si estaban interesados en un objero que suponian en poder de ‘Taviani, :por qué matarlo antes de conseguirlo...2, zpara qué molestarse en avisarme si ya habfan tomado la decisién de eliminarlo...? Cuanto més pensaba en ello, menos me gustaba. Sin embargo, la sospecha de que los tres matones y el conductor del misterioso Ford azul n estaban relacionados entre si se hacfa cada vez ginado. Porque eso significaba que, en lugar ‘uno, nos enfrentabamos con dos asesinos distintos, 65 ‘Alo lejos, un rayo se abrié. paso en la tor- menta. Aunque agucé el ofdo, no escuch¢ el true- no. Mal presagio. Cuando estoy en medio de un «aso, necesito que uno més uno sea siempre dos. Y, en este caso, el ntimero dos se estaba convirtiendo en un enigma endiabladamente oscuro. ° El bar de Pepe tenfa un entrepiso que él llamaba: “la biblioteca”. Una denominacién algo cesmesurada para esa dependencia, ya que los tini- os libros que alojaba alli cran sus registros conta- bles. Como sea, era el escondite perfecto. Ningiin inspector de Rentas habfa logrado jamas descubrir su entrada, disimulada por una pila de barriles va- fos, en el fondo de la cocina. El sitio no era un dechado de comodida- des, pero era amplio, habia una cama, un pequefio bafio y Taviani estaba tan asustado que acepté de inmediato la hospitalidad de Pepe. Habia com- prendido, sin discutir, que era demasiado arriesga- do regresar a su casa y que deberia ocultarse hasta que tuviésemos la seguridad de que su vida no co- rria peligro. Todo lo que pidié fue que le llevéra- mos algo de ropa y yo accedi a buscérsela. Escribié una breve nota para Pilar y parti 66 nuevamente, Eran las diez, continuaba lloviendo y todavia no habfa desayunado. Mi malhumor se- gufa sin encontrar un buen motivo para abando- narme esa maiiana. ° El edificio donde vivia Taviani quedaba cerca del Botinico. Pese a que no habia ningiin Ford azul a la vista, estacioné en una calle transver- sal y me acerqué caminando. Pilar se hallaba en la puerta. Le entregué la nota y la leyé en silencio, Luego sélo pregunté: —¢Eil est bien? —Estd bien —afirmé. Fue suficiente. Aquélla era una mujer de ocas palabras, La acompané hasta el departamento y, mientras ella preparaba un bolso, me acomodé en la sala y encendf el televisor, El informe meteoro- J6gico anunciaba que el mal tiempo persistiria, En un rincén de la habitacién habfa un mueble en el que se acumulaban varios trofeos de- portivos y algunas fotografias, La mayorfa eran re- cientes y mostraban a Daniel en distintas etapas de su carrera furbolistica, pero habia una que me | llamé Jaatencién. Me acerqué y la observé con or detenimiento, Era el retrato de un grupo de alumnos, con guardapolvos, que rodeaban a una maestra sen. tada detrés de un escritorio. Entre ellos, no me costé reconocerlo, estaba Taviani. Mucho mas joven —ten- dria alrededor de catorce afios—, pero con el mismo aspecto y la misma expresién taciturna que en la ac- tualidad. Si bien era una tipica foto escolar, algo en ella me resulté extrafio y, ala ver, vagamente familiar Aunque no alcanzaba a precisar de qué se trataba, no podia quitarle los ojos de encima, Cuando la tomé, para examinarla més de cerca, se aproximé Pilar —Si. Es huérfano.., —murmuré. 2 —pregunté, desconcertado, —respondié, sefialindola—. Ese fue su tinico hogar, Volvi a mirar y, en efecto, sobre el pizarrén del fondo habia un letrero escrito con tiza que no habia advertido, Decfa: “Orfanato Arcéngeli”. —Sus padres fallecieron cuando era muy chico... —continus ella. {Tuvo hermanos? Ni hermanos ni parientes. Siempre es- tuvo solo, 'Y los compafieros del orfanato? —Bueno, no sé... —dudé—, Es muy re- servado con eso. Creo que tuvo una novia alli, una historia que terminé mal. 69 Mala. Si, ella lo dejo. —Peto eso fite hace muchos afios, sno hu- bo otra, después...2 —No, nunca pudo olvidarla. Aunque en las tltimas semanas recibié varias llamadas de una mujer, No me dijo quién era, pero parecia bastan- te entusiasmado... En ese instante, el informativo de la televi- sién congelé nuestra conversacién con una noticia inesperada: —Novedades en el caso Taviani, Hoy a las ocho de la manana, una fuente aninima hizo legar «este canal importantes evidencias que comprometen seriamente al farnoso delantero. Consiste en una grax baciin de video que pertenecerta al servicio de segu- ridad de la mansién Oliveira. Corrimos al aparato y presenti que se ave- cruz6 la pantalla, Era la sombra de una figura en- mascarada que, sin vacilar, se ditigié hacia el escri- ‘orio, Una ver allt, tras una breve maniobra, abrié el dichoso cajén y retiré algo. Apenas alcancé a ver que se trataba de una delgada carpeta roja. Luego desaparecié répidamente por donde habia llegado, En ningiin momento pudo distinguirse su rostro, pero eso no me tranquiliz6. Los rasgos de aquella escurtidiza silueta se hallaban ocultos, de pies a cabeza, por los pliegues de un inconfundible impermeable celeste. Como si ello fuera poco, el eufirico locu- tor agregé: —wTaviani, quien ha manifestado recien- temente su intencibn de trabajar en el extranjero, no estarla en condiciones de negociar su pase ya que el verdadero dueho de su contrato actual seria nada me- nnos que Luis Oliveira. Segin la misma fuente, el em- cinaba una catéstrofe. Estaban proyectando las es- presario acostumbra a utilizar la carpeta roja que cenas que ya habfa visto en el despacho de Galar- ‘acaba de serle sustraida, para archivar la documen- 2a, referidas a la entrada-y ala furtiva salida de Tae tacién de sus asuntos mds urgentes... viani de la fiesta,.. pero eso no era todo. Entre am= Pilar apagé el aparato y arrojé el control bas secuencias habia otro tramo. Mostraba el in remoro al soft. rior de la casa y, a pesar de que la imagen era d —Supongo que no creerds en esas basuras mala calidad, reconoci en el acto el estudio de Oli . entregindome el bolso. veira. El cuadro se mantuvo estatico durante vari Su confianza en Taviani cra admirable, segundos hasta que, de repente, una sombra fu pero yo estaba demasiado furioso para admirar a 7” nadie y ya no sabla qué creer. Ese tipo no dejaba de sorprenderme ni de ganarse enemigos y yo, ‘aunque por otros motivos seguramente, empezaba 4 comprenderlos. Ahora no sélo. era perseguido por dos asesinos, sino que, ademis, toda la cana del pais saldria en su btisqueda, Eso me recordé que debjamos marcharnos de allé cuanto antes; Galarza también tenia un televisor y sus hombres 0 tardarian en eact, Asi que, en lugar de respon- dele, romé el bolso y le seftalé la puerta, En el pequefio vestibulo del departamento habia un perchero del que colgaban vatios abrigos, Entre ellos sobresalia el que, sin dudas, sera, para esas horas, el mas famoso impermeable celeste dl pat éc...2 —pregunté, Si —confirmé ella—, Es nuevo, un ree galo. Lo recibié el mismo dia de la fiesta. Un regalo...? :De quién? No sé. Algin admirador; siempre le es- tin mandando cosas. Pero me dio la impresién de que, a éste, lo estaba esperando. —sPor que? —Porque dijo que lo necesitaba para noche. Como si estuviera obligado a usarlo, No me gusté. Su presencia alli era dema siado delatora y resolv llevirmelo. Sabia que me exponia a ser acusado por ocultar ime resistia a simplificarle la tarea a Galarza, Al menos hasta escuchar a mi cliente. Si bien su max ila por los secretos ya habia colmado mi pacien. cia mas alld de cualquier limite tolerable, decid darle una dima oportunidad. Sélo una. Si esa te# no lograba convencerlo de hablar, yo mismo {o entregaria a la policiacon impermeable y todo, Al abandonar el edificio, advert! que atin ‘enla la foro del orfanato en mi mano, pero ya era tarde para volver al departamento, Un par de pa. trlleros habfan dado vuelta en la esquina y se aproximaban velozmente con sus luces y sirenas encendidas. La metf en el bobsllo y me confundt nure la gente que huia de la luvia, sin volver la cabeza atris, + Legué al bar con la firme determinacién dle plantearle mis condiciones a Taviani, $i las aceptaba, bien; si no, renunciaria de inmediato Hasta ahora me habfa esforzado por respetar sue BHencios y cumplir con mi parte, pero sus evasivas Ya me habfan hartado y no podia ni queria seguir fiabsiando a ciegis. Lo ponda entre la espada y th pared: o contestaba a mis preguntas sin lacie, Kes 0 se conseguia otro abogado, m del momento. Alli estaban, resplandeciendo en: brillantes colores, Taviani, Soledad, Luis Oliveira, Ja mansién y hasta algunas escenas congeladas de los videos. Sin embargo, las fotografias que habian concitado mi atencién eran, en apariencia, las de la protagonista menos importante del elenco estelar Mis pequefias que el resto, registraban, en distin tos acontecimientos sociales, a Inés Oliveira. En tuna de ellas cenando con Santo Bricone, un influ- yente representante de futbolistas, en otra llegando aun desfile de modelos en Punta del Este y, en la iiltima, charlando con amigos a bordo de un enor- me yate. Nada que resultara inusual para la hija del empresario més rico del pafs. Sélo que, en todas sas forografias la acompaftaba, ubicado en un dis- creto segundo plano, un hombre que no logra disimular su condicién de guardaespaldas. Su daespaldas. Y yo lo conocia muy bien. Jamas olvi darfa su rostro. Ese era uno de los tipos que habfi invadido mi dormitorio aquella mafiana. 7 Sibitamente, recuperé las fuerzas. Aho} que sabia quién estaba detris de los tres angel las piezas de este endiablado enigma empezaban encajar, En nuestra entrevista de la tarde anterior Inés habia expresado con mucha vehemencia deseo por recuperar lo sustraido del escritorio su padre, Presumi que, al no obtener respuesta 7 mi parte, habria enviado a sus matones para recor- dérmelo. Segiin el mayordomo, por otra parte, Luis Oliveira habia sostenido una discusién con ella por la custodia de un contrato y, si las iltimas re- velaciones periodisticas eran verdaderas, no costa- ba deducir que hablarian del mismo contrato que ‘Taviani se habria llevado. Eso podria significar que Inés tendria un interés personal en la carrera de mi cliente. A juzgar por el sujeto con el que aparecfa compartiendo la mesa en una de las fo- tos, se me ocurrié que su interés no serfa mera- mente deportivo. Santo Bricone era un personaje oscuro, un intermediario que no movfa un dedo a menos que la venta de un futbolista fuese millo- naria. Se sospechaba, ademés, que sus procedi- mientos no eran demasiado limpios y que buena parte de esas sumas terminaban en su bolsillo. Era evidente que Inés estaba metida en algo turbio y que nosotros nos hallabamos justo en el me- dio, Todavia ignoraba qué papel jugaban Taviani y el conductor del Ford azul en esta historia, pero intufa que una conversacién con ella aclararia ls cosas. Antes de partir le pedi un favor a Pepe: —Lo que sea... —respondié. —Miré que vas a tener que cerrar el bar por un rato. cy Ni siquiera lo dud6. Asi que le entregué el impermeable celeste y mostrandole la etiqueta co- sida en la base del cucllo, dije: —Lo compraron en un negocio del centro. ~Y quieres saber quién fue. —Exactamente. A lo mejor pagé con tar- jeta de crédito. Si conseguis averiguar su nombre, amame al celular de Tavianis me lo llevo... —Déjalo por mi cuenta. Alsalir tomé un par de medialunas para el camino. Mi malhumor no se dio por aludido. A diferencia de lo sucedido en mi pri- ‘mera visita, el panorama frente a la mansién era cadtico. Los camiones de televisién y los reporte- tos parecian haberse multiplicado y formaban un compacto enjambre delante de la entrada princi- pal, donde un iracundo grupo de policias procu- taba poner orden con escaso éxito. Comprendi que esta ver. seria imposible ingresar con el auto a la residencia y pasé de largo el tumulto, resignado a estacionarlo junto a la vereda y caminar bajo la lluvia. Pero en la cuadra no habia ningtin sitio dis- ponible y tuve que alejarme hasta la esquina. La calle transversal, por suerte, estaba casi desierta, Giré y clegf un lugar cerca de un pequefio portén disimulado por las ramas de una enredadera, No tardé en reconocerlo. Era la entrada de servicio ‘que Taviani habfa usado para escabullirse de la ca- sa después de la fiesta. Cuando estaba a punto de apagar el motor, el portén comenzé a abrirse y un BMW plateado asomé su trompa. Apenas tuvo 78 espacio suficiente para atravesatlo, aceleré y se marché a gran velocidad. No alcancé a distinguir los rasgos de la persona que lo conducia, pero no hizo falta. Era una mujer con lentes ahumados que ccubria su cabeza con un pafiuelo violeta. Y yo sa- bfa de quién era ese pafiuelo, Inés lo habfa llevado, anudado al cuello, en nuestro tinico encuentro. Puse primera y, sin vacilar, parti tras ella. Haba llegado hasta alli para hablar con la misterio- sa hija del empresario y, ahora que la habfa hallado, no estaba dispuesto a desperdiciar la oportunidad. Sin embargo, un inesperado acontecimiento cam- biarfa mis planes. A poco de ingresar a la Avenida del Liberta- dor, el BMW se detuvo en un supermercado. Entu- siasmado, cref interpretar en ello una sefial de la providencia que me offecia la ocasién perfecta pata abordarla. Pero, o habfa interpretado mal la seal 0 la providencia estaba ocupada en otros menesteres porque, antes de que consiguiera aproximarme, Inés descendié de su auto, retiré una bolsa plistica de su interior y se zambullé répidamente en un taxi. Era obvio que deseaba pasar desapercibie da. Ni sus propios guardaespaldas la acompai ban. Intrigado, decidi seguirla. Tena buenas razo- nes para sospechar que el secreto destino de su viaje serfa muy revelador. 80 ° Luego de varias vueltas, nuestro recorrido terminé frente a una vetusta vivienda en el més apartado rincén de Nuifiez, Apenas pude ocultar- me detrés de un camién abandonado, observé que Inés bajaba del taxi, con la bolsa plistica en su mano, y entraba en la casa cuya pared ostentaba tun lustroso letrero de marmol negro. Pese ala dis- tancia logré desciffar un par de palabras. Era un Instituto geridtrico y eso, por cierto, me descon- cert6. Si se trataba de una mera visita social: ;por ‘qué tomarse el trabajo de encubritla? Pocos minutos més tarde Inés salié, esta ver sin la bolsa, y volvié a subir al taxi que habla Permanecido alli, aguardandola. Su visita habia si- do muy breve. Nos pusimos de nuevo en marcha, peto al doblar en Cabildo, la distraccién me jugs una mala pasada. Un seméforo inoportuno me te- tuvo en una esquina y ellos, fundidos en el verti- ginoso torrente amarillo de taxis que atestaba la avenida, se alejaron irremediablemente, Por més que intenté localizarlos, al cabo de unas cuadras comprendf que serfa imitil y desist Inés se habla esfumado, 81 El zumbido del celular me sobtesalté. No estaba acostumbrado al aparato y me Ilevé algu- nos segundos hacerlo funcionar. Era Pepe. —Oye, Nico, eres ti? —dijo. Sabfa que lo incomodaba hablar por telé- fono, asi que procuré simplificarle la tarea: —Si, te escucho. zAveriguaste algo? Pero no dio resultado. El tenfa sus propios tiempos y necesitaba cumplir con el ritual comple- to de una conversacién. Por si hiciera falta, aclaré: —Soy yo: Pepe. —Ya sé que sos vos. ;Averiguaste algo? —insisti, en esta ocasién con mas suerte. —No mucho —respondié—. Al imper- meable lo compré una mujer, pero pagé en efec- tivo. Lo tinico que recuerda el vendedor es que usaba lentes de sol y un pafiuelo en la cabeza. —2De qué color? —:Qué cosa? —El pafiuelo. {No te dijo si era violeta? —No, no mencioné el color, Por qué? Es importante? En realidad no lo era. Las evidencias que apuntaban a Inés eran demasiado comprometedo- ras para preocuparse por ese detalle, i de Taviani...2 Hubo novedades...2 —preguneé, 82 —Ninguna. El que llamé fue Galarza, va- ras veces. Esto se est poniendo feo. :Escuchaste las noticias? —No, iqué pasé? —Volvié el millonario y en la tele no ha- blan de otra cosa. Nos despedimos y encendi la radio. Pepe tenfa razén. Oliveira habia llegado a Buenos Aires, En el fugaz encuentro que mantuvo con los petio- distas en el aeropuerto, sélo habfa abierto la boca para desmentir su vinculacién con el escéndalo de Aguasblandas. De lo sucedido en su casa, en cam bio, ni una palabra. Pero a nadie se le escapaba que hhabfa adelantado su regreso por ese motivo. La po- lief, como si no existieran otros deltos en el pal hhabfa lanzado una verdadera caceria humana para atrapar a Taviani. Bl panorama pintaba mal, Resolvi, por el momento, olvidar a Inés y concentrarme en la biisqueda de mi cliente, El Problema era que no sabfa por dénde empezar. ° Necesitaba pensar. Me pregunté qué ha yo en su lugar, acorralado entre la policfa, por un fado, y dos rufianes empecinados en liquidarme, Por el otro, No eran petspectivas alentadorasy, s ee 83 bien mi situacién era distinta de la suya, con sélo imaginarlo me sent agobiado. En principio, yo te- ‘fa una familia la que recurriry dl, de acuerdo con lo manifestado por Pilar, estaba solo. Aunque tal vex. es0 no fuera del todo cierto. De repente salf de ‘mi sopor y recordé que ella habia dicho algo més. Cuando mirébamos la foto habfa comentado que el corfanato habla sido “su tinico hogar”. Yun hogar, de cuya existencia nadie estaba enterado —me en- tusiasmé—, podria ser un excelente escondite. Ahora si estaba pensando, Me detuve y saqué la foto del bobillo con la esperanza de encontrar un dato preciso que me permitiese localizarlo. En el reverso, un sello borro- neado por el tiempo decfa: “Orfanato Arcéngeli, V. Lig’. Nada més. Ni domicilio, ni telefono. Sélo el nombre incompleto de una poblacién perdida en la inmensidad del territorio nacional. —V. Lia —repeti, desanimado. Sin embargo, esa abreviatura me resulté vagamente conocida. Algo se sacudié en un re- plicgue de mi pobre cerebro que, aturdido por las exigencias y torturado por el hambre acumulada de un mediodia sin desayuno ni almuerzo a la vis- £@, evocé la temible presencia de mi profesora de geografia de quinto afio. Jamés cref que llegaria el dia en que deberia agradecerle por obligarme a 84 85 memorizar los nombres y ubicacién de cada uno de los pueblos de la provincia de Buenos Aires, Pero ahi estaba, con una sonrisa estipida y agra decida. Porque yo, pese a que nunca habia puesto tun pie alli, sabfa muy bien que “V. Lia” era, en realidad: Villa Lia, un pequefio pueblo situado a 120 kilmetros al noroeste de la Capital. ‘mostrador y, tras él, una cortina que amortiguaba, apenas, el sonido de un televisor encendido. Esperé un rato en silencio, pero nadie aparecié, Recién después de golpear un par de ve- ces las palmas de mis manos, la cortina se agité y una piba asomé su cabeza. —S —pregunts. Me puse en marcha, todavia era tempra- Habja cierta impaciencia en su voz, asi no. Con suerte, el viaje me llevarta poco més de que fui directamente al granos una hora. —Disculpame la molestia, Estoy buscan- do el orfanato. Podrias decirme dénde queda? El qué..? —El orfanato —repeti y pensando que no me habia entendido, agregué—: El Orfanaro Ar- cdngeli. Pero la piba habia entendido y me obser- vaba extrafiada, como si no tuviese idea de lo que le estaba hablando. De pronto tem{ que hubiese cometido una terrible equivocacién al interpretar el sello de la fotografia y que hubiese hecho ese viaje en vano, i —Acé no hay ningiin orfanato —dijo, confirmando mis peores sospechas. —jBstds segura? —insisti. Pero no alcanz6 a contestar. Alguien, a mis espaldas, se le adelanté: i —Los jévenes no tienen memoria. ° Villa Lia era, en efecto, un pueblo peque- fio, Supuse que no seria dificil dar con el orfanato Y que bastarfa con preguntar por él al primer ve= ‘ino que cruzara, pero no fue ast. Habfa caido en el inoportuno horario de la siesta. Sus calles estax ban vacias y los comercios alrededor de la plaza, cetrados. La tinica excepcién era una pequefia tienda que tenia sus puertas entreabiertas, Estae cioné frente a ella y entré, El local estaba casi a oscuras y la luz. gris de la tarde, que atravesaba la ventana con escasa conviccién, no lograba disipar la penumbra hie meda y fria que flotaba en el ambiente, A medida ue mis ojos se adaptaban, pude distinguir un 86 Sorprendido, giré y descubri a una anciana sentada en tuna mecedora. Habja estado allf todo el tiempo, semioculta en las sombras, escuchando ‘nuestra conversacién. —Andi, anda. Yo lo atiendo —continu, esta vez hacia la piba que no se hizo rogar y regre- s6 feliz.a su televisor, detras de la cortina. —Entonces, ces aqui, en Villa Lia...? Ie pregunté. a La sefiora me sonrié afirmativamente. Ali- viado, yo también le sonret. LY podria indicarme cémo llegar? Pero mi optimismo estaba condenado a sufrir un nuevo desengafio. —Si —tespondié—, aunque no vas a en- contrat nada alli. Al orfanato lo cerraron hace muchos afios. + Laanciana era muy agradable y, de no ha- ber tenido otras urgencias, me hubiese encant pasar la tarde charlando con ella. Pero también. muy sagaz. Después de distraerme, hablando due rante varios minutos de los viejos tiempos, de re~ pente dijo: Vos estés aqui por el futbolista, :no? a7 —Si —admiti, totalmente despreveni- do—. {Lo conoce? —Eso depende... De qué? —la miré, extrafiado. —Si sos periodista no lo conozco. No, no soy periodista. Soy su abogado yu lo estoy buscando. —;Por qué ;Lo perdiste? Su iron{a no me causé gracia, pero ya es- taba jugado y decidi poner mis naipes sobre la mesa. Sin abundar en detalles, le conté la verdad acerca de su fuga. “Tras escucharme atentamente, ella afirmé: —Si. Ese muchacho suftié demasiado, es égico que no confie en nadie. Pero no esté en el pueblo. Jamés volvié. Luego, tomando un termo que habfa en una banqueta a su lado, dijo: —Sentate. ;Querés un mate? ‘Aunque hubiese preferido algo més s6li- do, acepté. El mate estaba amargo, pero la histo ria que me relaté fue apasionante. El orfanato habia sido fundado por Azu- cena Arcingeli, una maestra Hegada a Villa Lia en Ja década de los ochenta. Acompafiada por un grupo de huérfanos y una pequefia sobrina, cuyos padres habfan fallecido, se instalé en una chacra a 88 un par de kilometros del centro. Uno de esos chi- cos era Daniel Taviani, Desde muy temprano, Daniel demostré tuna clara vocacién por el deporte y, con el correr de los afios, fue perfilindose como un futbolista excepcional. Al principio, integrando equipos re- gionales y, después, participando en campeonatos de ligas menores, su habilidad pronto atrajo la atencién de los grandes clubes que no tardaron en hhacerle importantes ofertas de trabajo. —Y aqui viene lo interesante —sefialé la anciana tras una breve pausa—. El los rechazé a todos. No me asombré. Los imprevisibles des- plantes de Taviani no eran ninguna novedad para mi, Sin embargo, ella no habfa terminado todavia: —Daniel nunca dio explicaciones ni ha- bi6 de ello —prosiguié—, pero Azucena conocia su secreto y un dia me lo cont6. El muchacho no queria irse de aqui porque se habia enamorado... Recordé el comentario que Pilar haba he- cho esa mafiana acerca de un romance frustrado y presenti que algunos cabos comenzaban a unirse, —Una chica del orfanato? —pregunté, —Si, se llamaba Ana. Era la sobrina de Azucena. Pero es0 duré poco; ella lo dejé plancae do y se fue del pueblo sin despedirse. Nadie supo 89 dénde. El suftié mucho, pobre. Después de varios meses, acepté la oferta de un club de Rosario y termind yéndose también. 2 no hubo noticias de ela? —No que yo sepa. Pero tampoco las espe- rdbamos. —iPor? : A Ana la avergonzaba vivir de la cari- dad y lo nico que queria eta olvidarse del orfana- to. Como sea, mis tarde Azucena enfermé y no pudo seguir trabajando. Los chicos fueron envia- dos a ottos sitios y ella se qued6 sola hasta que, hace un par de aftos, ela llevaron. —sAdénde? —Dicen que a Buenos Aires. aun gerié- yo) lire tebe ti’mano il esac Be ea ane de que yo habia estado frente a la puerta de ee ge- ridtico, hacia apenas unas horas, era demasiado te para ignoratla Be ec keerid ae adaraoemmaneat tinuaban apareciendo, pero yo no lograba encon- trar la forma de vincularlas. ° 90. Durante el viaje de regreso, una densa capa de nubes negras sobrevolé la ruta acompantindome cn la misma direccién, Lamenté no ser supersticio- so. Quizés me hubiese simplificado las cosas. Habfa repasado, una y otra ver, los datos Y cont. Fue tan rapido que no atiné a responder. Obviamente la mina creyé que habia hablado con ‘Taviani ya que nadie, salvo Pepe, sabia que yo te- ; nia su celular: Un sudor helado me recorrié la es- aportados por la anciana y todo lo que haba con: palda de s6lo imaginar que esa mujer podria ser la seguido era un formidable dolor de cabeza. El no- causa de tanto misterio, En el aparato habfa que- viazgo secreto de Taviani, la desconocida sombra tader geabaiderol iticte, pero oipedth Uthadl de Ana y el inexplicable papel de Inés en este en= acted paca itt a Sinha anid suerto me devanaban los sesos, coy diexy la Fuente de las Nereidas se hallaba en Necesitaba ordenar mis ideas, pero mas la Costanera Sur, al otro lado de la ciudad. Debia que ¢s0, necesitaba comer, El hambre no habia _ dejado de martirizarme en ningiin momento y las seductoras luces de una estacién de servicio, con su correspondiente cafeterfa en el centro, resplan- decfan en la autopista justo delante de mis narices, Sin dudatlo, tomé el desvio y me detuve junto a su puerta. Mi est6mago se estremecié de placer, Tias el vidrio, una Kimina ilustrada con un mara- villoso plato de salchichas, papas y huevos fritos, me daba la bienvenida. En el instante en que me aprontaba a bax jar del auto, soné el teléfono. Pensé que seria Pepe, pero una voz femenina que no alcancé a reconocer, apurarme. , Le eché una mirada a las salchichas y par- tf. Mi est6mago lanzé un rugido sordo. Jamas me perdonaria semejante traicién. ° Llegué a la fuente poco antes de las seis. El aspecto de la Costanera era desolador. La rormen- ta habja recrudecido, el viento aullaba desapacible- mente en las copas de los arboles y no habfa un al- maa la vista. De alguna manera eso me favorecias Ja oscuridad del anochecer y la cetrada llovizna que cafa impedirian que fuese reconocido a la disean- cia, pero el aire siniestro que flotaba en la atmésfe- a no dejaba de inquictarme. Pese a ello, descend —No puedo esperar tw llamado. Nos vemos a las seis en la Fuente de las Nereidas. del auto, levanté el cuello de mi impermeable y me acerqué a las Nereidas. Ellas, bellisimas e impertur- bables, se desentendieron de mis problemas. Tras varios minutos de espera mi estado de énimo no mejor6, Ese péramo inhéspiro, més que el romantico fondo para un encuentro pasio- nal, patecfa el s6rdido escenario de una embosca- da. Y yo ni siquiera era el invitado. Tave un mal presentimiento y resolvi largarme de ahi, pero cuando estaba a punto de regresar al Citroén, una difusa silueta surgié de repente en la bruma. Supe que seria demasiado tarde para huir: un coche se aproximaba a toda velocidad con sus faros encen- didos. Luego, sin vacilar, trazé una curva cerrada y se detuvo bruscamente frente a mf. Durante unos segundos nada sucedié. Si no hubiera sido por los latidos de mi corazén, que aporreaban mi pecho con la desconsiderada per- sistencia de un martillo neumético, hubiese podi- do jurar que el tiempo se habfa paralizado en ese instante, Encandilado por el brillo hipnético de aquellas luces amarillas, ni siquiera me atrevi a res- pirar. Un relampago partié el cielo en dos y su en- ceguecedora luminosidad s6lo vino a reafirmar mis temores y a sumergitme, atin més, en la deses- perante pesadilla en que me hallaba, Pero estaba despierto, muy despierto. A menos de un metro’ 93 de mi indefensa humanidad distinguf, con abso- luta claridad, la trompa amenazante de ese auto. Pertenecfa —ya lo habrin adivinado— al impla- cable Ford azul con vidrios polarizados. El tiro me habia salido por la culara. En mi afin por desenmascarar a los autores de la intriga contra Taviani, acababa de caer en Ja mismisima trampa fatal que habja procurado evitarle. Y ya sa- bia que quien estaba al volante de ese auto no se andaba con vueleas. Una leve presién en el acelera- dor y yo serfa historia. El ruido seco de los engra- najes de la caja de cambio me anuncié que mi ver- dugo no tardarfa en ponerse en marcha. Aunque estaba herméticamente acortalado, mi primer im- pulso fue el de pegar un salto para eludirlo, pero el miedo habfa entumecido mis miisculos y me que- dé clavado junto a la fuente, aguardando el golpe final. Sin embargo, el golpe nunca llegs. El auto, en lugar de avanzar, retrocedié y, en seguida, en una rpida maniobra, giré sus ruedas y se esfumé envuelto en un vaporoso remolino de agua. Volvi a respirar. No era a mia quien querfa. Esa cita con Ja muerte habia sido urdida para otra persona. ‘No esperé a recuperarme. Tan pronto de- jé de temblar, subi al Citroén y me alejé de alli Fn esta ocasién, fii yo el que ignordé a las Nereidas. NNi una mirada, ni un adiés. Estébamos a mano. or + ‘Apenas habia recorrido unos pocos me- ‘ros cuando el sonido del celular volvié a alterar mis nervios. Un sobresalto era lo que menos nece- sitaba cn ese momento y casi lo tiro pot la venta- ra. Pero el sentido comiin prevalecié y no lo hice. Esta vez sf, era Pepe y, para variar, con buenas no. ticias. Mi cliente habia aparecido, —Dénde esté? —pregunté, —En la casa de un sobrino de Pilar. Ella me llamé desde un teléfono piiblico, El muchas cho tiene miedo de que mi linea esté pinchada, ‘Taviani se estaba poniendo paranoico, pe- to después de mi experiencia en la fuente hasta yo lo estaba. AY qué mis dijo? Que te quedes tranquilo, Esta noche tiene una cita que va a aclararlo todo... —iNo, Pepe! —exclamé—, jEsa cita es una trampa! Y tras contarle brevemente lo que acababa de sucederme, agregué: i ___ —Tenés que asegurarte de que no vaya a ninguna parte. Es muy importante. No seré ficil —respondié—, pero Pilar se ocupard de convencerlo, 95 No dudé de que lo haria. $i habia alguien capaz de controlar a Taviani era ella. Nos despedi- mos y me encaminé hacia Nuifiez. Una dama de cierta edad me aguardaba sin saberlo. ° El geridtrico lucia poco acogedor en la os- curidad de la noche y un pequefio letrero despin- tado me advertia que el horario de visitas ya habia concluido. Atin asi, apreté el timbre; Azucena era la tltima carta que tenfa y no estaba dispuesto a permitir que nadie me impidiera jugarla. Escuché pasos en el zaguin y ensayé mi mejor sonrisa, Fue un desperdicio, la mujer de guardapolvos que abrié la puerta se veia demasia- do cansada para reparar en mis encantos. —Buenas noches, quisiera hablar con Azu- cena Arcingeli —dije y, adelantindome a un even- tual rechazo, agregué—: Sé que es algo tarde pero... —;Hablar...con Azucena? —me interrum- pid, ahorrindome las disculpas. —Si. Serén sélo unos minutos —respondi, complacido al comprobar que mi presuncién de que ella se hallaba alli habfa sido correcta. Pero mi satisfaccién seria efimera. —Hace mucho que no la ve? —pregunté. 96 —Bueno... si —mentt—. ;Por que? Porque hace tiempo que la pob Hablon)aitdodtdaslndaienone as sash Agobiado por su revelacién, escuché vaga- ‘mente que Azucena padecfa un mal que la habia sumido en un estado de ausencia permanente. Su ‘cuerpo funcionaba con normalidad, pero su men- tese habia extinguido para siempre. Mis esfuerzos por localizar@ la inica persona que podia ayudar- me habjan sido en vano; a los efectos pricticos, hhubiese dado igual no hacerlo, La decepcién que senti debié de haberse notado en mi rostro porque la mujer, a modo de consuelo, sugiri —Si quiere, puede verla.. Aunque esa visita carecfa ya de sentido, no tuve el coraje de confesarle el verdadero motivo de mi abatimiento y acepté. La segui por un corredor en penumbras hhasta que llegamos a una pequefia habitacién, La mujer encendié la luz y —Es aqui. Ahora lo dejo; todavia tengo que servir la cena, Luego se marché, sin entusiasmo, con su cansancio a cuestas, 7 ° ‘Azucena yacia en su cama con os ojos ce- srados y gesto apacible. No habia sillas en el cuar- to asi que permanect de pie, observando su suefio eterno y sintiéndome un miserable por invadir la desvalida intimidad de aquella desconocida. Pero ya estaba allf y supuse que unos minutos mds no ‘cambiarfan las cosas, sobre todo cuando advertt el cuadro colgado cerca de la ventana, Era la desco- lorida copia de un aburrido paisaje campestre y, por la capa de polvo que lo cubria, calculé que lle- varfa afios en esa pared. Sin embargo, habia algo extrafio en él, La capa de polvo estaba incomple- ta, Sobre stu marco se destacaban con claridad las hiuellas de dos dedos: uno en cada borde. Ese cuadro habia sido tocado recientemente, como si alguien. Jo hubiese tomado con ambas manos. Intrigado, me acerqué y puse las mias en la misma posi- cién. Por la manera de sostenerlo, deduje que habia sido descolgado, Sugestionado por las circunstan- cias en que me hallaba, no pude imaginar otro propésito para semejante maniobra que el de ocultar un objeto y; sin dudarlo, también yo lo descolgué. Pero la ilusién de que esa pintura en- cubriera tna caja fuerte secreta se esfumé apenas Jo retiré de su sitio. Alli no habia nada més que la 98 superficie plana de la pared, telarafias y un clavo herrumbrado. Al intentar reinstalar el cuadro en su sitio, tuve dificultades. No lograba engancharlo y lo gic +6 para ver cul era el problema, Entonces, inespe- radamente, descubri que mi intuicién no me habia fallado. Adherida a su dorso con un par de gruesas

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